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Noticia de la toma de posesión y custodia del convento, santuario, culto e imagen de Nuestra Señora de la Expectación de Zapopan por los frailes franciscanos, el 13 de noviembre de 1819

Héctor Josué Quintero López[1]

 

Apenas cumplidos los 200 años de la apertura

del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Zapopan,

se ofrecen aquí datos esenciales para comprender

cómo fue que una rama del franciscanismo

se hizo cargo de una obra cultural muy necesaria por estas tierras:

la de formar, luego de la expulsión de los jesuitas,

misioneros con espíritu apostólico.[2]

 

1.    De los Colegios Apostólicos de Propaganda Fide en lo que hoy es México

 

Si en nuestro tiempo todos vinculan la cabecera municipal de Zapopan con los frailes franciscanos y a ellos se les relaciona de inmediato con los pioneros de la evangelización en el Occidente de México, esto no es accidental. El recuerdo se ata a un proceso que comenzó fray Antonio de Segovia, primer apóstol de la Nueva Galicia, en sus correrías evangelizadoras por la comarca, y también la repuebla del caserío zapopano cuando terminó la Guerra del Mixtón, en 1542, quedando a modo de tradición inmemorial el dato de que entre sus moradores dejó él una pequeña escultura de la Inmaculada Concepción de María que ocupará luego el lugar principal del retablo del hospital de ese pueblo de indios.

Sin embargo, la presencia estable de los franciscanos observantes comenzó en 1819 con la llegada de una de sus ramas, especializada entre los siglos xvii y xix en establecer colegios donde se pudiera adiestrar misioneros para congregar y atender en asentamientos urbanos estables a los amerindios poco o nada sedentarizados, como era el caso de los diseminados en el septentrión del Obispado de Guadalajara, en los pliegues de la sierra Madre Occidental, que habían estado atendidos por los religiosos de la Compañía de Jesús hasta su extrañamiento de los dominios de España en 1767. Ésa fue la vocación que tuvo el Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Zapopan.

Fueron estos Colegios Apostólicos institutos franciscanos relativamente autónomos, pues no dependían totalmente de la Provincia dentro de la cual estaban, pero siempre su personal llevaba ese hábito y la consigna de habilitarse para tan singular encomienda.

El primero de esos establecimientos novohispanos fue el de la Santa Cruz de Querétaro, que fundó don Antonio Liñaz en 1682; vinieron luego el de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas en 1704, el de San Fernando de México en 1732, el de San Francisco de Pachuca en 1771, el de San José de Gracia de Orizaba en 1799 y el de Nuestra Señora de Zapopan en 1816, aunque sólo pudo abrirse tres años más tarde.[3]

Su personal y espíritu se mantuvieron vivos hasta que la legislación anticlerical impulsada por el bando político liberal en México suprimió los noviciados. Esto y la medida decretada en 1867 por la Santa Sede para unificar en el mundo a todos los franciscanos trajo consigo la supresión de esos institutos en 1908.

 

2.    De cómo se fundó el Colegio Apostólico de Zapopan

 

Así pues, el de Zapopan fue el último de los colegios fundados en tiempos de la dominación española, y a él y a su personal se vinculó desde entonces el culto de Nuestra Señora de Zapopan en su santuario. Lo que poco se conoce es que la construcción alrededor de él, del Colegio Apostólico propiamente dicho, la hizo posible una benefactora al tiempo de profesar como monja agustina recoleta en el convento de Santa Mónica en Guadalajara: la tapatía doña María Manuela Fernández de la Barrena y Vizcarra, quien tomará el nombre religioso de María Manuela Micaela de la Presentación. De ella da pormenores amplios fray Luis del Refugio Barbosa (1824-1898), uno de los frailes del Colegio, del que fue guardián, y que publicó en 1854 una relación de memorias donde describe la fundación del Colegio Apostólico de Misioneros de Nuestra Señora de la Expectación, y por ende cómo la benefactora, cuando profesó, hizo testamento público y dispuso en él de un caudal grandísimo y suficiente para sufragar los gastos que implicaba edificar y sostener el Colegio Apostólico. Tal cosa pasó en una fecha rara: el 29 de febrero del año de 1803.

