2009
|
2010
|
2011
|
2012
|
2013
|
2014
|
2015
|
2016
|
2017
|
2018
|
2019
|
2020
|
2021
|
2022
|
2023
|
2024
|
Volver Atrás
Sermón gratulatorio pronunciado durante la solemne jura de Nuestra Señora de Zapopan como Patrona y Generala de las Armas de Nueva Galicia, el 15 de septiembre de 1821 Fray Tomás Antonio Blasco y Navarro, op[1]
La adhesión de la Diputación Provincial de Guadalajara al Plan de Iguala, jurada por todas las corporaciones del Reino el 14 de junio de 1821, es el primer acto oficial y solemne del naciente Imperio Mexicano, pero también el nexo que ató al culto regional de Nuestra Señora de Zapopan, las expectativas del dicho pacto: “religión, independencia y unión”, a juzgar por lo que expresa el catedrático de la Universidad de Guadalajara que con los recursos y medios de su tiempo interpreta lo que se está realizando allí mismo.[2]
Para contextualizar este documento
1. La Constitución de Cádiz de 1812 al Trienio liberal
Entre 1810 y 1825 la mayor parte de los reinos de América que formaban parte de la Corona española se emanciparon de ella, salvo Cuba y Puerto Rico en el Caribe. Factores y protagonistas de ello fueron el ejemplo de la independencia de los Estados Unidos (1783), las ideas ilustradas y liberales contrarias al Antiguo Régimen, el vacío de poder que se produjo en España a raíz de la ocupación francesa (1808) y la debilidad política y militar de la metrópoli a partir de 1814. Empero, por esas paradojas que tiene la vida, el factor más fuerte para que eso sucediera en la Nueva España se produjo al calor de lo que vino a partir del 18 de marzo de 1820, día en que, obligado por las circunstancias, el Rey Fernando vii se vio precisado a jurar obedecer y hacer cumplir la Constitución de la Monarquía Española (la de Cádiz, pues), con todo lo que ello implicó, especialmente en el campo eclesiástico. En efecto, las Cortes del Trienio liberal comenzaron a sesionar el 9 de julio de 1820, con 150 diputados, 34 de ellos clérigos, todos de abierta inclinación liberal, y no pasaron muchas semanas antes de que desde la más pura postura regalista, es decir, desde la autoridad del gobierno civil y sin el menor acuerdo previo con la Santa Sede, aprobaran la suspensión de la Compañía de Jesús en España, la extinción de las órdenes monacales masculinas y la reforma de las de regulares consideradas ociosas e improductivas, como las comunidades de canónigos regulares, hospitalarios y freires[3] de las órdenes militares; luego, se decretó la clausura de los conventos que tuvieran un número menor a doce religiosos profesos si sólo había uno en una población, o con menos de veinticuatro si había más, y el remate en pública almoneda de su patrimonio; se puso al clero regular bajo la jurisdicción de los obispos en cada diócesis y se redujo el diezmo a la mitad, considerándolo tan sólo como un tributo civil, no eclesiástico, que el Estado administraría para cubrir, sin intermediarios, los gastos del culto y la manutención del clero; finalmente, se dispuso suspender la provisión de beneficios y capellanías sin cura de almas aneja. Y eso parecía ser sólo el principio. Las tensiones entre el gobierno liberal y el clero dieron pie a casos tan sonados como la expulsión de sus diócesis de aquellos obispos que se negaron a jurar la Constitución de 1812 o criticar los cambios, entre ellos al nuncio apostólico, dejando en su lugar administradores nombrados por el gobierno. Según fueron llegando esas noticias al Nuevo Mundo, quienes hasta ese momento se habían opuesto a la insurgencia vieron con enorme disgusto lo que aparecía a la puerta: quedar a merced de la versión afrancesada del liberalismo, y como la perspectiva de la independencia estaba ya bien arraigada incluso entre las clases rectoras, que hastiadas de la errática gestión del gobierno la veían venir como algo plausible, al restablecerse la Constitución la jura que de ella hizo el ambivalente y errático soberano sirvió de excusa, desde mayo de 1820, a las negociaciones sostenidas en la ciudad de México en las que se dilucidó de forma sombría el marco en el que el Rey fue obligado a jurar la Constitución, la ociosidad de ésta frente a las Leyes de Indias y el caos que derivaría de derogarlas, y las secuelas anticlericales que se veían venir con el nuevo gobierno. Quedaron enfrentados de ese modo el espíritu corporativo indocristiano frente al individualista eurocéntrico, es decir, entre quienes conocían desde dentro una realidad ajena a la peninsular y los viejos agravios y la convalidación de otros. Una vez más, como en 1810, los militares y los eclesiásticos tuvieron ante sí la ocasión de marcar la pauta, pero con la experiencia sufrida, también la de evitar nuevas sangrías como las que se hubo de reprimir a sangre y fuego y a un costo material incalculable. Fue el caso del caudillo sureño Vicente Guerrero, invitado por Agustín de Iturbide a entablar negociaciones; desde su inexpugnable trinchera, sin descartar lo que se le ofrecía y sin negociar su aspiración suprema condensada en la divisa “libertad, independencia o muerte”, que implicaba el desconocimiento de la soberanía del Rey, condicionó a Iturbide, en su respuesta de enero de 1821, en los enérgicos términos que siguen: “si no se separa [usted] del [orden] constitucional de España, no volveré a recibir contestación suya, ni verá más letra mía”. Fue así como se gestó en las semanas siguientes el Plan de Independencia de la América Septentrional (el de Iguala), y como terminarán redactándose, a finales de agosto, los Tratados de Córdoba, antes de lo cual y de forma acelerada pudo difundirse la convicción general de que era ya necesaria la independencia de la Nueva España de la metrópoli. El Ejército Trigarante o de las Tres Garantías –religión, independencia y unión, simbolizadas por barras diagonales blanca, verde y roja– estuvo activo a partir del 24 de febrero de 1821 con la especial encomienda de proteger y hacer valer el Plan de Iguala bajo estos postulados y a condición de instaurar el Imperio Mexicano en lo que había sido la Nueva España, ofreciendo su corona, bajo la forma de monarquía constitucional, en primer lugar a Fernando vii o a un miembro de su dinastía; entre tanto, una junta gubernativa se encargaría del gobierno y de convocar a las Cortes. Militaron en sus filas algo más de 23 mil efectivos, fue su Comandante supremo Agustín de Iturbide, comandante segundo Vicente Guerrero y comandantes notables Anastasio Bustamante, Antonio López de Santa Anna, Nicolás Bravo, Pedro Celestino Negrete, Guadalupe Victoria e Ignacio López Rayón. En los seis meses de su campaña tomó Orizaba, Córdoba, Tepeaca, Xalapa y Durango; libró batallas en Ixquimilpan, Tetecala, Arroyo Hondo, en la Hacienda de las Huertas y Azcapotzalco, asedió Veracruz y sostuvo una escaramuza en Huehuetoca. Sin embargo, su derrotero consistió más en concertar alianzas con los jefes militares –incluso con los insumisos aun activos, como Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo e Ignacio López Rayón– que enfrentarlos en el campo de batalla.
