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COLABORACIONES

 

“El sacramento ya se perdió y lo llevó el aire”.

Análisis del proceso inquisitorial contra Juan de Morales

1ª parte

 

Juan Frajoza[1]

 

El juicio fulminado por el Santo Oficio contra Juan de Morales,

junto con datos en torno suyo y su establecimiento

en la alcaldía mayor de la villa de Santa María de los Lagos

y los Pueblos Llanos de los Chichimecas,

es una ventana luminosa para acercarnos a la vida cotidiana

y las mentalidades que dominantes esa región de frontera

de la Diócesis de Guadalajara en la segunda mitad del siglo xvi.

 

Introducción

 

Con justa razón, la historiografía de la Nueva Galicia ha ponderado la acompasada pero constante política de colonización llevada a efecto por el gobierno virreinal durante la segunda mitad del siglo xvi al nordeste de Guadalajara. Tres fines concretos se perseguían: 1) que el colono coadyuvara, a su costa y mención, a contener los ataques chichimecas, cada vez más explosivos y peligrosos desde el descubrimiento de filones argentíferos en Zacatecas y la expansión de la conquista por las tierras septentrionales; 2) consolidar una región agrícola y ganadera relativamente cercana a los principales reales de minas, ubicados en tierras áridas poco propicias a estas actividades económicas, para proveerlos eficiente y suficientemente de productos básicos de consumo y animales usados como fuerza de trabajo, garantizándose de esta manera el efectivo ensanchamiento de la explotación de metales preciosos y los ingresos de la real hacienda, y 3) tener un mayor control sobre los pueblos reducidos a sangre y fuego a la policía cristiana durante la guerra del Mixtón, sobre los cuales aún recaían muchísimas suspicacias.

Cronistas e historiadores contemporáneos nos han mostrado un meritorio catálogo de nombres y orígenes de los primeros pobladores europeos asentados en esta región de frontera, inestable y en permanente tensión; sin embargo, muy poco nos han dicho sobre sus circunstancias personales, sus propiedades, las vicisitudes por las que tuvieron que pasar estos sujetos transformados automáticamente en mesnada. Es por demás conocida la escasez de archivos regionales que resguarden una pormenorizada documentación judicial, civil y eclesiástica de la época de nuestro interés. Así, recurrimos a repositorios extralocales para abordar la cotidianidad y las historias de vida, tratando de profundizar en lo social y las mentalidades, a la vez que confirmar o rectificar afirmaciones hechas con antelación. En esta ocasión analizaremos el proceso inquisitorial fulminado contra Juan de Morales, uno de los tantos peninsulares que arribaron al reino de la Nueva Galicia, particularmente a la alcaldía mayor de los Llanos de los Chichimecas, es decir, porción integrante del actual territorio político-administrativo conocido como los Altos de Jalisco. Con las herramientas metodológicas que nos proporcionan la hermenéutica y las ciencias sociales, se descubre terminantemente que los juicios inquisitoriales arrojan mucho más que blasfemias, herejías, bigamias y otras conductas punibles por la Iglesia. De hecho consideramos que, fuera de la descripción más o menos pormenorizada de un lapso vital del individuo encausado, los detalles revelan trascendentales datos sobre la sociedad en que se desenvolvía.[2]

 

1.    Semblanza del acusado

 

El propio expediente del proceso inquisitorial instruido contra Juan de Morales proporciona sus generales. Lugar de nacimiento, edad aproximada, ascendencia, nombre de su legítima mujer y otros datos personales son especificados en dos de sus declaraciones juradas: la primera dada el 18 de julio de 1571 ante el presbítero Miguel Lozano, cura y vicario del partido eclesiástico de Teocaltiche; la segunda al siguiente día, en presencia de Gaspar de la Mota, juez de residencia de la alcaldía mayor de la villa de Santa María de los Lagos y los Pueblos Llanos de los Chichimecas.

Hijo legítimo de Juan Rodríguez y Leonor de Morales, nació alrededor de 1541 en la ciudad de Sevilla, en los reinos de Castilla, ya que en una y otra ocasión mencionó contar con “más de treinta años” o tener “treinta años poco más o menos”. Sin haber detallado si eran los maternos o paternos, dos de sus abuelos se llamaron Juan Morato Negrete y Catalina Morales. Sus progenitores, abuelos y él mismo eran “cristianos viejos bautizados, y en su tierra y en las partes que los conocían los tenían por tales”. A la fecha estaba ligado por legítimo matrimonio con Leonor de Lara y había procreado algunos hijos, sin puntualizarse en el expediente su número, edades o nombres.[3]

El establecimiento de Morales en la alcaldía mayor debió ocurrir a mediados de la década de 1560, supuesto que no son concordantes los testimonios de los deponentes al declarar sobre el tiempo que tenían de conocerlo: Juan de Cuenca, ocho años (ca. 1563); Diego de Ayllón, siete años (ca. 1564); Jerónimo de la Mora, siete años (ca. 1564); don Pedro de Mendoza, cacique o gobernador del pueblo de San Juan, seis años (ca. 1565); don Francisco Márquez, indio principal del pueblo de Mitic (ca. 1566); Diego Núñez, cinco años (ca. 1566) y Domingo de Mingoya, cuatro años (ca. 1567).[4] Si nos atenemos a la fecha más extrema (1563), podríamos presuponer que fue uno de los vecinos fundadores de Santa María de los Lagos. No obstante, hasta el momento no ha sido localizado dato alguno que pueda ayudarnos a sostener lo antedicho. De hecho, en la acuciosa investigación realizada por Gómez Mata sobre los primeros pobladores de esta villa de españoles ubicada en el epicentro de la guerra chichimeca no aparece por ningún lado su nombre, pese a haber hurgado diligentemente en distintos archivos históricos.[5] En consecuencia, habrá que presumir con los datos a nuestra disposición que Juan de Morales fue uno de aquellos colonos que conscientemente solicitaron mercedes de tierras para establecerse en la disputada zona de guerra que mediaba entre Guadalajara y Zacatecas. En el proceso se consigna que era dueño de una estancia de ganado mayor.[6] Su ubicación se clarifica por la declaración de Martín Vázquez, vecino de Santa María de los Lagos: “estando este testigo en la estancia que dicen ser de dicho Joan de Morales, que está cerca del pueblo de Mizquitique, llegó a la dicha estancia el dicho Bartolomé Rodríguez”.[7]

