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Es de María la nación…

o de cómo la Virgen de Guadalupe inicia en México

lo que la de Zapopan culmina

 

Héctor Josué Quintero López[1]

 

El autor de este ensayo aborda de forma sumaria pero novedosa

las circunstancias que permitieron encuadrar dos cultos marianos

antes y al tiempo de la emancipación de este suelo de la Corona española,

que comenzó en la Diputación Provincial de Guadalajara el 14 de junio de 1821.

 

Explicación obligada

 

No resulta ocioso considerar que en el año en que la cultura mexicana celebra quinientos de haberse gestado y el pueblo de Jalisco el ccl aniversario del arribo a esta capital de su benefactor supremo, el Siervo de Dios Fray Antonio Alcalde, tan amartelado devoto de la Virgen de Guadalupe como de la de Zapopan, se cumplan 200 del lance que produjo, de manera totalmente pacífica, al tiempo en que gracias a una devoción sólidamente anclada en esta parte del mundo como lo es la de Nuestra Señora de Zapopan, la independencia de España de lo que hoy son los estados de Jalisco, Zacatecas, Aguascalientes y Nayarit. Se trata del territorio que entonces se denominaba Diputación Provincial de Guadalajara y su emancipación, que tuvo lugar el 14 de junio de 1821, día en el que juraron la adhesión de ese territorio al Plan de Iguala, en el Palacio de Gobierno, los representantes de todas las corporaciones civiles y eclesiásticas, con quienes encabezaban dicha Diputación, la Audiencia del distrito, el Cabildo Eclesiástico, el Ayuntamiento tapatío, el claustro de la Universidad, el Tribunal del Consulado, los jefes y empleados de la Hacienda Pública, los demás empleados civiles y todos los prelados regulares de entonces: franciscanos, agustinos, dominicos, carmelitas y mercedarios.

Ahora bien, el hecho de que podemos ver claramente la piedad mariana novohispana al filo de la Independencia como un corolario del indocristianismo desde dos cultos fundantes[2] de muy honda cepa en el proceso evangelizador de la Nueva España es la cuestión que aquí se aborda.

 

1.    Patria mariana

 

Tenemos aún una deuda por cubrir respecto del indocristianismo, esto es la participación protagónica y activa que en el desarrollo de la cultura iberoamericana produjo la predisposición a lo sagrado de los pueblos amerindios; lo que don Luis González y González bautizó como la matria, y es y ha sido ya objeto reiterado de análisis y estudios.[3]

Pionero y visionario de ello fue el estudio que dejó inédito Francisco de Florencia, sj, a su muerte (1695), y que rescató, ajustándolo a sus criterios, su correligionario Juan Antonio de Oviedo (1755), quien lo dio a la luz bajo el quilométrico título de Zodiaco Mariano, en que el Sol de Justicia, Christo, con la salud en las alas, visita como Signos y Casas propias para beneficio de los hombres los templos y lugares dedicados a los cultos de su SS. Madre por medio de las más celebres y Milagrosas Imágenes de la misma Señora, que se veneran en esta América Septentrional y Reynos de la Nueva España. Éste se limitó a ser una suerte de catálogo de los santuarios marianos, con descripciones de otros cultos de esa índole que consideró no menos portentosos que los ya registrados por su antecesor. No nos extrañe, entonces, que al pie de dos devociones marianas de este cuño se gestara y tuviera conciencia de su madurez la cultura mexicana: en el altiplano novohispano, el culto de la Virgen de Guadalupe, y en el Occidente el de Nuestra Señora de Zapopan, representaciones cuya iconografía, por cierto, corresponden al de una María de Nazaret encinta y morena, y con los atributos de la mujer del Apocalipsis: vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza (Ap. 12,1).