2. Del autor de este Sermón gratulatorio
De Fray Tomás Antonio Blasco y Navarro, op, sabemos que nació en Zaragoza,[4] pero que desde niño emigró con sus padres a la ciudad de México. Que a los 16 años de edad ingresó al Convento de los Predicadores de esa capital, donde cursó Latinidad, Filosofía y Teología; que ya presbítero fue maestro lector de los cursos de Artes en el convento de Porta Coeli en esa capital, del que pasó al de Nuestra Señora del Rosario en Guadalajara, donde para ser nombrado catedrático (sin derecho a emolumentos) de teología escolástica obtuvo antes los grados de licenciado y doctor en esa disciplina y claustro, el 25 de octubre y el 16 de noviembre de 1806, luego de lo cual participó de forma activa en los claustros y comisiones universitarios. Habiendo sido testigo ocular de la estancia del caudillo y presbítero Miguel Hidalgo en Guadalajara, hizo un relato de las fechorías que en ella se consumaron, como la ejecución de once frailes carmelitas acusados de conspirar en contra de Hidalgo y la de muchos peninsulares que sólo por serlo mandó degollar en las barranquitas de Belén,[5] que lleva el título de Canción elegíaca sobre los desastres que ha causado en el Reyno [sic] de Nueva Galicia, señaladamente en su Capital Guadalaxara, la revelión [sic] del apóstata Sr. Miguel Hidalgo y Costilla, capataz de la gavilla de Insurgentes, cura que fue del pueblo de la Congregación de los Dolores en la Diócesis de Michoacán,[6] y en la que en verso y notas al pie hace suyos los puntos de fe que el Tribunal del Santo Oficio achacaba al líder insurgente acerca de sus ideas sobre la insurrección: que eran tan heréticas como las de John Wyclif, el teólogo inglés de origen judío (1320-1384). Que Fray Tomás haya sido luego un entusiasta defensor de la consumación de la independencia en 1821 –lo cual, además, consta en el ofrecimiento que hizo ante el Claustro de Doctores de la Real Universidad de Guadalajara del 21 de junio de 1821 para componer poemas en las fiestas alusivas de la ciudad por tal motivo, la loa La Independencia– se explica desde lo que ya se argumentó en la primera parte de esta nota introductoria. Además del Sermón gratulatorio que aquí se reproduce, poco después pronunció e hizo imprimir otro, engastado en la función celebrada en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara para dar gracias al Altísimo por la feliz y triunfante entrada de nuestro inmortal héroe don Agustín de Iturbide en la corte del nuevo Imperio Mexicano, ceremonia en la que por cierto tomó parte activa el Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, y al año siguiente una Disertación apologética del devoto baile que comúnmente se practica en obsequio del glorioso taumaturgo San Gonzalo de Amarante, luego de la cual nada sabemos de él.
3. Del Sermón en cuanto tal
Si las cuatro partes del sermón como oración retórica son el exordio, la narración, la confirmación y el epílogo, y la primera y la última miran a los ánimos de los oyentes y la segunda y tercera a la materia que se ha de tratar, en el caso que nos ocupa nuestro orador comienza su exordio presentando a su público –los representantes en ese momento de todas las corporaciones civiles y eclesiásticas de la Diputación Provincial de Guadalajara– a la Virgen María como nueva Judit, la heroína bíblica que salvó a los habitantes de la legendaria Betulia de la furia de Holofernes –como en este caso lo son, según sus cuentas, los promotores impíos del anticlericalismo constitucionalista del trienio liberal–, y la oportunidad de lo que se disponen a sellar con juramento los allí congregados: el patronato y generalato de Nuestra Señora de Zapopan a favor “del Trigarante e Imperial Ejército de la Nueva Galicia”. Cierra lo expuesto haciendo, a modo de introducción, una loa a quienes han impedido en esta parte del mundo la furia de aquéllos. En la narración recurre a las mariofanías del Tepeyac para mostrar cómo desde que se echaron los fundamentos de la cultura mexicana en el altiplano mesoamericano la Virgen María ha tutelado ante su Hijo la suerte de este pueblo, y condolida por las maquinaciones recientes de la impiedad anticlerical en España, favoreció la causa de la independencia del más importante de los virreinatos del Nuevo Mundo, comenzando por el Reino de la Nueva Galicia. En la confirmación presenta como pruebas, luego de echar sus piropos al antiguo régimen, los desmanes acaecidos en Francia luego de la imposición de los detractores de la monarquía y de la Iglesia, a la que por acá se ha opuesto el brazo armado de los jefes del Ejército Trigarante que tomaron Guadalajara el 13 de junio de 1821, al tiempo del arribo a ella de su abogada celestial contra rayos y descargas eléctricas. No ahorra atributos para elevar al Jefe del Ejército, Agustín de Iturbide, a la cumbre de la heroicidad. Confuta lo dicho haciendo un repaso de lugares afectados por el terror, nombres de filósofos y juristas anticlericales y de testas coronadas de ayer y hoy que han rodado como fruto de esta anarquía, especialmente la última en sus cuentas, la de Luis xvi. En su epílogo aplaude calurosamente la independencia y a los defensores de “los derechos de la Divinidad, de la religión y de nuestro idolatrado Rey Fernando”, en especial a los “Iturbides, Negretes, Andrades, Quintanares”, y les exhorta a cobijarse bajo la intercesión de la Madre de Cristo. Quede a juicio del lector cuánto de lo aquí expuesto anticipa o no lo que vendrá luego y todos los años del siglo xix y buena parte del siguiente: la secularización de la cultura mexicana.
