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La disputa por los tastoanes a finales del siglo xix

Jesús Jáuregui[1]

 

 

Se coteja aquí, desde registros periodísticos y diversos testimonios,

la guerra a muerte que se le declaró a la más vetusta, persistente y singular

manifestación indocristiana de raigambre jacobea

que, no obstante, se mantiene viva en la región de Guadalajara.[2]

 

 

A nosotros nos revientan los tastoanes; es más, nos parece un espectáculo digno de salvajes; más todavía, creemos que la autoridad hace mal en conceder licencia para la verificación de esa diversión [...] Si los extranjeros ilustrados (como Frederick Starr) o incultos nos la envidian, dispuestos estamos a cedérsela y aun, si así lo desean, podemos cederles cuantos resabios de salvajismo nos quedan todavía...[3]

[…]

... ¿qué significa la mojiganga que con tanto calor se defiende? [...] Lo único [...] que puede representar [...] la fiesta de los tastoanes es el profundo envilecimiento de una raza que conmemora su caída y da gracias al santo autor principal, en su opinión, del descalabro [...] Aunque, seamos justos, muchos a quien adoran es a su caballo.[4]

[…]

Nuestro pueblo, pobrecito, pero hace las cosas bonitas, como los señores de antes que dejaron estas costumbres[5]  (Nosotros le tenemos tanta fe, todos aquí, al patrón, que enfermos o buenisanos le salemos a esta cosa de la fiesta, porque sabemos que si orita andamos medio adoloridos de una cosa o de otra, para mañana ya andamos dando servicio al Santito, perfectamente bien.[6]

 

i

 

Ya habían pasado quince años de la batalla de La Mojonera de 1873,[7] que determinó el resquebrajamiento del movimiento lozadeño, reivindicador de los intereses agraristas de los coras, huicholes y mestizos tepiqueños.[8] La Guadalajara porfiriana se daba el lujo de erigir, en la actual calzada Independencia, un monumento en que se homenajeaba a Ramón Corona (1837-1889), el general que “Salvó a la sociedad de los salvajes de Álica”. En las garitas de Tepic y de Guadalajara se recortaban las alas de los sombreros de soyate con tijeras para trasquilar ovejas y se alquilaban obligatoriamente pantalones a los fuereños indígenas, para que cubrieran las desnudeces que los taparrabos no podían ocultar.[9] El decreto del 30 de enero de 1888, emitido por el municipio de Colotlán, es muy elocuente al respecto:

 

1° Desde el 1° de abril próximo en delante todos los habitantes varones del municipio y extraños que lleguen a esta población usarán pantalones conforme a sus circunstancias pecuniarias.

2° Los indígenas de las Tribus Huicholas que vengan a comerciar a esta Ciudad, se les obligará a usar calzones.

3° A los infractores de las disposiciones anteriores se les aplicará una multa de Cien Centavos que hará efectiva la autoridad política y quedará en arresto el infractor hasta que adquiera el pantalón que dio origen a la multa.[10]

 

Los afanes “civilizadores” de la elite tapatía se enfocaban contra las instituciones de los sectores populares. Como muestra, a principios de ese año aparecía en la sección denominada “Gacetilla” de El Litigante. Periódico de Legislación, Jurisprudencia y Variedades, la siguiente noticia:

 

–Los días de función en Apolo, molesta la empresa de ese teatro á los vecinos, con hacer que todo el día toque en la calle un miserable y ridículo Mariachi, y la tambora se oye á 400 varas á la redonda... ¿Tiene la bondad el Señor jefe político de impedir ese abuso?[11]

 

Este semanario era el portavoz de los abogados de la región; entre sus colaboradores estaban José López Portillo y Rojas, Luis Pérez Verdía y Antonio Zaragoza.

La consigna era no dejar tradición con cabeza. El Diario de Jalisco –en cuyo consejo se encontraban Emeterio Robles Gil y Carlos F. Landero– arremetía de este modo:

 

Y sigue la costumbre. Ignoramos en qué lenguaje y en qué tono hablaremos para ser oídos de la Junta de Salubridad en lo relativo al entierro de cadáveres. Ya otras veces lo hemos dicho: es antihigiénico y peligroso que vayan descubiertos los cadáveres de los infantes que conducen al panteón; y sin embargo aún sigue ésta costumbre, como lo presenciamos ayer por la calle de Belén. Si fuera porque los padres no tienen el importe del cajón para la criatura, bien está; pero cuando los llevan descubiertos por capricho, o porque creen que sus hijos son angelitos que van a hacer compañía á la Santísima Trinidad, y que en el cajón no pueden desplegar las alas para remontarse al cielo, la Junta de Salubridad debía sacarlos de este error, obligándolos á que encerraran sus muertitos, muy bien guardaditos, ¿seremos oídos?[12]

 

Pero, por una ironía histórica, el por entonces gobernador de Jalisco, Ramón Corona, propiciaría el estudio y la defensa de otra institución regional, la Fiesta de los Tastoanes. Ésta, por cierto, constituía un atractivo para los pobladores de Guadalajara, como queda claro en la Guía y álbum de Guadalajara para los viajeros, preparada por Villa Gordoa (1888) con motivo de la inauguración del servicio de ferrocarril –un triunfo más del progreso– entre la capital del país y la Perla Tapatía. En el capítulo xxiv, al hablar de las “Fiestas principales de la ciudad” a las que la multitud se dirige “en toda clase de vehículos y aun a pie”, el autor señala que el 26 de julio “el barrio de Mezquitán es el elegido, por la tarde, para presenciar una ceremonia indígena llamada de los Tastuanes, en honor del Apóstol Santiago”.[13]

El año anterior, sin que faltara una frase de desprecio, se habían denunciado

 

Desordenes. - Y grande se forma en los vagones y especialmente en las plataformas que corren en estos días á Mezquitán.