Que ambas, en los extremos de 1531 y 1821 respectivamente, sirvieran de símbolos sagrados y punto de encuentro para el pueblo mexicano ha dado lugar a estudios relacionados con su origen e intercesión sobrenatural a favor, primeramente, de los naturales, prodigios que se hicieron públicos a mediados del siglo xvii; luego, sobre los que eran sus devotos y ante sus imágenes y santuarios depositaban sus anhelos y esperanzas.

La imagen de la Virgen de Guadalupe, al encontrarse en el punto central del virreinato novohispano, poco a poco se convirtió en un culto apropiado principalmente por los criollos, impulso que se debió a publicaciones que lo exaltaron, como el del bachiller Miguel Sánchez (1648) en que enaltece y justifica el acontecimiento Guadalupano; un año más tarde es publicado en el Huei Tlamahuizoltica en náhuatl por Luis Lasso de la Vega, manuscrito fechado en 1646 y que retoma el conocido Nican mopohua (“aquí se narra”) datado hacia 1556. Sobre la imagen de la Virgen de Zapopan se encuentra el estudio realizado por Bachiller Diego de Herrera, iniciado en 1641, que tras examinaciones y la consignación de más sucesos milagrosos le granjeó a la imagen mariana el título de Taumaturga, jurado en su ermita en la fiesta de la Expectación de 1653.

Ambas representaciones de la Virgen María fueron objeto de maravilla del jesuita Francisco de Florencia, quien exaltó sus prodigios en obras como La Estrella de el Norte de México (1688),  Origen de los dos célebres Santuarios de la Nueva Galicia (1694) y, como se dijo ya, en su Zodiaco Mariano.

Asimismo, ambas imágenes fueron tomándose como defensoras celestiales ante calamidades que afectaban al bien común, como temblores de tierra, sequías, tempestades y epidemias, y volviéndose símbolos de identidad de un pueblo que en ellas encontraba la respuesta del cielo a todas sus necesidades. Alcanzaron con aprobación de la Iglesia patronatos sobre las ciudades capitales de la Nueva España, patrocinio de la Virgen María que es la muestra palpable de que se trata de un territorio privilegiado.

 

2.    La nación mariana

 

Hacia 1809, tras la invasión napoleónica de España y la imposición de un Rey que no era aceptado, se realizaron convocatorias secretas entre los ilustrados para buscar un nuevo orden político y social. Fue la noche del 15 de septiembre, tras el repique de la campana de la iglesia de Dolores, cuando comenzó la lucha por la emancipación del territorio mexicano del Trono Español.

El 16 de septiembre de 1810 es sabido que Hidalgo, al pasar por Atotonilco en Guanajuato, tomó de la sacristía un estandarte con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, y enarbolándolo encabezó su campaña que unió a mestizos e indígenas bajo esa bandera. El pueblo depositó en ella sus anhelos de justicia; Morelos la llamó “Patrona de nuestra Libertad”.

Pasada la década de guerras de independencia, el Coronel Agustín de Iturbide, cabeza del ejército realista, luego de una serie de batallas perdidas contra los insurgentes logra reunirse con el jefe suriano Vicente Guerrero en Acatempan. Se proclamó el 24 de febrero de 1821 el Plan de Iguala, que promulgaba entre otras cosas la libertad y la unión entre los habitantes de la patria que es América, conservando la santa religión (Católica, Apostólica y Romana), y traer la felicidad general uniendo los bandos para formar el Ejército Trigarante.  Miembros del clero y el ejército se unieron a este Plan; tal es el caso del Obispo Cabañas,  quien ve en las Garantías proclamadas por Iturbide la próxima independencia de México sin nuevo derramamiento de sangre y bajo la bandera de la religión.[4]

