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COLABORACIONES



La evangelización guadalupana. Hermanamiento

Fray José Luis M. Marín Ramírez, OSSM

Engastada ya en las actividades previas a la conmemoración del medio milenio del hecho guadalupano, la extensa catequesis que aquí se publica se sustenta en las circunstancias que hicieron posible hermanar dos títulos marianos que absolutamente se complementan desde los santuarios de Guadalupe en Extremadura y en el Tepeyac.
El contenido tiene el doble mérito de ser de la pluma de un cronista de estos hechos, que por otro lado es fraile de una comunidad de carisma mariano.

1. INTRODUCCIÓN

El 13 de febrero del 2023 en el Real Monasterio de Guadalupe, Extremadura, España, tuvo lugar el hermanamiento de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de Extremadura, y Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac, México. La eucaristía fue presidida por el arzobispo de Toledo y primado de España, Francisco Cerro Chávez, y por el arzobispo de México, cardenal Carlos Aguiar Retes. El Papa Francisco envió un mensaje al respecto. Estuvimos presentes varios sacerdotes, religiosas y laicos de varios países de Hispanoamérica. Fue un acontecimiento eclesial en el que dimos gracias a Dios por habernos dado a la Virgen María, la madre de Jesús (cf. Jn. 2, 1), también como Madre nuestra (cf. Jn. 19, 26-27). El objetivo de este trabajo es celebrar el hermanamiento de las dos Guadalupes presentando algunas características de la evangelización guadalupana. En otras palabras, queremos ver brevemente cómo se ha llevado a cabo la evangelización de España y de México a través de estas dos advocaciones marianas.

2. ALGUNOS TEXTOS LUCANOS

El Evangelio de san Lucas, escrito entre los años 80-90 d.C., es considerado como el Evangelio de la misericordia, de la ternura, de la compasión de Dios por los pobres. La comunidad a la que se dirige vive en un ambiente helenista.
Es el Evangelio que más habla de la Virgen María. Probablemente san Lucas la entrevistó, para dar a conocer detalles significativos de la infancia de Jesús. Para lograr el objetivo de este trabajo nos parece importante citar el anuncio del ángel Gabriel a la Virgen y la visitación de María a su prima Isabel, pues ahí se nos presenta la vocación y la misión de nuestra Señora...

Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la descendencia de David; el nombre de la virgen era María. El ángel entró donde estaba María y le dijo: –Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué significaba tal saludo. El ángel le dijo: –No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Él será grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la descendencia de Jacob por siempre y su reino no tendrá fin. María dijo al ángel: – ¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones con ningún hombre? El ángel le contestó: –El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. Mira, tu parienta Isabel también ha concebido un hijo en su vejez y ya está́ de seis meses la que todos tenían por estéril; porque para Dios nada hay imposible (Gn. 18, 14). María dijo: –Aquí está la esclava del Señor, que me suceda como tú dices. Y el ángel la dejó.

Por aquellos días, María se puso en camino y fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: –Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá (Luc. 1, 26-45).

Jesús, después de ser bautizado por Juan y tentado por el diablo, lleno del Espíritu Santo, inicia su predicación en la sinagoga de Nazaret aplicándose las palabras del profeta Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor” (4, 18-19); pero no todos lo aceptan y se manifiesta como signo de contradicción, como ya Simeón se lo había dicho a María (cf. 2, 34-35).

Para realizar su plan de salvación, Jesús escoge a sus colaboradores y les anuncia el contenido de su mensaje:

Dichosos los pobres porque de Ustedes es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tienen hambre, porque Dios los saciará. Dichosos los que ahora lloran, porque reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los odien, y cuando los excluyan, los injurien y maldigan su nombre a causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de felicidad, porque su recompensa será grande en el cielo; pues lo mismo hacían sus antepasados con los profetas. En cambio, ¡ay de ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo! ¡Ay de los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de los que ahora ríen, porque se entristecerán y llorarán! ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de ustedes, pues lo mismo hacían sus antepasados con los falsos profetas! (Luc. 6, 20-26).

Las bienaventuranzas son como el corazón del Evangelio de Jesús. Dios ofrece su reino a los pobres y rechaza a los soberbios. Pero creo que no debemos interpretar este texto en sentido marxista, como si Dios quisiera la lucha de clases entre pobres y ricos. Más bien Jesús quiere la conversión de todos. Una prueba de esto es que Jesús mismo se invitó́ a la casa del rico Zaqueo y después de la actitud favorable de Zaqueo, Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este es hijo de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc. 19, 9-10).

También san Lucas puso en labios de María el cántico del Magnificat (cf. Luc. 1,46- 55), que refleja la espiritualidad de los pobres de Yawe (anawin). La suya no es sólo una pobreza económica, sino una actitud de humildad y confianza ante Dios, y de humildad y de justicia ante los hombres (cf. Sofonías 2,3; 3,12).

San Lucas presenta dos discursos misioneros, uno ante los Doce y otro ante los 70 (72) discípulos.

a) Misión de los Doce:

Jesús convocó a los Doce y les dio poder para expulsar toda clase de demonios y para sanar las enfermedades. Luego les envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos. Y les dijo: –No lleven para el camino ni bastón ni morral, ni pan ni dinero, ni tengan dos túnicas. Cuando entren en una casa quédense en ella hasta que salgan de aquel lugar. Y donde no los reciban váyanse y sacudan el polvo de sus pies, como testimonio contra ellos. Ellos partieron y fueron recorriendo los pueblos, anunciando la buena noticia y sanando enfermos por todas partes (Lc. 9, 1-6).

b) Misión de los 72:

El Señor designó a otros 72 y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir. Y les dio estas instrucciones: –La cosecha es abundante, pero los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño que envíe obreros a su cosecha. ¡Pónganse en camino! Sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni morral ni sandalias, ni saluden a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, si allí hay gente de paz, su paz recaerá sobre ellos; si no, regresará a ustedes. Quédense en esa casa, y coman y beben de lo que tengan, porque el obrero tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. Si al entrar en un pueblo los reciben bien, coman lo que les presenten. Sanen a los enfermos que haya en él, y anúncienles: está llegando a ustedes el Reino de Dios. Pero si entran en un pueblo y no los reciben, salgan a su plaza y digan: hasta el polvo de su pueblo que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos sobre ustedes en señal de protesta. Pero sepan de todas formas que está llegando el Reino de Dios. Les digo que el día del juicio será más tolerable para Sodoma que para ese pueblo.

¡Ay de ti Corozaín! ¡Ay de ti Betzaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en ustedes, hace tiempo que, vestidos de luto y sentadas sobre ceniza, se habrían convertido. Por eso será más tolerable el día del juicio para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú Cafarnaúm, ¿te elevarás al cielo? ¡Hasta el abismo te hundirás!

Quien los escucha a Ustedes, a mí me escucha; quien los rechaza a ustedes, a mí me rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.

Los 72 regresaron llenos de alegría diciendo: –Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Jesús les dijo: –He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo. Les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para dominar toda potencia enemiga, y nada los podrá dañar. Sin embargo no se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo.

En aquel momento el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: –Yo te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Dirigiéndose después a los discípulos, les dijo en privado: –Dichosos los ojos que en lo que ustedes ven. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen pero no lo oyeron (Lc. 10, 1-24).

3. LA MADRE DE JESÚS EN LA VIDA DE LA IGLESIA

El libro de los Hechos de los Apóstoles, también atribuido a san Lucas, nos muestra cómo se fue desarrollando la Iglesia de Cristo en medio de varias situaciones. Como el Espíritu Santo guiaba a Jesús, ahora el mismo Espíritu sigue guiando a los apóstoles. Algunos preguntaron a Jesús resucitado:

–Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel? Él les dijo: –No toca a ustedes conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su autoridad. Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra (Hechos, 1, 6-8).

Después de la Ascensión del Señor Jesús a los cielos, dos ángeles les dijeron: “–Galileos, ¿por qué́ se han quedado mirando al cielo? Este Jesús que de entre ustedes ha sido llevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto irse” (Hechos, 1, 11); como diciéndoles que la esperanza del cristiano debe ser activa. Los cristianos debemos trabajar en la evangelización con la ayuda del Espíritu Santo en la espera de la segunda venida del Señor Jesús. Es el Espíritu Santo el que capacita a los apóstoles para dar testimonio de Jesús (cf. 1 Corintios, 12, 3). La Virgen María no recibió el carisma apostólico. Pero ella estaba en la primera comunidad apostólica como “la madre de Jesús”, es decir, como un testigo cualificado del misterio de Jesús:

Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista de Jerusalén tan solo lo que se permitía caminar en sábado. Cuando llegaron, subieron al piso superior donde se alojaban: eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el hijo de Alfeo, Simón el Zelota y Judas el hijo de Santiago. Solían reunirse de común acuerdo para orar en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús y de los hermanos de éste (Hechos, 1, 12-14).

