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Los barrios de Guadalajara.

Breve y compendiosa historia casi completa

 

Mexicaltzingo, San Juan de Dios, el Alacrán, la Concha,

Analco, el Santuario y la Capilla de Jesús  

 

Jesús Rodríguez Gurrola[1]

 

Durante la segunda mitad del siglo pasado la migración

a la capital de Jalisco aumentó la demografía

del vecindario de Guadalajara, lo que provocó

un crecimiento dispar y anárquico en lo que hoy

se suele denominar zona metropolitana.

Entre las estrategias para ofrecer a estos migrantes contenidos

para integrarlos a un horizonte social de mayor arraigo

hay textos de divulgación, como el que aquí rescatamos.

Su hilo conductor es la historia matria

–para decirlo al modo de Luis González y González–,

pertinazmente indocristiana, según aquí se echa de ver.[2]

 

 

 

 

Proemio. Guadalajara en un llano

 

Guanatos, Tapatilandia, hormiguero donde cascarean nuestros bodoques, que construimos a diario con chamba, con afecto y con nuestra presencia; hogar de los tapatíos, de los que se vinculan con ella de antaño, de los que llegaron ayer a vivir entre nosotros. Guadalajara, viejo solar de nuestros antepasados, edificado sobre el blando suelo del valle de Atemajac. Ciudad nacida para el comercio y el progreso y llamada por el destino a convertirse en “la Perla de Occidente”, quizá desde el momento mismo en que el conquistador Cristóbal de Oñate la estableció en su asiento definitivo en un día que no sabemos del año de 1542.[3]

Urbe moderna donde se mezcla el barroco de sus canteras coloniales con el cristal de sus grandes edificios. Calles y callejones entretejidas con elegantes avenidas por donde se desliza el recuerdo de infancias y juventudes vividas por más de tres millones de habitantes que aquí tienen su casa. Sesenta y tres vecinos españoles fundaron la ciudad, y en honor del conquistador Nuño Beltrán de Guzmán le dieron el nombre de su lugar natal, Guadalajara, pueblo que hacía ya muchos siglos se levantaba al otro lado del mar en la Península Ibérica.

La nueva Guadalajara nació de las hoy calles de Degollado y de Belén, rumbo al riachuelo de San Juan de Dios. En su traza se delimitaron dos plazas, una de ellas llamada de San Agustín, frente a la cual se alzó la iglesia de San Miguel, primera parroquia y habilitada momentáneamente como Catedral. Hacia Morelos y Ángela Peralta estuvieron las Casas Consistoriales y la Cárcel. Al oriente, junto al río, Cristóbal de Oñate hizo su casa, y la ciudad quedó flanqueada por tres pueblos de indios: San Miguel de Mezquitán, San Juan Bautista de Mexicaltzingo y San Sebastián de Analco.

Paralelamente al nacimiento de la ciudad, en la banda oriente del río, se establecieron la primera Cofradía y el primer Hospital con que contó Guadalajara; su crecimiento se iniciaba, los solares se convertían en  frescas huertas; la actividad agrícola también vio sus primeros frutos; el destino industrial de Guadalajara también se había señalado desde sus primeros días, las siderúrgicas y fábricas de todo tipo en donde laboran hoy miles de tapatíos tuvieron su antecedente en un pesado molino que Juan de Saldívar instaló. Ahí se molía el trigo de toda la región y su funcionamiento causaba tanto azoro a los indios del valle de Atemajac que por entonces conocieron a Guadalajara, en su lengua, con el nombre de el Molino en la nuestra.