***
[De la redacción y letra de Fray Luis del Refugio de Palacio, ofm, es el texto que sigue] “El Reverendo Padre Guardián de este Apostólico Colegio, en estos últimos tiempos, trató de recabar del Archivo del Venerable Cabildo Catedral algunos datos sobre la presente jura, y el amable secretario, hoy Prebendado de la dicha Santa Iglesia, Doctor don Manuel Alvarado,[7] envió de su puño y letra el papel que a la vista tengo, y que informa lo siguiente:
El día 15 de septiembre de 1821 prestó el Muy Ilustre Ayuntamiento de Guadalajara, en manos del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Doctor don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y en la Santa Iglesia Catedral, jura de Patrona y Generala de las Armas de la Nueva Galicia a María Santísima de Zapopan, y le vistió la banda y le puso el bastón de Generala, y se comprometió por sí, y a nombre de sus sucesores, a celebrar anualmente en la misma Catedral, con Misa y sermón, el aniversario de este juramento
Sermón gratulatorio que, en la solemne jura de Nuestra Señora de Zapopan por Patrona y Generala de las Tropas de la Nueva Galicia, celebrada en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara el día 15 de septiembre de 1821, dijo el Muy Reverendo Padre ciudadano Fray Tomás Antonio Blasco y Navarro, Maestro en Sagrada Teología, Doctor y Catedrático del Angélico Doctor Santo Tomás en la Universidad de la misma capital y examinador sinodal de este Obispado. Se lo dedicó a don Agustín de Iturbide, lo cual, aunque las fechas no lo dijeran, sirve para colocar esta fausta jura en la época que le corresponde entre los más gloriosos hechos de la Independencia del suelo mexicano
Por fin, debo al señor don Juan B. Iguíniz[8] este precioso dato que ahora agrego a esta recopilación, omitido el título y puesta sólo la dedicatoria.
*** Al primer Jefe del Ejército de las Tres Garantías, a nuestro inmortal libertador, amor y gloria del pueblo americano, estupor del universo, superior a toda admiración y elogio, Generalísimo de las armas de mar y tierra, al Excmo. Sr. don Agustín [de] Iturbide, Presidente de la Soberana Regencia del Imperio, Gobernadora interina por falta de Emperador, dedican esta oración gratulatoria para eterna señal de su adhesión y gratitud las trigarantes tropas de Nueva Galicia, con sus jefes y oficiales
Tu gloria Jerusalem, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostri: quia fecisti viriliter… Benedicit te Dominus in virtute sua; quia per te ad nihilum redegit inimicos nostros.[9] Judith, cap. xv, 9 et seq.
[Exordio / salutación][10]
Con estas enérgicas voces aclamaban a la heroína Judith los betulienses en aquel día de eterna memoria en que, cortando varonilmente la cerviz del impío y truculento Holofernes, exterminó el formidable ejército de los asirios y libertó a su pueblo de la ruina que le amenazaba. “Tú eres, decían, la gloria de Jerusalén, tú eres la alegría de Israel, tú eres la decoración de nuestro pueblo; porque has obrado gallardamente… El Señor te bendijo con su virtud, y por tu mediación ha reducido a polvo a nuestros enemigos”. Con no menos enérgico entusiasmo debemos hoy aclamar a la Soberana Madre de Dios prefigurada en Judith; porque apiadada de nuestros males nos ha librado prodigiosamente de una ruina al parecer de la humana política inevitable; porque movida de nuestros ruegos deshizo las tramas de nuestros adversarios, y nos impetró de su Divino Hijo la paz que tan ansiosamente suspirábamos. Y así como entonces el Príncipe Ozías con su pueblo tributó a su ínclita heroína los más festivos y condignos aplausos; y el sumo Pontífice Joacín la visitó con su respetable senado para congratularla de su victoria, y la condujo con magnífica pompa al templo de Jerusalén, acompañada de militares armados y coronados de flores, que le entonaban himnos gratulatorios, y seguida de matronas y niñas que danzaban al compás de sonoros instrumentos en testimonio de su júbilo y gratitud; así en este venturoso día nuestro Excelentísimo e Ilustrísimo Pontífice[11] con su venerable Cabildo, y el dignísimo Jefe de esta capital[12] asociado de su noble oficialidad, de la Excelentísima Diputación Provincial,[13] y del Muy Ilustre Ayuntamiento y demás corporaciones, después de haber conducido con suntuoso aparato a este templo a la Augusta Madre de Dios, bajo la advocación de Nuestra Señora de Zapopan, vienen gustosos a protestarle los más sinceros sentimientos de Religión, de amor, de piedad y devoción, a tributarle las más cordiales y debidas gracias por el inestimable beneficio que acaba de dispensarnos, y a jurarla solemnemente Patrona y Generala del Trigarante e Imperial Ejército de Nueva Galicia, a fin de que continúe sus bendiciones sobre nosotros. Yo, deseoso de corresponder en la posible bondad con que este Superior Gobierno se ha dignado nombrarme para transmitir a este devotísimo y honorable auditorio por el débil órgano de mi voz los religiosos y patrióticos sentimientos que le animan; impulsado con dulce complacencia del mismo espíritu de religión y patriotismo, no puedo menos que exclamar como Judith: incipite Domino in timpanis.[14]
[Exordio / introducción]
Habitantes dichosos de Nueva Galicia, entonad himnos de alegría y gratitud en honor de la Santísima Madre de Dios; cantad un salmo nuevo en su alabanza al compás de armoniosos instrumentos: y uniendo vuestros votos con los de las piadosas autoridades y corporaciones que solemnizan ese acto religioso, decid a María como a Judith los de Betulia: “Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú el honor de nuestro pueblo, has obrado generosamente, el Señor te confortó con su virtud, y por tu mediación ha arruinado a nuestros enemigos”; exaltad reconocidos, e invocad confiados su augusto nombre, porque se ha mostrado fidelísima abogada y protectora nuestra en las más críticas y complicadas circunstancias; porque oyendo benigna nuestros clamores nos libertó de la prepotencia de nuestros contrarios que nos tiranizaban, y ha frustrado la perversidad de sus signos; porque como graciosa aurora, precursora del sol de justicia, ha disipado las espantosas negras sombras del despotismo, del error, de la impiedad e irreligión que venían del oriente a cubrir nuestras cabezas; y porque ha conservado y avivado en nuestros corazones aquella sagrada llama de amor a la religión y a la Patria que impele generalmente a todos los pueblos de este vasto continente a proclamar la independencia de la antigua España,[15] tiranizada en la actualidad por los furiosos enemigos de la religión y acérrimos opresores de la humanidad,[16] como demostraré confiado en el auxilio de María, suplicando primero tengáis la bondad de favorecerme, acompañándome a implorarlo saludándola devotos con el ángel: Ave María Gloria Patri… etc., ut supra. *** [Narración]