María es como el cofre que guarda el tesoro de la Iglesia. Lo que ella escuchó y guardó en su corazón acerca del misterio de Jesús (cf. Lc. 2, 19.51), ahora lo puede transmitir a los apóstoles de su Hijo. Ella es la Reina de los Apóstoles. Ella acompañó a los primeros misioneros del Evangelio. Una antigua leyenda hispana afirma que Ella acompañó al apóstol Santiago cuando evangelizada en medio de dificultades a orillas del rio Ebro. Y creemos que ella sigue acompañando a la Iglesia de su Hijo Jesucristo en la obra de la evangelización, y está especialmente presente en las situaciones más difíciles de la historia de la humanidad, como lo hizo en las Bodas de Caná (cf. Jn. 2, 1-12).
Ya en los siglos III-IV hay testimonios de que el pueblo de Dios se dirigía a ella con la oración Sub tuum præsidium:

La plegaria expresa la confianza de los fieles de verse escuchados (“No deseches nuestras suplicas”) por aquella que se encuentra en una posición privilegiada y que goza por eso mismo de una especial fuerza de intercesión (“Santa Madre de Dios”). Se le pide un favor que no excede la voluntad de Dios (“líbranos de todos los peligros”), sino que más bien está conforme con lo que el mismo Jesús nos enseñó a pedir (Mt. 6,13).

“Pero sobre todo, a partir del Sínodo de Éfeso (431), el culto del pueblo de Dios para con María creció de una manera maravillosa en veneración y amor, en la invocación e imitación, según las proféticas palabras de ella misma: ‘Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso’ (cf. Lc. 1, 48). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración, que se rinde al Verbo encarnado igualmente que al Padre y al Espíritu Santo, y contribuye poderosamente a este mismo culto” (Lumen Gentium, 66). Por eso el culto a María, la madre de Jesús, nada tiene que ver con el culto a las diosas paganas como la Artemisa de los Efesios (cf. Hechos 19, 28). Ella es una persona histórica que cumple con la misión de madre espiritual que Jesús le dio desde la cruz (cf. Juan 19, 25-27). Ella sufrió con Cristo y por Cristo, con la Iglesia y por la Iglesia. Y ahora ya reina con Jesús en la gloria del Padre. Pero no se ha olvidado de sus hijos, “pues una vez recibida en los cielos no abandonó este oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación. Con su amor materno, se preocupa de los hermanos de su Hijo que aún peregrinan y se debaten entre peligros y angustias hasta que sean llevados a la patria feliz”.

La presencia de María en la Iglesia es “una presencia femenina, que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida. Es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios. Es una realidad tan hondamente humana y santa que suscita en los creyentes las plegarias de la ternura, del dolor y de la esperanza”.
El Papa Pablo VI en su exhortación sobre el culto mariano hace ver la relación de María con la Iglesia:

La acción de la Iglesia en el mundo es como una prolongación de la solicitud de María; en efecto, el amor operante de María, la Virgen en casa de Isabel, en Caná, sobre el Gólgota –momentos todos ellos salvíficos de gran alcance eclesial– encuentran su continuidad en el ansia materna de la Iglesia porque todos los hombres lleguen a la verdad (cf. 1 Tim. 2, 4), en su solicitud para con los humildes, los pobres, los débiles, en su empeño constante por la paz y la concordia social, en su prodigarse para que todos los hombres participen de la salvación merecida para ellos por la muerte de Cristo. De este modo el amor a la Iglesia se traducirá en amor a María y viceversa; porque la una no puede subsistir sin la otra, como observa de manera muy aguda san Cromacio de Aquileya: “Se reunió la Iglesia en la parte alta [del Cenáculo] con María, que era la Madre de Jesús, y con los hermanos de Este. Por tanto, no se puede hablar de Iglesia si no está́ presente María, la Madre del Señor con los hermanos de Este”.

Por tanto, María es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios, es personificación de la Iglesia Madre, su presencia se manifiesta a través del ministerio maternal de los pastores (cf. 1 Tes. 2, 7) , de modo especial en cada mujer y en cada madre. Su presencia también se puede percibir de alguna manera en un canto, en una flor, en la madre tierra, en una imagen, etc. Es una presencia viva en el pueblo de Dios. Ella sigue realizando, gracias al Espíritu Santo, la misión maternal que Jesús le dio en la obra de la evangelización para llevar a cabo el plan de salvación del Padre. Necesitamos fe para descubrir su presencia en medio de los vericuetos de la historia humana y amor para colaborar con ella en la realización del Reino de Dios.

4. LA TRADICIÓN GUADALUPENSE EN EXTREMADURA: HISTORIA, MENSAJE, IMAGEN, CORONACIÓN

Vamos a seguir la narración que hace fray Sebastián García, OFM:

En tierras de Oriente. Algunos códices remontan el origen de esta imagen al siglo primero del cristianismo, atribuyendo la autoría de la talla a san Lucas. Cuentan que, muerto el evangelista en Acaya (Asia Menor), fue enterrado con él la imagen de Nuestra Señora y que siguió la suerte de san Lucas cuando fue trasladado su cuerpo a mediado del siglo cuarto, a Constantinopla.

En la ciudad de Roma. En el año 590 fue elegido papa Gregorio Magno. Devoto de esta santa imagen, la expuso en su propio oratorio. Un hecho trascendente puso de manifiesto la protección de María, por medio de esta efigie: Presidía el papa Gregorio una solemne procesión para impetrar el favor de la Virgen sobre la ciudad, afectada de fuerte epidemia. Llevada por calles, entre el clamor de las gentes, vio el pueblo cómo cesaba la peste, mientras aparecía un ángel sobre un castillo, llamado desde entonces Sant’Angelo, limpiando la sangre de una espada, al tiempo que un coro de ángeles cantaba la antífona: “Regina coeli, laetare, alleluia”, que obtuvo la conmovida respuesta del pontífice: “Ora pro nobis Deum, Alleluia”. En la ciudad de Sevilla. Gregorio Magno envió a san Leandro, arzobispo de Sevilla, por medio de su hermano Isidoro, que se encontraba entonces en Roma, esta insigne imagen de la Madre de Dios, como obsequio de afectuosa amistad. Durante la travesía, desde Roma a Sevilla, se calmó una fuerte borrasca de mar, llegando incólume la imagen al puerto pluvial hispalense, donde fue recibida por san Leandro y entronizada en la Iglesia principal, en la que fue venerada hasta el comienzo de la invasión árabe. Hacia el 714, unos clérigos, que huían desde Sevilla, alejándose del peligro sarraceno, trajeron consigo esta imagen y algunas reliquias de los santos, que escondieron en las márgenes del río Guadalupe, cerca de la falda sur de los montes de Altamira, no muy lejos de las Villuercas.

APARICIÓN DE GUADALUPE. Perdiose así durante cinco siglos el culto a esta efigie hasta que providencialmente reapareció en la reconquista, a finales del siglo XIII o primeros años del siglo XIV.
[…]

A la primera parte de esta leyenda, resumida en los puntos que preceden, que abarca trece siglos, desde la hechura de la efigie por san Lucas hasta finales del siglo XIII, carente por completo de base histórica, sigue la segunda parte, iniciada con el hallazgo de la imagen. Aunque se encuentra dentro del marco de leyenda, esta segunda parte está bastante cerca de la historia y no contradice la datación técnica de la talla románica, de finales del siglo XII. Un sencillo vaquero, vecino de Cáceres, contando el rebaño a la hora del encierro, advirtió que le faltaba una vaca. Marchó en su búsqueda por bosques y robledales hasta topar con un río de pocas aguas, bastante escondido. Recorrió por el lado derecho su ribera, desviándose luego, siguiendo probablemente los restos de una antigua calzada romana. Después de tres jornadas, encontró una vaca muerta, pero intacta. Quiso aprovechar la piel y, al hacer en el pecho del animal la señal de la cruz con incisiones de cuchillo, se levantó́ viva la vaca. En ese momento se apareció María al pastor, hablándole así, según refiere un viejo códice del archivo, escrito por Diego de Écija en el siglo XVI: “No temas que yo soy la Madre de Dios, salvador del linaje humano; toma tu vaca y llévala al hato con las otras, y vete luego para tu tierra, y dirás a los clérigos lo que has visto (y este vaquero era natural de Cáceres) y decidles de mi parte que te envío yo allá, y que vengan a este lugar donde ahora estás, y que caven donde estaba tu vaca muerta debajo de estas piedras; y hallarán ende una imagen mía. Y cuando la sacaren, diles que no la muden ni lleven de este lugar donde ahora está; más que hagan una casilla en la que la pongan. Ya tiempo vendrá en que en este lugar se haga una iglesia y casa muy notable y pueblo asaz grande”.

