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Memorias de la esplendidísima Coronación

de la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Zapopan

1ª parte

 

Luis del Refugio de Palacio, ofm[1]

 

Comenzando apenas la cuenta regresiva del bicentenario

del otorgamiento del rango de Generala de Armas del Reino

por las autoridades civiles a la venerable imagen

de Nuestra Señora de Zapopan el 15 de septiembre de 1821,

se irá publicando, a partir de este número, cómo tuvo lugar su coronación pontificia.[2]

 

 

…dico ego opera mea regi[3]

Ps xlv, ii

 

Dios en su misericordia me ha conservado la vida

 

[Exordio]

 

Hace unos meses puse la mano, aunque con grande y poco satisfactorio trabajo, a lo último que me quedaba por hacer de la Recopilación de datos para servir la historia de la Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Zapopan y de su Colegio y Santuario,[4] los índices; si bien lo que a mi salud toca es todo pura ruina.

Considérome, por tanto, obligado a tratar de la efectiva coronación de la celebérrima y bendita imagen, y a ello me han impulsado ora los ruegos y los expresos mandados de mis amigos por una parte y de quien dirige mi espíritu por la otra; ora los apremiantes estímulos que constantemente me aquejan, pero principalmente de dos días a esta parte; experimentando las faltas crecientes de mi gastada memoria –ya no pocos pormenores han desamparado los rincones de mis almacenajes recordativos– y la desaparición de quien debía ser colaborador como quien activísima y más inmediatamente que nadie había intervenido en las solemnidades y tenía los datos, hilos y secretos de todo aquel excepcional movimiento. Me refiero a mi queridísimo amigo y compañero de afán por Zapopan, el señor presbítero don Enrique Anguiano y González, sacristán segundo a la sazón de la santa Catedral guadalajarense, con quien me unieron fuertes lazos de la más tierna amistad, y cuyo recuerdo es para mí imperecedero y dulce su recordación.

Me queda el recurso de uno que otro papel que guardé y, más importante aún, el de dicho otro amigo, también fidelísimo, que intervino no menos, según haré ver, el señor don José María Figueroa y Luna,[5] ilustre sacerdote, muy adicto de nuestra religiosa familia zapopana y devoto ferviente asimismo de tan bendita imagen. Con la cualidad muy favorable al caso de que es conocedor y minucioso detallista, muy aficionado y dedicado a las solemnidades del culto y memorista envidiable.[6]

Pongo, pues, la descarnada y trémula mano a la labor: descuelgo mi enmohecida y ya abandonada pluma; comienzo mi menudo relato, temeroso yo de destilar amargor en estas columnas: de hecho preso y bajo la ya insoportable y rigidísima férula de un gobierno pésimo que, con guante o manopla de pesado hierro forjada en el averno en las malditísimas y negras forjas y braseros de Plutón, oprime a la Iglesia mexicana, persigue de muerte a sus Prelados y sacerdotes, y en este estado, desventurado cual ninguno, nos tiene penados de no respirar el aire de una plazuela, de un camino, de un campo, de una calle –seguros ni aun el de las casas, propias ni ajenas–, envilecidos con figurones de seglarescos y ridículos trajes; a un pan pedir, y con la cruda y punzante espina de estar a sobrecarga en las casas extrañas; y yo, privado de mi atmósfera, de mi elemento, de mi claustro, de mi querido coro, de mi pacífico rincón, de mi tranquila celda, cohibido, enfermizo, caduco y casi expirante, que es decir, por otros tantos capítulos inepto para tal labor ¿qué dará esta pluma de sí…?[7]

¡Oh, lástima grande! tan rico asunto que, quien le supiese dar vida, ¡cómo lo presentará lleno de interés, y éste siempre creciente! ¡Cuántas oportunidades, habidas sin linaje de forzamiento, para ingerir preciosas reflexiones, utilísimas enseñanzas, valiosas experiencias!

Pero, si nadie le ha puesto mano, ¿lo abandonaré tranquilo, para que sea el yacer perpetuo en un oprobioso olvido, que derrame no muy tarde la fea mancha de ingrato a mi suelo, a mi convento, tan privilegiados de la Virgen Madre, siendo yo, quiera que no, solidario por más de un título, para el efecto de pagar cumplidamente deuda tan sagrada? ¿Seré tan avaro que niegue a la posteridad el recuento de aquellas alegrías, ansias, entusiasmo no visto, menos que fueran al cabo pasados al ser de realidades, superando con mucho a nuestras mismas ansias? ¡Engólfense a quienes aún durare algo la vida con tan sabrosos, tan benditos recuerdos! ¡Gózese la posteridad, enorgullézcase la patria; halle el sabio pensador causa ocasional proporcionada en enojo y despecho del infierno, de sus cohortes, de sus adictos servidores los furiosos liberales, para comprender el crudelísimo y furibundo despique que se están tomando, cual desahogo y satánica venganza permitida por altos juicios de Dios!