Desde aquel momento feliz en que la Madre del Divino Verbo, apiadada de los mexicanos que yacían sentados en las tinieblas y sombra de la muerte y sumergidos en las inmundicias y horrores del idolismo, se dignó descender del trono de su gloria al cerro del Tepeyac para plantar en todo este Reino el precioso árbol de la Religión; desde aquel dichoso instante en que colocó su milagrosa imagen pintada con su virginal pincel en el mismo sitio donde era adorado el dragón infernal y llamado madre de los dioses, lanzándolo al abismo, y difundiendo desde aquel foco los resplandores de su luz por toda la circunferencia de este horizonte, para santificarnos, para salvarnos y llenarnos de toda especie de gracias y beneficios, en ninguna época ha cesado de cumplir las promesas significadas al inocente neófito por estas tiernísimas expresiones:
Hijo mío Juan Diego, pequeñito y delicado, a quien amo tiernamente, yo soy la siempre Virgen María, Madre del Verdadero Dios; y es mi deseo se me labres un templo en este sitio, en donde, como Madre piadosa tuya y de todos tus semejantes, mostraré mi amorosa clemencia y compasión que tengo a los naturales y a cuantos soliciten mi amparo en sus tribulaciones.[17]
Promesas inestimables que debemos conservar grabadas en nuestros corazones, y tan fiel y sobreabundantemente cumplidas que no hay pueblo en toda la América septentrional a que no haya proveído de alguna imagen suya, para derramar sus bendiciones sobre los que la han invocado en sus necesidades. Nosotros somos testigos de esta patente verdad. ¿Qué tribulación, qué peligro, qué necesidad nos ha sobrevenido en que no se haya experimentado el amparo de la que se gloría de ser Refugio de los pecadores? ¿Y podría imaginarse que dejara de oír nuestros clamores en esta época ominosa, cuando nos miraba acometidos de la más amarga de las tribulaciones, del más temible de todos los peligros, de la más vigente de las necesidades? No, no es María la que puede desentenderse de los gemidos de sus hijos. Veníamos deprimidos por un gobierno ultramarino intruso, despótico, turbulento, inmoral, que pretendía descatolizarnos. Miraba la Reina del Empíreo a nuestro idolatrado Rey Fernando vii convertido en un autómata vertible según los caprichos de los que, con escándalo de la nación española, se sublevaron contra su real persona para usurparle la autoridad que sólo el supremo Rey le había comunicado;[18] porque infalible verdad es la que clama el Apóstol de las gentes: Non est enim potestas nisi a Deo, quae autem sunt, a Deo ordinatae sunt. Itaque qui resistit potestati, Dei ordinationi resistit (No hay potestad sino de sólo Dios, lo que viene de Dios es ordenado, el que resiste a la potestad, resiste a la divina disposición). Verdad es infalible la que definió el Concilio Constanciense, diciendo: ni a ningún particular, ni a ningún pueblo es lícito sublevarse contra el príncipe, aun cuando impere tiránicamente.[19] Miraba la Madre de Dios el tesón con que las Cortes impiísimas de ultramar nos esclavizaban, nos privaban de nuestros haberes y nos despojaban de los derechos inviolables e imprescriptibles de que nos dotó la naturaleza. Miraba la insolencia intolerable con que separaban la Iglesia de España de la de Roma, abolían el Tribunal de la Fe sin el parecer de la Cabeza de la Iglesia, cerraban los noviciados de conventos, suspendían las profesiones religiosas y abrían puerta franca a cuantos religiosos de ambos sexos deseaban la secularización;[20] y so color de reforma iban ya extinguiendo no sólo las órdenes religiosas monacales y laicales, sino también las mendicantes, sin atender a que excede al poder civil la obra de destruir sin anuencia del Vicario de Jesucristo los institutos religiosos fundados por Dios, con el consentimiento de los Reyes Católicos, para tropas auxiliares de la Iglesia militante. Miraba la insaciable codicia con que defraudaban a la Iglesia de sus derechos, hollaban los sagrados Cánones y se apropiaban de los diezmos, las rentas eclesiásticas y capitales de las obras pías, vociferando por sus emisarios que eran bienes de la nación; miraba la soberana Madre de Dios el furioso encono con que se denigraba la conducta de la cabeza de la Iglesia, de los señores Obispos y dignidades, y de los ministros del Santuario, ya en las tertulias y logias,[21] ya en folletos infames, escritos con las ponzoñosas negras plumas del jacobinismo e iluminismo, con el objeto de hacerlos odiosos a los pueblos con sus sátiras y sarcasmos y retraer a los fieles de su comunicación y del uso de los Sacramentos y de todo beneficio de sus almas. Miraba la Virgen Purísima las obras de los más execrables heresiarcas introducidas en nuestro suelo, las pinturas obscenas que grababa la brutal lascivia en los relojes, en las cajas de polvos, en los abanicos y en los coches; y las efigies de la Santa Cruz, de María Santísima, de San Miguel y del apostolado y otros santos expuestas al desprecio en los pañuelos, en las medias, y lo que es tedioso decir, aun en los vasos excretorios. Todo esto miraba la Emperatriz Soberana de los Cielos ¿Y que más pensáis que vio? ¡Ah!, vio lo que nosotros vimos con horror e indignación de nuestros corazones. Vio aquel decreto infernal dictado a las Cortes sacrílegas por el príncipe de las tinieblas: aquel decreto execrable que obligaron a sancionar al más católico de los Reyes con la fuerza de las bayonetas, en veinte y cinco de octubre del año pasado:
Todos los eclesiásticos –dice–, seculares y regulares, de cualquier clase y dignidad que sean, y los demás comprendidos en el fuero eclesiástico, con arreglo al santo Concilio de Trento, quedan desaforados y sujetos como los legos a la jurisdicción ordinaria por el hecho mismo de cometer algún delito a que las leyes del Reino impongan pena capital o corporal aflictiva. Las penas corporis afflictiva son las de extrañamiento del reino, presidio, galeras, bombas, arsenales, minas, mutilación, azotes y vergüenza pública. [22]
Y añade que para ejecutar en el sacerdote la pena capital, en el curso de que el juez eclesiástico se niegue a degradarlo, no necesita el juez secular de que sea degradado, y que no lo hará llevar al suplicio el hábito laical, cubierta con birrete negro la corona. He aquí, católico y respetable auditorio, las grandes luces que nos comunicaban los hijos de las tinieblas, que se llaman iluminados por antífrasis: he aquí la decantada felicidad que nos prometían los nuevos legisladores, los reformadores de la Religión, los regeneradores de la antigua y nueva España, con arreglo al plan de Napoleón.