Tras estas palabras la Virgen desapareció. El pastor vio enseguida su vaca resucitada, paciendo debajo de un árbol, mostrando las cicatrices de la herida. Siguiendo el mandato de la Señora, marchó a Cáceres para avisar al clero. Cuando llegó a su casa, encontró a su mujer llorando por su hijo que acababa de fallecer. Encomienda el pastor a la Señora su pena y el hijo muerto volvió a la vida.

Este prodigio, difundido por la ciudad, fue suficiente para persuadir a los clérigos de la verdad de la aparición. Así, acompañando al pastor por sendas abruptas y difíciles, peregrinaron al lugar del milagroso suceso, donde excavaron la roca y encontraron la imagen de María con algunos objetos y documentos que probaban el origen de esta efigie gloriosa. Construyeron allí una pequeña ermita y entronizaron en ella la prodigiosa imagen. Entonces María recibió un nuevo nombre Guadalupe, que significa río escondido, porque en sus márgenes acontecieron la aparición de Nuestra Señora y el encuentro de la Imagen.

Este suceso, contado por la fantasía del pueblo, pertenece al periodo de “apariciones a pastores” (siglos XI - XV) de la iconografía mariana española, especialmente al siglo XIII, denominado “ciclo de pastores”. El primero que puso nombre al pastor fue fray Diego de Écija en la primera mitad del siglo XIV: “Fue llamado este vaquero don Gil de Santa María, como parece en un privilegio del rey don Alonso Onzeno”. Dos siglos después, en 1743, fray Francisco de San José le da el nombre de Gil Cordero, identificándole plenamente con don Gil de Santa María […] Con Gil Cordero y su familia comenzó la población de Guadalupe, en torno al lugar que Nuestra Señora había fijado como trono de sus gracias. Está sepultado el pastor, según indica un azulejo del siglo XVIII, en la nave contigua a la actual sacristía, junto al lugar que la tradición señala como el de la aparición y hallazgo de la santa Imagen. La leyenda afirma que a los lados de la ermita en que fue entronizada la Imagen “fizose un gran pueblo”. Antes del encuentro, consta que no había en este lugar población alguna.

DESCRIPCIÓN DE LA IMAGEN

Nuestra Señora de Guadalupe en su talla original primitiva, labrada en madera de cedro por autor desconocido y policromada, es una escultura románica, sedente con el Niño en su regazo. Con certeza puede datarse como efigie de fines del siglo XII. En su representación de María es Virgen Madre y Reina. Como Madre, presenta a su Hijo y como Reina está sentada en su sede. Responde a un esquema románico, inspirado en códices miniados del siglo XI, que alcanzó gran difusión durante el siglo XII.

Imagen sencilla, de considerable arcaísmo, inspirada en la Theotokos bizantina, cuya representación era bastante conocida en ambientes populares cristianos de la Edad Media. Mide la talla de Nuestra Señora, después de la restauración de 1984, 59 centímetros de alto y pesa 3975 gramos. Conforme con la iconografía de la época: frontalidad, nariz recta y mentón ateniense, grandes ojos e hieratismo en las posturas. Pertenece al grupo de las Vírgenes Negras de la Europa occidental del siglo XII. Se aplicaba entonces a María el pasaje del Cantar de los Cantares (1, 5) que dice: “Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén como las tiendas de Cadar, como los pabellones de Salomón. No os fijéis en mi tez oscura, es que el sol me ha bronceado”.

En esta de Guadalupe, su rostro más que moreno es negro. Viste túnica de color verde-oliva, con vueltas en rojo bermellón, sobrecuello imitando bordado de hilo, puños de la manga dorados y manto de color ocre marrón. Presenta la mano izquierda entreabierta y caída sobre la rodilla del mismo lado. La mano derecha primitiva fue sustituida en el siglo XV por la que actualmente tiene, de distinto arte, hecha para empuñar el cetro, que le colocaron al vestirla; la unión de esta mano con el corte dado a la primitiva aparece cubierta por un aro de oro. Muestra la imagen los pies calzados con zapatos puntiagudos de color negro, pisando, no el estrado de su sede, sino una pradera o huerto cerrado, de verde frescor, símbolo de su vida interior, mística. Ostenta un velo o toca de color blanco, con vueltas de color bermellón, que desde la cabeza baja a los hombros. Un reducido escote se aprecia en el cuello, de color carne. Como decoración de sus vestiduras exhibe Nuestra Señora cuatro flores tetralobuladas, dos en el pecho y una debajo de su mano derecha, símbolo de su triple virginidad: antes del parto, en el parto y después del parto, y otra en la parte inferior de su túnica, signo de su poder celestial. El Niño es una talla sedente del mismo estilo, época y autor que la Madre. Mide 23 cms. de alto y pesa 205 gramos. Está sentado como en su trono, en el regazo de la Virgen Madre, recostada la cabeza entre los pechos maternos. Viste túnica sencilla de color rojo acarminado, con estampaciones en dorado y sobrecuello bordado imitando hilo, también dorado, y manto color ocre, con estampaciones de flores trifolias. La mano derecha del Niño es de plata, labrada en el siglo XV en sustitución de la primitiva, y está en actitud de bendecir. La izquierda, casi en relieve, sostiene sobre la rodilla del mismo lado el libro de la vida, más pintado que tallado, encuadernado en rojo con decoraciones geométricas de entrelazo. El manto cae sobre su hombro izquierdo, llega hasta las rodillas y el derecho cae por la parte posterior de la imagencita. Tiene los pies enteramente descalzos. Muestra el Niño rostro de adulto, como Pantocrator y Maestro. La cabellera en forma de melena cae ondulada con su cuello, de color carne. El Niño presenta en su parte posterior, toscamente labrada, un pequeño relieve, que facilita su acoplamiento en el regazo materno. Nuestra Señora de Guadalupe en esta talla románica aparece vestida y ataviada con corona y cetro desde el siglo XIV. Por aclamación popular y aprobación pontificia es Patrona de Extremadura y por derecho histórico es llamada Reina de la Hispanidad.

En América –siempre en la línea de la iconografía extremeña– sobresalen los santuarios de Guadalupe, en las Antillas; Sucre (Bolivia) con su fascinante imagen de María de Guadalupe, patrona de la ciudad; Pacosmayo, en el Perú; Guápulo y Quinche, cerca de Quito. En Asia descuella el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en las inmediaciones de Manila, y en África, el de Mongomo, en el río Muni. La imagen de Santa María de Guadalupe en su talla original y en sus copias es evocación constante de fe desde el siglo XIII hasta nuestros días y puente de cinco siglos entre Extremadura y América, desde el inicio del encuentro de dos mundos.

CORONACIÓN

Por su parte, fray Antonio Ramiro Chico, OFM, celebra la coronación de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de Extremadura:

El 12 de octubre de 1928 se escuchó́ mejor que nunca la aclamación de la Sagrada Escritura: “Tú eres nuestra gloria, tú eres nuestra alegría y el honor de nuestro pueblo”, por más de 10,000 fieles de toda condición, que quisieron vivir este acontecimiento único en la historia de este Real Monasterio. Justamente al medio día, cuando los rayos del sol inciden con mayor nitidez, el Rey Alfonso XIII y el Cardenal Segura, legado de S.S. Pío XI, subieron al estrado colocado en el atrio basilical, donde unos minutos antes habían entronizado a Santa María de Guadalupe y ciñeron sobre sus cienes la corona imperial de oro y platino, brillantes y esmeraldas, regalo del pueblo español, mientras la banda militar del Batallón de Cazadores de Lanzarote interpretaban la Marcha Real y los aeroplanos sobrevolaban la plaza y los chapiteles del Monasterio, dibujando bucles y perfumando las cielos con pétalos de flores.

La coronación de santa María de Guadalupe no fue una coronación más de una advocación mariana. Fue la expresión de todo un pueblo que reconoció con el hermoso título de HISPANIARUM REGINA la influencia que Nuestra Señora ha tenido y tiene en todos los países iberoamericanos, unidos por vínculo de raza, de lengua, de religión, de costumbres y culturas, de esta forma la historia devolvía a este vetusto icono de María, lo que anteriormente le había sido despojado.

