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Circunstancias que hicieron posible, hace 200 años,

convertir en estado ‘libre y soberano’ de Jalisco

la Diputación Provincial de Guadalajara

Tomás de Híjar Ornelas

 

Analiza este ensayo

Cómo fue que nació la República Mexicana

desde su primera entidad federal

 

“¡Viva la religión!, ¡Viva nuestra Madre santísima de Guadalupe!,

¡Viva Fernando vii!, ¡Viva la América y muera el mal gobierno!”,

gritó Hidalgo.

A lo que el pueblo respondió:

“¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!”

 

Lucas Alamán

 

 

Exordio

 

Si a la antigua Intendencia de Guanajuato y al obispado de Michoacán con toda razón y justicia se les tiene como cuna de la Independencia nacional en virtud de la oriundez de los caudillos del movimiento que provocó la gesta que a la vuelta de dos lustros transformó en Imperio Mexicano lo que antes fue la Nueva España, nadie hasta hoy se ha ocupado en reconocer que dicha entidad nació en Guadalajara el 14 de junio de 1821, día de la adhesión solemne de los responsables de las corporaciones civiles y eclesiásticas de la Diputación Provincial de ese nombre al Plan de Independencia de la América Septentrional, y que a la vuelta casi exacta de dos años allí nacerá también la República Mexicana, cuando dicha instancia se transforme, el 16 de ese mes, en su primera entidad federativa bajo el nombre de Estado Libre y Soberano de Xalisco, no es casual ni irrelevante.

La piedra de toque de uno y otro suceso se remonta a 1808 y su escenario lo puso el modo como se orilló a abdicar en beneficio de José Bonaparte –uno de los hermanos del Emperador de los franceses–, a los soberanos legítimos Carlos iv y Fernando vii, afrenta que sirvió de excusa para establecer Juntas Patrióticas en los reinos o naciones de la península ibérica –hoy diríamos ‘autonomías’–, aglutinadas bajo un solo cetro desde el siglo xvi.

Paradójicamente, tal medida no se pudo llevar a cabo en los dominios hispanos de ultramar debido al recelo y desconfianza de los peninsulares respecto a los españoles americanos, sin comprender que al privarlos de la posibilidad de ejercer cierta autonomía en ausencia de Fernando vii y repudio del rey apodado Pepe Botellas, se ensanchaba la distancia ya grande entre gachupines afrancesados, muy proclives a hacer suyos los intereses liberales bonapartistas, y el deseo ardoroso de los criollos de interrumpir, desde una simpatía natural por el conservadurismo político, la relación con un soberano impuesto de tan mala manera.

Sin embargo, mucho antes de las pretensiones hegemónicas de Napoleón Bonaparte sobre la totalidad de Europa, anticipó el hundimiento institucional de los reinos ‘católicos’ y el control de Inglaterra sobre las rutas marítimas de África, la India, China y las Molucas el debate aplicado por las clases rectoras durante la carambola que produjo el extrañamiento de los religiosos de la Compañía de Jesús de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767), preludio al primer gran barreno de los procesos de secularización de los siglos xix y xx.

Atizaron estas brazas la independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica (1776), la revolución francesa (1789) y el muy menguado gobierno de los sucesores de Carlos iii.

 

1.    Esos años en la Intendencia de Guadalajara

 

Paralelo a todo esto pero a despecho de lo que pasaba en Europa, entre 1771 y 1792 la capital de la Nueva Galicia y su dilatadísima comarca recibió el beneficio de la gestión episcopal de Fray Antonio Alcalde, o.p., que entre los 70 y los 90 años de edad puso en marcha algo que sólo muy de vez en cuando es posible, Veinte años de beneficencia y sus efectos durante un siglo.[1]

En efecto, gracias a la aplicación meticulosa y transparente de la porción del diezmo que le correspondió administrar,[2] siempre a favor de proyectos sociales importantísimos para la vivienda popular y el desarrollo urbano de  la ciudad episcopal, a su asistencia sanitaria y a la educación sistemática de la juventud, con el genio del estadista echó las bases de una visión de largo aliento que entre nosotros sigue latente y viva.

Suponemos por ellos que el obispo Alcalde –que lo fue por antonomasia, como sus ascendientes en su nativa Cigales, villa muy cercana a Valladolid–, un administrador despejado e ímprobo, tuvo a un genio de las finanzas todavía sin desvelar como su colaborador más cercano, nos referimos a su hermano de hábito Fray Rodrigo Alonso, o.p., su asesor financiero desde los tiempos de su priorato en el convento de Jesús María de Valverde; el caso es que el obispo Alcalde echó una después de la otra las capas que elevaron a Guadalajara a ocupar el rango de segunda ciudad en importancia de la Nueva España, corona de lo cual fue la apertura de la Real Universidad de Guadalajara, pública y gratuita, con las facultades de Teología, Medicina y Jurisprudencia, y la introducción de la imprenta a cargo de Mariano Valdés Téllez-Girón, que se estrenó con los Elogios fúnebres de Fray Antonio al año siguiente, cerrando sus obras materiales el hospital más grande de América en ese momento, el de San Miguel de Belén, el 3 de mayo de 1794.

