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Datos de la vida del filántropo tapatío

José Eleuterio González Mendoza,

Gonzalitos (1813-1888)

Román Garza-Mercado[1]

 

 

Si colocásemos a modo de platos de una balanza

la participación que en su tiempo tuvieron dos tapatíos

respecto a la consolidación de la República mexicana el uno,

y el estado de Nuevo León, especialmente su capital, el otro,

encontraríamos muchas similitudes entre dos exalumnos

del Seminario Conciliar de Guadalajara de principios del siglo xix,

el legado alcaldeano: Mariano Otero y José Eleuterio González.

En torno a este tema, se espigan del segundo,

médico, botánico notable, político probo y filántropo

que fundó la Universidad pública de Nuevo León y su hospital civil,

los datos que siguen.

 

Exordio

 

La apuesta a favor de la educación superior que en su tiempo hizo Fray Antonio Alcalde y retomó con idéntico ímpetu su sucesor inmediato, don Juan Cruz Ruiz de Cabañas, prohijó una pléyade de profesionales empeñados, desde la esencia del humanismo integral que es el bien común, en llevar su pericia a favor, sobre todo, de los desvalidos.

Ejemplo de ello es el tapatío del que aquí se ofrecen datos, hijo de Jalisco al tiempo en que nacía la primera entidad federativa de la República mexicana, el 16 de junio de 1823. Nos referimos al médico tapatío José Eleuterio González Mendoza (1813-1888), fundador de la primera universidad y del primer hospital público de Nuevo León en los albores del desarrollo sistematizado de la medicina en Monterrey, en torno al cual giró la atención de sus biógrafos a partir de 1888, poco después de su muerte.[2]

 

1.    Rasgos de su vida

 

José María Reymundo (sic) Eleuterio González Mendoza nació el 20 de febrero de 1813 en la ciudad de Guadalajara cuando ésta era capital de la Diputación Provincial de ese nombre,  no ya del Reino de la Nueva Galicia ni de la Intendencia de Guadalajara, pero menos todavía del estado de Jalisco; aún le tocó ser súbdito del trono español. Lo recibió en su hogar como segundogénito y menor de la pequeña prole el matrimonio compuesto por el capitán Matías González, miliciano peninsular, y su cónyuge Josefa (o Mariana) Mendoza, que antes habían engendrado a Josefa.[3]

            De los cuatro nombres que se le impusieron en la pila, usó el primero y el último, éste en memoria de San Eleuterio de Tournai, primer obispo de esa sede en el siglo v, de la parentela de San Ireneo y martirizado por su fidelidad a la fe católica en tiempos en los que el arrianismo en las Galias se había extendido por todos lados y él fue uno de sus detractores más ardorosos, al que el martirologio romano recuerda el 20 de febrero, precisamente.

Antes de que su hijo cumpliera cinco años murió Matías en el campo de batalla, ya en tiempos convulsos, los de la lucha por la emancipación de México, dejando en el desamparo a la viuda y corta prole y a él a merced de su bondadoso padrino de bautismo y hermano de su madre, el abogado Rafael Mendoza, que asumió totalmente su tutela.

Tenía diez años de edad cuando vino a la vida el Estado Libre y Soberano de Jalisco, el 16 de junio de 1823. Al cabo de dos, se matriculó en el Seminario Conciliar de Guadalajara para cursar estudios humanísticos en ese plantel, donde tomó dos cursos impartidos, respectivamente, por los presbíteros don Rafael Toval y don Pedro Barajas, éste futuro primer obispo de San Luis Potosí, que llegaron a reconocer y admirar el talento y la capacidad de su jovencísimo pupilo, muy por encima de lo común.

Del plantel levítico pasó al Instituto Literario (el otro nombre que tuvo la Universidad de Guadalajara) y a la escuela de Medicina de la Universidad de Guadalajara, que hizo posible el Genio de la Caridad, Fray Antonio Alcalde, creador del hospital de Belén en su sede del noreste de la capital; si bien en la práctica clínica nuestro estudiante optó o fue asignado al segundo nosocomio de la ciudad, el de la Santa Veracruz, creado en  1557 y desde 1606 a cargo de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, donde trabó amistad y conocimiento con un fraile regiomontano de ese hábito, Fray Gabriel María Jiménez, afectado por un mal entonces incurable, la tuberculosis pulmonar, que le convenció de acompañarle, con ánimo de residir allá, a un ámbito geográfico más favorable para sus achaques, la ciudad de San Luis Potosí.