Este título de REINA DE LAS ESPAÑAS o de la HISPANIDAD concedido por S.M. Alfonso XIII, grabado en el anverso de la lustrina de la imperial corona: SANTA MARÍA DE GUADALUPE, GRATIA PLENA, MATER DEI, HISPANIOARUM REGINA, ORA PRO NOBIS PECCATORIBUS, está fundamentado en los hechos que integran el concepto de Hispanidad: descubrimiento, conquista, culturización y evangelización del Nuevo Mundo, como muy bien ha dejado constancia de ellos fray Sebastián García en su interesante libro Guadalupe de Extremadura en américa:

–Su condición de lugar colombino, que actualmente tiene Guadalupe de Extremadura por las visitas que durante los años 1486-1496 realizó Cristóbal Colón a Nuestra Señora de Guadalupe.

–La firma en Guadalupe por los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, el 20 de julio de 1492 de dos Reales Sobrecartas dirigidas a Juan Peñalosa, contino de la casa real, natural de Villanueva de la Serena y capitán de Gente de Guerra, la primera para Moguer y otras poblaciones y la segunda para los habitantes de Palos de la Frontera, urgiendo en ambas el cumplimiento de las Reales Provisiones de 30 de abril de 1492, es decir, el pronto descubrimiento de nuevas tierras.

–El voto hecho en altamar, el 14 de febrero de 1493, al regreso del primer viaje, como dice el Diario de a bordo de la primera navegación descubridora, y en cuyo cumplimiento vino Colón a Guadalupe, como romero, para dar gracias a Nuestra Señora por el descubrimiento del Nuevo Mundo.

–La imposición del nombre de Guadalupe a la isla Turuqueira, en las Antillas Menores del Caribe, el 4 de noviembre de l493, en el segundo viaje como atestiguan el mismo Colón en una carta escrita en la Española, en enero de 1494, dirigida a los Reyes Católicos.

–El bautizo en el templo de Guadalupe de dos indios, criados de Cristóbal Colón, el 29 de julio de 1496, que señala este lugar, con documentación oficial como el primer lugar de cristianización de indios, traídos como ofrenda espiritual a Nuestra Señora de Guadalupe.

–Las íntimas relaciones que durante el tiempo de la incorporación de América a la Corona de España, tuvieron con Guadalupe los más insignes conquistadores y muchos colonizadores, pobladores y otros personajes indianos.

–La importancia que Guadalupe tuvo en América como signo de Evangelización por medio de misioneros, hermandades y práctica devocionales, los santuarios, ermitas y altares alzados en toda América a Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura, como medio de devoción y expresión de la fama que tenía en todas partes, que todavía pervive en el pueblo.

–La abundancia toponimia guadalupense en todo el mundo, prueba la devoción sentida hacia el santuario extremeño.

–Los testimonios de estrechas relaciones, devocionales e historias del Guadalupe extremeño con el Nuevo Mundo (favores, ofrendas, mandas y otras manifestaciones), recogidos en códices y legajos, en crónicas de indias, en historias antiguas del monasterio y en otros documentos.

–El hecho guadalupano del Tepeyac en lo que se refiere al nombre de Guadalupe con el santuario extremeño.

Además, Antonio enseguida observa que la coronación de Santa María de Guadalupe tuvo como fruto la fundación, el 10 de febrero de 1929, de la Guardia de Honor, hoy Real Asociación de Caballeros de Santa María de Guadalupe, que desde entonces viene celebrando en su honor cada año, en torno al 12 de octubre, unas jornadas de hispanidad, con numerosos actos religiosos y culturales.

5. EL ACONTECIMIENTO GUADALUPANO DEL TEPEYAC: HISTORIA, MENSAJE, IMAGEN, CORONACIÓN

En orden y concierto se refiere aquí de qué manera apareció poco ha maravillosamente la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe. Primero se dejó́ ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También [se cuentan] todos los milagros que ha hecho. Diez años después de tomada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de 1531, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales, aún todo pertenecía a Tlatelolco.

Así empieza la obra Nican mopohua –Aquí se narra– atribuida, por los más grandes estudiosos, a Antonio Valeriano y datada a mediados del siglo XVI.

Antonio Valeriano “nace en Azcapotzalco, poco antes del 1531. Alumno del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, discípulo de Juan de Gaona, Francisco de Bustamante y Juan Fochet, de quienes aprendió retórica, latín, lógica y filosofía. Fue uno de los principales colaboradores indígenas de Sahagún. Gobernó el barrio de san Juan y después a todos los indios de México durante 35 años. Según Torquemada, que fue su discípulo, tradujo al Náhuatl a Catón. Casó con la hermana de Fernando Alvarado Tezozómoc, y éste demuestra que Valeriano “no era noble, sino un gran sabio que sabía Latín”. Sus obras las realizó en colaboración con otros indios dirigidos por Sahagún, quien dijo de él: “era el principal y más sabio”.

Escribió Conquista de México y Los coloquios. Sigüenza y Góngora le atribuye la obra El gran acontecimiento con que se apareció la Señora Reina del Cielo, Santa María, que es la relación sobre la aparición de la guadalupana. Lasso de la Vega la publicó con adiciones, prólogo y epilogo, en 1649. Murió en 1605 en México, enterrándosele en la capilla de san José del convento de san Francisco, fundada por Fray Pedro de Gante.

El domingo 6 de septiembre de 1556 fray Alonso de Montúfar, O.P., obispo de México, en un sermón citó el texto lucano de 10, 23: Beati oculi qui vident quae vos videtis, aplicando estas palabras a la Virgen de Guadalupe. Pero dos días después, el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María, el provincial fray Francisco de Bustamante, OFM, desautorizó las palabras del obispo Montúfar. Entonces el obispo mandó hacer una encuesta para enterarse qué es lo que había hecho el provincial. Veamos lo que dice Alonso Sánchez de Cisneros, uno de los testigos:

Que le oyó decir al dicho Provincial, que él y todos los demás religiosos habían procurado con muy grande instancia de evitar que los naturales de esta tierra no tuviesen su devoción y oración en pinturas y piedras, por quitarles la ocasión de sus ritos y ceremonias antiguas de adorar en sus ídolos, y que con esta devoción nueva de Nuestra Señora de Guadalupe parece que era ocasión de tornar a caer en lo que antes habían tenido, porque era una pintura que había hecho Marcos, indio pintor.

Otro testimonio contrario al culto que ya se daba en la ermita del Tepeyac es el del mismo fray Bernardino de Sahagún:

Cerca de los montes hay 3 o 4 lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lejanas tierras. El uno de éstos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeyacac y los españoles llaman Tepeaquilla y ahora se llama nuestra Señora de Guadalupe; en este lugar tenían un templo dedicado a la Madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir Nuestra Madre; allí hacían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de muy lejanas tierras, de más de 20 leguas de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas; venían hombres y mujeres, y mozos y mozas a estas fiestas; era grande el concurso de gente en estos días, y todos decían vamos a la fiesta de Tonantzin. Y ahora que está allí edificada la iglesia de nuestra Señora de Guadalupe también la llaman Tonantzin, tomando ocasión de los predicadores que a nuestra Señora la Madre de Dios la llaman Tonantzin. De donde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto, pero esto sabemos de cierto que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin, sino Dios y Nantzin; parece esta invención satánica, para paliar la idolatría debajo de la equivocación de este nombre Tonantzin, y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora y no van a ellas, y vienen de lejas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente.

Bernal Díaz del Castillo, soldado que acompañó a Hernán Cortés, escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1568); y hablando de las grandezas de Nueva España, dice:

Y miren las santas iglesias catedrales, y los monasterios donde hay frailes dominicos, como franciscanos y mercedarios y agustinos; y miren que hay hospitales, y los grandes perdones que tienen, y la santa iglesia de nuestra Señora de Guadalupe, que está en lo de Tepeaquilla, donde solía estar sentado el real de Gonzalo de Sandoval, cuando ganamos a México; y miren los santos milagros que ha hecho y hace cada día, y démosle muchas gracias a Dios y a su bendita Madre nuestra Señora, y loores por ello que nos dio gracias y ayuda que ganásemos estas tierras donde hay tanta cristiandad.

El monje jerónimo Diego de Santa María no quería que se le pusiera el nombre de Guadalupe a la Virgen del Tepeyac, pues ese nombre correspondía a la Patrona de Extremadura. Entonces se pidió el parecer al Virrey de la Nueva España, Martín Enríquez de Almanza, quien escribió al rey Felipe II el 15 de mayo de 1575:

Lo que comúnmente se entiende es que el año 1555 o 1556 estaba allí una ermitilla, en la cual estaba la imagen que ahora está en la iglesia, y que un ganadero que por allí andaba, publicó haber cobrado salud yendo a aquella ermita, y empezó a crecer la devoción de la gente, y pusieron nombre a la imagen nuestra Señora de Guadalupe, por decir que se parecía a la Guadalupe de España; y de allí se fundó́ una cofradía, en la cual dicen que habrá 400 cófrades.