Por su parte, el General Brigadier Pedro Celestino Negrete, haciendo lo propio para decretar la Independencia de México en la Diputación Provincial de Guadalajara, convocó al pronunciamiento de adhesión el 16 de junio de 1821, fecha que tuvo que adelantarse la tarde del día 12, citando en San Pedro Tlaquepaque a su oficialidad. Ese acto quedó reconocido formalmente, según el historiador Pérez Verdía, el 13 de junio a las diez de la mañana, jurándose la adhesión al Plan de Iguala y tomando como lema de guerra “Independencia o Muerte”. Se envió un oficio a los miembros del ayuntamiento de Guadalajara en que se hacía de su conocimiento lo acaecido, exhortándolos a mantener el orden público al momento de llegar Negrete a la ciudad, donde fue recibido por la tarde entre la algarabía de los tapatíos.[5]

Ese día 13 de junio, precisamente a las diez de la mañana, era la entrada pública y solemne de Nuestra Señora de Zapopan a la ciudad episcopal, en una bienvenida que se manifestaba con alegres repiques de campanas y el estallido de muchos cohetes, festividad y presencia que se tomó como señal del favor que la Virgen María tenía en asistencia de los jaliscienses. Quedó patente su poderosa intercesión al haberse evitado una sangrienta batalla y lograrse el triunfo independentista. La visita anual de Nuestra Señora de la Expectación de Zapopan a Guadalajara fue en esta ocasión de altísima significación histórica y, dadas las circunstancias, se decidió agradecerle su favor. Del síndico Urbano Sanromán fue la iniciativa de proponer a los regidores de la ciudad otorgarle el rango de “Patrona y Generala de Armas de la Nueva Galicia” a la imagen, dándole las correspondientes insignias y honores militares a la que ya tenía la bien ganada fama de pacificadora de la dilatada comarca. La ceremonia se efectuó con solemne función en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara el 15 de septiembre de 1821, doce días antes de la entrada triunfal del ejército Trigarante en la ciudad de México, día en que se terminó la guerra y comenzó la vida independiente de nuestro país.

 

3.    María, símbolo de nuestra libertad e independencia

 

Al cobijo de la imagen de la Virgen de Guadalupe se inicia la gesta de emancipación de la Corona española que bajo la misma bandera busca aglutinar a los que serán herederos  del México independiente, y es precisamente bajo el amparo de la Mujer profetizada en el Apocalipsis del apóstol San Juan que se da a luz a una Nación ferviente, bajo el patrocinio de la imagen zapopana de Nuestra Señora de la Expectación, jurada como Generala de Armas tras alcanzarse pacíficamente la anhelada independencia. Con justa razón el día de dicho juramento se exalta a María con la figura de Judit valiente: “Tú eres la gloria de Jerusalén, Tú eres la alegría de Israel, Tú eres el lujo de nuestro pueblo; porque has obrado gallardamente… El Señor te bendijo con su virtud, y por tu mediación ha reducido a polvo a nuestros enemigos”.

La historia de estos cultos y advocaciones indocristianos nos muestra relaciones estrechas, pues reflejan inestimables beneficios cada que el pueblo mexicano invoca a la Virgen en su tribulación al iniciar y culminar con ella este proceso que dio cobijo al nacimiento de una nación: “convirtiendo nuestro llanto en alegría, nuestra miseria en felicidad y nuestra esclavitud en verdadera libertad”.[6]



[1] Escuela de Conservación y Restauración de Occidente. Investigador del tema mariano de Zapopan.

[2] Aplicamos este término al sentido que le dio Francisco Miranda Godínez.

[3] El más directo hasta hoy es que el coordinó Jacques Lafaye en el libro colectivo Matria & patria. La revolución sutil de Luis González, El Colegio de Jalisco-Ariel, 2015.

[4] José Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara, Tomo i, volumen iv, 355.

[5] Luis Pérez Verdía, Historia Particular de Jalisco, Tomo ii, 210-217.

[6] Sermón gratulatorio, que en la solemne jura de Nuestra Señora de Zapopan por Patrona y Generala de las Tropas de la Nueva Galicia, celebrada en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara el día 15 de septiembre de 1821, dijo el muy reverendo padre ciudadano fray Tomás Antonio Blasco y Navarro.





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