En esta finca rústica, en notable expansión productiva, convivían españoles y naturales de distintos grupos lingüísticos. Por ejemplo, aproximadamente desde 1567 era criado suyo Domingo de Mingoya, peninsular proveniente de las montañas de Oviedo (Asturias). Con regularidad varios indios avecindados u originarios de los pueblos circunvecinos trabajaban para él como laboríos, peones o por repartimiento. Entre ellos podemos citar a Juan, de Mezquitic. Asimismo en la heredad moraba Francisco Jerónimo, de 18 años de edad poco más o menos y natural de Tlajomulco, pueblo ubicado al suroeste de Guadalajara. Incluso Morales y su esposa eran propietarios de una india esclava.[8]

De aquí surge una cuestión capital: ¿qué tanto influyeron las explotaciones rurales tempranas en la transculturación de los grupos étnicos locales? Aunque con los datos a nuestra disposición no podemos establecer parámetros definitivos de continuidad y transformación cultural, sí son perceptibles algunos indicios. La primordial adopción obligatoria de formas culturales trasladadas desde el Viejo Mundo por los naturales del territorio de la Nueva Galicia que sobrevivieron a la hecatombe que resultante de la conquista militar y la propagación de nuevas enfermedades infecciosas está suficientemente probada y reconocida, salvo entre algunos grupos étnicos que se remontaron a agrestes serranías. Empero, en nuestro caso regional, otro fenómeno de honda relevancia ha quedado velado: en este espacio fronterizo, desde la irrupción bélica encabezada por el gobernador Nuño de Guzmán, buena cantidad de nahuahablantes procedentes del valle de México se asentaron entre caxcanes y tecuexes, con los cuales compartían algunos rasgos culturales pero de los que otros muchos los diferenciaban. Dicho de otra manera, aquí ocurrió una doble transculturación. Así, mientras la cohesión preexistente en los pueblos fue más difícil de penetrar y se crearon mecanismos de simulación cultural para perpetuar la continuidad de ciertas prácticas, a través del contacto cotidiano con europeos, nahuahablantes y chichimecas esclavizados las estancias agrícolas y ganaderas contribuyeron a acelerar el desarraigo cultural, religioso y lingüístico de caxcanes y tecuexes. Sobre este punto ahondaremos en otro estudio.

Pero continuemos con nuestro caso. De suma importancia es subrayar que la familia formada por Juan de Morales, Leonor de Lara y sus menores hijos residió en Mitic durante el segundo quinquenio de la década de 1560, en unas casas anexas a la iglesia. Más tarde, a principios de 1571, el estanciero vendió este inmueble a Luis Castellanos[9] en 150 pesos.[10] Esta compraventa dio cabida a que, siendo vecino de la villa de Santa María de los Lagos pero ya estando familiarizado con la calidad de la tierra y el contexto que privaba en el contorno del pueblo de indios, solicitara y le fuera concedida el 26 de enero de 1575 por el doctor Jerónimo de Orozco, presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, una merced de dos caballerías de tierra que previamente detentaba. Llamándoseles con posterioridad La Despensa, éstas se localizaban “en la cañada que llaman de Apotunca, que es una cañada […] que divide los términos entre Jalostotitlán y Mitique”.[11]

Factor decisivo para que la familia Morales de Lara se avecindara en Mitic fue indudablemente un aumento explosivo de la inseguridad en la alcaldía mayor. La comprometida situación imperante nos la da a conocer el padre Juan de Cuenca Virues. Desde Teocaltitán, el 21 de noviembre de 1568, remitió una carta al obispo fray Pedro de Ayala informándole, además de conductas escandalosas y punibles de algunos españoles de la jurisdicción, que “los chichimecas nos maltratan y no dejan pueblos ni milpas que no destruyen, además de que no somos buenos para salir dos pasos de poblado”.[12] De hecho, la mayoría de los estancieros decidieron mudar su residencia a la villa de Santa María de los Lagos o los pueblos de indios, sobre todo a aquellos que estaban en cabeza de Su Majestad, para protegerse, organizarse y sostener la defensa de sus personas e intereses económicos. Sin embargo, estos avecindamientos provisionales o prolongados causaron tensiones y conflictos. En la misma comunicación antecedente, el sacerdote señaló lo siguiente:

 

sabrá vuestra señoría cómo un Juan de Morales, vecino del pueblo de Mitic, está en la casa de la iglesia, que dicen le puso el padre de Taltenango, e hizo una caballeriza en la pared de la iglesia a la banda del altar; y mandéle que lo quitase y no viviese de aquella manera, que era mal ejemplo, y dijo que aquello no era de mirar en ello; y díjelo al teniente [de alcalde mayor] y lo ha visto y no se quiere hacer. Hanse quejado los indios y se lo han dicho y no [se] presta.[13]

 

A principios de la década de 1570 también residía en Mitic el matrimonio formado por el flamenco Felipe de Lila (Liras, Lira o Liray) y la viuda Mari Jiménez, hija del difunto conquistador y encomendero de Mezcala y Mazatitlán, Bartolomé García.[14] Se enlazaron en el partido eclesiástico de Nochistlán, habiendo administrado el sacramento del matrimonio el cura y vicario Francisco de Beas.[15]

Morales obtenía su mantenimiento de “tratar con su hacienda en estos pueblos como otros muchos”.[16] Ahora bien, ¿de qué bienes disponía? Supuesto que Alonso Macías Valadez, teniente de alcalde mayor de Santa María de los Lagos, embargó sus pertenencias el 29 de junio de 1571, tenemos una justa visión de ellos; mas no de su valor porque no fueron justipreciados y puestos en almoneda pública.

