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Parábola de El padre Arreola

Juan Nepote[1]

El mayor biógrafo del presbítero José María Arreola (1870-1961),

pionero de las ciencias exactas en Jalisco,

y cofundador de la Universidad de Guadalajara,

ofrece aquí, en su sesquicentenario natalicio,

datos precisos respecto al doble vínculo que asumió este personaje

como clérigo y como científico.[2]

 

Se han contado historias tan singulares de aquel hombre conocido como El padre Arreola, que su vida parece imaginada por un novelista. Se ha dicho que fue un sacerdote y un científico, que dio clases de matemáticas, y de física, meteorología y astronomía con instrumentos fabricados por él mismo; que antes que él no hubo nadie que supiera estudiar sistemáticamente los volcanes; que fue inventor, que coleccionaba libros raros, imposibles; que en 1912 supo anticipar los días exactos y el horario preciso en que una serie de terremotos convulsionaría el suelo de la ciudad de Guadalajara y que, por todo ello y tantos asuntos más, las autoridades de la Iglesia católica habrían terminado por excomulgarlo. También se dijo que fue impresor, lingüista, arqueólogo, fotógrafo, que estuvo entre los fundadores de la Universidad de Guadalajara. Se dijeron tantas cosas y tan distintas, que todo parece mentira. Y sin embargo, más o menos todo ocurrió. Aunque, como siempre pasa, los hechos no son idénticos al relato de los sucesos.

            Ahora que celebramos el sesquicentenario de su nacimiento, ahora que lo hemos olvidado casi por completo, don Tomás de Híjar Ornelas ha decidido recordar en las páginas de este Boletín Eclesiástico las insólitas ideas, las magnéticas obras y los incontables afanes de El padre Arreola: agradezco la generosa amabilidad con la que me ha invitado a sumarme al festejo.

 

1.    “…alguna relación que los explicara debidamente…”

 

José́ María es el tercero de los once hijos que tuvieron Laura Mendoza —ocupada en los trajines eternos de un hogar que podemos imaginar escandaloso y demandante— y Salvador Arriola, ebanista y vendedor de ocasión, productor de inolvidables rompopes y vinos de membrillo, de zarzamora, de ciruela o de durazno. Nació el sábado 3 de septiembre de 1870 a las tres de la mañana en Ciudad Guzmán, donde, según su testimonio, su “espíritu encontraba vasto campo para su expansión” y sentía que “Todos los fenómenos que se presentaban a mi vista me preocupaban en gran manera, procurando siempre buscar entre ellos algún enlace, alguna relación que los explicara debidamente”. Pero de la esplendidez natural del sur de Jalisco lo que más alimenta su curiosidad es aquel volcán, a menos de 30 kilómetros de distancia, que siempre se ve inquieto, con esas fumarolas leves, algunos relámpagos esporádicos acompañados de terremotos. Todo un misterio irresistible.

No son abundantes las opciones de estudio para un niño del último tercio del siglo xix en Ciudad Guzmán: el Seminario, inaugurado el 19 de noviembre de 1868, con una secundaria y preparatoria, además de una escuela para los niños; el Instituto Particular de Enseñanza Secundaria, fundado en 1880 y la Secundaria Fraternidad, en 1881. Pero en casa de la familia Arreola Mendoza, ya desde 1879, se toma la decisión de que el mayor de los varones, Librado, ingrese en la Escuela Anexa del Seminario Auxiliar de Zapotlán el Grande —conocida como La Palma— acompañado de su hermano menor, José María.

Aquel sitio es un improbable centro de estudios de avanzada, gracias a la coincidencia de una plantilla de entusiastas sacerdotes naturalistas, astrónomos y matemáticos de seria afición. Allá mismo, también, se han procurado un modernísimo gabinete de física, por lo tanto, en aquel Seminario habrán de germinar sacerdotes, notarios públicos, abogados, médicos, boticarios, profesores, ingenieros, comerciantes, poetas, periodistas, músicos filarmónicos. Y por ello en el Seminario se llegará a escuchar que “Zapotlán lleva el epíteto de “el grande”, no tanto por el crecido número de sus habitantes, ni por la extensión de su suelo, ni por la majestad de sus montañas, ni por la variedad y riqueza de sus elementos, cuanto por la grandeza de sus aspiraciones, por su fe inquebrantable y por su ilustración”.

Al paso del tiempo, aún sin haber cumplido 22 años de edad ni haber terminado sus estudios, José María Arreola ya firma como Director de la Escuela Anexa y también ejerce de profesor del Laboratorio de Física.

 Es el mismo año de 1891 en que el Vicerrector del Seminario, Ignacio Chávez Gutiérrez, envía una carta a Guadalajara certificando que

 

el alumno D. José Mª Arreola hizo en el referido establecimiento, bajo la dirección de sus respectivos catedráticos, durante los años escolares de mil ochocientos ochenta y dos a mil ochocientos noventa y uno, los estudios correspondientes al Primero y Segundo Curso de Latín, Gramática general y Literatura, Lógica y Metafísica, Moral y Religión, Matemáticas, Física y Astronomía, tres años de Teología Dogmática, un año de Teología moral y el curso de Canto ritual y figurado, de cuyos estudios fue examinado y aprobado, habiendo obtenido en todos sus exámenes calificación suprema. El mencionado joven D. José Mª Arreola es muy recomendable por su aplicación y adelanto en sus estudios, como por su carácter juicioso y costumbres intachables.[3]

 

Y así en el Arzobispado de Guadalajara se abre un nuevo expediente el 30 de julio 1891 con la siguiente nota: “D. José Mª Arreola, alumno del Colegio de Zapotlán solicita órdenes”.

Tan pronto finaliza los últimos cursos de su vida como seminarista, el 28 de septiembre de 1893, Arreola dirige una solemne solicitud desde Zapotlán el Grande:

 

Ilmo. y Rmo. Señor Arzobispo don Pedro Loza y Pardavé:

José María Arreola, Subdiácono y alumno pasante de la Cátedra de Teología Moral en el Seminario Auxiliar de esta ciudad, ante V. S. Ilma. con el debido respeto expongo:

 

Que en noviembre del año antepasado recibí desde la Primera tonsura hasta el Subdiaconado; y deseando ahora ser promovido al Diaconado y Presbiterado, solicito humildemente de V. S. Ilma. se digne conferirme estas Sagradas Órdenes; en lo que recibiré nueva merced y gracia.

