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La ciudad y su Catedral:

la convivencia entre el Cabildo Catedral,

el cabildo local y la Real Audiencia en Guadalajara

4ª parte. Final

Mariana Zárate[1]

 

 

Se cierra aquí un esfuerzo desde fuentes documentales

para reconocer como sirvió la Catedral tapatía

a las corporaciones que le tuvieron por sede,

a interactuar en ese espacio y en el púbico de forma paralela y armónica,

de modo de servir como palestra y liza para producir armonía social,

hizo del espacio público de la capital del Reino de la Nueva Galicia en el siglo xviii

su liza y su palestra.[2]

 

 

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8.     

8.1 La Cofradía de Nuestra Señora del Rosario (de la Rosa)

El arquetipo de todas las cofradías tapatías instaladas en la Catedral de la Asunción de María en el siglo xviii, fue la de los clérigos, dedicada a Nuestra Señora de la Rosa, en el altar y retablo del muro testero de la nave norte, compuesta dijimos ya, por canónigos y eclesiásticos mayoritariamente rentistas.[3]

Para destacar la relevancia de esta fraternidad considérese que por este tiempo los miembros del Cabildo catedralicio administraban una porción cuantiosa de los diezmos –la cuarta parte– y tenía a su cargo encomiendas tan importantes como la sufragar con su caudal la salud pública, que en nuestro caso lo fue el hospital de la ciudad, el de Belén. El nombramiento de los miembros de esta agrupación se encontraba bajo la jurisdicción del soberano a través del Consejo de Indias, el responsable de examinar la idoneidad de los aspirantes a administrar bienes o cuidar de los oficios litúrgicos supremos en la iglesia matriz –incluyendo el canto–; para la pericia en ciencias sagradas y la impartición de cátedras, para la oratoria sacra o las disciplinas forenses, incluso los casos de conciencia, por lo que opositar a estos sitiales sólo era posible a universitarios graduados, algo poco menos que impensable para el clero del Nuevo Mundo, de modo que la más de las veces los capitulares eran clérigos arribados de la península ibérica así hubieran nacido por acá.[4]

Aclarado lo anterior, recordemos ya, tan solo, que la tarea esencial y primaria de la Hermandad Sacerdotal de Nuestra Señora de la Rosa en Guadalajara consistió en promover y patrocinar la fiesta de dicha Señora con el mayor decoro posible.[5] Por otro lado, no debemos pasar por alto la cauda que la victoria naval de Lepanto de 1571 perpetuó en España gracias a la Real Cédula del 26 de diciembre de ese año, en la que Felipe ii hizo saber a sus súbitos del Nuevo Mundo la relevancia de tal suceso y la conveniencia de rememorarlo siempre. Y puesto que el triunfo de los cristianos sobre los musulmanes turcos del Imperio Otomano lo fue también de la monarquía española, la Nueva Galicia celebró y conmemoró anualmente tal suceso el primer domingo de octubre bajo el acuerdo de que los gastos de dicha parafernalia los cubriría la Audiencia neogallega.

Una Real Cédula, de 1672, instruyó al Presidente de esa corporación para que de la mano con el Cabildo catedral influyera sobre los religiosos residentes en la ciudad, de modo que ninguno falte a su fiesta, en la catedral.[6] De la celebrada en 1708 sabemos, por ejemplo, que tan sólo en su día cumbre, 7 de octubre, presentó gastos que ascendieron a 350 pesos.[7]

El cronista Matías de la Mota, que muchas fue testigo de tal celebración, lo describe en los términos elocuentes y precisos (1741) que se citan aquí textualmente:

 

Siempre ha tenido esta imagen solemne culto y de treinta años a esta parte se le hace un novenario muy plausible, y en su último día se saca en procesión por la plaza, con la asistencia de [la Real] Audiencia [de la Nueva Galicia] y ambos cabildos, y toda la ciudad atraída de la devoción a dicha Señora, y especialmente de su belleza, porque en opinión común lo es más que las otras, aunque la de la cofradía del Rosario [establecida en el convento de ese nombre, de frailes Predicadores]… es el imán de los corazones.