 

–          Las casas y heredades que eran comarcanas y anexas a ellas.

–          Las sementeras de maíz que en ellas estaban hechas.

–          15 bueyes de arada.

–          Alrededor de 40 cabras.

–          Al pie de 80 ovejas.

–          50 cabezas vacunas.

–          Una india esclava.

–          450 fanegas de maíz poco más o menos.

–          Unas armas de caballo.

–          Dos cajas con ropas de Morales.

–          Unos paños de la tierra de pelo de rata.

–          Un vestido viejo de Leonor de Lara, con las cajas en que estaba.

–          12 ó 13 mulas cerreras.

–          Una docena de yeguas cerreras.

–          Siete u ocho caballos del servicio de la casa.

–          Cuatro sillas de costillas.

–          Una mesa de Michoacán.

–          Una carreta.

–          150 pesos adeudados por Luis Castellanos, procedidos de la venta de las casas de Mitic.

–          12 pesos debidos por Gaspar Alonso de Chávez.[17]

 

Por la premura con que fue realizado el secuestro, el inventario no contiene realmente todos los bienes del estanciero. Indirectamente, en las declaraciones contenidas en el proceso inquisitorial son relacionados otros que, aunque de menor valor, son notablemente significativos: una cama, unos comales, una petaca, un paño de cama y unos colchones.[18]

Ateniéndonos al registro de sus bienes, Juan de Morales repartía sus actividades económicas entre la producción de granos y la ganadería, aunque ésta en menor proporción. Al contar con una sola carreta, podemos inferir que le servía para trasladar sus productos agrícolas a distancias cortas, diferenciándolo completamente, por ejemplo, de Hernando de Cárdenas, transportista avecindado en Santa María de los Lagos que, en 1572, contaba con una cuadrilla de 21 carretas y 131 bueyes para trajinar a las minas de Zacatecas y otros centros de consumo que dejaban altos rendimientos económicos.[19] Esto se afianza aún más al especificarse que los 15 bueyes que poseía eran de arada, es decir, adiestrados para llevar el yugo en los campos de labranza, no para tirar carretas por largos trayectos. De esta suerte, los caballos y las mulas, que apenas comenzaban a ser preparadas para soportar sin alteraciones la carga, eran los animales que utilizaba para acarrear sus productos a distancias un tanto más alejadas de su estancia, pero siempre dentro de la geografía regional. Caso contrario, hubiera requerido bestias dóciles, fáciles de manejar. Al mismo tiempo que participaba del intercambio, consumo y comercio regional, con seguridad Morales vendía sus excedentes a los tratantes y contratantes que deambulaban de estancia en estancia, de pueblo en pueblo, con la expresa finalidad de aprovisionarse de productos de primera necesidad que conducían y mercadeaban en los reales mineros septentrionales. Entre ellos podemos citar a Nicolás de Vitoria, que en 1570 compró al padre Francisco de Beas, primer beneficiado del partido eclesiástico de Nochistlán, “más de trescientas gallinas, a real y cuartillo y a real y medio cada vez”.[20] Otro era Juan Vázquez, español residente en Nochistlán, quien durante algunos meses fungió como notario del propio eclesiástico.[21]

En razón de la calidad de la tierra, moderada precipitación pluvial, inadecuada detención natural del agua e incipiente tecnificación agrícola, la heredad de Juan de Morales se caracterizaba por el monocultivo estacional del maíz. Esta circunstancia lo alejaba manifiestamente de otros propietarios que además cultivaban trigo, entre ellos doña Leonor de Padilla, encomendera de Yahualica y Manalisco, que a la postre habitaba en las cercanías de este último pueblo y poseía un herido de molino donde se pulverizaba el cereal para obtener harina.[22] Los indios laboríos que habitaban en la estancia repartían su tiempo entre las actividades inherentes a la agricultura y la ganadería, quizá tendiendo a la especialización laboral: cabrero, vaquero, yuntero, labrador… En cambio, Domingo de Mingoya estaba más dedicado a cuestiones administrativas y de control social en la finca.

Conociendo los elevados precios que habían alcanzado los productos de primera necesidad en los reales mineros septentrionales, en fríos términos económicos ser estanciero en esta región agrícola y ganadera atravesada por el conflicto chichimeca valía la pena, aunque se viviera constantemente en vilo, las sementeras fueran arrasadas y los ganados robados y aniquilados.

 

2.    Blasfemias y mentalidades

 

Las blasfemias son puertas de entrada a las mentalidades.[23]  Fuera del escándalo generado en los oyentes (se santiguaban, invocaban a los santos protectores, amonestaban al pronunciante para que se retractara, inclusive reían a mandíbula batiente por el desatino), en ellas se contienen corpúsculos del pensar y reaccionar frente a la realidad. Con el preciso objeto de comprender de forma más amplia el contexto en que Juan de Morales fue procesado por el brazo disciplinario de la Iglesia, examinaremos las execraciones vertidas por otros individuos antes de entrar de lleno a los pormenores de su enjuiciamiento.