Dios Nuestro Señor guarde a V. S. Ilma. muchos años.

 

Las gestiones, claro, no terminan ahí: Arreola solicita cartas de recomendación (alguien deja constancia escrita de que “lo conoce íntimamente y por tal motivo le consta su honradez y religiosidad”; que “el joven Arreola es de buen carácter, por lo que se ha hecho apreciable de las personas que lo han tratado, muy dedicado al estudio y muy afecto a frecuentar los santos sacramentos”; alguien más confirma que él y su hermano Librado “pertenecen a una distinguida y piadosa familia de esta ciudad”, que “son tenidos por virtuosos, recogidos, honestos, pacíficos, de buena vida, costumbres y ejemplo; y son de aplicación y buena inteligencia en sus estudios”), un certificado médico que atestigua no padecer “ninguna enfermedad que pueda impedirle recibir las sagradas órdenes”) y arma un legajo con otras tantas evidencias que expiden las autoridades del Seminario Auxiliar de Zapotlán el Grande: “por los informes que he recibido el expresado joven no sólo es uno de los más aventajados en la carrera literaria, sino que por la conducta intachable que ha observado, ha merecido desempeñar algunos cargos honoríficos en el mismo establecimiento. Mas en cuanto a su familia, me consta su honradez y religiosidad”.    

Y para las últimas semanas de 1893 ya está en la ciudad de Guadalajara para recibir la ordenación sacerdotal del mismísimo arzobispo Pedro Loza y Pardavé, junto con su inseparable hermano Librado, los hermanos Manuel y Jesús Amado, con Agustín Aguirre, Tiburcio Arroyo y otros más. En su expediente queda constancia: “El Ilmo. y Rmo. Sr. Arzobispo D. Dr. Pedro Loza en la capilla de su palacio Arzobispal confirió al Sr. Subdiácono D. José Mª Arreola el sagrado orden del Diaconado el día 30 de noviembre y el orden del Presbiterado el día 30 de diciembre de 1893”.

Apenas regresa a Ciudad Guzmán, Arreola continúa una misión que ha iniciado a principios de aquel año: rescatar los apuntes que su mentor en aficiones astronómicas en el Seminario, el padre Atenógenes Silva y Tostado, abandonó por ahí, desempolvar algunos telescopios desvencijados que el canónigo Pantaleón Tortolero había comprado compró lustros antes, reparándolos, perfeccionándolos, hasta que consigue refundar el Observatorio del Seminario de Zapotlán. No son pocos los seminaristas que se entusiasman con el proyecto: el más destacado de ellos es Severo Díaz Galindo, originario de Sayula, llamado a convertirse en el estudiante modelo de Arreola. Medio siglo después, poco antes de morir, El pater Díaz asegurará que aquel maestro suyo ha sido “la más grande inteligencia que se ha producido en el estado de Jalisco”.

Este emprendimiento científico iniciado por el Pbro. José Mª Arreola —así firmará sus trabajos a partir de este momento— se materializa en el momento justo. En su Informe de 1894, el Vicerrector del Seminario escribe: “Hoy por hoy el sacerdote necesita mucha ciencia, porque en estos tiempos de indiferentismo religioso, el sacerdote es todavía más respetado por su ciencia que por sus virtudes y sagrado carácter sacerdotal. Sí por cierto, el sacerdote necesita mucha ciencia para civilizar a los pueblos y refutar los errores de este siglo descreído y materialista. Verdad es, que las persecuciones de sangre y fuego contra la Iglesia han desaparecido; pero en cambio se ha levantado contra ella una sabiduría terrenal, animal y diabólica que blasfema de todo lo que ignora. La Iglesia es combatida en nombre de la ciencia y por la ciencia: nuestra lucha es de ideas”.

Entusiasta, sin excusa que lo detenga, Arreola conserva energía para otra aventura más: inspeccionar, casi sin interrupción, ese volcán que tiene a unos 26 kilómetros de distancia. Y así́, sin proponérselo, instaura el único observatorio vulcanológico en México. Aún más: entonces solo se conoce otro observatorio semejante en todo el mundo, aquel donde estudian al Monte Vesubio, en Italia; envía sus minuciosos registros al Observatorio Meteorológico Central que dirige el jalisciense Mariano Bárcena, y a otras publicaciones más. De esa manera El padre Arreola comienza a labrarse un prestigio como pionero del estudio sistemático de la naturaleza en el continente americano.

 

2.    “…es ciencia que por ahora requiere tiempo y sobre todo colaboración…”

 

El rastro de José María Arreola tiene una cierta cualidad de fantasma, y por ello no es posible afirmar qué sucedió en 1895, cuando su carrera científica, que iba en un ascenso irrefrenable, se detiene y Arreola abandona su observatorio y también el Seminario de Zapotlán. Su alumno Severo Díaz Galindo, que ya colabora con él desde que Arreola ha sido ordenado presbítero, como auxiliar en la Escuela Anexa “para enseñar a leer a los párvulos” y también ejerce de colaborador en el observatorio, nos legó el único indicio que podemos aprovechar: “En el año de 1895, no se sabe por qué motivos, [Arreola] renunció a su cargo en el Seminario de Zapotlán”. Esto significa que, a partir del mes de mayo y repentinamente, el propio Severo Díaz queda no solo como responsable del observatorio y el gabinete, sino que también se convierte en el profesor de Física.

Se dice que El padre Arreola acaba desterrado momentáneamente en Jiquilpan, en el municipio de San Gabriel, lejos del observatorio y del gabinete de física, que ejerce de capellán de la Hacienda de Contla, en Tamazula, y que hasta habría bendecido su capilla. Lo que podemos comprobar es que el Obispo de Colima, Atenógenes Silva, ha creado un Observatorio en su Seminario, que opera, no muy bien, desde el verano anterior. Conocedor del mal tiempo que su antiguo pupilo está padeciendo, envía esta carta personal:

 

Colima, 18 de noviembre de 1895

Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Pedro Loza, Arzobispo de Guadalajara:

Mi venerado hermano mayor y muy respetable amigo.

Deseo que se conserve Ud. bien, mejorando su importantísima salud.

