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El ajuar escultórico de Victoriano Acuña

para la parroquia del Dulce Nombre de Jesús de Guadalajara

4ª parte

Eduardo Padilla Casillas[1]

 

No hubo en Guadalajara a mediados del siglo xix

ningún escultor de mayor prestigio que Victoriano Acuña,

el mejor discípulo de Mariano Perusquía y heredero de su taller.

Vivió en la capital de Jalisco entre 1832 y 1862,

y de su copioso legado aquí se cuenta con un acervo no corto.[2]

 

 

El escultor Victoriano Acuña y la Capilla de Jesús

 

De Victoriano Acuña se sabe que nació en Huichapan, que se formó en Santiago de Querétaro en el taller de un “maestro de maestros”,[3] el escultor de San Juan del Río Mariano Perusquía y Rubio (1761-1832), quizás el mejor discípulo en escultura de la Academia de San Carlos en tiempos de Manuel Tolsá y que ejecutó para la Catedral de Guadalajara muchos y muy importantes trabajos e impartió clases en la Academia de Bellas Artes de esta capital. Acuña coincidió allí con otros oficiales del maestro, como Mariano Arce y Mariano Montenegro, aunque Acuña, a decir de Agustín F. Villa, será a la postre el más aventajado de todos.[4]

Acuña pasó a la capital de Jalisco el mismo año de la muerte de su maestro, pues heredó su taller, el cual sostuvo aquí hasta la segunda mitad del siglo xix, vivió aquí con su familia, esposa y prole, y también en este lugar pudo descansar en paz.[5]

En ese lapso de casi tres décadas produjo un número muy apreciable de esculturas de madera policromada para la Catedral, por entonces en profundo proceso de remozamiento interior, incluyendo la renovación del repertorio iconográfico de sus altares; en el templo del Sagrario, que estaba en construcción, trabajó al lado del arquitecto Manuel Gómez Ibarra y para ese recinto hizo en piedra las acróteras del frontón representando las virtudes teologales y el conjunto escultórico de la Coronación de María como Reina del cielo y de la tierra del retablo.

No fueron a la zaga en encomiendas otros templos de la ciudad como el de las Capuchinas, el Carmen, el Pilar, para la que talló un Señor San José­, el de Jesús María –los ángeles del altar mayor–, el Carmen –una Piedad, una Santa Teresa y una Virgen del Carmen–,[6] una Dolorosa para el de Santa Mónica y un San Agustín del templo dedicado a este Doctor de la Iglesia.

Para la basílica de Zapopan hizo una Sagrada Familia y para la de San Juan de los Lagos el mismo tema, flanqueado por San Agustín y Santo Tomás de Aquino, y también una Asunción de María con San José y San Juan Bautista a sus lados.

Ahora bien, lo que Acuña hizo para el templo parroquial del Dulce Nombre de Jesús tiene la particularidad que aquí él mismo nos cuenta: haber dotado de su repertorio escultórico a la sede de la cuarta parroquia de Guadalajara al tiempo de la conclusión de su obra material.

 

·      Un documento fehaciente

 

Como ya quedó asentado en anteriores colaboraciones, la sede nueva y definitiva del templo parroquial del Dulce Nombre de Jesús pudo edificarse gracias a don Juan Antonio Camacho, su gestor absoluto desde que se echaron los cimientos en 1844 hasta su deceso en 1857.

            En casi tres lustros, el señor Camacho, apelando a toda clase de estratagemas moralmente lícitas, mantuvo en caja caudal suficiente para alimentar la fábrica material del recinto en el tiempo menos favorable para ello, entre guerras. De qué negociaciones, convenios y donativos se valió es cantera para un análisis particular. Luego de su muerte recibió esta encomienda quien hasta entonces había sido su vicario, don Antonio Gómez.

