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Monseñor Rafael Meza Ledesma.

Un párroco, un barrio, una historia

Jesús Rodríguez Gurrola[1]

 

Bajo el título Un párroco emblemático de barrio. Monseñor Rafael Meza Ledezma,

el comunicador José de Jesús Parada Tovar ha hecho justicia

a uno de los miembros del presbiterio de Guadalajara que bien puede verse

como un espejo del clero que se forjó en la criba de la persecución religiosa

pero ejerció su ministerio ya en la gestión de don José Garibi Rivera,

con una disposición absoluta a hacer el bien de forma integral.

Aquí se ofrece una reseña de esa obra, modelo de un género

muy necesario para reconocer un legado humanitario de tan hondo calado.[2]

 

Gracias, Maestro Tomás de Híjar Ornelas,

por haberme dado la oportunidad de acercarme a la vida espiritual y física

de una comunidad tan cercana como tan lejana de mis correrías citadinas. Gracias.

jrg

 

En las doscientas cuarenta y nueve páginas del libro Un Párroco emblemático de barrio, de la autoría de José de Jesús Parada Tovar, se resume a través de la vida de Monseñor Rafael Meza Ledesma, y a la vez de las pinceladas biográficas del autor, el andar de una comunidad urbana surgida en torno a la parroquia de San Felipe de Jesús.

Por muchos años al lugar donde hoy se encuentra enclavada esta parroquia se le conoció como Barrio de Oblatos, “en aquel tiempo, lo que es ahora el templo eran árboles. Había una enorme huerta en lo que hoy es el Sanatorio Pedro Loza, donde se juntaban algunos a jugar gallos y baraja”.

Eran tiempos difíciles, la economía del país comenzaba a crecer y por el barrio se hacía notoria esta transición, gente venida de los pueblos y de estados vecinos tuvieron que cambiar su modus vivendi; de rancheros o empleados de las granjas mudaron a orfebres, zapateros, peluqueros, músicos, carniceros, abarroteros, carpinteros. Era notoria la forma tan acelerada en que se iba poblando la ciudad: “baste asentar que, conforme al Censo Oficial de 1930, Guadalajara constataba (sic) 184 mil 826 habitantes, en tanto que diez años después, en 1940… la ciudad contabilizaba 262 mil 680 moradores”.[3]

En esas condiciones, el Barrio de San Felipe de Jesús no iba a ser la excepción, como ya se anota; los llanos, viejos cauces de arroyuelos, baldíos, solares dedicados a la crianza de ganado vacuno y hasta porcino fueron dando paso a los nuevos modos de vida que se adecuaban la naciente realidad.

Obviamente no ha sido un cambio repentino; como en todos los núcleos urbanos que tuvieron un origen parecido, fueron desapareciendo poco a poco los elementos rurales que ya no se requerían en la ciudad, nacieron las empresas lecheras que suplieron al clásico repartidor con su cornetín de goma, y decían los lecheros que ya no sería costeable competir con esas empresas. Desaparecieron también los vendedores de ropa y bisutería portando su mercancía en pequeñas cajitas que colgaban del cuello o llevaban en su bicicleta. Daba alegría ver cómo los pisos de tierra de las calles iban cambiando por relumbrantes pasajes de cemento. El barrio de San Felipe de Jesús se iba ajustando a pasos acelerados a la naciente urbe y, es de notar que pese al cambio en su estructura física, no perdió su esencia de comunidad.

En ese tráfago mundano, la vida de los feligreses se ciñó en torno a su parroquia y a la de Monseñor Rafael Meza Ledesma, el cura “pollero”, conocido así en los altos cenáculos de la Mitra, porque desde los inicios de su ministerio buscó la forma de construir un edificio que diera hospedaje a San Felipe de Jesús.

 

A fin de allegarse dinero para edificar la iglesia, a Rafael se le ocurrió comprar pollitos y los repartió entre las familias del barrio, diciéndoles que los engordaran en casa y se los devolvieran a él a los seis meses, si llegaba a morirse alguno, debían reponerlo. Luego los vendía por junto y por kilos a un restaurante del centro y con eso encargaba ladrillo y otros materiales. . . cierta vez un señor le ofreció montones de ladrillos a precio muy bajo... Después el Arzobispo José Garibi le dijo que había sido muy barato porque el vendedor lo había robado de otra parte, y que precisamente lo mataron por ratero.

 

Pero la idea central de Monseñor Rafael Meza Ledesma estaba circunscrita a las necesidades espirituales de la Iglesia, como queda manifiesto en la recomendación de la Mitra al hacerse cargo de “la Vicaría Fija de San Felipe de Jesús… La principal encomienda apostólica apuntaba a intensificar la religiosidad de sus fieles, sobre todo mediante el Culto, la Catequesis, la Educación Escolar, la Acción Católica y otras asociaciones, así como la Acción Social. Fue así como empezó a perder fuerza el proselitismo de La Luz del Mundo, asentada entonces por ese rumbo de la periferia (en la confluencia de las calles Dionisio Rodríguez y José María Gómez o 46)”.

En cada una de esas encomiendas Monseñor Rafael Meza Ledesma dio cabal y absoluto cumplimiento. En el texto de Jesús Parada Tovar se da un exhaustivo ejemplo de la observancia que se dio al encargo apostólico mencionado, labores en las que gracias al dinamismo que les imprimió con su ejemplo de servicio y de trabajo, miles de personas se incorporaron a esas tareas y sería injusto no reconocer la entrega de esa feligresía de rostro anónimo a las labores encomendadas por su párroco.