La conclusión de Calvo referente a las blasfemias y otras palabras malsonantes proferidas en la Guadalajara del siglo xvii es aplicable a las pronunciadas en las décadas de 1560 y 1570 en nuestra nordestal región de frontera: “son cosa de hombres, y por cierto que sobre todo de la elite, que tenía menos costumbre de ser discreta”.[24]  En sí no eran sino frases o dudas razonables más o menos ordinarias, articuladas afirmativamente en momentos de exaltación, chanza, simpleza o incertidumbre; pero no amparadas por una ideología consolidada capaz de atropellar los dogmas de la Iglesia y que pudieran desencadenar una ruptura espiritual del individuo con el cristianismo.

A Pedro de Trejo se le deben las expresiones injuriosas contra las cosas sagradas más antiguas que hemos podido documentar. Hijo legítimo de Álvaro Martínez de Velasco y doña Beatriz de Trejo, nació alrededor de 1534 en Plasencia (Extremadura). Sus abuelos paternos fueron Álvaro Martínez de Velasco, mayordomo del conde de Miranda, y Mari Álvarez de Arce; los maternos, en cambio, se llamaron doña Francisca de Trejo y el bachiller Alabejos, jurista de profesión. De acuerdo con su propia declaración, descendía de “caballeros señores notorios de las villas de Grimaldo y La Corchuela, en la provincia de Extremadura en los reinos de Castilla, con casa y solar conocido en la ciudad de Plasencia, en la cual y en cualquier parte son él y los de su nombre habidos y tenidos por tales caballeros hijosdalgos”.[25] Entre la parentela materna destacó su tío Francisco de Trejo, clérigo, abad de Santiago de los Españoles, que falleció en Roma.

Pedro de Trejo, quien dedicaba parte de su tiempo a la composición literaria, sabía leer y escribir aunque no había estudiado ninguna facultad. Salió de su ciudad natal a los 22 años de edad (ca. 1556) para Sevilla, donde se mantuvo cierto tiempo. Regresó a Plasencia sólo para hacer su hatillo y volver nuevamente a la capital andaluza, donde se embarcó rumbo a las Indias. Llegado que fue a tierras americanas, residió en las provincias de Michoacán, Zacatecas y Guadalajara, habiéndose enlazado eclesiásticamente con doña Isabel Corona, hija del conquistador Martín Monje y doña Isabel Álvarez Corona, en la iglesia de Guayangareo (Michoacán), por abril de 1561. Procrearon a Francisco (ca. 1563), mudo; y Estebanía (ca. 1566). Junto a su esposa, en 1563 participó en la fundación de la villa de Santa María de los Lagos, donde llegó a ocupar el cargo de regidor.[26]

Era tanto más propenso a exteriorizar sus ideas religiosas y sentimientos cuanto más blasfemias y equívocos verbales le fueron imputados. De hecho, el desventurado placentino, luego de trasladarse sucesivamente, a partir de 1566, a las provincias de Tenamaxtlán, Colima y Michoacán, y siendo inspeccionada con total circunspección su obra poética, terminó siendo condenado benigna y piadosamente por los miembros del Tribunal del Santo Oficio, en 1574, por sospecha de proposiciones heréticas y apostasía, a salir a la expectación pública en un auto de fe con una vela en las manos a manera de penitente, abjurarse de los vehementes errores por los que fue acusado, perpetuamente abstenerse de escribir coplas, y servir cuatro años a Su Majestad, sin goce de sueldo, en galeras.[27] Pues bien, anotemos las blasfemias que expresó en nuestra zona de estudio. A principios de 1564, el padre Juan de Cuenca Virues trazaba en el cementerio de la primera iglesia pajiza que se construyó en Santa María de los Lagos una nueva, que habría de ser de terrado, para mayor tributo de Dios Nuestro Señor. Mientras se encontraba concentrado en esta operación, según declaración que rindió el 28 de abril del antedicho año el eclesiástico,

 

llegó a ver la dicha traza Pedro de Trejo, regidor de la dicha villa; y estando en diferencia dónde se había de poner la dicha iglesia [nueva], dijo el dicho Pedro de Trejo que se había de hacer sobre la mano derecha de la cuadra de la dicha iglesia que al poniente estaba hecha; y que este testigo le dijo al dicho Pedro de Trejo que la haría donde le pareciese y en lugar que más conviniese para que después quedase aquella iglesia para aposento de retraídos y para echar madera y otras cosas convenientes a la dicha iglesia, porque había este testigo visto hombres casados en iglesias retraídos estar con sus mujeres, y que era deshonestidad muy grande, y que para evitar esto sería bien dejar aquellos aposentos para retraimiento; y que a estas palabras respondió el dicho Pedro de Trejo: “Otras cosas y pecados mayores se hacen en la iglesia, porque estando retraído en iglesia [un hombre] no es pecado que en ella tenga cuenta con su mujer”; y que este testigo replicó a esto y dijo al dicho Pedro de Trejo: “No diga eso, que es maldicho y sustentar las cosas que la Santa Madre Iglesia tiene reprobadas es malhecho”.[28]

 

En la misma fecha, o tal vez al siguiente día, por el propio cementerio se paseaba Trejo en compañía del alcalde ordinario Pedro de Villafañe. Algo apartados, también lo hacían el padre Cuenca Virues y el bachiller Gonzalo Vázquez Valadez. En cierto momento, el natural de Plasencia llamó al primer sacerdote, desarrollándose la siguiente escena:

 

llegado que este testigo llegó a él, le dijo el dicho Pedro de Trejo: “No se sufre que en la iglesia vuestra merced iguale a todos ni así les reprenda, porque no somos todos iguales”; y que este testigo le respondió: “No sé lo que vuestra merced dice ni lo entiendo, porque yo no reprendo a nadie en la iglesia particularmente ni señalo ninguna persona”; y este testigo le dijo al dicho Pedro de Trejo: “Declárese vuestra merced porque si yo he errado en algo, me enmiende”; y el dicho Pedro de Trejo replicó a este testigo y le dijo que, no siendo cura ni vicario, que no tenía para qué predicar ni decir aquellas cosas; y éste le respondió que lo que había dicho era católico y que no lo decía este testigo sino San Pablo, y que todo estaba muy bien dicho; y que presente estaba el bachiller Gonzalo Vázquez, [a quien pidió] que tomase la epístola y la declarase y verían cómo lo que este testigo había dicho era literalmente lo que san Pablo en la dicha epístola decía; y que entonces replicó el dicho Pedro de Trejo y dijo: “No todo lo que dice san Pablo se ha de guardar”; y que a esto respondió el dicho bachiller Gonzalo Vázquez que mirase lo que decía porque lo que San Pablo decía era todo católico y que lo guarda la Santa Madre Iglesia y está por ella aplicado, y que para predicar cualquier sacerdote puede predicar la palabra de Dios; y que estas mismas palabras dijo este testigo al dicho Pedro de Trejo, el cual respondió: “Así se nos puso a reprender un clérigo de Xocotlán, y por Dios que le hicimos salir de allí más que de paso”.[29]

 

Varios rasgos podemos entresacar de ambas disputas argumentativas. Por un lado, que a pesar de ser figuras de autoridad, a los sacerdotes no siempre se les guardaba el debido acatamiento. Dicho de otra manera, es peregrino pensar que en su generalidad la sociedad rural en ciernes, y especialmente la elite masculina, reconociera que los eclesiásticos contaban con las mejores herramientas y métodos para cumplir plenamente con sus funciones religiosas, materiales, sociales y de control. Opuestamente, se trasluce la inflexibilidad de un sector de la clerecía que, mediante el principio de autoridad religiosa superpuesto a la arbitrariedad individual, estimulaba que la nimiedad se transformara en galimatías. Por otra parte, que Trejo increpara agriamente al padre Cuenca Virues porque, según él, igualaba a todos y así los reprendía en la iglesia, es decir que los exponía públicamente sin considerar el origen, calidad o condición, nos revela la estamentalización de los grupos sociales. De la misma manera que los indios, no todos los españoles pertenecían al mismo estrato. Sabiéndose descendiente de caballeros hijosdalgos notorios, el placentino exigía que se le diera buen tratamiento y consideración, mucho mayores que los que pudieran darse a un autoennoblecido conquistador o trasterrado por riqueza. De hecho, la exaltación de su prosapia llegó a un grado extremo. Cuando el Tribunal del Santo Oficio lo condenó en 1574, en la sentencia definitiva se hizo hincapié en que habría de ir cuatro años a las galeras de su Majestad “por soldado sobresaliente”. Al ser ésta voceada en el auto de fe, el lector manifestó “que sirviese de gentilhombre”. Empero, en enero de 1575 el detenido solicitó al secretario del órgano judicial eclesiástico un testimonio de ella. Habiéndolo recibido, descubrió que por error se decía simplemente que iba “por soldado”. En consecuencia, herido en su sentimiento, linaje y orgullo, en distintas ocasiones suplicó que se le hiciera justicia en este punto: “no permita se me ponga menos de lo que en el original está, pues no se publicó por soldado sino por gentilhombre, que bien sabe Vuestra Señoría está muy probado de mi parte ser hijodalgo caballero; y pues se me hizo esta merced, no vaya yo con menos renombre”;[30] “por soldado [es] cosa diferente de lo que […] se publicó en el auto que contra mí y los demás culpados se celebró el año pasado, y porque a lo que entiendo fue no advertir el secretario en esta palabra de gentilhombre, que es merced más honorosa que este Santo Oficio me hizo”;[31]  “soldado no es nombre hidalgo ni atributo de tal, y pues yo lo soy y Vuestra Merced sabe cuán probado lo tengo y el Santo Oficio me hizo ese favor y merced; recíbala yo de Vuestra Merced en que no me degrade Vuestra Merced de lo que soy y se me hizo merced, que así sonó la sentencia; y si Vuestra Merced no advirtió, advierta y hágaseme merced que pues es así y no soy villano”.[32]

Excluyendo que Juan de Morales construyó una caballeriza en dirección al altar de la iglesia de Mitic, que debe tomarse por mal ejemplo y no como blasfemia, en su ya citada misiva de 21 de noviembre de 1568 el padre Cuenca Virues dio cuenta al Obispo fray Pedro de Ayala, en quien recaía la inquisición ordinaria de la diócesis por no haberse aún instalado el Tribunal del Santo Oficio en la Ciudad de México, “cómo algunos hombres se demasían y tienen necesidad de castigo, y así [lo] aviso a Vuestra Señoría para que si en lo que dijere hubiere culpa, Vuestra Señoría lo remedie”.[33]  He aquí los casos denunciados:

 

1. Joanes de Arrona dijo, yendo él y otro porfiando en que un caballo era viejo, que allí llevaba[n], y respondió el Joanes de Arrona: “Más viejo es el Pater Noster y no lo desechan”; y fue testigo de esto Juan B. Porcallo, y fue testigo Piçarro, uno de Çacatecas que está ahora aquí en Mitic.[34]