El financiamiento para la construcción del templo derivó casi todo de limosnas recaudadas para ello y la ejecución de los trabajos se hizo a través de convenios directos y bajo la palabra del señor Cura Camacho. Ya no estando él, sus acreedores se encontraron en aprietos, máxime que la situación política en ese momento de ser mala se volvió pésima y poco después calamitosa, pues derivó en una guerra, la de Reforma.

Entre los adeudos pendientes de finiquito el nuevo párroco se desentendió de lo que se debía al maestro Victoriano Acuña, lo que orilló a éste a gestionar ante la haceduría de la Curia diocesana, en una demanda fechada el 18 de agosto de 1862 –cinco años después de la muerte de su deudor–, que se le pague el adeudo, pues él no cuenta con más, está enfermo y en la inopia absoluta. Esto es lo que nos cuenta:

 

Victoriano Acuña, mayor de edad y de esta vecindad, ante Vuestras Señorías, con el debido respeto y en la forma legal, expongo:

·       Que autorizado por el Gobierno Eclesiástico el finado presbítero don Antonio Camacho para edificar el templo conocido hoy con el nombre de Parroquia de Jesús, se contrató conmigo para llevar adelante tan laudable empresa.

·       Se emprendieron al efecto los trabajos consiguientes, llevando como era natural las cuentas respectivas.

·       Al fallecimiento del expresado presbítero se me adeudaba la cantidad de trescientos veinte pesos ($320) que el albacea de dicho señor, en los inventarios correspondientes, cargó a la fábrica por haber celebrado arreglos con los demás acreedores a la misma testamentaría.

·       Ni entonces ni después he urgido por el pago de ese crédito, justo tanto por consideraciones que deseaba guardar como porque mis circunstancias eran bien distintas de las presentes.

·       Hoy me hallo enfermo de gravedad, falto de recursos y sin otra cosa con que contar para mis gastos que la deuda de que hago mérito, por cuya razón, y existiendo en el archivo de ese Gobierno Eclesiástico los antecedentes relativos al mismo negocio, suplico a Vuestras Señorías que tomando en consideración la justicia que me asiste, la deferencia con que me he esperado por tan dilatado tiempo y la situación aflictiva en que me encuentro, se sirvan expedir sus superiores órdenes para que de preferencia se me satisfaga la cantidad que se me adeuda y de la cual he hecho mención.

Por lo expuesto, a Vuestras Señorías pido se dignen proveer como lo solicito por ser así de justicia.

Protesto a Vuestras Señorías.

Como ignoro el papel en que debo presentarme, protesto agregar el sellado que corresponda.

 

Guadalajara, agosto diez y ocho de mil ochocientos sesenta y dos

Victoriano Acuña [Rúbrica]

 

En respuesta al escrito, el 1º de septiembre siguiente el presbítero don Jacinto López y Romo pide al demandante la exhibición de documentos legítimos que acrediten el adeudo y una relación de los bienes que según sus cuentas él intervino. Al día siguiente, el escultor responde por escrito:

 

Cumpliendo con lo que Vuestras Señorías se sirven prevenirme en el superior decreto que antecede, tengo el honor de acompañar en testimonio legalizado los inventarios practicados a bienes del finado señor presbítero don Antonio Camacho, que comprueban que la Parroquia de Jesús me es deudora de la cantidad de trescientos veinte pesos, cuyo pago he solicitado por mi escrito de 18 de agosto próximo pasado.

En esta virtud y por las razones de que hice mérito en dicho escrito, suplico a Vuestras Señorías que reconocido el mencionado crédito, se sirvan expedir la orden correspondiente para que de preferencia se me satisfaga.

Como el señor albacea de la testamentaria de que he hecho referencia ha tenido la bondad de presentarme el testimonio que acompaño y debiendo parar en su poder este documento por ser de su exclusiva responsabilidad, ruego a Vuestras Señorías que tan luego como se hayan impuesto de él en la parte relativa al negocio de que me ocupo, se dignen mandar se me devuelva por ser todo así conforme a justicia.

