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El Mesón de la Virgen.

Algunos datos relativos al convento tapatío de las Descalzas

 

Héctor Josué Quintero López[1]

 

Se da cuenta aquí de cómo el convento carmelita de San José y Santa Teresa

se  convirtió, a partir del 13 de junio de 1735, en el punto de partida y de retorno

de la Patrona de Aguas de los tapatíos.

En ese día pero de 1821, y aprovechando tal coyuntura,

las guarniciones que tenían a su cargo

la seguridad de la Diputación Provincial de Guadalajara

hicieron pública su adhesión al Ejército de las Tres Garantías,

que juraron al día siguiente en las casas de gobierno

todos los representantes corporativos de la Nueva Galicia,

de lo cual derivó, a la vuelta de tres meses,

que el Ayuntamiento otorgara a Nuestra Señora de la Expectación,

el 15 de septiembre de 1821,

los distintivos como Generala de Armas del Reino.

 

 

1.    El Mesón de la Virgen

 

De los cinco monasterios femeninos que se fundaron en Guadalajara en tiempos de la dominación española, el segundo en el tiempo (1695) y primero de vida común, el de San José y Santa Teresa de Carmelitas Descalzas, tuvo el raro privilegio de ser el sitio propio al que llegaba de su santuario y de donde retornaba a él la venerable imagen de Nuestra Señora de Zapopan.

Situado en la embocadura del camino de Zapopan con la capital, aunque le antecede otro cenobio, el de las dominicas de vida común de Jesús María, su preeminencia sobre aquél consta incluso antes de que se gestionara el Patronato de 1734.

Que allí llegara la imagen mariana de este nombre lo adjudicamos, entre otras razones, a la participación que en ello pudo tener su capellán, don Cristóbal de Mazariegos, que también lo era de la Cofradía de Nuestra Señora de Zapopan. El caso es, para lo que aquí iremos desatando, que las Descalzas recibían en su casa la efigie de Nuestra Señora y tenían bajo su resguardo sus atuendos y alhajas, con los que la engalanaban para que con el mayor fasto posible las ostentase durante su recorrido por los templos de la ciudad episcopal.

De ello da cuenta, por ejemplo, el acta de visita pastoral a la parroquia de Zapopan, en abril de 1777 practicada por el Siervo de Dios Fray Antonio Alcalde, y en la que apersonado en el santuario de la Virgen, hizo constar que el fino atuendo de la imagen y sus joyas los custodiaban las carmelitas para su “mejor aseo, custodia y limpieza”.

 

2.    El Jardín carmelitano en Guadalajara

 

El Convento de Santa Teresa de Jesús de monjas Carmelitas Descalzas en Guadalajara es una empresa que comienza a idearse hacia 1615 y que después de varios sucesos logra materializarse e inaugurarse en 1695. La idea de formar dicho convento se debe a dos notables señoras, María Catarina Rendón, nativa de Jerez de la Frontera, quien mucha valía debió tener pues fue dama de compañía de la esposa del gobernador de Santo Domingo, y doña María Linares de Ahumada, natural de la ciudad de Córdoba y viuda de un licenciado Rodríguez de la Vega.

El encuentro de aquellas dos compañeras de la vida unidas espiritualmente por las mismas pretensiones las llevó a cortarse el cabello, vestir el hábito de santa Teresa y salir así a la calle, sin importarles las murmuraciones ni los dichos de la gente, pues en aquel entonces tan sólo cortarse el pelo era ya un atrevimiento, pues se consideraba que el mejor y más natural ornato de una cabeza femenina era justamente una cabellera linda y bien arreglada.[2]

Dichas señoras hicieron lo posible para lograr su místico designio de conformar un convento de Carmelitas Descalzas en la Nueva España, enteradas de la fundación de conventos en Puebla hacia 1604 y el de San José en México en 1616, mantuvieron su ideal y pronto decidieron que el lugar idóneo sería la capital de la Nueva Galicia. Después de los trámites correspondientes ante las autoridades eclesiásticas y la Corona, finalmente el 10 de junio de 1651 se otorgó la Cédula Real, en la que se estipulaban ciertos requerimientos para la fundación. La muerte de las virtuosas damas no permitió que continuara la obra; sin embargo, otras tres damas pías que se habían integrado a la forma de vida y al ideal de la fundación mantuvo la chispa encendida.