Me permito pedirle un nuevo favor, que a unido a tantos otros que me ha hecho, obligará más mi aprecio y gratitud. Deseo que el Sr. Pbro. D. José Mª Arreola, actual ministro de la parroquia de San Gabriel y sacerdote muy perito en las ciencias físicas, venga a arreglar y dirigir por un año el Observatorio meteorológico que establecí en mi seminario, pues aquí me falta persona que pueda hacer ese negocio. Suplico, pues a Ud. se digne presentarme a este Sr. Sacerdote, en lo cual mi diócesis y yo recibiremos grande favor y provecho.

Me es satisfactorio y honroso reiterarle mi profundo afecto y grande cariño, como un afectísimo hermano menor y amigo.

 

Atenógenes,

Obispo de Colima

 

            La relación entre el Obispo Silva y el Arzobispo Loza es íntimamente cordial. Loza ha sido el mentor de Silva, así como él mismo lo fue de Arreola. Pedro Loza y Pardavé “uno de los personajes más preclaros del Episcopado Mexicano” de acuerdo con Emeterio Valverde Téllez, ha sido el responsable del meteórico desarrollo de la iglesia católica en la segunda mitad del siglo xix. El prebítero Tomás de Híjar lo llamará “constructor” no sólo en el sentido material del calificativo, sino también como metáfora, puesto que con el Arzobispo Loza “no sólo se restauraron las ruinas del pasado, sino que se avanzó poderosamente por el camino magnífico del progreso científico” y nos recuerda que a lo largo de los casi treinta años de su gobierno episcopal se construyó, tan solo en Guadalajara, casi un templo por año y llegó a ordenar a unos 600 presbíteros, entre los cuales se contará Arreola. Así que se entiende que la muerte de Pedro Loza y Pardavé, el 15 de noviembre de 1898, haya sido todo un acontecimiento de dimensiones mayúsculas. Los diarios reportarán que el día 19 de noviembre se celebraron las solemnísimas exequias en la Catedral, donde “el ilustrísimo doctor don Atenógenes Silva, obispo de Colima”, pronunció la oración fúnebre “ante numerosa concurrencia de clero y fieles”. En Semana Católica se reporta que “unas 12 mil personas habían visitado el cadáver del Ilmo. Sr. Loza. La Catedral estaba rigurosamente enlutada, ofreciendo un aspecto severo e imponente: todos los alteres estaban cubiertos con grandes velos negros. El comercio estaba cerrado, lo mismo que los colegios, escuelas y oficinas. Han asistido más de 6 mil forasteros. Los funerales fueron el sábado 20 por la mañana”.

            Además, a Pedro Loza y Atenógenes Silva los une una profunda devoción por la astronomía, de manera que podemos adivinar la respuesta del Arzobispo: para enero de 1896 el Padre Arreola ya está de nuevo haciendo ciencia en un Seminario. El texto que publica en el Boletín Religioso. Semanario católico, científico, literario y de actualidad con el que inaugura su novísima Sección de astronomía es toda una declaración de intenciones y una descripción de su plan de trabajo:

 

…abrigo la esperanza del buen agrado con que la sociedad en general verá la publicación de los resultados de las observaciones que diariamente se practiquen, puesto que ya aún para personas de mediana ilustración son conocidos muchos de los resultados prácticos de la observación atenta y constante de los fenómenos atmosféricos.

            Cierto es que el hombre, como por instinto y desde la más remota antigüedad, se ha fijado en el estado del cielo para deducir por su aspecto y por otros medios con él relacionados, el bueno o mal tiempo de que podría disponer, aprovechando las consecuencias personales que obtenían, unos en la buena dirección de los trabajos agrícolas; otros, en la navegación y muchos, en la higiene y medicina.

            La utilidad de las observaciones ha sido pues comprendida en todos tiempos; pero los resultados hasta entonces eran escasos y las más veces personales. Al siglo xix le ha tocado el honor de hacer ciencia lo que antes era sólo un instinto o una curiosidad más o menos práctica. En la actualidad todos los hombres de ciencias han comprendido la importancia de las observaciones simultáneas en todas las regiones del globo, así en los mares como en los continentes, y todos se han prestado gustosos y abnegados, emprendiendo laboriosos trabajos, de los cuales ya palpamos sus provechosas consecuencias.

            Verdad es que esta ciencia aún no ha podido formular leyes como las de la Astronomía, la cual sí predice con rigurosa exactitud matemática la mayor parte de los fenómenos celestes. Esto es casi imposible, a lo menos por de pronto, a la meteorología, la cual estudia los fenómenos que se producen en la atmósfera, cuyos movimientos son variables casi al infinito. No obstante eso, la meteorología no desmaya como no desmayaba la astronomía cuando sólo era ciencia entre pañales, sino que por el contrario y animada por los triunfos ya alcanzados, como de paso seguirá obteniendo otros, aunque sea parciales; pero continuando siempre con firmeza a adquirir su completo desarrollo.

            Numerosas son ya las aplicaciones de esta ciencia, a la medicina, la agricultura y a otros muchos ramos del saber humano; pero sobre todos, son magníficos y dignos de todo elogio los obtenidos en provecho de la navegación, y por consecuencia, del comercio. Ella es la que ha enseñado a los marineros a maniobrar debidamente con fundamento científico, al experimentar tempestades y aún en medio de los tan temibles huracanes; ella, la que de tantos siniestros ha liberado a las embarcaciones por sus oportunos avisos; ella es, en fin, la que les ha determinado nuevas rutas ultramarinas, abreviando las antiguas aún menos de la mitad, produciendo así gran economía, facilidad y prontitud en las transacciones comerciales de todas las naciones.

            Mucho hay que esperar todavía de esta benéfica ciencia, mucho se la reclama, es verdad; pero no hay que olvidarlo, es ciencia que por ahora requiere tiempo y sobre todo colaboración: se necesitan estaciones meteorológicas y observadores a prueba de constancia. Los observatorios locales son los que cultivan y cosechan las materias primas de la ciencia; a su conjunto, los observatorios Centrales deben de dar forma y a los sabios toca imprimir a estas formas el espíritu de vida.

            Muy pocos observatorios hay aún en la República; se cuentan poco más de treinta en comunicación con el Central de México y algunos de orden inferior en correspondencia con los centros de sus respectivas regiones; pero la extensión de nuestro territorio exige muchos más, ojalá y pronto sigan estableciéndose otras muchas estaciones meteorológicas. Una en cada centro poblado sería fácil de establecerse, ya sea a iniciativa del Gobierno o de los particulares pues de este género no requieren ni fincas especiales ni costosos instrumentos la utilidad que de ellos resultaría sería incontrovertible.