Orgullosos de la ciudad que iba naciendo, sus pobladores se dieron embellecerla. Se fijó el punto donde se levantaría la nueva Catedral y poco a poco se fueron edificando el Palacio de Gobierno, la Casa Municipal y la cárcel. Al paso del siglo siguientes, los pueblos aledaños llegaron a ensancharse hasta unirse con la ciudad; San José y San Sebastián de Analco y Mexicaltzingo, de ser pueblos de indios, quedaron convertidos en barrios de Guadalajara y aumentaron considerablemente su área, y como además el barrio de San Juan de Dios ya se había apuntado como parte de la ciudad desde endenantes por aquello de que ya fuimos más muchos, así los barrios, cuna y esencia, posterior auge de la ciudad, enraizaron en la historia aportándole a Guadalajara sus costumbres y su idioma, y enriqueciendo las venas de su cultura con las consejas sus calles y de sus leyendas. Muchos otros barrios habían de nacer antes del siglo xix: el del Carmen, el del Pilar, el de Santa Teresa, el Retiro, el del Santuario de Guadalupe. La Guerra de Independencia trajo a Guadalajara muchos nuevos habitantes y nuevos barrios: la Capilla de Jesús, San Antonio, Santa Teresita.

El clima de la región, la hospitalidad de sus gentes, la belleza de sus mujeres hicieron de Guadalajara un foco de atracción para visitantes y nuevos pobladores nuevos barrios seguirán naciéndole aún en el siglo xix, debido a sus grandes centros culturales de donde no pocos intelectuales, juristas y educadores que enriquecieron la vida política y cultural del país. Guadalajara, es en consecuencia lo que son sus habitantes hombres y mujeres impregnados del color y de la luz de estas tierras. Almácigo fecundo donde la historia recoge sus mejores frutos para llevarlos a florecer a todos los confines.

 

1.    Al sur, el Barrio de Mexicaltzingo

 

Ubicado hoy muy cerca del corazón de la ciudad, al principio  fue un pequeño poblado que se asentaba al sur de las primeras casas de Guadalajara. Las márgenes orientales del poblado las marcaba el arroyo del Manzano y las del norte, el arroyo del Arenal, que cruzaba en mayor de los puentes que hubo por acá y que unía al caserío con la ciudad. Antes de él hubo en tiempos de aguas graves accidentes; por eso, varias señoras altruistas de la asociación de Damas del Señor de la Penitencia se unieron para recaudar donativos para aplicarlos a la construcción de un puente, que en recuerdo suyo fue bautizado por el pueblo como el puente de las Damas.

El arroyo de Manzano se hizo célebre porque el 24 de junio los indios bañaban la imagen de San Juan Bautista en sus aguas. En seguida, los habitantes del pueblo se bañaban desnudos y escandalizaban a los párrocos, costumbre que fue muy difícil de erradicar. Mexicaltzingo, que en lengua náhuatl significa “en la pequeña casa de los mexicanos”, se fundó con pobladores del valle de México que acompañaron al virrey Antonio de Mendoza para combatir a las tribus rebeldes de estas regiones. Éste fue uno de los barrios más populosos de Guadalajara y en sus tierras de comunidad se trazarán luego las colonias del Ferrocarril, de la Aurora y del Agua Azul.

Barrio de viejas tradiciones, en su templo se rinde culto al Señor de la Penitencia. El Jueves de Ascensión bajaban al Cristo, que era limpiado con trocitos de algodón que después se disputaban los fieles; el Martes de Carnaval, afuera, los jóvenes se rompían en la cabeza cascarones de huevo rellenos de harina y confeti. Hoy el barrio de Mexicaltzingo se ha disuelto en la gran ciudad, pero aún se conservan sus tradiciones, y por sus calles sus habitantes transitan dando fe de ello.

Su confín norte fue la plazoleta de las Nueve Esquinas, lugar donde había una pila que proveía de agua a la barriada. Las Nueve Esquinas eran célebres por sus establecimientos de nombres terminados en “anza”, como La Balanza, La Esperanza, La Chanza, La Labranza, La Fianza, La Venganza y Sancho Panza. Los habitantes del barrio, gente muy laboriosa, habían heredado de sus antepasados la habilidad para las artesanías, pero ya para el siglo xix se afirmaba que la población indígena había desparecido del barrio, que habitaban mestizos y criollos. Así, la tradición de artesanos quedó solo en los relatos de los viejos y los registros de la historia. Mexicaltzingo fue durante el siglo pasado un importante centro comercial y social. Se comerciaban los cueros, operaciones que se realizaban en mesones como el del Tepopote.

