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José Garibi Rivera, artífice de paz. Crónica de su vida Tomás de Híjar Ornelas[1]
En el año en que se cumplen 50 de la muerte del vi arzobispo de Guadalajara se ofrecen aquí datos de su vida y obra, fundamental para el proceso que reconcilió a la sociedad jalisciense luego de la persecución religiosa en México que va de 1914 a 1940.[2]
Presentación
La restauración del orden y la paz a partir de 1950 abrió horizontes amplísimos al estado de Jalisco, tantos como para confirmar a su capital como segunda ciudad en importancia de la República mexicana. Algunos calificarán de dudoso este título, pues la Guadalajara actual afronta incontables retos; lo que nadie discute es el cambio radical operado en unas cuantas décadas: de la capital de provincia, del “rancho grande”, a la metrópoli que desborda con creces los márgenes del valle de Atemajac hay una distancia enorme. Los tapatíos del nuevo milenio, herederos de luces y sombras, de retos y perspectivas, oteamos el horizonte asidos a nuestras raíces. Es nuestro un rico patrimonio amasado a sangre y fuego; consideramos un regalo ser la casa común, el punto de convergencia de una gran familia: eso quisieron para nosotros los mayores, cansados de trasegar, de enfrentarse, de gastar su pólvora en infiernos. El Instituto Cultural Ignacio Dávila Garibi de la Cámara de Comercio de Guadalajara, atento a estas inquietudes, abrió una ventana a la reflexión acerca del ser y quehacer de los tapatíos, una invitación a revisar nuestro pasado y hacer un balance objetivo y honesto. El método propuesto consiste en presentar el perfil biográfico de personajes que han sintetizado una época, no para exaltar, como en la historia de bronce, figurines hieráticos en su pedestal y huecos por dentro, sino para exhumar la obra de hombres de carne y hueso, como nosotros, que tuvieron, en su momento, la cordura de hacer una elección sensata en pro del bien común. No somos jueces, detractores o apologistas; nos limitamos a evocar con serenidad el recuerdo de quienes nos precedieron: ellos en nosotros tienen su recompensa; nosotros en ellos, un legado imperecedero. El invitado de esta noche fue testigo, protagonista y actor privilegiado de la transformación de Jalisco y su región en las primeras siete décadas del siglo xx; en su condición de vi Arzobispo de Guadalajara y primer Cardenal mexicano, cuajó en un solo liderazgo al estadista visionario, al conciliador y al reconstructor, al patriarca bondadoso y al enérgico timonel. Su lema episcopal así lo pregonaba: Diligite alterutrum, amaos los unos a los otros. Introduce cada apartado un poema, que compuso a fines de 1958 el presbítero Benjamín Sánchez Espinosa, muy cercano colaborador de don José Garibi Rivera en el gobierno de la Arquidiócesis, inspirándose en datos biográficos del homenajeado. Se leyó en la velada literario musical que le ofrecieron las Congregaciones Marianas del Santuario de San José de Gracia.
1. Orígenes
El niño y las palomas
La ciudad de las palomas y de los cien campanarios le canta las Mañanitas a un niño que está llorando.
Allá en la orilla del agua, los padrinos lo llamaron por josefino, José, y por mariano, Mariano.
Dicen que en el mismo día en que lo hicieron cristiano, hasta su cuna los ángeles le trajeron los regalos:
La Virgen le dio su estrella; José, su vara de nardo; el cielo, una espiga, un río y un arbolito con pájaros.
En la ciudad, las palomas vuelan de los campanarios.... ¡no llores, niño José, el del roponcito blanco!
Aunque se coman tu espiga, y beban en tus remansos, esas palomas son tuyas, han de anidarse en tu árbol.
Con buena estrella naciste: dará su aroma tu nardo y en tu corazón tendrás un palomar encerrado.
Las penosas vicisitudes que desterraron durante lustros la paz parecían leyendas de un pasado brumoso en el último tercio del siglo xix. La pax porfiriana apuntaló la prosperidad y el desarrollo de Guadalajara; restaurada la vida social, se congregaron en la capital, procedentes de todos los municipios, familias criollas hasta entonces aisladas en sus comarcas. Una de tantas, de apellido Garibi, avecindada en Zapotlán el Grande desde el siglo xviii y cuyos orígenes partían de Galdácano, municipio español próximo a Bilbao, se domicilió en la capital de Jalisco sumándose a la emprendedora y diligente clase media. En el seno de este clan nació en Guadalajara, la tarde del 30 de enero de 1889, el último vástago de los esposos Miguel Garibi Reyes y Joaquina Rivera Robledo, quienes ya habían engendrado a Juan Manuel y a Carmen. El menor de los Garibi Rivera fue bautizado horas después de su nacimiento, el 1º de febrero, en la parroquia del Sagrario Metropolitano por el presbítero don Lorenzo Altamirano. Recibió el nombre de José Mariano, como el patriarca de la familia, su bisabuelo don José Mariano Garibi López de Lara, y e1 26 de marzo de ese mismo año el niño fue confirmado en la catedral tapatía por el arzobispo don Pedro Loza y Pardavé. Apenas alcanzaba los cuatro años de edad cuando murió de causas naturales su padre, comerciante y socio fundador de la actual Cámara de Comercio de Guadalajara. Era propietario y atendía una tienda de abarrotes por la calle de Pedro Loza, y estando en su comercio tuvo un accidente doble a raíz de una caída: se lesionó la columna vertebral y perdió la razón. Al ocurrir su deceso el 16 de febrero de 1893, su viuda doña Joaquina hubo de enfrentar la voracidad de muchos acreedores. Salió en su defensa su cuñado don Felipe Romero Gómez, quien rescató del patrimonio una pequeña renta, suficiente apenas para solventar una vida modesta. El hijo primogénito, Juan Manuel, poseía un carácter extrovertido y sanguíneo; su hermana Carmen, por el contrario, era agreste y huraña. José cursó las primeras letras en el Colegio de Señor San José o del señor Zavala, próximo a la casa paterna; después lo matricularon en el colegio de la Santísima Trinidad, dirigido por don Trinidad Gutiérrez; se dice que ya por entonces su capacidad intelectual era notable. Nutrió su fe el ambiente fervoroso de su tiempo y la religiosidad de su madre. Recibió la primera comunión el 25 de junio de 1897 en la ayuda de parroquia de Nuestra Señora del Pilar, y al año siguiente, a los 8 de edad, fue socio cofundador y tesorero de la Congregación Mariana de Nuestra Señora de Guadalupe y de San Estanislao de Kostka, establecida por el presbítero don Manuel Diéguez en el templo de Jesús María.
2. Hacia el ministerio ordenado
El Palacio de obsidiana
El niño José llegó al palacio de obsidiana donde la virtud es negra y donde la risa es blanca.
Sobre sus delgados hombros, ¡qué bien le cae la sotana! Parece que está queriendo teñírsele de morada.
La rosa-rosæ latina se le deshoja en el alma... Ya empiezan a darle miel las abejas virgilianas.
Bajo el sauce, con Horacio, oye la música clara de la fuente que repica sus cascabeles de plata.