           

Arreola también anuncia que rescatará el trabajo de observación realizado antes de su llegada, anticipa que está por iniciar una nueva serie de observaciones que se irán publicando semanalmente “para de esta manera contribuir con nuestro humilde contingente al gran progreso de la Meteorología General. Inútil es añadir el esmero con que procuraremos observar y anotar cuanto se relacione a nuestro vecino y majestuoso volcán llamado “El Colima” de todo lo cual daremos semanariamente cuenta minuciosa. Tengo ya experiencia de antemano de cuánta utilidad son las observaciones de este volcán para el estudio de los temblores que tan frecuentemente se experimentan en varias localidades de la República. Van tres años que lo observo diariamente y tal vez pronto pueda publicar el resultado práctico de mis observaciones sobre tan interesante materia”.

            En el Boletín Religioso se encargará de difundir la ciencia al lector común. En su Sección meteorológica, escribiendo sobre la composición de la atmósfera, de la temperatura, de las lluvias, de la historia y el uso de instrumentos astronómicos y meteorológicos, sobre todo, presentará con regularidad tablas con los resultados de las observaciones semanales donde cualquier persona podrá conocer la temperatura del aire a la sombra, el registro del barómetro, de la humedad y de la evaporación a la sombra, los tipos de nubes y su orientación, cantidades, dirección y velocidad del viento a mediodía y cantidad de lluvia; unas notas generales sobre el clima y sus originales observaciones del Volcán Colima.

            Ya se distingue que en su trabajo científico deja fuera cualquier intervención divina, pero tampoco desconoce ni reniega de su esencia como sacerdote escudriñando el universo. Cuando Atenógenes Silva lo nombra director del observatorio del Seminario de Colima escribe: “Dios nuestro Señor quiera concederme gracia y aptitud competentes para corresponder debidamente a las levantadas miras de progreso científico cristiano de tan ilustrado Prelado”.

            Finalmente, el periodo que Silva había mencionado como “un año” en su solicitud a Loza para contar con los servicios de Arreola se multiplica por tres, porque José María Arreola se muda una vez más, para aterrizar en Guadalajara hacia 1898; y Atenógenes Silva será consagrado arzobispo de Michoacán en 1900.

 

3.    “Nuestro querido Seminario ya no es retrógrado…”

 

 

Cuando Arreola se instala en Guadalajara su nombre ya resuena en el pequeñísimo mundo científico mexicano, sobre todo por sus trabajos pioneros como vulcanólogo. Lo han traído a la capital de Jalisco como parte de una ambiciosa estrategia de renovación del Seminario, cuya nueva sede está en construcción. Se trata de un proyecto arquitectónico que combina el Art nouveau con el neoclásico, con elementos moriscos, decoraciones barrocas y esculturas de inspiración renacentista, empleando cantera gris traída de Zapotlanejo, autoría del ingeniero Antonio Arroniz Topete, inventor de una fórmula original para fabricar ladrillos refractarios prensados a altas temperaturas con los que moldea la figura de este imponente palacio, dotado de agua corriente en sus lavabos de porcelana, y de energía eléctrica en todo el edificio que presume esa biblioteca que aspira a ser la más grande de la ciudad, y aquellos envidiables laboratorios de física y química; escaleras amplias, dormitorios bien ventilados, cuatro salones de estudio dotados de escritorios para cada uno de los alumnos. Además, esa capilla con sacristía y un salón de apoyo. En una zona central un elegante comedor. En las orillas, las aulas con buenas condiciones acústicas.

            El Seminario Conciliar de Guadalajara renace no solamente con este moderno en construcción, sino que también se ha buscado reorganizar el plan de estudios que anteriormente cursaban los seminaristas: el Maestrescuelas, el Dr. Antonio Gordillo, Presidente de la Junta Directiva de enseñanza parroquial, ha elaborado una propuesta didáctica que inmediatamente pone en práctica cuando es nombrado Rector al inicio del siglo xx: “Los estudios se dividirán en Preparatorios y Mayores” , con el objetivo de que se “probará, una vez más, que los establecimientos del clero profesan la doctrina de que la verdad científica no se opone ni puede oponerse a la verdad revelada, y que los supuestos conflictos entre estas dos verdades no son más que quimeras inventadas por los enemigos del catolicismo. Sépase, pues, desde ahora para siempre, que el Seminario de Guadalajara acoge con entusiasmo los verdaderos adelantos de las ciencias, y que, aunque tiene por objeto principal las eclesiásticas, se dedicará también al estudio de las profanas; con tanto más empeño cuanto que sabe muy bien que los enemigos de la Iglesia se valen maliciosamente de ellas para hacer creer a los ignorantes que hay oposición entre los adelantos de las ciencias y las doctrinas del Evangelio (…) Generalmente hablando los conflictos entre la Religión y la Ciencia no existen más que para aquellos que ignoran alguno de los dos extremos o que no quieren tomarse el trabajo de estudiarlos, prefiriendo mejor el dejarse llevar por las afirmaciones gratuitas de los enemigos de la verdad revelada. Estudiemos la religión, estudiemos las ciencias y se verá que caminan en perfecta consonancia y armonía”. Esta perspectiva del canónigo Gordillo es como una fotografía del ambiente en el que José María Arreola se encuentra en Guadalajara, planeando, una vez más, la creación de dos nuevos observatorios científicos.

            En el informe del rector Gordillo se lee: “los alumnos podrán ya, sin algún temor fundado, sujetarse, cuando no quieran seguir carrera eclesiástica, a examen en los Establecimientos oficiales. Ya no se les echará en cara que no estudiaron las ciencias naturales, y podrán con exámenes extraordinarios, revalidar sus cursos”, y continúa:

 

Nuestro querido Seminario ya no es retrógrado: ya no está envuelto en las tinieblas de la ignorancia porque no enseña la Astronomía y la Geografía y la Historia Natural y la Química y la Geología. Indisputable es, sin duda, la importancia del estudio de estas ciencias en sus relaciones con la Religión y aun con la Teología. ¿Cómo se explicará, en efecto, si los seis días de la creación son días naturales de veinticuatro horas, o épocas de la naturaleza, sin el auxilio de los conocimientos geológicos? ¿Cómo se probará la unidad de origen del género humano, sin el auxilio del estudio de la Historia Natural? ¿Cómo, sin el auxilio de esta misma ciencia, se refutará victoriosamente el Darwinismo? ¿Cómo se explicará la formación de nuestro globo terrestre, si en su origen fue una estrella nebulosa? Con el auxilio del estudio de la Astronomía. Y las cuestiones relativas a la Eucaristía, como son acerca del agua que se mezcla al vino en el sagrado cáliz; sobre la alteración de las especies sacramentales, etcétera, ¿cómo se estudiarán científicamente? ¿Cómo? Con el auxilio de la Química. Y adviértase que no quiero explicar los misterios sujetándolos a las ciencias naturales, como con errado método han pretendido hacerlo algunos; sino al contrario sujetando las ciencias naturales a los misterios, y estudiarlos científicamente en cuanto es dado al humano entendimiento explicar verdades tan elevadas.

