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Fray Antonio Alcalde, humanista y humanitario

Juan Real Ledezma[1]

 

El discurso que sigue se leyó en el homenaje ofrecido

en el Auditorio Magno Horacio Padilla Muñoz,

del Antiguo Hospital Civil de Guadalajara Fray Antonio Alcalde,

el 7 de agosto del 2019, aniversario ccxxvii

de la muerte del Fraile de la Calavera.

Se condensan en él las expectativas que la memoria del Siervo de Dios sigue concitando.

 

 [Exordium]

 

No es la ciencia sino la caridad

la que ha transformado el mundo,

y sólo poquísimos hombres han pasado a la historia por la ciencia,

pero todos podemos trascender

si dedicamos nuestras vidas a hacer el bien.

De los escritos del profesor Giuseppe Moscati

 

Hoy hace 227 años, hacia las cuatro de la madrugada dejó de latir un corazón que dio vida a un Hospital para la humanidad doliente, a una Universidad para jóvenes, a escuelas para niños, a viviendas para pobres, a colegio-empresa para mujeres, a comedores para hambrientos y a innumerables obras para hacer el bien.

Su muerte –escribió Mariano Otero– “fue como su vida: fervorosa y filantrópica”.[2]

 

 [Partitio]

 

En este aniversario, les propongo abordar dos vertientes de la gran obra alcaldeana: la educativa humanística y la humanitaria hospitalaria.

 

[Narratio 1]

 

i

 

Humanista

 

Unice Veritatis amator

Amante sólo de la Verdad

 

Con esta expresión latina se aludía a santo Tomás de Aquino, maestro máximo de la Escolástica medieval y egregia figura de la Orden de los Predicadores, a la cual ingresó el joven Antonio Alcalde a los dieciséis años.

En los conventos vallisoletanos de San Pablo y de San Gregorio se forjó intelectualmente en el Humanismo Occidental Cristiano, a través de las Facultades de Artes y de Teología. Luego, de 1725 a 1760, –según testimonio de fray Joseph Villar, enseñó “públicamente la Filosofía y la Teología y con mucho lucimiento en muchos conventos [y en] Estudios Generales”.[3]

Su obra educativa en Guadalajara la podemos dimensionar si nos acercamos al paradigma conventual-universitario de su época, al cual podemos acceder a través de las magistrales definiciones de Xavier Gómez Robledo, sj.[4]

 

¿Qué es educación?

 

Es el conjunto de esfuerzos orientados a dar a un ser las disposiciones que respondan a los fines a que [fue] destinado […] El [estudiante] estará educado cuando haya adquirido estas disposiciones.

 

 Pero esto no es suficiente; hay que conceptualizar la formación.

 

Es una educación más intensa, en la que el individuo de tal modo asimila lo que se le da, que llega a manejar con holgura las disposiciones que adquirió.

Decimos que un [estudiante] está bien formado en moral o en ciencias, o en cualquier materia, cuando ha llegado al manejo seguro de lo que trae entre manos.

 

En concreto ¿qué aprendía el estudiante? Asimilaba las lenguas clásicas, el latín y el griego. Adquiría hábitos para pensar con claridad y precisión y expresarse con corrección y elegancia. Era apto para comprender el pensamiento del otro y para exponer el propio. Y apreciaría los grandes valores humanos: la Verdad, la belleza, la bondad, todo lo que había abrevado de los autores grecorromanos y cristianos. Entonces,

 

¿Qué es humanismo?

 

“Es una educación conforme a un tipo ideal humano”. Profundizando: “Esta definición va a la esencia del Humanismo. Porque Humanismo viene de Hombre (del latín homo), y esta educación trata de realizar un alto tipo humano”.    

            Concuerda en el fondo con la humanitas de los latinos y la paideia de los griegos, por lo que trataban de plasmar en los individuos un tipo ideal humano.

Pero hay varios tipos de Humanismo ¿A cuál nos referimos? Al humanismo occidental cristiano, que “[e]s una educación conforme al tipo del hombre ideal grecorromano al que se [le] añadió el elemento Judeo-Cristiano”.

En síntesis, como lo expresó Terencio: Homo sum (hombre soy), ¡nada de lo humano me es indiferente!

 

[Argumentatio 1]

 

Con esta formación intelectual y una vida virtuosa a toda prueba, fray Antonio llegó a Guadalajara a desplegar todo su potencial educativo, el cual expuso en unas cuantas líneas de acción:

 

1.    Se debe fundar una universidad en Guadalajara, para el adelantamiento de la juventud.

2.    Hay que evitar que los jóvenes emigren a la ciudad de México “tan apreciable y opulenta”, lejos de sus familias y de su patria, porque le cobran tanto amor que ya no regresan.