El buen hermano Tomás le da a beber en sus ánforas vino de vides helénicas madurado al sol de Italia.
El buen hermano Francisco también lo llevó a su casa... (de entonces, serán “hermanos” el sol, el viento y el agua;
El gallo despertador, la codorniz franciscana, el gorrión, pecho de fuego, y el periquito de Australia).
Pero se vuelve José al palacio de obsidiana. De allí tendrá que salir con las manos consagradas.
El 18 de octubre de 1900 ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara. La institución padecía las crisis del interregno que siguió a la muerte del arzobispo Loza; sin sede propia por la construcción de un nuevo edificio, ocupaba un inmueble anexo al templo de San José de Gracia. La rectoría fue atendida en un corto lapso por distintos clérigos y dio ocasión a posiciones encontradas; para zanjar la cuestión, el nuevo arzobispo, don José de Jesús Ortiz, se reservó en 1902 el título de rector, y nombró prefecto general al canónigo don Miguel M. de la Mora; el plan de estudios fue renovado, se introdujeron algunas asignaturas acordes a las necesidades del momento y se alcanzó un contacto humano y personal entre el selecto grupo de catedráticos y los alumnos. Concluidos los estudios de humanidades y de filosofía, el adolescente Garibi Rivera cambió de aires; seducido por la legendaria figura del Pobrecillo de Asís, dejó el Seminario e ingresó al colegio de Propaganda Fide de Zapopan, de la orden de los hermanos menores; permaneció allí un año cabal, del l° de octubre de 1906 al 30 de septiembre de 1907, junto con su condiscípulo José María Figueroa Luna; allí entabló una afectuosa relación con el polígrafo fray Luis del Refugio Palacio, su maestro de novicios, que sería muy fecunda en el campo historiográfico. Dejó el convento de Zapopan para reincorporarse de inmediato al Seminario Conciliar; sin contratiempos acreditó el 2°curso de teología y fue merecedor de repetidas distinciones en los años 1908, 1911 y 1913. El 2 de febrero de 1908, en el Santuario de Nuestra Señora de la Soledad de Guadalajara, el Arzobispo Ortiz y Rodríguez le concedió las órdenes menores, que después de la prima tonsura eran las de lector, ostiario, acolito y exorcista; el 25 de junio de 1911 el mismo Pastor lo hizo subdiácono, el 20 de agosto, diácono y, finalmente, la mañana del 25 de febrero de 1912, presbítero. Cantó su primera misa el 19 de marzo en el templo de San José de Gracia, sede propia de la Congregación Mariana; predicó en la ceremonia quien fuera su maestro, don José María Cornejo, y lo apadrinaron los presbíteros don Manuel Diéguez y fray Luis del Refugio Palacio. A la celebración acudió lo más granado de la sociedad tapatía, pues la intrincada selva de parentescos del cantamisano le vinculaba con muchos de ellos: Sánchez Aldana, Villaseñor, Álvarez Tostado, Robledo. Entre otros factores, esas relaciones de parentesco le permitirían, andando el tiempo, ser catalizador entre tirios y troyanos. Baste recordar de entre su parentela a su tío don Manuel Garibi Tortolero y a su primo Ignacio Dávila Garibi, uno y otro historiadores; a su primo Juan de Dios Robledo o a Gonzalo N. Santos, de la familia de su cuñada.
3. En la breña
Ya presbítero, fue confirmado en el oficio que desempeñaba desde el 5 de noviembre de 1911 como subprefecto del Seminario y maestro de latín, servicio que prestó hasta el 26 de agosto de 1913. El Arzobispo Ortiz determinó enviar al Padre Garibi a perfeccionar su formación académica a Roma, pero la muerte sorprendió al prelado el 19 de junio de 1912; sin embargo, el nuevo metropolitano, don Francisco Orozco y Jiménez, lo incluyó en el pequeño grupo de seminaristas y clérigos enviados, en septiembre de 1913, a cursar estudios superiores en Roma. El padre Garibi llegó allá el 28 de octubre de ese año; se hospedó en el Colegio Pío Latino-Americano y despejó el intelecto en la Universidad Gregoriana. Fueron años belicosos aquellos, cuando Europa vio nacer la guerra mundial, mientras en México las cosas no marchaban mejor, al menos en Guadalajara, donde la anarquía y el anticlericalismo de los constitucionalistas devoraron la estructura material de la Iglesia tapatía. Flaco y desgarbado, de facciones poco finas, acentuadas por una calvicie marcada, el talante despierto y caritativo de Garibi suplía con creces las limitaciones estéticas; hizo buenas migas con sus condiscípulos del Píolatino. Servicial, no dudaba en sacrificar su tiempo libre o su estudio personal para repasar la lección a los menos duchos o atender consultas particulares, pues a más de bondadoso era inteligente. En dos años acreditó los grados de doctor en teología y bachiller en derecho canónico. Presentó exámenes finales en lo más álgido de la canícula de 1916; días más tarde, don Francisco Orozco y Jiménez 1e pidió encontrarse con él en Chicago. Después de sortear muchas vicisitudes, el Padre Garibi se reunió con su prelado en octubre y juntos diseñaron una estrategia para volver a la patria. Al comenzar noviembre viajaron a San Antonio y a Laredo, Texas; cruzaron la frontera tomando toda suerte de precauciones y pudieron llegar a Aguascalientes el 15 de ese mes. En carruaje partieron a Calvillo, y de esa población a El Plateado, Zacatecas; de allí pasaron a Totatiche, Jalisco, en la circunscripción eclesiástica de Guadalajara, donde fueron recibidos el 20 de noviembre por el párroco don Cristóbal Magallanes. Clérigo emprendedor y entusiasta, pilar de un proceso de transformación regional de grandes magnitudes, Magallanes, quien acababa de crear un Seminario Auxiliar, pidió al Arzobispo un asistente; Monseñor Orozco, además de bendecir la obra, dejó al Padre Garibi como primer prefecto del Seminario Auxiliar de Nuestra Señora de Guadalupe, ministerio que desempeñó hasta el 22 de octubre de 1917. Por cierto, en julio de este año el Padre Garibi fue tomado prisionero, junto con el diácono Dámaso Quintana; sin cargo alguno en su contra, fue remitido a la capital del estado. El viaje lo hizo a pie; en Guadalajara permaneció tres días en un reducido calabozo antes de recuperar la libertad. En octubre de 1917 don José Garibi pasó a Atotonilco el Alto, Jalisco, en calidad de Vicario Cooperador; en ese municipio coincidió una vez más con su prelado, huésped del capellán de San Francisco de Asís, el Presbítero José de Jesús Angulo. El Arzobispo removió al joven clérigo, quien retornó a Guadalajara como Vicario Cooperador de la parroquia de Jesús, oficio que desempeñó sólo del 28 de noviembre a1 20 de diciembre. El día 3 de este último mes fue agregado a la curia arquidiocesana como auxiliar segundo. Con tan modesto oficio comenzó una carrera impecable, que ascenderá uno por uno todos los cargos de la estructura eclesiástica. El 28 de abril del año siguiente, 1918, restauradas las actividades del Seminario Conciliar, el padre Garibi fue llamado a impartir clases de filosofía en el Seminario Mayor, ubicado provisionalmente por la calle de la Parroquia. El 1º de febrero de 1919 le fue confiada la capilla de San Nicolás de Bari, anexa a Nuestra Señora del Pilar, la cual atendió durante siete meses. Día a día aumentaban sus responsabilidades: de enero a agosto de 1920 fue capellán del Santuario de Nuestra Señora de la Soledad y catedrático de teología pastoral, ascética, mística, pedagogía catequística e historia eclesiástica en el Seminario Mayor. El 14 de junio de ese año fue nombrado Oficial Mayor de la curia arquidiocesana. Entre sus muchos servicios, fue además asistente eclesiástico de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, semillero de líderes laicos capitaneado con vigor y entusiasmo por el abogado Anacleto González Flores. En esas fechas el laicado de Guadalajara, en especial los jóvenes, hombres y mujeres, cobraron consciencia de su identidad cristiana: se agruparon en círculos de estudio formando núcleos de acción social. De ese entusiasmo participa el Padre Garibi, quien ve y oye todo. El 22 de octubre de 1923, con tan sólo 34 años, es promovido a la canonjía Doctoral, oficio que desempeñó a partir de marzo de 1924, junto con la administración de las obras a favor de la construcción del Templo Expiatorio. En julio de 1924 se le nombra Secretario Canciller de la Mitra diocesana, y en 1925 Secretario General de Cámara y Gobierno de la arquidiócesis, puesto desempeñado hasta mayo de 1930.
