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El brigadier realista José de la Cruz

desde una perspectiva a contracorriente

Rodrigo Ruiz Velasco Barba[1]

 

Sostenido en una sólida indagación que abrevó en el Archivo General de la Nación (México), el Archivo General de Indias (Sevilla) y el Archivo General Militar de Segovia, y ahora engastado en la efeméride que el 28 de septiembre del 2021 recordará el segundo centenario de la secesión de la Nueva España,

el apenas publicado libro de Juan Ramón de Andrés Martín,

La guerra del general Cruz contra la independencia de México,[2]

desmitifica al último Jefe Político de la Diputación Provincial de Guadalajara –nombre que en ese momento tenían Jalisco y Zacatecas–,

Brigadier José de la Cruz, uno de los villanos de la historia oficiosa.

La obra se centra en la trayectoria política y militar

de quien fue figura clave en este proceso.

 

Nada mejor para abordar el tema propuesto que los planteamientos en una obra de reciente  reedición, la Elegía criolla de Tomás Pérez Vejo. Es este prestigiado y muy sugestivo académico el que formula las interrogantes que siguen: ¿fueron las guerras de independencia guerras de liberación nacional?, ¿hubo realmente guerras de independencia en América o sólo la disgregación de un viejo orden imperial?[3] Frente a leyendas nacionalistas, Pérez Vejo nos previene respecto de un error recurrente en la escritura de la historia: acaso la presunta guerra de independencia de México no fue tal, en tanto que a la sazón “ni existía la nación española de la que se liberaban, ni existían las múltiples naciones liberadas”. En efecto, nos dice, “extrañas guerras de independencia en las que las naciones a liberar se construían a medida que se desarrollaba el conflicto bélico, cuando no una vez concluido éste”.[4] Más que una guerra entre mexicanos y españoles —lo que es mera “propaganda política en tiempos de guerra, y como tal hay que tomarla”[5]— se trataba de una guerra civil en el seno de la interoceánica Monarquía católica, donde pelearon “criollos contra criollos fundamentalmente”.[6] El modelo de interpretación propuesto por Pérez Vejo es el de implosión imperial, lo “que significa afirmar que no estamos ante naciones preexistentes que se liberan, sino ante un vacío de poder que necesita ser ocupado y legitimado”, a resultas de las abdicaciones de Bayona, forzadas por la invasión napoleónica de la Península Ibérica.[7] Se trataba de “un conflicto de soberanía sobre quién tenía derecho a gobernar en ausencia del monarca”.[8]

Como puede verse, una crítica interesante de Pérez Vejo al relato oficioso tiene que ver con el pretendido conflicto entre criollos y peninsulares como causa principal de las llamadas “guerras de independencia”. Contrario a la idea de una frontal discriminación por el lugar de alumbramiento, la política de la corona buscaba más bien imponer los intereses públicos sobre los locales.[9] Pérez Vejo considera que los insurgentes se anotaron un gran éxito al exacerbar con su retórica las tensiones sociales, enarbolando el odio hispanófobo. Frente a esta campaña insurgente, la reacción realista es descrita por Pérez Vejo como desatinada y contraproducente. En esas circunstancias el plato quedaba servido:  

 

Una violencia social indiscriminada contribuyó a crear una separación cada vez más nítida entre ellos y nosotros, ellos los españoles, nosotros los americanos […] La imagen de dos comunidades enfrentadas e incompatibles es, básicamente, el resultado de la experiencia bélica y del régimen de terror impuesto por los dos bandos en lucha.[10]

 

Pero que nadie se llame a engaño:

 

Los partidarios del mantenimiento del antiguo orden fueron numerosos y la visión épica de un enfrentamiento entre partidarios del progreso y la liberación de la humanidad arrojando al basurero de la historia a una minoría aferrada a sus caducos privilegios es solo propaganda política, convertida, eso sí, por los vencedores en relato histórico.[11]

 

Pérez Vejo sostiene que la pugna entre criollos y españoles no fue tanto la causa como la consecuencia del mismo conflicto armado.[12] Es en torno a estas coordenadas que me propuse leer la historia del brigadier realista José de la Cruz, escrita por Juan Ramón de Andrés.

***

 

1.    De la vida del personaje

 

En su escrito, De Andrés nos pone al corriente de cuál era el bagaje de este personaje al momento de desembarcar el 2 de noviembre de 1810 en el puerto de Veracruz, pocos días después de la crucial batalla de Monte de las Cruces. Había nacido en Arapiles, Salamanca, en 1776, y luchó como soldado y luego sargento en la guerra del Rosellón (1793-1795) contra Francia, donde resultó “herido y contuso”. Después participó en la “guerra de independencia” desde 1808, como Primer Ayudante General del Estado Mayor del Ejército de Extremadura y enseguida como Jefe de Instrucción de la Asamblea del Ejército.[13] Por sus méritos fue promovido a brigadier y, en abril de 1810, nombrado Comandante de la Primera Brigada de las Milicias de la Nueva España por el Consejo de Regencia de España. El virrey Francisco Xavier Venegas le confirió el puesto de Comandante General de las tropas de la Derecha el mismo día que pisó el suelo novohispano. Mientras Cruz había atravesado el Atlántico, como es sabido, el país se había desestabilizado por la insurgencia encabezada por el cura Miguel Hidalgo.