 

2.    Al oriente, San Juan de Dios y sus dos barrios apéndices

 

Con ese nombre se bautizó al río que nacía de los veneros del Agua Azul y que, junto con otros, proveía de agua corriente las necesidades de la ciudad. Y con ese nombre se conoció al barrio que se asentó a márgenes del río desde que se hizo la traza de la ciudad. Según el historiador jalisciense Mariano Bárcena, la idea al hacer que la ciudad quedara dividida por el río era imitar a algunas capitales europeas.

El barrio tomó este nombre a partir del 11 de julio de 1606, cuando los religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios se hicieron cargo del Hospital de la Santa Veracruz, que se había establecido, a mediados del 1557, donde estuvo el molino de Juan de Saldívar.

Los puentes del río de eran muchos, pero los que llevaban el nombre de Medrano y de San Juan de Dios servían de ingreso a los viajeros que provenían de la capital de la Nueva España. Aquél se denominó de ese modo por un vetusto y señorial inmueble del que se tienen indicios que mandó construir nada menos que el fundador de la ciudad y Gobernador de la Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate y que sirvió algún tiempo, hacia 1585, como lugar de despacho de la Real Audiencia de la Nueva Galicia, de donde le quedó el título de palacio; que ya ruinoso a mediados del siglo xvii lo reedificó el Oidor Francisco Medrano y Pacheco –entre 1640 y 1642–, de donde le vino su apodo. Sirvió lluego de vivienda al oidor Francisco de Pareja, cónyuge y prole y terminó usándose como cuartel, mesón y alcaicería, hasta que se le redujo a escombros para suplantarlo por la Arena Coliseo.

Pero volvamos al barrio huésped de viajeros y visitantes de toda clase para la atención de los cuales se trazaron calles y, a los lados de éstas, mesones, fondas, cantinas y almacenes.  Entre el continuo tráfico comercial y jolgorio de población flotante, pronto se observaría un proceso de mestizaje de ilimitados perfiles y matices raciales. Ahí, entre el dolor de los enfermos del Hospital y el incesante movimiento de las recuas, la población de San Juan se iba arraigando en su querido barrio.

Todas sus calles desembocaban en la ribera del río, y se usaba su vaguada como vertedero de inmundicias, aunque también transitaran allí las lavanderas con su carga. Entre ese laberinto de calles y callejas se dedicaron grandes espacios baldíos al cultivo de huertas. Con su característico bullicio de mercado, sus gritos y reyertas, se convirtió en uno de los barrios más tradicionales. Una obra arquitectónica de grandísimo calado fue construida al norte del barrio apenas comenzaba el siglo xix, una Casa de la Misericordia –el Instituto Cultural Cabañas de nuestros días–, para servir como albergue a desamparados y huérfanos, y hoy como recinto de la cultura y arte que aloja en los muros de su capilla la obra del excelso pintor jalisciense don José Clemente Orozco.

Barrio folklórico y bullicioso no menos que su mercado y su Plaza de Toros el Progreso, ahí se tejieron los más sonados mitos y leyendas. Por sus calles pasearon en hombros a los más famosos toreros al salir cubiertos de efímera gloria; hoy San Juan de Dios, sigue su vida alegrando con sus mariachis las tardes las largas tardes de una ciudad que duerme soñando en la bohemia de sus risas y de sus cantos.

a.    Barrio del Alacrán

Violento como su nombre, se formó al noreste del de San Juan de Dios, teniendo por confines las calles de Federación e Industria, Manuel Doblado y Jarauta-Porfirio Díaz (hoy Belisario Domínguez/Calzada del Ejercito). Ahí, en sus arrabales tuvieron cabida ladrones, salteadores y asesinos de toda suerte, lo que le dio pésima fama. Esa fama que corrió hasta principios del presente siglo, y nada parecía detenerla hasta que la rica familia Gavica del Llano financió allí una escuela, un hospital y una iglesia. Con esto y con el tiempo, su ferocidad se fue perdiendo y se cambió su nombre por el de San Martín de Tours.

b.    Barrio de La Concha

Como eco de la declaración del Dogma de la Concepción Inmaculada de María del 8 de diciembre de 1854, hubo una iniciativa que prosperó para dedicar a ese título mariano un templo al filo del camino de San Andrés, que también servía de desembocadura al de México en el barrio de San Juan de Dios. La obra material, sin embargo, no pudo llevarse a cabo hasta después de la Guerra de Reforma; eso dará origen al populoso barrio de la Concha, cuajado de talleres, vecindades y fondas.

