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Plutarco Elías Calles
Luis de la Torre[1]
El autor del ensayo que sigue ofrece en él, a poco menos de un siglo de distancia de la Cristiada, sus apreciaciones en torno a quien la produjo, el gobernante que más ha encarnado entre nosotros, según las cuentas de este autor, el perfil de tirano.[2]
Exordio
A partir de la publicación en tres volúmenes de La Cristiada (1973-1975), de Jean Meyer, ha corrido mucha tinta en torno a un tema que hasta entonces era tabú, pero con un fondo que a nosotros ahora puede resultarnos misteriosamente providencial. Entre las múltiples aristas y los personajes involucrados en el episodio, uno se encuentra con un monumento a la obstinación en la persona de Plutarco Elías Calles. Es un monumento gigantesco, semejante a los budas que destruyeron los talibanes en el valle de Abiyán, en Afganistán. Y es que este caudillo, con el cetro de emperador en la mano, se volvió el artífice de un país laico desmembrando la fe de un pueblo de inmensa mayoría católica. ¿De dónde venía ese hombre con tales impulsos para lanzarse abiertamente contra la Iglesia? Venía del norte. Del norte que hacía más de siglo y medio había perdido a sus maestros de religión, a los jesuitas expulsados el año de 1767. La cuna de este “jefe máximo de la Revolución” es Guaymas, Sonora, donde nació en 1877, tiempo en que se empiezan a extender por el norte de la República las sectas protestantes impulsadas por el poder económico y mesiánico de Estados Unidos, aprovechando la merma de poder de la Iglesia católica a partir de las leyes de Reforma y la Constitución de 1917.
1. La infancia y la juventud de Calles
Nacido el 25 de septiembre de 1877, se desarrolla en el infortunio: queda huérfano de madre a los tres años y hay una cierta irresponsabilidad en su padre Plutarco, un liberal, jacobino, enemigo de toda religión que, habiendo perdido como terrateniente miles de hectáreas, sobrevivía como burócrata. Casado dos veces, procreó dos hijos con cada pareja. Hay vicisitudes en la familia, pero Plutarco Jr. crece con el orgullo de sus ancestros y presume la figura de su abuelo el chinaco, liberal muerto en combate contra las fuerzas de Maximiliano. También se cree que los primeros Elías, es decir, su familia, era de origen judío sefardí, llegados a México de La Rioja, España, a finales del siglo xviii. Por su físico oriental le llegarán a llamar el Turco. Luego, el crecimiento de aquel niño, de aquel joven, en medio de carencias y penurias, va fortaleciendo un carácter decidido, inquieto, ambicioso. Su maestro de escuela primaria imbuyó en él el pensamiento positivista, quizá no en un grado filosófico, pero sí práctico. Los tres hermanos de su padre, sus tíos Rafael, Alejandro y Manuel, conocieron la prosperidad. Rafael se fue a Estados Unidos y regresó con gran experiencia para trabajar una mina de plata en Baja California, y con sus ganancias se hizo de un estupendo rancho en Sonora llamado San Rafael. Alejandro llegaría a ser un excelente administrador en Guaymas. Por cierto, en una ausencia de su hermano Plutarco, Rafael llevó a escondidas a bautizar al niño Plutarco, un año después de nacido. Manuel se vuelve un rico ganadero y buen comerciante en vinos y abarrotes y llega a ser un gran terrateniente en Fronteras, Sonora. En cambio, el padre del niño Plutarco Elías se desentendió de los negocios y de la familia, así que el chico tuvo que dejar la escuela para trabajar al amparo de los tíos, como cantinero, como administrador de un hotel en Guaymas y como molinero en Fronteras. Cuando quiso valerse por sí mismo se dedicó a la agricultura, con poca fortuna, en las últimas propiedades de su padre. Intentó luego el comercio de compraventa de pasturas y almacén de abarrotes y vinos, sin mucho éxito. El joven Elías, aunque nada próspero económicamente, se veía brillante, emprendedor, listo, inteligente y fue invitado a dar clases. Como maestro ejerció su poder de convencimiento y pronto fue nombrado inspector de escuelas en el estado de Sonora. Es decir, intelectual y socialmente iba en ascenso. El apellido Calles lo tomó de Juan Bautista Calles, un comerciante en vinos y abarrotes protector de su familia. Pero ¿dónde anidaba el huevo de la serpiente? ¿Cómo trabajaban sus neuronas? ¿Qué impulsos eléctricos lo iban haciendo tan radical? ¿Qué le hacía despreciar con tanto odio la religión, la religión católica señaladamente? Sería muy fácil deducir que desde joven perteneció a alguna logia masónica. Sin negar ni conceder, nos inclinamos más por atribuir esa enajenación a la fuerza de su carácter, a su instinto personal de anhelar un mundo laico, científico, humanista. Qué incógnitos son los pensamientos del hombre. Plutarco había sido bautizado cuando ya tenía un año. Había sido monaguillo y en su adolescencia había sentido la angustia del ser. Su alma se revolvía en la duda y su conciencia le atormentaba con la falta de fe. Su decisión fue la de liberarse de todo pensamiento trascendental. Quién sabe cuánto influiría en su desprecio intelectual hacia la Iglesia el ser condicionado como bastardo.