 

            Pero el comienzo del siglo no resulta sencillo para nadie, mucho menos para el Dr. Gordillo, cuya mínima revolución ha sido mal aceptada por algunos. De manera que abandona la rectoría del Seminario de Guadalajara, despidiéndose con un último informe que presenta en 1901: “Por lo expuesto se verá que algo se ha hecho en pro de este Seminario; y aún hay fundadas esperanzas de seguir adelante en su mejoramiento, fundadas en la ilustración y laboriosidad de nuestro nuevo Prelado y en la conclusión del edificio apropiado, que dentro de poco, tendremos el gusto de ocupar. Para cuando esto se realice están en proyecto el establecimiento de dos observatorios, el Astronómico y el Meteorológico; un gabinete de Historia Natural, otro de Química, y la reforma completa del de Física. Si Dios nos concede lo que deseamos nos cabrá la satisfacción de buenos ministros del altar para la Iglesia y de buenos ciudadanos para la Patria”.

Mientras tanto, se han logrado reunir el dinero y los empeños suficientes para terminar de construir y adaptar la mayor parte del nuevo edificio del Seminario Conciliar de Guadalajara. Así que en octubre de 1902 se celebra la ceremonia de apertura, donde se escucha: “Se ha variado en la sociedad el modo de aprender, pues hay que variar el modo de enseñar. Las ciencias experimentales a quienes se ha dado un lugar, que por cierto no merecen, se hacen cómplices del positivismo queriendo sustituir a toda metafísica y a toda teología, y maquinando de acuerdo con él el desprestigio de la revelación. La enseñanza enciclopédica, por otra parte, toma cada día más grandes proporciones, de tal suerte que cualquier enseñanza no tiene atractivo si no reviste esa forma, siquiera sea como mera forma”.

En el centro de este paraíso terrenal se halla el presbítero José María Arreola –cuya fama ha seguido incrementándose: el 11 de noviembre de 1900 es admitido como parte de la Sociedad Científica Antonio Alzate–, ahora acompañado de su antiguo alumno del Seminario de Zapotlán, Severo Díaz Galindo. Entre los dos se encargan de las clases de cosmografía, física, historia natural y matemáticas. Pero Arreola y Díaz llevan sus aventuras a un nivel superior: en la azotea colocan telescopios, anemómetros, veletas, abrigos térmicos, termómetros, y allá establecen un observatorio meteorológico y otro astronómico.

Aquel fabuloso edificio de ladrillos carmesí les sirve de patio de recreo. Allá ponen en práctica experimentaciones insólitas: en marzo de 1904 reciben un curioso aparato llamado espintariscopio, en cuyo interior habita una pequeñísima partícula de radio, ese elemento químico radioactivo que apenas unos años antes han descubierto Marie y Pierre Curie; en agosto de 1905 organizan una de las primeras actividades de divulgación científica en Guadalajara: el avistamiento popular de un eclipse de luna, de lo que sobrevive esta postal: “Diríase que la Luna se introdujo en un polvo tranquilo, en una nube plomiza y transparente de ese barro menos que negro de la alfarería de olor. Alejando el ojo del telescopio se veía el campo luminoso de un amarillo claro limón en una atmósfera que envolvía la parte brillante del astro”.

            Pero nada es para siempre, y este gran laboratorio científico está por llegar a su fin desde que en 1912 una serie de terremotos obligue a los habitantes de Guadalajara a huir de la ciudad o a refugiarse en campamentos improvisados en los jardines públicos, cuando las actividades, los ritmos y las costumbres se trastornen radicalmente: cierren las escuelas, los negocios, templos y oficinas. Y en todo ese desorden se hará popular el nombre de El padre Arreola Arreola, repitiéndose al infinito.

 

 

4.    El Sabio Geólogo Presbítero José María Arreola Predice los Temblores…

 

            Sin que nadie lo sepa anticipar, el miércoles 8 de mayo de 1912 un terremoto matinal termina de despertar a los tapatíos. Luego, pocos minutos después, otro terremoto más fuerte. Y más tarde otro… la cosa no termina ahí: porque desde ese momento tiembla casi diariamente en la ciudad de Guadalajara. Algunos llegan a contar hasta más de veinte sismos en un solo día. Unos dicen que la causa de estos terremotos se debe a la particular composición del subsuelo, otros aseguran que el Volcán de Colima está a punto de hacer erupción, y hay quien de plano se convence de que esta epilepsia sísmica no es otra cosa que un castigo divino, muy bien ganado por los incontables pecadores tapatíos. Lo cierto es que la mayoría de los habitantes se mueve entre el espanto y el asombro, entre la incertidumbre y el relajo: abandonan sus casas, sus ritmos y sus costumbres. Los que no consiguen huir de la ciudad se apoderan de los jardines públicos, armados de colchones, mesas y sillas. Hay bailes, competencias y tertulias para evadirse de los terremotos… los trabajadores dejan de acudir a sus oficinas, los jóvenes abandonan las escuelas, se rompen tradiciones y lazos familiares. En la misma medida en que se repiten los terremotos, el ingenio brota entre quienes tratan de aprovecharse del miedo y la zozobra para hacer negocio, como se lee en las páginas de los diarios: “Desde el miércoles pasado, los temblores no nos dejan en paz. Sólo han conseguido dormir tranquilamente las personas que compran calzado con Manuel Crespo. Porque la satisfacción de poseer calzado elegante y a su medida, hasta el miedo les quita” o: “No tema a los temblores: compre usted una tienda de campaña con Juan H. Kipp y échese a dormir sin temor a la desgracia”.

