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¿Calles católico?

Juan González Morfín[1]

 

El insólito planteamiento de este artículo,

pone el dedo en la llaga a propósito del responsable directo

de una sangría que bañó de sangre a México

cuando más necesitaba armonía y paz,

el Presidente Plutarco Elías Calles

y la hegemonía que en torno a su persona siguió ejerciendo

en los años subsecuentes a su gestión como Jefe Máximo de la Revolución Mexicana,

denominada por eso Maximato.

 

Introducción

 

Una figura que dejó una huella imborrable en las relaciones entre el gobierno mexicano y la Iglesia católica es, sin duda, el general Plutarco Elías Calles, pues son conocidas sus intervenciones tendientes a obstaculizar el funcionamiento de esa institución ya desde que fuera gobernador del estado de Sonora, y luego en su papel de secretario de Gobernación, de presidente de la República e, incluso, como “jefe máximo” de la Revolución mexicana, en los años siguientes a su mandato presidencial. No se buscará en este breve trabajo recordar los rasgos que lo han hecho famoso por su estridencia anticlerical, sino más bien revisar su trayectoria final, cuando ya se encontraba alejado de la vida pública, y esbozar una posible respuesta a la pregunta que nos hacemos en el título de este artículo sobre Calles… ¿católico?

            El planteamiento que nos hemos hecho para abordar la cuestión es relativamente simple. Primeramente, responderemos a la pregunta expresando que nos parece que no, y daremos las evidencias que sustentarían esa postura; posteriormente abordaremos con sospecha la posibilidad contraria, esto es, que se hubiera convertido al catolicismo, o reencontrado una fe abandonada durante algún tiempo, y aportaremos pruebas para que dicha conjetura sea verosímil. Finalmente, se fijará una postura personal, más un simple parecer que un veredicto, sobre la cuestión.

 

1.    Se ve muy difícil que Calles haya muerto en el seno de la Iglesia católica

 

Cuando en 1936, por coincidencia apenas unas horas antes de abandonar el país desterrado por orden directa del presidente Lázaro Cárdenas, el general Calles concedió una entrevista al historiador y periodista José C. Valadés, éste abordó directamente la cuestión y le preguntó:

-Aprovecho entonces para preguntarle si en su juventud fue católico.

-No; no he sido católico -contesta secamente, y sonríe a continuación.

-¿Ni en su niñez? -interrogo.

-Ni en mi niñez -agrega, y sin dejar de sonreír, dice:

-Debo decirle que allá, en mi niñez, toqué las campanas de la iglesia de Hermosillo; pero eso se hace por gusto y por travesura. Además, me robaba centavos de las limosnas para comprar golosinas. Y crea usted que ésa ha sido mi única conexión con la religión y con la Iglesia.[2]

            Si recordamos la trayectoria de Calles, como gobernador de Sonora expulsó a todos los sacerdotes de su estado, como presidente de la República publicó una ley que exacerbó los ánimos llevando al episcopado a declarar la suspensión del culto público antes que obedecerla y, finalmente, en el Maximato, tras bambalinas propició todo un marco legal que estranguló todavía más la acción de la Iglesia. Todo esto nos lleva a pensar que, incluso habiendo nacido en un pueblo católico y habiendo, como él mismo admite, llegado a tocar las campanas de una iglesia, nunca haya sido en verdad un católico practicante.

            Además, retirado de la vida política, frecuentó las sectas espiritistas y asistió a tales sesiones con en el Instituto Mexicano de Investigaciones Psíquicas, a.c., a partir de julio de 1941.[3]

            Por otro lado, cuando en 1936 en la citada entrevista concedida a Valadés el general fue cuestionado sobre el conflicto religioso, “Calles dijo que en materia religiosa es un descreído; en la cuestión social, un antimarxista; en política, un desengañado”.[4] También, sin abandonar el tono anticlerical de sus mejores tiempos, la emprendió contra el clero reduciendo el conflicto religioso a “una guerra con los curas rebeldes”.[5] Con lo que mostraba no haber cambiado un ápice su postura en relación con la Iglesia.

            Cuando murió Calles, el 19 octubre de 1945, los diarios publicaron abundante información en torno a los sucesos que rodearon el acontecimiento: el hospital y los médicos que lo atendieron, la trayectoria final de su enfermedad, los visitantes que se acercaron antes y, sobre todo, después… Sin embargo, no mencionaron nada acerca de una posible atención a su persona por parte de algún sacerdote. Tampoco fue reportada por lo diarios la realización de alguna ceremonia católica o la presencia de algún símbolo religioso en la capilla ardiente, ni en el panteón en que lo enterraron. Sí, en cambio, fueron mencionadas las oraciones fúnebres de algunos de sus amigos, como el ingeniero Luis León, quien entre lágrimas señaló “que esos momentos devolvían a la tierra a un gran mexicano que arrancado de la pobreza por su propio valer, llegó a ser presidente de la República… Si grande fue como soldado, su gloria no se opaca como gobernante, ya que abrió las compuertas de la Revolución Social y, recogiendo la herencia de Madero, Carranza y Obregón, inició la estructuración de un nuevo Estado”.[6] En las demás oraciones fúnebres solamente se insistió en la valía de Calles y sus aportaciones a la Revolución. Años atrás, cuando había muerto el patriarca Pérez, líder de la iglesia cismática surgida en 1925 con el apoyo de la crom y de Calles, fue pública su retractación y readmisión en la grey católica. Lo mismo hubiera ocurrido de haber pasado algo similar con Calles.