2. Al momento de la Revolución
En 1910 Plutarco cumplía treinta y tres años, de modo que los cambios políticos del país lo encontraron en plenitud de vida y energía. Tenía once años de casado por lo civil y cinco de los doce hijos que tendría con su esposa Natalia Chacón, una larga experiencia en relaciones humanas y una firme convicción en sus principios. Dejando de lado el magisterio, entró en contacto con la política y se definió como revolucionario. Simpatizaba con el maderismo y empezaba a asistir a reuniones espiritistas. Estaba en su elemento. Su astucia y su experiencia pronto le colocaron en los cuadros de mando y, llegado el momento, su arrojo y sus dones de estratega en el terreno de las armas lo calificaron como líder de gran valor y lealtad a sus superiores durante el enfrentamiento armado y la secuela de la Revolución. Como maderista, su primer cargo fue el de comisario de Agua Prieta, cargo concedido por el gobernador Maytorena, que creía en él por encima de sus detractores. Se enfrentó a Pascual Orozco, y a la caída de Madero se unió a Venustiano Carranza bajo las órdenes de Obregón. Burló a Villa y se hizo fuerte en Agua Prieta. Como premio, en 1915 se le da la gubernatura de Sonora, y como gobernador sacaría del fondo de su corazón todo el rencor que guardaba contra la Iglesia católica. Sin embargo, como estadista, promulgó una nueva Constitución para el estado y diversas leyes agrarias y laborales con gran sentido social. Optó por hacer respetar las garantías individuales y las libertades políticas. Hizo reformas a la educación, abrió escuelas en todos los lugares con más de 500 habitantes, obligó a las compañías mineras o industriales a instalar centros escolares e instaurar sistemas de becas Fundó bibliotecas, escuelas normales y para adultos, una escuela de Artes y Oficios para huérfanos de la Revolución. También promovió una nueva legislatura civil y penal, hizo reformas a la agricultura concediendo mejores sueldos a campesinos y la subdivisión de grandes fincas. Durante su mandato se dio la creación de un Banco Agrícola oficial del estado de Sonora. Calles abrió nuevos caminos, favoreció la competencia comercial en beneficio del consumidor, propuso un nuevo régimen fiscal y creó instituciones de beneficencia. Hizo que se inculcaran hábitos de limpieza mediante conferencias públicas y, además, se encargó de impulsar el mutualismo entre los obreros.
