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Mensaje del Nuncio Apostólico

en la cx Asamblea Plenaria de la cem

 

 

En su Mensaje al tiempo de la apertura de la cx Asamblea Plenaria de la cem

pronunciado el 12 de abril del 2021,

se echa de ver la experiencia de este diplomático

oriundo de la región italiana de Apulia,

abrumada por dos de las cinco mafias que existen en Italia;

y del representante papal en Colombia, Líbano y Burundi

antes de ser nuncio en la República Centroafricana

en tiempos de guerra y del Chad,

y de México desde el 2016.

Sus planteamientos a los obispos son más que directos y elocuentes..

 

 

Queridos hermanos en el Episcopado y sacerdotes, religiosas y religiosos, laicas y laicos que participan en esta 110 Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano, me alegra poder saludarles y tener la oportunidad de desearles todo bien en el Señor.

Hace poco más de un año, el 27 de marzo de 2020, en el momento de oración que en la Plaza de San Pedro condujo en solitario, pero dando al mismo tiempo voz a toda la humanidad, el Papa Francisco describió la pandemia que ha golpeado y sigue golpeando a todo el mundo con estas palabras:

 

Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. Mc. 4,38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos. La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades.

 

En México, como en el resto del mundo, la primera reacción defensiva por parte de las autoridades frente a un enemigo del cual todavía se conocía muy poco fue el cierre de toda actividad que pudiera congregar a las personas y que no fuera indispensable para la supervivencia. La Iglesia, madre atenta, aceptó el cierre de los templos que trajo consigo la cancelación de las ceremonias religiosas, del encuentro litúrgico con Dios, pero también de la actividad comunitaria de formación, de acompañamiento y de ayuda solidaria. Fue al espacio digital al que se volcaron las cadenas de oración, a través del cual se trasmitieron las celebraciones, las ceremonias religiosas y los cursos de formación, etc.

Por otra parte, sin embargo, de las medidas implementadas para hacer frente a la pandemia se han derivado problemas en casi todos los ámbitos de la vida social –y también eclesial-, evidenciando las fallas de nuestra organización: el sistema de salud que se ha venido diseñando en México desde decenas de años atrás no es un sistema que tenga como finalidad garantizar la salud de todas las personas, por lo cual se vio rápidamente desbordado por la pandemia; no existe una protección social que ofrezca garantías a los trabajadores y a las empresas frente a situaciones excepcionales y temporales de falta de trabajo, ni capaz de asegurar los recursos mínimos para la supervivencia; el sistema escolar y las familias no estaban preparados para seguir cursos a distancia. Consecuencia: la pérdida de ingresos, la necesidad de buscar otro trabajo, la falta de alimentos suficientes en el hogar, las enfermedades derivadas del estrés, el abandonar la escuela por no poder tomar clases a distancia, etc.

Un año ha pasado, y ahora tenemos a la vista la posibilidad de vacunarnos todos, y aunque esto no significa que con ello la pandemia habrá terminado, seguramente la hará mucho menos mortal, sin contar que, además, hemos aprendido muchas cosas sobre este virus y hemos aprendido como defendernos. Por esta razón, en todo el mundo, y también en México, las autoridades han permitido una reapertura de todos los lugares de trabajo y están programando la reapertura también de los centros educativos y de los locales de diversión y de entretenimiento.