           

Y de lo que tanto nos interesa, añade:

 

Por octubre […] celebran también fiestas de toros, en que corren cañas y lanzas en bien concertadas cuadrillas,[8] con lo que regocijan y alegra la ciudad con sus máscaras y carros, de suerte que es tan cordial la devoción que en Guadalajara se tiene con la Virgen María Nuestra Señora, que todo el año parece que se le tiene consagrado, celebrando novenarios y procesiones en las imágenes que en varias advocaciones tienen.[9]

 

Con lo apenas dicho creemos demostrado que durante dos siglos decisivos para el nacimiento y configuración de la cultura mexicana, el culto que se le tributó a Nuestra Señora de la Rosa desde la catedral tapatía alcanzó un rango tan preeminente que sin estar desligado al sevillano de Nuestra Señora de la Antigua, ya en la primera mitad del siglo xviii no se le relaciona directamente con él, sino con la versión que tan bien recuerda el multicitado Mota Padilla a modo de leyenda urbana:

 

[…] sólo por tradiciones de nuestros mayores, diré lo que todos dicen, y es que el señor don Carlos v remitió a la Nueva Galicia cuatro imágenes de Nuestra Señora, todas iguales en sus tamaños en ser de talla y al parecer de una misma advocación, con el Niño Dios en los brazos y la mano derecha con demostración de tener en ella el santísimo rosario, todas cuatro de rostros afables y venerables, que todas las recibieron los religiosos de Nuestro Padre San Francisco –como que fueron los primeros que entraron en el reino con Nuño de Guzmán–.[10]

 

Si tomamos al pie de la letra esta información, las fechas extremas en las que el Emperador de Alemania pudo hacer tal donación sólo pudo ser de los años que van de 1530 a 1556, de donde resultaría que la comentada escultura de 170 cms. de alta ya estaba labrada cuando se echó la primera piedra de la catedral definitiva, en 1571.

Ahora bien, de sus hermanitas depositadas en el convento de los Hermanos Menores –el confín sur de Guadalajara–, la de Nuestra Señora de los Ángeles estuvo allí hasta que la devoró el incendio provocado de 1936,[11] y la del Rosario junto con la cofradía a la que estaba unida, que en 1610 pasó al templo que habían tenido a su cargo los frailes carmelitas en el confín norte de la calle que luego se denominará de Santo Domingo en señal de reconocimiento público a los frailes de ese hábito.

El caso es que la gestión del culto a la Virgen del Rosario en manos de los dominicos fue más que acertada, pues en su honor se levantó un templo monumental y hermoso y se le dedicó un convento que también sirvió de centro de formación para novicios dominicos y de estudio de educación media y media superior para los jóvenes de la ciudad, a su servicio estuvo una comunidad de frailes y laicos terciarios y su púlpito fue tribuna de oradores para el pueblo. Del culto a la Virgen del Rosario recordamos aquí como se le llevaba en andas por la vía pública para impetrar el favor divino,[12] máxime que desde 1724, por decisión unánime del pleno de la Real Audiencia, se le nombro y tuvo por patrona de la ciudad, y desde 1735 se le reconoció como taumaturga o milagrosa.

Para que derivado de esto último no sobreviniera la mengua de la popularidad a Nuestra Señora de la Rosa, el 9 de febrero de este último año el Deán Ginés Gómez de Parada juró, a nombre de la corporación a su cargo, tenerla y honrarla como tal junto con su Cabildo, a cambio de

 

[que] se continuase el anual reconocimiento del solemne novenario que se dedica a dicha Santísima imagen de la referida Iglesia Catedral, con la misma formalidad y asistencia que se ejecuta en el convento de Santo Domingo.[13]

 

8.2 Más datos en torno a la misma coyuntura

De lo apenas dicho derivó la disyuntiva de no empalmar los novenarios de dos imágenes con idéntico título, dejándose al de la Catedral el primer sábado del mes de octubre y la del templo de su advocación el 7 del referido mes.

