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Guadalajara y sus celestiales patronos contra los desastres

María Palomar Verea[1]

 

Se ofrece aquí una relación de lo que hicieron los tapatíos de antaño

para alcanzar la protección divina durante las calamidades y pandemias

 

A lo largo de la historia, los habitantes de Guadalajara han sido víctimas de muchos y distintos azotes naturales y humanos. Poco acostumbrados están los actuales tapatíos, beneficiarios de siglos de avances en las ciencias, y también de cierta clemencia en años recientes por parte de los volcanes y otras fuerzas naturales, a pensar en los padecimientos de sus antecesores.

            Leyendo la historia se ve cómo esos antepasados, en casos de desastre, reaccionaban “a Dios rogando y con el mazo dando”: recurrían tanto a los conocimientos científicos de que disponían como a la fe en la intercesión de sus celestiales protectores.

            La Iglesia nos enseña que si bien sólo Dios es quien concede las gracias y obra los milagros y el único intercesor entre Él y los hombres es Cristo, sin embargo la Virgen María y los santos, por su grado de imitación de Cristo, pueden interceder a favor de sus devotos. Según este principio, los cristianos se dirigen a Dios por medio de Cristo, actualizado en los que por Él gozan ya de la Gloria y pueden acoger los temores, necesidades, deseos y esperanzas de los hombres y presentarlos ante el único que todo lo puede, que es el Padre.

            En la historia de México, nadie con dos dedos de frente ha propuesto abandonarse a la pasividad ni dar la espalda a los conocimientos que se fueron adquiriendo sobre los fenómenos naturales, incluyendo las enfermedades epidémicas. Para muestra está el clérigo y científico don Carlos de Sigüenza y Góngora, quien en 1681 (y contradiciendo al Padre Kino) escribió un Manifiesto filosófico contra los cometas (basado en los avances de Galileo, Copérnico, Descartes, Brahe y Kepler) para combatir el temor supersticioso que éstos tradicionalmente suscitaban entre el vulgo. A raíz de la plaga del chahuistle (chiahuiztli) en la década de 1690, que provocó la pérdida de cosechas y la hambruna general, el erudito Sigüenza, Cosmógrafo Real, mediante un aparato precursor del microscopio descubrió que la causa era un diminuto insecto semejante a la pulga.

            A lo largo del siglo xviii Guadalajara y su región fueron cruelmente azotadas por sucesivas epidemias, casi todas oportunistas, pues se cebaban en organismos debilitados por el hambre. Cuando llegó a su sede episcopal en 1771, Fray Antonio Alcalde encontró una ciudad empobrecida e insalubre. En 1786, “el año del hambre”, hizo frente a la miseria de su grey repartiendo víveres a las parroquias de los pueblos, abriendo comedores para los pobres y dando al Ayuntamiento cien mil pesos para subsidiar el maíz. En 1787 se desató una peste que mató a más de cincuenta mil personas. El Obispo puso todo su empeño y sus recursos en la fundación de un hospital de vanguardia para su época. Frente a las desgracias, Fray Antonio Alcalde sin duda rezaba muchísimo y alentaba las devociones populares, pero al mismo tiempo sus soluciones para traducir su fe en obras consistieron en la atención a los enfermos y desvalidos, la educación para todos, las mejoras urbanas, la vivienda digna e higiénica.

            Así que bien merece Fray Antonio, en estos días y ante tamañas amenazas, pasar a formar parte del elenco de Patronos Jurados de Guadalajara.

 

***

 

La primera instancia de autoridad de lo que había de llegar a ser la Nueva España y luego México fue un ayuntamiento.    Casi siempre se olvida que el cabildo municipal es el espacio del poder local, de la deliberación, de la participación entre iguales, de la rendición natural de cuentas. Es el embrión de la noción de ciudadanía.

             Entre los momentos fundacionales de Guadalajara están aquellos en que los ayuntamientos donde participaban nuestros ancestros decidieron y votaron: eligieron cuáles eran las fuerzas del universo de las que esperaban socorro y a quienes hacían testigos de su propia responsabilidad de velar por sus vecinos.

            La jura de los santos patronos de Guadalajara respondió a las necesidades percibidas por los habitantes de la ciudad en cierto momento histórico como un solemne contrato entre su autoridad corporativa, el ayuntamiento, y los protectores sobrenaturales.

            Es una práctica que va evolucionando: parte en un primer momento de la urgencia de salvaguardar la vida misma de los fundadores y sus familias de los ataques de poblaciones hostiles. Es la etapa de los santos guerreros por excelencia: Santiago, patrón del reino de Nueva Galicia, y San Miguel, primer patrono jurado por el cabildo tapatío. Los patronazgos de la ciudad no fueron invento de un cura o de unos beatos: fueron iniciativas de la autoridad civil (con el lógico acuerdo del cabildo diocesano), declaraciones formales y solemnes, con compromisos fijos para el culto del santo patrono y presupuestos destinados a él.

            Al correr del tiempo, en una ciudad ya asentada y organizada, se recurrirá a otros abogados celestiales para que su intercesión ayude a resolver problemas que son del interés del cabildo porque afectan a la población en general: los rayos, las tormentas, las inundaciones, los temblores, las epidemias y las plagas.