Creado este vínculo, el segundo paso fue garantizar la perpetuidad de la obra, lo cual implicó elevar preces al Obispo de Guadalajara, don Juan Cruz Ruiz de Cabañas, solicitándole, por conducto de don Eugenio Moreno de Tejeda, su venia para adherir el Santuario de Nuestra Señora de la Expectación al Colegio, dejándolo para uso de la comunidad, pero también su atención a cargo de ella. Y como en ese tiempo tales decisiones debían llevar el visto bueno del Rey, a la sazón Carlos iv, se pidió también al prelado le expusiera al monarca la utilidad de la nueva fundación, enfatizando que los devotos tendrían en “el celo de los religiosos apostólicos […] todo el socorro espiritual que necesitaren, la Virgen el correspondiente culto y los religiosos las suficientes oblaciones para su mantenimiento”, tres razones muy poderosas sin duda.

Respaldando la utilidad pública de la obra, se adhirieron a esa petición las autoridades civiles y eclesiásticas de entonces, que es como decir la Real Audiencia de la Nueva Galicia y los prelados de todos los conventos del reino, depositando en ella grandes expectativas. El expediente se turnó a Madrid para su estudio y aprobación y así lo recibió el Consejo de Indias, que no pudo darle la celeridad que el caso ameritaba, empezando por un mal entendido que consignó el soberano en la real cédula, en la que sugiere a la fundadora que no sean el pueblo y el santuario de Zapopan los que arropen el Colegio.

El documento, recibido en Guadalajara en diciembre de 1804 y presentado a sor María Manuela por una comisión de Oidores de la Real Audiencia, que le sugería pensar en la villa de San Pedro Tlaquepaque como lugar a propósito de la fundación, no le conmovió, como tampoco lo hizo la petición expresa de su confesor y director espiritual, el doctor José María Gómez de Villaseñor, primer rector de la Universidad de Guadalajara, al que respondió por escrito en una extensa carta donde reitera su voluntad de que fuesen Zapopan y su santuario los que cobijaran el Colegio, señalando:

 

Principalísimamente fue mi intención el que disfrutasen del beneficio de dicha fundación los habitantes de esta ciudad y que por este medio se aumentase el culto de la Imagen de Nuestra Señora de Zapopan, a quien debemos particulares beneficios, especialmente contra los rayos y las tempestades... esta ciudad tiene más derecho por ser mi patria, por haber vivido y muerto en ella mis padres y por haberse buscado en este suelo el caudal que me dejaron, motivos que no me dejan libertad para variar de disposición, aun cuando pudiera hacerlo.[4]

 

La contundencia del texto inclinó al canónigo Gómez de Villaseñor a secundar la voluntad de la fundadora en términos tan enérgicos que bien podemos afirmar que a su apoyo pleno debe el Colegio de Zapopan su fundación, y que sus restos mortales descansen ahora en el camarín de la Basílica de Nuestra Señora de Zapopan es un acto de justicia.

La Real Audiencia dio su respaldo pleno a este deseo y mandó al Rey testimonio claro de no haber esperanza alguna de modificar la voluntad de la religiosa, máxime que a su favor tuvo también la autoridad del Obispo Ruiz de Cabañas.

A lo complicado de las gestiones de entonces se sumará luego la caótica situación de España a partir de 1808, de modo que ni los deseos insistentes del mitrado pudieron agilizarlas, y menos cuando el proceso emancipatorio de la Nueva España comenzó en la segunda mitad de 1810.

No fue sino hasta el 5 de marzo de 1812 cuando la regencia de Cádiz, a nombre del Rey Fernando vii, expidió la Real Cédula en la que se concedía la fundación del Apostólico Colegio en Zapopan.