A este propósito, quiero públicamente agradecer la sensibilidad democrática, civil y humanista de aquellas autoridades estatales mexicanas (no todas, lamentablemente) que han mostrado respeto hacia cada uno de los derechos humanos fundamentales: el derecho a la libertad de culto, limitándose a establecer las medidas de seguridad sanitaria necesarias, sin pretender decidir sobre la apertura o cierre de los templos y sobre las celebraciones litúrgicas. Quiero aprovechar este espacio para también animar a mis hermanos en el episcopado a ser celosos de esta prerrogativa, que compete a ellos, a cada uno en su diócesis, y no a las autoridades civiles. Para ser más claro, quiero decir que les compete a ustedes acatar las medidas universalmente reconocidas como necesarias (uso de cubreboca, limpieza de manos y de los lugares, impedir el acceso a personas con síntomas de la enfermedad, manteniendo en todo caso el distanciamiento social siempre, antes, durante y después de cada reunión) y decidir, escuchado el parecer de sus presbíteros y de expertos, si y cómo se puede realizar el culto en los templos. No permitan que sean las autoridades civiles quienes lo decidan: ¡crearían un precedente peligroso, contra el cual, hace un siglo muchos mexicanos lucharon y hasta entregaron su vida!

En el contexto de esta época tan retadora y sin duda estremecedora, de lo más profundo de mí sale una palabra: ¡Gracias!

¡Gracias, a todos ustedes, hermanos obispos, sacerdotes, religiosos, miembros de movimientos eclesiales y laicos, que no obstante los desiertos y las oscuridades provocadas por la pandemia, participando la luz de su fe, de la esperanza en Cristo Señor y del amor para los fieles a ustedes confiados, han buscado y encontrado mil maneras distintas para asegurar alimento espiritual a muchos!

¡Gracias a todos ustedes, hermanos obispos, sacerdotes, religiosos, miembros de movimientos eclesiales y laicos que con su servicio prudente, pero también decidido, han salido al encuentro de los que estaban enfermos o sólo encerrados, para testimoniarles la cercanía y la ternura del Señor!

¡Gracias a todos ustedes, hermanos obispos, sacerdotes, religiosos, miembros de movimientos eclesiales y laicos que, a pesar de las dificultades, de las restricciones y de la escasez de recursos, han compartido su pan con los que han sido más golpeados por esta crisis, perdiendo el trabajo y quedando sin sustento para sus familias!

Ustedes me han permitido ver encarnado aquel “caritas Christi urget nos”, y me han ofrecido un “santo” impulso a seguir sus pasos; a preguntarme cómo, si bien en el respeto y observancia de las medidas sanitarias, podía también yo llevar a cabo mi misión.

Por otro lado, no podemos ignorar a los que, a diferencia de quienes no se atemorizaron más allá de lo prudencial, se han replegado en sus propias seguridades, esperando que todo pase y que todo vuelva a ser “como antes”. No será fácil convencerlos de salir nuevamente... sobre todo para los jóvenes, obligados a meses de didáctica a distancia y de relaciones virtuales, no será fácil salir del mundo que se ha concentrado en su celular o en su tableta para encontrar a las personas en carne y hueso...

La realidad es que volver a estar como antes resulta utópico. La realidad, hoy, es la que es, y hay que “mirarla a los ojos”. Una realidad que indudablemente está reclamando a todos los miembros de la Iglesia, en particular a sus pastores, mayor clarividencia, creciente inventiva, fuerte iniciativa y una verdadera “sinodalidad”: que nos hablemos, clérigos, religiosos y laicos, que nos escuchemos, que compartamos, y todo implorando la asistencia del Espíritu Santo, que es quien con esa dinámica, humilde y consciente colaboración nuestra, podrá mostrarnos nuevas formas, nuevos métodos, nuevos caminos para ir al encuentro no sólo de “grupos privilegiados” en las redes sociales, sino de todos los fieles y a nuestra sociedad.

 

Mirar a los ojos la realidad...

 

El año pasado, en México se llevó a cabo el censo: hecho que nos ayuda también a mirar a la cara la realidad y leer los signos de los tiempos que estamos viviendo:

·      La población mexicana ha ido en aumento; aunque el ritmo de crecimiento vaya disminuyendo, hoy somos el 30% más que hace 20 años.

·      Desde el punto de vista de la religión, cada 10 años el número de católicos ha ido disminuyendo en proporción, en un 5%: actualmente, los católicos somos el 77,8%;

·      Los miembros de otras confesiones han ido aumentando ligeramente: ahora son el 11,4%.