No fue hasta el 25 de mayo de 1690 cuando se bendijo el terreno del convento, que otrora ocupó una virtuosa y ermitaña mujer apodada “la Zacatitos”, donde se construyó el edificio según las constituciones de la reforma carmelitana de Santa Teresa. En abril de 1695 llegaron de Puebla las religiosas que habrían de fundar el convento,

 

encabezadas éstas por la Madre nombrada Priora, sor Antonia del Espíritu Santo; la subpriora, madre Isabel Francisca de la Natividad; la maestra de novicias, Leonor de San José y la tornera, Antonia Timotea de San Miguel, a quienes hay que añadir a dos novicias que cuatro días antes habían tomado el hábito en el convento poblano para servir en el de Guadalajara.[3]

 

El viernes 20 de mayo de 1695, fiesta de San Bernardino de Siena, después de una larga travesía llegaron las madres fundadoras al convento tapatío, y ese día hubo una gran festividad para el recibimiento y la dedicación del convento tapatío.

 

3.    El Patrocinio de María

 

Consta que entre las devociones marianas de la capital de Jalisco en la época virreinal la de Zapopan se impuso de forma gradual; si bien la imagen ya había sido proclamada Taumaturga a mediados del siglo xvii, a raíz de la investigación concisa realizada por bachiller don Diego de Herrera; bajo el gobierno del Obispo don Juan Santiago de León y Garabito, muy devoto de esta advocación mariana, se redactó un documento jurídico, fechado en abril de 1691,[4] que da razón de la primer visita de la Virgen de Zapopan a Guadalajara, según lo dispuso el Obispo con el propósito puntual de apelar a su patrocinio a favor de una capital asediada por desastres: temblores, hambruna y la peste (sarampión y viruelas) que hacían estragos en el vecindario. Dispuso que la imagen de la Virgen de Zapopan fuera recibida en el convento femenino de Santa María de Gracia y que posteriormente la imagen estuviera en la Catedral para implorar ante ella, con un novenario de misas cantadas, el cese de la peste, y consta que así fue, pues los médicos, citados por el Obispo para declarar esos hechos, afirmaron que “desde la hora e instante que dicha Imagen entró en la ciudad comenzó a aminorarse dicha epidemia, de suerte que de muchos enfermos que había en peligro de muerte sólo quedaban dos debajo de riesgo”.[5]

Se sabe que sobre el Valle de Atemajac, a 1 540 metros sobre el nivel del mar pero en región de trópico, menudean en el verano las tormentas con fuertes descargas eléctricas. Al estar la ciudad sin protección alguna sobre estas, hace 300 años, salvo la del cielo, sus habitantes lidiaban con tragedias cuando a consecuencia de esto fallecían personas. Especialmente señalado por esa fatalidad fue el año de 1722, al grado de empujar a los tapatíos de entonces a pedir “a una voz… se trajese la imagen [de Nuestra Señora de Zapopan], y luego cesaron”, en palabras de Mota Padilla.[6]

Don Pedro Beltrán, comisionado para averiguar los más recientes portentos obrados por la intercesión de la Virgen de Zapopan, hizo constar en sus pesquisas, en 1732, que la imagen se había traído a Guadalajara un año antes, 1731, para implorar a Dios por su intercesión que “lloviese, por la escases de agua que había y por qué los librase a todos de los rayos que en este tiempo son muy continuos en la ciudad.”[7] Recalca el escribano que la imagen pasó de una iglesia de la ciudad a otra, en procesiones muy solemnes y festivas y con grandes costos de cera.