Aceptó nuestro José Eleuterio tanto por su cercanía con Fray Gabriel como por la oferta que recibió de prestar servicios sanitarios a los huéspedes de la casa de caridad a cargo de los juaninos en esa ciudad. No pudo ser una decisión sencilla. Su tutor, don Rafael, había fallecido y José Eleuterio no alcanzaba todavía la mayoría de edad jurídica, que no era hasta los 21 años.

El caso fue que el 6 de octubre de 1830 se hizo cargo de la plaza de Segundo Practicante y Primer Ayudante Quirúrgico del Hospital Nacional potosino, con un salario de cinco pesos a la semana,[4] si bien su estancia terminó siendo fugaz, pues las dolencias de Fray Gabriel le empujaron a seguirlo a su patria chica para pasar allá el invierno. Arribaron a Monterrey “a finales de noviembre de 1830”, y se alojó el religioso en una celda del convento franciscano de San Andrés, que tenía su templo dedicado al Seráfico de Asís.

Antes de terminar el invierno, el 12 de febrero de 1831, regresaron a San Luis Potosí, de modo que José Eleuterio pudo volver a prestar servicios profesionales en el sanatorio de la vez anterior. Así lo hace constar un documento del médico Pablo Cuadriello, director del Hospital Nacional de San Luis Potosí y Jefe del Servicio de Cirugía General,  el cual “certifica y jura” que hasta el 1º de noviembre de 1833 “el ciudadano Eleuterio González practicó cirugía diez y siete meses bajo mi Dirección en este Hospital”.

A la vuelta de dos años, cuando la salud de Fray Gabriel de debilitaba más y más, volvieron ambos a Monterrey, donde llegaron a finales de 1833. En ese lugar y fecha el joven practicante de medicina alcanzó a la vuelta de pocas semanas la mayoría de edad, de modo que cuando su protector murió, el 28 de febrero de 1835, José Eleuterio ya estaba emancipado y con horizonte tan desolador como promisorio.

En efecto, el único centro de atención médica en Monterrey era el Hospital de Pobres de Nuestra Señora la Virgen del Rosario, que ocupaba las instalaciones que originalmente sirvieron de Colegio de Niñas, a cuyo sostenimiento se destinaba una porción del diezmo que administraba la haceduría del Cabildo eclesiástico en esa Iglesia particular, que aun cuando al nacer se le asignó Linares como su sede,[5] despachaba en Monterrey y estaba a cargo, entonces, de Fray José de Jesús María Belaunzarán y Ureña, ofm, su sexto obispo (1831-1839), que sabemos fue proclive a favorecer a nuestro galeno, sin duda por noticias que debió tener de la caridad con la que González Mendoza asistió a Fray Gabriel hasta el final.

 

2.    En el Hospital de Nuestra Señora del Rosario

 

El primer centro hospitalario fundado en el Nuevo Reino de León se edificó en un solar del Ayuntamiento cedido a la Iglesia para tal propósito.[6] Abrió sus puertas el 15 de agosto de 1793 gracias a las gestiones del tercer obispo de Linares-Monterrey, don Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés (1792-1799).[7] Sus dimensiones se reducían tan sólo a “tres salas clínicas y doce camas”, de modo que ante pandemias como las de viruela y fiebre amarilla (1798), cólera grande (1833 y 1849) y fiebre palúdica (1836, 1844 y 1853), se habilitaban provisionalmente otras salas. Durante la guerra de Estados Unidos contra México, por ejemplo, mientras ocupó la plaza Monterrey el general Zacarías Taylor luego de su triunfo en la Batalla de Monterrey de septiembre de 1846, las instalaciones del hospital quedaron más que saturadas y para colmo, convertidas en cuartel de los mercenarios hasta su salida, en 1848.

Al cabo de seis meses de desempeñarse como practicante del Hospital de Nuestra Señora del Rosario, el señor Obispo nombró director interino a nuestro Gonzalitos, como le apodó la gente al facultativo por sus 21 años de edad y rostro bisoño. No obstante ello, unos meses le bastaron para alentar el primer peldaño de su copioso legado a Nuevo León. Nos referimos a la inauguración del primer curso de farmacia, que abrió con cuatro estudiantes el año lectivo 1835/36, y que concluyó en 1839.

Al año siguiente de 1840 recibió el título pleno de Director General del nosocomio, encomienda que desempeñará durante los 19 años siguientes, hasta 1853, cuando el hospital cerró sus puertas por inopia, pues ya no fue posible aplicarle los fondos con los que se sostenía, los del diezmo. Por cierto este último año se le juntaron a nuestro médico dos duelos: mudarse a Cadereyta y recibir la noticia de la muerte de la autora de sus días.