·      Preocupante es el aumento de los “sin religión”, que en los últimos 10 años se ha duplicado: actualmente son el 11,5%; del año 2000 al 2010: la disminución de los católicos ha sido en ventaja sea de los protestantes o de los ateos.

·      Del 2010 al 2020 la disminución de los católicos ha beneficiado más a los ateos que de los protestantes;

·      Por otro lado, la mitad de los mexicanos tiene menos de 30 años; hace diez años, la mitad tenía menos de 25; somos un país joven... sin embargo, no podemos decir que la mitad de quienes participan en nuestras asambleas litúrgicas esté compuesta por jóvenes de menos de 30 años...

·      Del 2010 al 2020: la disminución de los católicos menores de 30 años de edad ha sido totalmente en ventaja de los ateos.

Estos datos son aún más explícitos si miramos las estadísticas de nuestras diócesis. Mientras en los últimos 20 años la población en México aumentó casi en un 30%:

·      El número de los bautizados ha, en cambio, disminuido, y no poco, sino ¡en un 18%! En los primeros 10 años de los últimos 20, cayó un 5%, mientras en el siguiente decenio, este último, hasta el 13%.

·      Dramática parece la disminución de los matrimonios religiosos: en 1998 se celebraron casi 431 000, mientras que para el 2018 fueron 229.000: es decir, tan sólo poco más de la mitad.

·      La disminución de seminaristas, en los últimos 20 años, ha sido de casi el 20%, acentuada sobre todo en el último decenio, mientras que, para los religiosos, la disminución es sin duda dramática: ¡menos 60%!

·      Lo referido a los seminaristas se confirma también en las ordenaciones sacerdotales, que durante los últimos 20 años han sido ¡un 30% menos!

·      Los efectos de esta fuerte disminución no se ven todavía en el número de los miembros de nuestros presbiterios porque –gracias a Dios– ha ido aumentando mucho en estos años nuestra esperanza de vida. Pero la edad media de nuestros presbiterios sube y sube... Es por esto que el número de nuestros sacerdotes diocesanos ha mantenido la relación con la población, creciendo en estos 20 años un 30%.

·      Los sacerdotes religiosos, en cambio, han aumentado menos del 10%, y de hecho ha ido disminuyendo su presencia en medio de la población; aún peor, la evolución de la presencia de las religiosas en nuestro país: las nuevas consagradas son tan pocas que el total ha disminuido, a pesar –también para ellas– del alza de la esperanza de vida: la presencia de las religiosas entre los mexicanos ha disminuido en más de un cuarto.

 

Todos estos datos son una llamada de atención para todos nosotros. Cuando estemos frente de Él, el dueño de la mies nos pedirá cuenta de los talentos, muchos, que nos ha confiado: un pueblo católico, fiel y devoto a Santa María de Guadalupe. No es una de las cien ovejas que hemos perdido... ¡es una cuarta parte de las ovejas! Hay que reconocer que, si bien el Evangelio y Nuestro Señor Jesucristo seguirán siendo siempre atractivos, es evidente que nuestros métodos “tradicionales” hoy no funcionan, ni pueden funcionar en prácticamente ninguna de las áreas de la evangelización.

La pastoral y la práctica litúrgica en beneficio de los fieles ha ido, en general, disminuyendo, o en algunos casos manteniéndose viva gracias a un pequeño grupo de fieles, muchos de ellos adultos mayores, “de misa diaria” o frecuente. Nuestra pastoral catequética, familiar, educativa, juvenil, etc. no parece estar a la altura de los desafíos que plantea la sociedad hodierna.

La formación y educación en la fe de las familias, de los niños, adolescentes y jóvenes, se encuentra en una encrucijada que no puede no cuestionarnos profundamente. Cierto, no han sido completamente abandonados a su suerte, gracias a la acción de muchos, especialmente de los nuevos movimientos eclesiales que cuentan en sus filas con jóvenes. Pero... indudablemente hace falta mucho, mucho más.