            La nueva realidad telúrica en Guadalajara transforma todas las actividades en todos los escenarios. Y la iglesia católica no queda exenta: en el Boletín Eclesiástico y Científico que hace circular el Arzobispado de Guadalajara se presenta el siguiente reporte titulado “Temblores de tierra en el año de 1912”:

 

Mayo 8: a las 06:40 se sintió en Guadalajara un fuerte temblor trepidatorio, y quince minutos después se repitió en la misma forma. Hasta las 9 de la noche se contaron 23.

Mayo 10: en el transcurso de este día se verificaron 5 movimientos ondulatorios en Guadalajara, sembrando el pánico en todas partes. Muchas familias abandonaron sus casas y buscaron refugio en los campos.

Mayo 11: durante este día se sintieron tres temblores en Guadalajara. Muchas personas han emigrado.

Mayo 13: nuevamente Guadalajara se estremeció hoy con ocho movimientos trepidatorios. No han ocurrido desgracias personales, pero    muchos edificios han sufrido.

Julio 11: a la una de la mañana se sintió en Guadalajara un terrible temblor trepidatorio. El alumbrado incandescente sufrió una interrupción y el reloj de la Catedral se paró a la hora del sismo.

Julio 17: anoche, a las 00:00, se dejó sentir un temblor trepidatorio en    Guadalajara, de corta duración.

 

¿Quién ha escrito este documento? Para el verano de 1912 Severo Díaz es el director del observatorio del Seminario y José María Arreola el prestigiado autor de una teoría sobre el comportamiento de los volcanes y el origen de los sismos. ¿Qué tan solos o acompañados están los dos sacerdotes científicos en la comunidad católica de entonces? Durante la temporada de terremotos los diarios de Guadalajara anuncian múltiples direcciones particulares donde se reparten gratis “Las oraciones para pedir a Dios cesen los temblores”.

            El 21 de julio, mientras Arreola se concentra en escribir un documento asombroso, se publica que “por disposición del Superior Gobierno Eclesiástico se rezará diariamente en la Santa Misa, para alcanzar de Dios Ntro. Señor nos libre del terrible azote de los terremotos” la siguiente oración:

 

Oremos:

Omnipresente y sempiterno Dios: Tú que miras la tierra y la haces que tiemble, perdona a tus hijos llenos de terror que humildemente te suplican, que los que tanto tememos la indignación de tu ira que sacude la tierra, experimentamos al mismo tiempo tu clemencia que sana sus quebrantos. Por Ntro. Señor Jesucristo Amén.

Oremos:

O Dios, que fundaste la tierra y le diste firmeza: recibe las ofrendas y oraciones de tu pueblo, y apartando de nosotros los peligros de la tierra que se estremece, dígnate convertir los terrores de tu ira divina en remedios de salvación para que los que somos de la tierra y a la tierra hemos de volver nos hagas merecedores del cielo con nuestra santa conversación. Por Ntro. Señor Jesucristo. Amén.

Oremos:

Defiende, Señor, a los que participamos de tus Santos Sacramentos y dígnate, con tu divino auxilio, dar firmeza a la tierra que se estremece por causa de nuestros pecados, para que los corazones de los mortales reconozcan que indignado con nosotros nos vienen tales castigos, los cuales cesan cuando te compadeces de nuestra miseria. Por Ntro. Sr. Jesucristo. Amén.

 

            La blasfemia es castigada por Dios Ntro. Señor con grandes castigos. Católicos: abramos los ojos y, temiendo la ira de Dios, no fomentemos con nuestro dinero y lectura la prensa impía que tantas blasfemias profiere.

            Se suplica a toda la prensa católica la reproducción de estas oraciones.

            Con licencia de la Autoridad Eclesiástica.

nota: se suplica a todos los católicos habitantes de esta ciudad que recen todos los días estas oraciones uniendo su intención a la de los sacerdotes en la celebración del Santo Sacrificio de la Misa.

 

            Y el 22 de julio el Pbro. Manuel Diéguez invita a unas “Oraciones de niños pidiendo cesen los temblores” allá en el Santuario de Señor San José “los días miércoles, jueves y viernes de la presente semana para implorar el perdón de nuestros pecados y que Nuestro Dios y Señor levante el azote de los temblores. Las distribuciones serán dos, una a las 12:00 y la otra a las 6:30, las dos sumamente cortas. Como la oración de los niños es muy agradable a Dios, por tal motivo se suplica encarecidamente procuren hacer que asistan el mayor número posible de niños y niñas.

            Pero en las páginas de La Gaceta de Guadalajara. Diario independiente, el de mejor información en el Occidente de la República de ese mismo día también se lee otra información completamente extraordinaria, con un título tan provocativo como inquietante: “El Sabio Geólogo Presbítero José María Arreola Predice los Temblores que tendremos hasta a principios de agosto. Una nueva Teoría de los Sismos. El Período Sísmico terminará el 6 de Agosto con un temblor muy fuerte”. Y es que Arreola ha realizado unos cálculos, unas comparaciones, ciertos análisis, hasta atreverse a anunciar qué día, a qué hora y con qué intensidad habría de temblar en Guadalajara durante esa temporada de sismos que parece no tener fin. La Gaceta imprime ese día el tiraje más largo de su historia, pero a media mañana no queda un solo ejemplar disponible, por lo que en la jornada siguiente reimprime los pronósticos, que El padre Arreola aún corregirá en una nueva publicación a finales de julio, presentando un pronóstico rectificado. Pero, contrario a lo que él desea, sus insólitos pronósticos no sirven para apaciguar el miedo que gobierna Guadalajara: el éxodo mayúsculo de los habitantes de Guadalajara no se detiene, sino que se agudiza debido a su pronóstico de que el martes 6 de agosto de 1912, a las once de la mañana, para ser exactos, ocurriría el “mayor de los terremotos”.

            Al gobernador de Jalisco no le simpatiza la involuntaria fama que adquiere El padre Arreola, ni tolera su actividad científica. Se trata de Alberto Robles Gil, un tapatío de 45 años de edad cuando inicia su fugaz mandato, ingeniero e industrial cuyo padre, Emeterio Robles Gil, también había ostentado ese mismo cargo. El gobernado permite que una Comisión de especialistas venga del Instituto Geológico Nacional a poner orden en materia telúrica, y él mismo organiza una Junta de Ingenieros nombrada por el C. Gobernador del Estado con motivo de los temblores registrados en esta ciudad en el año en curso, en cuy o informe final se reconoce la batalla mediática que emprendieron contra Arreola: “los trabajos de la Junta resultaban casi estériles para calmar el pánico de la ciudad, porque los pronósticos del Presbítero Arreola, hechos en un periodo de sismos, se verificaban, a juicio del vulgo, por más que no correspondiesen en tiempo ni en intensidad a los anunciados por él; y puede afirmarse que el día primero del presente, la tercer parte de la población había abandonado la ciudad, temerosa del temblor ruinoso anunciado por el Señor Arreola”.

