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Novedoso y supremo libro de Paolo Valvo sobre la Cristiada

José Guadalupe Miranda Martínez[1]

 

De consulta indispensable para los interesados en el tema,

este libro, del que ojalá pronto tengamos una traducción al español,

hace una síntesis colosal de los documentos relacionados

con la Guerra Cristera que resguarda el hoy Archivo Apostólico Vaticano.

 

De nuevo, otro europeo, Paolo Valvo, en la editorial Morcelliana de Brescia (2016), nos ofrece un estudio serio y sistemático sobre la Cristiada: Pio xi e la Cristiada: fede, guerra e diplomazia in Messico (1926-1929). Obra extensa –544 pp– y más que interesante, recoge la investigación realizada en varios archivos, principalmente en el Archivo Apostólico Vaticano a raíz de la apertura reciente de los documentos del pontificado del Papa Achille Ratti (1922-1939).

            La sólida investigación la vierte en cinco amplios capítulos. En el primero pone de manifiesto el surgimiento del Estado mexicano enfrentado a la Iglesia durante el porfirismo, con sus luces y sombras. Para la Iglesia representó un alivio; pudo reestructurarse como jamás lo había hecho, de tal manera que de la acción meramente cultural pasa a la acción misionera, social y política.

            Los caudillos revolucionarios dicen reivindicar el proyecto y la figura de Madero, convencidos de que la Iglesia habría sido aliada y protegida de don Porfirio, aliada de Victoriano Huerta y adversaria de Madero. Creen encontrar el sustento de estas afirmaciones cuando algunos miembros del Partido Católico Nacional –que siempre apoyó a Madero– formaron parte del gabinete usurpador.

            Esta situación real será el pretexto para poner en acción un proyecto de nación donde la Iglesia quede sometida al Estado, y, en caso extremo, que mejor desaparezca. Si Carranza no se animó a poner en práctica este programa, sí lo harán Obregón y Calles en sus respectivas gestiones (capítulo ii). Al respecto, la expulsión de Monseñor Filippi, Monseñor Caruana y luego del mismo Tito Crespi es más que significativa.

            Después, en el capítulo iii, aparece la descripción de la filigrana diplomática. En la trastienda aparece el ambiente donde se fragua la suspensión de cultos y luego la supuesta legitimación de la resistencia armada por parte de los católicos. En ambos movimientos se pone de relieve la intervención de algunos miembros de la Compañía de Jesús.

            Luego viene la guerra, preparada por Calles, asumida por la Liga, enfrentada por los cristeros y soportada por la población civil; ligueros y cristeros combaten por la misma causa, pero pronto por fines distintos. Es de notar que los segundos poco o casi nada aparecen en ese torrente diplomático. Los obispos, por su parte, en cuanto estalla la guerra, son expulsados del país y pronto se atomizan en comités, comisiones, subcomités, para enfrentar el conflicto e informar a Roma; con poco éxito, porque sus pareceres y actitudes siempre serán heterogéneas y cambiantes a lo largo del conflicto.

            Pronto, quienes más buscaron la guerra, ahora quieren la reconciliación (capítulo iv). Primero Obregón, aún antes de formalizar su candidatura buscando la reelección y en plena gestión callista. Luego Calles, como presidente y asesorado por Morrow. Estos intentos fallan por el asesinato de Obregón apenas reelecto, pero no se abandonan. Ahora quien los reactiva en forma definitiva es Pío xi, desde que disolvió la Comisión de Obispos en Roma, escuchó a todos los obispos ávidos por informarle, pero se informó sirviéndose de toda la estructura de la Curia; optó por llegar a un entendimiento con el Gobierno mexicano, tan cambiante como dependiente.

            Sobre este entendimiento mucho se ha escrito, pero Paolo Valvo, en su investigación, pone de relieve que es Pío xi el principal gestor: él se ha hecho la agenda, elige a los protagonistas: Leopoldo Ruiz Flores al lado de Pascual Díaz y Barreto, el P. Edmundo A. Walsh, s.j.; él también elige a sus interlocutores: ya no Obregón ni Calles, sino Emilio Portes Gil y el incansable Morrow, embajador de Estados Unidos y miembro de la Casa Morgan.

            Lo que viene después de los “arreglos” es lo mismo de antes: informalidad, incumplimiento y traición para varios de los pacificados. Es un modus vivendi gestionado por Calles, el hombre fuerte y totalitario, después del asesinato de Obregón; él fue el principal beneficiario pero, luego, también a él lo eliminaron aplicando el método infalible de la Revolución para los adversarios. Sólo que a él le fue bien: pagó únicamente con el exilio y el sometimiento a los de siempre.

 



[1] Presbítero del clero de Guadalajara, licenciado en Historia de la Iglesia, vicerrector del Seminario Conciliar de Señor San José.





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