La disminución de la población católica en esta tierra guadalupana es sumamente preocupante. Estamos constatando ahora con mayor claridad cuánto –en los últimos decenios– la formación en la fe no había logrado ni ha logrado, como tal vez pensamos o como hubiésemos querido, penetrar a fondo en los bautizados.

Muchos niños y adolescentes, y particularmente los jóvenes, andan en cierto modo “a la deriva”, como si estuvieran fuera de cualquier acción pastoral de parte de la Iglesia y sin la posibilidad de ser alimentados por la fe a través de nuevos modos y métodos. El riesgo concreto para ellos es que ni siquiera puedan lograr tener contacto y, en consecuencia, conocer el proyecto de amor que Dios tiene para cada uno y, por tanto, perderse detrás de las ideologías que les prometen una ilusoria felicidad y los dejan solos y desilusionados, alienados en los paraísos artificiales de la droga. ¡Un dato que a este propósito habla por sí mismo es el alza, cada año, de los suicidios entre adolescentes y jóvenes en todo el país!

Cada vez son menos los novios que contraen matrimonio eclesiástico, mientras que son más las familias que se fracturan y se vuelven disfuncionales. Son miles y miles de vidas rotas cada año, vidas de adultos que muy difícilmente alcanzan a rehacerse una vida; vidas de hijos que, definitivamente marcadas por la experiencia del abandono y de la infidelidad, ¿cómo podrán creer a un Dios Padre y fiel? ¿Cómo podrán imaginarse beneficiarios de un amor fiel ellos, si sus padres han fallado?

También aquí, en México, hubo un tiempo en el que los lugares en el que la fe (formación, vivencia, experiencia) podía “trasmitirse” y “beberse” en la familia y en el “ambiente de religiosidad”. Lugares que hoy, si bien en distinta medida, no funcionan ni resultan ser los más aptos ni adecuados para la evangelización de nuestros hijos. Algunas veces, en cambio, esos lugares se han convertido en espacios de descristianización, de “contaminación de la mundanidad”, de secularización.

No cabe duda, por ello, que nuestras familias, nuestras parroquias, nuestras organizaciones pueden ser hoy “atractivas” para los jóvenes y para las mujeres y hombres de nuestro tiempo sólo a condición de ser tan humanos, al grado de ser humanamente inexplicables; al punto de lograr hacer surgir una pregunta y un interés espontáneo también en los más lejanos de la Iglesia.

Pero esto, ¿en qué sentido? El Papa Francisco nos ofrece una pista. En un Congreso eclesial italiano dijo hace unos años: “Podemos hablar de humanismo solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado”.[1] Seremos más humanos tanto cuanto demos a Cristo la centralidad en nuestras vidas y en nuestras comunidades.

Es por eso que, a pesar de todo, no debemos permitir que este panorama nos conduzca al desánimo y al desaliento. Por el contrario, se trata de un horizonte que nos llama a preguntarnos: ¿cómo ser tan humanos, al grado de ser humanamente inexplicables?

En consecuencia, pienso humildemente que hay que tomar en serio y valorizar eficazmente, por una parte, tres de las “herramientas” que el Papa Francisco nos ha ofrecido este último año y, por otra parte, una intuición que el Espíritu Santo ha inspirado a ustedes, los obispos mexicanos...

 

1.    La encíclica Fratelli tutti:

 

Que nos pide dirigir radicalmente nuestra mirada a lo esencial; a convertir radicalmente nuestra mirada hacia los demás.

Que nos pide tomar conciencia plena de que todos somos hermanos; de que todos nos encontramos en un mismo barco, ¡y de que no nos salvaremos solos!

Sin embargo, nuestras relaciones intraeclesiales necesitan ser reevangelizadas; nos decimos hermanos, pero no nos tratamos como hermanos... y menos a las hermanas...