            De principio a fin está también, aunque haya sido formalizado más tardíamente, el principal patronazgo de Nuestra Señora de Zapopan: pacificadora en las convulsiones que acompañaron el nacimiento de Guadalajara, inspiradora en la sedentarización de los pueblos nómadas, conciliadora de diferencias en un medio multiétnico y multicultural y defensora ante peligros de todo género en la accidentada historia tapatía.

 

***

El patrono más antiguo de Guadalajara, San Miguel Arcángel, llegó al valle de Atemajac con los primeros vecinos de la última refundación de la ciudad trashumante. Su título se remonta al 28 de septiembre de 1541, cuando los moradores de la Guadalajara de Tacotlán derrotaron, con muy pocos recursos, a una muchedumbre de atacantes de la llamada rebelión chimalhuacana. La victoria se atribuyó a la intercesión del Arcángel guerrero, al que el ayuntamiento de la ciudad hizo voto perpetuo de honrar cada 28 de septiembre, aniversario del suceso y víspera de su fiesta, con un vistoso paseo cívico, muy lucido y de grande concurso, que marchaba por las calles de la ciudad en pos de un estandarte con las armas reales. La celebración se verificó cada año hasta 1821. Se llamó San Miguel el primitivo templo parroquial de la actual Guadalajara, que sirvió a partir de 1548 como catedral provisional. En la catedral definitiva se le construyó un altar lateral (el que ha llegado hasta nosotros es un fino trabajo de alabastro) y se le dedicó la torre norte del edificio.

            El 24 de agosto de 1592 se eligió por sorteo un santo patrono para la ciudad contra los rayos, animales ponzoñosos y temblores de tierra, y resultó electo “el señor san Clemente, Papa mártir”, y se acordó solemnizar su fiesta (23 de noviembre). En 1639, el ayuntamiento dispuso que en el mes de mayo, “por principio de aguas, en el día que pareciere a propósito, se haga fiesta al glorioso santo en la Iglesia Catedral desta dicha ciudad y en su altar, con misa cantada y sermón, y para ello haya la víspera en la noche luminarias en toda la ciudad, y fuegos y muestras de regocijo con toda piedad y devoción”. En catedral, del lado del Evangelio, está el altar dedicado a San Clemente.

En el siglo xvii el Ayuntamiento de Guadalajara designó a San Sebastián protector contra la peste. Durante una grave epidemia de ese mal en Roma, el año de 680, se invocó su protección particular, y desde entonces la Iglesia ve en él al abogado especial contra las enfermedades epidémicas. Se construyó en su honor una capilla al poniente de la ciudad y su fiesta, el 20 de enero, se sufragaba con rentas establecidas especialmente para tal fin. En 1699 se erigió ahí un beaterio que más tarde se convertiría en el convento de dominicas de Jesús María.

            En 1605, el Obispo don Alonso de la Mota y Escobar sugirió a los habitantes de Guadalajara, muy afectados por una insólita plaga de hormigas y alacranes, pedir el auxilio divino mediante la intercesión de un “padrino amigo”. Resultó electo San Martín, al que juraron patrono los cabildos de la ciudad y de catedral, y dotaron su culto con un fondo piadoso a expensas del presbítero don Martín de Figueroa, canónigo racionero desde el último tercio del siglo xvi, para celebrar solemnemente su función con misa y sermón en su fiesta, el 11 de noviembre. Su escultura ocupa el pedestal poniente del retablo de Nuestra Señora de Guadalupe en la nave norte catedralicia y es obra del célebre artista Mariano Perrusquía.

            En 1734 propuso al ayuntamiento el Alférez Real, por “haberse experimentado en esta ciudad muchos años ha, y siempre en los tiempos regulares de las aguas, formidables tormentas que con sus rayos han muerto a muchos, horrorizando y atemorizando a toda la república”, y especialmente ese año, nombrar patrona contra tales desastres a la muy venerada advocación de Nuestra Señora de Zapopan. Desde entonces su imagen visita la ciudad a partir del día de San Antonio, cuando comienzan las aguas “llueva o no llueva”, a decir de los lugareños. El punto de partida era el templo conventual de Santa Teresa, de donde se pasaba a catedral. Aprovechando esa coyuntura, el 13 de junio de 1821 el brigadier Pedro Celestino Negrete, encabezando a los insurrectos, anunció la adhesión de la intendencia de Guadalajara al Plan de Ayutla, con lo cual se consumó la independencia de la Nueva Galicia. Por haberse logrado de forma pacífica y en presencia de la imagen, el ayuntamiento de la ciudad confirió a la Zapopana el título de Generalísima y estableció que cada año se renovaría el juramento con una procesión solemne con asistencia del cabildo de la ciudad, las comunidades religiosas y la tropa, que concluiría con misa y sermón.

            Finalmente, en 1771, ante la aflicción de los tapatíos por los fuertes temblores de tierra, el Ayuntamiento eligió a Nuestra Señora de la Soledad como abogada contra esas calamidades. El Rey aprobó el patronato en el año de 1777 y ordenó que su día fuese fiesta de guardar. Esto independientemente de que la Virgen de la Soledad era una devoción ya muy arraigada en Guadalajara, cuya más antigua cofradía lleva su nombre junto con el Santo Entierro y que tenía un santuario dedicado a ella al costado norte de catedral, donde ahora está la Rotonda.

 



[1] Maestra en historia de México, con una muy extensa trayectoria en el servicio diplomático, los quehaceres editoriales, la traducción y la escritura, forma parte del equipo de este Boletín, que le agradece su buena disposición a redactar este artículo.



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