En atención a los que, según creo, son los ejes principales del libro, resaltaré a continuación las campañas militares de Cruz, el controversial tema de su política represiva y sus reveladoras observaciones acerca de la sociedad novohispana a través de la correspondencia con sus superiores jerárquicos, Félix María Calleja y el virrey Venegas, donde estimo que se encuentra una de las partes más jugosas de la publicación. De Andrés nos muestra que, al comenzar su campaña contrainsurgente, a Cruz le fue encomendada la región de Huichapan, en la intendencia de México. En esos territorios operó con éxito contra las partidas de Villagrán y Anaya.

De Andrés construye un relato muy puntual y ordenado de las maniobras militares de Cruz en combinación con las del brigadier Calleja. En este tenor, una vez controlada la región de Huichapan a finales de 1810, el ejército de Cruz marchó a San Juan del Río, Querétaro y enseguida a la zona del Bajío y de la antigua Valladolid (actual Morelia). Estos movimientos estaban previstos como aproximaciones a la principal concentración de insurgentes en las inmediaciones de Guadalajara, la que, según el plan original de Calleja, sería derrotada por una confluencia de los más robustos ejércitos realistas. Se sabe de sobra que la campaña de Calleja fue culminada con buen éxito en la batalla de Puente de Calderón en enero de 1811, sin la participación directa de Cruz. No obstante a veces se soslaya, como refiere De Andrés, que si “Cruz no llegó a tiempo a sumarse a las fuerzas de Calleja”, por esos días se apuntó un triunfo “casi igual de importante en [la batalla de] Urepetiro”, cerca de Zamora.[14] El 21 de enero de 1811 Cruz entró en Guadalajara y fue en persecución de los insurgentes hasta derrotar al cura José María Mercado y tomar posesión de los enclaves de Tepic y el puerto de San Blas.

 

2.    Autoridad suprema en la Nueva Galicia

 

Cuando volvió a Guadalajara de su campaña en lo que hoy es Nayarit, en febrero de 1811, lo hizo como Comandante General de la Nueva Galicia y Presidente de la Real Audiencia, siendo ambos interinatos, por designación de Venegas. Iniciaba entonces una larga y difícil labor pacificadora y administrativa en su jurisdicción. La correspondencia entre los jefes realistas refleja las adversidades que tuvieron que enfrentar desde el punto de vista militar. Principalmente, cómo resguardar territorios tan vastos —y frecuentados por gavillas insurgentes— con tropas tan limitadas. Una respuesta fue la conformación de milicias realistas a escala local, y otra que se formaran columnas volantes con sus recorridos en búsqueda de los rebeldes.

Las cartas consultadas por De Andrés dejan ver, por otra parte, las discrepancias entre las ideas estratégicas de Calleja y Cruz. Mientras el primero era partidario de proteger los enclaves más valiosos de la geografía novohispana, dejando el resto expuesto a “esos enjambres de bribones”, y esperar a la concentración de insurgentes para dar “golpes seguros” con el grueso del ejército realista, el segundo era más partidario de que las divisiones realistas aniquilasen “a la chusma” donde comenzase a reunirse sin dar tiempo para que aglutinaran grandes números. Con estas divergencias de fondo, el año de 1811 fue de preparación de una nueva campaña combinada para enfrentar a la insurgencia donde entonces se hallaba mayormente concentrada: la provincia de Valladolid, “el manantial de la insurrección”, una región “endemoniada” en expresión de Cruz.[15] Sobre el desempeño militar de Cruz, la conclusión del autor es que, al menos durante el par de años bajo su lupa, “fue realmente eficaz y correcto, sobresaliente para los realistas”.[16]

 

3.    El represor y su leyenda negra

 

