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Antología de textos del Güero Madrid

José de Jesús Madrid Torres

 

El 13 de agosto del 2019 falleció de forma repentina en Guadalajara

el autor de los textos que siguen.

Oriundo de Compostela, Nayarit, donde nació el 20 de diciembre de 1938, y

presbítero del clero tapatío desde el 10 de enero de 1971,

desempeñaba su ministerio desde 1973 en la parroquia del Señor del Perdón,

con especial atención a la Casa Nazaret,

centro de rehabilitación para jóvenes con adicción a las drogas.

Grecolatinista, filósofo y teólogo de muy elevados quilates

forjado en Roma de 1961 al 67,

alcanzó por la congruencia de su vida un lugar entrañable en el presbiterio.

Aquí se ofrecen, a modo de recuerdo póstumo,

tres textos suyos que reflejan cómo pensaba y en qué creía.

 

 

 

1.    Adiós, Padre Pancho, humilde profeta de nuestro Dios [1]

 

A todo Profeta Dios lo elige,

con la conciencia misma del elegido

de su pequeñez, de su ineptitud.

 

El Concilio Vaticano ii fue una experiencia dramática para la Iglesia en su conjunto. Jamás se pensó en los caminos que iría señalando Dios a los Obispos Conciliares de todo el mundo, al grado de que algunos fueron muriendo también por los incomprensibles caminos que iba tomando el Concilio. Siendo estudiante allí, experimenté algo más allá de mis fuerzas: que, por fidelidad a Jesús, que se me ofrecía a través de estos caminos del Concilio, no me quedó otra que hacer morir mi formación anterior. Los Caminos del Concilio fueron una clara invitación a emprender la dirección de ir al vivir humano, como decisión de Dios para su Iglesia.

Cuando don Francisco Ortiz era estudiante de la Universidad Gregoriana de Roma, tuvo conocimiento de una atrevida hazaña de Iglesia: la del sacerdote Joseph Cardijn, posteriormente cardenal, quien emprendió una propositiva campaña en el mundo obrero, a inspiración de Dios. Inició y propuso la experiencia de las joc (Juventudes Obreras Cristianas). Su mística era no sólo interesarse por la causa obrera, sino querer como pastor a los obreros y obreras de su ambiente. Ideó una metodología que la sintió evangélica y efectiva: el ver, pensar, actuar.

El ver: Con una vivencia de Jesús, e impulsados por el estilo de Jesús, conocer el mundo concreto de las personas obreras. Cuáles son las condiciones de sus vidas, qué es lo que las produce, y hasta dónde pueden llegar las consecuencias, como también contemplar o descubrir a los causantes de tales situaciones, que eran de una remarcada injusticia, intolerable ante la presencia de Dios.

El juzgar: Después de estar dentro de la vida concreta de los jóvenes obreros, a los que se acerca movido por su fe en Jesús, es cuando, en grupo, se preguntan cuáles son los caminos que emprendería el Señor para dignificar estas vidas. Y esto lo hacen acudiendo a textos de la vida de Jesús, para luego dar un paso decisivo.

El actuar: Qué es lo que debemos hacer para modificar la vida, conforme al plan de Dios; saber qué acciones concretas nos ayudarán a iniciar un proceso transformador. Partiendo de la sumisión, de la indolencia, de la rabia o de la desilusión o angustia en que se encuentran las personas, encaminarse a la propuesta de libertad y dignidad que en grupo seriamente se descubre, para posteriormente evaluar y analizar el camino emprendido.

Es por esto que quizás el Señor Cura Francisco Ortiz Zúñiga no fue violentamente sacudido por el camino que emprendía el Vaticano ii, puesto que el Concilio alentaba estas experiencias de la joc, y él, el Padre Pancho, ya había emprendido antes la ruta que ofrecía el Vaticano ii. El toque de Dios en la vida del Cura Ortiz lo fascinó con las crisis naturales que el asumir este llamado provocaría en su inserción en la Diócesis de Guadalajara. Creyó en Dios y, como Jeremías, confió en Dios.

 

·      Influencia en su vida sacerdotal

Desde que inició su ministerio en Guadalajara desarrolló su presencia entre jóvenes obreros, que aceptó antes del Concilio. Varios grupos juveniles sintieron su cariño recio, y esta estima perduró por toda su carrera sacerdotal. Ellos tienen una claridad de la belleza de su vivir como cristiano y esperamos que la compartan, para que sea una invitación provocativa a nuestra fidelidad a Jesús.

Después de varios años en el ministerio en distintos lugares, decidieron don Pancho y otros dos sacerdotes hacer un estilo de Pastoral más comunitario en la parroquia del Señor del Perdón, a principios de los años setentas. Querían hacer vida con las gentes humildes y pobres de esta localidad, y formaron Grupos de Reflexión.

 

Tenemos que descubrir, junto con los miembros de esta comunidad, que no es voluntad de Dios el que vivan en la miseria, en la humillación, sino que Dios se alegra cuando nosotros decidimos, en su nombre, recuperar la dignidad con la que nos ha creado Dios. Pero esto significa comprender qué somos nosotros cuando preferimos permanecer sumisos, pasivos, indiferentes a lo que Dios nos propone, qué es luchar por ser y vivir como seres dignos, amables, solidarios, libres, hermanos de todos.