4. En el ojo del huracán
Cuando Dios enmudece
La muerte viene a caballo por la oscura serranía, dejando negra cosecha colgada de las encinas.
Se mete a todos los pueblos cantando La Valentina entre alaridos que huelen a pólvora y a tequila.
Por las calles empedradas ladra la fusilería y el suelo se va cubriendo con amapolas caídas.
Y Dios estaba en silencio sobre la tierra maldita... y cuando se calla Dios aúlla la artillería.
Entre el llanto de las flores, dos desterrados caminan bajo las estrellas mudas, por las barrancas perdidas.
Uno es el Grande Francisco, el de barbas florecidas; otro es el Padre José, partícipe de fatigas.
Los ojos del Buen Pastor escrutan la lejanía. Y lo que esos ojos ven trae al labio la sonrisa:
Ha visto al padre José en visión de profecía: tiene, en su mano, el cayado, en su dedo, la amatista;
sobre su pecho, una cruz y en las sienes, una mitra. El alma del gran Francisco ya puede vivir tranquila.
E1 1º de agosto de 1926 el Congreso de la Unión aprobó la iniciativa de ley presentada por el presidente de la república, general Plutarco Elías Calles, para reglamentar los artículos 3º, 5º, 24, 27 y 130 de la constitución federal; se adicionó, además, el Código Penal de la federación con un apartado para delitos en materia de culto religioso y disciplina externa. En señal de protesta, los obispos de México, después de consultar a la Santa Sede, decretaron suspender a partir de ese día del culto público en todos los templos del país. Aunque muchos prelados se exiliaron, el Arzobispo de Guadalajara decidió permanecer en su circunscripción refugiándose en los pliegues de la Sierra Madre Occidental. Junto a sí llamó a dos de sus colaboradores más cercanos: su Secretario de Cámara y Gobierno, don José Garibi, y el Oficial Mayor de la curia, don Narciso Aviña. El Arzobispo se estableció en el rancho de La Lobera, Garibi en Cuyutlán y Aviña en la Estanzuela. Los cuatro grupos de seminaristas estudiantes de teología, a fin de no interrumpir su formación académica, también se diseminaron por las barrancas. El 15 de agosto de 1927 Orozco y Jiménez celebró, en su refugio de las barrancas, sus bodas de plata episcopales; acompañado por los presbíteros Garibi y Aviña y los párrocos de San Cristóbal de la Barranca y El Salvador, don Tiburcio Álvarez y don José Ruiz, respectivamente, presidió la solemne función religiosa en un humilde tejabán; desde tal tribuna, el Padre Garibi, a nombre del Cabildo Eclesiástico, del clero diocesano y de la feligresía, dirigió al homenajeado un elocuente mensaje; sintetizaba la crítica situación de la Iglesia en México y la memoria de los caídos, entre ellos don Cristóbal Magallanes y su novel vicario, don Agustín Caloca, asesinados en Colotlán tres meses atrás, y la ejecución arbitraria, los días 1º y 2 de abril en Guadalajara, de los laicos Anacleto González, Luis Padilla, los hermanos Jorge y Ramón Vargas y Ezequiel y Salvador Huerta Gutiérrez; según el orador, si numerosos fieles cristianos estaban dispuestos a ofrendas la vida con tal de preservar la fe, era gracias al ejemplo de su pastor. La vida en las barrancas se tornó imposible; un coronel del ejército federal de apellido Ordóñez, a la cabeza de un nutrido contingente de rastreadores, cercó la zona con la consigna de capturar al señor Orozco y Jiménez. Los prófugos prefirieron regresar a Guadalajara, hospedándose el Arzobispo con unas señoritas de apellido Romero, y el padre Garibi con la señorita Rafaela Portillo. A fines de 1928 don Francisco Orozco y Jiménez gozó de un paréntesis de paz muy breve, porque en junio de 1929 el Delegado Apostólico y Arzobispo de Morelia, don Leopoldo Ruiz, y el Obispo de Tabasco, don Pascual Díaz Barreto, actuando en representación de los obispos de México, acordaron con el presidente interino, Emilio Portes Gil, la negociación de un modus vivendi entre la Iglesia y el Estado; el presidente interino exigió, entre sus condiciones para negociar, el destierro de don Francisco Orozco, quien aceptó sin réplica a la injusta orden y se refugió en los Estados Unidos. Lo acompañó al exilio el Padre Garibi. En los últimos días de julio llegaron a Laredo; el Arzobispo siguió hasta Chicago, el Padre Garibi se quedó cuatro meses en Laredo corno capellán de un grupo de religiosas tapatías exiliadas por aquellas latitudes. El 16 de noviembre se reunió con su Obispo en Chicago; ese mismo día, el prelado lo nombró Chantre del Cabildo Eclesiástico y lo envió a Roma para representar al Obispado de Guadalajara en el jubileo áureo sacerdotal del papa Pío xi y resolver algunos asuntos tocantes al gobierno eclesiástico
5. Obispo Auxiliar de Guadalajara
Arribó a la capital de Italia en los primeros días de diciembre, hospedándose en el Colegio Pío Latino–Americano. De inmediato hizo llegar al Secretario de la Sagrada Congregación Consistorial, Cardenal Carlo Perosi, un sobre lacrado y dentro de él la carta de puño y letra de don Francisco Orozco cuyo contenido el portador desconocía. La víspera del día mariano por excelencia en México, 11 de diciembre, el Cardenal Perosi citó en su despacho al Dr. Garibi Rivera. Comenzó diciéndole, para su consternación absoluta, que el Arzobispo de Guadalajara pedía a la Sede Apostólica le nombrase un obispo auxiliar.