 

3.    Boda y fracaso de su matrimonio

 

El 6 de enero de 1836, en el Sagrario de la Catedral, José Eleuterio, de 23 años de edad, contrajo matrimonio con Carmen Arredondo (1817-1886), de 19, quien era hija espuria –así lo consigna su fe de Bautismo– de José Joaquín de Arredondo y Mioño (Barcelona, 1768 – la Habana 1837), último comandante de las Provincias Internas Orientales de la Nueva España.[8] Fue una relación breve y dolorosa que duró seis años, no hubo descendencia y concluyó con la decisión que ella tomó de irse con un hombre que no era su marido.[9] José Eleuterio no quiso promover la nulidad de su matrimonio ni cohabitar con nadie más, y se consagró desde entonces totalmente a la atención de causas humanitarias.

El 8 de marzo de 1842, luego de ser examinado en el Hospital del Rosario por un tribunal compuesto por la Primera Junta Estatal de Salubridad, a saber, los médicos Francisco Arjona, Carlos Ayala Mier y Esteban Tamez, José Eleuterio, de 29 años de edad, recibió del general José María Ortega y Arista, Gobernador de Nuevo León (1841-1844), el título de médico cirujano y junto con el diploma “la más amplia licencia para que pueda ejercer su facultad en todo el Departamento”.

 

4.    Su vida a favor de la humanidad y del humanitarismo

 

A partir de 1843 no habrá ninguna acción social en Monterrey y en  Nuevo León en la que nuestro González Mendoza no participe:

·      En las vísperas de su titulación, se le pide sea catedrático de medicina (1842)

·      Acepta formar parte de la Compañía Lancasteriana (1843)

·      Recibió el cargo de Vicepresidente vitalicio del Consejo de Salubridad (1851)

·      El de médico cirujano del Batallón móvil estacionario en Nuevo León (1852)

·      Miembro corresponsal de la Sociedad de Geografía y Estadística de México (1855)

·      Censor del Teatro del Progreso de Monterrey (1858)

·      Principal promotor y fundador del Colegio Civil (1859)

·      Profesor y Director del Colegio Civil en dos periodos (1866 – 1873, 1875 – 1876).

 

Subrayemos, a propósito de la historia de la educación superior en Nuevo León, que González Mendoza, tomando como modelo el plan de estudios de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de México, inició las primeras enseñanzas de ese oficio en abril de 1842, cursos que enriquecerá con lecciones de partos, medicina y farmacopea, pues aún pasarán muchos años antes del 30 de octubre de 1859, bajo el mandato del Jefe Militar José Silvestre Aramberri (1825-1864), abra sus puertas el Colegio Civil de Monterrey, con 70 alumnos y a cargo del abogado José de Jesús Dávila y Prieto, alojando sus aulas las escuelas preparatoria, de Leyes y de Medicina. Ésta, con seis catedráticos y quince alumnos, se instaló en el edificio que originalmente fue Palacio Episcopal y Seminario Conciliar y fue la cepa de la Universidad de Nuevo León de nuestros días.

Habiendo cuajado el sueño de su vida en el campo de la docencia superior, Gonzalitos coronó seis meses después esta hazaña, el 2 de mayo de 1860, con la inauguración del Hospital Civil para los Pobres, con apenas 14 camas pero ya bajo el concepto de hospital escuela, abierto a las prácticas clínicas de los estudiantes de medicina.[10]

Durante la estancia en Monterrey de Benito Juárez como Presidente de México por ministerio de ley pero también durante el ii Imperio Mexicano, Gonzalitos asistió el último de los once partos de la señora Margarita Maza, el 13 de junio de 1864, el de Antonio Juárez Maza, que morirá de pulmonía a la edad de 14 meses en Nueva York, donde sus padres se habían exiliado.

Por lo que a la Escuela de Medicina de Monterrey respecta, no obstante que la Ley de Instrucción General del Imperio clausuró los colegios de educación media y superior, los maestros, en sus casas, sostuvieron sus cursos de forma regular. En diciembre de 1865 José Eleuterio González fue condecorado por el Imperio Mexicano con la Orden de Guadalupe, sin que tal distinción le pusiera en la picota de los malquerientes de Maximiliano.

El 15 de octubre de 1866, dos meses antes de que se apoderara de la plaza de Monterrey Mariano Escobedo, la Escuela de Medicina reabrió sus puertas.