Miguel Sánchez “Nació en Puebla, probablemente hacia el 1606. Ingresó al estado eclesiástico y realizó estudios en la universidad habiendo obtenido el grado de bachiller. Frecuentó a personas graves y bien enteradas de la historia de las apariciones como el licenciado Bartolomé García, vicario de la ermita de Guadalupe, y acudió asimismo a las fuentes existentes en su época. De sus indagaciones brotó la obra: Imagen de la Virgen María, Madre de Dios de Guadalupe. Milagrosamente aparecida en la Ciudad de México. Celebrada en su historia, con la profecía del capítulo 12 del Apocalipsis, México, Imprenta de la Viuda de Bernardo Calderón, 1648…

Esta obra es la primera impresa en torno a la Virgen de Guadalupe y tiene como fundamento histórico la Relación de Valeriano. En ella se observa, como bien lo ha señalado De la Maza, el vibrante criollismo nacionalista de su autor, que hincaba sus raíces en los valores del pasado indígena y que se acrisolaba con el reconocimiento de que criollos como Santa Rosa de Lima y San Felipe de Jesús fueran exaltados a los altares. De la Maza señala, cómo Sánchez, notable predicador en su tiempo, pronunciara ya en 1640 un sermón en torno a san Felipe cuyas virtudes elogia crecidamente y cómo este sermón encuentra su lógica secuencia con su historia de la Virgen de Guadalupe. Su elogio y defensa de su patria, México, le lleva a sacar del olvido la historia de la imagen, “originaria de esta tierra y su primitiva criolla”.

Mezclada la narración histórica de barrocas digresiones teológicas, su lectura para los que solo quisieran enterarse de la narración histórica, resultaba difícil, por lo cual el P. Mateo de la Cruz, S.J., motivado por el obispo don Juan García de Palacio la limpió de toda digresión y publicó bajo el siguiente título: Relación de la milagrosa aparición de Nuestra Señora de Guadalupe de México, Puebla, Viuda de Borja, 1660.

Falleció en la ciudad de México el 22 de marzo de 1674”.

Luis Lasso de la Vega “Nace a principios del siglo XVII en México. Bachiller por la Real y Pontificia Universidad de México. Ordenado sacerdote, es nombrado capellán del santuario de Guadalupe. Publicó un manuscrito en náhuatl, acerca de la historia de la Virgen de Guadalupe, impreso en México en 1649; fue reimpreso en parte en Guadalajara en 1877, por el Doctor De la Rosa. Existen dos ediciones bilingües, de 1886 y 1895 en Puebla y un facsímil con traducción de Primo Feliciano Velázquez, de 1926, en México. Murió prebendado en la catedral de México, después de 1660”. Presentamos su oración a la Virgen:

Desde que fui encargado, aunque indigno, del templo donde veneramos tal devotísima imagen, viste que te hice la ofrenda de mi corazón al entrar en tu bendita casa. Procurando con empeño tu culto; para manifestarlo un poco, he escrito en idioma náhuatl tu milagro. No recibas con disgusto, antes acepta benignamente la relación de un humilde siervo. Más ha hecho tu amor, pues en su lengua llamaste y hablaste a un pobre indio, y en su tela de ayate pintaste tu imagen con los colores de fragantes rosas, para que no te tomase por otra, y también para que entendiera y manifestara tus palabras y voluntad. En lo cual echo de ver que no te desagrada el lenguaje de diversas gentes, sino que las haces hablar y las solicitas con instancia a que te conozcan y tengan por intercesora en toda la sobrefaz de la tierra. Eso me ha animado a escribir en idioma náhuatl tu maravillosa aparición y el presente de tu imagen a esta tu bendita casa del Tepeyac, para que vean los naturales y sepan en su lengua cuanto por amor a ellos hiciste y de qué manera aconteció; lo que mucho se había borrado por las circunstancias del tiempo. Aún hay otra cosa porque me animé a escribir en idioma náhuatl tu milagro; y es lo que dice tu devoto san Buenaventura, que los grandes, admirables y sublimes milagros de nuestro Señor se han de escribir en diversos idiomas, para que los vean y admiren todas las diferentes naciones. Así se hizo cuando en la Cruz murió tu divino Hijo: encima de su cabeza, y en 3 lenguas se escribió en una tabla el motivo de su sentencia, para que viesen y admirasen en diferentes lenguas las diversas gentes del altísimo, sublime y maravilloso amor del que con muerte en cruz salvó a todo el género humano. Muy grande, sublime y admirable así mismo es que tú, con tus manos, hayas pintado la imagen, en que quieres que te invoquemos tus hijos, singularmente estos naturales, a quienes te apareciste; por lo cual, ojalá que se escriba en diferentes lenguas, para que todos los que las hablan, conozcan tu gloria y las maravillas que por ellos has obrado. Y dado que es así, que también estabas sentada al par de los discípulos de tu divino Hijo, cuando sobre ellos se posó el Espíritu Santo (Act. 2,4) que vino en figura de lenguas de fuego convertido, a conceder sus dones, y enseñar y a dar a cada uno todas las diversas lenguas a fin de que fuesen por el mundo entero a predicar cuantas maravillas hizo tu precioso Hijo; y que estuviste consolándolos y animándoles en aquel tiempo; y que con tus peticiones y oraciones imploraste y apresuraste que se posara sobre ellos Dios Espíritu Santo que por ti se les dio: haz que igualmente se pose sobre mí; que alcance yo su lengua de fuego, para escribir en idioma náhuatl el excelso milagro de tu aparición a estos pobres naturales, y el no menos grande con que les dista tu imagen. Si algo puede con tu ayuda, acéptalo benignamente, que es cosa tuya. No diré más, sino que me postro a tus pies como tu humilde siervo.

Luis Becerra Tanco “nació en 1603 en Taxco. Bachiller en artes y en derecho canónico. Cura beneficiario de varias parroquias del arzobispado de México. Dominó el hebreo, griego, latín, italiano, francés, portugués, náhuatl y otomí. Profesor de matemáticas y astrología en 1672 en la Universidad de México. Escribió Origen Milagroso del santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en México en 1666, y reimpreso en 1675, adicionado, bajo el título de Felicidad de México. Dio testimonio de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en las Informaciones de 1666. Murió en 1672 en México”.

“Muy importantes testimonios referentes a las apariciones guadalupanas y al origen y desarrollo del culto son las informaciones jurídicas hechas en los años de 1666 y 1723. Efectuadas las primeras a más de cien años del momento de las apariciones, las testificaciones que encierran no son de los testigos presenciales, sino de personajes, tanto indígenas como españoles, que recibieron a través de una tradición oral antigua, permanente y coincidente información acerca de los sucesos acaecidos a partir de 1531”. Las informaciones de 1666 son importantes porque fueron el requisito que pidió la Santa Sede antes de la aprobación de la fecha y del oficio litúrgico de la Virgen. Fue el canónigo Francisco Siles quien con otros eclesiásticos pidieron al Papa Alejandro VII que el 12 de diciembre fuese declarado día festivo y que se aprobase el oficio divino de la Virgen. Y el Papa respondió́ que se hiciera una investigación previa. Francisco de Florencia, S.J., “Vio la luz primera en la Florida española el año 1620 y falleció en la ciudad de México en 1695. Estudió en el Colegio de san Ildefonso e ingresó en la Compañía de Jesús en 1643, en la que obtuvo importantes cargos como maestro de teología y filosofía en los colegios jesuitas por su inteligencia y virtudes. En 1668 se le designó procurador en Madrid y Roma; procurador de todas las provincias de Indias y rector del Colegio de San Pedro y san Pablo. Al P. Florencia correspondió proseguir la Historia de la Provincia, después de un anónimo, del P. Sánchez y del P. Pérez de Rivas.

Escritor mariano, redactó en honor de la Virgen María en varias de sus advocaciones sendas e importantes obras como: La milagrosa invención de un tesoro escondido en un campo, que halló un venturoso cacique y escondió en su casa para gozarlo a solas. Patente ya en el santuario de los Remedios… (1685); La estrella del Norte de México, aparecida al rayar el día de la luz evangélica en este Nuevo Mundo, en la cumbre del cerro del Tepeyac… (1688); La casa peregrina… (Ntra. Sra. de Loreto); Zodiaco mariano… (póstuma, 1755); Orígenes de los dos célebres santuarios de la Nueva Galicia… (San Juan de los Lagos y Zapopan)”.