A este propósito, es urgente una reflexión sobre el papel de la mujer en la Iglesia: la caída de las consagraciones religiosas femeninas es una alarma que hay que entender y enfrentar pronto si no queremos que la Iglesia pierda su rostro esencial, el de Madre.

 

2.    El año de Señor San José: aprender de él qué significa ser padre...

 

Quizá también nosotros los sacerdotes tenemos que reaprender

A hacer experimentar la ternura de Dios, vivir la obediencia hacia Dios, a saber acoger el proyecto de Dios como lo hizo José, a seguir su ejemplo de hombre trabajador, con valentía creativa, quedando en la sombra.

Mucho de la figura y modelo de San José puede y debe aprovecharse para innovar la formación en los seminarios, así como para la formación de nuestros jóvenes que se orientan a construir un nuevo hogar.

 

3.    El año de la familia, a 5 años de “La alegría del amor”

 

Los jóvenes no conocen la alegría del amor ni el proyecto que Dios tiene para cada uno. Nuestros jóvenes ignoran qué es el amor, qué es un matrimonio, qué es la familia; muchas veces porque no han recibido buenos ejemplos en sus familias, y cierto, porque nosotros como pastores no nos hemos hecho cargo de su formación.

Una formación que no tiene que cambiar su contenido, pues el Evangelio es válido y atractivo para los jóvenes hoy más que nunca, pero que sí necesita de formas nuevas, un lenguaje adecuado al de nuestros jóvenes.

La iniciativa del Episcopado mexicano de promover un Encuentro Eclesial de México, que iniciando a nivel de comunidad vaya subiendo de nivel, parroquia, diócesis, país: iniciativa que no temo definir como inspirada por el Espíritu Santo y que espero se aproveche bien, implicando y escuchando a todos, sobre todo a las familias y a los nuevos movimientos, sin tratarla como una práctica que hay que terminar rápido.

A varias Conferencias Episcopales el Papa Francisco las ha animado a emprender un camino sinodal, desde abajo, empezando desde las comunidades, para percibir lo que el Espíritu dice a la Iglesia en cada lugar en este cambio de época.

Sé bien que estaba previsto llevarse a cabo este año. Sin embargo, quizá providencialmente, imagino que las limitaciones impuestas por la pandemia no han permitido que se realice con la deseada profundidad y participación del Pueblo de Dios...

Ahora, a la vista tenemos ya la Asamblea del celam del próximo mes de noviembre, oportunidad para retomar en mano el documento y los compromisos de Aparecida...

Y entonces, ¿por qué no relanzar el ideado Encuentro Eclesial de México al final de este año, como la mejor manera de celebrar los 15 años de Aparecida, e iniciar el decenio que nos llevará a los 500 años del acontecimiento Guadalupano, dedicándole todo el tiempo que sea necesario, sin afán de concluirlo rápido; buscando y dando prioridad, en cambio, a profundizar en lo que el Espíritu Santo quiere decirnos en cuanto a la evangelización de nuestros adolescentes y jóvenes, de los seminaristas, de los matrimonios, de las mujeres, y aprendiendo de quien ya tiene una buena experiencia en estos campos? Éstos me parece que son los sectores que necesitan una renovación profunda de nuestra manera de anunciar a todos la alegría del Evangelio y de animarlos a corresponder con un compromiso evangelizador y misionero. ¡Siempre tratando de ser tan humanos, al grado de ser humanamente inexplicables!

Estas alegrías, preocupaciones y esperanzas de mi corazón se las comparto, queridos hermanos, con espíritu fraterno y con confianza en su responsabilidad de Pastores de este pueblo de México, bendecido por Dios y tan querido de Nuestra Madre Santa María de Guadalupe. Las pongo a sus pies, como mi granito de arena para la construcción del Reino de Dios en este amado país.

 

+ Franco Coppola

Nuncio Apostólico en México



[1] Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes del V Congreso Eclesial Italiano, Florencia, 2015.





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