3. Durante su gobierno
Candidato auspiciado por Álvaro Obregón en 1924, fue electo presidente de la República. En su gestión se creó el Banco de México, ordenó la construcción de carreteras, alentó la primera línea aérea, fundó los bancos Ejidal y Agrícola, restauró la Escuela de Agronomía de Chapingo y fundó la Escuela Médico-Veterinaria; construyó presas, sistemas de riego y numerosas escuelas rurales. Cuatro días después de su toma de posesión, emitió un decreto en el que prohibió la venta y fabricación de bebidas embriagantes, con pena de cárcel por cinco años a quien lo hiciera. En 1929 funda el Partido Nacional Revolucionario (pnr), antecesor del pri, supuestamente una medida ideal para eliminar el caudillismo, caudillismo que él mismo representaría a carta cabal durante los siguientes cinco años como “Jefe Máximo” de la política nacional. Su lema era “revolución de ideas y reformas hacia el progreso”. ¿Se puede pedir algo más para calificar al estadista como un personaje emprendedor y patriota ejemplar? Pero ¿por qué a tan brillante político se le iban a atorar en el cogote otras garantías individuales, otros derechos a la libertad, como la libertad religiosa que pisoteó brutalmente expulsando de Sonora a todos los sacerdotes católicos, sin excepción, y prohibiendo en su estado el culto y las manifestaciones piadosas? A reserva de lo que haría después con el poder omnímodo. Con aquella estocada letal al clero, se congratuló de las sectas protestantes. ¿Actuaba realmente por convicción o estaba obedeciendo alguna consigna internacional? ¿No es mucho odio para un solo hombre? ¿Acaso formaba parte de una gran conjura? Porque esa furia personal no le es exclusiva. La tienen también sus correligionarios Manuel M. Diéguez y José Guadalupe Zuno en Jalisco; Tomás Garrido Canabal en Tabasco y hasta Adalberto Tejeda y Carrillo Puerto en Veracruz y Yucatán. Todos ellos dieron muestras de estar infectados de un irreconciliable anticlericalismo. Lo que pasa es que, en Calles, el perfil de hombre fuerte, el dictador absoluto, está que ni pintado para desaparecer de la vida “fanatismos” y poderes eclesiásticos.
4. El instigador de la Cristiada
Éste es el hombre que, una vez en el poder nacional, se lanzó como gladiador a la yugular de la Iglesia. Es el provocador y único responsable de que se haya dado la Cristiada. Por cierto, se vio sorprendido, no esperaba la respuesta. ¡Y un poco más y la pierde! Un poco más de tiempo sin llegar a “los arreglos”, un poco más de identidad, valentía y unidad entre los católicos ricos, un poco más de apreciación del momento histórico de parte de la jerarquía eclesiástica y Calles hubiera sido expulsado del país antes de iniciar su maximato. La Cristiada tenía en triunfo en sus manos, pero… los caminos de Dios son inescrutables y en sus manos está el premio y el castigo. Lo había dicho el señor cura Reyes: “A la Iglesia no se le defiende con las armas”. Plutarco Elías Calles no murió agusanado como el Herodes de los Santos Inocentes; no pidió un sacerdote en su lecho de muerte, como Voltaire, con la negativa de sus amigos que impidieron esa reconciliación; no perdió la razón, como Nietzsche. No. Calles murió en la ciudad de México en octubre de 1945, en su cama, condonado su exilio, en su casa, rodeados de los suyos, creyendo y practicando el espiritismo, como Madero (invocando el espíritu de Rubén Darío). Su gloria sería oficial y habría de ser reconocido como el constructor de un país laico, de un Estado poderoso. El Turco, reduciendo al mínimo la vida espiritual de un pueblo tradicionalmente católico, fue el arquitecto de una “dictadura perfecta”. México, debido a él, será un país laicizado por un mosaico de sectas sobre los cimientos del catolicismo. De allí que el monumento a la Revolución de la ciudad de México le pertenezca en su totalidad. [1] Caricaturista, dibujante, periodista y escritor jalisciense (Mezquitic, 1932), en Guadalajara se formó en la Escuela de Artes Plásticas y laboró como dibujante y caricaturista para El Informador, en la ciudad de México lo hizo para Excélsior durante 40 años. A la par, fundó el periódico Mi Pueblo (1978), modelo de atención a la microhistoria y a la narrativa rural de su natal norte de Jalisco y del sur de Zacatecas. De allí extrajo la cantera para la antologías 1926. Ecos de la Cristiada y El Mezquitic que yo viví. En el 2016 publicó la autobiografía Soñar que he vivido. Ha sido galardonado con los premios Nacional de Periodismo en Caricatura (1988), Fernando Benítez de Periodismo Regional (1997) y Jalisco en el ámbito literario (2018). [2] Este Boletín agradece a don Luis su absoluta disposición para publicar aquí este ensayo inédito. |