Guadalajara, septiembre 2 de 1862

Victoriano Acuña [Rúbrica]

 

Aunque el proceso no tuvo la celeridad que el maestro necesitaba, tampoco se demoró de más, pue el 16 de enero de 1863 la Sagrada Mitra decretó a su favor el reconocimiento del adeudo:

 

Vista la solicitud que antecede suscrita por don Victoriano Acuña, centrada a que le sea cubierto un crédito activo de trescientos veinte pesos que asegura tiene con él la parroquia de Jesús de esta ciudad por el valor de unas imágenes que hizo para aquel templo, visto el documento que ha exhibido con que pretende justificar su crédito […] con todo el gobierno eclesiástico, que ha pedido informes de personas que han tenido conocimiento de este negocio y que le merecen pleno crédito, se ha persuadido que efectivamente, la cantidad expresada y en tal concepto dispone que le sea cubierta en los términos que pueda hacerlo la parroquia de Jesús.

 

·      Aspecto del templo en las postrimerías del siglo xix

 

Respecto al ajuar de esculturas que Acuña manufacturó para la Parroquia de Jesús tenemos el inventario de entrega que hizo en marzo de 1892 el presbítero don Luis G. Soriano al nuevo párroco, don José Anastasio Guzmán. Dicho inventario, contrastado con el de 1856 que ya hemos utilizado, nos ofrece datos suficientes para reconstruir el aspecto que llegó a tener el recinto a fines del siglo xix. Esto es lo que nos informa:

-       Que los retablos del templo eran siete:

El del altar mayor exhibía al centro Divino Salvador pintado, y flanqueándole y esculpidas las representaciones de San Pablo (al oriente) y San Pedro (al poniente). Coronaba el retablo el conjunto escultórico de la Coronación de María como Reina de Cielos y Tierra.

El retablo del crucero oriente fue para el conjunto escultórico de Los dulces nombres de Jesús, María y José. El del lado opuesto, para San Juan Nepomuceno, coronado por una pintura que reproducía el martirio del santo.

En uno de los tramos del muro perimetral oeste de la nave, un retablo a Nuestra Señora de Guadalupe, figurada allí en un óleo sobre lienzo; en el otro tramo, el retablo de San Miguel Arcángel, pintado, y en idénticos términos, coronándolo, un Niño Jesús en medio de los Doctores.

En los tramos del muro perimetral poniente, los retablos de Nuestra Señora de la Luz, pintada, y el de San Antonio de Padua, también en soporte bidimensional, complementado por otro lienzo alusivo a la Natividad del Jesucristo.

-       Otros bienes artísticos del templo:

En el púlpito sigue el retrato de santo Tomás de Aquino y se da cuenta de dos pinturas, un Ecce Homo y una Dolorosa de bulto.

Se hallan instaladas ya las catorce estaciones del Viacrucis y el cancel de la puerta.

A las dos capillas, se les denomina de Nuestra Señora del Refugio, que se venera pintada, y la de san Felipe Neri, representado en escultura.

Se alude, por último, a una escultura de Jesús Divino Preso.

-       El ajuar de la sacristía y del bautisterio

De este espacio se da cuenta de los seis retratos de tres obispos diocesanos y tres párrocos y de las pinturas del Divino Salvador y de temas marianos. Del bautisterio se menciona sólo que en su retablo hay, junto a la pila, una escultura de San Juan Bautista.

 

·      Cotejo de los inventarios

De lo que ya hemos analizado, en la diferencia de años del inventario de 1856 respecto al de 1892 hay una notable merma de pinturas dentro del templo y un aumento de las esculturas. Si restamos de ellas las que ya se registran a mediados de ese siglo, podemos inferir que fueron seis las esculturas talladas por Victoriano Acuña, a saber: San Pedro y San Pablo, San Juan Nepomuceno, los dulces nombres de Jesús, María y José,[7] todas expuestas en su sitio a la pública veneración y formando parte del conjunto, salvo la de San Juan Nepomuceno, ahora en el bautisterio.

