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Un nuevo santo, el Padre Kino:

un mensaje personal para el Papa Francisco

Richard C. Brusca[1] y Omar Vidal[2]

 

El 14 de julio del 2020 el Obispo de Roma autorizó un decreto

en el que se da el rango de Venerable a su correligionario,

el civilizador supremo italiano Eusebio Francesco Chini (1645-1711).

Compuesto al calor de esta noticia, el texto que sigue es,

a decir de sus autores, un esfuerzo para contribuir

“con información que apoye la santificación del Padre Kino”.

Para la Arquidiócesis de Guadalajara, este testimonio de mucho relieve,

tanto por la calidad moral de los científicos que lo redactaron

como por la competencia jurisdiccional eclesiástica

en la que ancló sus correrías el jesuita toscano

la Arquidiócesis de Guadalajara.[3]

 

 

Para los cristianos y la Iglesia católica, el análisis de los hechos y la vida por los que un humano se convierte en santo es un proceso esencial en la cronología de las dimensiones de la santificación.  Un santo es una persona digna de ser honrada por su grado excepcional de cercanía con Dios.  Los santos son modelos ejemplares, maestros extraordinarios, mediadores, o aquellos que viven su vida sin ataduras a bienes materiales o a la comodidad.

            Querido Papa Francisco, ahora que inician las deliberaciones para declarar santo a Eusebio Francesco Chini, y con el ánimo de asistirle en este proceso, humildemente le ofrecemos algunas consideraciones sobre su personalidad y, particularmente, sobre su historia de amor con un mar mexicano.  Enfocamos nuestros comentarios en la vida del Padre Kino como explorador, naturalista y, especialmente, en su terquedad por descubrir y documentar uno de los mayores prodigios naturales de nuestro planeta: el Mar de Cortés.  Él fue también un tenaz defensor de los derechos de los pueblos indígenas contra los abusos de los conquistadores españoles.

            En 1681, un novicio jesuita italiano de 36 años, Eusebio Francesco Chini (conocido como el Padre Kino), navegaba desde Europa a México con la encomienda de ayudar a España a evangelizar el Nuevo Mundo.  La mayoría de la gente conoce la historia de las aventuras de Kino en el noroeste de México.  Fue él quien corrigió a Europa sobre la geografía de Sonora, Baja California y el Mar de Cortés. Pero son pocos los que saben de los treinta años de su historia de amor imperecedero con este mar y la península de Baja California.  Es la historia de un amor no correspondido, incluso para alguien que sería canonizado 340 años después.

            Durante sus años en el noroeste de México, Kino fundó 23 misiones en lo que ahora conocemos como Sonora y Arizona.  Realizó casi 50 excursiones exploratorias, recorriendo, dicen algunos, unos 13 000 kilómetros, lo que le mereció el apodo del “Padre a caballo”.  Pero ha debido más bien ser llamado “el Padre que soñaba con el Mar de Cortés”, porque a través de sus años en México soñó con una flota de navíos que surcara las aguas de este mar para abastecer a las misiones que imaginaba fundar en la península de Baja California. A pesar de sus repetidos intentos, la burocracia y las circunstancias se confabularon para evitar que Kino lograra su sueño.

            El primer encargo de Kino en la Nueva España era unirse a la expedición que comandaba el Almirante Isidoro de Atondo y Antillón, Gobernador de Sinaloa y las Californias, y que cruzaría el Mar de Cortés.  Fue elegido por sus habilidades como navegante y por ser astrónomo y cartógrafo.  Debían explorar los confines sureños de la Baja California, y en abril de 1683 la expedición zarpó, en parte con el propósito de buscar los legendarios bancos de perlas marinas de los que habían hablado Hernán Cortés y otros expedicionarios españoles.

            Navegando desde Mazatlán, tocaron tierra en la bahía de La Paz.  Fue allí en donde Kino se enamoró de esos paisajes remotos y se dejó seducir por el mar de la Baja California.  En una segunda expedición, en octubre de 1683, arribaron más al norte, cerca de la hermosa Bahía Concepción. Allí Kino fundó la primera misión en la Baja California, a la que bautizó San Bruno. Allí también estableció el primer viñedo de las Californias.