El autor realiza una serie de entrevistas a reconocidos sacerdotes y personas que tuvieron trato personal con Monseñor Meza Ledesma. Destaco entre ellas las observaciones del cronista arquidiocesano don Tomás de Híjar Ornelas.

 

Rafael Meza Ledesma, Pastor con olor de oveja

[…]

La relación personal que tuve con don Rafael Meza Ledesma

[…] Obligado a responder a la pregunta de lo que para mí representó ese encuentro y los que vinieron luego, porque los hubo, debo reconocer la impresión de bondad, atención y respeto de parte de un presbítero del clero de Guadalajara, que lo fue de 1929 a 1987[…] Ahora que sé quién fue ese ministro del altar y lo que implicó para él conducir su larga jornada a la cabeza de la primera Parroquia que hubo en la Ciudad , El Sagrario, tengo materia suficiente para describirlo como un hijo de su tiempo y del nuestro. Que cabalgó las grandes etapas del Siglo xx, con el que nació, y del que vio sus postrimerías, Que vino al mundo en una iglesia particular huérfana al tiempo de su nacimiento, por el deceso del Arzobispo Jacinto López y Romo[…] El canónigo y monseñor Meza Ledesma sirvió a los cuatro prelados que se hicieron cargo de la Arquidiócesis tapatía entre 1912 y 1987: el Siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez, don José Garibi Rivera , don José Salazar López y don Juan Posadas Ocampo

[…]

Fue don Rafael Meza Ledesma un testigo presencial y protagónico de las etapas más complejas para la Iglesia de México, labradas en la forja del compromiso social, la Acción Católica, el anticlericalismo gobiernista, la persecución religiosa y la solapada armonía que se produjo luego de 1940 y que él aprovechó para imprimir identidad a una comunidad católica, la de la Parroquia de San Felipe de Jesús, en la que dejó la huella más honda de su ministerio desde la aplicación cabal del catolicismo de acción, que se impuso tras los “arreglos” entre la Iglesia y el Gobierno de México en 1929, precisamente el año de su ordenación sacerdotal[…]

Desde su compromiso personal y su plan de vida fue don Rafael Meza Ledesma un varón virtuoso y transparente, que dedicó todo su tiempo y dotes a hacer el bien, tal y como lo asimiló a lo largo de su vida en los diversos momentos: en el seno de su familia, golpeada por la orfandad paterna primero y después por la trágica muerte del único hermano varón, Alberto, en la flor de su edad, y reponiendo el cuadro que ellos mismos sufrieron cuando salió prematuramente de esta vida don Alberto Meza Aguilar, su progenitor […]

Antítesis del clérigo trepador, su formación en Europa, los oficios a nivel diocesano y nacional, los títulos con los que se le distinguió no opacaron su opción por los consejos evangélicos. Amó y cultivó la pobreza, la honestidad y la disciplina, sin hacer concesiones a la mundanidad ni llevar una doble vida […]

 

Muchas anécdotas y trozos de su vida ejemplar han quedado plasmadas en las páginas del texto de Parada Tovar. Ha sido un acierto de su parte investigar, escudriñar en los ya perdidos recuerdos de la población los nombres de gran número de feligreses, hombres y mujeres que estuvieron en el frente de batalla en los días de mayor apremio de la vida parroquial. Incluir esos largos listados de nombres y apellidos en su texto tiene a mi juicio la intención de reintegrar aunque sea una mínima porción de agradecimiento a esa feligresía, que es y seguirá siendo la base de la religión católica, no sólo en la circunscripción parroquial de San Felipe de Jesús sino en cualquier parte donde se luche y se entregue por alcanzar un propósito, cualquiera que éste sea, y en cualquier lugar por lejano e ignorado que parezca.

Aun en las condiciones que se anotan, Monseñor Meza Ledesma pudo fundar cajas populares para fomentar entre los trabajadores el hábito del ahorro, escuelas para señoritas, coros infantiles, asociaciones auxiliares del culto y de los actos litúrgicos, como monaguillos, cantores, campaneros, profesoras y profesores, tanto para la catequesis como para la escuela parroquial, asilos, dispensarios médicos, y sobre todo alentar la fe católica en cada uno de sus actos y de sus palabras.

Tuve ocasión apenas de visitar el templo parroquial de San Felipe de Jesús –que se ubica en la calle de Esteban Loera 190– y además de sentir la presencia de una gran comunidad católica puedo asegurar que en ningún rincón de la obra material de él hubo improvisaciones, ni se hizo diseño alguno a modo de simple adorno o dispendio inútil, en lo que se echa de ver, al lado del diseño, ejecución y pericia del arquitecto Ignacio Díaz Morales –de muy amplia obra urbanística en Guadalajara–, la mano del gestor del edificio.



[1] Jesús Rodríguez Gurrola (El Salto, Durango, 1942), maestro emérito de la Universidad de Guadalajara, licenciado en letras y en derecho y doctor en letras románicas, ensayista, catedrático y columnista, Premio Nacional de Periodismo Juvenil (1971) y promotor de las publicaciones periódicas Tlaneztli y Ohtli. Ha dado a la luz los libros Destino sin rostro (novela, 1985), Silvano Barba González: apuntes de su biografía (1987), Flor de poesía en Guadalajara (1988) y, al alimón con Pancho Madrigal, Los barrios de Guadalajara: breve y compendiosa historia casi completa. Coordinó Las constituciones cristeras, las trampas de la rebelión (2021).

[2] Se agradece al autor de esta reseña su total disposición para ofrecerla a los lectores de este Boletín.

[3] Todas las citas de esta reseña están tomadas de la obra en cuestión, Guadalajara, AmatEditorial, 2020.



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