Aquí aparece otro varón de probada virtud, emparentado con nuestra fundadora, don Juan Manuel Caballero, su hermano político. Ella había fallecido el 8 de abril de 1816. Tomó su cuñado la ejecución de este negocio cumpliendo todo lo que solicitaba la Real Cédula de fundación, y pudo ésta formalizarse con fray Francisco Barrón a la cabeza bajo el título de fundador y Presidente in capite del Colegio de Nuestra Señora de Zapopan, y a su lado nueve hermanos cofundadores, comunidad que pudo establecerse en Zapopan hospedándose provisionalmente en la casa episcopal de esa villa en octubre de ese año.[5]

El Obispo Cabañas dispuso que el mejor arquitecto de ese momento, el malagueño José Gutiérrez, hiciera el proyecto del Colegio; también, que se edificara una sede parroquial propia, y que la ejecución de las obras corrieran por cuenta del alarife Pedro Ciprés.

El 6 de mayo de 1819 la comunidad franciscana de Zapopan recibió en custodia el santuario mariano, y aun cuando no estaban totalmente concluida la construcción del Colegio, gestionó que luego de regresar la “venerable y milagrosa imagen de Nuestra Madre, Prelada y Señora María Santísima de la Expectación” de su visita anual a Guadalajara, se trasladara la comunidad a su sede definitiva y fuera dedicado el Colegio.

 

3.    De lo que pasó ese día

 

En una ceremonia en que tomaron parte el Obispo, las autoridades civiles y religiosas y el pueblo, la mañana del 12 de noviembre tuvo lugar el traslado secreto de la imagen de Nuestra Señora de Zapopan a la residencia provisional de los frailes, es decir, la casa episcopal; al día siguiente se congregaron allí todos los invitados para formar el cortejo que debía llevarla al santuario. Quedó éste integrado por los prelados de todas las comunidades religiosas de Guadalajara y por eclesiásticos seculares, cuatro de los cuales llevaron en andas la taumaturga imagen, ataviada con sus mejores galas, y en pos de ella la comunidad de los franciscanos que tomarían posesión como fundadores del Colegio. Cerraba filas el Obispo Cabañas, revestido con capa pluvial dorada y llevando en un velo humeral un rico ostensorio con el Santísimo Sacramento; a su lado, haciendo las veces de diácono, marchaba fray Francisco Barrón.

Llegada la procesión al Santuario se colocó la custodia con la sagrada forma en el manifestador del retablo principal, para que desde su sede el obispo pudiera comenzar las vísperas solemnes, que acompañó un coro muy lucido. Terminadas estas,  según se acostumbra, no debió faltar una verbena con “la música, los alegres repiques de campanas, las danzas de los naturales y arcos que adornaron la plaza, los castillos y ruedas de cohetes”.[6]

Al día siguiente se llevó a cabo una solemne función religiosa en la que tomaron parte el Obispo Cabañas y el General José de la Cruz, Presidente de la Real Audiencia. Los días 15 y 16 hubo otras dos funciones solemnes y todo ese tiempo las puertas del Colegio estuvieron abiertas a los que quisieran recorrerlo. En la tarde del día 16 el Obispo Cabañas lo bendijo, luego de lo cual se cerró la puerta mayor y se le echó llave, que entregó el mitrado al Padre Guardián, con lo cual comenzó la clausura en el Colegio y la recepción solemne de la comunidad al nuevo recinto.

 

***

 

De todo ello ya nada supo en el tiempo sor María Manuela Micaela del Patrocinio, en el siglo doña María Manuela Fernández de la Barrena y Vizcarra. Ella había nacido en Guadalajara el 8 de mayo de 1777, tercera de las cuatro hijas de Ramón Fernández de Barrena (1742-1802), dueño de la Hacienda de San Clemente, regidor en el Ayuntamiento de esta ciudad y alférez real, y Eusebia Vizcarra y Castillo, hija del acaudalado minero Francisco Javier de Vizcarra (1730-1790), quien recibió el título de primer Marqués de Pánuco (1772) y fue dueño de la mayor fortuna que hubo en manos de un particular en todo el Reino de la Nueva Galicia en el siglo xviii. También se distinguió como benefactor y se sabe incluso que llegó a concebir la conveniencia de establecer en él un Colegio Apostólico de Propaganda Fide.