[Confirmación / pruebas]
¡Oh Constantinos! ¡Oh Teodosios! ¡Oh Luises! ¡Oh Fernandos! ¡Oh Carlos Magnos! ¡Oh Carlos iii!,[23] verdaderos hijos de la Iglesia, defensores acérrimos de su inmunidad y de sus derechos, destructores constantes de la impiedad y de la herejía. ¿Dónde está aquel respeto y obediencia que mostrabais al Vicario de Cristo y a sus Obispos y sacerdotes? ¿Dónde nuestras leyes conservadoras y defensoras de los Sagrados Cánones? ¿Dónde aquel celo santo de acrecentar los bienes de los eclesiásticos con vuestras cuantiosas donaciones, para asegurar así la felicidad de vuestros reinos? ¿Cuál sería el rigor con que exterminaríais a estos pseudopolíticos soberbios, que con su filosofismo pretenden arruinar los pueblos, arruinar los tronos y arruinar la religión, enriqueciéndose con los bienes de la Iglesia, bienes inajenables porque son bienes del mismo Jesucristo? Pero la Madre de Dios, que desde el trono de su gloria miraba este tan horroroso cuadro de abominaciones, miraba también la tribulación y amargura de nuestros corazones: miraba la humildad y confianza con que las almas justas redoblaban las oraciones, las penitencias y sacrificios. Movida a compasión por las entrañas de su misericordia, clamó a su Divino Hijo por nosotros, y le dijo: ¿Hasta cuándo, Hijo mío carísimo, descargarás el azote de tu justicia sobre tu afligido pueblo? Oye benigno sus clamores, y mira el gran peligro y tribulación en que se hallan. No te acuerdes de sus delitos, ni de los de sus padres, ni tomes ya más venganza de sus pecados, sino más bien líbralos por la gloria de tu Santo Nombre. Extiende los ojos de tu misericordia, reconoce y visita esta tu viña plantada por tu diestra. No entregues, oh Señor de clemencia, no entregues al furor de las bestias las almas que confiesan tu Santo Nombre; no olvides para siempre las almas de tus pobres, que imploran tu misericordia; dígnate proteger y custodiar a tus siervos, redimidos con el precio de tu sangre. Oyó el Unigénito del Padre los ruegos de su amada Madre, como siempre los oye por su reverencia, diciendo: Pídeme, amada Madre mía, lo que te dicte tu clemencia, porque no puedo negarme a tus ruegos maternales; y en el tiempo oportuno nos patentizó la grandeza de sus misericordias, disponiendo que en la misma hora que su Imagen de Zapopan entraba por las calles de esta capital, gritara súbita e inopinadamente la Independencia en San Pedro el impávido Negrete,[24] de acuerdo con el bizarro Andrade, conforme al plan del héroe Iturbide, suscitado por el Padre de las misericordias, por la intercesión de la misma Virgen María, para libertar este precioso Reino del tiranismo y perfidia del Congreso de Ultramar, para convertir nuestro llanto en alegría, nuestra miseria en felicidad y nuestra esclavitud en verdadera libertad. ¡Oh, día trece de junio! ¡Día de San Antonio de Padua, azote y terror de la herejía! ¡Día en que nos visitó la Madre de Dios![25] ¡Tú formarás época en los fastos de la historia americana! En este día brilló la aurora de nuestra felicidad, desaparecieron las nieblas que cubrían nuestro hemisferio, y comenzamos a disfrutar el imponderable y suspirado bien de la paz y del buen orden y de la más pura alegría. ¡Guadalajara feliz, gloríate de haber sido una de las primeras ciudades del Imperio mexicano que, bajo la protección de María, has jurado con paz inalterable seguir el plan justísimo y sapientísimo del Héroe Americano Iturbide, plan que respetarán admiradas las naciones que hasta ahora no han podido conseguir la verdadera libertad! Plan garantizado por las tres bases fundamentales de la felicidad de Nueva España: Religión, Independencia y Unión, la más sincera, cordial y recíproca de Americanos y Europeos; plan adoptado por la opinión general y decidida de los pueblos, plan que defiende los sagrados derechos que prescriben la Religión y la naturaleza, y le impone la imperiosa necesidad de las circunstancias; plan que deja intactos los tribunales y corporaciones seculares y eclesiásticas que conservan el orden público, y protege inviolablemente la seguridad personal, la libertad y propiedad de todo ciudadano; plan que ardientemente aspira a que se identifique el Europeo con el Americano, y no haya en este suelo más que una sola denominación: la de ciudadano de esta provincia.[26] Este Héroe memorando ha jurado con todas sus valientes tropas al Todopoderoso sostener con su sangre la Santa Religión de nuestros padres, la unión y los derechos del Rey Fernando vii, a quien reconoce Emperador del Imperio mexicano siempre que adopte la nueva legislación de las Cortes mexicanas. Todos los Jefes, animados del mismo divino entusiasmo, lo imitan a competencia gloriosamente. Todos abominan todo género de apatía y egoísmo, y aquella adusta y reservada política que induce la desconfianza de los pueblos; y demuestran con la nobleza de sus operaciones que no debe haber otro objeto entre los que mandan y obedecen que el bien recíproco y común. Todos tienen grabado en sus mentes aquel principio que es la base de la felicidad: bonum commune suprema lex esto.[27] Así es que sus elocuentes proclamas y prudentes bandos se dirigen siempre a la extirpación del vicio, al fomento de toda virtud política y cristiana, a la conservación del buen orden, de la seguridad de los ciudadanos y de la pública tranquilidad. Todos perdonan generosamente las injusticias y felonías de los enemigos, que los insultan o por ignorancia o por pasión. En todos resplandecen la verdad, la justicia, la moderación, la urbanidad, la beneficencia y la filantropía, confundiendo a los renuentes más bien con longanimidad y lenidad, que con el poder irresistible de sus armas, de las cuales no usan sino en casos de vigente necesidad.