            De manera que en la capital de Jalisco se viven días convulsos, entre el enjambre de terremotos que mantiene e los tapatíos en vigilia, los intentos fallidos de las autoridades gubernamentales por establecer la calma, incertidumbre y la zozobra. Manuel Santoscoy Rioseco envía a todos los diarios de Jalisco una carta que apenas consigue hacerse un pequeño espacio en La Libertad, proponiendo una “Iniciativa para la formación de un Observatorio sismológico” en vista de que “las predicciones del sabio Presb. D. José María Arreola se han cumplido de una manera aproximada y las que faltan tienen todas las probabilidades de cumplirse, escribo a Ud. las presentes líneas para que, si lo cree conveniente, publique en su acreditado periódico la iniciativa que expongo más adelante. Los odios de partido, que desgraciadamente en nosotros los mexicanos han echado hondas raíces, se han inmiscuido sin razón alguna en la cuestión sismológica que a últimas fechas se ha discutido en esta ciudad, haciendo que las cosas varíen hasta lo increíble. Ahora bien, ese amalgama que se ha formado de un estudio científico con el desarrollo de los acontecimientos políticos, lo considero como el absurdo más grande, y por lo mismo, ojalá todos los jaliscienses y en general los mexicanos, haciendo hoy por hoy un grandísimo esfuerzo relegaran al olvido sus odios de partido para considerar la gloria inmensa que recaerá sobre México cuando a todo el mundo se transmita la noticia de que un modesto mexicano ha hecho adelantar la ciencia en un punto en que las celebridades geológicas habían enmudecido.

            Si la gloria aludida recae sobre nuestra Nación, justo es que todo aquel que guarde un átomo de patriotismo en su corazón reconozca el mérito del verdadero dueño y por lo mismo trate de hacerle comprender su reconocimiento por su obra titánica.

            A la manera con que se muestre esa gratitud se encamina el que suscribe y propone:

            Que se abra una suscripción nacional con cuyos fondos se compraran los aparatos más indispensables para instalación de un observatorio sismológico, que deberá estar a cargo del señor Presbítero Arreola y del señor Presbítero Díaz, para mostrarle nuestra gratitud y alentarlos para que continúen llevando a cabo sus estudios sobre punto tan trascendental como es el sismológico, que actualmente se debate”.

            Pero los tiempos no están para patriotismos: ni desde el gobierno se aprovecha esta temporada de terremotos para instaurar cátedras, institutos de investigación, espacios para la divulgación científica, ni por ahora se mantiene la voluntad de nadie para encabezar algo así: ni Arreola ni Díaz, ni nadie más. Con el mismo desorden con el que se habían marchado las personas comenzaron a regresar a la ciudad, apresuradas, inquietas, inmediatamente después de que el sismo pronosticado para el 6 de agosto de 1912 no ocurre. La compañía de ferrocarriles, gracias a las gestiones del gobernador Robles Gil, ofreció importantes descuentos para la vuelta a casa. El gobierno de Jalisco ejerció de intermediario para que los bancos ofrecieran préstamos a crédito para que los habitantes de Guadalajara repararan sus fincas dañadas. Esta temporada de terremotos cambió para siempre la vida de uno de sus protagonistas: desencantado, José María Arreola terminará desertando de la iglesia católica.

 

5.    “…suplicó que no se le diera el tratamiento de Presbítero, en virtud de que ya está separado…”

 

 

El año de 1912 termina con un sabor agridulce para José María Arreola: ha sido aplaudido y castigado en dosis semejantes, por sus conciudadanos y por las autoridades del Arzobispado de Guadalajara. Pero el último mes del año le depara un pequeño bálsamo emocional: el 9 de diciembre de 1912 se inaugura el i Congreso Científico Mexicano, convocado por la Sociedad Científica Antonio Alzate de la que él forma parte, y El padre Arreola viaja para participar en él. Allá observa al presidente Francisco I. Madero en la primera sesión y escucha el discurso de apertura de Alfonso L. Herrera con el título “La ciencia como factor primordial en el desarrollo de las naciones”, que el primer biólogo de nuestro país acompaña de imágenes proyectadas. El resto de los trabajos presentados no son de gran calidad; el trabajo científico que se realiza, de manera más o menos desorganizada, en múltiples ciudades de nuestro país es muy superior a lo que Arreola escucha entre los participantes. Sin embargo, esa sensación de que existe una comunidad científica en ebullición, esa efervescencia se convierte en una chispa en el interior de Arreola, que no hace otra cosa que ir creciendo en los meses siguientes, cuando tenga que reinventarse una vez más. Y es que en febrero de 1913 se desencadenarán en la capital las masacres conocidas como La Decena trágica y en julio de 1914 José María Arreola tendrá que abandonar sus laboratorio y sus observatorios, inclusive esconderse, lo mismo que el resto de los sacerdotes católicos. El majestuoso edificio edificado por el ingeniero Antonio Arroniz para el legendario Seminario Conciliar de Guadalajara será convertido en cuartel militar, desaparecerá su teatral biblioteca. Las prioridades de la iglesia católica en Jalisco cada vez serán más diferentes a las de Arreola; vendrán años de una guerra que no será su batalla, sino la de algunos de sus alumnos, como Cristóbal Magallanes, David Galván o José María Robles. Para entonces ya han muerto Atenógenes Silva y Pedro Loza, por quienes Arreola profesa amistad y admiración; Antonio Gordillo, su preceptor en el Seminario de Guadalajara, habrá de morir pronto. Con Francisco Orozco y Jiménez, nombrado Arzobispo de Guadalajara, en noviembre de 1912, no tendrá grandes coincidencias.

