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Retazos de una vida al servicio de la Iglesia

Francisco Raúl Villalobos Padilla[1]

 

El Obispo emérito de Saltillo, don Francisco Villalobos,

Decano del episcopado mexicano, nos compartió,

en vísperas del centenario de su nacimiento

y en el año en el que también cumple 50

de haber cerrado su vida ministerial en el clero de Guadalajara,

otros tantos de ministerio episcopal;

recuerdos de su vida y ministerio.[2]

 

 

1.    Mi niñez en la capital de Jalisco en tiempos de persecución religiosa

 

Es a través de la experiencia vivida como vamos dando razón de nuestra fe. Lo mío fue vivir con naturalidad la conciencia de ser hijo de Dios y miembro de una familia muy cristiana; fue para mí lo más natural la vida de oración y la vida de los sacramentos al amparo del   ejemplo de mi madre. En ese sentido, cuando se recrudece la persecución religiosa y los tiempos de la Revolución, con tanta incertidumbre e inestabilidad, no me afectó gravemente, al contrario, me hizo tener una experiencia personal de que la fe se tiene que vivir venciendo obstáculos y circunstancias incluso adversas. De eso bendigo al Señor, porque en tiempos tan difíciles nunca me faltó el amparo y protección de una familia cristiana, donde lo normal era la oración, acercarse a los sacramentos, principalmente la Misa, y al amparo de una fe sostenida por la plegaria y la vida sacramental, pues en medio de los altibajos propios de la niñez y sobre todo de la adolescencia, he de reconocer cómo Dios me libró de muchos graves peligros.

Para mí este tiempo de prueba fue también la experiencia de saber que en medio de las persecuciones Dios nos amaba, nos cuidaba y a él teníamos que recurrir para lograr salir adelante en medio de las dificultades de todo proceso de desarrollo humano y cristiano.

Doy gracias a Dios del amparo y protección que siempre encontré en mi familia y sobre todo, de mi santa madre, María del Refugio Padilla (que Dios guarde), también de mis hermanos mayores, que me dieron buenos ejemplos, y en medio evidentemente de lo que es propio de una vida de infancia, adolescencia, de juventud, un tanto cuanto, como diría yo, trastornada. Sin embargo, nunca perdí la conciencia de recurrir a la vida de los sacramentos y la vida que se fortalecía progresivamente en medio de limitaciones y de obstáculos.

Y doy gracias a Dios de que la vida cristiana me fortaleció para poder proseguir en la tarea de irme formando y creciendo, desarrollándome en todos los sentidos, humano y cristiano; así tuve, pues, oportunidad en mi infancia de estar rodeado de ambiente sano que me sostuvo y me alentó a ser siempre piadoso en la oración y confiado en los sacramentos, con la proporcionalidad de un proceso de desarrollo normal cristiano.

Reitero mi gratitud al Señor porque, ciertamente, durante la persecución religiosa acompañó muchos momentos de nuestra vida familiar y nos salvó de abandonar la fe. Fue en este ambiente familiar sumamente cristiano y piadoso donde surgió mi inspiración por el sacerdocio ministerial. Cuando se ofrece, recuerdo cómo, con la sencillez e ingenuidad propios de la infancia, siempre dije, cuando yo oía hablar de los sacerdotes y de los religiosos: “Bueno, que si jesuita, si franciscano, si salesiano, yo lo que quiero es ser sacerdote mexicano”. Era lo que entendía yo, estar en México y ser sacerdote, al margen de otras estampitas, para México.

Eso me hizo, como he platicado muchas veces, jugar desde pequeño a ser sacerdote y hasta hice mi casulla rica de cartoncillo, y en esa etapa en que ya uno se siente capaz de hacer algo organizado, les predicaba a mis hermanos menores; los reunía, diciéndoles que yo era el padre y ellos los feligreses. Y así, formar mi altarcito y dizque a predicar. Tengo ahora la satisfacción de confirmar que desde la niñez soñé y quise ser sacerdote.

Tenía dos tíos sacerdotes y claro que también influye en el ambiente en que uno vive desde pequeño la imitación; eran el P. Francisco Romo, primo de mi madre, y el P. Alfonso Jaramillo Hernández,[3] primo hermano de mi padre, a los que vimos siempre como miembros de la familia. Conocí también desde pequeño al canónigo Amando J. de Alba, y todo eso influyó en mí para sentir interés por el ministerio ordenado.