Aunque no contamos con fuentes documentales precisas, podemos, sin embargo, inferir que este lote escultórico se produjo al tiempo que el edificio ya no estaba en obra negra y que aún no se entregaban cuando se hizo el inventario de septiembre de 1856, puesto que no aparecen en él, pero que ya se estarían elaborando antes del fallecimiento de don Juan Antonio Camacho, que fue a mediados de octubre de 1857; más cuando en su escrito Victoriano Acuña hace constar que quien lo contrató fue el señor Camacho y hasta nos permite suponer que las entregó habiendo ya éste fallecido, pero sin recibir el importe de ellas. Con muchas probabilidades podemos afirmar que dichas obras se hicieron entre 1856 y 58.

 

·      Inferencias provechosas

 

No pudo ser ajeno al deseo de Juan Antonio Camacho de contratar al mejor escultor radicado en ese tiempo en la capital de Jalisco, Victoriano Acuña, el prestigio que éste tuvo como principal escultor del nuevo repertorio iconográfico de la Catedral tapatía, ni menos todavía que al solicitar sus servicios no tuviera en cuenta lo relevante de que fuera el propio artífice el que labrara todo el conjunto, con la sensibilidad estética que tuvo desde su origen el diseño del edificio y sus retablos, pero también con la destreza del artista que mejor expuso entre nosotros los parámetros académicos en su oficio.

Las esculturas hechas por Victoriano Acuña para el templo parroquial del Dulce Nombre de Jesús, observadas junto a las que ciertamente sabemos que él hizo para la Catedral, tienen las siguientes afinidades: su formato es algo mayor que el monumental y muy atento a la correcta proporción del cuerpo humano, sobre una base cuadrada. A golpe de vista son tallas completas de madera, cubierta ésta con bases de preparación y policromías tan delgadas que dejan ver la huella de las herramientas que labraron el material de soporte.

Los volúmenes de los pliegues de los ropajes se obtuvieron tallando la madera con la gubia, sin pulirla y evitando ensamblarla, lo que los hace en ocasiones cuadrados y angulosos. Valiéndose nada más de incisiones practicadas con el filo de la gubia, los pliegues de las túnicas disminuyen en la medida en que se ciñen a la cintura o a las muñecas del personaje.

La escultura de san Juan Nepomuceno deja ver la robustez de los bloques de madera para ello embonados. Los rasgos fisonómicos de los modelos masculinos han sido descritos con viril parsimonia y mucha serenidad, lo cual es grato a la vista; no son ajenos a su carácter elementos muy elaborados como la cabellera y la barba, todo lo cual viene a ser como una marca de fuego del gran escultor que fue Victoriano Acuña.

Otro elemento distintivo suyo son las enérgicas y proporcionadas extremidades, manos y pies en las que las arterias muy gruesas y resaltadas tienen un papel preponderante para la vista atenta.

Las encarnaciones son de un acabado terso y pulido. En la zona de los rostros casi no se observan huellas de haber utilizado máscara, y en consecuencia no se usaron ojos de vidrio.

La talla del cuerpo femenino en nuestro caso se reduce a la representación de la Virgen María al tiempo de ser coronada. Las muchas que sí tenemos en la Catedral labradas por Acuña coinciden con ésta en detalles tales como el vientre algo abultado a la altura de la cadera.

Distanciándose totalmente de los escultores novohispanos, las secciones posteriores de las esculturas labradas por Acuña no son planas, sino que continúan con su lógica de pliegues.

Un dato muy relevante de nuestro análisis es que, luego de una observación meticulosa de esta particular producción, no se observan diferencias sustanciales, con lo cual se reafirma lo que se ha escrito de Acuña: que era tan dedicado a lo suyo que no empleaba oficiales, de modo que comparadas estas esculturas con las catedralicias y sabiendo que las hizo ya en la madurez de su producción, casi 30 años después de las primeras, tenemos datos para suponer que no obstante el volumen de trabajo de su encargo, se mantuvo en todo este tiempo fiel a su propuesta formal y técnica.