3.    Por lo tanto el nivel académico en Guadalajara debe igualarse o incluso superar al de México.

4.    Los catedráticos deben tener un salario suficiente a sus necesidades, “que les dé motivos para perseverar en sus cátedras respectivas y llenen el nombre de tales catedráticos y que no las tomen como medio para lograr otras conveniencias”.[5]

5.    Por lo que pide “la protección de Su Majestad y [la] promesa de que serán atendidos de Su Real munificencia para los ascensos [a los] que fueran acreedores [los catedráticos por] sus prendas y méritos”.[6]

6.    Y asumió el compromiso: “aunque yo deje de comer, pero sin hacer falta en cuanto me fuere posible a las innumerables necesidades de tantos pobres que abundan en estas tierras, me obligo a dar a cada uno de dichos catedráticos, cuatrocientos pesos anuales”.[7]

 

            Y de inmediato puso manos a la obra: todas las cátedras que dotó se concursaron por oposición, sin favoritismos de ninguna especie; becó a los estudiantes pobres y donó su biblioteca a la Universidad.

Ahora nosotros, sus herederos, que naufragamos con modelos educativos que desprecian el humanismo o simplemente lo ignoran, debemos cuestionarnos:

·      ¿Qué pensaría fray Antonio de un maestro que, en vez de ejercer el sagrado deber de la cátedra, distribuye el programa entre los estudiantes para que ellos expongan los temas, poniéndoles al final una calificación alta para que no le reclamen?

·      ¿Qué opinaría fray Antonio de un estudiante flojo, que evade el rigor científico de una materia, buscando la calificación por influencia familiar o política?

            Ambas situaciones son muy graves y nos deben interpelar en conciencia: ¿cómo vas a poner tu vida en manos de un irresponsable que no estudió?, ¿vas a confiar tu libertad, tu patrimonio y tu honra a quien descuidó su formación jurídica?, ¿vas a contratar a un ingeniero deficientemente preparado para construir o reparar la casa de tu familia?

Y así nos podemos ir de profesión en profesión, de oficio en oficio, y exigir una verdadera revolución educativa que retorne a los postulados de un nuevo humanismo, ¡porque primero es la educación del hombre y luego la del especialista![8]

            Si ustedes creen que insistir en una educación humanista es una necedad anacrónica, los invito a considerar la reciente declaración de Nicholas Negroponte, fundador y presidente del Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Entrevistado a propósito de la irrupción del 5G, le preguntaron:

 

-       ¿Hay que reivindicar las humanidades, o la filosofía, en una sociedad hipertecnológica?

-       Las humanidades son la cosa más importante que puedes estudiar –respondió– .[9]

 

            Actualmente ¡qué difícil es ejercer el magisterio!

            Se somete la creatividad de los profesores a incontables medidas burocráticas, como el llenado de interminables formatos de guías de aprendizaje, planes clase, secuencias didácticas, cursos, evaluaciones… que los abruman, los desmotivan y los agotan cerebralmente. Además enfrentan a un gran número de estudiantes que no tienen ni la menor idea de lo que quieren hacer con sus vidas. Y por si fuera poco, escuela y familia muchas veces van en direcciones opuestas.

A los maestros y los médicos que hoy ejercen heroicamente sus sublimes profesiones, sin duda fray Antonio les diría:

 

Ama la verdad, muéstrate tal como eres, sin fingimientos, sin miedos, sin miramientos, y si la verdad es para ti causa de persecuciones, acéptala, y si es causa de tormento, sopórtala, y si por la verdad tuvieras que sacrificarte a ti mismo y tu propia vida, sé fuerte en el sacrificio.[10]

 

[Narratio 2]

 

ii

 

Humanitario

 

Charitas Christi urget nos

El amor de Cristo nos obliga

 

Palabras de san Pablo que se imprimieron y determinaron la conciencia humanitaria de fray Antonio Alcalde. Vayamos a su contexto histórico.

De 1784 a 1787, en todo el virreinato novohispano se atrasaron las lluvias, llegaron las heladas, se perdieron las cosechas, sobrevinieron la escasez de alimentos, la carestía, el hambre, la peste y la más triste desolación.

Para darnos una idea de tal catástrofe humanitaria, consideremos que en 1742 la población novohispana era de 2 477 002 habitantes; para 1790 –trece años después– el censo de Revillagigedo contabilizó 4 636 074,[11] el Barón de Humboldt calculó que el número de víctimas de la llamada “hambre gorda” fue de 300 000.