2. Alonso Macías [Valadez], vecino de la villa de los Lagos, dijo un día, hablando de su mujer e hijos, que dejaba de adorar a Dios por adorar sus hijos y mujer; testigos Gonzalo de Mesa y Alonso Marín.[35]

3. Y también Bartolomé Rodríguez, estando yo examinando dos indios, dijo que para qué los examinaba, y respondí yo: “Déjeme examinarlos porque lo que es para servicio de Dios, no lo han de estorbar”; respondió el dicho Bartolomé Rodríguez, que está en la estancia de Luis López, en Teucaltiche: “No es sino para servir al Diablo”; y luego, como le reprendí, cabalgó y fuese. Éste es un hombre que según fama vive mal, y tan mal que no sé qué diga porque ya yo se lo encargué al alcalde mayor.[36]

 

Hasta donde nuestro leal saber y entender alcanza, estos individuos no fueron procesados por sus inconvenientes expresiones. Empero, de ellas se pueden extraer rasgos de la mentalidad de la elite rural. Necesario para la guerra, el desplazamiento a largas distancias, en casos extremos fuente de alimentación e inclusive signo de prosperidad o posición social, el ganado caballar mantuvo durante la segunda mitad del siglo xvi elevados precios a causa de su escasez crónica.[37]  Conforme se avanzaba más al septentrión, el importe aumentaba. Así, aunque su analogía no fue la más feliz, Arrona nos da a entender que en este complejo contexto regional un caballo, por más deteriorado que estuviera, podía continuar cumpliendo funciones positivas y su valor comercial era relativamente razonable. Por su parte Alonso Macías Valadez (ca. 1521), originario de Villanueva de Barcarrota (Badajoz), hijo legítimo de Pedro Macías Valadez y Ana Rodríguez,[38] a la postre alcalde ordinario de Santa María de los Lagos,[39] no hizo más que extrapolar a la familia nuclear una lectura mal dirigida del carácter sacramental del matrimonio exaltado por la Iglesia de la prerreforma y la contrarreforma en cuanto a que el amor humano era un reflejo del amor divino.[40] Si tomáramos el camino del escrúpulo dogmático, ciertamente su enunciado era escandaloso, atentatorio y desatinado; sin embargo, no deja de reflejar una realidad: el predominio del afecto familiar en la base de la sociedad rural. Finalmente, ¿qué se concluye del atrevimiento verbal de Bartolomé Rodríguez, hecho pedantemente ante un eclesiástico que se definía a sí mismo como mohíno? No otra cosa que la presencia de una convicción generalizada en un sector dominado por ideas escolásticas: que los naturales eran tan brutos y faltos de entendimiento que no podían adquirir más que rudimentos religiosos y cualquier enseñanza mayor en este sentido sería, además de nulamente beneficiosa para ellos, necesariamente contraproducente para el conglomerado social.

Ante la problemática que suscitaba la naturaleza del indio y la licitud de su subyugación mediante la guerra a sangre y fuego, pese a lo concluido en la controversia que sostuvieron en Valladolid el doctor Juan Ginés de Sepúlveda y fray Bartolomé de las Casas (1550-1551),[41] no sólo fluían por la delgada pero intensa red de relaciones sociales opiniones como la de Rodríguez. El 4 de octubre de 1569 Luis de Castro, estante en el pueblo de Teocaltiche, denunció ante el cura y vicario eclesiástico Juan Pérez que el flamenco Juan de Arramoa había proferido palabras malsonantes, esto es, “dijo que había hecho una entrada [Hernando] Martel y que había traído muchos niños y mujeres, y dijo que aquella gente era inocente y que también se salvarían aquellos niños por no haber hecho mal en su ley, como los cristianos en la nuestra; y este testigo le replicó que no dijese aquello porque el que no era bautizado no podía ser salvo, y el dicho Juan de Arramoa calló la boca”.[42] Colocado en el banquillo, el inculpado no negó el cargo, antes agregó haber escuchado en Guadalajara que Martel, al tiempo de llegar a las rancherías de los indios guachichiles, mandaba tocar las trompetas para que huyeran los guardianes y tomar por esclavos viejos, mujeres y niños. En consecuencia, si manifestó esto fue ingenuamente y sin pretender en manera alguna socavar los fundamentos de la fe católica. Visto y analizado que fue el caso por el provisor Melchor Gómez de Soria, Arramoa fue condenado el día 31 a que en un día de fiesta oyese misa en la iglesia de Teocaltiche, de pie, destocado, con una vela encendida en las manos desde el principio del santo sacrificio hasta que concluyera, y se hincara únicamente al tiempo que el sacerdote alzara la hostia. Además tenía que abjurar públicamente y entregar cuatro libras de cera en candelas para limosna de la propia iglesia. La condena fue cumplimentada el 27 de noviembre, siendo testigos “Diego de Ayllón, [Hernando de] Viera y [Francisco] Suárez [de Ibarra] y otros muchos españoles y muy muchos indios”.[43]

Recalcando su nacionalidad flamenca y que, en este caso, el antroponímico corresponde a la procedencia geográfica, agregamos las siguientes observaciones. Arramua, Arramoa, Arranua, Ramua o Aramut, no son más que castellanizaciones de Arnemuiden, antepuerto neerlandés en la antigua isla de Walcheren. Aunque el número de habitantes en la época era reducido, por su estratégica posición en el mar del Norte mantenía un significado tráfico marítimo con las costas de la península ibérica y las islas Canarias.[44] Por supuesto, además de mercancías de distintas clases y valías, velada o explícitamente ahí se entrecruzaban corrientes de pensamiento de distintos puntos de Europa, arcaicas y novedosas, ya fuera de forma verbal, escrita o impresa. Circunstancia que no podemos dejar de subrayar es que en el breve expediente inquisitorial está plasmada la firma del sentenciado. Esto significa llanamente que con mucha probabilidad no sólo sabía estampar su nombre, sino leer y escribir, lo cual le daría un mayor acceso a obras clásicas y contemporáneas. Aunque desconocemos si persistía entre los flamencos o, por el contrario, a través del conflicto reformista haya resurgido temporalmente en algunas regiones del Viejo Mundo, en el razonamiento de Juan de Arramoa se contiene la doctrina de las Semina Verbi, que si bien no era admisible tampoco estaba tajantemente condenada a causa de su virtual falta de desarrollo desde el siglo xiii.