Se estipuló también en las constituciones de la Cofradía catedralicia imponer a cada miembro de esa Hermandad una cuota anual de tres pesos en reales,[14] a recibirse dos meses antes de la fiesta; también, mantener fijo el número de los cofrades, de modo que sólo ingresara un pretendiente luego del deceso de uno activo. Finalmente, se encargó a los miembros más antiguos hacerla de procuradores de las cuotas, llevar el libro de egresos y la relación puntual de los gastos incluso con observaciones precisas respecto al adorno y la compostura del retablo, todo lo cual debía pasar por la aprobación del Deán en turno.[15]

Tenemos noticia del ajuar en piezas de orfebrería y del número de lámparas de aceite que debían arder ante el altar de la Virgen de la Rosa y motivos para conocer el crecimiento exponencial de estas ofrendas. De la consolidación de un respetable fondo de crédito a favor de quienes concursaron por obtenerlo y de la solidez de un culto que se encarnó a la cultura popular que por entonces se gestaba, lo que facilitó, en última instancia, el vínculo social entre los eclesiásticos, el gobierno y la sociedad tapatía marchara al unísono.[16]

Enfatizando lo apenas dicho, afirmar con certeza moral que durante un siglo largo las motivaciones y la parafernalia de la hermandad sacerdotal catedralicia de Nuestra Señora de la Rosa llegó a ser el nexo más patente entre el cabildo catedral y la sociedad civil y hasta un estímulo a una devoción que no ha cesado hasta el presente, el rezo del rosario.[17]

Por último, señalamos aquí el valor emblemático que en una sociedad de corte estamental tuvieron tales actos en su cúspide tales actos, toda vez que gracias a ellos la gente de a pie podía tener ante sí y a golpe de vista en la vía pública o en las celebraciones litúrgicas, a los representantes institucionales del altar y del trono formando una mancuerna por demás consistente.

 

8.3 La cofradía de la Preciosa Sangre de Cristo y Nuestra Señora de la Soledad

 

Fue, hemos ya dicho, la más antigua de la ciudad y la primera en establecerse en la Catedral tapatía y su cúspide era la de trasladar en andas por las calles de la ciudad el Viernes Santo las imágenes del Santo Entierro en su urna y de Nuestra Señora de la Soledad en sus andas, en las condiciones y términos que cada año actualizaba el Cabildo catedral.[18]

De tal cortejo formaban parte las personas de más abolengo, renombre, prestigio y ascendencia social en la capital. En prenda de eso, la cuota de 10 pesos[19] con la que a mediados del siglo xvii se gravó a cada cofrade que tomara parte de este paso procesional no resultaba un insulto.

Del caudal que pudo tener esta cofradía nos sirve de botón el legado para un aniversario perpetuo de misas de sufragio establecido en 1707 con un capital principal de 7,000 pesos[20] por el cofrade Diego de Sierra.[21]

 

8.5 La Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio

Si hasta el siglo xviii el subsuelo de la Catedral albergó fosas de enterramiento para difuntos, nada más natural que una de sus cofradías hubiera sido la de las Benditas Ánimas del Purgatorio, cuya vocación fue la de recaudar ofrendas en metálico y convertirlas en el estipendio de las misas de sufragio por los cofrades finados, por todos los fieles difuntos y en especial “el ánima sola de los señores sacerdotes”.[22]

            Ante la incesante demanda de aplicar las sobredichas misas de sufragio en el altar de ánimas en los recintos que tuvieron ese privilegio, en el que la intención de una misa en él equivalía a treinta en los que no alcanzaban tal título, convalidaba la costumbre piadosa de las misas gregorianas. Eso implicó para la catedral tapatía instalar ante la representación del ‘ánima sola de los señores sacerdotes’ un cepo de tres llaves, cuyos fondos administraba una colecturía de ánimas, de la que echó mano el Cabildo Eclesiástico a partir de 1929 (en el peor momento para eso, si bien se ve, el de la persecución religiosa, o en el principio de lo que venga luego, los “arreglos”, pues fue después del armisticio entre el gobierno y la Iglesia que puso fin a la fase belicosa de la guerra cristera en México), para sufragar con los donativos del ‘Ánima sola’ la raya de los operarios del templo Expiatorio tapatío, labor que personalmente cumplió don José Garibi Rivera de 1923 a 1968.