 

2.    Podría haber habido un progresivo acercamiento a la Iglesia

 

No obstante todo esto, podría haber habido algún tipo de acercamiento, pues ya en su periodo como presidente, cuando el general Calles conferenció durante casi seis horas con el sacerdote norteamericano John J. Burke y comió con él en San Juan de Ulúa en abril de 1928, sus comentarios después de la larga entrevista fueron muy elogiosos llegando a afirmar que deseaba “que su visita signifique una nueva era para la vida y el pueblo de México”.[7] Esta última idea da lugar a pensar que, a partir de ese momento, al menos en la perspectiva del presidente, el concepto del sacerdote como enemigo personal o adversario de la Revolución dejó de ser unívoco para dar lugar a matices.

            En 1935 el general estuvo convaleciente de una operación de vesícula en el hospital de San Vicente, en Los Angeles California, y fue atendido por monjas. El periódico La Prensa señaló un interesante detalle: “Calles dio las gracias a las monjas católicas del hospital por las atenciones que le prodigaron durante su estancia. Las hermanas se habían reunido en los portales del Hospital Católico para darle la despedida”.[8]

            Un año y medio antes de su muerte, la revista católica America, editada por los jesuitas de Chicago, publicó una brevísima nota que decía:

 

Alguna vez, Plutarco Elías Calles fue un nombre de terror para los católicos mexicanos. Bajo su gobierno se llevó a cabo una de las persecuciones más violentas y sistemáticas de la modernidad en contra de la Iglesia. Han pasado casi diez años desde que se retiró de la vida pública. Durante ese tiempo, hubo rumores de que buscaba atención médica en un hospital católico, de que su actitud hacia la Iglesia estaba cambiando debido a las bondadosas atenciones de las monjas que lo servían. Recientemente, un despacho del Servicio de Noticias Religiosas desde la ciudad de México transmitió la no tan sorprendente noticia que Calles anunció “durante una entrevista privada que retiró todas sus condenas contra la Iglesia Católica”. Con setenta y cuatro años de edad, quiere renunciar a su radicalismo y expiar su actitud anticatólica. Como muchos otros perseguidores de la Iglesia, se ha dado cuenta de que ninguna mano humana puede destruir lo que Cristo ha fundado. A diferencia de muchos de ellos, parece que se le dio la gracia de buscar refugio en la Iglesia que odiaba. Podemos entender que la prensa nazi no publicara esta noticia. Lleva una nota demasiado obvia para el dictador alemán. Pero nos preguntamos por qué la prensa estadounidense, que a menudo hablaba de Calles en el pasado, no le ha dado importancia a este nuevo Calles.[9]

 

            Y… ¿realmente sí existía ese nuevo Calles? No lo sabemos a ciencia cierta. Pero se puede especular que al menos parcialmente. Así lo deja aventurar un largo reportaje de Eduardo Correa Jr., publicado apenas un par de días después de la muerte del general, en el que cita frases enigmáticas del jesuita Carlos Heredia, de quien se sabía que había tenido varias entrevistas con Calles: “Jamás intenté que el general Calles se confesara conmigo… Jamás le hablé del infierno, ni de la muerte, ni de la gloria. Quise únicamente, durante mis pláticas con el expresidente enfermo y caído, que la Gracia Divina actuara en él. En otras palabras, traté de abrir el camino a este Don de Dios y sólo Dios puede saber si logré o no mi finalidad, porque… ¿quién puede penetrar los designios de la Providencia?”[10]

            El reportaje de Correa narra una serie de entrevistas entre Calles y Heredia; la primera, en 1936 en el rancho de Calles en San Diego California, cuando apenas comenzaba su destierro; la última, sin precisar fecha, unos días antes, quizá la víspera de la muerte del expresidente, en el Sanatorio Inglés de la ciudad de México. En ellas se alcanza a percibir la astucia y la oportunidad con las que el jesuita fue ganándose la confianza del presidente y, a base de pequeños obsequios (un Niño Dios, una medalla, unas gorditas de nata…) y, sobre todo, de un trato amable y desinteresado de cualquier prebenda o rédito material, el padre Heredia fue adentrándose en la intimidad de Calles, al grado de que, quizá únicamente para conocer luego su opinión, le pidió que lo acompañara a una sesión de espiritismo que se iba a tener en la casa del general Álvarez.