[Confirmación / confutación]
Y a vista de verdades tan patentes, ¿pueden dudar que María protege con especial empeño a los que juran la independencia de la iniquidad? ¿Pueden negar que María Santísima se vale de estos esclarecidos militares para conservar en la América septentrional la Religión que tanto peligraba? ¿No es evidente que, cuando su adorable Hijo, irritado por nuestros crímenes, tenía ya puesta la segur de la justicia a la raíz del árbol de la fe, para cortarlo y trasplantarlo en otras partes que diesen mejores frutos, con sus maternos ruegos trocó la divina ira en misericordia? ¿No es patente que empezábamos ya a sentir los desastres en que cayeron por justos juicios de Dios la Francia, la Alemania, la Inglaterra, Polonia, Holanda y Dinamarca? La historia de dos siglos y la experiencia de treinta años nos han comprobado los incalculables estragos de que nos liberta nuestra amabilísima Señora de Zapopan, causados en varios reinos y provincias de Europa por los discípulos de Voltaire[28] y Federico,[29] de D’Alembert[30] y Rousseau,[31] de Bayle[32] y Montesquieu,[33] Puffendorf[34] y Diderot[35] y otras pestes de la humanidad, que insistiendo en los proyectos de algunos herejes del siglo xvi, emprendieron la obra que practicó el protoimpío Napoleón, o Apolión,[36] de regenerar a la Europa destronando los reyes y desterrando la religión de sus dominios. Carlos i, rey de Inglaterra, sentenciado y muerto en un calabozo;[37] Enrique iii y iv[38] asesinados en Francia; Luis xvi,[39] procesado últimamente en estos días, sentenciado y decapitado en la plaza de París, en medio de cien mil bayonetas: vosotros sois los testigos más irrefragables de mi aserto. Vosotros, sabios que me escucháis, que no ignoráis la revolución de Francia y España, bien sabéis que los jacobinos[40] comenzaron entonces por los mismos pasos que daban ahora hacia nosotros las Cortes sacrílegas de ultramar para destruir la Religión y el trono.
[Epílogo]
¿Quién, pues, no ve la imperiosa e inevitable necesidad con que gritamos la Independencia de tan execrables cortes, que así nos esclavizaban y degradaban, como si fuéramos bonzos, cafres o brahmanes; y conspiraban a descatolizarnos por los mismos medios que experimentó la Francia, y los demás reinos que acabo de mencionar? ¿Quién podrá dudar de la misma Madre de Dios, que descendió del cielo para plantar la Religión en este Reino,[41] es la que ahora quiere conservarla; y así como entonces lanzó a los abismos al infernal dragón que lo tiranizaba, así ahora, apiadada de nuestros males oyó nuestros clamores y nos liberta de los monstruos horrendos de impiedad que pretenden sujetarnos al príncipe de las tinieblas? ¿Quién de los católicos verdaderos será tan insensato o preocupado que no confiese que la Emperatriz preexcelsa de los Cielos y de la tierra toma a su cargo la causa justa y sagrada de nuestra Independencia, y que por su intercesión nos ha suscitado su divino Hijo misericordiosísimo generosos Moiseses, Josueses, Calebes, Samueles, Gedeones y Macabeos, para que defiendan exponiendo sus preciosas vidas los derechos de la Divinidad, de la religión y de nuestro idolatrado Rey Fernando? ¡Oh Héroes invencibles del Imperio mexicano! ¡Oh atletas ilustres de la Religión y de la Patria! ¡Oh Iturbides, Negretes, Andrades, Quintanares![42] ¡Oh perínclitos Jefes de las valientes tropas americanas! Yo me congratulo con vosotros a nombre de toda la nación, porque en demostración de vuestro acendrado catolicismo y patriotismo descargasteis un golpe decisivo y mortal sobre las cabezas de nuestros enemigos, proclamando a la Emperatriz Augusta del Empíreo, Patrona, Protectora y Capitana Generala de nuestras tropas. Mirad con el desprecio que se merecen los insultos de vuestros enemigos, y los dicterios con que la irreligión y el fanatismo se atreven a satirizar este acto de religión tan edificante y consolador. Ofreced a la Madre de Dios vuestros corazones, veneradla con la advocación de Zapopan, coronad sus reales sienes con la imperial diadema, poned el bastón en su diestra virginal y ceñid su sacratísimo costado con la banda tricolor,[43] para obligarla más a que os dirija en vuestras acciones militares y políticas, y extermine a todos nuestros enemigos. Confiad en esta dulcísima Madre de Gracia y misericordia y jamás seréis confundidos: yo os aseguro que sola María ha destruido todas las herejías en el universo mundo. No perdáis jamás de vuestra memoria que María es la torre inexpugnable de David, de la que penden mil escudos, y toda la armadura de los fuertes; terrible a los enemigos de su divino Hijo como un escuadrón de ejército ordenado. Creed fielmente que, si fuera necesario, la misma Señora descenderá personalmente de su solio celestial a vuestro auxilio, como lo verificó en la memorable batalla de Clavijo, derrotando el numeroso ejército de Muza en Simancas, confundiendo la morisma en Talavera, en las Navas de Tolosa, en el Salado, en Sierra Morena, en el golfo de Lepanto y en otras jornadas milagrosas, en que ejércitos de la milicia celestial han reducido al polvo millares de enemigos de la Religión. Con toda la efusión de vuestros corazones, ofrecedle vuestros votos, tributándole gracias por el beneficio de la Independencia que acaba de dispensarnos; y para que continúe su protección, repetid en vuestros corazones: “bajo tu presidio nos acogemos, oh Santa Madre de Dios, no desprecies nuestros ruegos en las necesidades y líbranos de todos los peligros, oh bendita Virgen”. Suplicadle dirija todas vuestras operaciones para gloria suya y salvación eterna de vuestras almas, quam mihi et vobis omnibus impertiatur Deus Pater, Filius et Spiritus Sanctus. Amen.[44]