 

8.6 Dos escolios respecto a la Cofradía de Ánimas de la Catedral tapatía

Se impone señalar que a la Cofradía de las Benditas Ánimas establecida en la Catedral de Guadalajara se le asignó como propio la parte del altar del Perdón, donde se honraba una pintura representando el misterio de la Concepción Inmaculada de María, al amparo de la cual se puso esta cofradía, toda vez que la representación del o las ‘ánimas del purgatorio’, de la que ya mencionamos una, no son para venerarlas, sino para estimular a los devotos a ofrecer por los fieles difuntos sufragios y plegarias, particularmente aplicando por ellos intenciones de misas.[23]

En la Europa de la baja edad media y en el marco de la peste negra se forjó el vínculo entre los miembros de una cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio –antecedente de las mutuales de difuntos que vengan luego– con el misterio de Inmaculada Concepción, toda vez la concepción teológica del purgatorio coincidirá en la baja Edad Media con la polémica entre las escuelas franciscana y dominica en la defensa ardorosa que los unos harán de lo que sólo será dogma de fe hasta 1854[24] y lo que hasta el Concilio de Trento recibió un reconocimiento oficial y solemne como lugar teológico, el purgatorio.[25]

Ese parentesco no es ajeno al derrotero que a partir de la glosa del capítulo xii del libro del Apocalipsis haga la tradición de la Iglesia de la “mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”, que en los términos joánicos alude a la Iglesia, preñada de la humanidad nueva, que da a luz en el bautismo y a despecho de la serpiente de siete cabezas y diez cuernos sobre cada una (el Imperio Romano perseguidor del cristianismo), que quiere devorar a su hijo en cuanto nazca, hizo un paralelo con la primera mujer beneficiada sin necesidad del bautismo por los méritos del Hijo del que sería madre, de modo que por extensión lo será también como abogada de los fieles difuntos. De tal opinión y por ese tiempo, es San Anselmo de Canterbury, para el cual la Virgen María es “reconciliadora del mundo” en cuanto abre y señala el camino de la salvación, Jesucristo. Haciéndole eco, el monje Eadmero, su discípulo, dice que “María impera sobre todo el mundo, pues el Espíritu Santo, que descansó sobre ella, la ha hecho reina, emperatriz del cielo, de la tierra y de cuando en ellos hay.”[26]

Con tales elementos hemos justificado, entonces, que los miembros de nuestra Cofradía de Ánimas catedralicia vinculados desde el principio al misterio de la Purísima Concepción de María no fueron en lo más mínimo, disidentes o transgresores de la fe católica.

Sea como fuese y para evitar ambigüedades, en 1848 se estableció en la Catedral de Guadalajara una Cofradía sólo de la Inmaculada Concepción, de la que hubo dos representaciones en los lugares más señalados del recinto, una pintura en el Altar del Perdón, a la que ya nos referimos, y una escultura central en el retablo de los Reyes, que hoy se venera y resguarda en la capilla del Seminario Mayor de Guadalajara.[27] En la segunda mitad del siglo xix, aprovechando el espacio muerto que dejó en la iglesia matriz la construcción de la sede parroquial del Sagrario, el vano de la puerta sur se convirtió en excusa para edificar allí la capilla de la Inmaculada Concepción, que hasta el presente sirve para la reserva de la Eucaristía o capilla del Santísimo Sacramento.[28]