Entre los más interesantes temas abordados por Juan Ramón de Andrés está el de la represión ejercida por Cruz durante este primer tramo de la guerra civil novohispana. El autor no ignora que, por lo común, la historiografía le ha atribuido una excesiva dureza, “rozando el paroxismo de la crueldad”, y que, debido a esto, el nombre de Cruz ha sido condenado a figurar en las listas negras de los relatos nacionalistas en México.[17] De Andrés nos recuerda que, por sus atrocidades y su presunto enriquecimiento ilícito, ya en su día a Cruz le apodaron “Juan del Diablo”, y fray Servando Teresa de Mier le llamó  “Cruz del mal ladrón”.[18] Al iniciar su andadura contrainsurgente en Huichapan, Cruz publicó sus primeros bandos donde advertía que sus soldados dispararían sobre cualquier reunión de más de seis personas y que debía respetarse el toque de queda. Asimismo, prohibió que, en caso de alarma, la población se asomase por las ventanas de sus casas, y exigió a los habitantes que denunciaran a los rebeldes so pena de considerárseles cómplices.[19]

En lo sucesivo, Cruz no abandonaría esa tónica. Por el estilo de los bandos de Huichapan, Cruz publicó otro en Guadalajara que ha sido catalogado por historiadores, decimonónicos y actuales, como “muy riguroso” cuando no “arbitrario y sanguinario”. Cruz también ordenaba “quintar” a los pueblos donde ocurrieran desmanes como el asesinato de españoles y se ofreciera resistencia a cooperar con la causa realista en el castigo de los insurrectos.[20] En sus cartas a Calleja, Cruz dejaba ver su determinación de aplastar a la rebelión: “La piedad no debe sernos conocida. Tal es el sistema que ya sigo”.[21] Sin embargo, De Andrés hace un esfuerzo para matizar, al observar que esta represión

 

Cruz la practicó de una forma durísima, tanto por su fortísima personalidad […] como porque las condiciones de la guerra contrainsurgente así lo dictaban. Pero es necesario decir que siempre antes de ejercer esta represión se ofrecía el indulto y la reconciliación con el legítimo gobierno y la buena causa, práctica habitual en todos los virreyes de la Nueva España durante este convulso período”.[22]

 

Cruz justificaba el ofrecimiento de indultos porque no restaban al “decoro de las armas” y buscaban evitar el “derramamiento de sangre”.[23] Aunado a esto, refiere De Andrés, para las autoridades realistas

 

los insurgentes no dejaban de ser gente alucinada y engañada que se había desmandado por el embuste de creer que, en realidad, eran ellos los que defendían al rey, a la religión y a la patria. De aquí que […] ofrecieran, siempre y sistemáticamente, el perdón real para reencauzar a toda esta gente descarriada que formaba el grueso de los insurgentes.[24]

 

De Andrés recuerda en este sentido el caso del párroco de Mascota, Francisco Severo Maldonado, favorable a los insurgentes, quien fundó y dirigió luego El Telégrafo de Guadalajara, periódico al servicio de los realistas.[25] Dicho esto, la actitud de Cruz es retratada como alternancia entre benevolencia y rigor.

 

4.    Congruencia epistemológica: la necesidad de revisar desde las fuentes

Aunque el gobierno de Cruz en Guadalajara de ordinario ha sido puesto en entredicho por la historiografía, principalmente por su intransigencia, lo cierto es que De Andrés rescata una serie de documentos que muestran cómo algunas importantes corporaciones pidieron su continuidad cuando cundió la noticia de que Cruz sería relevado de su alto cargo. El Ayuntamiento de Guadalajara escribió al virrey para alabar la “acertadísima elección” de Cruz, pues su “solo nombre […] infundía sobre los rebeldes el  horror”. En la correspondencia se aseguraba que en Cruz “descansaba la confianza de todos los órdenes de esta república, a quien todos aman por inclinación y por gratitud a la vigilancia con que incesantemente cuida de la seguridad”.[26] La sala capitular de la Catedral de Guadalajara hizo lo propio al señalar que Cruz se había ganado “el respeto y la confianza de todos los hombres de bien, de los verdaderos españoles”, y que sin “la protección de un caudillo tan valiente como experto, mirarían su ruina muy de cerca, y temerían fundadamente el volverse a ver sujetos no muy tarde al escandaloso duro yugo de los rebeldes”.[27]

Las comunidades religiosas de Guadalajara también alzaron su voz: “No ha habido obstáculo que [Cruz] no haya vencido, ni sacrificio que haya omitido cuando lo ha juzgado necesario para la seguridad y defensa de esta hermosa y fértil Provincia”, al punto que ninguno de los “vecinos honrados” había que “no desee que se perpetúe su gobierno”. En reconocimiento al mérito de Cruz, Venegas dispuso su permanencia hasta que, en noviembre de 1811, el Consejo de Regencia de España e Indias le confió definitivamente los empleos de Comandante General e Intendente del Reino de la Nueva Galicia y Presidente de la Real Audiencia de Guadalajara.[28]