– Eso no puede ser –contestó el interpelado, sospechando una argucia diplomática para justificar la remoción de su superior. – Sí lo es. Le he revelado el contenido del texto que por usted llegó a mis manos. Lo que no le he dicho es que monseñor Orozco y Jiménez pide precisamente que usted sea el elegido. Ya el Papa lo sabe y está de acuerdo. Sólo falta de usted acepte, de preferencia ahora mismo.
Sólo don José podría decirnos qué sintió en esos momentos, pero ciertamente, estuvo de acuerdo, porque al día siguiente se publicó la noticia en L' Osservatore Romano, y el 16 se expidieron sus bulas como obispo titular de Rosso, ciudad reducida hoy a sitio arqueológico y en su tiempo diócesis y pequeña ciudad de Cilicia, entre Oriente y Occidente, nada distante de Tarso, cuna de San Pablo, arrasada luego por los árabes y alguna vez parte del reino armenio. Todavía tuvo ocasión de ser recibido por Pío xi, que al tiempo de imponerle el roquete y la esclavina dijo al electo: “Que seas un esforzado auxiliar de tan esforzado pastor”. Todavía en el primer mes de 1930 el obispo electo volvió sobre sus pisadas, reencontrándose con su prelado en El Paso, Texas, de donde se trasladó a la ciudad de México para gestionar garantías para el retorno del metropolitano tapatío, con quien pudo reunirse en Irapuato y juntos arribar a Guadalajara, pero de incógnito. El 7 de mayo de 1930 don Francisco Orozco consagró obispos a dos presbíteros de su clero: a su auxiliar José Garibi y a Vicente María Camacho, Obispo electo de Tabasco. Entre los fieles reunidos para la consagración se encontraba la madre de don José. Ya ungido con la plenitud del sacerdocio ministerial, Monseñor Garibi Rivera recibió la dignidad de Canónigo Maestrescuelas. En el desempeño de este beneficio, el 10 de noviembre de 1932 el Estado hizo la tercera reglamentación del culto público, limitando el ejercicio del ministerio sacerdotal a un clérigo por cada 25 mil habitantes. Los encargados de los templos no decomisados debían registrarse ante la Secretaría de Gobernación y recibir un permiso para desempeñar, con innumerables limitaciones, sus servicios. Los actos religiosos de carácter público en la Catedral, la Merced y San Agustín quedaron bajo la responsabilidad de Monseñor Garibi. Con todo el peso abrumador de su ministerio, encabezó la Acción Católica Mexicana, de reciente cuño, y se hizo cargo de la sección de Doctrina Cristiana de la Arquidiócesis. En cuanto a la facultad para gobernar, no gozó el nuevo obispo de particulares prerrogativas, pues las decisiones estratégicas en cuanto a nombramientos y cambios corrían, desde 1914, por cuenta del gobernador de la Mitra, el Deán don Manuel Alvarado, anciano de apariencia frágil pero de temple, carácter y visión fuera de serie. Él mantuvo la nave sin zozobrar en medio de muy penosas circunstancias. El Arzobispo Orozco y Jiménez, quien jamás contradijo las disposiciones del señor Alvarado, en cuanto tuvo noticia de su fallecimiento, acaecido en Tlaquepaque el 31 de diciembre de 1932 concedió este título a su auxiliar Garibi Rivera. Cabe mencionar el fino tacto de Monseñor Garibi hacia el grupo de canónigos de la generación de la "edad dorada", doctorados en Guadalajara en tiempos de la academia pontificia en el último tercio del siglo xix, enfrentados con los píolatinistas, a quienes encabezaba el canónigo José María Esparza. El 30 de marzo de 1933 falleció doña Joaquina Rivera, a los 77 años; estuvo acompañada en su último trance por sus tres hijos. El primogénito, Juan Manuel, radicado entonces fuera de Jalisco, antípoda de su hermano, excombatiente villista y minero, cuando llegó al lecho en el que su madre agonizaba le dijo: “Madre, puede irse tranquila; llegará al cielo, y no gracias a éste”, y apuntó a su hermano obispo, que no le ha dado ningún desvelo, sino gracias a mí, que tantos sufrimientos le di. Carmen, la única hija, permaneció soltera, acompañando hasta el fin de su vida, con férula de hierro, a su hermano José. El día 28 de noviembre, Monseñor Garibi se convirtió en Deán del Cabildo Eclesiástico; con ese título adquirió, después del metropolitano, los más importantes oficios de la arquidiócesis, in spiritualibus et temporalibus. En septiembre de 1934 participó en el Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires, Argentina. En esa capital rechazó con energía las pretensiones de José Vasconcelos y sus pretensiones de alentar el derrocamiento del gobierno de México. El 22 de diciembre de 1934 fue preconizado Arzobispo coadjutor, titular de Byzia (otra sede que fue, ubicada hoy en día en Bulgaria), con derecho a sucesión, en el gobierno de la Arquidiócesis de Guadalajara. En esas condiciones, fiel a su lema episcopal, Diligite alterutrum (Amaos los unos a los otros), se dio a la tarea de reconstruir la diócesis por dentro y por fuera; una de sus prioridades fue hacer la visita canónica a las parroquias, labor interrumpida cuando comenzó la persecución religiosa 20 años antes.
6. La sucesión episcopal
Ocupado en estos menesteres al sur del Obispado, el 1° de febrero de 1936, le notificaron que la salud del arzobispo Orozco y Jiménez se desmoronaba; regresó de inmediato a Guadalajara, muy atento al estado de salud de don Francisco los siguientes días de su postración. Cuando el deceso parecía inminente, Monseñor Garibi pidió la bendición a su mentor. El agonizante lo tomó de la mano, lo bendijo y alcanzó a decirle: “Dios te pague todo”. Don Francisco Orozco y Jiménez murió la tarde del 18 de febrero de 1936. Cuatro días después, la mañana del 22 de febrero, una muchedumbre incontable acompañó al panteón de Belén los restos del fallecido, que fueron depositados en la bóveda sepulcral de los Garibi. Convertido de facto en Arzobispo de Guadalajara, don José nombró Vicario General a un virtuoso canónigo, don Alejandro Navarro; el nombramiento, expedido el 24 de febrero, muestra el tacto del nuevo prelado para rodearse de un equipo de colaboradores incondicionales y capaces. Le esperaba un cúmulo ingente de trabajo. Había muchas heridas por restañar, dentro y fuera de la institución eclesiástica; las actividades pastorales, paralizadas los últimos 25 años, exigían decisiones urgentes y, al mismo tiempo, suaves. Ésta será una de las características del pragmático pontificado de Monseñor Garibi Rivera: los cambios se deben implementar sin violencia; que nadie se sienta lesionado, no hay enemigo pequeño. Como una catarata cayeron las tareas de su nuevo oficio. El 9 de marzo viajó a San Antonio, Texas, para tratar con sus congéneres estadounidenses la creación de un seminario interdiocesano en Nuevo México. Aunque habían transcurrido siete años de celebrados los arreglos entre el Estado mexicano y la Iglesia católica, la intolerancia estatista limitaba la existencia de los planteles dedicados a la formación clerical. Los seminarios subsistían en condiciones precarias y clandestinas; por ese motivo, como muestra de solidaridad, los obispos de Estados Unidos ofrecieron construir y dotar de recursos un seminario interdiocesano. Cinco jerarcas mexicanos, entre ellos Garibi Rivera, y cinco estadounidenses, en conferencia desde el 18 de marzo, decidieron las condiciones de la nueva institución, el Seminario de Montezuma. De nuevo en Guadalajara, Monseñor Garibi retornó las visitas pastorales a las parroquias. El 12 de abril consagró Obispo de Tepic a don Anastasio Hurtado. El 12 de agosto de 1936, el obispo de Zacatecas, don Ignacio Plascencia y Moreira, le impuso el palio arquiepiscopal, símbolo de su jurisdicción como metropolitano. El 6 de noviembre se creó, con su beneplácito, la Escuela Diocesana de Música Sacra. El 19 de marzo de 1937 celebró en la iglesia Catedral su jubileo sacerdotal. Para dotar a su Diócesis de un cuerpo sólido de leyes peculiares en materia de fe y costumbres, Monseñor Garibi, convocó el 1° de enero de 1938 un sínodo diocesano, es decir, una asamblea para elaborar esquemas de estatutos y constituciones de las sesiones, que se realizó en marzo de ese año.