No es ocioso recordar que Carlos iii, por Real Decreto del 16 de enero de 1761, hizo pública la adhesión oficial y solemne al ‘Universal patronato de nuestra Señora en el misterio de su Inmaculada Concepción en todos los reinos de España e Indias”, convalidando por acá lo que desde la primera mitad del siglo xvi ya era, gracias a los misioneros franciscanos, la devoción mariana más populosas del Nuevo Mundo.[29]

Un conocedor absoluto de las cofradías tapatías del siglo xvii, Thomas Calvo, recuerda que las de todo obispado de Guadalajara fueron abrumadoramente dos, la del Santísimo Sacramento y la de la Inmaculada Concepción, a cargo de mantener ardiendo la lámpara del Santísimo la una y la de administrar los recursos y servicio del hospital la otra, y en su indagatoria hizo una relación de 37 cofradías de ‘españoles’ y 86 de indios para lo uno y lo otro, en relación con las 103 cofradías de españoles y 109 de indios del universo existente hasta el año de 1700 en dicha jurisdicción eclesiástica.[30]

Si nuestras cofradías en cuando asociaciones religiosas fueron “instauradas por un fundador, mediante escritura pública, para destinar a perpetuidad fondos o recursos materiales suficientes para solventar los gastos de una ceremonia religiosa dentro de la catedral”, en palabras de Tomás de Híjar,[31] no conviene dejar en el tintero al menos mencionado, otro escolio que de por sí ocuparía un tratamiento especial, el del encuentro oficial de estos organismos como el prelado diocesano, pues más allá de los actos rituales y litúrgicos que periódicamente hacían coincidir al obispo con los cofrades en la Catedral, se tenía el compromiso periódico e ineludible que recibir la visita del prelado en el acto de la revisión de los libros de cuentas y de la respuesta a las irregularidades detectadas en el manejo de los caudales.

 

Conclusiones

 

·      Nos propusimos aquí exhibir a grandes zancadas la relación muy larga que en el tiempo y el espacio hizo coincidir intereses civiles y religiosos a través de los lazos jurídicos y sociales que se tejieron durante el establecimiento y vida pública activa de las cofradías, interesándonos especialmente las que tuvieron por asiento la Catedral de Guadalajara y por derrotero el espacio público de la ciudad en el marco de los actos que implicaban tal uso y ocupación temporal.

·      Por consiguiente, ante la relación que en ese tiempo era cordial y natural entre las corporaciones civiles y las eclesiásticas se impuso el establecimiento de un panorama de relaciones sociales entre estos grupos, que según lo vimos fueron los cabildos civil y eclesiástico, el obispado de Guadalajara y la Real Audiencia de la Nueva Galicia, los clérigos y los laicos y el uso mixto del espacio público y el espacio sagrado como expresión social de lo que entonces era una alianza salvaguardada por el derecho positivo y el orden jurídico entonces en vigor.

·      Los hilos conductores de esos nexos, según los fuimos desgranando, son ricos y variados, pues la buena marcha de obras pías implicaba la consolidación de un patrimonio material que produjera ingresos en metálico y asegurara la pervivencia de los propósitos y fines de aquellas, por tanto, el patrocinio o mecenazgo, la administración de caudales y el cumplimiento de los fines ora litúrgicos ora cultuales derivados de este universo.

·      El análisis que aquí se hizo de las cofradías que tuvieron su asiento en el interior de la Catedral de Guadalajara no tuvo pretensiones exhaustivas, solo enunciativas de lo que en su tiempo, muy largo, tuvieron estas corporaciones al tiempo que se modelaba la cultura popular mexicana, entre los siglos xvi y xviii, interesándonos a nosotros el modo como se mantuvieron y perpetuaron los vínculos entre la élite local y sistemas confesionales alrededor de un propósito pío pero socialmente identitario o inseparable al interés público, y por lo mismo generador de usos, costumbres y prácticas.

·      A partir de los datos aquí expuestos se pudo demostrar cómo a principios del siglo xviii y a impulso del trono español, el culto mariano en la ciudad de Guadalajara ocupó una cobertura más que amplia, siendo a ratos avasalladora.

