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Discurso oficial en el aniversario 478 de la fundación de Guadalajara

Enrique Ibarra Pedroza[1]

 

La mañana del 14 de febrero del 2020, en la Plaza de los Fundadores de Guadalajara,

el Secretario General de Gobierno, en representación del Gobernador,

pronunció el discurso oficial de la sesión solemne

del Cabildo del Ayuntamiento de Guadalajara,

que presidió en ese acto el Alcalde Ismael del Toro Castro.

De los temas aquí abordados, muy relevante es el reconocimiento que se hace

al Siervo de Dios Fray Antonio Alcalde[2]

 

Introducción

 

Buen día. Saludo a todos los tapatíos y tapatías que nos acompañan esta mañana. Agradezco, a las y los integrantes de este Ayuntamiento, en especial a su presidente, Ismael del Toro, por prestarme un asiento en esta asamblea y por permitirme tomar la palabra en representación del gobernador Enrique Alfaro.

En México existe una notable cultura de la celebración de efemérides. A los mexicanos nos gusta recordar el aniversario de cada una de las batallas, fundaciones, promulgaciones, nacimientos o muertes que han marcado la historia, o que nos han permitido construir una historia,  nuestra  historia.

Ahora bien, ¿qué sentido tiene recordar estos hechos y reunirnos para conmemorarlos? En mi opinión, no podemos limitarnos a ver estas conmemoraciones como simples actos protocolarios con los que hay que cumplir, esa tradicional práctica está agotada, porque no le sirve a nadie; ni tampoco creo en la necesidad de usar las fechas del calendario para intentar infundir patriotismo en una sociedad. Nuestra historia vale mucho más que eso.

Por el contrario, creo que las conmemoraciones, como la que nos reúne el día de hoy representan una oportunidad para reflexionar sobre nuestro pasado y su conexión con el presente. Un ejercicio que, además, debemos de intentar hacer de manera crítica, porque de otro modo, tampoco tiene ningún sentido. Estoy convencido de que ése es un cambio que tenemos que hacer, el de llevar el debate público más allá de la inmediatez.

Con esto me refiero a que en un mundo que va tan de prisa, se puede llegar a cometer el error de pensar que lo único que importa es lo que ha pasado hace un minuto o esta mañana, y que lo que ha pasado ayer o hace unos años, ya no importa. Los errores que se olvidan, se repiten, y los buenos ejemplos se desaprovechan.

            Por lo anterior, el día de hoy quisiera utilizar mi intervención para compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el nacimiento de nuestra ciudad y la situación actual de ésta.

Lo primero que debo decir es que Guadalajara no sólo se debe a las 63 familias ibéricas (vascas, andaluzas, extremeñas y portuguesas) que llegaron al valle de Atemajac en 1542. Aunque los monumentos con los que hoy contamos sólo reconocen a esa parte de la población, la realidad es que esta ciudad también fue levantada por las familias que ya habitaban el territorio que hoy ocupa México, tanto las que estaban asentadas en las cercanías como las que llegaron del centro, acompañando al Virrey Antonio de Mendoza en su campaña militar por el occidente (Guerra del Mixtón), y que se establecieron en el barrio de Mexicaltzingo, que precisamente significa “lugar del pequeño caserío de los mexicas o de los mexicanos”.

Pero además, y esto es algo que ha sido olvidado, esta ciudad también fue construida por las manos de esclavos africanos, de los cuales, como señala el historiador Arturo Chávez Hayhoe, hay registro desde el año de 1550, es decir, ocho años después de la fundación formal de Guadalajara. De tal manera que hoy debemos de reconocer que somos herederos de una ciudad que nació del encuentro de tres continentes y de muchos pueblos distintos; pero también de una ciudad que surgió dividida tanto por barreras físicas (el arroyo del Arenal y el río de San Juan de Dios) como por las barreras de una sociedad de castas.

Pues bien, después de 478 años, Guadalajara sigue siendo una ciudad dividida y marcada por los contrastes. Claro está que las divisiones actuales son mucho más complejas, y que incluso ya no podemos explicar este fenómeno a partir del contraste entre el oriente y el poniente, porque el crecimiento horizontal y desordenado de la ciudad ha hecho de las periferias el escenario de los mayores desequilibrios y de las carencias más alarmantes.

Me refiero a Guadalajara de esta manera porque, aunque esta sesión de Cabildo corresponda a uno de los nueve municipios que conforman la llamada área metropolitana, ya no podemos seguir hablando de la ciudad desde la realidad de cada uno de sus municipios. Guadalajara es una sola ciudad, a pesar de sus fronteras administrativas, que lamentablemente desde hace mucho tiempo dificultan la construcción de soluciones comunes a los problemas de todos.

Desde hace algunos años la ciudad comenzó a caminar en dirección de una visión metropolitana, sin embargo los resultados aún son limitados. Lo cual me lleva a abordar un tema de la mayor importancia en nuestros tiempos: el proceso para convocar a un constituyente en Jalisco.

La redacción de una nueva Constitución no va a resolver por decreto los grandes problemas de nuestra sociedad, o de manera concreta del Área Metropolitana de Guadalajara; pero sí puede, por ejemplo, abrir un amplio debate para mejorar las instituciones y los mecanismos para organizar la ciudad y las regiones de Jalisco, así como otras circunstancias que influyen en la vida de las y los jaliscienses.

Un debate que, de acuerdo con la reforma constitucional y la ley reglamentaria aprobada por el Congreso del estado, a partir de la iniciativa presentada por el gobernador Enrique Alfaro, deberá contar con la participación de especialistas, de ciudadanos y de representantes de las distintas latitudes y sectores de la sociedad de Jalisco.