La gente, ávida de ir á ver los tastoanes, como si fueran éstos cosa tan digna de verse, se amontona en los vehículos en número que éstos no pueden cómodamente llevar. Y como todos quieren ir primero, se arma una zambra más que regular, de la que resultan pisotones, gritos y lo que es peor, que los conductores no pueden cobrar en calma y más de algún paseante viaja en carruaje sin pagar un centavo.

Por su propio interés debería la empresa de tranvías señalar número determinado de personas admisible en cada vagón, para evitar que alguno de éstos se rompa, evitando así al mismo tiempo lastimaduras o lesiones más graves que los pasajeros podrían sufrir.[14]

 

También se presentaban notas chuscas:

 

Volviendo- Un jovencito del paseo de los tastoanes sufrió la pérdida de su sombrero, gorra galonada que le arrebató de la cabeza un ratero. Pero duró poco la pérdida, porque el Inspector de la 4a. Demarcación atrapó al ratero y después de quitarle la gorra lo condujo a la cárcel.[15]

 

A pesar de este ambiente adverso, en 1889, con el fin de “dar a conocer a Jalisco en el gran certamen universal de París”, Ramón Corona encomendó a Alberto Santoscoy (1857-1906) un “estudio etnográfico­histórico” que sirviera de explicación a las figuras de barro que representarían plásticamente a los tastoanes, “la única de nuestras fiestas tradicionales indígenas que se conserva ”. Es muy probable que la elaboración de estas “figuras” haya sido encomendada a Pantaleón Panduro, pues era en aquel entonces el más renombrado retratista en barro de San Pedro Tlaquepaque, como lo atestigua Villa Gordoa al describir los “Alrededores de Guadalajara”: “Hay de notable en San Pedro la fabricación de monos de barro y de retratos de la misma materia que hace el Sr. Pantaleón Panduro, tan conocido en toda la República por su habilidad”.[16]

Aunque también pudieron ser los autores los “estatutarios” de Tonalá. Al respecto, Anesagasti señalaba en 1892:

 

Pocos indígenas hay que se dediquen a construir figuras o monos de barro; sin embargo, hubo un indígena muy afamado que llegó a ser retratista y le llamaban “el Pajarito”, a quien bastaba ver a cualquier persona y, sin modelar bosquejo, al punto sacaba en barro la efigie. Discípulo del “Pajarito” es D. Remigio Grande, que se ha dedicado a la estatuaria [...]. Otra de las notabilidades de este género fue D. Cruz Medrano, quien hizo también en barro una multitud de figuras [...]. También D. Juan Medrano, hijo de D. Cruz, se esmera en hacer colecciones de figuras de barro...[17]

 

ii

 

El ensayo preparado ad hoc por Santoscoy fue editado en 1889 en dos formatos: como capítulo de sus Apuntamientos históricos jaliscienses y como folleto independiente, que serviría de guía informativa en la exposición parisina. Allí plantea, de entrada, su mea culpa, pues reconoce que, por ignorancia, junto con otros periodistas había pedido que este “monumento histórico jalisciense” fuera prohibido. No hemos encontrado artículo alguno firmado por este autor en contra de los tastoanes, pero quizás él se haya sentido responsable por ciertas notas que aparecían en el periódico en que colaboraba, como ésta del año anterior:

“No hubo paseo. - El paseo de los tastoanes, que anualmente tiene lugar en Mezquitán, ha estado poco concurrido por las lluvias de estos días. ¡Loado sea Dios! ¡Hasta el cielo parece oponerse a estas ridiculeces!”[18]

Sostiene Santoscoy, después de haber analizado su origen y haber ido más allá del “exterior de las cosas”, que la fiesta de los tastoanes es “muy digna de ser conservada”, pues se trata de una

 

crónica viva que conserva hechos precisos de nuestros anales, que guarda [...] muchas de las costumbres de los antiguos y naturales dueños del país y que es imperecedero recuerdo de la unión de las dos razas que han dado procedencia al actual pueblo mexicano: la india y la española.[19]

 

Informa que la fiesta de los tastoanes se celebra en San Andrés, Huentitán y Tonalá, poblados de los alrededores de Guadalajara, así como en Mezquitán, suburbio tapatío. Aclara que antes se celebraba también en otras aldeas y aldehuelas vecinas. Plantea, luego, una descripción general sobre “la fiesta de la manera que hoy se hace” con un lenguaje cultista y un tono bucólico. No oculta cierto desprecio por la “jerga incomprensible”, los “anacronismos ridículos”, los “groseros adefesios, que de tal modo han bastardeado su procedencia” y “la pobreza miserable del vestuario de los representantes”. Sin embargo, los datos que aporta son elementos fundamentales para comprender la evolución de esta fiesta de un siglo para acá.