 

Así lo decían los Documentos de Puebla:

 

Se comprueba que las pequeñas comunidades, sobre todo las Comunidades Eclesiales de Base, crean mayor interrelación personal, aceptación de la Palabra de Dios, revisión de vida y reflexión sobre la realidad, a la luz del Evangelio; se acentúa el compromiso con la familia, con el trabajo, el barrio y la comunidad local.[2]

 

Y también:

 

Las Comunidades Eclesiales de Base son expresión del amor preferente de la Iglesia por el pueblo sencillo; en ellas se expresa, valora y purifica su religiosidad y se le da posibilidad concreta de participación en la tarea eclesial y en el compromiso de transformar el mundo.[3]

 

·      Espiritualidad y praxis

En el Seminario Mayor, en los años, 70 como Padre Espiritual, don Francisco le dio un giro novedoso, muy humano y cercano a esta tarea con los alumnos de Teología, y ahí mismo sembró preocupaciones pastorales muy de vanguardia y compromiso en muchos de los seminaristas de aquellos días. “Éste era el espíritu, el de las ceb (Comunidades Eclesiales de Base), el que movía a la Comunidad del Señor del Perdón. Somos hijos, hijas de las ceb y de las joc”.

Como párroco, y aun en su dignidad eclesiástica de Monseñor (concedida por sus méritos pastorales), vivió como pobre porque quiso y alentó el vivir y la fe de los humildes de esta comunidad, pues constantemente luchó para que ellos no se aceptaran nada más como personas que estiran la mano esperando una dádiva, sino que debían unir manos y brazos con los de los demás, a fin de construir la vida, la comunidad.

Tal vez no percibimos su vivir en despojos y desprotegido. Quizá ni siquiera cuando estuvo postrado por la enfermedad que le impidió el caminar, el comunicarse. Incluso su habla misma, tan elemental gesto humano, se apagó… Sin embargo, imposibilitado de comunicarse, Dios lo conservó por largo tiempo como su Profeta, su instrumento. Como todos los pobres del mundo, vivió anhelando respeto y dignidad.

 

 

2.    La oración cuaresmal, desde la Fe, en tiempos críticos[4]

 

La oración, para Jesús, es como el alimento que fortalece la amistad; amistad con Dios, amistad con el prójimo.

Recuperamos el entusiasmo de vivir cuando estamos junto al amigo, cuando compartimos con él nuestras alegrías, esperanzas, frustraciones, anhelos y sueños; cuando, en su ausencia, traemos a la memoria sus dichos, hechos y actitudes, sea a través de sus escritos o a través de cualquier acontecimiento que, o nos hace presente al amigo, o nos empuja a abrirnos a la posibilidad de ir a su encuentro o a considerar su presencia en su ausencia, recordando sus acciones; ésas en las que el aprecio del amigo nos envuelve.

Considerada así la oración, fortalece nuestra amistad con Dios y nuestra amistad con el prójimo. Y, por supuesto, con la Creación toda.

En las buenas, en las malas, en las alegrías, en las tristezas, en los sinsabores y sinsentidos de la vida, en las fatigas, en el abandono, en la incertidumbre, en todo lo que acontece al ser humano, el motor de nuestro vivir, nuestro alimento tonificante es el contacto con el amigo; y esto no es otra cosa sino la imprescindible oración.

Estar con el amigo es lo esencial de la oración. En este encuentro amistoso con el amigo, incluso lo negativo no sólo se transforma, sino se integra como una realidad humana con un sentido profundamente alimentador, estimulante para el vivir humano, al menos como la ocasión que se nos ofrece para acudir al amigo.

En nuestro hoy no podemos “ser islas”; no debemos protegernos en nuestro aislamiento o desconexión con nuestro hoy concreto en una actitud indiferente al vivir de los otros, porque Jesús, amorosamente, nos enseña que nuestro vivir está en íntima relación con el “otro”, con el “totalmente Otro”; es decir, Dios. Y que la aceptación de parte nuestra de esta relación amorosa, gozosa, con la Creación, con el Creador, no es otra cosa sino “estar con el amigo”. Sea el “otro” en minúscula, sea el “Otro” en mayúscula. Y esto no es otra cosa que “orar”. Y Jesús se retira a orar cuando convive creativamente con su prójimo necesitado, y Jesús acude al monte a orar cuando emprende algo grande, en nombre de su Padre Dios, para el vivir humano.

Así como el aire es indispensable para el vivir humano, el establecer relaciones de amigos da consistencia a nuestra vida con todos sus impulsos, sus tragedias, sus secretos, sus sinsentidos. Es, la Oración, el aire que nos conserva la vida.

