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El Pan de San Antonio de Padua San Miguel Fébres Cordero[1]
El nacimiento del Imperio Mexicano y de la República Mexicana, el 13 y el 16 de junio de 1821 y 1823, respectivamente, no son ajenos a la visita a esta capital, a partir de 1735, de la taumaturga imagen de Nuestra Señora de Zapopan ni a la imagen pétrea de San Antonio de Padua del convento de las Descalzas de Guadalajara. Ya próximo a cumplirse el bicentenario del nacimiento del Estado de Xalisco, se reproduce aquí lo que compuso un eminente pedagogo ecuatoriano a propósito de una inmemorial costumbre que recuerda la compasión del fraile lisboeta del siglo xiii y sigue viva en la religiosidad popular de esta escultura tapatía y de muchas más en el mundo.[2]
Nota mínima introductoria El Hermano de las Escuelas Cristianas G.M. Bruño (San Miguel Febres Cordero) detenta hasta hoy el lugar más brillante en los anales de la historia de la docencia y de la pedagogía en el Nuevo Mundo por haber sido el autor de textos escolares que más influyó en la Hispanoamérica de los últimos años del siglo xix y hasta bien entrado el siglo xx. En efecto, su legado dado a la luz pública en libros de texto comprende disciplinas tan diversas como son la aritmética, el álgebra y la geometría, el lenguaje, la ortografía y la literatura castellana, la física, las tablas de logaritmos, la contabilidad, la botánica, la religión o la historia sagrada, al grado que nadie compite hasta hoy con la más variada y trascendente labor de textología en Hispanoamérica como la que se divulgó bajo el nombre de G. M. Bruño. Aquí se reproduce una perla suya en un contexto muy acotado y relevante para México y el estado de Jalisco como lo es el nacimiento del Imperio Mexicano y la República Mexicana, a los pies de San Antonio de Padua, entre 1821 y 1824, y un elemento sensible y aún vivo a la vuelta de dos siglos. *** 1. Según los tiempos y las necesidades de la Santa Iglesia, permite Dios que tal o cual Santo sea honrado por los fieles de una manera particular, y que su culto se presente de formas muy variadas. 2. En nuestros días ha vuelto a resucitar, por decirlo así, la devoción a San Antonio de Padua, llamado el taumaturgo a causa de los innumerables portentos que alcanza del Señor para sus devotos. 3. La forma especial que ha tomado la devoción a este gran santo es la del cepillo o cajita de San Antonio, en donde depositan sus ofrendas los que intentan alcanzar por medio de él algún favor de Dios. 4. El verdaderamente prodigioso el número de personas, en el mundo entero, que reconocen haber sido socorridas por él en sus necesidades, tanto espirituales como temporales. 5. Con las limosnas recogidas en los cepillos, y que se conocen con el hermoso nombre de Pan de San Antonio, la ingeniosa caridad cristiana alivia toda clase de dolencias: con ellas viste a los desnudos, da de comer a los hambrientos, educa a los niños pobres, proporciona remedios a los enfermos abandonados y asiste a las viudas y a los huérfanos sin amparo. 6. San Antonio recibe con agrado las limosnas de los que le invocan y las transforma en pan para los pobres; pero bien se entiende que él no necesita dinero ni cosa alguna de este miserable mundo. 7. La devoción a este ilustre Santo, fundada en el gran principio de la caridad por la oración y la limosna, no puede menos de ser muy agradable a Dios, que es la caridad misma, y ha querido que la limosna sea la moneda con que se compra el cielo. 8. Dios no anhela salvarnos a fuerza de prodigios. Al concedernos los bienes terrenales que le pedimos por intercesión de San Antonio se propone despertar nuestra fe y excitarnos a pedirle también gracias espirituales, que valen mucho más sin comparación. Pero lo que Él más desea, es concedernos al fin el paraíso eterno que nos mereció Jesucristo Señor Nuestro en la cumbre del Calvario, con el valor infinito de su preciosísima Sangre. 9. Contribuyamos, pues, a esta obra de caridad depositando nuestras limosnas en el cepillo destinado a ella. Estemos seguros de que cuanto hacemos por los pobres, Dios lo mira como hecho a Él mismo, y que nos recompensará en este mundo y en el otro.