·      Ahora bien, la preeminencia de la devoción mariana en los casos que aquí estudiamos, no siendo aislados ni ajenos al del sistema político de su tiempo podemos también verlos nosotros desde una serie de continuidades históricas que facilitaron la consolidación de imaginarios colectivos alrededor de advocaciones de este rango muy concretas, que en nuestro caso fueron las de la Purísima Concepción de María, la de Nuestra Señora de la Soledad, la de la Virgen de Zapopan y la de Nuestra Señora del Rosario (de la Rosa).

·      Si tal fue la cubierta o epidermis, los músculos, la carne y la estructura ósea de estas corporaciones, fueron, según lo vimos, la mixtura de los más amplios intereses, el crediticio entre ellos, pero también el estamental, de modo que en torno a estas cofradías deambularon eclesiásticos de cierto calado, como los miembros del cabildo catedralicio, las personalidades más relevantes del vecindario y las que deseaban serlo de forma gradual y a través de actos públicos y notorios, en ese momento de mucho valor en el ámbito de la vida pública.

·      Sobresalió el papel activo que en todo ello tuvo una corporación, y no era para menos tratándose de su ámbito propio, el Cabildo Eclesiástico y su escalafón, que con una porción no corta del diezmo podía y debía sufragar obras sociales relacionadas con la educación y con la salud pública.

·      Se demostró, igualmente, cómo ya a comienzos del siglo xviii la interacción en lugares citadinos y fechas fijas o previsibles del calendario, facilitó un clima social de la armonía donde lo sagrado y lo profano pudieron bordar en el espacio público urbano y el catedralicio una relación intrínseca y un ordenamiento simultáneo hasta niveles tan singulares como el que facilitó la tribuna que el cabildo eclesiástico labró con salida a la Plaza Mayor, para participar desde allí en las corridas de toros que se formaban en las fiestas de Nuestra Señora de la Rosa a costa de su Hermandad Clerical.

·      Creemos, con esto, estar abriendo una veta en la que se podrán escarmenar aspectos de la cultura popular que hasta la fecha no han sido materia de análisis, aunque lo merecen del todo, a fin de recrear el “orden” de una ciudad que se estaba formando desde sus ceremonias cíclicas, desde sus símbolos propios, desde las instituciones que le ofrecían tutela y continuidad a sus planes, proyectos y perspectivas a modo de unidad centralizada de poder político.

·      En resumen, nos hemos empeñado en acreditar cómo fue que durante el siglo xviii la capital de la Nueva Galicia –que en 1786 pasó a denominarse Intendencia de Guadalajara–, se volvió un espacio de interacción social en imparable ascenso gracias no sólo al crecimiento material que a partir de ese momento suceda –y que hoy, muy curiosamente, ocupa el corazón de la Cruz de Plazas–, sino también al aliado enorme que en la reformulación del orden y la administración del espacio urbano tuvo en ese ámbito de acción el espacio sagrado por excelencia, la Catedral y sus corporaciones responsables, en ciertas fechas y bajo determinadas condiciones, para arribar o salir y desplazarse de forma ordenada y corporativa por el espacio público citadino, en pasos menos marciales que emblemático, pero de grandísima importancia para la sociedad corporativa de ese entonces.[32]

 

Bibliografía y fuentes

 

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·       Wobeser, Gisela von et al, en la obra La función de las imágenes en el catolicismo novohispano, México, unam, 2019.

·       Yáñez García, Juan Manuel, “Una Catedral en construcción, identidades en transformación: Patrocinio, política y discurso de las imágenes (Los obispos de Oaxaca y su cabildo, 1657-1728)” Tesis de Doctorado, Instituto de Investigaciones Estéticas, unam, 2016.



[1] Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Morelia con maestría en Historia de México por la Universidad de Guadalajara, ha desarrollado investigaciones sobre la religiosidad novohispana, pintura, escultura religiosa del siglo xviii, comunidades religiosas y su relación con el poder eclesiástico.