MENSAJE

Era sábado muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y después de sus mandados. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac, amanecía; y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a rato las voces de los cantores y parecía que el monte le respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepujaba el del Coyoltótotl y del Tzninizcan y de otros pájaros lindos que cantan. Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: “¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizá sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso en el cielo?” Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial; y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: “Juanito, Juan Dieguito”. Luego se atrevió a ir donde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una Señora que estaba ahí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su soberana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta, flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas; y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas y sus ramas y espinas brillaban como el oro. Se inclinó delante de ella y oyó su palabra, muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: “Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?”. El respondió: “Señora y niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatelolco, a seguir las cosas divinas que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor”. Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad; le dijo: “Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores. Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás como yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo”. Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: “Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.

DESCRIPCIÓN DE LA IMAGEN

El cuadro de esta maravillosa imagen tiene largos 6 pies castellanos y 4 dedos; y de ancho 3 pies y poco más de una palma. Está compuesto por dos pedazos de tela ruda cosidos con hilo de algodón. La tela está hecha de un hilo que se obtiene de una cierta palma montés llamada por los mexicanos ICZOTL; y su trama es tan rala que mirando por detrás se puede ver distintamente los objetos puestos ante la imagen.

La Virgen está representada de pie y aparenta tener 14 o 15 años. Su estatura es de 6 palmos castellanos más 8 dedos. El color de su tez es moreno; pero es tal la hermosura de sus facciones y la agradable amabilidad de su modesta mirada, que arrebata el corazón de cuantos la miran. Sus cabellos negros están arreglados con sencillez al modo mexicano; su frente es serena, las cejas negras, delgadas y algo arqueadas; los ojos amorosos y algo cerrados; sus mejillas ligeramente rosadas, su boca pequeña, sus labios delgados, el mentón y la nariz perfectos, el cuello torneado, y tiene las manos levantadas al pecho en actitud de plegaria. En los ojos, la nariz y la boca se notan ciertos graciosos perfiles que han maravillado a los más grandes pintores. Tiene la cabeza algo inclinada hacia la derecha, como si hubiera querido evitar la costura de la tela, que de otra manera atravesaría el rostro. Y no solo la cabeza sino todo el cuerpo parece inclinarse de ese lado, lo cual parece debido a la inexperiencia de quien acomodó la tela en el marco, pues debió haber levantado la tela dos dedos de esa parte, para darle a la imagen una postura vertical. Con el pie derecho pisa la luna, y tiene el izquierdo algo hacia atrás, por tener doblada la rodilla. El color de la luna es de tierra parda y está representada con los cuernos hacia arriba, como en los primeros días de su creciente.

La Virgen está vestida de túnica, símbolo y manto. La túnica es de color de rosa; está recamada con delicadas flores de hilo de oro, y forrada como puede verse en las mangas, de felpa blanca. Las mangas son algo anchas y en el cuello va el adorno de una medalla de oro en cuyo centro se ve una crucecita negra. El cíngulo es una faja morada de dos dedos de ancho y se anuda bajo las manos, dejando caer las dos bandas. Lo mismo en el cuello que bajo las mangas se descubre una parte de la camisa o túnica interior, blanca.

El manto le cubre, con excepción del nacimiento del pelo, la cabeza, los hombros y los brazos y se extiende, al parejo de la túnica, hasta los pies; y una parte de él se dobla hasta debajo del brazo izquierdo. Por fuera es de color verde marino; por dentro es un poco más claro, y tiene como orla una cordezuela de oro. Por toda la parte exterior del manto se ven distribuidas con arte 46 estrellas, 22 del lado derecho y 24 del izquierdo. Y finalmente, la sagrada Imagen tiene sobre la cabeza una corona de oro de 10 rayos agudos. Por debajo de la luna está pintado un ángel hasta el pecho. Tiene la cabeza ligeramente inclinada hacia la izquierda, el rostro risueño y su veste es de color rosado, y está prendida al cuello con un botón amarillo. El ángel tiene las alas a medio desplegar y las manos levantadas de una y otra parte. Con la derecha toma la extremidad del manto y con la izquierda el extremo de la túnica, la cual está doblada sobre la luna. El color de sus alas es al principio azulado, al medio amarillento y hacia el final tira al rojo.

Todo el cuerpo de la Virgen se ve circundado como si estuviera de espaldas al sol, de rayos equidistantes entre sí y dispuestos en forma alternada, uno recto y el otro ondulado; dorados todos ellos y en número de 129,72 a la mano derecha y 77 a la izquierda. Los intervalos entre los rayos figuran, ya cerca del cuerpo de la Virgen, una luz viva, e intensa; y más lejos de él son de un color amarillo ceniciento. Los rayos casi tocan con sus puntas unas nubes ligeramente rojizas que sirven de gracioso marco a la sagrada imagen.

CORONACIÓN

Vicente de Paula Andrade. “El 23 de febrero de 1844 nació en la capital de México, en donde falleció el 17 de agosto de1915. Bibliógrafo destacado y autor de innumerables obras históricas, relacionadas con la Iglesia. Una de sus obras principales es el Ensayo bibliográfico mexicano del siglo XVII, publicado en México, Imprenta del Museo Nacional, 1900. Andrade que se ocupó en numerosos trabajos del culto mariano, no fue aparicionista. Así escribió un Estudio histórico sobre la leyenda guadalupana, que dedicó al bibliógrafo José Ma. de Agrada y Sánchez, en el que reunió diversos artículos suyos a ese respecto, anexando algún escrito del Sr. Sánchez Camacho”. Vicente afirma: “Únicamente en la obra del Boturini, Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, Madrid, 1746, en la segunda lámina que representa el autor con una guadalupana, a ésta no se le ve corona. Claramente se explica, puesto que fue el primero que trabajó por conseguir del cabildo de S. Pedro que se la otorgase como imagen de grande veneración y culto. Ya que se logró la proyectada coronación y su promotor ha muerto, relataré lo que ocurrió para borrar la corona”.
En efecto, la coronación pontificia tuvo lugar el 12 de octubre de 1895 concedida por León XIII. En ello trabajó el siervo de Dios Antonio Plancarte y Labastida (1840-1898).
El Papa Pablo VI con motivo de los 75 años de la coronación de Nuestra Señora de Guadalupe, dirigió estas palabras a la Iglesia en México:

Amadísimos hijos, deseamos unir nuestra voz a ese himno filial que el pueblo mexicano eleva hoy a la Madre de Dios. La devoción a la Virgen Santísima de Guadalupe debe ser para todos vosotros una constante y particular exigencia de auténtica renovación cristiana.

La corona que ella espera de todos vosotros no es tanto una corona material, sino una preciosa corona espiritual formada por un profundo amor a Cristo y por un sincero amor a todos los hombres, los dos mandamientos que resumen el mensaje evangélico. La misma Virgen Santísima, con su ejemplo, nos guía en estos dos caminos.

En primer lugar, nos pide que hagamos de Cristo el centro y la cumbre de toda nuestra vida cristiana. Ella misma se oculta, con suprema humildad, para que la figura de su Hijo aparezca a los hombres con todo su incomparable fulgor. Por eso la misma devoción mariana alcanza su plenitud y su expresión más exacta cuando es un camino hacia el Señor y dirige todo el amor hacia él, como ella supo hacerlo, al entrelazar en un mismo impulso la ternura de madre y la piedad de criatura. Pero además, y precisamente porque amaba tan entrañablemente a Cristo, nuestra Madre cumplió cabalmente ese segundo mandamiento que debe ser la norma de todas las relaciones humanas: el amor al prójimo. ¡Qué bella y delicada intervención de María en las Bodas de Caná, cuando mueve a su Hijo a realizar el primer milagro de convertir el agua en vino, sólo para ayudar a aquellos esposos! Es todo un signo del constante amor de la Virgen Santísima por la humanidad necesitada, y debe ser un ejemplo para todos los que quieren considerarse verdaderamente hijos suyos.

Un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable y justamente remunerado; no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones, y mientras una parte de la humanidad siga estando marginada a las ventajas de la civilización y del progreso. Por este motivo, en esta fiesta tan señalada, os exhortamos de corazón a dar a vuestra vida cristiana un marcado sentido social –como pide el Concilio–, que os haga estar en primera línea en todos los esfuerzos para el progreso y en todas las iniciativas para mejorar la situación de los que sufren necesidad. Ved en cada hombre un hermano, y en cada hermano a Cristo, de manera que el amor a Dios y el amor al prójimo se una en un mismo amor, vivo y operante, que es lo único que puede redimir las miserias del mundo, renovándolo en su raíz más honda= el corazón del hombre.