            Diez meses después de haber atracado en San Bruno, Kino y Atondo iniciaron una expedición para buscar un camino que cruzara la Baja California y los llevara al océano Pacífico.  Lo consiguieron dos semanas después.  ¡Era la primera vez que los europeos habían atravesado la península!  Después, en varias ocasiones intentaron, sin éxito, navegar hacia el norte en el Mar de Cortés en busca de mejores lugares en donde establecerse.  En uno de esos intentos los vientos arrastraron a su embarcación hasta la costa de Sonora, a tierras del pueblo Seri (Comcaac), y el lugar fue después llamado Bahía Kino.

            En 1685 la misión de San Bruno había decaído, y le ordenaron a Kino regresar a la costa continental. Pero los recuerdos de lugares y momentos jalonaron su corazón por el resto de su vida, y continuó pidiendo, una y otra vez, ser asignado de regreso a la península.  Ese anhelo por regresar también lo condujo a pasar muchos años indagando sobre una “ruta evangelizadora” conveniente, por tierra, desde Sonora a la Baja California, y sus expediciones en el suroeste prosperaron a partir de ese anhelo.  Las instrucciones de sus superiores mantuvieron a Kino “encerrado” en Sonora, donde fundó un hogar-misión en el poblado pima de Cósari, en las laderas de la Sierra Madre Occidental, al que dio el nuevo nombre de Nuestra Señora de los Dolores de Cósari.

            Para 1699 el Padre Kino estaba convencido de que la Baja California no era un isla sino una península. Durante una expedición, al llegar a lo que ahora es Arizona, indígenas yumanos del Valle del Río Colorado le dieron regalos, incluyendo unas conchas gigantes azul perlado que repercutieron en la memoria de Kino. Eran conchas de abulones, los mismos caracoles que había visto 15 años antes cuando con Atondo y Antillón atravesó la península de Baja California para llegar a la costa del Pacífico. Kino sabía que no había abulones en el Mar de Cortés, y estas conchas confirmaban su sospecha de que las tierras que recorrió a caballo se extendían hasta la costa del Pacífico de la Baja California.

            Después de intentarlo muchas veces, el perseverante Padre Kino finalmente llegó al río Colorado, y continuó hasta alcanzar las ciénagas del delta, lo suficientemente lejos para constatar que la Baja California no era una isla, sino una península.

            En 1711 el Padre Kino partió de Nuestra Señora de los Dolores siguiendo un sendero para cartografiar el alto Golfo de California.  Durante una parada en la aldea pima de Santa María Magdalena de Buquivaba, un poblado en el norte de Sonora, ahora conocido como Magdalena de Kino, ofrendó una nueva capilla a su santo protector, San Francisco Javier.  La misma noche de la ofrenda—justamente antes de la medianoche, el 15 de marzo de 1711—el buen Padre cayó enfermo y murió.

            Después de abandonar su misión de San Bruno en 1685, Kino nunca hizo realidad su romántico sueño de navegar nuevamente su amadísimo Mar de Cortés. Pero durante toda su vida adulta esta región le jalonó el espíritu, llevándolo a hacer descubrimientos y a ver tierras que ningún europeo había visto jamás.  Hoy, tres siglos después de su muerte, queremos celebrar la vida del Padre Eusebio Francesco Kino, científico, cartógrafo y explorador de lo desconocido.

 

 

 



[1] Zoólogo, biólogo, ecólogo y naturalista, es director ejecutivo emérito del Museo del Desierto de Arizona-Sonora, investigador científico en la Universidad de Arizona en los Estados Unidos. Es autor de más de 200 publicaciones de investigación y 15 libros.

[2] Científico y ambientalista, columnista de opinión y divulgador científico. Fue vicecoordinador del Programa de Acción Mundial para la Protección del Medio Marino del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y director general del Fondo Mundial para la Naturaleza (wwf) en México, entre 2003-2017.

[3] Originalmente este texto fue divulgado en el rotativo El Universal (México) el 18 de julio del 2020. Este Boletín ofrece un cumplido agradecimiento a la gentileza y prontitud de los eminentes autores de este texto para su publicación en las páginas de este Boletín.





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