Hago un paréntesis para recordar que, según el artículo 117 Bis de la Constitución vigente, el Congreso Constituyente deberá de estar integrado por 138 asambleístas, de los cuales la mitad deberán de ser mujeres y la otra mitad hombres; y que entre todos ellos deberá de haber cuatro representantes de los pueblos originarios con presencia en la entidad, así como cuatro representantes de los jaliscienses en el extranjero. Ambos, sectores fundamentales para nuestro estado que históricamente han sido excluidos de las decisiones públicas.

 

***

 

Para Guadalajara, como ya lo he dicho, el proceso constituyente no sólo permitirá repensar en conjunto la manera de organizar la ciudad y de enfrentar sus retos actuales y futuros; también nos podrá conducir hacia una reflexión más profunda y autocrítica sobre la manera en la que nos relacionamos como comunidad.

Las ciudades se han fundado con el fin de brindar a sus habitantes una vida menos difícil que la que podrían tener de manera aislada, así lo decía el filósofo Aristóteles, quien concebía la polis como “una asociación de seres iguales que aspiran en común a conseguir una existencia dichosa y fácil”. Esto nos invita a preguntarnos, ¿qué podemos hacer para recuperar el sentido de vivir como comunidad?

Hoy debemos poner la mirada sobre historia de nuestra ciudad, y decidir de manera conjunta si es necesario refundarla, lo que significa revisar la marcha que ha tenido para hacerla volver a sus principios originales o para adaptarlos a los nuevos tiempos. Decisión y reto que de ninguna manera pueden estar sólo en manos de un gobierno o de la clase política. Refundación también significa reconocer que para enfrentar los grandes problemas que padecemos se requiere de la participación de todos, sin excluir a nadie, sin dejar a nadie fuera de nuestra historia.

Sé que muchas personas no creen que una sociedad como la de Jalisco pueda vivir un cambio sustantivo en poco tiempo. Frente a esto, recurro nuevamente a la historia, y pongo el mejor ejemplo con el que contamos: el de Fray Antonio Alcalde, quien llegó aquí el 12 de diciembre de 1771, a la edad de 70 años. La ciudad con la que se encontró el dominico la describe Mariano Otero de la siguiente manera “Guadalajara en 1771 era todavía una ciudad infantil [...] era una localidad reducida y sin una estructura suficiente para hacer frente a las necesidades y problemas de su población”. Quizá, en su momento, nadie esperaba nada de su llegada, y sin embargo en tan solo 20 años el Obispo Alcalde logró dotar a Guadalajara de las instituciones fundamentales de una ciudad:

●         La salud para las mayorías, que materializó con la construcción del Hospital de San Miguel de Belén, hoy Hospital Civil, el cual fue concebido por Alcalde para poder atender a mil enfermos  (no olvidemos que en ese momento Guadalajara apenas superaba los 20 mil habitantes).

●         La educación superior. Alcalde fundó la Universidad, en la cual se formarían muchos de los personajes que posteriormente serían claves en el proceso de la independencia y de la construcción nacional.

●         La vivienda social. Un proyecto inédito en el continente, que comprendió la construcción de 158 viviendas que fueron habitadas por las familias más pobres de la ciudad a cambio de una mínima renta mensual.

●         El trabajo para los jóvenes. Alcalde abrió los primeros talleres preindustriales para que los jóvenes desocupados pudieran construir un proyecto de vida.

●         La alfabetización. El Obispo fundó escuelas de letras para que los niños de todas las condiciones sociales pudieran aprender a leer y escribir.

●         La imprenta. La primera máquina que llegó a Guadalajara fue gestionada por el dominico. Cabe destacar que, años más tarde, en ésta se imprimiría El Despertador Americano, medio de comunicación de los insurgentes dirigido por el presbítero Francisco Severo Maldonado.

Por éstas y por otras muchas obras humanitarias es que el Ayuntamiento tapatío de 1892 nombró la avenida central de esta ciudad como “Señor Alcalde”, la cual, desde la administración municipal anterior inició un proceso de renovación, para convertirse en un paseo para el tránsito peatonal y la convivencia de las familias de toda la ciudad.

            La historia de Alcalde, que es historia de Guadalajara, está llena de enseñanzas y de ejemplos que nos muestran que, aun en los tiempos más difíciles, esta ciudad ha tenido la capacidad de reinventarse y de cambiar la vida de sus habitantes.

Sin embargo, aunque el legado de Alcalde sigue vivo en obras como el Hospital Civil o la Universidad, otras fueron abandonadas con el paso del tiempo; la vivienda social o el empleo para los jóvenes son ejemplo de ello. La desigualdad que nos acompaña desde nuestro origen como ciudad sigue vigente, y sus efectos están ahí, a la vista de todos.

Por eso no podemos olvidar nuestra historia, ni dejar de aprender de ella. Conmemoramos un año más de Guadalajara recordando que, aunque esta ciudad nos pertenece a todos, sigue excluyendo a muchos, y que para refundarla debemos de reconocer que todas y todos somos necesarios; como dice mi amigo Esteban Garaiz, “tiene que haber refundación en donde haya deudas históricas”.

Un nuevo pacto entre los jaliscienses será posible con la voluntad de cambio de   todos. Estoy seguro de que la capital de este estado, con la riqueza que le da su diversidad social, que es una de sus características originarias, llegará a su aniversario número 500 (en tan sólo 22 años) siendo un ejemplo para otras ciudades: un ejemplo de cómo una ciudad democrática puede cambiar el rumbo de su propia historia.

Nunca olvidemos que caminamos sobre historia y somos parte de ella.     



[1] Secretario General de Gobierno de Jalisco

[2] Este Boletín agradece al autor del discurso su inmediata disposición para que se publicara en estas páginas.



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