Cuando analiza “¿De dónde y cuándo tuvo origen la fiesta de los tastoanes?”, ante todo aclara que ésta “no es una simple danza, sino que se representa en ella una escena histórica y recibe el nombre de los señores del país (tlatoani)”.[20] Remite luego su origen a las apariciones del Santiago guerrero durante la conquista del Chimalhuacán y particularmente en las batallas de Tetlán y de Guadalajara. Sostiene que éstas,

 

confundidas al parecer en una sola, son las que de nuestra historia puede inferirse que se han perpetuado en las representaciones anuales de los tastoanes; y a esta opinión da mayor fuerza el hecho de que la fiesta tradicional sólo se acostumbra en los pueblos de los alrededores de nuestra ciudad.[21]

 

Cita a continuación las referencias de Tello,[22] de Mota Padilla[23] y de la Vega[24] que confirman la representación dancístico-teatral de la batalla de Santiago contra los indígenas durante el periodo colonial. Sobre la tercera fuente, lguíniz indica que

 

Tiempo es ya de que digamos algunas palabras acerca del manuscrito Romero Gil, nombre con el que bautizó D. Alberto Santoscoy a unos fragmentos de la Crónica de la Provincia de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán por el P. Beaumont, que contienen veinticuatro capítulos referentes a la historia de la Nueva Galicia.

Fueron sacados por el Lic. Romero Gil cuando la obra permanecía casi en su totalidad inédita y se conservan actualmente en la biblioteca que fue de la propiedad del indicado Sr. Santoscoy. Constan de un volumen en folio de 223 fojas [ ...] Por otra parte, el verdadero autor del Manuscrito Romero Gil lo es en realidad el P. Tello, cuya Crónica Miscelánea utilizó el cronista michoacano al referirse a la Nueva Galicia. [...] Por tanto el Ms. Romero Gil no es más que una copia de la primera parte del libro de Beaumont,[25] que en ese lugar sólo es fiel trasunto de Tello.[26]

 

Llega finalmente Santoscoy al punto central: “¿cómo es que, según la crónica histórica, Santiago vence y extermina a los indígenas, y conforme a la representación de los tlatoani, éstos son los vencedores y el Santo Apóstol el sacrificado por ellos?”[27] Argumenta que esta mudanza “tiene que haber sido reciente, que haber acaecido cuando menos verificada ya la independencia del país, porque [durante el virreinato] La Iglesia y el Estado [...] habrían de consuno no sólo prohibido, sino castigado la adulteración que en la fiesta de los tastoanes se ha hecho de la leyenda religiosa”.[28]

 

Propone como hipótesis que

 

la raza indígena, [...] con las ideas de la revolución de Independencia en la cual los indios tomaron tan activa parte [...]sintió levantarse su espíritu pusilánime, y considerando la afrenta que se hacía en festejar la derrota y la muerte de sus antepasados, con levantado pero injusto ánimo, tergiversó la leyenda, convirtiendo a los vencidos en vencedores y haciendo morir al que, según aquélla, sembraba la muerte entre los miembros de la misma.[29]

 

Y concluye que

 

el desenlace de la representación de los tastoanes, de ese modo cambiado, vino a tener para los indígenas nobilísima significación: personificado en Santiago vencido, el poderío español quebrantado por la independencia patria, la fiesta de los tastoanes vendría  ser la celebración de la conquista de la autonomía mexicana.[30]

De tal manera que

 

dejemos en paz esa humilde fiesta y no pretendamos, si llevados de un mal entendido celo civilizador, aconsejados también por nuestra propia ignorancia, echar abajo ese monumento vivo de pasadas memorias de días gloriosísimos para la raza que heroicamente supo defender su país hasta casi verse extinguida.[31]

 

El texto de Santoscoy no está exento de algunas inexactitudes etnográficas. Por una parte, la de los tastoanes no era la única “fiesta tradicional indígena” que se conservaba en la región de Guadalajara. Estaba, de hecho, su contraparte estructural que es la Danza de la Conquista,[32] tal como se constata a partir de la mención en la revista Iris, publicada en Zapopan, de una compañía de dicha danza fundada en 1874.[33] Por otra parte, los que señala Santoscoy no eran los únicos poblados en los que se realizaba la fiesta de los Tastoanes, pues seguramente, como lo confirma la tradición oral e historiográfica, se llevaba a cabo en varios pueblos de Zapopan como Nextipac, Santa Ana Tepetitlán, San Juan de Ocotán y Jocotán. También la costumbre de los tastoanes debe haber existido en el cañón de Juchipila, donde Yáñez la encontró vigente –y en calidad de tradicional– a mediados de la década de 1920.[34]

Había, por cierto, curas como el de Tonalá que no se expresaban de los tastoanes con menosprecio, sino que los trataban como una más de las tradiciones de su parroquia:

 

Tal fue la devoción y respeto que tuvieron aquí al Santo Patrono de los españoles, que hasta ahora lo celebran anualmente el 25 de julio con la diversión llamada de los tastuanes. Para esta diversión se enmascaran algunos indígenas y se colocan sobre la cabeza el chimatl, o sea una cabellera de cerdas, para resistir los golpes que un indígena montado a caballo, haciéndola de Santiago, les da con su espada. Y aun algunos hacen votos de recibir esos golpes.[35]

 

Pero ésa era la excepción. El mismo año en que Santoscoy publicaba su artículo, Manuel Portillo, cura de Zapopan, incluía en sus Apuntes histórico-geográficos del Departamento de Zapopan una breve descripción de la fiesta de los tastoanes en Nextipac:

 

