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3 de mayo de 1794. Inicio de actividades del Hospital Real de San Miguel de Belén y ccl aniversario de la llegada de Fray Antonio Alcalde a Guadalajara
Antonio Gerardo Rojas Sánchez[1]
Compone este texto uno de los testigos de la vida y obra del artífice de eso que hoy, con un sabor retórico, algunos denominan “la grandeza de Jalisco”, que lo seguirá siendo mientras se tengan en cuenta las bases de humanismo y humanitarismo que sentó durante su gestión episcopal el Siervo de Dios del que aquí se habla.[2]
La figura de Fray Antonio Alcalde y Barriga está ligada a la historia moderna y al desarrollo no sólo de Guadalajara sino también del occidente del país. Si bien en el recuerdo colectivo prevalece un fray Antonio como un hombre bondadoso y espiritual, fue también un hombre práctico y terrenal. Su carácter persistente y pragmático y sus virtudes de buen administrador le permitieron materializar un conjunto de obras de grandes dimensiones en la Nueva Galicia. Fue a partir de 1992, a propósito de los festejos del bicentenario que conmemoró el fallecimiento de Fray Antonio Alcalde, que se inicia una tradición ininterrumpida año tras año de los festejos del comienzo de actividades del Hospital Civil de Guadalajara y del recuerdo del fallecimiento del fraile. Juan Real Ledezma, catedrático de la Universidad de Guadalajara, en la presentación del libro Utopía y acción de fray Antonio Alcalde 1701-1792, expresa:
recordemos que Alcalde llegó a Guadalajara en un contexto donde la promesa que representaba el Nuevo Mundo se conjugaba con un estado de conflicto latente, agravado por el choque entre la cultura europea y las cosmovisiones mesoamericanas, los desacuerdos dentro de la estructura social de la Nueva Galicia y la Nueva España, el interés de la monarquía española por restarle poder tanto a las órdenes religiosas como a la propia Iglesia católica, así como la lentitud de la comunicación entre el Virreinato y la Corona.[3]
Real Ledezma continúa su presentación diciendo:
al ser Fray Antonio Alcalde integrante de la Orden de Predicadores, su formación tuvo como base la Suma teológica de Santo Tomás de Aquino, la cual comprende la gran obra intelectual de Aristóteles con los postulados evangélicos. Alcalde siguió la senda que habían marcado los humanistas y místicos del Renacimiento, como Tomás Moro, Ignacio de Loyola y Erasmo de Rotterdam.[4]
En una biografía ya clásica escrita por Mariano Otero, publicada en julio de 1837, leemos que Antonio Alcalde nació en Cigales, pueblo inmediato a Valladolid, España, el 15 de marzo de 1701. Sus padres fueron José Alcalde e Isabel Barriga, quienes no le legaron ni un nombre ilustre ni una posición ventajosa en la sociedad, sin embargo dirigieron de tal suerte la sensibilidad exquisita de que lo había dotado la
…naturaleza hacia los sentimientos religiosos y le inspiraron tales hábitos de frugalidad y moderación, que se puede considerar muy bien la educación que recibió como el fundamento de su gran destino. Hacer bien a los hombres era una necesidad que su corazón había recibido de la naturaleza; lloraba con los desgraciados, asistía personalmente a los enfermos y nunca se le vio omitir con el infortunio consideración alguna que pudiera aliviarlo. A la edad de 17 años tomó el hábito de Santo Domingo en el convento de San Pablo, Valladolid, donde profesó y recibió las sagradas órdenes. Dedicado a las ciencias análogas a su carrera, la exactitud de su raciocinio y la elegancia de su discurso hicieron que fuera encargado de enseñar filosofía y teología escolástica.[5]
En medio de este género de vida y sin haber visitado nunca las antesalas de los ministros, ni pretendido jamás honores y consideraciones, recibió en 1761 el nombramiento de Obispo de Yucatán. Mariano Otero narra que al tiempo de investigar lo que publicó en fecha tan cercana a la muerte del obispo Alcalde, no pudo averiguar qué motivos impulsaron al monarca a fijar su elección en un hombre tan ajeno a la corte como él:
Hemos oído referir, generalmente a personas de juiciosa crítica, un hecho que exponemos sin pretender ser garantes de su verdad o falsedad: cazando un día el rey en las cercanías de Valverde, entró al convento para descansar un rato y sorprendió al prior en su celda, que no tenía más muebles que una tarima, un cilicio colgado de la pared, algunas imágenes y una mesa con un tintero y una calavera; tal aparato devoto, unido al exterior modesto y humilde del señor Alcalde le hicieron una impresión tan profunda que la primera vez que se ofreció presentar para una mitra, dijo a su ministro: “Nombre usted al fraile de la calavera”.[6]
Llegando a Yucatán, se dedicó ardientemente a procurar el bien de sus diocesanos. En el corto periodo de seis años había ya visitado dos veces el territorio de aquella península. Al terminar sus tareas recibió su promoción al Obispado de Guadalajara, donde llegó el mismo año de 1771, un día 12 de diciembre, a la edad de setenta años. Era un hombre de estatura mediana, complexión débil, semblante apacible y mirada penetrante.