Tal y como decía antes, otro de los aspectos más llamativos de este estudio es cómo se expresaban, en lo privado, los mandos realistas en su intercambio epistolar. Por esas cartas puede apreciarse cómo se referían a la insurgencia y cuáles eran sus impresiones respecto al ánimo y las simpatías de sectores de la población novohispana. Por otro lado, a través de esos documentos pueden también otearse los sentimientos cambiantes y contradictorios de los jefes realistas, que iban desde la satisfacción por los buenos resultados de sus campañas hasta la desazón y amargura por permanecer en un suelo agreste y hostil. Así, en esos documentos puede advertirse la desconfianza hacia los verdaderos sentimientos de algunas poblaciones, en las que Cruz veía “grabada” tantas veces la “profunda raíz del mal” revolucionario.[29]

En esa correspondencia, aderezada con epítetos durísimos, los insurgentes son calificados como “miserables”, “incapaces de raciocinio”, “bribones”, “borrachos, ladrones, asesinos, holgazanes, extraídos la mayor parte de las cárceles, y de otra canalla igual que siempre ha sido considerada como la hez y la escoria de los pueblos”[30]. Al clérigo caudillo Miguel Hidalgo lo describe como “el cura mitinero” o “el genio del mal”.[31] Cuando cayó preso “el bribón Hidalgo”, Cruz escribió a Calleja para informarle sobre el supuesto júbilo con que tal noticia fue recibida en Nueva Galicia. El Despertador Americano, famoso periódico insurgente, lo adjetivó de “atrevido, aunque escrito sin gran seso”.[32] A través de ese periódico y por otros medios se advertía que los insurgentes propalaban versiones falsas sobre atrocidades de los realistas y cómo buscaban engañar a la población con la especie de que los españoles entregarían el reino a los ingleses.[33]

Ambos bandos, pues, empleaban un discurso donde los suyos eran los defensores de la patria contra el extranjero. Otro aspecto que merece destacarse es cómo en esa correspondencia consta que los jefes realistas, empezando por el virrey Venegas, subrayaron “la escandalosa verdad” de la connivencia entre una parte importante del clero y la insurgencia, clérigos y frailes a los que hicieron responsables de “tantos males como de su causa primitiva insurreccional”.[34]

 

Conclusión

 

La obra de Juan Ramón de Andrés, bien escrita y fundamentada, a la vez que sugestiva, si bien circunscrita a los años de 1810 y 1811, deja al lector presa de un interés por conocer más sobre el personaje y su trayectoria posterior. Es una curiosidad que, al parecer, podría ser satisfecha en un futuro próximo, dado que el autor anuncia que su meta es publicar una trilogía que abarque el resto de la vida política-militar de Cruz en la Nueva España y su ulterior retorno a la Península Ibérica.

Damos la enhorabuena a una investigación que contribuirá a ampliar el conocimiento y enriquecer la discusión sobre el intrincado episodio de nuestra historia que fue la fractura del mundo hispánico.



[1] Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en historia por el ciesas-Occidente, y actualmente profesor de asignatura en la Universidad Panamericana (campus Ciudad de México), es Secretario de Redacción de Fuego y Raya, revista semestral hispanoamericana de historia y política (Córdoba, Argentina), miembro del Sistema Nacional de Investigadores y del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara.

[2] Madrid, Dykinson, 2020, 212 pp.

[3] Tomás Pérez Vejo, Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas, México, Crítica, 2019, pp. 11-12.

[4] Ibíd., p. 108.

[5] Ibíd., p. 44.

[6] Ibíd., p. 19.

[7] Ibíd., p. 117.

[8] Ibíd., p. 18.

[9] Ibíd., pp. 145-147.

[10] Ibíd., pp. 157-158.

[11] Ibíd., p. 55.

[12] Ibíd., p. 162.

[13] Juan Ramón de Andrés, La guerra del general Cruz contra la independencia de México. El brigadier realista José de la Cruz como comandante general de los Ejércitos de la Derecha y Operaciones de Reserva de la Nueva España (1810-1811), Madrid:   Dykinson, 2020, p. 11.

[14] Ibíd., p. 206.

[15] Cruz, en ibíd., pp. 156 y 189.

[16] Ibíd., p. 207.

[17] Ibíd., p. 33.

[18] Ibíd., p. 143.

[19] Ibíd., p. 33.

[20] Ibíd., pp. 39 y 40.

[21] Cruz, en ibíd., p. 150.

[22] Ibíd., p. 208.

[23] Cruz, en ibíd., p. 139.

[24] Ibíd., p. 208.

[25] Ibíd., p. 140.

[26] Citado en ibíd., p. 175.

[27] Citado en ibíd., p. 174.

[28] Ibíd., p. 205.

[29] Ibíd., p. 93.

[30] Cruz, en ibíd., pp. 78 y 143.

[31] Ibíd., p. 85.

[32] Cruz, en ibíd., p. 97.

[33] Ibíd., p. 105.

[34] Venegas, en ibíd., p. 92.





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