Añadamos a lo dicho que nada de todo esto se habría perpetuado en el tiempo si los “Veinte años…” a lo que acabamos de referirnos no los prolongara otros treinta (¡!) el sucesor inmediato de Alcalde,[3] don Juan Cruz Ruiz de Cabañas, gestor no menos competente a favor del bien común, al que tocó hacer las veces de puente entre dos siglos y de dique ante los cambios radicales y bruscos que eso implicó en el mundo.

 

2.    Las Cortes de Cádiz y los movimientos emancipatorios en la Nueva España

 

En 1810, de forma paralela a la cita que congregó en el puerto de Cádiz, protegido de Francia por los navíos de Inglaterra, a los diputados del primer Congreso Constituyente de la monarquía española,[4] el párroco de la congregación de los Dolores, en el obispado de Michoacán, don Miguel Hidalgo y Costilla, en las primeras horas del 16 de septiembre, un día después de las fiestas patronales, luego de un toque de rebato con el que congregó a no pocos varones adultos, les exhortó a rebelarse contra de los gachupines y a defender la fe católica de los herejes impíos, los simpatizantes de Francia, y a procurar la vuelta al trono de su legítimo señor, Fernando vii.

La condición de eclesiástico del caudillo, su carácter de víctima impotente de exacciones que sangraron la economía de los propietarios de tierras de cultivo y ganaderas, de los industriales y de los comerciantes y su participación en el descontento de los novohispanos respecto a los que por haber cruzado el Atlántico se ostentaban como superiores de los que no, fueron la mecha a una rebelión que al cabo de pocas semanas sembró el pánico y desazón entre clases dirigentes, impedidas del todo para repeler la insumisión.

Con la evidencia de los hechos –la toma de dos capitales y las degollinas de peninsulares en ellas– Hidalgo impuso el terror a un movimiento en el que se mezcló el agua de los eclesiásticos con el aceite de los militares, que en este caso lo será la mancuerna compuesta por don Miguel y su Capitán General, Ignacio Allende.

Cuando nada le habría impedido tomar la plaza de la ciudad de México, el párroco dispuso marchar a Guadalajara, ciudad ya bajo el control de José Antonio Torres, incondicional suyo, a la que arribó, después de muchas jornadas, el 26 de noviembre y donde fue recibido con la mayor oficialidad posible.

En las siguientes semanas, una chusma que igualaba al número de vecinos de Guadalajara, improvisó habitación en arrabales al poniente de la ciudad, dedicándose a proveer su sustento de cualquier modo posible. El Generalísimo, por su parte, en uso de sus atributos decretó la abolición de la esclavitud y la supresión del monopolio del tabaco, de la pólvora y del papel sellado; formó así el primer gobierno nacional y hasta invistió a Pascasio Ortiz de Letona como su embajador ante el gobierno de los Estados Unidos.

También, con el propósito de difundir su postura, Hidalgo propició la circulación del primer periódico insurgente de Hispanoamérica, El Despertador Americano, del que circularon siete números, salidos de las prensas de la imprenta situada en el viento oeste de la populosa plaza de Santo Domingo, entre el 20 de diciembre de 1810 y el 17 de enero de 1811. El redactor y editor fue un presbítero del clero de Guadalajara de ideas de avanzada y a la sazón párroco de Mascota, don Francisco Severo Maldonado, en muchos aspectos pensador original y hasta con ribetes de visionario social.

Una mancha ominosa e imborrable del paso de Hidalgo por Guadalajara fue su participación pasiva en la degollina de cientos de personas sólo por haber nacido al otro lado del Atlántico y a despecho del pacto acordado con José Antonio Torres al recibir de sus defensores la plaza tapatía, el cual consistió en un compromiso escrito de respetar las vidas y posesiones de los vecinos, incluyendo los peninsulares, consistió, al menos con la tolerancia de Hidalgo, de convertir el confín norte de la ciudad (las barranquitas de Belén), en patíbulo de las copiosas víctimas de una ordalía de sangre que nada justificará.

Añadamos a lo dicho la circunstancia de verse Hidalgo copado por la animosidad de su correligionario más cercano, Ignacio Allende, que contempló seriamente la posibilidad de asesinarlo y en lo más mínimo nos extrañará lo que ocurrió al cabo de pocos días, a principios de 1811, al tiempo que Félix María Calleja enfrente a Hidalgo y sus huestes en un recodo del camino real de México, el Puente de Calderón, y le inflija la más contundente derrota, de la que derivó su precipitada fuga al norte por el camino de Saltillo a Monclova, donde merced a la traición de Ignacio Elizondo será capturado con su estado mayor y en calidad de reos remitidos a Chihuahua, donde el 26 de junio serán pasados por las armas Allende, Aldama y Jiménez, y el 30 de julio siguiente él mismo.