            Se incrementó a tal punto la confianza que el sacerdote obtuvo del expresidente la promesa de que siempre que le presentaran su tarjeta porque iba a visitarlo lo habría de recibir, lo cual se cumplió puntualmente: “siempre llegaba a la cabecera del enfermo sin dificultad, porque éste cumplía al pie de la letra lo prometido”.[11]

            Cuando se presentía un desenlace fatal casi inmediato, aumentó la frecuencia con que lo visitaba en el Sanatorio Inglés. Así narra Correa lo que parece fueron las últimas entrevistas de Heredia con el general Calles:

 

Unos cuantos días antes de que nuevamente fuera operado el general, todavía conversó con su amigo jesuita:

–Fui a ver a la Indita y a pedirle por usted… Aquí le traigo este paquete de pequeñas bombas atómicas…

Eran unas “gorditas” de la Villa.

Y al día siguiente:

–¿Qué tal estaban mis bombas?

–Muy sabrosas.

Otro día:

–Le he traído esta medalla de la Milagrosa. –Y, al doctor Gea, que hacía ademán de salir.

–No se vaya, doctor. No es nada en secreto.

–Usted es hombre de palabra… ¿Se la va a poner?

–Sí padre.

Después, en privado:

–¿Sabe hacer un acto de contrición?

–Sí sé…

–No deje de hacerlo.

Por último:

–General, ¿si usted sanara sería capaz de ir conmigo a postrarse a los pies de la Indita?… No es una puñalada de pícaro… Piénselo bien y respóndame… ¿Vamos?

–Si me siento mejor, iré.

No volvieron a verse más.[12]

 

3.    Reconsideración

 

Es difícil llegar a una conclusión con los datos que tenemos. Sin duda que, de haber podido entrevistar a su hija Hortensia, quien era ferviente católica, hubiéramos podido conocer un poco más sobre el posible acercamiento de Calles a la religión de su pueblo en sus días finales que lo que hemos podido saber a través de una investigación meramente documental. Queda abierta esta ruta para conocer datos a través de sus descendientes. Sin embargo, no deja de ser interesante la apertura del general a la dimensión espiritual que lo llevó a probar las sesiones de espiritismo y a recibir, con la frecuencia que él lo solicitara, al jesuita Carlos Heredia.

            Sobre si se confesó o no, si murió en el seno de la Iglesia o no, con las pruebas que tenemos, solamente podemos llegar a conjeturas y, concretamente, a no cerrar en lo absoluto tal posibilidad. Sin embargo, existen versiones orales que lo dan por un hecho sin tener un fundamento real en que apoyarse. En alguna ocasión un amigo mío residente en Guadalajara, Paco Ayón, me dijo algo por el estilo: “ya ves, hasta gente como Calles y Lombardo Toledano se confesaron poco antes de morir”. Yo presenté mis objeciones diciéndole que en ningún fondo documental me había encontrado un dato que afirmara lo de Calles, pero que como la gente en México seguía siendo muy católica y quiere que todos se vayan al cielo, por eso se inventan que Calles, Lombardo Toledano y muchos otros se han confesado en sus últimos días. Entonces, Paco me contó cómo él mismo fue quien le llevó un sacerdote a Vicente Lombardo Toledano, con quien tenía algún parentesco y había sido su padrino político cuando él había incursionado en ese terreno por el extinto pps. Nos falta todavía esa prueba oral proveniente de un testigo calificado en el caso de Calles.



[1] Presbítero de la prelatura personal del Opus Dei (2004), licenciado en letras clásicas por la unam, doctor en teología por la Universidad de la Santa Cruz en Roma, ha escrito La guerra cristera y su licitud moral (2004), L’Osservatore Romano en la guerra cristera y El conflicto religioso en México y Pío xi.

[2] En Marta B. Loyo, “Entrevista de José C. Valadés al general Plutarco Elías Calles, abril de 1936”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 22, julio-diciembre 2001, p. 130.

[3] Cfr. Alfredo Elías Calles, “Mensajes del más allá para el uso del más acá”, en Boletín Fideicomiso de Archivos Calles-Torreblanca, núm. 44 (2012), p. 6.

[4] Loyo, “Entrevista”, p. 119.

[5] Ibídem, p. 132.

[6] El Universal, 21 de noviembre de 1945, p. 17.

[7] Manuel Olimón Nolasco, Diplomacia insólita. El conflicto religioso en México y las negociaciones cupulares (1926-1929), México, Imdosoc, 2008, p. 40.

[8] La Prensa, 6 de febrero de 1935.

[9] America, 29 de abril de 1944.

[10] Eduardo Correa Jr., “Un sacerdote logró conmover al general Calles hasta las lágrimas. Historia de una amistad entre un jesuita, el Padre Heredia, y un perseguidor de la Iglesia”, Excélsior, 20 de octubre de 1945, p. 1.

[11] Ibídem, p. 11.

[12] Ídem.



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