Vayamos adelante. Fuera de los rezos cotidianos, los ayunos y las penitencias, las manifestaciones de religiosidad durante la guerra chichimeca se dieron en distintos niveles. Como ejemplo extremo, pero no extraordinario, podemos citar lo hecho por el capitán Juan López, vecino de Santa María de los Lagos y originario de Torrijos (Toledo),[45] según denunció el 7 de junio de 1570 don Juan Toledano, fiscal del obispado:

 

el susodicho, con poco temor de Dios Nuestro Señor y en gran cargo de su ánima y conciencia, queriendo ir a hacer una entrada a los indios chichimecas, tomó de la iglesia de la dicha villa un paño de tafetán que tenían con que daban el Santísimo Sacramento, del cual hizo una bandera y la puso en una asta de lanza; y juntamente con el dicho paño tomó una estola de un ornamento para el dicho efecto y la puso asimismo en la dicha bandera. Y siendo como dicen el susodicho es cristiano nuevo, es mal caso, y aunque no lo fuera, y es digno de gran castigo.[46]

 

Objeto de protección, sí; mas también símbolo comprensible: el paño de tafetán había contenido el Santísimo Sacramento y la estola era parte del ajuar litúrgico de los sacerdotes. Es decir, los capitanes españoles eran conscientes que no sólo se luchaba por el territorio sino también por la Iglesia de Pedro y Jesucristo. De esta suerte, estando aún muy vivo el sentimiento y espíritu de la Reconquista en la Península, podemos considerar que las batallas libradas contra los chichimecas tenían tintes de guerra santa contra la idolatría y la gentilidad. No embargante, en el caso de López es probable que existiera un sentido oculto, es decir, mostrar fehaciente e inquebrantablemente su adhesión a la Iglesia, de ser ciertos aquellos rumores que corrieron durante toda su vida: que era cristiano nuevo e inclusive judaizante. Cabe acentuar que la imputación realizada por el fiscal Toledano no procedió. Hasta donde sabemos, la única ocasión en que le fue condenada una falta contra la fe católica por el ordinario fue debido a una denuncia que realizó de sí mismo, por palabras malsonantes. El 5 de abril de 1571 compareció ante el bachiller Melchor Gómez de Soria, provisor del obispado, expresando que el día anterior, estando en una tienda ubicada en la plaza de Guadalajara, en la esquina de las casas de Rodrigo de Frías, acompañándolo allí Gaspar Vaca, Francisco Cornejo y otras personas, trataban “cómo era esta provincia más abundante que España y mejor tierra y más rica”. Don Luis López sustentaba lo contrario y, viendo el modo pertinaz en que se le oponían, les dijo: “Señores, quiérome salir de entre vuestras mercedes que parezco un Cristo entre los ladrones o un justo entre los ladrones”. Por su falta, el provisor le condenó en “una libra de cera labrada para el monasterio de san Francisco de esta ciudad y apercibióle que de aquí [en] adelante se abstenga de decir semejantes palabras ni otras en ofensa de Dios Nuestro Señor y de Nuestra Santa Fe”.[47]

Tracemos el círculo. Tal como han apreciado otros estudiosos de los procesos del Santo Oficio, la blasfemia era parte del carácter hispánico.[48] La explosiva mezcla entre la férrea interiorización religiosa, el temperamento y las tensiones personales, familiares y sociales dentro y fuera del estamento, comúnmente la detonaban. Ello quiere decir que, al tenerse a flor de labios hasta en las cuestiones más básicas de la vida cotidiana las cosas divinas, a Dios, Jesucristo, la Virgen María y el extenso santoral, llegada la desazón, la cólera o la simpleza, aquéllos escurrían plácidamente entrelazados con improperios, votos, juramentos, pestes, irreverencias, disparates, descomposturas e ideas heterogéneas. De exteriorizarse esa jactancia inherente al linaje, la riqueza o la posición social, cuanto más era sostenida y ordenada la imprecación al ser impugnada por el oyente. Sin embargo, vueltas las cosas a su ser y estado, por lo general el pronunciante se desdecía de su arrebato como pecador y miembro activo de la Iglesia. Continuas discrepancias inter y extraestamentales son perceptibles en el contexto regional, fuertemente ligadas a la procedencia geográfica, el origen étnico, las ideas y el linaje. Aunada a ello, la guerra chichimeca inflamaba el espíritu religioso.



[1] Investigador con estudios en filosofía, historia, paleografía y hermenéutica, es autor de una veintena de libros, fonogramas y artículos, entre ellos Pueblo de mujeres enlutadas. Estudio prototípico de Al filo del Agua (conaculta, 2010), ¡No te arrugues cuero viejo…! La tambora ranchera de los Altos de Jalisco y el Sur de Zacatecas (inah, 2016) y Permanente y huido. Historia general del municipio de Mexticacán (Centro de Estudios Históricos de la Caxcana-Ediciones del Río Verde, 2020). Asimismo, coordinó el fonograma Aromas de pólvora quemada. Música y cantos de bandidos (inah, 2019).