El 25 de julio celebran la fiesta de su Santo patrón Santiago. Hacen tastuanes, que es una representación del martirio del Santo Apóstol y su aparición en España: es una diversión muy grotesca e incivil; representan al Santo Apóstol con un indio montado a caballo, vestido de charro, con banda terciada encarnada; el sombrero también de encarnado; el caballo con gualdrapa y pechera, encarnado todo; el Santiago trae una espada en la mano; los tastoanes son hasta dieciséis; todos con unas máscaras tan horrorosas (que para demonios necesitan retocarse) que causan miedo á los muchachos; el jefe representa al rey Herodes y su secretario Tastuanerote: ambos están vestidos de militares, y los demás de fantasía; todos armados con macanas de madera; dos, que llaman capitanes, no tienen máscaras, pero en la cabeza se ponen una especie de tocado con listones de muchos colores; los listones tienen más de tres cuartas de largo; estos capitanes traen espadas de acero. Comienza el representado al son de la chirimía y la caja, música que hay en todos los pueblos y que consiste en un pito chico que da notas muy altas y un tambor que da notas bajas. Ponen un tablado a un lado de la iglesia (éste muy mal puesto y lo hacen de varas flexibles); los capitanes a fuerzas y a cintarazos hacen subir a todos los tastuanes a aquel tablado; después que han subido todos (que parecen una legión de diablos) comienzan a tirar con fruta verde y confites grandes a la concurrencia: la tiran con tal fuerza que ya han descalabrado al que le dan (á mí me dieron con un membrillo verde en una oreja que eché bastante sangre por el oído). Estaba yo bastante lejos de la escena; estaba fuera del cementerio á más de 50 varas de distancia del tablado; si me han dado en la sien, no estoy escribiendo esta historia). Después que han tirado grandes paños llenos de fruta, se bajan del tablado y van a matar al Santiago; lo bajan del caballo, lo acuestan en el suelo para quitarle las espuelas, dilatan más de una hora, conservan el horror que los indios les tenían  los conquistadores por las espuelas, por las cuales les llamaban gachupines, hombres con hierros en los zapatos (según el Dr. D. Agustín Rivera). Al pobre mártir, después de dos horas de estar tirado en el suelo húmedo y al rayo del sol, en el mes de julio al mediodía, por fin resucita, monta en su buen caballo y arremete contra los tastuanes sus verdugos a cintarazos y machetazos: mas se quitan los tiros con las macanas ó machetes de palo, otros se dejan dar cintarazos porque son tastuanes por voto al Santo Apóstol Santiago. Esta farsa tiene recitado en mexicano y castellano: es un totum revolutum de algarabía, que ni ellos solos se entienden.[36]

 

El padre Portillo concluía aclarando: “He trabajado mucho por quitarles esta diversión grotesca e incivil, pero aún no he conseguido nada; es sumamente difícil quitar las primitivas costumbres de los pueblos. Probablemente los Tlatuani son desde los primeros años después de la conquista”.[37]Así, el combate más feroz en contra de los tastoanes no lo daba Santiago, sino el clero al alimón con las autoridades civiles, azuzadas éstas por el sector más europeizante de la intelectualidad tapatía. En la sección “Gacetilla” de El Correo de Jalisco[38] aparecía la siguiente nota sobre “Los tastoanes”:

 

Estamos informados de que los indígenas de Mezquitán han elevado una solicitud al Ejecutivo del Estado en que piden que se verifique este año la tradicional pantomima de Los Tastoanes. Como este espectáculo, además de ser repugnante en la forma, en el fondo no sirve sino de pretexto para que los que en él tomen parte se embriaguen y cometan escándalos gritando como salvajes y simulando hablar una jerga ridícula é ininteligible, seríamos de parecer, si se nos atendiera, que no se concediera licencia para la verificación de una fiesta inconveniente.

 

Y aclara, con cierto tono triunfal, un par de semanas después:

 

La Jefatura Política se ha negado rotundamente á conceder el permiso solicitado por varios indígenas de Mezquitán para dar en éste el espectáculo grotesco de los tastoanes, reminiscencia de nuestros primeros pobladores. Como la diversión esa solo da origen a escándalos, aplaudimos como se merece la decisión de la Jefatura.[39]

 

iii

 

Precisamente en esa coyuntura, el antropólogo y folklorista norteamericano Frederick Starr (1858-1933), de la Universidad de Chicago, viajó a Guadalajara para presenciar en Mezquitán los tastoanes de la fiesta de 1895. El año anterior, durante su primer viaje, se había enterado en la mencionada Guía de Villa Gordoa (1888) de la celebración de este drama popular al aire libre. El hecho de la combinación de ideas paganas y cristianas y del enmascaramiento de algunos de los comediantes, así como el que el nombre mismo de la farsa y el que muchas palabras del diálogo fueran “aztecas”, despertó su atención.[40] Es interesante resaltar que, previamente a su segunda estancia en Guadalajara, Starr no había leído el trabajo de Santoscoy (1889), pues informa que lo consiguió en esa ocasión. Tampoco tenía conocimiento del ensayo de Brinton (1883) sobre los Güegüences de Nicaragua, danza drama en la que aparecen entre los dramatis personæ nada menos que “El Gobernador Tastuanes” y “Doña Suchi–Malinche”. El coloquio de ese caso también consiste en una mezcla de náhuatl y español.

Starr se encontró con la sorpresa de que, debido a ciertos disturbios ocurridos el año anterior, la festividad había sido prohibida por las autoridades. En su primer artículo sobre el tema (1896a) detalla las peripecias que tuvo que afrontar con el fin de obtener “un permiso especial del gobierno” para presenciar la representación de los tastoanes. El jefe político no sólo justificaba su prohibición ese año, sino que le parecía que se debería suprimir totalmente. Ante los argumentos de Starr, accedió a que tuviera lugar sólo por un día y no en la calle ni en algún corral, sino en el atrio de la iglesia. Pero ni el señor cura ni el arzobispo aceptaron que se desarrollara “cerca de la puerta del templo”.

