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Max I. Dimond y su versión del pueblo judío

Guillermo Sánchez Rivera[1]

 

Se reseña aquí el contenido de un libro que presenta

la historia del pueblo judío como un destino manifiesto,

tema tan entrañable para la cultura estadounidense

y enfatizado por Max I. Dimond, como aquí se verá,

para “arrojar luz sobre nuestra propia historia occidental

y despejar en lo posible los prejuicios que el recelo y la ignorancia

han acumulado sobre los israelitas”.[2]

 

 

Advertencia necesaria

 

Tuve ocasión de adquirir en la librería del sitio arqueológico del Qumrán, en Cisjordania, el libro Jews, God and History (Penguin Books, 2004), cuyo contenido leí luego con avidez. Por él tuve conocimiento de Max I. Dimont (1912-1992), cuya vida condensa no poco de lo que desde su visión de la historia comparte en el contenido de su obra y por eso la reseño en sus datos esenciales.

Nació en la población de Kovno, en Lituania, en tiempos del Imperio Ruso; lo crio una familia judía en Helsinki y arribó a los Estados Unidos, en la sección de tercera clase de un barco de pasajeros a la edad de 17 años, al lado de su madre y sus hermanos. Al arribar fue confinado en un hospital de Ellis Island por una dolencia calificada como bocio simple y sólo una vez dado de alta pudo irse junto con los suyos a Cleveland, Ohio, donde se establecieron. Cuanto antes, él se propuso dominar el inglés de forma autodidacta leyendo a Shakespeare, la versión de la Biblia del Rey Jacobo y la dramaturgia estadounidenses de entonces.

Su despejado talento le permitió enrolarse en los servicios de inteligencia del Ejército de su nuevo país;  luego, se sumó al equipo de relaciones públicas y recursos humanos de la Edison Brothers Stores, de St. Louis, Missouri. El tiempo de la Segunda Guerra Mundial fue el noviciado para su tercera actividad, escritor de un best sellers, que inauguró ya maduro, en 1962, gracias a su exitoso libro que aquí reseñamos: Judíos, Dios e historia, que en múltiples reediciones ha sido impreso hasta en 1.5 millones de ejemplares, granjeándose del rotativo Los Angeles Times el comentario de ser “sin duda, la mejor historia popular de los judíos escrita en el idioma inglés”.

A raíz de tal éxito su autor se dedicó a viajar por el mundo, de los Estados Unidos, Canadá, Sudáfrica, Brasil y Finlandia, Aunque nunca repitió la hazaña, compuso luego Los judíos indestructibles: ¿hay un destino manifiesto en la historia judía?, Los judíos en América: las raíces, la historia y el destino de los judíos estadounidenses, Increíbles aventuras del pueblo judío y Cita en Jerusalén: una búsqueda del Jesús histórico.

Al tiempo de su muerte tenía ya lista la segunda edición de Judíos, Dios e historia, que finalmente publicó, en 1994, su viuda Ethel, colaboradora suya desde siempre, bajo el cuidado de la hija de ambos, Gail Goldey.

Con lo dicho nos queda claro que Max I. Dimont, sin pretender nunca ser un investigador académico, tampoco fue un improvisado escritor; que hizo suyo un tema que le era esencialmente entrañable y que luego de la Segunda Guerra mundial y de la difusión del genocidio alentado por el nacionalsocialismo alemán, produjo situaciones diplomáticas tan complejas como la creación del Estado de Israel en la Palestina en 1947 y su propia versión del Holocausto y los sentimientos de culpa que produjo por todos lados.

Representa este autor a esa corriente de simplificadores de los capítulos históricos sionistas de la segunda mitad del siglo pasado, que sin manipular los datos seguros hasta reducirlos a historietas y patrañas, tampoco quiso ser un apologeta de su causa judía, como se ve en la lectura atenta de su obra, pues engarza sus argumentos y los desarrolla con abierta seguridad y seducción, y muy atento a influir donde en otro tiempo hubiera sido imposible: en ámbitos culturales de amplio predominio cristianos.

Agregué estos párrafos introductorios a la recensión de un libro cuya difusión contribuyó no poco del antisemitismo previo a la Segunda Guerra Mundial. Buena parte de los lectores apenas tenían conocimiento muy vago antes del antisemitismo germano al que  hacemos alusión.

 

i

 

Una ética evolucionaria

 

Por la educación cristiana estamos familiarizados con la Historia Sagrada y la Biblia, que es como decir, con datos muy concretos en torno al Pueblo escogido hasta la era apostólica. Empero, poco o nada sabemos de la cultura judía después, siendo así que no termina con la toma de Jerusalén en el año 71 y sigue su curso, entretejida como ha estado con la historia, nada menos de las seis civilizaciones que van de los siglos xx aC al xxi dC, y no sólo ahora en el Estado de Israel, sino en todos los continentes.