El 20 de febrero de 1867, el de su cumpleaños 54, Gonzalitos fue honrado por el gobierno de Manuel Z. Gómez (1866-1867) como Benemérito del Estado, Protector de la Juventud y Benefactor de la Humanidad.

Como si una estrella le faltara a su corona, además de sus actividades como profesional de la medicina y docente también se desempeñó como servidor público, término que en su caso no fue un eufemismo:

·      magistrado suplente del Supremo Tribunal de Justicia

·      diputado local en dos ocasiones (1869 y en 1871)

·      gobernador sustituto del estado dos veces (1870 y 1874)

·      decretó, en esta encomienda, la fundación de la Escuela Normal para Profesores (1870)

·      gobernador constitucional de Nuevo León por sufragio popular (1872-1873).

 

Las Escuelas de bachillerato, Medicina y Leyes del Colegio Civil ocuparon las mismas instalaciones hasta el 12 de octubre de 1877, fecha en la que el gobierno estatal decretó su separación, bajo el mandato de Genaro Garza García (1877-1879). En virtud de ello la Preparatoria se quedó en el edificio que el obispo Llanos y Valdés construyó para hospital a finales del siglo xviii,[11] la Escuela de Leyes quedó a cargo del Consejo de Instrucción Pública y la de Medicina al de Salubridad Estatal, que instaló sus aulas anexas al primer Hospital Civil, y le tocó ser director paralelo de una y otro a nuestro José Eleuterio, que por este tiempo, además de disciplina, moralidad y perseverancia, sabemos pedía a los educandos voluntad para cumplir tres virtudes: “capacidad, aplicación y honradez”, postulado que terminará sirviendo de divisa al escudo de armas del plantel.

Digno heredero de la Ilustración, escribió para las ciencias de la salud los libros Tratado de Anatomía General (1863), Estudio de la clínica (1870), Anatomía topográfica (1870), Lecciones de moral médica (1878) y Catálogo de plantas medicinales (1888), y para las cuestiones científicas y académicas La mosca omnívora (1865), Método curativo del cólera morbo (1886), Biografía del Benemérito Mexicano D. Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra (1876), Apuntes para la Historia Eclesiástica de las Provincias que forman el Obispado de Linares (1877), Los médicos y las enfermedades de Monterrey (1881) y Lecciones orales de la historia de Nuevo León (1882).

La factura del tiempo se fue ensañando con la vista del prócer, que en 1881 hubo de someterse en una clínica de la ciudad de México a la extirpación de una catarata en el ojo izquierdo, con tan malos resultados que perdió totalmente la visión. Dos años más tarde, hallándose ya prácticamente ciego, viajó  hasta Nueva York, donde se le operó el ojo derecho (7 de octubre de 1883),  que recobró totalmente, causando ello en su patria chica adoptiva tal júbilo que el Congreso del Estado de Nuevo León decretó, el 5 de noviembre siguiente, darle el nombre de Doctor González al municipio que ya tenía decidido erigir donde antes había sido la Hacienda de Ramos.

Su retorno a México, el 22 de noviembre de 1883, le valió desde Nuevo Laredo una acogida pública y muy calurosa, que concluyó con un solemne Te Deum en la Catedral de Monterrey y una verbena popular concurridísima. El modélico facultativo, apenas pudo, reanudó sus actividades de toda la vida.

En 1887 se le presentó un mal hepático maligno que siguió un curso del modo más rápido y fatal, de modo que el 4 de abril de 1888, a las 23 horas, fallecía en su domicilio particular de la calle Doctor Coss número 29, en la capital de Nuevo León, a la edad de 75 años. En tal trance estuvieron junto a su lecho el abogado Hermenegildo Dávila y los médicos Juan de Dios Treviño y José María Lozano, discípulos suyos y amigos muy queridos. Habían pasado casi 55 años de su arribo a Nuevo León y 46 de haberse graduado de médico.

Sin necropsia practicada “por orden superior”, el cadáver del Benemérito fue sepultado en la capilla del hospital de Nuestra Señora del Rosario, que desde ese momento pasó a denominarse de Gonzalitos.

En absoluta congruencia con lo que más le importó en la vida, legó sus bienes, por partes iguales, a la Facultad de Medicina y al Hospital Civil.

Para unirse al luto de su partida, el gobierno del estado decretó tres días de duelo.

En 1913 Miguel Giacomino modeló su escultura para el monumento que se le dedicó en la plazuela frente al antiguo Hospital Civil, lugar donde se reubicó su tumba al tiempo de la demolición del vetusto nosocomio.