            Ya desde varios años antes las relaciones de Arreola con las nuevas autoridades del Seminario son, por decir lo menos, difíciles, como reconoce Joaquín Antonio Peñalosa, biógrafo del canónigo Miguel M. de la Mora, quien durante algún tiempo dirigió el Boletín Eclesiástico y Científico y también ejerció como Prefecto del Seminario, antes de ser nombrado su rector. Cuenta Peñalosa que a De la Mora: “Más graves preocupaciones le acarreó otro profesor, apoyado igualmente por el señor Canónigo Gordillo, que gozaba de gran reputación en las asignaturas que profesaba; teníasele como un geólogo eminente, y así se le reconocía la prensa, no obstante su carácter sacerdotal. Nos referimos al Sr. Pbro. D. José María Arreola. No ejerce su ministerio desde hace años; parece que ha perdido la fe enteramente; desde tiempo atrás se rumoraba que al dar su clase vería algunas expresiones antiguadalupanas y hasta esbozaba conceptos que iban contra el dogma, haciéndolo en forma tal que era difícil comprobárselo, por lo que el señor Prefecto se detenía para cesarlo, atendiendo también a la impresión que causara tal medida socialmente, dada la fama de que aquél gozaba. Pero vinieron los terremotos que se iniciaron en mayo de 1912, prolongándose hasta fines de septiembre del mismo año; el Padre Arreola se puso a hacer pronósticos que le fallaron, su popularidad y ciencia sufrieron quebranto, y aunque siguió contando con el apoyo del señor Gordillo, en octubre de 1913 cesó en su clase por orden del Sr. Arzobispo Orozco”.

            Todavía el 4 de octubre de 1913 firma “Pbro. José María Arreola” su importantísimo trabajo que aparece en las memorias de la Sociedad Antonio Alzate, Catálogo de las erupciones antiguas del volcán de Colima, en el que desliza un comentario nostálgico que debemos leer como una premonición: “Mucha satisfacción tendré si este trabajo de recopilación de noticias fuere de alguna utilidad, como elemento para resolver los importantes problemas de la física del globo, que tanto interesan a la humanidad”.

            Finalmente, José María Arreola abandona la iglesia católica, y se reinventará una vez más como uno de los pioneros de la antropología en México, al lado del increíble equipo de sabios y curiosos reunidos por el incombustible Manuel Gamio para estudiar el valle de Teotihuacán. Allá participará en el nacimiento de la antropología científica en el continente americano, se ocupará de estudiar las artes y la toponimia indígena, viajará a nuestro pasado más remoto para volver a nombrar el mundo. Se le reconocerá como especialista en lingüística y artes indígenas. Y hacia 1924 regresará a Jalisco, donde participará activamente en la refundación de la Universidad de Guadalajara.

            De aquellos años de ruptura conservamos un testimonio de su colega Severo Díaz Galindo, en el que se lamenta del trato que recibió al interior del Seminario de Guadalajara, a pesar de haber realizado, a su juicio, un buen trabajo como director de su observatorio, publicando el boletín informativo, organizando conferencias y consultas para el público: “en tiempo de los temblores fue el observatorio el que contuvo las alarmas y hasta los peligros de los afligidos habitantes de Guadalajara. Creía haber realizado una buena obra, cuando de repente, después de 10 años de intenso trabajo, aquellos mismos jóvenes de mi tiempo y con motivo de encontrar un buen personal para el profesorado del Seminario me dieron a mí libelo de repudio, acusándome ante todos los tribunales eclesiásticos de tales cosas que únicamente con la excomunión podría ser debidamente castigado. Fui excluido del profesorado, aunque me dejaron el Observatorio. Ante hecho semejante, me abandonaron todos mis amigos y discípulos, me encontraban y no me saludaban, pues amigos con ello nunca jamás podría ser canónigo ni servir para nada. Gran favor fue este de la Santísima Virgen. Con la Revolución que se vino encima y acabó con Seminario y Observatorio, se me abrió el paso a otros observatorios para seguir mis estudios favoritos”.

            José María Arreola intentó dejar de ser El padre Arreola para convertirse en El profesor Arreola, y aún dedicó un cuarto de siglo a trabajar diariamente como docente en la Universidad de Guadalajara, de un sinfín de materias. Pero la notoriedad que había ganado como sacerdote le persiguió por toda la vida: cuando trabajó en Teotihuacán alguien le escribió la siguiente calavera en el Día de Muertos:

 

Don José María Arreola

(A la manera de José Asunción Silva)

 

Entra siempre despacito

leyendo su breviario,

cerrando los rojitos

y rezando su rosario.

 

Luego, poco a poquito

se dirige al retrete,

y vuelve paso a pasito

a sentarse en su bufete.

 

Después ráscase la oreja,

hace un gesto y se limpia la nariz

pensando en las ovejas

que no han vuelto al redil.

 

Estudia maya, mixteco,

azteca, zapoteco.

conchinchino y otomí.

 

Y descifra un pergamino

en que vése, dando un trino

un verde colibrí…

 

Cuando formó parte de la comisión que organizaba la reapertura de la Universidad de Guadalajara en 1925 tuvo que suplicar que “que no se le diera el tratamiento de Presbítero, en virtud de que ya está separado”. En la vejez recibió en su domicilio de la calle Mezquitán la visita cotidiana del cardenal José Garibi Rivera, quien había sido su alumno en el Seminario.

Singular personaje que parece haber sido inventado por un novelista, José María Arreola se parece a ese Moctezuma que imagina el narrador italiano Ítalo Calvino (a cuyo padre, el científico agrónomo Mario Calvino, Arreola conoció personalmente), caracterizado por esa “actitud perpleja y receptiva que sentimos cercana y actual, como la del hombre que, al entrar en crisis sus sistemas de previsión, intenta desesperadamente mantener los ojos abiertos, comprender”.



[1] Licenciado en física, especializado en museografía y contenidos, Premio Estatal de Ciencia, Tecnología e Innovación de Jalisco (2012), ha dado a la luz la obra El otro Arreola. Juan José Arreola & su tío científico, texto ganador del Certamen Internacional de Literatura ‘Sor Juana Inés de la Cruz 2018’, en la categoría Ensayo.

[2] Este Boletín agradece absolutamente a su autor la disposición plena que tuvo para componer este artículo para estas páginas.

[3] Sin excepción, todos los textos entrecomillados se han tomado del expediente vita et moribus clericorum, de don José María Arreola, depositado en el Archivo Histórico de la Arquidiocesis de Guadalajara, gracias a la gentileza del Pbro. José Alberto Estévez Chávez, su Director, y a la Mtra. Glafira Magaña Perales, su coordinadora.





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