De este último año son también las actas de visita que redactó el presbítero don Cristóbal de Mazariegos, capellán mayor del Convento de las Carmelitas, por las que sabemos cómo recibía el vecindario la imagen y cómo se le resguardaba en dicho cenobio:

 

En este año de mil setecientos treinta y uno se trajo esta milagrosa Imagen a esta ciudad por los motivos que se discurrieron muy necesarios del bien común. Trájose a la Iglesia de religiosas carmelitas descalzas, como es costumbre, para que se vistiese y se dispusiese la procesión solemne a la Santa Iglesia Catedral.[8]

 

4.    El origen de una visita muy deseada

 

Pero fue el temporal de lluvias de 1734 el que dio un vuelco a nuestro relato. El día 26 de junio una fuerte tempestad empapó el caserío y convirtió en torrente sus calles. La vaguada del riachuelo de San Juan de Dios, lindero oriente de la capital, comenzó a desbordarse. Advertido de ello, el Prior del convento de la Santa Cruz, el religioso juanino Fray Bernardo Ivangurri, pidió al sacristán, que se llamaba Agustín de Estrada, subir a la torre para invitar al vecindario, con toques de rogativa, a unirse en oración para implorar el favor divino. Eso hacía cuando una centella le arrebató la vida en un instante. Fray Bernardo acudió de inmediato al campanario a darle los últimos auxilios espirituales al recién fallecido, y en tal operación otra descarga eléctrica lo mató también.

La consternación de la ciudad al enterarse de los hechos fue tal que el Ayuntamiento no tuvo más remedio que pedir al Obispo, que era don Nicolás Carlos Gómez de Cervantes, que hiciera traer a su catedral la imagen de Nuestra Señora de la Expectación de Zapopan mientras pasaba el temporal, honrándola con un solemne novenario, luego del cual cesó desgracia alguna por idéntica causa.

Tal evidencia empujó entonces al cuerpo edilicio a proclamar la imagen como “Protectora de Guadalajara contra rayos, tempestades y epidemias”, para lo cual se comisionó al regidor Diego de Hierro y Miranda negociar el visto bueno de la Real Audiencia del Reino y hacer otro tanto ante el Cabildo Eclesiástico, de modo que el 24 de septiembre de ese año pudo recogerse el patronato en instrumento público, y el 1º de octubre siguiente darle su visto bueno el obispo Gómez de Cervantes, quien sólo pidió ajustar ciertos pormenores a la propuesta edilicia.

Ya con la venia episcopal, el Ayuntamiento de Guadalajara y la Real Audiencia acordaron la jura del patronato para el día 30 de octubre de 1734, bajo estos términos:

 

La juran en su advocación o título de la Expectación, cuya imagen se venera en la iglesia del pueblo de Zapopan, por patrona, abogada e intercesora para las tempestades, rayos y epidemias.

 

Adhiriéndose a ese voto, el Cabildo Eclesiástico hizo lo propio el siguiente 5 de noviembre en sesión capitular, cuando se hizo público que

 

la eligen, nombran y juran por especial patrona y abogada contra los rayos y epidemias o enfermedades que puedan turbar, combatir o molestar a esta república y a sus moradores, y se obligan por sí, y en nombre de sus sucesores, a cantar las misas del novenario que anualmente se ha de celebrar a la Sma. Señora en esta Santa Iglesia.

 

Ya con tales títulos, se solemnizó el patronato en la Catedral y en presencia de la venerable imagen el 14 de noviembre de 1734 se hicieron el correspondiente juramento y festividad.[9]

 

5.    En cumplimiento de una promesa

 

A partir de 1735, la Zapopana comienza a ser conducida anualmente en la víspera de San Antonio de Padua al monasterio de Santa Teresa, en el que las religiosas carmelitas tenían la labor de asear la antigua imagen y la vestían primorosamente para la solemne procesión con la cual se hacía pública su entrada a la ciudad de Guadalajara. La santa imagen era conducida en su peana de plata bajo un vistoso y rico palio; los señores capitulares de la santa iglesia catedral llevaban preciosas capas violáceas de fabricación toledana admirable, cantando la letanía de los santos y usando arandelas de plata, por ser la procesión de rogativa.