Pues bien: ya que no es posible a mi nulidad y absoluta insuficiencia hacer mi labor bien cumplida, esmerada, hermosa y exacta, sea a lo menos cual mi poquedad alcance y pronto, antes de que el tiempo, los pesares, la muerte que ya llega, borren las circunstancias que todavía hoy se conocen y pueden hacerse presentes.

Y en el nombre santo de Dios y de su Madre benditísima doy inicio a mi humildísima labor.

Para proceder con orden, tendrán estas memorias seis partes:

-       En la primera se incluirá cuánto desde mucho tiempo antes mantuvo el deseo de la coronación; y las primeras y por entonces del todo inútiles gestiones que para conseguirla se hicieron.

-       En la segunda tendrá cabida lo que ya fue por beneficio de Dios gestión eficaz.

-       En la tercera lo que ya fue preparación inmediata.

-       Referirá la cuarta lo que se intentaba y se impidió.

-       Dirá la quinta lo tocante al acto y solemnidad de la coronación.

-       Dirá la parte sexta cómo se recibió en Zapopan y en su santuario la Virgen-Reina y su culto de entonces al presente.

 

 

Primera parte

 

 

1.    Antiguo deseo y primeras gestiones para la Coronación de Nuestra Señora de Zapopan

 

Antes de entrar en materia advierto que, aunque existe el Álbum de la Coronación,[8] esto no es lo mismo.

En él debieron figurar ciertos puntos, como fue, primeramente, el prólogo, lindamente trabajado por el Señor Presbítero (también malogrado ya, r.i.p.) don José Trinidad Santiago, el cual aquí no tiene cabida; la brevísima historia de Nuestra Señora, que ocupa el inicio; la descripción de su santa imagen milagrosa y conceptos tomados de la [Carta] Pastoral del Ilustrísimo Prelado de esta Arquidiócesis;[9] la biografía suya y la del Soberano Pontífice entonces reinante,[10] etcétera… porque la historia y descripción hago de cuenta que preceden a este mi trabajo, aquí mismo y más a la larga en la Recopilación…; la Pastoral debe, en cambio, figurar íntegra, y así mil cosas que en el Álbum, por economía, forzosamente se omitieron.

Esto mío ni corresponde ni suple al Álbum, es otra cosa: mi mente es tener una reseña, la más minuciosa y exacta que sea posible, omitiendo algo que no nos toca tanto e incluyendo sí mucho más, principalmente para tenerlo agregado a la citada Recopilación, para ponerlo de pronto a los pies de nuestra Sacratísima Prelada, ya Serenísima Reina, y luego archivar todo en su Santuario, para provecho, en primer término, de la religiosa familia (si Nuestro Señor la conservase) y enseguida de quien o quienes buscan datos para la historia: o ya del país, o ya de esta porción que fue el interesante Reino de la Nueva Galicia, o de la parte que hoy es Xalisco;[11] o de la Iglesia mexicana o Guadalajarense, o de su cuidad capital y sede hoy metropolitana; o de la Santa Provincia de Xalisco,[12] finalmente, si Dios los suscitare, que a todos y cada uno puede servir.

Y para enseñanza, escarmiento y provecho de estos últimos aludidos, los religiosos de la dicha, no quiero callar, aunque pudiera, ciertas cosillas mortificantes que referiré, y no salieron bien, con el fin de que se precavan y eviten en lo futuro. La coronación de Nuestra Señora de Zapopan no se repetirá ya; pero sí ocasiones análogas, en que, con atención a lo aquí se tilda, puedan semejantes lances evitarse.

Advertido lo cual, paso a dar cuenta de lo primero que se sabe en cuanto a coronar a la Virgen de Zapopan.

 

i

 

Lo de coronar las imágenes de María Santísima en ocasión dada y de la manera más formal y solemne es práctica santa ha mucho tiempo se usa en la Iglesia de Dios.

Es en particular célebre un legado que el Conde Alejandro Sforza Pallavicini dejó al venerabilísimo Cabildo de San Pedro en el Vaticano para que de tiempo en tiempo se coronase alguna Imagen de la Santísima Virgen, de las más insignes en veneración, antigüedad y milagros que se tienen en Roma y en la Italia.[13]

Haré mención de algunas que acuden a mi memoria.