*** El templo tapatío que mejor cultivó la práctica del Pan de San Antonio fue el santuario de Nuestra Señora de las Mercedes durante la gestión del insigne presbítero don Juan José Anguiano. Al pie de la imagen del santo en ese templo se generó todo un derrotero de auxilio a favor de las necesidades básicas de los más desprotegidos, de tal suerte que se sostuvo la costumbre de entregar a los donantes una estampa con una plegaria que legitimaba esa evangélica costumbre[3] y que aquí reproducimos:
Oración a San Antonio de Padua que se reza al depositar una limosna para el pan de los pobres
Oh, admirable San Antonio, glorioso por la celebridad de tus milagros y por la dignación de Jesús que en la forma de Niño vino a reposar en tus brazos, obtenme de la bondad de Él la gracia que ardientemente deseo de lo íntimo de mi corazón. Tú que fuiste tan piadoso para con los miserables pecadores, no atiendas los deméritos de quien te ruega, sino a la gloria de Dios, que será una vez más exaltada por Ti en la salvación de mi alma, que no separo de la súplica que ahora con tanto anhelo solicito. Sea muestra de mi gratitud el pequeño óbolo que te ofrezco para socorro de los pobres, con los cuales me sea dado un día, por gracia de mi Redentor Jesús y por tu intercesión, poseer el reino de los cielos. Así sea. [La estampa añade, y con eso termina, la siguiente información:] Nuestro Santísimo Padre León xiii por decreto de la Sagrada congregación de Indulgencias fecha 6 de Mayo de 1899, concedió 100 días de indulgencias una vez al día a los que recitaren devotamente esta oración. / Igualmente, por breve de 1º de marzo de 1898, concedió a los fieles que con las debidas disposiciones practicaren algunos actos de piedad en trece martes o trece domingos seguidos en honor a San Antonio de Padua indulgencia plenaria en cada uno de dichos días. ¡Oh glorioso San Antonio! los pobres te pedimos para nuestros bienhechores, compasión y caridad. / ¡Oh glorioso San Antonio! los que damos este pan, te pedimos por los pobres humildad y cristiana resignación. / ¡Oh Padre de las misericordias, Dios de toda consolación, remedía todas nuestra necesidades! / El pan nuestro de cada día dánosle hoy.
[1] Francisco Luis Florencio Febres Cordero Muñoz nació el 7 de noviembre de 1854 en Bandera de Ecuador (Cuenca) y murió en Premiá de Mar (Barcelona) el 9 de febrero de 1910. Lo beatificó San Pablo VI el 30 de octubre de 1977 y lo canonizó San Juan Pablo II el 21 de octubre de 1984. En su patria, Ecuador, formó parte de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, congregación fundada en Francia por San Juan Bautista de La Salle en 1680; al profesar trocó su nombre de pila por el de Miguel (Hermano Miguel para sus correligionarios). Recibió el hábito el 24 de marzo de 1868 y se consagró en cuerpo y alma a la docencia a favor de infantes, adolescentes y jóvenes de todas las clases sociales. Bajo el seudónimo G. M. Bruño publicó un copioso número de libros que ilustraron a millares de escolares durante un largo medio siglo en toda Hispanoamérica. En 1907, durante el gobierno anticlerical del presidente Eloy Alfaro, fue exiliado a Francia, de donde pasó a Bélgica y finalmente a España, donde murió afectado por la pulmonía. [2] “El pan de San Antonio de Padua” es la lectura 72ª del Libro Tercero de Lecturas de corrido. Curso medio, escrito por San Miguel Febres Cordero bajo el seudónimo G. M. Bruño. Lo compuso ya en su destierro en Francia (1907) y lo dio a la luz en París, en las prensas de la Procuraduría General de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Este Boletín agradece al licenciado en historia Antonio Gutiérrez Cruz haber rescatado este texto del ejemplar de este libro que se resguarda en el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara. [3] Conjeturamos que la compuso don Juan José Anguiano. |