 

3.    Al sudeste, el barrio de Analco

 

El de Analco fue un pueblo de indios fundado en el siglo xvi, subsumido en buena parte por el barrio de San Juan de Dios en el siglo xix. Pero como en su cuna no fue así, conviene recordar que lo fundó uno de los dos primeros religiosos franciscanos que arribaron al reino de la Nueva Galicia en 1531, inmediatamente después de la brecha abierta por acá merced a la expedición organizada por Nuño de Guzmán, Gobernador de Pánuco, en pos de una ruta que uniera por tierra al Atlántico con el Pacífico. Nos referimos a Fray Antonio de Segovia, el fundador del primer convento en esta soberanía, el de Tetlán, que mudó su sitio a instancias de él mismo al tiempo que se formalizó la mudanza de Guadalajara al valle de Atemajac.

Al ver los indígenas que, a diferencia de los expedicionarios peninsulares e indios, los frailes no golpeaban ni mataban, no tuvieron empacho en seguirlos. Eso pasó con los fundadores del  futuro barrio sudeste de la ciudad, Analco, palabra de origen náhuatl (atl- agua, y nalco- al otro lado) que alude a su ubicación respecto del río de San Juan de Dios. Antes de convertirse en un barrio de hortelanos y oficiales, Analco tuvo en su cuna tradiciones y costumbres tan particulares como el rango de lugar sagrado que se le daba a un árbol más que corpulento cabe al cual los frailes decidieron hacer el trazo de la capilla que en 1690 serçia la sed de la doctrina –parroquia–  de indios de Guadalajara.

Con el tiempo, al ser el vecindario de Analco el más próximo a la garita de San Pedro, por donde arribaban y partían los viajeros rumbo a la ciudad de México, su trazo urbano se fue ensanchando, de modo que a principios del siglo xvii contaba con tres mil habitantes, lo que indica su importancia. Y si el vecindario crecía, también lo hizo una de sus capillas, la de San Sebastián, que de tener una ermita dedicada en el siglo xvi para dar culto a este mártir de Narbona de los tiempos del emperador Diocleciano, abogado contra las enfermedades epidémicas, ya en el siglo xviii se le habían adosado a la ermita,  convertida en un templo más que competente en el xvii, dos capilla, con bóveda y todo: al oriente la de la Virgen de Guadalupe, y al poniente la de Nuestra Señora de la Salud, sin mengua de la gran explanada de su atrio-cementerio. Analco, convertido de pueblo de indios en barrio de Guadalajara, se ensanchó por sus cuatro vientos, uno de ellos el oeste, el del cauce del riachuelo de San Juan de Dios, caudal que indujo a construir en distintas fechas puentes para cruzar su vaguada, cada uno con su nombre y su leyenda.

En 1880 los puentes que circundaban Guadalajara eran 14 y sus nombres los siguientes: San Juan de Dios, Medrano, del Águila, el Boliche, el de las Damas, de los Caballos, el de La Joya, el del Manzano, el Verde, el Refugio, el de Santa María de Gracia, el del Hospicio, el de Piedras Negras y el de Mezquitán. El  puente del barrio de Analco era el de la Joya, así denominado por el molino contiguo de ese nombre y muy usado cuando se inauguró, en 1835, el cementerio suburbano de Nuestra Señora de los Ángeles, al sudeste.