Entre muchas de esa santa ciudad, están coronadas la de la Santa María la Mayor, que se venera en su propia y suntuosísima capilla al lado de la Basílica y que llaman Capilla Paulina o borguesiana, por el Papa Pablo v, que la edificó, pero la imagen no sólo es venerada desde los primeros tiempos del catolicismo, sino que se atribuye muy generalmente al arte de San Lucas, el Evangelista, sujeto de grande ilustración, médico y pintor.

La de nuestra iglesia de Aracœli[14] y la de los Padres Agustinos, llamada Santa María del Populo –pegada a la puerta de este nombre– atribuidas con otras cuantas al origen mismo.

Otra de Aracoeli, que es la Purísima (vese en los misales franciscanos); la veneradísima del Sansovino (que dicen “la Madona de Santo Agostino”); la de Porticu, la de la Scalla, la primorosa (en mosaico) de la capilla del coro de San Pedro, que es Purísima –con Nuestro Padre San Francisco y San Antonio al pie–, que el día de la declaración dogmática coronó Pío ix, etcétera, etcétera. Unas de ellas son pinturas y tienen adherida la media corona; de bulto otras, grandes, pequeñas y hasta pequeñísimas.

De fuera de Roma, la sobreinsigne, y tan ligada con nuestros franciscanos Colegios de Misiones de Guadalupe, Zapopan y Cholula, en la ciudad y diócesis Praenestina,[15] suburbicaria o sufragánea de la misma santa ciudad, esto es Nuestra Señora Refugio de los Pecadores. En nuestro santo monte Alverna, la de la escalera que baja a la celda y capilla de las Llagas de Nuestro Padre San Francisco, situada y venerada sobre el arco; la del altar mayor de la iglesia llamada Grande. En la Porciúncula la del coro (o de “las Aguas”, de bulto, tamaño natural, colorida, doradas las ropas), la del altar de la capilla o Sagrada Porciúncula, pintada por el Padre Hilario de Viterbo,[16] etcétera, etcétera.

De ellas, unas coronadas por mandado del Papa, como la ya expresada del Refugio, otras por los Papas en diversas ocasiones, como la que el Papa Pío vii coronó por su mano al volver del destierro, en la basílica de San Nicolás, en Tolentino; Gregorio xvi la de Santa María la Mayor; y de la otra (por dejar aquí esta reseña) celebérrima de Loreto, atribuida, aunque de talla y de cedro estimabilísimo del Líbano, al mismo San Lucas, a la cual tuve la dicha de venerar en la Santa Casa Lauretana. Esta por mil títulos querida, preciadísima y venerabilísima imagen se quemó,[17] permitiéndolo Dios por sus altos juicios; fue repuesta en singularísima circunstancias, que he leído, y coronada por mano del Papa Pío xi, hoy reinante, en la Capilla Sixtina del Palacio Vaticano, aun antes de llevarla a Loreto y colocarla en la Santa Casa.

Fuera también de Roma las hay coronadas o de comisión o a nombre del Romano Pontífice o del Cabildo de San Pedro (privativo en este derecho) en Francia, Suiza, Austria, etcétera, como en Francia la de Lourdes y de seguro la de Chartres, etcétera; en España, algunas: la sobreinsigne de la Merced, en Barcelona (que Dios me concedió ver y venerar), la nuestra, pervetusta, de Aránzazu,[18] de grandes cariños en Vizcaya, etcétera, etcétera.

Haylas no ha mucho coronadas en la América del Sur, como es la de Andacollo o Lucero de Chile, Nuestra Señora del Valle… y, ni faltaban, ya no faltan en nuestro suelo mexicano: la de la Raíz, que fue de Padres Agustinos en su Doctrina o Curato regular y conventual de Jacona,[19] la de Guadalupe de México,[20] la de la Soledad de Oaxaca,[21] la de Ocotlán, en Tlaxcala,[22] la Purísima nuestra del Convento de San Francisco de Celaya,[23] la de la Soledad de Irapuato;[24] y hay la licencia para coronar, aunque no se ha coronado, la del Patrocinio de Zacatecas, que tiene su pequeño santuario sobre el famoso cerro de la Bufa;[25] las que nos tocan más inmediatas de San Juan de los Lagos o Mezquititlán[26] y la de Talpa,[27] en estas cercanías.

No dejaría de haber noticia en México de esta suerte de coronación de imágenes de la Virgen como tan apreciable; puesto que es ya antigua, y de antiguo solían venir jesuitas y otros eclesiásticos versados de allende los mares: principalmente lo platicarían los que hubiesen estado en la santa ciudad; aun de los nuestros, más desvalidos y faltos de ocasión y medios, de esta misma Provincia de Xalisco, no pocos fueron en persona a los Capítulos Generales, lo cual eran aun circunstancia de abono en su persona, y la designaban con este título: asistente real.