 

·      Otros hallazgos

 

El inventario de 1892 incluye como ajuar del bautisterio la escultura de San Juan Bautista que talló Rafael Barragán, pero no menciona más el conjunto escultórico que también sabemos hizo dicho artífice para ese lugar, aunque sí se refiere a uno similar, ahora colocado en la parte superior del retablo principal. Lo que conjeturamos pasó con dichas esculturas no lo dejaremos en el tintero, pero se abordará más adelante, para dedicarnos aquí al cotejo de tres esculturas con idéntico tema labradas por Acuña tanto para la Catedral tapatía como para la Capilla de Jesús, con muchos años de diferencia: las de San Juan Nepomuceno, San Pedro y San Pablo.

-       San Juan Nepomuceno

De la efigie del mártir del secreto de confesión, instalada en el retablo del crucero poniente de la parroquia del Dulce Nombre de Jesús, que haya quedado en solitario no parece ajeno a la voluntad del artista ni de quien le encargó el trabajo, y sí que tal distinción evidencia su particular aprecio por el tema y el personaje. A la versión que hizo en la madurez de su vida la dotó de mayor construcción anatómica y robustez respecto de su par catedralicio. Aquélla tiene un carácter varonil más marcado, incluso por la barba; lleva puesto el atuendo de los canónigos, con sobrepelliz lisa; las manos y el rostro con expresivos y retóricos gestos, atentos a atributos ahora ausentes: el crucifijo, que mira con viveza sosteniéndolo con la mano siniestra y la palma del martirio en la diestra. El atuendo del traje coral del santo de Praga en la Capilla de Jesús es el propio de los tiempos litúrgicos penitenciales, adviento y cuaresma, o sea, morado y con forro escarlata, expresando aquí con ello humildad y penitencia, y en Catedral es negro y la sobrepelliz bordeada de armiño, que evocan circunspección y formalidad.

Considerando lo expuesto y las duras pruebas por las que pasó el clero en la época de la Guerra de Reforma, incluyendo la supresión de las órdenes religiosas masculinas, nada nos impide reconocer en esta escultura en particular y en el retablo en general un homenaje al sacerdocio tapatío.

Así como mencionamos las diferencias formales entre ambas esculturas, la semejanza es su ejecución es mucha: la base cuadrada, el tamaño, la solución volumétrica para los ropajes y las huellas en ellos de las herramientas.

Ambas tallas se han resuelto con bloques macizos de madera y ausencia casi total de telas encoladas. La policromía de los ropajes es delgada y permite ver de manera más directa, como hemos dicho, el labrado en la madera. Ahora nos es difícil evaluar más de esto por los groseros repintes posteriores, aunque al parecer las encarnaciones más pulidas son las de origen.

-       San Pedro y San Pablo

La solución formal de la escultura de San Pedro del altar mayor de la parroquia del Dulce Nombre de Jesús es muy similar a la del coro de la Catedral de Guadalajara. En ambas esculturas el Apóstol se encuentra representado como tal y no como Papa; como un varón de edad madura, barbado, de pie y con toga romana, cinturón y manto. Tiene el atributo de las llaves de oro y plata en la mano derecha, alusivas al oficio de atar y desatar que Cristo dio al Príncipe de los apóstoles. La diferencia entre ambas tallas estriba en que la de la parroquia no porta un libro en la mano izquierda y la de la Catedral de Guadalajara forma parte de un grupo de imágenes en blanco que imitan el mármol, mientras que la escultura de la parroquia de Jesús esta policromada, su túnica es amarilla y el manto, rojo.

Al igual que el San Juan Nepomuceno, las tallas de que tratamos ahora muestran los mismos rasgos distintivos: la base cuadrada, el tamaño, la misma solución volumétrica para los ropajes y las huellas de herramientas. Ambas están solucionadas con bloques macizos de madera y ausencia notoria de telas encoladas. Igualmente, la policromía es delgada y permite ver el trabajo en la madera. El notorio y desafortunado repinte dificulta comentar más al respecto.