Enseguida se localizaban ya los manantiales del Agua Azul, cuyo caudal formaba  un laguito al que acudían los vecinos en los días de bochorno a paseo. En el siglo pasado, el desarrollo urbano se ensañó contra el manantial, el río y sus puentes, que fueron demolidos y arrasados antes de sellárseles bajo toneladas de concreto.

Desde poco antes de la Independencia de México, Analco se convirtió oficialmente en barrio de la ciudad, aunque su relación con ella fue, desde el principio, inseparable.

 

4.    Al norte, el barrio del Santuario

 

En el último tercio del siglo xviii el trazo de Guadalajara por su frontera norte no iba más allá de la calle de San Diego, hoy de Garibaldi, cerca de la cual quedó también la plaza del tablado donde se presentaban las muy gustadas corridas de toros.

La forma natural del desarrollo urbano de la ciudad siempre se inclinó al poniente: así lo echa uno de ver observando el emplazamiento primitivo de la zona fundacional de la Guadalajara del valle de Atemajac, en 1542, respecto al definitivo, que a la vuelta de pocos años pasó al poniente y a la vista de su nueva Plaza Mayor los dos inmuebles más representativos de la vida política y social del reino, la Catedral y las Casas de Gobierno de la Real Audiencia.

Guadalajara, decíamos, no extendía su trazo ya a ningún viento porque el menos congestionado, el septentrional, arrastraba un tufo como el de la zona de vertederos de desechos y de arrabales en los que se habían convertido las barranquitas. Fue a partir del 7 de enero de 1777 cuando su suerte cambió. En tal fecha, el visionario Obispo Fray Antonio Alcalde puso la primera piedra del Santuario de Guadalupe, corazón de un proyecto social y urbano de grandísimo calado que trajo consigo la expansión de la ciudad al norte.

Con su filosofía de la Ilustración, Fray Antonio Alcalde trajo a la ciudad la simiente de las ideas que abrirían nuevos horizontes a los hombres de estas tierras. Alcalde le dio a la ciudad no sólo el barrio del Santuario, que fundó con 158 vecindades en 16 manzanas o cuadras, algunas más cortas que las de 50 varas por lado, de donde les vino el mote de Cuadritas, cada una apta para aloja hasta diez viviendas familiares amplias y ventiladas, sino que le dio la más importante obra sanitaria en América en ese tiempo al iniciar la construcción del Hospital de Belén. Calculamos en 7 500 las personas que pudieron alojarse en las 1 500 casitas de las vecindades alcaldeanas.

Al Santuario de Guadalupe se le circundó de espacios abiertos o atrios al sur, al oriente y al poniente cada uno, con su respectivo vano de ingreso; al noreste y norte, el cementerio y al oriente el curato y las oficinas del cuadrante.

Así, con los arrestos del Obispo Alcalde, la fisonomía de Guadalajara, más que apariencia, tuvo contenido (vivienda, trabajo remunerado, talleres de artes y oficios, educación de la elemental a la superior y salud pública), máxime si consideramos que durante su gestión episcopal de dos décadas la comarca sufrió el flageló de la hambruna y de la peste no menos que de constantes seísmos.

En tiempos convulsos, los de la ocupación de la ciudad por el contingente que arrastró a ella el cura Hidalgo en las últimas semanas de 1810, en las barranquitas de Belén fueron asesinados decenas de varones sólo por haber nacido en la península ibérica. A la vuelta de un siglo, en su Jardín Botánico se hacinaron los cuerpos de las víctimas del “albazo de Medina” del 30 de enero de 1915, una de ellas el mártir San David Galván Bermúdez, sobre cuya tumba se yergue ahora, en la calle de Hospital, un monumento neogótico de grandísimo valor estético, el templo de Nuestra Señora del Rosario.

Cuando sólo se vivía en lo que ahora es el centro de Guadalajara, el barrio del Santuario comenzó a transformarse, a lo largo de la segunda mitad del siglo xix, en una zona de ocupación habitacional con mucha demanda. Fue cuna por este tiempo de artistas e intelectuales de la talla de Agustín Yáñez o de Alfonso Gutiérrez Hermosillo, sin dejar de ser,  esencialmente, un barrio trabajador y tranquilo.