Por supuesto que el asunto tastoanes-Starr se hizo público en Guadalajara y Santoscoy tomó partido por el científico visitante y apoyó enfáticamente sus gestiones. En su artículo “Un sabio profesor universitario y la Fiesta de Los Tastoanes”, plantea:

 

Nosotros nos permitimos recomendar al ilustrado Sr. jefe Político que se digne atender, para conceder ese permiso, a que la autoridad tiene obligación de conservar los monumentos nacionales; y que en el caso, se trata precisamente de un monumento histórico vivo, patente, que nos envidian los extranjeros sabios como Mr. Starr y otros muchos. El mismo Gobierno del Estado lo ha reconocido así, como lo demuestra el hecho de haber mandado estudiar esa costumbre tradicional, de haber dispuesto imprimir por su cuenta el resultado de esos estudios, de haber remitido muchos de los ejemplares de esa impresión a la Exposición de París y finalmente, de que el resto de la edición del folleto de que se trata haya sido solicitado del extranjero, ejemplar por ejemplar, hasta consumirse toda aquélla completamente.

Si hay desórdenes, en buena hora que sean reprimidos, precisamente para eso sirve la policía, y más todavía, para preverlos; y esto se puede hacer sin privar al pueblo de sus espectáculos favoritos siempre que estos no encierren en sí mismos inmoralidad: ¡Son tan pocas las diversiones que tienen los proletarios![41]

 

Además de solicitar consideración para el trabajo del “respetable y sumamente distinguido profesor” Starr, Santoscoy recordaba el apotegma de Jovellanos: “el pueblo que trabaja [...] no necesita que el Gobierno lo divierta, pero sí que le deje divertirse”.[42] 

Dada la afirmación de que se remitieron a París ejemplares de su ensayo, se puede deducir que efectivamente las figurillas de la Fiesta de los Tastoanes fueron exhibidas en la Ciudad Luz, pese a que el gobernador Corona había sido asesinado el 10 de noviembre de 1889.

Por la noticia de El Correo de Jalisco en la que se comunica la derrota parcial de sus afanes prohibitivos, deducimos que la celebración se llevó a cabo unos días después de lo establecido por el santoral católico:

 

Al cabo, el Sr. jefe político ha concedido a los indígenas de Mezquitán que en el presente año tengan lugar los tradicionales tastoanes, sólo que con algunas restricciones a fin de evitar en lo posible los escándalos a que da origen la peregrina diversión.[43]

 

El retardo en la representación lo confirma Santoscoy, quien el 28 de julio de ese año todavía no conocía el resultado positivo de las diligencias de Starr ante las autoridades.[44] Además, Starr rescató una descripción detallada del drama escrita para él por el sacerdote local bajo la supuesta autoría de Cesáreo Tello Haro, quien había tomado parte en la representación y estaba familiarizado con las palabras pronunciadas durante su desarrollo. Asimismo, consiguió un fragmento del coloquio, escrito por uno de los “indios participantes”, en el que se recogían las partes que le habían correspondido en el drama. De esta manera, gracias a los esfuerzos de este antropólogo disponemos de una nueva descripción de la fiesta de los Tastoanes tal como se realizaba hace casi un siglo,[45] de una versión escrita del coloquio, así como de fotografías de los Tastoanes, de sus máscaras, de los Reyes y la Reina, los Capitanes, los Moros, el Castillo-Trono y las figuritas que fueron enviadas a París, entre las cuales destacan Santiago y el chirimitero.[46] Es importante señalar que, a diferencia de Santoscoy, Starr plantea la derrota de Santiago como un episodio pasajero que es seguido de su resurrección y posterior victoria. Con lo que la hipótesis del tapatío sobre la conformación de este drama queda en entredicho y se da pie a la posibilidad de que, en realidad, se escenifiquen los dos momentos míticos del apóstol Santiago: primero como mártir y luego como soldado victorioso.

Pero el elitismo “civilizador” del porfiriato no podía dejar sin desquite lo sucedido; se había tomado muy a pecho que Guadalajara fuera considerada “la Florencia mexicana”.[47] Así, se enfrentó, por medio de la pluma de su inteligencia tapatía a los tastoanes y a sus simpatizadores. Desde el periódico El Correo de Jalisco, Salado Álvarez declaraba:

 

En nosotros [...] el literato no ha matado al hombre; antes que americanistas, antes que anticuarios, antes que devotos del Folklore, somos amantes de la cultura, de la difusión de las luces, de todo lo que trascienda a adelanto y no a regresión de la especie.[48]

 

Y agregaba:

 

¡Demasiados espectáculos étnicos, demasiado etnicismo tenemos en la atmósfera y en la sangre para que no procuremos deshacernos de él! Si a tolerar vamos, para alcanzar el summun del etnicismo, restauremos los sacrificios a Huitzilopochti, las danzas sagradas, el cuauhxicalli y el tzonpantli; y para dar gusto a los tres o cuatro anticuarios del país, retrocedamos siquiera cuatro siglos.[49]

 

Ante las razones de Santoscoy, publicadas en El Mercurio, Salado Álvarez contraargumentaba:

 

si étnico se dice a lo que es peculiar, genuino y característico de una nación, tampoco puede llamarse étnico el espectáculo de los tastoanes, ya que [...] no simbolizan ningún recuerdo de la tierra, sino que dan a conocer el espíritu de imitación de la raza indígena, la cual tomó a los españoles esta diversión que probablemente los andaluces, vizcaínos y extremeños radicados en Guadalajara celebraron y que los indios plagiaron haciéndola enteramente bárbara y quitándole cuanto de simbólico y digno de conocerse tenía.[50]

 

Y su aliado, el articulista de El Heraldo, añadía:

 