Por eso al cenobio carmelitano se le denomina “el mesón de la Virgen”, pues es donde la imagen de la Virgen de Zapopan pasará a ser acicalada al inicio y término de la visita anual a la ciudad episcopal, según la promesa realizada en el juramento del Patronato sobre la ciudad de Guadalajara.

 

6.    Aposento de una peregrina agraciada

 

Es indudable el cariño que las hijas de Santa Teresa tenían por la Madre de Jesús bajo esta representación, de lo que dan cuenta las crónicas del monasterio. Las Carmelitas le profesaban tierna devoción y entretenían sus ansias de que llegara bordando ricas vestiduras para engalanarla. Además, se erigió una ermita a la Zapopana en la huerta del convento, donde depositaban plegarias y flores recogidas con amor a la copia de la original.

Una de las hermanas fue curada milagrosamente por la Taumaturga en una de sus visitas anuales. La relación es como sigue:

 

Jesús, María, José y Teresa que me ayuden a hacer esta narración de las enfermedades que padecí en los años pasados, de que ahora me hallo libre por misericordia de Dios, quien sea bendito y alabado para siempre por sus misericordias. Las enfermedades que padecí en estos ocho años fueron muchas… estuve batallando desde el año 1767, día 13 de julio, que caí en cama, hasta el 3 de octubre del año 1775, que di los primeros pasos en presencia de nuestra Señora de Zapopan, estando su Santísima Imagen acá adentro para vestirle. ¡Bendita Señora!

Todos estos años de enfermedad me estuve encomendando a Nuestra Señora de Zapopan, me sucedía que todo el año estaba deseando que viniera, y no veía la hora que acabara de venir, porque sentía que la Señora me iba a dar remedio.

El día que pasaron al coro a la Santísima Señora para vestir su Santa Imagen, rogué que me llevaran a su presencia. Me llevaron cargada, me pusieron delante, allí estuve acostada seis horas, y en todo ese tiempo no sentí novedad ninguna, ni tuve el consuelo de ver a la Virgen… pero yo no perdía la esperanza en nuestra Señora de Zapopan, y fiando en la Virgen y haciéndole súplicas, proseguí haciendo diligencias de andar. Así estuve batallando desde el día 3 de octubre hasta el 21 de noviembre. Este día amanecí con mi naturaleza mudada, con fuerza mis miembros, en una palabra, con una total mudanza y vigor. Empecé a andar perfectamente ayudada de una muleta. Desde ese día de 1775 hasta hoy 20 de diciembre de 1776 no he estado un solo día en cama. ¡Bendita sea la misericordia de Nuestro Señor! ¡Bendita sea tan misericordiosa Señora!

Ana María Ignacia del Corazón de Jesús

 

Así como este relato, existen otros sucesos portentosos más, recabados por el presbítero oratoriano Cristóbal de Mazariegos, que durante la primera mitad del siglo xviii era capellán de las Religiosas de Santa Teresa, mayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora de Zapopan y gran devoto suyo, y que hizo cuanto estuvo a su alcance para exaltar el culto de la imagen mariana.

Con la promesa adquirida, varios de los atavíos de la Virgen fueron custodiados en este convento, prueba de esto consta en diversos inventarios que señalan la falta de las joyas y atavíos de la imagen por encontrarse resguardados en el cenobio teresiano. Por los documentos de la visita pastoral del Siervo de Dios fray Antonio Alcalde al curato de Zapopan se tiene noticia que acudió doña Antonia Picazo al convento para entregar unas joyas que pusieran a la imagen original una vez que la mudaran de vestido y la arreglaran con todo el primor que se acostumbraba. El lote de alhajas ofrecidas solamente en esa ocasión era el siguiente: una cruz de diamantes, veintisiete de tamaño grande y cuarentaicinco de tamaño pequeño, unos pendientes que hacían juego, con veintiún diamantes cada uno, pulseras de diecinueve hilos de perlas cada pieza y una chapeta con once diamantes.