Finalmente, el 2 de junio de 1982, al cumplirse el primer centenario de su deceso se inhumaron sus despojos en el jardín de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nuevo León, lugar definitivo de su tumba.



[1] El texto que sigue usó absolutamente como cantera el artículo “Destellos del inicio de la Medicina en Monterrey. Parte dos de tres. Dr. José Eleuterio González Mendoza (1813-1888)”, publicado en la revista Medicina universitaria, vol. 11. núm. 45, 2009, pp. 273-278, por un Médico cirujano y neurocirujano regiomontano eminente (1930-2020), fundador del servicio de Neurocirugía en Monterrey, subdirector de su Hospital Universitario y condecorado con el Reconocimiento al Mérito Cívico y Presea Estado de Nuevo León en el área de Investigación Científica. Ahora bien, como se le aplicaron criterios de corrección de estilo y nuevos datos a lo que ya no pudo autorizar quien en vida compuso cinco capítulos de libros y 61 artículos científicos, vaya en homenaje a su memoria este texto, que dio a la luz en el sesquicentenario luctuoso de Gonzalitos.

[2] El abogado Hermenegildo Dávila González (1846-1908), fue discípulo y confidente de Gonzalitos y en su biografía se inspiraron luego Santiago Roel Melo (1885-1957), Eduardo Aguirre Pequeño (1904-1988), Hernán Salinas Cantú (1918-2006), Aureliano Tapia Méndez (1931-2011) y Jorge Armando Pedraza Salinas (1943-1919), la cual lleva por título Biografía del doctor don José Eleuterio González -Gonzalitos-, y se publicó en 1888.

[3] En su fe de Bautismo leemos: “En Guadalajara, a veinte y tres de febrero de mil ochocientos trece, yo, el bachiller don Manuel González, teniente de cura, bauticé y puse los santos óleos a José María Reymundo Eleuterio, [que] nació [el] sábado veinte, a las siete de la mañana, hijo legítimo de don José María González y de doña Mariana Mendoza, españoles. Abuelos paternos: don Juan González y doña Dolores Ruiz de Esparza; maternos, don Salvador Mendoza y doña Tomasa Gómez. Fueron sus padrinos el licenciado don Rafael Mendoza y doña Luis Córdoba. Les advertí la cognación espiritual y su obligación. Para que conste, lo firmé con el señor cura. Manuel González [rúbrica]”. Libro de bautismos 1810-1815, parroquia del Sagrario de Guadalajara, f. 84v. Josefa, su única hermana, casó con el abogado Félix Pérez Maldonado, con el que engendró prole copiosa.

[4] Bajo el valor universal de la plata en ese tiempo, esa cantidad de dinero entonces equivaldría a unos 10 mil pesos de nuestros días (2022).

[5] La creó, a ruegos de Fray Antonio Alcalde y solicitud al Papa Pío vi presentada por el rey Carlos iii, la Bula Relata semper, del 15 de diciembre de 1777. La sede fue Linares pero la residencia del mitrado estuvo siempre en Monterrey.

[6] Su ubicación en nuestros días, al oriente de la ciudad, serían las calles de Abasolo, Padre Raymundo Jardón, Mina y Naranjo, en el barrio antiguo de Monterrey. El inmueble se usó como Colegio de Niñas y cuartel; siendo Casa del Campesino, los muros de la capilla se embadurnaron con murales de contenido ideológico. Hoy se encuentra allí un Museo de Culturas Populares.

[7] Oriundo de Jerez (1725), graduado por la Real y Pontificia Universidad de México, fue preconizado obispo de Linares todavía en vida de Fray Antonio Alcalde, en 1791. Murió a finales de 1799 mientras practicaba la visita pastoral en el Nuevo Santander (Tamaulipas). Durante su gobierno, creó en Monterrey el Seminario Conciliar, edificó el Palacio Episcopal y consolidó el hospital de la capital.

[8] Que en su hoja de servicios contó el haber dispersado, el 17 de abril de 1817, la expedición naval independentista dirigía por Fray Servando Teresa de Mier y el aventurero peninsular Francisco Javier Mina.

[9] Carmen murió en 1886, en la ciudad de México, dos años antes que su esposo.

[10] El predio que abarcó el hospital incluía una extensa huerta que adquirió en 1938 el Instituto Mexicano del Seguro Social para construir allí el Hospital de Altas Especialidades al norte, y al sur el edificio de isssteleón, separados por una calle. Con el importe del predio se iniciaron las obras de la Facultad de Medicina, anexa al Hospital Civil.

[11] La sede original del Colegio Civil, según dijimos ya.



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