El que tiene mucho que sea consciente de su obligación de servir y de contribuir con generosidad para el bien de todos. El que tiene poco o no tiene nada que, mediante la ayuda de una sociedad justa, se esfuerce en superarse y en elevarse a sí mismo y aun en cooperar al progreso de los que sufren su misma situación. Y, todos, sentid el deber de uniros fraternalmente para ayudar a forjar ese nuevo mundo que anhela la humanidad.
Sobre vosotros, muy queridos hijos, imploramos confiados la maternal benevolencia de la Madre de Dios y Madre de la Iglesia, para que siga protegiendo a vuestra nación y la dirija e impulse cada vez más por los caminos del progreso, del amor fraterno y de la pacífica convivencia.

6. CARACTERÍSTICAS DE LA EVANGELIZACIÓN GUADALUPANA

A. Ante todo, hay que aclarar que las revelaciones “privadas” no pertenecen al Depósito de la Fe (cf. 1 Tim. 6, 20), “su función no es la de mejorar o completar la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia”.
B. Anunciar el Evangelio como enviados por la comunidad (cf. Rom.10, 15), como Jesús fue enviado por su Padre (cf. Jn. 7, 28). Como María, dócil al Espíritu Santo concibió a Jesús (cf. Lc. 1, 26-38) y luego se fue a anunciar su alegría a Isabel (cf. Lc. 1, 39-45). Y esperaba con los apóstoles la venida del Espíritu Santo para iniciar la Evangelización (cf. Lc. 1, 49; Hechos 1, 14s).
C. Acompañados por la Virgen María. Como estuvo en la primera comunidad cristiana (cf. Hechos 1, 14), la madre de Jesús siempre acompaña a los apóstoles de su Hijo. Ella está atenta a las necesidades de sus hijos como estuvo en Caná (cf. Jn. 2, 1-12).
D. Tratando de inculturar el Evangelio, empezando por escuchar a la gente para darnos cuenta de sus necesidades e iluminar la situación con la Luz de la Palabra de Dios. Y obedientes a la Jerarquía. La Virgen no pasó por encima del obispo.
E. Evangelizar con estilo maternal (cf. Gal., 4, 19; 1 Tesalonicenses 2, 7; Lumen Gentium, 65). Evitando actitudes de prepotencia y eligiendo a los más pequeños, pero sin descartar a nadie. María se presenta y habla como una Madre que quiere lo mejor para sus hijos…
F. En proceso de liberación evangélica, Jesús ha venido para que seamos libres (cf. Gal. 5, 1s; Jn. 8, 31-36; Luc. 4, 18-19). María en las dos apariciones de Guadalupe ha iniciado procesos de liberación…
G. Buscando siempre la Comunión. La liberación que busca el Evangelio de Cristo no fomenta la lucha de clases, sino la conversión de todos para construir juntos el Reino de Dios.

7. COMENTARIOS

Confiamos en que nadie se sentirá mal porque comparamos a las Guadalupes, estas dos sagradas advocaciones de la Virgen Madre de Dios y Madre Nuestra. Lo hacemos con respeto y tratando de sacar fruto del hermanamiento en el que hemos tenido la dicha de participar.
Un primer signo de comunión entre ambas Vírgenes es que en sus respectivas misas se lee el mismo Evangelio, el de la Visitación (cf. Luc. 1, 39s). Es la misma Virgen que fue a visitar a Extremadura y luego al Tepeyac para llevar el Evangelio de su Hijo.
En cuanto al nombre, Guadalupe, no fueron los españoles quienes le pusieron ese nombre a la Virgen del Tepeyac. Recuerden que algunos se lo querían quitar pues pertenecía a la Patrona de Extremadura. Tampoco fueron los mexicanos, que creen que la Virgen habría dicho un nombre náhuatl, como sugiere Luis Becerra.
Eduardo Chávez, rector del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos, afirma:

Fue la misma Inmaculada Virgen quien decidió llamarse Santa María de Guadalupe, ella eligió este nombre y no fue ninguna casualidad o alguna deformación, o alguna equivocación; al contrario, este nombre tiene otras importantes connotaciones, pues su propio nombre es signo de la integración de todas las razas en Ella, ya que Ella, MARIA, es una mujer judía de Nazaret que ha elegido complementar su nombre con uno de origen árabe: GUADALUPE que, como decíamos, significa “el cauce del río…” Con este nombre que es parte importante de su identidad, ella realiza la integración y la unidad de lo judío y de lo árabe; por lo tanto, en Ella se identifican en la armonía y en la paz aquellos pueblos que han estado constantemente en guerra y que, sin embargo, tienen al mismo Dios, en Ella, las dos más importantes razas, raíces religiosas y culturales se encuentran en paz, en unidad. Es Ella, Santa María de Guadalupe, una judía con nombre judío y árabe, quien entrega su nombre completo al tío anciano (Juan Bernardino), con este gesto Ella se entrega a la raíz, a la verdad del pueblo y todo lo que representa el anciano entre los indígenas.

Según el Papa Juan XXIII, “Ella, la que pidió ser invocada en estas tierras con el título de Santa María de Guadalupe, nombre atrayente y familiar, como para hermanar a todos en la misma suavísima devoción”. Y el Papa Francisco, en la carta que envió para este Hermanamiento, afirma: “Hoy nos convoca el dulce Nombre de María, más precisamente una advocación milenaria que ya en su raíz etimológica nos habla de mestizaje, de encuentro con Dios y con los hombres. Mestizaje porque los estudiosos no se logran poner de acuerdo si debemos leer el título Guadalupe en árabe, en latín o en náhuatl. Pero es curioso que lo que podría plantearse como un conflicto pueda en realidad leerse como un guiño del Espíritu Santo que hace escuchar su mensaje de amor a cada uno en su lengua…”.

En cuanto a las imágenes, como hemos visto en sus descripciones en los capítulos anteriores, no se parecen. La Virgen extremeña es una Virgen negra, atribuida a san Lucas, según una tradición, que presenta al Niño bendiciendo. Esa tradición se puede interpretar en el sentido de que san Lucas es el que más describe a la Virgen. En cambio, la Virgen del Tepeyac es una Virgen morena según el modelo de Apocalipsis 12, es decir, vestida de sol y con la luna bajo sus pies. Este modelo representa a la Iglesia en lucha contra el mal, pero sostenida por Dios. Pero en el Real Monasterio de Extremadura existe otra Virgen, Nuestra Señora de la Concepción, colocada en el coro en 1499 y atribuida a Digante Guillemin, que sí se parece a la Guadalupe del Tepeyac, pues sigue el mismo modelo de Apocalipsis 12, pero que tiene al Niño en sus brazos. En cambio, la Virgen del Tepeyac está embarazada y tiene al Niño en su vientre, donde se encuentra pintada la flor de 4 pétalos, Nahui Ollin= 4 Movimiento, que para los Aztecas era un símbolo sagrado. Y se puede interpretar como el parto doloroso de un pueblo que está por nacer (cf. Jn. 16, 21), un pueblo que es fruto de dos razas o más y por eso el rostro de la Virgen es mestizo (cf. Puebla, 446). Los obispos mexicanos afirman: “En el rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe vemos la propuesta de un mensaje de comunión. Es posible superar las diferencias entre las razas a través de la paz y la armonía. El mestizaje no es mostrado como un hecho humillante, sino como una riqueza”.

En cuanto a la historia, hemos visto que fray Sebastián distinguía lo que era leyenda de la Guadalupe de Extremadura hasta el siglo XIII, de lo que tenía fundamento histórico hasta nuestros días. En el caso de la Guadalupe de México, hay autores que apoyan la aparición y otros que la niegan. La principal objeción en contra es el silencio de uno de los protagonistas, fray Juan de Zumárraga. En ninguno de los casos se puede probar científicamente toda la historia, hay lagunas. Pero no se puede negar el hecho actual y su repercusión en la gente. Reconozco en el pueblo español un gran amor a María, en innumerables imágenes. Creo que ese es un valor que han llevado a América. Y en los pueblos originarios de América reconozco un grande amor a la Madre Tierra. Su fusión ha dado lugar a una especie de sincretismo que ve a la Virgen como a la Madre de Cristo que con su sangre nos da vida, pero también como a la Madre Tierra que nos sustenta. Hemos visto el juicio negativo de los franciscanos hacia la Guadalupe-Tonantzin del Tepeyac por temor a la idolatría (Bustamante, Sahagún).