7. La reconciliación
Las deterioradas relaciones entre el Estado mexicano y la jerarquía eclesiástica comenzaron a suavizarse a partir de 1938. Este año, Monseñor Garibi ordenó realizar una colecta especial en todas las parroquias de su arquidiócesis en apoyo a la iniciativa nacionalista del presidente Lázaro Cárdenas de cancelar los contratos de explotación de los hidrocarburos. En su relación con el gobernador Silvano Barba González, Monseñor Garibi fue parco y tolerante; no olvidaba el gesto benevolente del entonces secretario de gobernación, quien autorizó que los restos de don Francisco Orozco y Jiménez fueran velados en la Iglesia Catedral. Un espacio de acercamiento lo brindó la celebración del iv centenario de la fundación de Guadalajara; el comité organizador montó en el templo de Santa María de Gracia una exposición de utensilios litúrgicos y religiosos antiguos, facilitados con la mejor disposición por el Arzobispo. Miembros del ejército nacional custodiaron las piezas expuestas. Por estas fechas y por mediación de la esposa del presidente Ávila Camacho, doña Soledad Orozco, se restableció la tradicional llevada de la imagen de Nuestra Señora de Zapopan a su santuario. Monseñor Garibi cuidó mucho su Seminario Conciliar. Pese a sus incontables actividades, nunca dejó su clase de pedagogía catequística; el servicio personal de turnos de familiares, a quienes ya por entonces acomodaba el mote de Procopio, le permitió mantener una relación cercana con sus futuros subordinados, actividades tan íntimas como comer y jugar dominó favorecían ese trato. En 1939 adquirió el inmueble del desaparecido hospital de San Martín de Tours, al oriente de la ciudad, para habilitarlo como Seminario Mayor. Emprendió su tercer viaje a la urbe para la visita ad limina. En esa ocasión entregó al Papa, a nombre del episcopado y del pueblo mexicano, el monumento guadalupano instalado en los jardines vaticanos, obra del reconocido artista don Adolfo Ponzanelli. Durante la presidencia del general Manuel Ávila Camacho las relaciones entre las autoridades políticas y el clero de Guadalajara dejaron de ser tirantes. Una respetuosa distancia se cruzó entre el gobernador de Jalisco, general Marcelino García Barragán y el Arzobispo Garibi y Rivera, en parte gracias a los buenos oficios de don Víctor González Luna. En estas fechas el gobierno admitió la presencia de religiosas en el Hospital Civil y la asistencia espiritual del padre Juan Bernal en el nosocomio. Sin embargo, fue durante la gubernatura de Jesús González Gallo (1947-1953) cuando la relación entre los distintos actores sociales se unió por los vínculos de la cordialidad y el diálogo. Motivos los había: siendo don José Garibi diácono y prefecto de mínimos del seminario, en 1911, el primer pupilo que recibió a su cargo fue precisamente el yahualiquense González Gallo, quien, por su parte, nunca negó su condición de católico. Con habilidad y tacto, el arzobispo de Guadalajara formó, junto al propio González Gallo y al abogado Efraín González Luna, una tríada capaz de unir a empresarios y políticos en la transformación radical de la fisonomía urbana e industrial de Jalisco, con acciones tales como el Patronato de Habitación Popular, inspirado en Las Cuadritas de fray Antonio Alcalde. Todos los proyectos del gobierno del estado tuvieron el apoyo de la Iglesia de Guadalajara, incluso la construcción de la gran cruz de plazas, que supuso la demolición de vetustísimos y muy relevantes edificios de grande valor patrimonial, como el templo de la Soledad, donde él mismo fue ordenado. En este tiempo se anclaron relaciones de trato cordial entre el Arzobispo y los líderes sindicales, en especial con don Heliodoro Hernández Loza y don Francisco Silva Romero. En el ambiente empresarial conocía a todos de nombre y los estimula a emprender obras sociales, culturales o altruistas. Impulsó la Unión Empresarial Guadalupana. Su fidelísimo colaborador el canónigo José Ruiz Medrano se empeñó en impulsar espacios de recreación, convivencia y apoyo espiritual: los clubes deportivos y su no menos adicto Enrique Varela Vázquez, como gerente de la Cámara de Comercio de Guadalajara. Conseguir la paz social, evitar la confrontación y la polémica, unir las voluntades fue la cima de las aspiraciones del Arzobispo. Él, en su vida privada, seguía tan frugal y parco como siempre. La sencillez de su casa, custodiada con celo por su hermana Carmen hasta 1951, año de su muerte, la adornaban un gallito, una codorniz, un gorrión y un periquillo de Australia. Signo de esos tiempos nuevos fueron los magnos festejos por el iv centenario de la erección del obispado de Guadalajara, en 1947, cuyo epílogo fue un lucidísimo desfile de carros alegóricos; el último de ellos representaba en vivo a Santa María en su imagen de Zapopan; la niña que hacía el papel de la Generala era la hija del gobernador. Por este tiempo fueron restituidos algunos de los templos cerrados al culto: los Dolores, el Sagrado Corazón de Jesús, Santa María de Gracia. Se quedó en el tintero San Diego de Alcalá, que se rescatará luego, en el marco de las bodas de oro sacerdotales de don José. Se perdieron, tal vez para siempre, el de la Compañía, la Preciosa Sangre y la Medalla Milagrosa. Las actividades del Arzobispo de Guadalajara se sumaron a las actitudes conciliatorias de otro gran prelado, el Primado de México, don Luis María Martínez; gozó además de la cordial amistad de los delegados apostólicos, en particular don Luigi Raimondi. En reconocimiento a estas labores, el 13 de marzo de 1948, Pío xii concedió a Monseñor Garibi Rivera el título de asistente al solio pontificio. Del 2 al 9 de mayo de 1954 presidió en su catedral las sesiones del ii Concilio Provincial, cuyas actas, aprobadas en agosto de 1958, buscaron, según lo anuncian sus títulos, el aumento de la fe, la reforma de las costumbres, la corrección de los abusos, el arreglo de las controversias y la conservación e introducción de la uniformidad de la disciplina. Dos períodos presidió don José Garibi el Comité Episcopal de México. Con tal carácter, convocó en 1954 un Congreso Nacional Mariano, cuya celebración en Guadalajara finalizó con un apoteótico plebiscito que atrajo a 200 mil fieles, antorcha en mano, a una manifestación inédita de fe. Durante la gubernatura de Agustín Yáñez, católico militante en su juventud, no hubo una pública relación entre el Arzobispo y el gobierno de Jalisco, pero sí vínculos comunes y provechosos, en especial a través del párroco del Santuario de Guadalupe, don Luis Sánchez Araiza, amigo íntimo de Yáñez. En este tiempo muchas escuelas católicas fueron reconocidas por la Secretaría de Educación Pública. Casi estrenado el gobierno de Yáñez, celebró don José Garibi el 7 de mayo de 1955 sus bodas de plata episcopales; para disponer la ocasión, se realizó una semana sacerdotal de abundante fruto. Las acciones emprendidas por el Arzobispo llegan a la Santa Sede. Una carta de felicitación, suscrita por Pío xii, sintetiza, en su parte medular, la vida y la obra de nuestro biografiado a la mitad de su itinerario existencial:
Venerable hermano:
Salud y bendición apostólica. Hemos sido informados que los fieles a ti encomendados y tus colaboradores en el Sagrado Ministerio se aprestan unánimes a celebrar para el mes próximo, en público y con toda solemnidad, tus cinco lustros de episcopado. Ciertamente la grata concordia que los buenos manifiestan para esta ocasión, expresa admirablemente cuán grande es la estimación y el cariño que tus fieles te profesan. Porque tú, primero como Obispo auxiliar y después como Arzobispo de esa sede metropolitana, has desempeñado con laboriosidad y constancia el sagrado cargo pastoral que hace veinticinco años se te confiara. Bajo tu dirección y cuidado se dotó el seminario interdiocesano para solucionar la escasez de sacerdotes en las demás diócesis de México; se han levantado nuevas iglesias; se ha dado auge a la educación de los jóvenes, a las falanges de la Acción Católica, a las familias religiosas y a las obras sociales para ayudar a los obreros. Además, se tuvo el primer Sínodo Diocesano, el Concilio Provincial y se han celebrado muchos congresos Eucarísticos y Marianos. No debe pasarse por alto el oficio de Presidente del Comité Episcopal de toda la República Mexicana, que con tanta prudencia y acierto desempeñaste en medio de las dificultades de los tiempos. Nos, pues, que ya en otras ocasiones manifestamos nuestro especial afecto hacia ti, principalmente cuando hace siete años tuvimos el gusto de agregarte al número de los prelados asistentes a nuestro solio, te felicitamos con toda el alma por la atingencia con que has ejercido por tanto tiempo el ministerio pastoral y te auguramos abundantes gracias y consuelos divinos para el bien y consuelo de tu grey.
Pío Papa xii
Un incidente penoso acaecido en 1957 movió al Arzobispo a escribir una carta circular de pública reprobación. El gobernador Yáñez, respetuoso de la autonomía académica, había permitido la creación de un centro privado de educación superior a cargo de los religiosos de la Compañía de Jesús, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (iteso). El nuevo plantel gozó del espaldarazo del Arzobispo, no así de los alumnos de la Universidad Autónoma de Guadalajara, quienes en un acceso de poca civilidad asaltaron las oficinas del iteso, destruyeron el mobiliario y dañaron las instalaciones. Ese mismo año, en un intento por mantener la unidad de su circunscripción eclesiástica, don José Garibi consiguió que el Papa Pío xii declarara Patrona Principal de la Arquidiócesis de Guadalajara a Nuestra Señora de San Juan de los Lagos.
8. El cardenalato
Paren todos los relojes
En los altos campanarios hay revuelo de palomas; en las avenidas largas, hondo perfume de rosas.
Tiene más luz que mil días esta noche milagrosa, porque más de mil luceros han abierto sus corolas.
Ay, ¡y cómo pesa el tiempo, qué tardas son esas esas horas cuando el corazón espera y el esperado no asoma!
Las almas y las campanas de gozo se vuelven locas, bronce y júbilo en el aire, música y luz en las bocas.
¡Ya llega el Pastor, ya llega…! Una corriente sonora sacude los corazones que un mismo ardor enamora.
Ya llega –fuego y armiño– como torrente de rosas. En su pecho se abrazaron Guadalajara con Roma.
Paren todos los relojes. Que nunca pase esta hora. La patria entera se envuelve en la púrpura de gloria.
El 9 de octubre de 1958, después de un pontificado de casi dos décadas, falleció el Papa Pío xii. Para sucederle, fue elegido, el 28 de octubre de octubre siguiente, el anciano Patriarca de Venecia, Cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, quien tomó el nombre de Juan xxiii. Poco después tendrían lugar en el Vaticano la visita ad limina y la reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano. Aunque Monseñor Garibi había decidido no viajar a Roma y enviar como representante a su Coadjutor don Francisco Javier Nuño, el Delegado Apostólico en México pidió expresamente a don José Garibi cruzar sin excusas el Atlántico. Más por obediencia que por gusto, aceptó emprender el largo viaje. Llegó a Roma, acompañado de su colaborador el Presbítero Antonio Chávez, el 7 de noviembre de ese año. Las sesiones del Consejo Episcopal comenzaron el día 10, en las instalaciones del Colegio Pío Latino-Americano; el día 17 se hizo pública la noticia de que el Papa Juan xxiii había designado 23 nuevos cardenales, entre ellos al Arzobispo de Guadalajara, primer purpurado mexicano, que recibió como iglesia titular en la urbe la de San Onofre. El nombramiento no deja de sorprender a propios y a extraños, aunque tampoco era inédito. En 1946 Pío xii había nombrado 32 nuevos cardenales, reuniendo, por primera vez en la historia, representantes de todos los continentes; sin embargo no fue casual que resultara electo el Arzobispo de Guadalajara y no el primado de México; por otra parte, se sabría luego que fue Pío xii quien había decidido conceder la investidura al tapatío, voluntad respetada por Juan xxiii. El 18 de diciembre, en una lucida ceremonia, fueron investidos los miembros del Sacro Colegio. Don José Garibi regresó en cuanto pudo a México, a cuya capital llegó el 27 de diciembre; fue recibido en el aeropuerto por un selecto grupo de obispos, el cuerpo diplomático y más de diez mil personas de todas las clases sociales. La mañana de ese mismo día visitó la Basílica del Tepeyac, ante cuyos concurrentes expresó con sencillez que la deferencia del título cardenalicio no era a su persona: era el fruto de la sangre y el sudor de nuestros hermanos que dieron testimonio de su fe católica. Al día siguiente, 28 de diciembre regresó por carretera a Guadalajara; fue agasajado a su paso por Querétaro y Celaya; en Lagos de Moreno recibió esa noche el primer homenaje de sus diocesanos, que le tributaron una recepción sin precedentes: un mar humano con teas encendidas que abarrotó las calles de Lagos durante la velada ofrecida al huésped por el párroco don Ángel Valdés y por el abogado don Efraín González Luna. Si los moradores de Los Altos acordonaron el camino a la ciudad episcopal, Guadalajara ofreció una recepción jamás antes vista, epílogo de los tiempos nuevos a cuya conformación dedicó tantos esfuerzos el Cardenal. Hubo distintos actos: una cena de gala en el Casino Guadalajara, una comida campestre a la que asistieron quince mil personas y un concierto especial en el teatro Degollado, donde se dieron cita representantes