[2] Con la finalidad de ofrecer una lectura clara, las citas textuales entresacadas del proceso inquisitorial y otros documentos históricos han sido actualizadas en cuanto a su ortografía y puntuación. Los nombres propios y topónimos no fueron modificados. Todas las abreviaturas se desataron. Nuestro más sincero agradecimiento a José Manuel Gutiérrez Alvizo por sus observaciones teológicas y a Álvaro J. Torres Nila por la traducción de textos del náhuatl clásico y de la variante de Occidente.

[3] Archivo General de la Nación (en adelante, agn), Instituciones Coloniales, Inquisición, volumen 46, expediente 13, ff. 10r, 19v, 60r, 112r, 122r y 125r-v.

[4] Ibid., ff. 42r, 43r, 59v, 62v, 64r, 67r y 69v.

[5] Mario Gómez Mata. Bautismos, matrimonios y defunciones, en el primer siglo de Santa María de los Lagos. Guadalajara, H. Ayuntamiento de Lagos de Moreno-Consejo de Cronistas de los Altos de Jalisco-Acento Editores, 2010, pp. 27-29.

[6] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, Volumen 46, Expediente 13, ff. 5v, 6v, 9r, 10r, 11r, 20v, 57r, 81r-v, 83v, 125r-v, 127r-128v y 133r.

[7] Ibid., f. 129r.

[8] Ibid., ff. 9r-10r y 124v-125v.

[9] Tanto en el proceso estudiado como en otros documentos de la época y posteriores, indistintamente su apellido aparece como Castellano o Castellanos.

[10] Ibid., ff. 11r-v.

[11] Archivo de Instrumentos Públicos de Jalisco (en adelante, aipj), Tierras y Aguas, 2ª Colección, volumen 299, expediente 9, f. 1v.

[12] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, volumen 20, expediente 4bis, f. 1r.

[13] Ibid., f. 1v.

[14] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, volumen 46, expediente 13, ff. 77v-79r y 123r-v.

[15] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, volumen 68, expediente 3, f. 10v.

[16] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, volumen 46, expediente 13, f. 19v.

[17] Ibid., ff. 10r-11v.

[18] Ibid., ff. 60r, 125r y 126v-127r.

[19] Archivo General de Indias (en adelante, agi), Contratación, 475, N. 2, R. 28, f. 9v.

[20] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, volumen 68, expediente 3, ff. 19v.

[21] Ibid., ff. 26v y 38r.

[22] aipj, Tierras y Aguas, 2ª Colección, Volumen 7, Expediente 9, f. 59v.

[23] Solange Alberro. “El Santo Oficio mexicano en este final de siglo”, en Inquisición novohispana, vol. I, de Noemí Quezada, Martha Eugenia Rodríguez y Marcela Suárez (coordinadoras). México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Antropológicas/Universidad Autónoma Metropolitana, 2000, p. 61.

[24] Thomas Calvo. Poder, religión y sociedad en la Guadalajara del siglo XVII, trad. M.Palomar y Pastora Rodríguez, Guadalajara, Centre d’Études Mexicaines et Centraméricaines/H. Ayuntamiento de Guadalajara, 1992, p. 223.

[25] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 8, exp. 2, ff. 34v-35r.

[26] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, Volumen 113, exp. 1, ff. 20r, 22v, 37r-v, 274v-275r, 268v y 303r-304v.

[27] Ibid., f. 312r.

[28] Ibid., ff. 280r-v.

[29] Ibid., ff. 280v-281r.

[30] Ibid., f. 316r.

[31] Ibid., f. 317r.

[32] Ibid ., f. 318r.

[33] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 20, exp. 4bis, f. 1r.

[34] Id.

[35] Id .

[36] Ibid., f. 1v.

[37] Philip W. powell. La guerra chichimeca (1550-1600). México, FCE, 1984, p. 135.

[38] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 71, exp. 1, ff. 8v-9v.

[39] aipj, Tierras y Aguas, 2ª Colección, vol. 343, exp. 12, f. 9r.

[40] Pilar Gonzalbo Aizpuru. “La familia y las familias en el México colonial”, en Estudios Sociológicos, vol. 10, núm. 30. México, El Colegio de México, 1992, p. 701.

[41] Lewis Hanke. El prejuicio racial en el Nuevo Mundo. Aristóteles y los indios de Hispanoamérica. México, Secretaría de Educación Pública, 1974, pp. 73-120.

[42] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 10, exp. 10, f. 1r.

[43] Ibíd., f. 5v.

[44] John Everaert. “Dulces del Atlántico. El comercio flamenco en busca de nuevos azúcares (ca. 1480-ca. 1580)”, en Azúcar. Los ingenios en la colonización canaria (1487-1525) de Ana Viña Brito, Mariano Gambín García y Carmen Dolores Chinea Brito (coordinadores). Tenerife, Museo de Historia y Antropología de Tenerife, 2008, p. 133; Elisa María Ferreira Priegue. Galicia en el comercio marítimo medieval. La Coruña, Fundación Pedro Barrie de la Maza-Conde de Fenosa, 1988, pp. 12, 560 y 565; César Manrique Figueroa. El libro flamenco para lectores novohispanos. Una historia internacional de comercio y consumo libresco. México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 2019, pp. 47-48.

[45] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 177, exp 5, f. 19v.

[46] agn, Instituciones Coloniales, Inquisición, vol. 46, exp. 1, f. 1r.

[47] Ibíd., f. 2r-v.

[48] Richard E. Greenleaf. Zumárraga y la Inquisición mexicana (1536-1543). México, FCE, 1988, p. 120.



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