[2] Publicado originalmente en Ruano Ruano Leticia (Coord.), Espacios y fenómenos en la reconstrucción histórica: figuraciones sociales, políticas, culturales y materiales, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2019, pp. 23-76. El texto que aquí se publica se ciñe al anterior pero con ajustes en su redacción

[3] Hasta fechas muy recientes estuvo activa. Viven aún algunos cofrades, pero desde el deceso de su último prioste, el canónigo Rafael López (2003), se haya acéfala y sin coordinación. De su relevancia en el tiempo que nos interesa, tenemos un buen ejemplo en el legado que hizo a su favor el deán Miguel Núñez de Godoy para garantizar que se le daría sepultura a los pies del altar de Nuestra Señora de la Rosa. Cf. Autos hechos a pedimento de la parte de la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara, sobre la exhumación de los huesos del señor doctor don Miguel Núñez de Godoy, deán que fue de dicha Santa Iglesia, que falleció en México, sepultado en la Santa Iglesia Metropolitana, y que se trasladen a la Parroquia del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, extramuros de dicha ciudad, 1721-1727, Archivo Histórico del Arzobispado de México (aham), Sección: Episcopal, Serie: Secretaría Arzobispal, Subserie: Diócesis de Guadalajara, Caja 31,exp. 8

[4] En Guadalajara este monopolio comenzó a ablandarse hasta el siglo xviii, y modelo de ello fueron los hermanos Casiano y Juan Gómez de Parada, el primero de los cuales murió siendo deán del Cabildo y el segundo, obispo de Guadalajara, de modo que le tocó ser el primer tapatío en ceñir una mitra, que en su caso fueron tres, las de Yucatán (1715), Santiago de Guatemala (1728) y Guadalajara (1735-1751). Eso se debe a que después de cursar la educación media superior en el colegio mayor de Santa María de Todos Santos, hizo la superior en la Universidad de Salamanca, de la que fue catedrático y donde se doctoró en Teología. Regresó a la Nueva España de 38 años de edad, como prebendado de la catedral metropolitana, y estando allí le vinieron las siguientes promociones. De todo ello da cuenta Manuel Romero Terreros en Apuntes biográficos del Ilmo. Sr. D. Juan Gómez de Parada: obispo de Yucatán, Guatemala y Guadalajara, México, Tipografía de la Viuda de F. Díaz de León, Sucs., 1908.

[5] Esta hermandad estaba constituida por sacerdotes y canónigos quienes mandaron construir altares, y los dotaron de imágenes, joyas, lámparas, además fundaron aniversarios y capellanías. ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Cajas: 5, 6, 18, 20 y 21, Años: 1689-1782.

[6] Mariana de Austria a los Arzobispos y obispos de las Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano concede a todos los reinos la extensión del rezo de la festividad del Santísimo rosario de Nuestra Señora (02.06.1672), ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cédulas Reales, Caja 1, Libro 1, f. 249.

[7] Hoy (2023) equivaldrían a 700 mil pesos. Cf. Tabla de dotaciones, misas y aniversarios, Años: 1688-1708, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Parroquias, Subserie: Catedral, Caja: 3, Exp. 13.

[8] El tablado se instalaba en la Plaza Mayor muchos años antes de que al filo esta se alzasen las Casas de Gobierno. Eso fue motivo para que el Cabildo catedral hiciera construir la tribuna que se sigue asomando por el sureste del conjunto catedralicio a la hoy Plaza de Armas.

[9] De la Mota, p. 305.

[10] Op. cit. p. 383-384.

[11] Fray Luis del Refugio de Palacio, La Catedral de Guadalajara, Guadalajara, Artes Gráficas, 1948, p. 84.

[12] Orozco, Luis Enrique, p. 65.

[13] Díaz Cayeros, p. 96.

[14] Hoy equivaldrían a 7500 de los nuestros.

[15] Díaz Cayeros, p. 97.

[16] Martínez, p. 45-71.