de todos los sectores sociales. El cardenalato supuso para la Iglesia de Guadalajara en particular, y para la sociedad jalisciense en general, un acto reivindicativo: después de medio siglo, la discordia quedaba conjurada. El mismo candidato a la gubernatura del estado por el Partido Revolucionario Institucional, el profesor Juan Gil Preciado, envió un mensaje de calurosa felicitación. Un político local, en otro contexto, sintetiza esta etapa de manera elocuente: “cada día es mayor la concordia que se palpa en las relaciones del poder público con los sectores privados que integran la gran familia jalisciense”. Nada faltaba al Arzobispo de Guadalajara: la dignidad cardenalicia resultaba ser la cima de una carrera impecable, paciente, ganada a pulso. Supo de todos los oficios y ministerios de la institución eclesiástica; respetó personas y tiempos. Consciente de su papel estabilizador, propició con tenacidad el diálogo ponderado entre los contendientes, evitó el enfrentamiento y la discordia. En su ministerio fue irreprochable administrador y constructor, de inquebrantable adhesión al Papa; promovió la piedad popular coronando algunas imágenes religiosas; de sólida doctrina, dejó testimonio de ella en innumerables documentos; edictos, cartas pastorales y exhortaciones; trató de hacer extensiva esta doctrina a las masas organizando congresos eucarísticos y otras asambleas que trataron temas de carácter netamente religioso. Para la formación de sus colaboradores nunca escatimó recursos. Rehízo la obra material de la casa de formación clerical: ordenó la construcción de los seminarios Mayor y Menor, y dotó también de casas de descanso en lugares estratégicos de la diócesis; al igual que su antecesor, mantuvo las becas de los estudiantes enviados a las universidades romanas a perfeccionar su formación intelectual. Pero el tiempo, que a nadie respeta, marcaba cambios sustanciales, vigor y entusiasmos nuevos.
9. El Concilio Vaticano ii
Signo de esos tiempos nuevos fue la convocatoria a un Concilio Ecuménico, anunciado por el Papa Juan xxiii el 25 de enero de 1959. El bondadoso pontífice tuvo como propósito poner al día y renovar (aggiornare) a la Iglesia, a fin de alcanzar la unidad entre los cristianos. De 1962 a 1965, a lo largo de 178 sesiones, dos mil novecientos ocho obispos procedentes de todas partes del mundo revisaron los retos y desafíos del ser y quehacer de la Iglesia en la sociedad contemporánea. Los preparativos para el Concilio comenzaron en mayo de 1959; se pidieron sugerencias a los obispos del mundo, a las facultades teológicas y a las universidades. Se prepararon 677 esquemas que fueron resumidos en 17 por una comisión especial, convocada en las sesiones de los años 1962 y 1963. Los miembros del Concilio con derecho a voto eran obispos y superiores de las congregaciones religiosas masculinas, pero como cambio radical respecto de prácticas anteriores las iglesias ortodoxas y protestantes fueron invitadas a enviar delegados oficiales como observadores. Se invitó a oyentes laicos a la sesión de 1963, durante la cual dos de ellos dirigieron la palabra al Concilio. En 1964 se sumaron mujeres oyentes a estas sesiones. Los asuntos a tratar eran muchos, y los temas que se discutieron incluían los medios de comunicación modernos, las relaciones entre cristianos y judíos, la libertad religiosa, el papel de los laicos en la Iglesia, el culto litúrgico, los contactos con otros cristianos y con no cristianos, tanto teístas como ateos, así como el papel y la educación de sacerdotes y obispos. El documento relativo a la Iglesia recalcaba la idea bíblica de la organización de la comunidad cristiana más que el modelo jurídico que había dominado hasta entonces. Denominar a la Iglesia Pueblo de Dios enfatizaba la naturaleza del servicio de cargos tales como los del sacerdote y obispo, la responsabilidad colegial o compartida de todos los obispos respecto de la globalidad de la Iglesia, así como la llamada de todos sus miembros a la santidad y a la participación en la misión eclesiástica de propagar el Evangelio de Cristo. El tono pastoral de la Iglesia compartía la alegría y la esperanza, el dolor y la angustia de la humanidad contemporánea, particularmente de los pobres y afligidos. Empezó con un análisis teológico de la humanidad y del mundo. Después se interesó por áreas determinadas, como el matrimonio y la familia, la vida cultural, social y económica, la comunidad política, la guerra y la paz, las relaciones internacionales. El Cardenal Garibi no alcanzó a intuir la radical transformación que se avecinaba. Treinta años como obispo le permitían tener la visión de conjunto de un patriarca; conocía de nombre a sus sacerdotes y a muchísimas personas, pero esto mismo imprimía a sus criterios un aire de paternalismo, cuando muchos clamaban ser reconocidos como mayores de edad. Las actividades pastorales del extenso obispado tapatío mantenían proyectos tradicionalistas: cofradías, asociaciones piadosas, terceras órdenes. El apostolado de los laicos, encabezado por la Acción Católica, se reducía a colaborar en las catequesis infantil, la espiritualidad se sostenía por prácticas devocionales queridas y entrañables, pero que exigían actualizarse y en la promoción limitada de cierto liderazgo cristiano. Esto no alcanzó a preverlo el cardenal. En 1960, pidió y alcanzó para las diócesis de México que se declarase un Año Mariano del 12 de octubre de 1960 al 12 de octubre de 1961, para conmemorar un aniversario del patronato guadalupano sobre América Latina. En febrero de 1960 el Delegado Apostólico le confirió la investidura de Caballero Gran Cruz de la Orden del Santo Sepulcro. En agosto celebró el iv Centenario de la traslación de la sede episcopal de Compostela a Guadalajara. En noviembre inauguró el Instituto Pío xii, antecedente de la actual Universidad del Valle de Atemajac. Una necesidad resultaba más y más evidente: dividir el obispado, lo cual no encajaba con el estilo pastoral de don José Garibi. En 1961 asistió a la erección de la diócesis de Autlán, a la cual cedió las parroquias de Atengo, Cuautla, Juchitlán, Tecolotlán y Unión de Tula; a Colima cedió los curatos de Tamazula, Tuxpan, San José, San Gabriel y Zapotiltic. El 25 de febrero de 1962 celebró sus bodas de oro sacerdotales. La antevíspera consagró el templo Expiatorio, monumento ígneo a su tenacidad y celo. En mayo partió a Roma para sumarse a los preparativos del concilio ecuménico Vaticano ii; el 11 de octubre asistió a la sesión de apertura y a las primeras asambleas, que concluyeron el 8 de diciembre. Ese día se echó a cuestas la última gran obra material de su vida: la construcción de una estancia o colegio para los seminaristas y clérigos mexicanos radicados