· Obispo de Guadalajara
Lo primero que le llamó su atención a su llegada fue la educación pública, que se hallaba en el mayor abandono: en las escuelas los jóvenes apenas conseguían aprender a leer y escribir no más que lo necesario para hacerse entender; y en la enseñanza de los establecimientos científicos se carecía mucho de la ilustración que había en aquel tiempo. A finales de 1779 y principios de 1780 la epidemia de la viruela causó en toda la Nueva España terrible mortandad, pues a la gravedad del mal había que añadir el absurdo método curativo adoptado desde un principio por la clase indígena: introducir a los niños tan pronto eran atacados por la viruela en un temazcal o baño de vapor. El gran médico inglés Janner acababa de descubrir en 1776 la vacuna para esta enfermedad, pero aún no se conocía ni mucho menos se disponía de ella en la Nueva Galicia. El efecto que tuvieron las obras de fray Antonio en la dinámica urbana de la Nueva Galicia fue el de construir dieciséis manzanas con ciento cincuenta y ocho casas en la parte norte de la ciudad, en los alrededores del Hospital de Belén, y el beaterio, para beneficio de obreros, mujeres y niños que no contaban con vivienda. Como este nuevo barrio carecía de iglesia, el señor Alcalde mandó edificar también el Santuario de la Virgen de Guadalupe; estas construcciones datan de 1773 a 1787. En sus últimas disposiciones dejó también los sobrantes de las rentas de esas viviendas a favor de la construcción del Sagrario de la Catedral. Al día de hoy no se conoce una biografía tan clara y llena de vivencias sobre la biografía de Fray Antonio Alcalde como la que escribió el abogado e historiador tapatío Luis Pérez Verdía. En ésta describe de forma poética cómo se llevó a cabo la reconversión del Hospital Real de Belén en la Nueva Galicia a consecuencia de las enfermedades que azotaron a la región. Da fe de cómo el señor Alcalde no se limitó a tomar las medidas necesarias durante las epidemias, y hace una descripción clínica de cómo los enfermos mostraban rápidamente síntomas de constipación nasal, fiebre nocturna con sudoraciones, dolor de cabeza y hemorragia nasal; después del séptimo día se pintaba la piel con manchitas rojas o moradas, presentaban hipoacusia y conjuntivitis, en ocasiones los enfermos padecían delirio o pérdida del conocimiento, dificultad para respirar, y morían del undécimo día al vigésimo primero; en ese tiempo a este mal se le llamo “la bola”. Hoy sabemos con precisión que los datos clínicos correspondían a una enfermedad terrible: la peste. Más de cincuenta mil personas murieron en la Nueva Galicia a consecuencia de ese mal. Escasos eran los recursos con que contaba la ciudad para ayudar a las víctimas de la peste, pero el ilustre pastor los multiplicó. Dispuso el aumento de camas en los hospitales de Belén y de San Juan de Dios, hasta ocupar con ellas las celdas de los religiosos y las oficinas, y no siendo suficiente aquel crecimiento, formo dos casas de asistencia, una en el hospicio de los pobres y otra en el colegio de San Juan. El día 22 de abril de 1786 fue uno de los días más terribles de la epidemia, pues se contaron más de cien muertos. Este triste suceso influyo para que aquella epidemia se arraigara en Guadalajara: el hospital de Belén se situaba en el centro de la ciudad en un espacio reducido y no era suficiente para atender a tanto enfermo. El señor Alcalde, con su generosidad y apoyado por el Rey Carlos iii, propone a la Real Audiencia la construcción de un hospital para mil camas. La Audiencia aceptó tan generoso ofrecimiento con la mayor gratitud, concediendo el permiso el día 26 de febrero de 1786; el día siguiente empezaron los trabajos. El 18 de agosto de 1789, al hacer una excavación, se encontró un círculo de piedra perfectamente compacto y debajo de él gran cantidad de piedra de hormiguero hasta la profundidad donde estaba una cueva que mostró contener una osamenta humana antigua, rodeada de doce figuras grandes de barro que representaban una mujer, un muchacho llorando, un rey con corona, un sacerdote y unos animales deformes; además doce metates, muchos cántaros y ollas, caracoles de mar agujereados que formaban collares y varios pedernales de distintas armas, que indicaban el sepulcro de algún tlatoani. Fray Antonio no vio culminar sus dos obras monumentales, la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, cuyas actividades comenzaron el 7 de noviembre de 1992, y el Hospital de San Miguel de Belén, que termino de construirse en abril de 1794 y que iniciará sus actividades el sábado 3 de mayo de 1794.
Epílogo
Fray Antonio muere el martes 7 de agosto de 1792. La campana mayor de la catedral metropolitana anunció a la ciudad una hora después que ya no existía el vigésimo cuarto y más ilustre de sus obispos, repitiendo el lúgubre toque de vacante cada cuarto de hora hasta contar al día siguiente el número de cien repiques, en cuyo instante resonó en todas las iglesias por espacio de una hora. Fue un día memorable para los habitantes de Guadalajara en esa época. El señor Alcalde en su vida privada fue un santo, en su ministerio episcopal un verdadero apóstol; en sus relaciones sociales un amigo de cuantos se le acercaran, y un padre amoroso de todos los desvalidos; supo conservar hasta su muerte el alto puesto de evangelizador sincero, de redentor de todas las miserias humanas, de humilde religioso y de benefactor insigne en los lugares a los que servía.
Guadalajara, Jalisco, a 3 de mayo del 2021 [1] Cardioneumólogo Internista; presidió la Asociación Cultural del Antiguo Hospital Civil de Guadalajara Fray Antonio Alcalde. [2] Este Boletín agradece al autor de este texto inédito, su licencia para publicarlo en estas páginas. [3] Juan Real Ledezma – Ernesto Villarruel Alvarado (Ed.), Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2018. [4] Ibídem [5] Mariano Otero, Obras completas, México, Porrúa, 1967, p. 391. [6] El Museo Mexicano o miscelánea pintoresca de amenidades curiosas e instructivas, Tomo ii, México, Imp. Ignacio Cumplico, 1843, p.356 |