De inmediato clérigos ilustrados como el Obispo de Michoacán fray Antonio de San Miguel, los canónigos José Pérez Calama y Manuel Abad y Queipo, el bachiller Miguel Hidalgo y por supuesto el Obispo Alcalde, entre otros, elaboraron estrategias creativas para enfrentar la crisis, dando vida a una “teología política caritativa”.

En Guadalajara 1785 y 1786 fueron el “año del hambre y de la peste”, en que fallecían a diario en promedio 80 personas. ¡Cuántos sufrimientos produjeron estos acontecimientos en el paternal corazón de fray Antonio! En una carta a los párrocos les expresaba:

 

Cuando con harto dolor de mi corazón estaba recibiendo frecuentes informes de la escasez que en muchos territorios de esta diócesis se ha tenido, justamente de las semillas de maíz y frijol, que es el principal y diario alimento de la mayor parte de sus habitantes, derivada de la casi general pérdida de los sembrados con motivo de la anticipación de los hielos cuya noticia ha ocupado en todo mi atención, excitaba mi paternal amor a premeditar y proporcionar los medios más oportunos con que se podría remediar a las funestas consecuencias que necesariamente debían esperarse de tal ocurrencia.[12]

 

            Para entonces fray Antonio tenía 85 años, algo que no le importó, y entonces nos dio la más sublime lección de lo que es humanitarismo, registrada bellamente en la prosa del joven Mariano Otero:

 

En medio de una atmosfera contagiada, respirando los miasmas de los cadáveres e impregnándose del aliento de los infelices que llenaban las calles de la ciudad pidiéndole pan, el Obispo, a pie y con los ojos humedecidos, recorría todos los barrios, y penetrando hasta el sucio lecho de los moribundos, repartía en persona y con un celo infatigable alimentos, medicinas, abrigos y vestidos.[13]

 

[Argumentatio 2]

 

Pero él sabía que su edificante ejemplo no era suficiente para garantizar la continuidad de un sistema humanitario una vez que hubiese fallecido, así es que decidió la fundación del gran Hospital Real de San Miguel de Belén, valorado y admirado incluso por quien fuera director del Instituto Mexicano del Seguro Social, autor de la monumental obra El liberalismo mexicano, Jesús Reyes Heroles, quien escribió:

 

Admira en nuestros días ver la espléndida obra educativa de Alcalde […] y la fundación de un hospital de mil camas, lo que aún en la actualidad es de gran dimensión y difícil [de superar]”.[14]

           

            Los frutos del sistema humanitario alcaldeano están a la vista de todos los que quieran ver, su labor continúa a través de insignes maestros de la Facultad de Medicina, de heroicos y muchas veces anónimos médicos, enfermeras, auxiliares, las madres josefinas –un particular recuerdo a sor Carmen Aldape– y los voluntarios, siempre y a toda prueba al servicio de la humanidad doliente tapatía, jalisciense y de donde venga.

 

iii

[Peroratio]

 

No es la ciencia, sino la caridad la que ha transformado el mundo

y sólo poquísimos hombres han pasado a la historia por la ciencia.

Pero todos podemos trascender, si dedicamos nuestras vidas a hacer el bien

Giuseppe Moscati

 

Respetable comunidad del Hospital Civil Fray Antonio Alcalde y del Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la Universidad de Guadalajara;

estimados miembros de la Asociación Cultural del Antiguo Hospital Civil de Guadalajara,

señoras y señores:

 

En mis largos años de magisterio, la pregunta que hacía frecuentemente a los estudiantes de 5º y 6º de preparatoria era: ¿qué vas a estudiar? Y cuando la respuesta era “medicina”, venía un segundo cuestionamiento: ¿y por qué? Y la mayoría contestaba, casi sin pensarlo: “porque quiero ayudar a los demás”.

Recientemente uno de esos estudiantes, a media carrera de medicina, me decía “la mayoría de mis compañeros hasta 3º o 4º semestre, seguía pensando en ayudar a los demás, pero después cambiaban de opinión; ahora les importaba más ganar dinero, que para eso se estaban matando”.

¿Qué está pasando para que los jóvenes tan pronto pierdan sus ideales humanitarios?

Es cierto que no estamos viviendo las dramáticas situaciones de hambre y epidemias que se vivían en los tiempos de fray Antonio.