¿qué significa la representación de la riña entre el Señor Santiago y los caciques? Una de dos, [...] el envilecimiento y la miseria de quien conmemora su cobardía y sus desgracias, o ni eso siquiera. Y a esta opinión segunda, a que nada, absolutamente nada, significa el tal combate, me inclina el recuerdo de que en España celebrábanse espectáculos análogos a los de nuestros tastoanes, luchando con el Apóstol patrón de los iberos unos brutos vestidos de moros. Aquí todavía, en muchos lugarejos de indios, moros se llaman, y de moros intentan vestirse los que con el Santo riñen y del Santo se dejan zurrar. ¿Qué tiene pues ni de gracioso, ni de étnico, ni de nacional, ni de histórico la mascarada grosera, causa y ocasión hasta de mil crímenes y en la que los Starr vienen a darse el gusto de reírse de nosotros?[51]

 

Para luego pontificar aleccionadoramente:

 

la civilización no consistirá [...] nunca en gritar sin motivo frases destempladas que ni el que las pronuncia entiende, ni en atropellar, sin saber ni siquiera por qué, a los transeúntes, ni en entregarse con furor salvaje a libaciones sin medida y a transportes de gozo rayano en furor al recuerdo de una derrota ó una caída. No será grande nunca el pueblo que se ríe y baila acordándose de que a sus padres los vencieron y esclavizaron.[52]

 

El veredicto final de los civilizadores porfirianos era claro y directo:

 

los famosos tastoanes no son interesantes bajo el aspecto histórico, ni dignos de conservarse bajo el de la estética, ni capaces de servir para nada que no sea atraer las burlas de las gentes sobre nosotros y para volver más estúpida, si cabe, a la raza indígena. [...] Delenda est Carthago.[53]  Nosotros no nos oponemos a que el pueblo tenga diversiones, pero si ellas sirven para bestializar/o más, para sumirlo más en la barbarie, para hacerlo retroceder [...], preferimos que no se divierta. Al fin nada pierde y sí gana mucho con ello.[54]

 

Diguet, en sus recorridos entre 1896 y 1900 por la región, encontró ya eliminada por la prohibición gubernamental la danza de los tastoanes en San Martín Tlaxicolcingo.[55] Y aunque, junto con el ensayo de Santoscoy, sus informes etnográficos habían difundido mundialmente este notable ejemplo folklórico, el propio Starr –ante aquellos embates del autoritarismo positivista– llegó a considerar perdida la pelea por los tastoanes, de tal manera que concluye en tono pesimista, refiriéndose a las figurillas que el historiador jalisciense había mandado modelar cuidadosamente para la Exposición de París:

 

These figures are overrefined, but on the whole well represent the players –kings, Santiago on his white horse, the musicians, and the tastoanes in their quaint masks–. They are remarkable bits of work. It is probable that these dainty works in clay, fragile and delicate as they are, will long oustlast the play itself.[56] [Estas figuras son muy estilizadas, pero en general representan correctamente a los actores los reyes, Santiago en su caballo blanco, los músicos y los tastoanes con sus máscaras. Son notables piezas de artesanía. Es probable que estos pequeños trabajos en barro, tan frágiles y delicados como son, perduren mucho más que la representación misma.]

 

iv

 

Pero la historia tiene sus caprichos. A finales de siglo, encontramos una nueva situación:

 

Los tastoanes . Esta tradicional ceremonia que en tiempos no lejanos tenía su verificativo en Mezquitan, cuartel 10° de esta ciudad, ha empezado a celebrarse en Zoquipan, del Municipio de Zapopan, yendo a guardar el orden gendarmes municipales de la 5ª Comisaría.[57]

 

Así que, si había desaparecido en Mezquitán, la tradición de los tastoanes cobraba difusión por otros poblados de la zona.

Asimismo, uno de los principales detractores de los tastoanes llegó a cambiar su postura al final de su vida. Tras emigrar en 1899 a la ciudad de México y “haber corrido mundo” –en calidad de diplomático o de exiliado político– por los Estados Unidos, Europa y América Latina, y ya en la época del nacionalismo suscitado por la Revolución mexicana, Victoriano Salado Álvarez (1867-1931), al pasar revista de “cosas viejas”, recuerda “a los tastoanes, que era obligatorio ir a ver montado en burro o como pasajero de carreta de bueyes”.[58] Admite así la afición por presenciar dicha fiesta tanto entre las clases bajas como las altas. Y se pregunta en 1929, ahora en un tono de convencido folklorista y sugiriendo su deseo de que las cosas no hayan ocurrido de la manera como había pretendido 34 años antes,

 

¿Habrán desaparecido los tastoanes, como tantas cosas genuinas, “al impulso de la evolución de nuestros tiempos”, como pedantescamente solían decir los cursis y almidonados, entre los cuales tenía el honor de contarme? Tal vez sí, porque no veo que se anuncien en los periódicos de Guadalajara.[59]

 

Reconoce que su postura en la polémica de hace un siglo era incorrecta y hasta cierto punto ridícula. Más aún, “suelta la sopa” y nos revela la doble cara de sus cómplices provincianos:

 

La última ocasión que los vi [a los tastoanes] fue desde el templete que Ismael Sierra y Martínez, algo como tlayacanqui del pueblo, preparó para regocijo de la familia de Pepe López Portillo [y Rojas (18501923)]. Mientras contemplábamos la fiesta, nos servían “atole josco” (xochco, agrio) “con panile”, que es una masa en forma de panes y fabricada con chile muy bravo que se deshace en atole, tamales de ceniza, y guajolote en mole o carnero al horno.[60]

 