En lo concerniente a la talla de San Pablo del altar mayor, formalmente es muy distinta a la del coro de la Catedral de Guadalajara. Victoriano Acuña fabricó representaciones con caracteres muy diferentes en cada una. El San Pablo de la Catedral es introspectivo, mientras que el de la parroquia se dirige con gravedad al espectador y se muestra al tiempo de disponerse a anunciar la Palabra. En la Catedral lo personifica un varón maduro, barbado, de pie, que viste túnica con cinturón y manto. Tienen ambas como atributos la espada en la mano derecha, en recuerdo de su martirio, pero, insinuamos, la catedralicia tiene la mirada baja, que dirige al libro abierto que sostiene con la mano izquierda. Esta talla forma parte del grupo de imágenes en blanco.

El apóstol de los gentiles de la parroquia está policromado, con la túnica de color morado claro y el manto naranja claro. En cuanto a los atributos, su mano diestra apunta con el índice al cielo y la siniestra sostiene un libro cerrado. Al igual que las otras, presenta las mismas características de la producción de Acuña como la base, el tamaño y la misma solución en los ropajes con las huellas de herramienta. La manufactura de ambas figuras está solucionada con bloques macizos de madera, con la probable ausencia de telas encoladas y, del mismo modo, la polícroma, por desgracia, ha sido repintada.



[1] Licenciado en Conservación y Restauración de Bienes Muebles, egresado de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente; es desde hace muchos años docente de ella y un investigador meticuloso de temas relativos al patrimonio eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara.  El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia auspiciada por el Programa del Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (pecda) del área de difusión e investigación del patrimonio cultural de la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco.

[2] Este Boletín agradece al autor su inmediata disposición para publicar aquí su estudio. Él, por su parte, agradece las atenciones del párroco del Dulce Nombre de Jesús, don José Vázquez Ruiz, y de la secretaria del despacho parroquial, Laura Luna, para esta investigación en el modélico archivo parroquial.

[3] El título se lo adjudica Roberto Chellet, en uno de los ejemplares de 1944 de la revista Querétaro, publicación del Círculo Queretano de México y que cita Lauro Jiménez Jiménez en el libro San Juan del Río a través de sus personajes, San Juan del Río, Presidencia Municipal, 2017, pp. 86-89.

[4] Cf. Juan José Tablada, Historia del arte en México, México, Compañía Nacional Editora Águilas, 1927, p. 153.

[5] Un error repetido una y otra vez consiste en afirmar que la muerte de Victoriano Acuña acaeció en 1860, lo cual no pudo ser así, como aquí se demuestra. Más datos de su vida aparecerán en la siguiente colaboración sobre este tema.

[6] Esta última escultura tiene un derrotero de lo más caprichoso, pues si bien se hizo para el templo de los Carmelitas Descalzos, cuando sobrevino el desmantelamiento y la ruina del convento, en 1858, pasó al de sus hermanas de hábito, las descalzas de Santa Teresa. Casi como una conseja se afirma que usó como modelo para esta escultura a una beldad de entonces, María de los Dolores Romero de Chávez y Gómez-Hurtado de Mendoza (1835-1894), escultura que fue calificada en 1935, en un certamen que se convocó en Celaya, como la mejor en su género en el ámbito nacional. El 24 de noviembre de 1960 dicha imagen recibió, en el Monumental Estadio Jalisco de Guadalajara la Coronación Pontificia, actuando como delegado de San Juan xxiii el Arzobispo Cardenal José Garibi Rivera. En el año 2004 la imagen se llevó a una exposición de arte sacro al Instituto Cultural Cabañas y ya no regresó al templo de Santa Teresa, sino que pasó a la capilla del nuevo monasterio de las Carmelitas Descalzas, en la colonia Monraz de esta capital.

[7] Ahora denominada La Sagrada Familia.



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