[17] Ya alentada por la Real Cédula del 02.06.1672, por la que se hace pública la gracia pontificia por la que se Concede a todos los reinos la extensión del rezo de la festividad del Santísimo Rosario de Nuestra Señoraahag, Sección: Gobierno, Serie: Cédulas Reales, Caja 1, Libro 1, F. 249.

[18] Informe de bienes y administración de los mismos (20.02.1657), ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 20, exp. 19.

[19] Sin ser astronómica, la cantidad era muy elevada, unos 20 mil pesos de nuestro tiempo. Cr. Informe de bienes y administración de los mismos, 20.02.1657, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 20, exp. 19.

[20] ¡14 millones de pesos nuestros!

[21] Cf. Sobre los bienes que el señor Diego de la Sierra ha dejado en favor de la cofradía y para la celebración de misas por su alma, 14.01.1707, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 20, exp. 22.

[22] Representada en efigies en pinturas y esculturas donde entre llamas emerge un varón tocado con tiara, mitra o al menos tonsura clerical, de su caso se ocupa con seriedad y frescura Claudio Lomnitz, en su libro Idea de la muerte en México (trad. de Mario Zamudio Vega), México, Fondo de Cultura Económica, 2006.

[23] Del caso se ocupa Gisela von Wobeser, et al, en la obra La función de las imágenes en el catolicismo novohispano, México, unam, 2019.

[24] La definición del dogma la hizo el Papa Pío ix a través de la bula Ineffabilis Deus del 08.12.1854.

[25] Ses. vi Can., Ses. xxii, can. 3 y Ses. xxv.

[26] Patricia Fogelman, “El culto mariano y las representaciones de lo femenino: Recorrido historiográfico y nuevas perspectivas de análisis,” en Revista de Estudios de la Mujer. Luján. La Aljaba, vol. 10 (diciembre 2006), pp. 175-188.

[27] Erección de la cofradía en Catedral en 1848, Año 1848, ahag, Sección: Gobierno, Serie: Cofradías, Caja 21, exp. 2., “Felipe iv informa sobre la recepción de una Bula, con regocijo que envía copia, se efectúen demostraciones de Alejandro vii que emite declaraciones acerca del Santo Misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima y por lo mismo expresa con regocijo de envía copia adjunta [que no aparece] para que se efectúen demostraciones solemnes por parte de los funcionarios eclesiásticos”, 1662, cehm-carso, Fondo: Cedulario de la Nueva Galicia:1636-1816, Serie: 1, Caja: 1, Legajo: 49, Carpeta: 1, y Libro de Actas de Cabildo, Año: 1716, acmag, Sección: Secretaría, Serie: Actas Capitulares, Vol. 8, Acta Capitular 125, 126 y 127.

[28] Al respecto, véase Arturo Camacho Becerra (Coord.), Morada de virtudes. Historia y significados en la capilla de la Purísima de la catedral de Guadalajara. El Colegio de Jalisco, 2010.

[29] Calvo, “Los ingresos eclesiásticos…”, op. cit., p. 56.

[30] Calvo, “Los ingresos eclesiásticos…”, op. cit., p. 56.

[31] Tomás de Híjar Ornelas, “El Cabildo Eclesiástico de Guadalajara,” en Arturo Camacho (coord.), La Catedral de Guadalajara. Su historia y significados, T. iv (cd), Guadalajara, Arquidiócesis de Guadalajara, 2015, p. 29.

[32] Al referirme a espacio sagrado considero lo señalado por Mircea Eliade, quien definió lo siguiente: “Hay, pues, un espacio sagrado y, por consiguiente, «fuerte», significativo, y hay otros espacios no consagrados y, por consiguiente, sin estructura ni consistencia; en una palabra: amorfos. Más aún: para el hombre religioso esta ausencia de homogeneidad espacial se traduce en la experiencia de una oposición entre el espacio sagrado, el único que es real, que existe realmente, y todo el resto, la extensión informe que le rodea”. Mircea Eliade, Lo Sagrado y lo profano, 1956, 4ª Ed., Madrid, Guadarrama/Punto Omega, 1981, p. 15.





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