Si nos atenemos a la Causa Militar contra Miguel Hidalgo y Costilla, que justificó su ejecución en la fecha ya señalada, consta en los autos así levantados que el caudillo reconoció acciones deleznables en el desempeño de su cometido, en especial la de haberse desviado del propósito original, alentar el establecimiento de una Junta Patriótica, y lleno de soberbia, pasar por alto las recomendaciones de colaboradores fogueados en el campo de batalla.

 

Epílogo

 

·      Según nos interesó mucho resaltarlo, los antecedentes que lanzaron a la liza pública el movimiento emancipatorio en la Intendencia de Guanajuato y en la diócesis de Michoacán a partir del 16 de septiembre de 1810 fueron la chispa que convirtió en hoguera un pastizal reseco y proclive a ello en los siguientes seis meses después de esa fecha.

·      Que la estancia de un mes largo del Generalísimo de las América en la ciudad de Guadalajara fue calamitosa para su causa pero esclarecedora acerca del rumbo a favor de la Independencia de España que muy pronto hará suyo quien ocupe su liderazgo, José María Morelos.

·      Que de forma paralela a estos hechos tenía lugar la convocatoria de las Cortes que producirán en el puerto de Cádiz la Constitución de la Monarquía Española de 1812, y derivada de ella, los ayuntamientos como base administrativa de gobierno y Diputaciones Provinciales como fusión de estos, siendo una de ellas la de Guadalajara, que ocupó el lugar que a partir de 1783 fue la Intendencia de ese nombre y de 1531 del Reino de la Nueva Galicia.

·      Que el movimiento libertario produjo la Junta Patriótica de Zitácuaro, de la que nació en Chilpancingo el Congreso del Anáhuac, para tutela del cual se expidió el Acta de elección del primer diputado del Congreso de Anáhuac, José María Morelos, que respondió a dicho nombramiento con sus Sentimientos de la Nación, en los que ya se pronuncia a favor de una “América libre e independiente de España y de toda otra Nación” y asume el postulado moderno según el cual “la soberanía dimana del pueblo” y de leyes justas que “moderen la opulencia, de tal suerte que se aumente el jornal del pobre”.

·      Que la abdicación de José Bonaparte y el ascenso al trono de España de Fernando vii afectó profundamente estos anhelos, pues retrotrajo el estado de cosas al anterior a 1812, la monarquía absoluta en lugar de la parlamentaria.

·      Que en la Nueva España eso encapsuló en los años venideros el control de algunas regiones los anhelos libertarios (el fuerte del Sombrero en Santa María de los Lagos, defendido por Pedro Moreno o la Tierra Caliente, bajo el control de Vicente Guerrero)

·      Empero, que la restauración de la Constitución gaditana, en 1820, redundará en el acuerdo común de emanciparse de España que hizo suyo el Plan de Independencia del Imperio Mexicano, del 24 de febrero del siguiente año, que abrazará de forma homogénea la Diputación Provincial de Guadalajara el 14 de junio siguiente, que al cabo de dos años justos pasará a reconocerse como Estado Libre y Soberano de Xalisco, de donde resulta de lo más evidente admitir que en sus dos momentos fundacionales México tuvo por cuna la sobredicha jurisdicción.

·       



[1] Así bautizó Alberto Santoscoy su “Memoria presentada […] en el concurso literario y artístico con que se celebró el primer centenario de la muerte del Illmo. Sr. D. fray Antonio Alcalde”, y que salió de las prensas del Diario de Jalisco en 1893, en 151 páginas.

[2] La cuarta parte, por eso denominada ‘cuarta episcopal’, que en su caso ascendió a 1’500.000 de pesos, que hoy serían unos 150 millones de euros o 3000’000 000 de pesos.

[3] Fue presentado por el Rey y electo por el Papa el obispo de Durango, don Esteban de Tristán (1793), pero murió de camino a tomar posesión de su cargo (1794), de modo que Cabañas, presentado y electo para la diócesis de León (1794, en Nicaragua), pasó, finalmente, a la de Guadalajara (1795).

[4] Que no produjo el primer texto constitucional español, pues le antecedió el Estatuto de Bayona, de 1808, una Carta Otorgada con la que Napoleón pretendió institucionalizar el régimen autoritario encabezado por su hermano José, pero que ciertamente abraza la tutela de libertades básicas al modo del constitucionalismo napoleónico, y da a las Cortes un papel protagónico en la salvaguarda de la confección de la ley suprema.





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