Dejado lo que pudo ser, de cierto tenemos que el caballero italiano Lorenzo Boturini Benaduci,[28] estante en la corte mexicana, se enamoró de nuestra Morenita Tepeyacense y, visto que concurrían con creces en tan preciosa y veneranda imagen las circunstancias requeridas, parecióle oportunísimo impetrar, prevalido de sus operaciones, e impetró de hecho del Reverendísimo Cabildo de San Pedro el Rescripto necesario, y ya se disponía a que se hiciese efectiva la coronación solemnísima de Nuestra Señora de Guadalupe en su ayate de México. Pero aquí entra la política de los Ministros de la corte española, préndese en celos, y todo lo impiden y mal parado quedó de entonces más el buen señor a quien, sin tal pasión política, debían quedar entonces agradecidos y prestar apoyo y favor, que hubiera sido valiosísimo.

Ni quien más despegara los labios; pero quedó más radicada la noticia y vivo el deseo, aunque durante largo, larguísimo tiempo, conservaron uno y otro sólo unos pocos más ilustrados.

Fue, pues, la primera imagen que se intentó coronar, la de nuestra Señora de Guadalupe.

La segunda que se intentó, y primera que se logró, nuestra Señora, ya dicha, de la Esperanza o de la Raíz, de Jacona.[29]

La tercera que se intentó, u ocurrió, y a su tiempo se logró, nuestra Señora de Zapopan.

Esto fluye de los hechos: no intento dar a mis pobres asertos autoridad dogmática; es lo que yo alcanzo, y aun lo que se sabe por acá. Si intentada de tan antiguo la coronación guadalupana, y tan luego impedida, se deseó o intentó solicitar facultades romanas (téngolo por imposible) para coronar alguna otra santa imagen mariana de las muchas en aptitud que esmaltaban ya en nuestro privilegiado suelo, lo ignoro.

Si coronada felizmente la de Jacona ocurrió coronar otra, aparte de las de Guadalupe y Zapopan, no se suena, nada por acá se sabe. Lo que puedo ofrecer a los pósteros es lo siguiente.

 



[1] Franciscano tapatío (1868-1941), compuso una copiosa bibliografía con temas historiográficos relacionados con el culto zapopano, que inexplicablemente sigue inédita casi toda. Sólo las notas al pie de página que aparezcan en el manuscrito original serán señaladas como tales. Las demás las ha colocado el editor de este Boletín.

[2] La paleografía del manuscrito que aquí se transcribe es del licenciado en historia Aldo Mendoza Serrano. El manuscrito lo resguarda desde el año 2019 el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, gracias a la entrega que de él hizo el congregante mariano Luis Alfonso Aguilar Becerra. En la portadilla del documento dice, entre paréntesis: “(De tejas abajo a mi querida hermana doña María de Palacio, Basave, Valois, Treviño), “Guadalajara, 12 de noviembre de 1927. Copia para el señor don [J.] Cruz de la Mora [Ramírez]. Zapopan”. Se trata este último de un escultor nativo de esa cabecera, de mucho mérito en su oficio, que vivió de 1892 a 1954.

[3] “Yo dedico mis versos al Rey”.

[4] El trabajo supremo que se impuso hace un siglo Fray Luis del Refugio lo dejó compilado en diez abultados tomos de manuscritos de un valor intrínseco excepcional. Están depositados en el Archivo Histórico de la Curia de la Provincia Franciscana de los Santos Francisco y Santiago a la espera de un editor.

[5] Tapatío (1887-1966), presbítero del clero de Guadalajara (1912), fue postulante a fraile franciscano en el convento de Zapopan, al lado de José Garibi Rivera y bajo la conducción de Fray Luis de Palacio. A la vuelta de un año, ambos pasaron al Seminario Conciliar de Guadalajara, para cuyo clero se ordenaron presbíteros en 1912. Don José María fue nominado rector del templo conventual de Santa Teresa en esa ciudad en 1919 y lo fue hasta 1948. Apodado “el Mesón de la Virgen”, a partir de 1735 en el convento de las Descalzas se depositaba la imagen para su aliño y compostura antes de pasar a la Catedral el día de San Antonio de cada año, el 13 de junio, comenzando así su visita a los templos de la ciudad de la que fue jurada celestial intercesora. La diligencia y celo de don José María evitaron la extinción del culto zapopano en tiempos de persecución religiosa. Es fama que tuvo la precaución, en lo más duro de ella (1926-1929), de mantenerla oculta para su seguridad en su domicilio personal, anexo al convento teresiano (la esquina noreste de la confluencia de las calles de Donato Guerra y de Pedro Loza, en el centro de Guadalajara) [N. del E.].