[1] Los datos del autor se consignan en el texto introductorio. [2] Aunque el texto existe impreso, la trascripción que aquí se ofrece la hizo el investigador Héctor Josué Quintero López haciendo la paleografía de un manuscrito de Fray Luis del Refugio de Palacio y Basave, ofm, parte de la extensa compilación de documentos relacionados con Nuestra Señora de Zapopan en custodia del Archivo Histórico Franciscano de Zapopan. Se actualizó la ortografía y se desataron las abreviaturas. Todo fue posible gracias al interés de Fray Raúl Robledo Delgadillo, ofm, responsable de ese acervo. [3] Caballero profeso de alguna de las órdenes militares. [4] La Enciclopedia Histórica y Biográfica de la Universidad de Guadalajara (2019) dice que nació en 1730, lo cual implicaría que era ya nonagenario al tiempo de pronunciar este sermón, dato que nos parece improbable considerando cuánto pesaban los años en las condiciones de vida de entonces. [5] Luis Pérez Verdía da el número de 350 (¡!). Historia Particular del Estado de Jalisco, t. ii. Guadalajara, 1952, p. 67. [6] Guadalajara, 1811. La reeditó la Oficina de Arizpe de México ese mismo año. [7] Presbítero del clero de Guadalajara (Comanja, Jalisco, 1853 - San Pedro Tlaquepaque, 1932). Al tiempo de su muerte detentaba, después del Arzobispo, los oficios de más responsabilidad en la arquidiócesis: Vicario General, Protonotario Apostólico y Deán. [8] Juan Bautista Iguíniz Vizcaíno (1881-1972), destacado bibliotecólogo, investigador y académico mexicano, oriundo de Guadalajara, es autor, entre otras obras, de Las artes gráficas en Guadalajara, México, Talleres linotipográficos Numancia, 1943. [9] La segunda parte de la cita es es del cap. xiii, v.22 de Jd. [10] En lo que sigue, lo que figura entre corchetes no aparece en el original. [11] Se refiere a don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, Obispo de Guadalajara de 1794 a 1824. [12] Alude al Coronel José Antonio de Andrade y Baldomar (Veracruz, 1762 - Guayaquil, 1824), militar que combatió con energía la insurgencia de México, pero que se adhirió al Plan de Iguala en San Pedro Tlaquepaque el 12 de junio de 1821 y al día siguiente, a la cabeza de la guarnición de Guadalajara y al lado del Capitán Eduardo Lariz, flanqueó al Brigadier Pedro Celestino Negrete en su ingreso triunfal a esta capital. Reemplazó a Negrete como Gobernador y Jefe Político y Militar de la Nueva Galicia del 26 de junio de 1821 al 5 de febrero de 1822, cuando pasó a la ciudad de México como Diputado del primer Congreso Constituyente. Ya con el rango de General, pero acusado de simpatizar con el depuesto Emperador Agustín de Iturbide, fue desterrado a Guayaquil, donde murió el 23 de septiembre de 1824. En su Diario histórico (t. ii, p. 151), un acérrimo malqueriente de Iturbide, Carlos María de Bustamante, le dedica esta enérgica descripción: “siempre fue cruel, mal patriota e instrumento de la tiranía de los españoles, y después de Iturbide”. [13] Entre 1813 y 1823, aunque con bastantes altibajos y sólo para efectos de las Cortes de la Monarquía Española que instituyó la Constitución de Cádiz (1812), se creó la Diputación Provincial de la Nueva Galicia, integrada por las provincias (o intendencias) de Guadalajara y de Zacatecas. [14] ¡Alaben a mi Dios con tamboriles! Jd xvi, 2. [15] El proceso fue el siguiente: Argentina (1816), Chile (1818), Nueva España, Venezuela, Quito y Ecuador (1821), las Provincias Unidas de América Central (Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Honduras y El Salvador (1823) y, finalmente, el Perú (1824). [16] Describe el orador, en los peores términos, ese lapso que la historia denomina, en oposición al “sexenio absolutista”, “trienio liberal” o “trienio constitucional”: periodo de la historia de España que va de 1820 a 1823, a raíz de la imposición al Rey Fernando VII (el 10 de marzo de 1820) de jurar la Constitución española de 1812 y suprimir la Inquisición, para dar marcha atrás, a partir de su ocupación del trono en 1814, a la restauración del antiguo régimen, resuelto en los ambientes cortesanos por el enfrentamiento que se dio entre los bandos adictos a su persona (la camarilla) u opuestos: los afrancesados, partidarios bonapartistas o al menos adictos al liberalismo –que aquéllos tuvieron el cuidado de excluir del gobierno–. [17] El autor hace aquí una paráfrasis del libro de Cayetano Cabrera y Quintero Escudo de Armas de México: celestial protección de esta nobilísima ciudad de la Nueva España y de casi todo el Nuevo Mundo, María Santísima, en su portentosa imagen del mexicano Guadalupe, milagrosamente aparecida en el Palacio Arzobispal en el año de 1531, México, Imprenta de la Viuda de Hogal, 1746, p. 346. [18] El 1º de enero de 1820 el coronel Rafael del Riego, al frente del 2º Batallón de Asturias, integrado al ejército expedicionario comisionado para sofocar las acciones insurgentes en América, a las órdenes del conde de Calderón, se pronunció en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) por la restauración de la Constitución de Cádiz y el restablecimiento de las autoridades constitucionales, con tanto éxito que el 18 de marzo Fernando VII juró en Madrid acatar la Constitución. [19] Sesión xv del 6 de julio de 1415. [20] Cf. nota introductoria. [21] La participación de los miembros de las logias masónicas en este momento (Rafael Riego lo era) tuvo entre sus adictos a no pocos eclesiásticos. Acerca de ello véase “Masones eclesiásticos españoles durante el trienio liberal (1820-1823)”, de Vicente Cárcel Ortí, en Archivum Historiae Pontificiae, vol. 9 (1971), pp. 249-277. [22] Cita la Ley sobre monasterios y conventos, sancionada por el Real Decreto de 25 de octubre de 1820, en la cual se estipula la supresión de las comunidades religiosas. [23] No deja de ser llamativo que el orador evoque en esta lista de “defensores acérrimos” de la inmunidad eclesiástica al monarca que en 1767 dispuso el extrañamiento de seis mil jesuitas de sus dominios. [24] El militar vizcaíno Pedro Celestino Negrete (1777-1848) se formó en el Seminario Conciliar de Vergara antes de darse de alta en Ferrol como guardia marino. Siendo teniente de fragata se dedicó a perseguir corsarios en el Caribe, residiendo en las costas de la Nueva España entre 1802 y 1808. En 1810 se incorporó a las tropas destinadas a sofocar la insurgencia de este reino, donde a partir de 1811 sirvió como coronel al frente de los Dragones de España en Puebla, Toluca y Querétaro. Sólo por méritos ascendió hasta el rango supremo de brigadier. Se adhirió al plan de