¿No que les “reventaban los tastoanes”? ¡Tamaña hipocresía de quienes luchaban por su desaparición!, pero junto con sus familias participaban en excursiones para disfrutar su dramatización y hasta comían a costillas de los cargueros lugareños. La referida excursión a la fiesta de los tastoanes se debe fechar hacia 1890, cuando Salado Álvarez –pasante de jurisprudencia en la Universidad de Guadalajara– colaboraba en calidad de amanuense con Margarita Weber, esposa de José López Portillo y Rojas, en la paleografía del libro segundo de la Crónica miscelánea de Tello.[61]

A diferencia de Diguet –para quien la danza de los tastoanes tenía un significado distinto y característico en cada región–,[62] Salado Álvarez no fue capaz de percatarse de la diversidad manifiesta en el complejo de los tastoanes, pues afirma que “hablar de unos es hablar de todos”.[63] Sin embargo proporciona un somero aporte, todavía no exento de cierto aire de reprobación, a la etnografía de las representaciones de aquel entonces:

 

La fiesta empezaba al amanecer del 26 de julio, entre los gritos de los danzantes, que armados de espadas y rodelas de palo recorrían el pueblo lanzando los gritos desapacibles que todavía conservan. Llevaban máscaras de barro o cuero que imitaban rostros humanos, perros, gatos, lobos o gallos. La vestimenta y el tocado y el calzado no podían ser más ridículos: levitones, raques, calzones cortos, calzoneras, sombreros de copa, quepis, huaraches, zapatos de becerro, lo más extraño y lo más disímbolo.

Música de chirimías y tamboriles acompañaba aquella singular comitiva, en la cual [...] los principales se llamaban Anás, Satanás, Averrugo y Chambelico.

Suenan la chirimía y el tamboril anticuados sones indígenas que parecen árabes; bailan los danzantes, que generalmente tienen que cumplir alguna manda; empieza la borrachera de cartabón, porque es atributo del tastoán gozar en ese día de la facultad de ingurgitar sin pagarlo cuanto tequila apetece, y la comitiva sigue las órdenes del “sargento”, que es el jefe indio contra Santiago [...]

No es remoto que los danzantes esgriman sendos cuchillos eso sí, de acero bien templado y se saquen las tripas, o que paren en la comisaría del pueblo ahítos de aguardiente, para salir al otro día celebrando el lucimiento de la fiesta.[64]

 

v

 

A la fecha no hemos podido localizar por ningún lado las figuritas de los tastoanes fabricadas en 1889 y que Starr fotografió en Guadalajara durante su visita de 1895. Tenemos la confianza de que como decía don Antonio Pompa y Pompa (1904-1994) no han desaparecido, “nomás han cambiado de manos”.

Pero un siglo después, el día de su fiesta, Santiago sigue cabalgando en el valle de Atemajac[65]  y los tastoanes reviven sus combates desmontándolo y luego despojándolo del sable y las espuelas para, a continuación, darle muerte. Versiones más pálidas han sido registradas en el actual Nayarit indígena[66]  y mestizo.[67] Más aún, si bien la Fiesta de los Tastoanes ha desaparecido en Mezquitán y prácticamente también en Tonalá, concentra, como pocas instituciones, el estilo étnico de su región, que en lugares como San Juan de Ocotán ha capturado el entusiasmo y la participación masiva de las juventudes contemporáneas.[68] En la batalla final, el Santiago “ya no siente tanto lo duro como lo tupido”: es cercado por más de 250 tastoanes que amalgaman en su indumentaria el estilo de hace un siglo con detalles de la moda punk , de tal manera que una máscara de jaguar muestra en su lengua una hoja de mariguana y quien la porta exhibe en su espalda un grafiti “cholo”.

Allí, la disputa contra Santiago por los terrenos que el Cirineo negocia se representa rigurosa y puntualmente, pero pasa a segundo término. Lo relevante son los azotes los cuerazos– que el Santiago tiene que proporcionar a quien se lo solicite: en la espalda, en el abdomen, en la cabeza, en las plantas de los pies... a adultos, niños, criaturas de brazos, ancianos... a enfermos en su lecho de postración... tres, diez, veinte... despacito, medianitos, ¡recio!... Son la esperanza de una curación... Pero todavía más importante es la batalla y los combates de los tastoanes contra el jinete. Protegidos con el yelmo de soyate, forrado con colas de bovinos y équidos, con la máscara de gruesa vaqueta y los afelpados chaquetones militares; en este poblado, con su largo machete metálico del tipo “cahuayán”, que tiene que manejarse ritualmente con la punta hacia abajo, aguantan las arremetidas a trote y hasta a galope del Santiago, quien blande sable militar de acero y, por compromiso, obligadamente tiene que tirar con la fuerza y la intención de lastimarlos... ¿Raza de cobardes, que conmemora la derrota de sus antepasados? ¡Para nada! Desde el más viejo hasta el más chiquito, cada tastoán tiene que retar al Santiago, le debe de señalar el machete reclamando sus espadazos, debe aguantar a pie firme las arremetidas del jinete. La escena evoca inmediatamente la provocación del torero contra el astado... aún revolcado y pisoteado por el caballo, el tastoán se debe incorporar y reclamar más ataques... Sólo la autoridad de los capitanes logra regresarlo, a regañadientes gestuales, con los de su grupo, mientras un compañero lo reemplaza en la secuencia guerrera. Ya en la intimidad del cuartel del tastoán Herodes, el tequila –los “buenos valores”, los “plomos derretidos”consolará su cuerpo y su alma… por los golpes, las heridas y las burlas recibidas. Pero así es como allí se hace hombre un hombre… A fin de cuentas, las cicatrices que resultan de tales combates son la joya que un hombre presume ante sus “cuates” y luce ante la mujer por conquistar.