Un siglo después, varios sacerdotes, como Miguel Sánchez, Luis Lasso, Luis Becerra y Francisco de Florencia, considerados los cuatro evangelistas del “evangelio” mexicano (Nican mopohua), retoman la tradición guadalupana como símbolo de la independencia de un pueblo, hasta que se concretizó en el siglo XIX por medio de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Allende, Josefa, Leona, Guerrero, Iturbide…

Aunque resulta extraño que se tome el nombre de Guadalupe, de origen árabe y español. Quizá por eso se le agregó el nombre de Tonantzin, que en náhuatl significa ‘nuestra madrecita’, como para decir que Ella es la síntesis de lo mejor de España y de México. Pero es significativo que la imagen de Guadalupe de Extremadura se propagó por muchas partes del continente americano, pero no en México, porque para los mexicanos la del Tepeyac era símbolo de su independencia. En 1910, san Pío X proclamó a la Virgen de Guadalupe del Tepeyac como Patrona de América Latina. En 1935, Pío XI la proclamó Patrona de Filipinas y, en 1945, Pío XII la llamó Emperatriz de América.

En cuanto al mensaje de ambas apariciones, también vemos una gran relación. En el caso de Extremadura, la Virgen resucita la vaca a la que el pastor Gil Cordero había marcado con la señal de la cruz; y luego resucita al hijo de su esposa, con lo cual el clero de Cáceres fue convencido para edificar el santuario donde la Virgen lo pidió. En el caso del Tepeyac, se hace ver cómo la presencia de la hermosa Señora transforma un ambiente árido, la tierra relumbraba como el arco iris, las espinas brillaban como el sol; y es que la Virgen venía en representación del Sol, al cual los aztecas sacrificaban las doncellas, como para decirles que ya no eran necesarios esos sacrificios sino abrirse al amor de la Madre del Verdadero Dios por quien se vive. Y más adelante el anciano tío Juan Bernardino sanará como signo de la salud del pueblo. En fin, se trata de un mensaje de vida donde reinaba la muerte.

En cuanto a la coronación de ambas Vírgenes de Guadalupe, nos parece ilógico que primero haya sido coronada la del Tepeyac (1895) cuando la más antigua es la de Extremadura, que fue coronada hasta el 1928. Quizá esto se deba a que la Patrona de Extremadura quedó como Río Escondido, mientras que la Virgen del Tepeyac se difundió como la Mujer vestida de Sol (cf. Ap. 12, 1). Creo que en esta difusión influyó la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII de la Nueva España, como en los Hechos de los Apóstoles después de la muerte de Esteban muchos cristianos se dispersaron y fueron propagando el Evangelio (cf. Hechos 8, 1s).

Un ejemplo de esto lo tenemos en Francisco Javier Clavijero:

En el puerto de Veracruz, el 6 de septiembre de 1731, nace, y durante su destierro muere en Bolonia, Italia, el 2 de abril de 1787. Ingresa en la Compañía de Jesús en Tepozotlán, el 13 de febrero de 1748. Maestro en los colegios jesuitas de Valladolid (Morelia) y Guadalajara. Pertenece con Alegre, Abad, Bezoazábal y otros, al brillante grupo jesuita, renovador de la cultura dieciochesca. Se alejó de los sistemas tradicionales rutinarios; impulsó las nuevas ideas y formó generaciones de criollos alertas a los nuevos tiempos. En 1767, a la expulsión de los jesuitas, marchó a Bolonia, Italia, en donde falleció. Sus restos fueron traídos en 1970 y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en México, D.F. Escribió Storica antica della California, 2 vols., Venecia, 1789, traducida al español en 1852. Su obra más importante es Historia antigua de México, publicada por primera vez en italiano, en 4 vols., en Cesena, 1780-1781, la edición del texto en español se debe a Mariano Cuevas,4 vols., México, Ed. Porrúa, 1945. Esta obra ejerció una enorme influencia en los escritores posteriores, y en ella el sentimiento nacional se palpa con vigor, asentando macizos juicios y justas apreciaciones, a más de atacar a los calumniadores de la patria.

Veamos un texto de Clavijero que revela su interpretación de esta aparición:

No vendrá fuera de propósito advertir que en aquel mismo monte en que se apareció la Santísima Virgen al afortunado neófito existía antiguamente un famoso templo consagrado a la diosa Tonantzin (que significa “nuestra madre”), y en el cual los idolatras mexicanos le sacrificaban cada año muchas víctimas humanas. Así fue como quiso el verdadero Dios ostentación de su infinita misericordia en el mismo lugar en que el gentilismo había hecho brillar su execrable crueldad; y que fuera consagrado a María, nuestra Madre piadosísima, el mismo lugar que los supersticiosos mexicanos habían dedicado a su madre imaginaria.

Esta interpretación de Clavijero nos recuerda la afirmación de san Pablo: donde existió el pecado sobreabundó la Gracia (cf. Romanos 5, 20). Y también se orienta hacia el concepto de la inculturación del Evangelio, es decir, que Dios se sirve de las culturas para introducir en ella el Evangelio de su Hijo Jesucristo. Y precisamente el Papa Juan Pablo II ha reconocido en la Cuarta Conferencia del Episcopado Latinoamericano el acontecimiento guadalupano del Tepeyac como un ejemplo de perfecta inculturación.

8. CONCLUSIÓN

Estamos muy contentos y agradecidos con Dios Padre providente por habernos permitido participar en este hermanamiento entre la Reina de la Hispanidad y la dulce Niña del Tepeyac. Creemos que este es un signo de los tiempos para que conozcamos más nuestra historia, no olvidemos nuestras raíces y superemos, con la Gracia de Dios, los traumas del pasado y nos abramos a los planes misteriosos pero maravillosos de Dios.

En 1754 el Papa Benedicto XIV confirmó el patronato de la Virgen de Guadalupe del Tepeyac sobre la Nueva España, que comprendía desde Arizona hasta Costa Rica y concedió la primera misa. En 1999 el Papa Juan Pablo II aceptó la petición de los obispos de ampliar la fiesta litúrgica de Guadalupe a toda América: “acojo gozoso la propuesta de los Padres sinodales de que el día 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América”.

Por su parte, los obispos de Toledo, Francisco Cerro Chávez, y de Ciudad de México, Carlos Aguiar Retes, firmaron estos acuerdos:

1. Celebrar con solemnidad, en la basílica del Tepeyac, la fiesta de la Virgen de Guadalupe de España en el día en que el calendario litúrgico la conmemora: el 6 de septiembre de cada año.
2. Celebrar con solemnidad, en la basílica de Nuestra Señora de las Villuercas, la fiesta de la Virgen de Guadalupe de México en el día en que la sagrada liturgia le reserva: 12 de diciembre de cada año.
3. Entronizar la imagen de una y otra advocación en los santuarios homónimos, es decir, que en la basílica mexicana esté presente la imagen de la Virgen de Guadalupe de España y en el santuario de la Puebla de Guadalupe reciba culto una reproducción de la tilma de san Juan Diego, en la que milagrosamente quedó plasmada la imagen de la Señora del Tepeyac.
4. Rezar en la basílica española de la Virgen de Guadalupe por el pueblo hermano de México y elevar también plegarias en la basílica de México por el pueblo español.
5. Procurar la divulgación del conocimiento de ambas apariciones de la Santísima Virgen, unidas bajo una común advocación, para estrechar los vínculos entre los fieles devotos de Guadalupe de España y de Guadalupe de México.

Todos estos compromisos que hoy aceptan libre y gozosamente, tienen como fin promover y divulgar el amor a la Beatísima siempre Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, invocada en México y en España con este nombre singular: Guadalupe. También es su ardiente deseo que este hermanamiento fortalezca los lazos fraternos que siempre han unido a nuestros pueblos y redunde todo ello en la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
“Como Siervos de María, viendo en Ella el ‘fruto más excelso de la redención’ (S.C., 103), secundamos con nuestras energías las exigencias liberadoras de los individuos y de la sociedad. Conscientes de la división de los cristianos, nos esforzamos para que la Hija de Sion llegue a ser para todos un signo de unidad. A los hombres inseguros les proponemos, como ejemplo de la confianza de los hijos de Dios, a la Mujer humilde que ha puesto su esperanza en el Señor”.

Nuestra Señora del Puerto, Plasencia, 21 de septiembre del 2023

BIBLIOGRAFÍA

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• CHICO, ANTONIO RAMIRO, Diario Hoy, sábado 24 de marzo de 2007.
• CLAVIJERO, FRANCISCO JAVIER, “Breve noticia sobre la prodigiosa y renombrada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe”, en Testimonios históricos guadalupanos de Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
• DE LA TORRE VILLAR, ERNESTO Y NAVARRO DE ANDA, RAMIRO, Testimonios históricos guadalupanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
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• VALERIANO, ANTONIO, “Nican mopohua”, en Testimonios históricos guadalupanos de Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, México, Fondo de Cultura Económica, 1982.




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