en Roma, hospedados hasta entonces en el Colegio Pío Latino-Americano. En efecto, una sugerencia hecha por el Papa Juan xxiii acerca de lo conveniente de crear una estancia propia para los estudiantes de México en Roma fue sopesada y tenida en cuenta por el cardenal Garibi. La obra resultaba, por muchas razones, titánica. El cardenal no se arredró ante las dificultades, tenía 73 años, pero su voluntad era firme. Sus numerosas relaciones le permitieron integrar un comité pro construcción, cuya primera encomienda fue adquirir un terreno propiedad de la diócesis de Milán, una superficie de 50 mil metros cuadrados sobre la vía Casaletto. Los arquitectos Francesco Giardino y Silvio Galizia diseñaron el proyecto, ejecutado por la empresa Castelli. Mucho apoyaron la obra aportaciones del episcopado alemán, de bienhechores insignes como don Carlos Trouyet y el peculio del propio Cardenal. El resultado fue una instalación óptima, con aposentos para doscientos huéspedes, sala de conferencias, biblioteca, comedor, gimnasio, cocina, lavandería y piscina. El 3 de junio del año siguiente, 1963, murió en Roma el Papa Juan xxiii; la infausta nueva sorprendió de visita en Guadalajara al presidente de la República, don Adolfo López Mateos, quien mostró su adhesión al dolor de los católicos ordenando la suspensión de los festejos organizado en su honor; por vía telefónica se comunicó con el Cardenal para expresarle sus condolencias. La muerte del Papa exigió al Arzobispo de Guadalajara asistir al cónclave. Llegó a Roma el 12 de junio e ingresó a las instalaciones donde tendría lugar la elección del sucesor de la cátedra de Pedro. En su celda, don José Garibi tuvo por vecino al Obispo de Milán, Cardenal Juan Bautista Montini, quien fue electo el día 21 obispo de Roma con el nombre de pablo vi; por eso, en broma, decía don José Garibi que estuvo a punto de ser Papa porque el Espíritu Santo se posó sobre el inquilino de la celda anexa a la suya. A su regreso fue recibido en la residencia oficial de Los Pinos por el presidente Adolfo López Mateos, ante quien dio lectura a la respuesta del Colegio de Cardenales por la nota de parabienes suscrita por el jefe de Estado por la elección del nuevo Papa. En Guadalajara, las obras materiales y espirituales sostenían su paso. En agosto de 1963 se concluyó la construcción de la nueva Escuela de Música Sacra y del enorme Seminario Menor. En julio del año siguiente, 1964, Monseñor Garibi dispuso la celebración de un Congreso Eucarístico Diocesano para conmemorar el primer centenario de la elevación de Guadalajara a sede metropolitana; en ese marco visitó la arquidiócesis el decano del colegio cardenalicio don Eugenio Tisserant. A finales de 1965, el Cardenal voló a Roma para asistir a la clausura del Concilio Vaticano ii.
10. Ocaso
Para favorecer la atención pastoral de las diócesis, el Papa Pablo vi dispuso que los obispos presentaran su renuncia a los 75 años de edad. En acatamiento de esta disposición, el Cardenal Garibi presentó a la Santa Sede, el 3 de septiembre de 1967, su renuncia al gobierno eclesiástico. Aunque su voz seguía siendo nítida y sus ideas claras, la decrepitud se manifestaba de otros modos: una marcada sordera, somnolencia habitual, dificultades al caminar. Aún intervendría el Arzobispo conciliador en algunos actos públicos de acercamiento con representantes del Estado mexicano. El gobernador de Jalisco, don Francisco Medina Ascencio, públicamente católico, mantuvo relaciones de amistad cordialísimas con el anciano cardenal. El mismo presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, se entrevistó en repetidas ocasiones con don José Garibi. Último acto de este acercamiento, el 31 de julio de 1968 el presidente, acompañado por el gobernador de Jalisco, hizo una visita privada al prelado tapatío en el Seminario Menor, donde un valladar de seminaristas entonó en honor del mandatario la salutación Ad multos annos. La renuncia del cardenal fue aceptada el 25 de febrero de 1969 y en ello tuvo que ver el presbítero Rafael Vázquez Corona. Lo sucedió el hasta entonces obispo de Zamora, don José Salazar López, quien fuera rector del Seminario Conciliar de Guadalajara durante dos décadas. Monseñor Garibi dejó a su sucesor una Iglesia diocesana estructuralmente restaurada: había erigido cuarenta parroquias, ordenado centenares de presbíteros y más de veinte obispos; las tensiones entre la Iglesia y el Estado eran parte de la historia; el diálogo constructivo reemplazaba a la controversia. El Cardenal Garibi se retiró a su domicilio de toda la vida, Prisciliano Sánchez 530; se mantenía informado, gustaba enterarse de las novedades pero se mantenía al margen; apenas sí conservó el cuidado de los últimos detalles del templo Expiatorio. Una decisión amargó sus últimos días al grado de precipitar el fin de su vida: la creación de los obispados de San Juan de Los Lagos y de Ciudad Guzmán, el 25 de marzo de 1972. Razones humanamente explicables impidieron que fuera padre de una gran familia durante cuatro décadas y admitir la mayoría de edad de esas porciones eclesiásticas. Su vida se apagó en Guadalajara la noche del 27 de mayo de 1972; un estado de agotamiento general y problemas respiratorios derivaron en edema pulmonar e insuficiencia cardiaca que acabaron con su larga y fecunda existencia. La muerte no lo sorprendió; acompañado de su familia y allegados, la esperó sereno, sin agitaciones, dirigiendo al crucifijo que sostenía con la diestra esta insistente súplica: “Ayúdame, ayúdame…” Según lo dispuso, su ataúd fue modesto y sus funerales sencillos. La mañana del día 28 el cadáver fue trasladado a la capilla del Seminario Mayor, donde llegaron centenares de personas; por la tarde, los despojos fueron trasladados y expuestos en la nave central de la catedral. Una manifestación tumultuosa de afligidos abarrotó la catedral esa tarde, el día siguiente y hasta el mediodía del martes, cuando se celebraron las honras fúnebres. Sus restos fueron inhumados en la cripta de los obispos bajo el altar mayor de la iglesia madre, en una gaveta sobre el nivel del subsuelo y en una placa metálica al ras del piso la inscripción que él mismo compuso: “Los restos de un pobre pecador aquí descansan. Rogad a Dios por su alma. José Cardenal Garibi Rivera”, a la que sólo se añadieron datos esenciales del día y año de su nacimiento y muerte. [1] Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara. [2] Este texto se compuso a ruegos de don Enrique Varela Vázquez y se leyó el 27 de octubre de 1999 en el Auditorio Cristóbal de Oñate de la Cámara Nacional de Comercio de Guadalajara. Lo publicó de forma paralela el Instituto Cultural José Ignacio Dávila Garibi y se reproduce de nuevo aquí con ligeros retoques. |