 

 

3.    La poesía, fragilidad, sensibilidad y vida de un sacerdote. Semblanza del Padre Carlos Ramírez Sahagún[5]

 

Nació en Jamay, Jalisco, lugar de donde han surgido muchos sacerdotes, religiosos y religiosas que llevan en sus venas el amor a Jesús, a su Iglesia. El pueblo mismo se siente orgulloso de todos los que deciden servir al Señor.

Carlos emprendió su camino al sacerdocio con gozo, con naturalidad y con orgullo. Como seminarista gozó de buena salud, sobresalió en el campo de la Literatura, al grado que un gran maestro de esta materia y poeta, el Padre Benjamín Sánchez, decía de Carlos: “es un estudiante seminarista con vena de poeta”.

Fue enviado a Roma a continuar sus estudios de Teología, en Italia, y de Literatura en España y en Francia. Retornando, ya ordenado Sacerdote, fue nombrado maestro de Literatura en el Seminario Menor, y también como Padre Espiritual de los seminaristas.

 

·      Incompetencia

No pensó engendrar hijos. Circunstancia que, normalmente, se comprende, sin olvidar, menos despreciar, el compromiso, como todo Sacerdote, de ser célibe. Como era profesor y Padre Espiritual en el Seminario, al enterarse de esta falla en su celibato, le aconsejaron que pensara su situación. Una lucha interior se desató en la vida del Padre Carlos, por amar su Ministerio en torno a la Eucaristía y, al mismo tiempo, lo que algunos señalan como descontrol emocional.

Muchos elementos se agolparon en su persona, que ya sufría los estragos de la enfermedad, y entristecieron su vida. Carlos Ramírez, de inimaginable sensibilidad, en esa soledad, fue dando tumbos en su vida, hasta acudir al alcohol. Se olvidó de sus poesías, de su capacidad de crearlas, al grado que cuando lo invité a recuperarse, una de las tres condiciones que le propuse fue la de volver a escribir poesías.

Su respuesta fue espontánea y negativa: “¡Cómo que hacer poesías!, si ya tengo más de treinta años que he cortado con crear poesías”. Resalto también mi respuesta: “El que tú seas poeta no es porque lo decidiste tú solamente, sino porque es regalo de Dios”. Fueron muchas poesías que hizo mientras estuvo con nosotros.

Volvió al sacerdocio, humilde, al servicio de jóvenes con adicciones. Lo apoyó en su reinserción a la vida sacerdotal el Cardenal Juan Sandoval, que fungía como pastor de la Arquidiócesis de Guadalajara. También, fuerte y vivamente, Monseñor Rafael Martínez. Además, con mucho cariño lo hizo el actual Arzobispo, el Cardenal José Francisco Robles.

La comunidad del Señor del Perdón lo aceptó como sacerdote; lo estimaron mucho y lo apoyaron en su trabajo en Casa Nazaret, donde vivió más de ocho años. Con frecuencia caminaba por las cuadras de esta comunidad. Era amable con todas las personas, en especial con los ancianos y los enfermos. Se sentía feliz, y lo expresaba de una manera inaudita. Como que sus años de sufrimiento y el camino de su sanación ayudaron a recuperar su vida sacerdotal.

Amó mucho a sus dos hijos y a su descendencia, pero ya como sacerdote. Ellos aceptaron también gozosos que recuperara su condición. Igualmente, sus parientes carnales con mucho entusiasmo se alegraron.

 

·      Su partida

El 28 de mayo, domingo de la Ascensión del Señor, fiesta de nuestra comunidad parroquial del Señor del Perdón, Carlos fue llamado para que descansara en el “regazo de Dios Padre”. El 8 de junio concluimos su novenario, día en que celebramos a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Ya habíamos participado Carlos y yo –varias veces– de esta celebración, en el Templo Expiatorio y en la fiesta de Jesús, como el Sacerdote, en favor del ser humano.

Algo también muy significativo: cuando encontramos a Carlos, estaba postrado en su habitación, en el suelo, rostro en tierra, a la manera como los que van a ser consagrados sacerdotes se deben postrar. Signos que nos alegran, como señal de Dios, cuando lo consideramos, a Carlos, como el amigo, como el hermano.

Tal vez no hemos disfrutado de la realidad del Padre Carlos que, sea como sea, nos lo ha ofrecido nuestro Padre Bueno, Dios, en su Hijo Jesús, y por la luz del Espíritu Santo.

 



[1] Esta semblanza la dedicó su autor a don Francisco Ortiz Zúñiga (*San Pedro Tlaquepaque, 1928, + Guadalajara, 2012), quien fue su párroco durante casi toda su vida ministerial. Licenciado en Filosofía y en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma y presbítero del clero de Guadalajara desde 1956, don Francisco recibió de San Juan Pablo ii la dignidad de Prelado de Honor. Se publicó este artículo en el número 832 del Semanario (Guadalajara, 13.01.2013, pág. 16).

[2] Conclusiones, 629.

[3] Conclusiones, 642.

[4] Se publicó este artículo en el número 837 del Semanario (Guadalajara, 17.02.2013, pág. 24).

[5] Se publicó este artículo en el número 1071 del Semanario (Guadalajara, 13.08.2017, pág. 24).



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