A eso se suman los buenos ejemplos que recibí ya más adelante, ya más madurito, a la dirección espiritual y a la confesión. Recuerdo siempre con agrado a los primeros padres con los cuales empecé a hacer preguntas acerca de la posibilidad de ser sacerdote, hasta que por fin entré al Seminario.

Siempre encontré apoyo en sacerdotes que me dirigieron y me sostuvieron durante la adolescencia medio borrascosa, como siempre en todos los muchachos; y sí, recuerdo yo de entonces, como todos los cristianos, las limitaciones debidas a la persecución, pero siempre salvaguardado por el ambiente que brinda un hogar cristiano bien integrado. Había concordia, fidelidad, respeto, piedad. Recuerdo, desde pequeño, que mi mamá nos juntaba a toda la chiquillada por la noche para rezar todos los días el Santo Rosario. Ella era muy piadosa. Viví siempre en un clima muy favorable a la vida de piedad y de devoción. Doy gracias al Señor.

Mi padre se llamaba Carlos Villalobos Hernández y mi mamá Refugio Padilla Romo. Eran originarios de Encarnación de Díaz, cristianos de vieja cepa y siempre muy atentos a que no se introdujeran creencias extrañas a la fe y a la piedad cristiana, arraigada siempre en la oración y en las devociones al Sagrado Corazón de Jesús, a la Virgen de Guadalupe, al Ángel de la Guarda, a la lectura del Año Cristiano, por ejemplo. El ambiente que respiré siempre fue así, de piedad y de valores cristianos. Doy gracias al Señor.

Por otro lado, en mi familia los hermanos mayores nos dieron el ejemplo a los que nacimos luego. De los trece hermanos, la mayor, María Dolores, fue religiosa reparadora,[4] Jorge, jesuita[5] y Carlos,[6] marista.

 

2.    En el Seminario Conciliar de Guadalajara

 

Cuando ingresé al Seminario de Guadalajara la institución pervivía en la clandestinidad y sin el reconocimiento de validez de sus estudios. Los que residíamos en la ciudad, vivíamos en la casa paterna. A los que venían de fuera los responsables del Seminario les buscaban hospedaje con familias cristianas.

Los superiores del Seminario en ese tiempo dieron pruebas grandes de valentía y de perseverancia en medio de muchas dificultades y además, buenos maestros, obligados en ese tiempo hasta a redactar y dar a la luz, editados, sus propios manuales de texto.

Mi primer rector fue don Ignacio de Alba, y como tal tuvo que enfrentar muchas limitaciones y así atender su oficio, que mantuvo hasta que fue nombrado Obispo auxiliar de Colima. Lo sustituyó don Salvador Rodríguez Camberos, un hombre con muchas habilidades que llegó a formar un equipo muy valioso y salvar la situación en tiempos difíciles.

En 1947, al empezar los estudios de Teología, pasé a Roma con un grupo de seis compañeros. Recién había terminado la Segunda Guerra mundial. Allá me ordené presbítero en 1949, cuando el Papa Pío xii celebraba 50 años de ordenación sacerdotal. Concluí la licenciatura en Historia de la Iglesia.

Regresé en 1953 y me destinaron al Seminario Menor, donde estuve varios años. Fui profesor y prefecto de disciplina ya en el rectorado de don José Salazar López, que había sido mi primer prefecto, en el año lectivo de 1939. Era él un gran sacerdote, un buen ministro de Dios y un buen formador. Le estimamos afectivamente porque se hacía respetar y querer.

Ya en su gestión se fue dando cada vez más la posibilidad de actuar en el plano social con menos restricciones. Ocasión para ello, por ejemplo, fue la celebración de la fiesta del Corpus Christi en el Seminario, que se hizo famosa gracias al empeño de los formadores de entonces, de la talla de un José Ruiz Medrano, que supieron alentar la creatividad de sus pupilos y usar para ello los espacios abiertos del plantel, los jardines, y construir auténticos monumentos efímeros con gente muy hábil, muy decidida y bien dispuesta, aprovechando la mucha destreza artesanal de algunos seminaristas. Fue este un tiempo en el que el cultivo de las humanidades se reveló también a través de una sólida cultura, incluyendo la música y las artes, como una expresión de madurez de la comunidad religiosa, de modo que a despecho de la legislación anticlerical vigente, el Seminario alcanzó una buena fama como institución educativa y de formación seria, aun sin gozar del reconocimiento de validez oficial para sus estudios, pero sí de la estima pública de la sociedad, todo lo cual permitió que se reconociera su existencia institucional, superando viejas rencillas de carácter ideológico que obstaculizaban su función esencial como centro educativo.