         María Manuela ingresó al convento de monjas agustinas recoletas de Santa Mónica el 22 de febrero de 1802, la víspera de la muerte de su padre. Al año siguiente, el 3 de marzo de 1803, profesó en él y tomó el nombre de María Manuela Micaela de la Presentación. En los días previos a ello, como se dijo, legó de su herencia una cantidad de dinero suficiente para alcanzar el propósito que ya había concebido su abuelo y que ella pudo llevar a feliz término.

En su primera época, el Colegio Apostólico de Zapopan llegó a ser un paradigma para la vida consagrada masculina en el Obispado de Guadalajara, pues mientras las vocaciones en otros lados languidecían o eran cubiertas por aspirantes de opaca aptitud, en esta escuela de misioneros se impuso el perfil de varones grandes de espíritu y muy celosos en guardar la más pura observancia de la Regla de San Francisco.

La comunidad fue en aumento, al grado que “la gran devoción a la Virgen de Zapopan y la observancia y piedad de la nueva orden hicieron que fuese ese convento uno de los más queridos y respetados de todo el país”.[7]

Como el Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Zapopan desapareció en 1908, sus instalaciones fueron ocupadas a partir de entonces por frailes de la Provincia Franciscana de los Santos Francisco y Santiago, reestablecida ese año, y que ahora funciona como Curia provincial y filosofado franciscano.

 

Bibliografía mínima

 

·      Barbosa, Luis del Refugio, Memorias Para servir a la Historia del Colegio de Misioneros Apostólicos de María Santísima de Zapopan. Zapopan, Imprenta Franciscana de Zapopan, 1854.

·      Dávila Garibi, José Ignacio, Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara. Siglo xix, vol. 1, México, Cvltvra, 1967.

·      Ochoa V., Ángel S., Breve Historia de Nuestra Señora de Zapopan. Zapopan, Imprenta Franciscana de Zapopan, 1961.

·      Pérez Verdía, Luis, Historia particular del estado de Jalisco. Desde los tiempos que hay noticia hasta nuestros días, t. ii, Guadalajara, Gráfica, 1952.

·      Portillo, Manuel, Apuntes histórico-biográficos del Departamento de Zapopan, Guadalajara, Tipografía de Manuel Pérez Lete, 1889.



[1] Estudiante de la licenciatura en Conservación y Restauración de Bienes Muebles en la ecro.

[2] Este Boletín agradece al autor su disposición para redactar el presente artículo.

[3] Aún se fundó en México el de Cholula en 1860.

[4] Cf. Manuel Portillo, Apuntes histórico-biográficos del Departamento de Zapopan, Guadalajara, Tipografía de Manuel Pérez Lete, 1889, pp. 64-65. Lo puesto en versalitas no aparece en el libro citado.

[5] Siendo Obispo de Guadalajara, don Juan Santiago de León Garabito (1677-1694) dispuso edificar el santuario de Nuestra Señora de Zapopan en el mismo sitio donde estaba el templo parroquial, y frente a él una casa en la que quiso él mismo vivir la mayor parte de su tiempo. Cf. Luis Sandoval Godoy, La Virgen de Zapopan, Guadalajara, Bancomer, 1982, p. 36.

[6] Así lo recrea José Ignacio Dávila Garibi en Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara. Siglo xix, Vol. 1, México, Ed. Cvltvra, 1967, p. 221,

[7] Pérez Verdía, Luis, Historia Particular del Estado de Jalisco. Desde los tiempos que hay noticia, hasta nuestros días, Tomo ii, Guadalajara, Gráfica, 1952, p. 200.



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