 

5.    Al poniente, el barrio de la Capilla de Jesús

 

Salvado casi de milagro en el camellón de una avenida y entre ríos de automotores, el templo de Nuestra Señora del Refugio en Guadalajara es el elemento urbano que más cerca queda de lo que fue la Capilla Vieja del barrio que se denomina precisamente de la Capilla. Todo comenzó a principios del siglo xix, muy al poniente de la vieja Guadalajara de entonces, en los arrabales donde se fueron instalando migrantes como los indios del Pueblo de Cuescomatitlán, y no mucho después gente de la que arribó a la ciudad como parte de la tropa del cura caudillo Miguel Hidalgo, a finales de 1810. Para satisfacer las necesidades de aquella recién llegada población, en 1815 el Obispo Cabañas decretó la erección de la parroquia del Dulce Nombre de Jesús en la legendaria capilla que le dará nombre al barrio, aun cuando se le haya abandonado por otra que con muy amplias dimensiones pudo edificarse a menos de 200 metros al suroeste de la primitiva, en un asombroso diseño y ejecución del genial arquitecto Manuel Gómez Ibarra, y quedó para uso comunitario la plaza que desde 1942 ocupa el mercado del iv Centenario –célebre por los guisos de sus fondas y sus bebidas licuadas–, por el que cumplió ese año el establecimiento definitivo de Guadalajara.

Muy a fines del siglo antepasado, una zapopana virtuosa, doña Librada Orozco Santacruz, promovió la construcción de un albergue femenino de muy grandes consecuencias, y para servició de él se hizo el templo a Nuestra Señora del Refugio, casi al pie de la capilla de Jesús antigua y para servicio de un asilo para mujeres desamparadas. Tal fue la génesis de un barrio antiguo, que se consolidó, dijimos ya, a raíz de la Guerra de Independencia y que mantuvo su fisonomía antañona hasta que hace unos 50 años lo partió en dos la calzada del Federalismo.

De la parroquia y barrio de la Capilla de Jesús, con la expansión acelerada de la ciudad en el siglo xx, saldrán los  populosos barrios de Santa Teresita más al oeste y de la Sagrada Familia hacia el noroeste, ya en tierras que fueron del pueblo de indios de San Miguel de Mezquitán.

Hubo alguna vez, en los primeros años del siglo xx, para solaz de los paseantes, un pequeño tren que cubría la ruta de allí a los Colomos. De los viejos barrios de Guadalajara, el de la Capilla aún conserva mucho de su esencia popular.



[1]Maestro emérito de la Universidad de Guadalajara (El Salto, Durango, 1942), licenciado en letras y en derecho y doctor en letras románicas; ensayista, catedrático y columnista, Premio Nacional de Periodismo Juvenil (1971) y promotor de las publicaciones periódicas Tlaneztli y Ohtli. Es autor de Destino sin rostro (novela, 1985), Silvano Barba González: apuntes de su biografía (1987), Flor de poesía en Guadalajara (1988) y, al alimón con Pancho Madrigal, autor de las ilustraciones, de la historieta Los barrios de Guadalajara: breve y compendiosa historia casi completa, que imprimieron a su costa el Gobierno de Jalisco y el Ayuntamiento de Guadalajara en la Unidad Editorial del primero, en 1987. 

[2] Este Boletín agradece al doctor Rodríguez Gurrola su plena disposición para que se reprodujera en sus páginas lo que originalmente redactó como guion de una historieta iluminada por Pancho Madrigal. El contenido pasó por ajustes mínimos e indispensables, uno de los cuales fue agregarle los subtítulos, innecesarios en el original. La transcripción del texto la hizo el licenciado Aldo Serrano Mendoza.

[3] En realidad, la población de Guadalajara se fundó el 5 de enero de 1532 en algún lugar que hoy corresponde al municipio zacatecano de Nochistlán, establecimiento errante que tuvo otros dos asentamientos provisionales antes del definitivo, el que aquí se menciona (N del E).



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