Vistas así las cosas, la judía, entre las culturas antiguas, como la de China, la India y Egipto, ha sido de las más influyentes en la historia, pero a diferencia de aquéllas, que al corromperse éticamente perdieron su inteligencia creativa, prevalece tanto más viva como atenta a todos los órdenes de la sociedad contemporánea: el cultural y el científico, el literario y el musical, el económico y el filosófico.

Y si la Hélade como civilización hegemónica en la antigüedad tuvo un despliegue en el tiempo de 500 años y la latina de 1 200 (del 600 aC al 600 dC), lo que subsistió de la cultura grecorromana en el crisol de Occidente no se remonta ya a las personas y circunstancias que las sostuvieron, que son un recuerdo desde hace catorce siglos.

El pueblo judío, en cambio, guardián de una ética evolucionaria según sus propias conclusiones, puede contar entre los suyos lo mismo a Jesucristo, al que reconocen como Hijo de Dios los casi 2 500 millones de bautizados que forman el grupo religioso más grande del planeta, que a ese judío de cepa que organizó la Iglesia en los tiempos apostólicos, San Pablo. Del monoteísmo judío son herederos los 1 200 millones de adeptos al Islam y todos, judíos, cristianos y musulmanes, reconocen como antepasado en la fe al patriarca Abraham.

Ya en el contexto occidental y hasta cristiano, un filósofo judío, Baruch de Spinoza, desató hace 300 años la filosofía del misticismo para abrir la brecha al racionalismo y a la ciencia moderna. Otro tanto hizo en el campo económico el mayor ideólogo de la era moderna, Karl Marx, cuya obra más divulgada, Das Kapital, fundamentó el orden social y político de millones de personas, principalmente en Rusia y China.

Contribuciones recientes de judíos han cambiado el curso de la historia con genios de la talla del físico y matemático Albert Einstein, que introdujo a la humanidad en la era atómica y pavimentó el camino para los viajes más allá de la tierra, o del psiquiatra Sigmund Freud, el cual levantó, con su método del psicoanálisis, el velo de la mente humana al grado de revolucionar el concepto que tenía de sí mismo el hombre, como la relación entre la materia y la mente.

A través de los siglos, los judíos han fomentado los conceptos de oración, comunidad, redención, educación universal y caridad. Estos conceptos los conocía el pueblo judío cientos de años antes que el resto de la humanidad ¡y sin embargo, hasta 1948, por cerca de 3 000 años, los judíos ni siquiera poseían una patria propia! Vivieron en medio de los babilonios y del mundo helénico, soportaron el yugo del Imperio romano y florecieron (algunos, a veces) en la civilización musulmana. En Europa emergieron intactos después de la época medieval. En la modernidad escalaron nuevas cumbres intelectuales, habiendo primero soportado persecuciones e intentos de exterminio que culminaron con un holocausto nazi, para finalmente recuperar la Tierra Prometida.

Los judíos son una minoría insignificante. Como dato curioso, los 17.5 millones de judíos actuales representan menos de la tercera parte del uno por ciento de los seis mil millones de pobladores del planeta. A pesar de haber vivido en la diáspora por tanto tiempo, han conservado su identidad religiosa y su lengua propia; no obstante, han comunicado su ética y su inteligencia en todas lenguas del mundo.

El calendario judío arranca con la creación de Adán y Eva hace 5 765 años, pero el pueblo hebreo como tal tiene 4 000 años de antigüedad, pues nace con Abraham, un sumerio que acepta la alianza con Dios, por medio de la cual él y sus descendientes serán su pueblo escogido, heredarán la tierra de Canaán y circuncidarán a todos los varones a los ocho días de nacidos. Abraham y sus seguidores fueron llamados desde entonces hebreos, es decir “el pueblo que cruzó al otro lado del río”.

 

ii

 

Un gran drama cabalístico en tres actos

con duración de 2 000 años cada uno

 

·      Primer acto la “Tesis del Destino”

 

Se presenta aquí una sucesión de héroes, parecidos a los de una tragedia griega, actuando en papeles dispuestos por un Director Divino. Con firme convicción de su papel como progenitor del Pueblo escogido, Abraham es el protagonista trágico imbuido de una fe heroica. En este acto primero, Dios sigue con el siguiente reparto: Moisés guiará a los israelitas fuera de la cautividad en Egipto para darles la Ley; Josué los conducirá hasta la Tierra Prometida; los Profetas engrandecerán el concepto de Dios (Jeahová) hasta una deidad universal (Yahveh-Elohim); Ezra y Nehemías dan el grito de alerta para que este universalismo no se trague a los judíos. Con los conflictos externos de esta etapa de la historia se desarrolla la “tesis de un destino” que unifica a los judíos en una nación. Esta unidad se resquebraja con la aparición de la secta cristiana, que proclama a Jesús como el Mesías. Poco antes de bajar el telón del primer acto, los cristianos declaran con osadía que el papel de los hebreos como Pueblo Escogido de Dios ha terminado.