Iguala en junio de 1821 y sin éxito quiso ganar para esa causa al Intendente de Guadalajara, José de la Cruz, que sí lo alcanzó con los jefes militares de la Diputación Provincial de Guadalajara. A partir del 14 de junio se hizo cargo en Guadalajara del oficio que De la Cruz dejó vacío en su salida abrupta de la capital, pero invitado a sumarse al equipo de Iturbide, dejó la encomienda en manos de Juan Antonio Andrade. En 1823 secundó el Plan de Casa Mata, que obtuvo la abdicación del Emperador, y pasó a formar parte del Supremo Poder Ejecutivo que ejerció el gobierno provisional de México entre 1823 y 1824, el cual encabezó en dos ocasiones. Como a principios de 1827 se unió a la conspiración del fraile dieguino Joaquín Arenas para impulsar el retorno de México a la sumisión del trono español, se le condenó a muerte, conmutándosele la pena por la de destierro, que pasó en Burdeos hasta su fallecimiento en 1846. [25] A partir de 1735 la imagen de la Virgen de Zapopan, nombrada celestial protectora de Guadalajara contra rayos y tormentas, recorría los templos de Guadalajara de principio a fin del temporal de lluvias a partir del 13 de junio. Su paso del templo de Santa Teresa a la Catedral era ocasión de holgorio grandísimo en el vecindario. [26] En prenda de ello, el impresor antepuso al autor de este sermón tal denominación a la de “Fray” en la portadilla del impreso en el que se divulgó poco después de pronunciado. [27] El bien común es nuestra suprema ley. [28] El escritor, historiador, filósofo y abogado francés François-Marie Arouet (1694-1768), conocido mejor por su seudónimo, perteneció a la francmasonería, fue la figura más influyente de la Ilustración francesa y sin declararse ateo, fue un convencido apóstol de la razón humana y de la ciencia sobre la religión y sus instituciones. [29] Se refiere a Federico ii de Prusia (1712-1786), representante supremo del despotismo ilustrado del siglo xviii, calvinista de formación, se le relacionó con la francmasonería. Aunque llegó a ser tolerante con católicos y judíos, dispuso el desmantelamiento de los conventos de Polonia y nunca ocultó su antisemitismo. [30] El matemático, filósofo y enciclopedista francés Jean le Rond d'Alembert (1717-1783) se cuenta entre los exponentes máximos del movimiento ilustrado. Al lado de Diderot creo la Enciclopedia. Optó por aislarse de cualquier nexo con la práctica religiosa. [31] Al polímata suizo francófono Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), la inquina de Voltaire le granjeó el calificativo de tránsfuga religioso, pues de ser protestante se hizo católico y después de católico de nuevo protestante; como creyente heterodoxo acabó profesando el iluminismo. [32] El filósofo y escritor francés Pierre Bayle (1647-1706) de hugonote se hizo católico. Se le tiene como la gran figura de la primera Ilustración. [33] Según Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755), las religiones no valen por el contenido de sus creencias o de su doctrina sino por su “relación solamente con el bien que producen en la sociedad civil” (El espíritu de las leyes). [34] El filósofo y jurista alemán Samuel Puffendorf era hijo de un pastor protestante. Compuso la obra Sobre la posición de la religión cristiana en el Estado (1687). Sus malquerientes lo acusaron, sin probarlo, de ateo y hereje, cuando más bien lo que pedía era tolerancia. [35] Denis Diderot (1783-1784), enciclopedista francés, negaba la existencia de Dios y criticaba el idealismo y los dogmas de la inmortalidad del alma, del libre albedrío. [36] Apolión en griego significa destructor. El término lo usa en esta lengua el Apocalipsis (9, 11) para traducir la palabra hebrea (Abadón). [37] (1600–1649), fue adepto a una versión sacramental de la Iglesia de Inglaterra (la Iglesia alta), que profesaba su consejero político principal, el Arzobispo de Canterbury William Laud, y contraria a la tendencia reformista de sus súbditos ingleses y escoceses, que hallaron en ello simpatías cada vez más cercanas al catolicismo. Murió ajusticiado y la Iglesia de Inglaterra lo ha canonizado. [38] A Enrique iii de Francia (1651-1689) le tocó, durante su reinado lo más duro de la pugna entre católicos y hugonotes. En ese marco nació la Santa Unión Católica o Santa Liga y se emitió el edicto de Beaulieu que concedía a los reformados el derecho a ser admitidos en los empleos públicos y practicar su culto públicamente. El Rey murió a consecuencia de las heridas que le produjo Fray Jacques Clément, op, militante de la Liga. [39] La caída del antiguo régimen estuvo aparejada a la suerte de Luis xvi, rey de Francia de 1774 a 1792, guillotinado el 21 de enero de 1793. Tenía al morir 38 años. [40] Se refiere aquí menos ya a los militantes del partido republicano durante la Revolución francesa, de procedimientos radicales y rigorismo moral, y más a los simpatizantes exaltados de ideas revolucionarias y radicales. [41] Alude, como lo hizo en su exordio, a las mariofanías del Tepeyac. [42] Se refiere a José Luis de Quintanar y Soto Ruíz (San Juan del Río, 1772 - ciudad de México, 1837), hijo y nieto de militares; abrazó las armas en el Regimiento de Caballería de Querétaro, en 1813 queda al mando de las tropas de Nueva Galicia y a las órdenes del mariscal de campo José de la Cruz; comandante militar del distrito de Pénjamo desde 1819, se adhirió al Plan de Iguala. En el Ejército Trigarante se le dio el rango de general de división. Siendo ya Emperador, Agustín de Iturbide lo nombró jefe político de Guadalajara. Fue el primer gobernador de Jalisco, diputado en el primer Congreso Constituyente, jefe superior político de México y miembro del triunvirato que se hizo cargo del gobierno de México en 1829, al lado de Lucas Alamán y de Pedro Vélez. Presidió, finalmente, el Supremo Tribunal de Guerra. [43] En efecto consta, gracias al retrato de la imagen que pintó en 1822 Félix Zárate, hoy en el convento de Zapopan, la banda que se impuso a Nuestra Señora de Zapopan llevaba los colores del ejército Trigarante. [44] “Que a vosotros y a mí nos conceda Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén”. |