 

3.    Rector del Seminario de Guadalajara (1968-1971)

 

Cuando me tocó estar al frente del plantel sentí yo el gozo y la alegría de ser responsable de una institución respetada y aceptada por la sociedad y constatar cómo Dios escribe derecho en renglones torcidos y cómo, después de la tempestad, se impuso la verdad y la grandeza de la obra de la Iglesia en la vida social, política y económica del país. Bendito sea Dios.

Por lo que al Concilio Ecuménico Vaticano ii respecta, lo recuerdo como un momento de madurez de la Iglesia. En lo que respecta a mi experiencia de la transición eclesial impuesta por el Concilio siendo yo Rector del Seminario de Guadalajara, la hice mía de dos modos: actualizando mis conocimientos del tema a través de las publicaciones teológicas del tiempo, gracias a lo cual entendí que la Iglesia se renovaba interiormente comenzando con la vida litúrgica, pero de allí pasar a la misionera y apostólica. Era un renacimiento que en Europa se sintió con mucha fuerza. Y la otra, empeñándome en aplicar esos aires de renovación desde una perspectiva pastoral, que es como decir, de una visión teológica puesta al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Cuánto conseguí de esto durante mi gestión, confróntese ahora con lo que al respecto dejé por escrito en mis informes rectorales.

Considérese, además, que colaboré en este servicio al tiempo de la transición de un gobierno episcopal larguísimo, el de don José Garibi Rivera, y el inicio de otro, el de don José Salazar.

La labor del señor Garibi fue admirable. Se dio cuenta de que necesitaba sostener la Iglesia con firmeza, con fidelidad, con perseverancia, y eso dio satisfacción a medio mundo. Dejó bien establecido su gobierno en la vida de la Iglesia, en la catequesis y en la formación de los sacerdotes y también en la amplitud de criterio que tuvo el Señor Garibi para facilitar que muchos sacerdotes de su clero apoyaran diócesis más necesitadas de presbiterio. Todo eso lo reconoció la Santa Sede dándole la investidura de Cardenal.

 

Epílogo

 

Justo al tiempo de la aplicación de los postulados conciliares San Pablo vi me pidió colaborar en la Iglesia de Saltillo (1971), donde fui bien recibido tanto por la población como por el clero, pues muchos ministros ordenados se habían formado en Guadalajara, de modo que cuando llegué allá no fui un extraño y sí muy bien aceptado. No tuve ninguna dificultad en ambientarme, la gente es muy cristiana y piadosa y siempre encontré apoyo y sostén en los que me acompañaron. Estoy muy agradecido con la Divina Providencia por todo ello.

Que Dios nos asista siempre y nos ayude a colaborar a favor de la Iglesia, para que nunca deje de ser una institución sólida, firme y fecunda en obras de caridad, de servicio pastoral y de formación cultural.



[1] Don Francisco Raúl Villalobos Padilla nació en la capital de Jalisco el 1º febrero de 1921. Fue ordenado presbítero en Roma para el clero de Guadalajara el 2 de abril de 1949. Allá obtuvo la licenciatura en Historia de la Iglesia. Electo obispo auxiliar de Saltillo y titular de Columnata el 4 de mayo de 1971, fue consagrado el 13 de agosto siguiente en la catedral de Saltillo, diócesis de la que fue obispo residencial a partir del 4 de octubre de 1975     y hasta el 30 de diciembre de 1999.

[2] La entrevista la realizó el director de este Boletín la tarde del jueves 31 de mayo, en el domicilio de la señora Cristina Villalobos Padilla, donde se hospeda don Francisco cuando visita Guadalajara. La trascribió Aldo Serrano Mendoza.

[3] Fue párroco de Techaluta, de Sayula y capellán de San Pedro Apóstol, en la parroquia tapatía de La Paz. Esta y las demás notas son del editor.

[4] (1910-2012) Estudió en Francia, fue maestra de novicias en Irlanda, misionó en Uganda, fue superiora de su Orden en Roma. Pasó sus últimos días en Guadalajara. Falleció en la ciudad de México.

[5] (1912-1972) Religioso de la Compañía de Jesús, doctor en física, rector fundador de la Universidad iteso.

[6] (1917-2014) Religioso Marista, hizo su apostolado en los Estados Unidos, fue director de colegios, maestro de Literatura Inglesa, Rector del Colegio de Jacona. Murió en la ciudad de México.





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