Fray Luis del Refugio, ofm, el gran recopilador de datos históricos de Nuestra Señora de Zapopan, da cuenta también que en ese convento se originó uno de los atavíos muy particulares que identifican a la Virgen con su pueblo, el de Peregrina:

 

La procesión majestuosa iba desde la Catedral hasta el convento de Santa Teresa, donde las religiosas dentro de la clausura la desnudaban de su mejores galas, que había lucido en la Santa Iglesia Catedral, le ponían un velo o paño de sol y un gracioso sombrero, quedando en su iglesia hasta que al otro día tomaba el camino del quieto pueblecillo.

 

7.    Día de fiesta nacional

 

El mismo fray Luis nos da idea de cómo después de casi ocho décadas de la proclamación del Patronato de la Virgen de Zapopan cuando se realizó la procesión de Santa Teresa a Catedral, con la cual daba inicio a esta visita anual, se convirtió con el paso de los años en día de fiesta nacional. Relata lo acaecido precisamente hace doscientos años:

 

El 13 de junio [de 1821] a las diez de la mañana, mientras las campanas eran echadas a vuelo y lanzados al aire millares de cohetes, en demostración de regocijo porque a esa hora hacía su entrada en la ciudad la Virgen de Zapopan, Patrona de Aguas, que venía de su pueblo a pasar aquí su temporada veraniega como lo hacía cada año, también en el vecino pueblo de San Pedro Tlaquepaque había repique general en los templos y ermitas del contorno; se hacían salvas de cohetes y las músicas de bandas de la División de Reserva hacían oír sus alegres dianas, porque en esos momentos… todos los jefes y oficiales de la División firmaban el acta secundando el Plan de Iguala y proclamaban la Independencia Nacional.[10]

 

Esa feliz coincidencia hizo que al cabo de pocas horas coincidieran en la capital los devotos marianos y los milicianos conjurados en un idéntico deseo: emanciparse para siempre del trono español, y como ello acaeció de forma ordenada y pacífica y el pueblo atribuyó tal circunstancia a la Virgen de Zapopan, máxime que al día siguiente, 14 de junio, los representantes de la Diputación Provincial de Guadalajara[11] dieron nacimiento al México actual jurando el Plan de Independencia de la América Septentrional en las Casas de Gobierno. Esa intervención de la Pacificadora, como es sabido, le granjeó el título de Generala de Armas del Reino que horas antes, ataviada por delicadas y femeninas manos en la intimidad del monasterio de Santa Teresa, lugar al que algunos tapatíos aún se refieren como “El Mesón de la Virgen”.



[1] Escuela de Conservación y Restauración de Occidente, investigador del tema mariano Zapopano.

[2] Francisco Belgodere. El convento de Santa Teresa de Guadalajara, 59.

[3]Ibid., 74.

[4] La publicó Alberto Estévez Chávez, “La primera visita oficial de la imagen de la Virgen de Zapopan a Guadalajara”, en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara, 2007, pp. 788 – 792.

[5] Florencia. Origen de los dos celebres santuarios de la Nueva Galicia, pp. 37-38.

[6] Mota Padilla, Historia del Reino de Nueva Galicia, 390.

[7] Palacio y Basave, Interesantísimos documentos Casi todos inéditos, 74.

[8] Ibid., 102.

[9] Palacio y Basave, op. cit., 111-142.

[10] José Ignacio Dávila Garibi. Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara, t. iv, vol. i, Cvltura, 1967.

[11] La Diputación Provincial de Guadalajara fue el nombre que a raíz de la Constitución de Cádiz y de su restauración en 1820 articuló de nuevo lo que había sido el Reino de la Nueva Galicia y que fragmentó la implantación de las doce intendencias en las que había sido dividida la Nueva España en 1786.



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