[6] Don José María, gracias a su tacto y ascendencia, coleccionó manuscritos, joyas bibliográficas, antigüedades y piezas de orfebrería exquisitas. Por desgracia, además de ágrafo, dejó sus bienes a herederos que dispusieron de ellos de forma discrecional [N. del E.].

[7] Considérese que el autor escribe estas memorias en 1927, que es como decir en lo más recio de la persecución religiosa en México, la guerra cristera.

[8] Se refiere Fray Luis al libro Álbum de la coronación de Nuestra Señora de Zapopan, Guadalajara, Impresores y Editores Juan Kaiser Sucs., S. en C., 1921, edición eximia en su muy esmerada calidad editorial e ilustraciones.

[9] Don Francisco Orozco y Jiménez.

[10] Benedicto xv (Giacomo Paolo Giovanni Battista della Chiesa, Pegli, Italia, 1854), Papa del 3 de septiembre de 1914 hasta su muerte, el 22 de enero de 1922, fue testigo de la Primera Guerra Mundial y sus devastadoras secuelas en el campo político, social y humanitario para Europa y el resto del mundo.

[11] Así aparece en el original.

[12] Alude a la poco antes restaurada (1908) Provincia de los Santos Francisco y Santiago, de los Hermanos Menores.

[13] Alejandro Sforza Pallavicino, conde de Borgonovo, dispuso en su testamento (1636) que parte de sus bienes fueran destinados a promover la coronación de las imágenes de María Santísima más veneradas de todo el mundo.

[14] La Basílica de Santa María de Aracoeli de Roma ocupa la cumbre más alta del Monte Capitolino, por lo que hasta hoy es el templo al servicio del Senado y el Pueblo Romano (Senatus Populusque Romanus). Debe su nombre actual a una leyenda medieval (Mirabilia Urbis Romae), según la cual se edificó en el lugar donde la sibila tiburtina profetizó a Augusto la llegada de Cristo. El Papa la confió primero a los benedictinos (siglo ix), y luego, por bula, a los franciscanos (1249-1250), que le dieron el aspecto románico-gótico que actualmente tiene.

[15] La sede suburbicaria di Palestrina (en latín: Praenestina) es una diócesis sufragánea a la de Roma, en la región eclesiástica del Lacio. Comprende 16 comunas de la provincia de Roma y 2 de la de Frosinone. Su sede episcopal es la ciudad de Palestrina, donde está la catedral de San Agapito. Lugar muy importante de la diócesis es el santuario de Nuestra Señora del Buen Consejo de Genazzano. Su territorio está subdividido en 49 parroquias.

[16] El presbítero Ilario Zacchi da Viterbo fue un pintor activo en el siglo xiv en la Umbría y el norte de Lacio. La obra que aquí se menciona la concluyó en 1393..

[17] En 1921 un incendio destruyó la estatua original.

[18] La Provincia franciscana de Cantabria atienda desde hace siglos el Santuario de Aránzazu, en Oñate, Guipúzcoa, y la tiene por celestial intercesora, dato no ajeno la extensión de ese culto mariano entre los franciscanos, como lo es la última capilla edificada dentro del atrio del convento de San Francisco de Guadalajara.

[19] La Virgen de la Raíz o Nuestra Señora de la Esperanza, pequeña y muy antigua escultura de la Virgen María venerada en el santuario de Jacona.

[20] 12 de octubre de 1895.

[21] 18 de diciembre de 1909.

[22] 12 de mayo de 1907.

[23] 12 de octubre de 1909.

[24] 29 de abril de 1922.

[25] Lo sería el 15 de septiembre de 1967.

[26] 15 de agosto de 1904.

[27] La autorización se remonta a diciembre de 1921, pero la ceremonia no tuvo lugar hasta el 12 de mayo de 1923.

[28] (Sondrio, Italia, 1698-Madrid 1755) fue un historiador, anticuario y cronista de las culturas indígenas de Nueva España y promotor del culto de Nuestra Señora de Guadalupe de México.

[29] En el manuscrito el autor escribe intencionadamente Xacona ésta y todas las demás veces que usa la palabra, que como aquí se dice, su imagen mariana tiene el raro privilegio de haber sido la primera en recibir la coronación pontificia en América (14 de febrero de 1886).





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