No, pero en nuestras casas, escuelas, trabajos, hospitales y calles avanza una silenciosa, lenta y cruel pandemia de deshumanización, que irrumpe:

·      con automovilistas que insultan a diestra y siniestra y echan el automóvil al peatón y al ciclista, sin ninguna consideración.

·      Con migrantes que rechazamos no porque sean extranjeros, sino pobres y sucios, y eso tiene un nombre, es la aporobofobia.

·      En niños y ancianos que nos piden limosna y se las negamos con el pretexto de que alguien los está explotando, pero sin cuestionarnos sobre las causas de la explotación.

·      En enfermos y moribundos abandonados, incluso por sus parientes más cercanos, porque todos estamos muy ocupados.

·      En miles de homicidios –ocho por día en Jalisco– y desaparecidos, que nos han convertido en uno de los países más violentos del mundo.

 

            Debemos entender de una vez por todas que con el dolor humano no se juega, no se trafica, no se comercia, porque todos, absolutamente todos, tarde o temprano vamos afrontar la enfermedad, la violencia o el accidente que nos llevará inexorablemente a la muerte.

Y como sociedad, más nos vale no seguir adorando terca y fanáticamente al becerro de oro, y pasar del egoísmo estúpido a la cooperación inteligente,[15] como lo postula la filósofa española Adela Cortina.

¿Por qué si a fray Antonio el amor a Dios se lo explicó todo, ya a nosotros no nos explica nada?

La respuesta es al mismo tiempo sencilla y compleja, si queremos la encontramos en los temas expuestos: una educación sin humanidades y una sociedad deshumanizada, Plauto lo expresaba en una sola frase: homo homini lupus est.

Si ahí está el diagnóstico, pues ahí también está la sanación si queremos recuperar la armonía en las familias, la tranquilidad en las calles, el socorro en los hospitales, la sabiduría en las universidades, la verdad en la ciencia, la moral en los partidos políticos, la justicia en los tribunales, el bien común en los gobiernos, la fe en el hombre y la solidaridad con los pobres y migrantes.

Convencido de que no es la ciencia sino la caridad la que transforma el mundo, finalizo invitándolos a pronunciar la casi plegaria del doctor Amado Ruiz Sánchez:

 

¡Oh [bendito] fray Antonio Alcalde, símbolo de verdad, de amor y de humildad, renace en el corazón anemiado de los hombres de este siglo descentrado, de quiebra de virtudes y de desorientación social![16]

 

 



[1] Licenciado en derecho por la Universidad de Guadalajara, con maestría en Derecho Constitucional por el iteso, es autor de la Enciclopedia histórica y biográfica de la Universidad de Guadalajara (2017). Este Boletín le agradece su disposición para que aquí se publique este texto suyo inédito.

[2] Varios. Utopía y acción de fray Antonio Alcalde 1701-1792. Universidad de Guadalajara: 2018, p. 63.

[3] Juan Real – Ernesto Villarruel. Utopía y acción de fray Antonio Alcalde 1701-1792. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2018, p. 132.

[4] Xavier Gómez Robledo. Humanismo en México en el siglo xvi. El sistema del Colegio de San Pedro y San Pablo. México: Jus, 1954, capítulo xii.

[5] Juan Real – Ernesto Villarruel. Op. Cit., p. p. 140-141.

[6] Op. Cit. et loc. cit.

[7] Ídem.

[8] Antonio Gómez Robledo. Opera varia. Obras, t. 12. México: El Colegio Nacional, 2002, p. 356.

[9] Ricardo de Querol. Entrevista a Nicholas Negroponte. El País, 20-VI-2019

[10] Giuseppe Moscati. Scienza e fede. Pensieri scelti. A cura di Sebastiano Esposito. Nápoles: Chiesa del Gesù Nuovo, 2009, p. 31.

[11] Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática. Estadísticas históricas de México, t. I. México: INEGI, 1985, p. 9.

[12] Real – Villarruel. Op. cit., p. 151.

[13] Real – Villarruel. Op. cit., p. 58.

[14] Jesús Reyes Heroles. Mariano Otero. Obras. Recopilación, selección, comentarios y estudio preliminar de… Tomo II. México: Porrúa, 1967, p. 389.

[15] Adela Cortina. ¿Para qué sirve realmente....? La ética. Barcelona: Paidós, 2014, p. 4.

[16] Amado Ruiz Sánchez. Antonio Alcalde, el Fraile de la Calavera. Guadalajara: Cuadernos de la Escuela de Graduados de la Universidad de Guadalajara, t. I, enero-junio de 1982, núm. 2, p. 52.



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