 

·      Segundo acto: “El rompimiento de los vasos”

 

Jerusalén es destruida dos veces, una por Babilonia, otra por Roma, y los judíos son diseminados en la diáspora. Con el papel del Pueblo Escogido protagonizado durante 2000 años, no están preparados para abandonar sus misiones ancestrales sacerdotales y proféticas. Ahora observamos una larga fila de rabinos, filósofos y académicos inventando nuevas herramientas para la supervivencia: el talmudismo, con sus redes de escuelas llamadas yeshivás, la filosofía de Maimónides, las interpretaciones de Rashi, la poesía de Halevi, la codificación de Caro, el misticismo de la Cábala, el humanismo de la Haskala, y finalmente, al término del segundo acto, el nacionalismo sionista, que reúne a un segmento de la diáspora en Israel. El “vaso” despedazado por dos mil años es restaurado. El telón cae al final del siglo XX. Fin del segundo acto.

 

·      Tercer acto: “La restauración según el ciclo cabalístico”

 

¿Están los judíos destinados en los próximos 2000 años a representar un papel todavía no revelado?

A lo largo de las centurias la tríada Yahvé – Torá – Profetas ha producido dos conjuntos de leyes, una para la preservación de los judíos y otra para la preservación de la humanidad. En sus primeros dos milenios aplicaron un tercio de la Torá y el Talmud para conservar su identidad en medio de los gentiles. En sus segundos dos milenios aplicaron el segundo tercio de su doctrina que trata del ritual y las dietas para mantener su unidad y salud étnica mientras diseminaban en el mundo los aspectos universales del humanismo judaico. El último tercio de la Torá y el Talmud son sus contenidos universales de moralidad, justicia y ética. Se pregunta Max Dimont: ¿está por fin el judaísmo preparado para hacer proselitismo en un mundo listo para aceptarlo? ¿Será acaso éste el papel secreto que les aguarda a los judíos en el tercer acto? Si el mundo durante los próximos dos milenios abraza la moralidad de la Torá, la justicia social de los Profetas y la ética de los Patriarcas, entonces se hará realidad el sueño de Abraham expresado por Isaías: “Paz, la paz a aquel que está lejos y a aquel que está cerca”.

 

iii

 

El Estado Judío en Palestina hoy

 

Finalmente, sólo unos cuántos hechos sobre el estado de Israel, que mucho nos ayudarán a comprender los conflictos del Medio Oriente. La revolución sionista, al igual que las revoluciones francesa, estadounidense y rusa, arrancó con el trabajo de los intelectuales. Los sionistas de la Haskalá fueron los intelectuales revolucionarios que criticaron el estatus judío y delinearon un plan para una nueva nación. El sionismo es un nombre nuevo para una vieja ideología; significa un regreso a Sión, monte de la ciudad de Jerusalén en tiempos del Rey David. Esta idea permaneció viva durante el periodo de la diáspora. En la primera revuelta judía contra Roma, por el año 79 dC, Vespasiano manda la x legión para que sitie y arrase Jerusalén y su hermoso templo reconstruido por Herodes el Grande. Después de un largo sitio, la ciudad santa es tomada, incendiada y desmantelada, dejando en pie sólo el muro de los lamentos. Luego ocurre una segunda revuelta, y una tercera en el año 135 dC, liderada por Bar Kochba, un formidable general. Los israelitas fueron expulsados de Judea, la región fue rebautizada con el nombre de Palestina, por un dios solar pagano; sin embargo, ellos nunca perdieron la esperanza de regresar algún día. Palestina permaneció en el olvido hasta que el emperador Constantino, en el siglo IV dC, la convirtió en lugar de peregrinaje. Luego, en un frenesí de misticismo, de la Tierra Santa salen reliquias para consagrar catedrales y conventos europeos. Permaneció varios siglos abandonada y convertida en campo de batalla entre Bizancio y Persia. En el siglo VI cayó en manos de los musulmanes. Durante las cruzadas, en 1100 los cristianos la recuperan y por dos siglos la Cruz y la media luna se la disputan, hasta que los mamelucos primero y los otomanos después la anexan al Imperio otomano, último reducto del califato musulmán.

Con las ideas del sionismo, los judíos empiezan a suspirar de nuevo por la Tierra Prometida. En 1860 la tierra que manaba leche y miel era un desierto estéril que apenas podía sostener una comunidad de 12 000 judíos, hacia el final del Imperio otomano. Pero hasta 1920, cuando fue desmantelado por los Aliados tras la Primera Guerra Mundial, fue que los árabes empezaron a interesarse por Palestina al rebelarse contra los turcos, instigados por el famoso Lawrence de Arabia. Nacen entonces los países árabes al capricho y según los intereses petroleros del Imperio británico, que divide el territorio sin respetar fronteras religiosas y étnicas y así siembra las semillas de la inestabilidad en el cercano Oriente.