Obviamente, la elaborada ejecución ritual de la danza/drama de los tastoanes, en contra de lo aseverado por De Alba,[69] sí tiene una significación que simboliza un “recuerdo de la tierra”. Pero su comprensión no es tan sencilla ni evidente como lo había postulado Santoscoy[70] a partir del texto de Tello de mediados del siglo xvii. Se trata de la narración colectiva e inconsciente de una gesta mítica, a través principalmente de códigos no verbales. Así, el efecto de significación supera la explicación de los participantes o el simple rastreo de su presunto trasfondo histórico.

La comprensión del drama de la “la muerte ritual de un jinete español-mestizo” requiere además de la consideración de los diferentes mitemas de los tastoanes del valle de Atemajac y del cañón de Juchipila su puesta en relación analítica con las Judeas coras del Nayarit.[71] Hasta el momento los especialistas no han percibido bajo la tenue piel de una “fuga” de la danza de moros y cristianos el trasfondo aborigen de la escenificación de la lucha cósmica entre la luz y la oscuridad… en el solsticio de verano.

Todavía algunos abogados tapatíos predican la domesticación de los tastoanes: que no se emborrachen, que no se utilicen armas de metal, sino de madera... Los curas no quieren comprender la ambivalencia del Santiago como mártir decapitado y en tanto jinete guerrero, de tal manera que reclaman piadosa continencia en su festividad. Hoy en día, los presidentes municipales, los jefes de la policía y los párrocos mantienen una campaña permanente contra “el salvajismo” de los tastoanes, contra los golpes y las heridas sangrientas, contra el beber tequila “hasta que te hartes”, contra ese ancestral aprendizaje ritual de la hombría ¡no te rajes, tastoán!... ¡No te rajes, qué caray!

 

 

 

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[1]Etnólogo por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (Teocaltiche, 1949); maestro en ciencias antropológicas especializado en antropología social por la unam y doctor en Antropología.

[2] Jesús Jáuregui, “La disputa por las tastoanes a fines del siglo xix”, Boletín oficial del inah, Antropología, No. 62, abril-junio del 2001, pp. 3-14; lo reeditó la Secretaría de Cultura de Jalisco en el año 2002.

[3] Salado Álvarez, 1895a: 1.

[4] De Alba, 1895a: 3.

[5] Rodrigo Ramos, el Santiago en 1992 en San Juan de Ocotán.

[6] El Santiago en 1989 en San Juan de Ocotán.

[7] Meyer, 1997

[8] Barba González, 1956.

[9] Lumholtz, 1904 [1902], 11: 286

[10] Apud Rojas, 1992: 200

 

[11] El Litigante, v, 1, 10 de enero de 1888: 8.

[12] Diario de Jalisco, II, 333, 18 de julio de 1888: 3

[13] Villa Gordoa, 1888: 99

[14] Diario de Jalisco, I, 46, 27 de julio de 1887: 3.

[15] Diario de Jalisco, I, 47, 28 de julio de 1887: 3.

[16] 1888: 100

[17] 1993 [1892]: 51-52

[18] Diario de Jalisco, II, 341, 27 de julio de 1888: 3.

[19] 1889: 2

[20] 1889: 22.

[21] 1889: 27.

[22] 1973 [1638-1653]: 227-228.

[23] 1973 [1742], 41

[24] Apud Romero Gil (1861).

[25] [1932 circa 1780, II: 439].

[26] 1918: 29-30.

[27] 1889: 39.

[28] Idem.

[29] 1889: 40

[30] 1889: 40.

[31] 1889: 41-42.

[32] Jáuregui, 1996.

[33] 1930: 1.

[34] 1931: 29-31.

[35] Anesagasti, 1993 [1892]: 21.

[36] 1889: 200-201.

[37] 1889: 201.

[38] 1, 72, 5 de julio de 1895: 3.

[39] El Correo de Jalisco, 1, 86, 21 de julio de 1895: 3.

[40] 1896a: 96 y 1902: 73.

[41] 1896a.

[42] ibídem: 1018.

[43] Ibídem 1, 92, 28 de julio de 1895: 3.

[44] 1896a: 97.

[45] 1896a, 1896b y 1902.

[46] 1899 y 1902.

[47] Gibbon, 1893.

[48] Salado Álvarez, 1895a: 1.

[49] Ibidem: 1.

[50] Ibidem: 1.

[51] Alba, 1895b: 2.

[52] Ibidem: 2.

[53] Salado Álvarez, 1895b: 1.

[54] Ibidem: 1.

[55] 1992 [1903]: 76.

[56] 1902: 82.

[57] Diario de Jalisco, xiv, 4479, 26 de julio de 1899:2-3.

[58] 1946, 1: 197.

[59] Idem.

[60] Ibidem: 198.

[61] Iguíniz, 1918: 23.

[62] 1992 [1903]: 76.

[63] 1946, 1: 198.

[64] ibídem: 198-201.

[65] Sánchez Flores, s.f.; Delgado Martínez, 1980; Cashion, 1983; Mata Torres, 1986 y 1987; Talavera, 1989, Venzor Castañeda, 1995 y Nájera-Rodríguez, 1999) como en el Cañón de Juchipila (Sandoval Godoy, 1985; Rodríguez Aceves, 1988; Estrada Reynoso, 1989 y Vargas Somoza, 1999.

[66] Toor, 1993 [1947 (1925)]: 176

[67]  Castillo Romero, 1979: 260-261

[68] Jáuregui, 1996b

 

[69] 189a: 3.

[70] 1889: 27 y 40.

[71] Jáuregui, 2001.



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