Diferentes acontecimientos mundiales y las necesidades del movimiento sionista coinciden milagrosamente, y provocan cinco oleadas de inmigrantes judíos en el tiempo correcto y en la secuencia adecuada. Después de comprar a un precio exorbitante territorio en Palestina de manos de los beduinos terratenientes, inician su colonización. Debo hacer notar como curiosidad histórica que Uganda se propuso primero como territorio para el Estado judío.

En la primera ola de 1880-1900 llegaron agricultores. En la segunda ola de 1900-1924 llegaron jóvenes empresarios y especuladores, para construir ciudades, fundar industrias, organizar el ejército y establecer instituciones educativas. En las oleadas siguientes llegaron intelectuales, profesionales y burócratas, para diseñar los planes de la democracia y el estado (1924-1939); luego, después de la Segunda Guerra Mundial, llegaron los refugiados judíos de Europa oriental para llenar los huecos y puestos restantes. Para 1948 los intelectuales sionistas, motivadores y políticos habían cumplido su tarea. Los judíos tenían un ejército y un proyecto de nación.

En 1947 termina el mandato británico en Palestina, y por mayoría de votos la onu reconoce el Estado de Israel, con la oposición de los árabes; éstos ordenan a los palestinos abandonar Palestina para preparar una invasión que expulsaría a los judíos a sangre y fuego. Así nació el problema de los refugiados. El 14 de mayo de 1948 Ben-Gurión proclama la independencia de Israel en el museo de Tel-Aviv. El primer ministro invita a los árabes a cooperar con Israel en la construcción de un próspero cercano Oriente.

Lejos de aceptar esta oferta, Egipto, aliado con Jordania, Líbano (con la organización Hezbolá) y Siria amenazan con una invasión. El 15 de mayo, 60 000 soldados árabes lanzan una ofensiva contra 20 000 soldados israelíes con nula experiencia militar. El mundo cierra los ojos esperando un baño de sangre judía, pero el coraje, la disciplina y el recuerdo de antiguas gestas heroicas sostienen la resistencia al embate árabe-egipcio; luego, en un contragolpe feroz, la fuerza aérea israelí destruye los aviones y tanques egipcios para permitir al ejército avanzar cerca del Cairo. Los árabes vencidos piden capitular. Así se gana la batalla de la independencia de Israel.

Humillados y con ayuda soviética, Egipto y sus aliados (Siria, Jordania e Iraq) se apoderan del canal de Suez, y bajo el mando del general Gamal Abdel Nasser vuelven a atacar en 1956. Esta vez los israelitas, con apoyo logístico de Estados Unidos, no sólo los repelen, sino que en seis días ocupan la península del Sinaí. Los ingleses y franceses amenazan a Egipto si no abre el canal de Suez a la navegación. Egipto obedece a cambio de que Israel se retire del Sinaí, lo que evita una Tercera Guerra Mundial entre el bloque soviético y Occidente. Con apoyo árabe y ruso nace la Organización para Liberación de Palestina (olp), bajo el mando de Yasser Arafat, con lo cual inicia una serie larga de ataques guerrilleros contra Israel, que ya tenía ocupadas la franja de Gaza, las alturas del Golán y la margen occidental del Jordán. El conflicto no termina allí. El 6 de octubre de 1973 los egipcios y árabes atacan por sorpresa a los israelíes, justo el día sagrado del Yom Kippur y del Ramadán. Con una desventaja de veinte soldados contra uno y de cinco tanques contra uno, los israelíes responden y derrotan a su enemigo con asombrosa eficacia. Menagen Begin y Anuar Sadat se sientan a negociar la península del Sinaí a cambio de un tratado de paz. Sadat firma la paz en Jerusalén, gesto que le cuesta la vida y las alturas del Golán. El terrorismo palestino y las represalias judías se convierten en una acostrumbrada y sangrienta forma de conducta durante las décadas de 1980 y 1990, hasta que en 2005, con la muerte de Yasser Arafat, se vislumbra la paz con la promesa del retiro israelí de los territorios ocupados y un desmantelamiento de los grupos terroristas palestinos como condición para el reconocimiento de un Estado palestino (lo cual no ha ocurrido hasta la fecha).



[1] Arquitecto por la Universidad Iberoamericana, con estudios de filosofía en la Compañía de Jesús.

[2] El origen de este ensayo es la conferencia dictada por su autor en el Club de la Colina, de Zapopan, Jalisco, el jueves 9 de junio del 2005. Este Boletín agradece al autor su inmediata disposición para que su texto se publique en estas páginas.





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