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Los sacerdotes diocesanos, olvidados en la historiografía de la evangelización

José Gerardo Herrera Alcalá[1]

 

Con el propósito de aportar un elemento más a la historia de la participación del clero diocesano en el proceso que forjó la nación mexicana, el autor de este artículo ofrece, en el marco del aniversario 500 del inicio de la evangelización de lo que hoy es México, algunos elementos novedosos relacionados con la participación copiosa

 –y hasta hoy soslayada– de este gremio en tal tarea[2]

 

 

1.    Enseñan a referir en las crónicas la tierra, lugar y partes de sus acontecimientos o misterios. [3]

La insuficiencia de información en la historiografía religiosa hispanoamericana evidencia la ausencia de historias de los otros protagonistas en cuanto a la misión religiosa en Nueva España: los clérigos seculares que trabajaron para implantar y hacer visible la presencia cristiana en estas latitudes. Los diocesanos, como los frailes de las diferentes órdenes monásticas,[4] participaron en la evangelización (cada uno en su entorno y circunstancias) y compartieron las mismas dificultades en esta epopeya. Estaban alimentados por el deseo de honrar a su rey, además de enaltecer su fe cristiana bajo el ideal misional de extender y ganar para Dios muchas almas, salvándolas de la condenación e idolatría, para atraerlas hacia Cristo y el rebaño de Su Iglesia.

Si bien ambos cleros, el regular y el diocesano, se enfrascaron en tensiones y alegatas al perseguir este ideal, cada uno respondía a factores y dimensiones diferentes, según lo que evidenciaban en su dimensión espiritual y material para lograr la hegemonía sobre el otro. Los diocesanos integran el colectivo que no ha sido abordado por la historiografía actual. Y la ausencia de estos protagonistas en el discurso histórico se debe a la omisión de los historiadores que, a menudo, se conformaron con lo ya narrado por la crónica de las diferentes órdenes, que desdibujaron o extinguieron el trabajo de los otros, los clérigos, quienes también aportaron su esfuerzo a esa tarea espiritual.

            Carecemos de una ponderada reflexión sobre la participación y configuración de la realidad religiosa de las comunidades en las que los diocesanos ejercieron su radio de acción a favor del ideal fundante de salvar almas,[5] motivados por una idea central de extender la presencia del cristianismo en estas tierras de misión. Tal carencia se debe, en gran medida, a la presión y pretensiones de las órdenes monásticas (mercedarios, jesuitas,[6] dominicos,[7], agustinos[8] y los aguerridos franciscanos[9] —y los menos conflictivos carmelitas—[10]) de adjudicarse el ostentoso título que los acreditaba como los padres de la evangelización y consolidación de la cristiandad en estos señoríos de Su Majestad Católica en Hispanoamérica:

Hay en esta comarca y tierra aquí señalada muchos monasterios de las ordenes de Sancto domingo y San Agustín, aunque todo ellos, a lo menos en el termino aquí descrito de sierra a sierra, no son tantos como los del sant francisco, ni están sino en pueblos pequeños ó medianos, porque nuestros frailes, á causa de haber sido los primeros que vinieron á estas partes y plantaron la fe en esta nueva España toda, fundaron sus monasterios en las ciudades y pueblos más principales dellas. Hay también clérigos en muchos pueblos de indios. [11]

 

Por ello, los clérigos desaparecen o pasan a segundo plano ante el aplastante trofeo monástico de la paternidad espiritual de tan vasto rebaño. Dichas autoalabanzas de una y otras órdenes no siempre serían justas y equilibradas, ya que cada una de ellas defendía, a su manera, la razón de su presencia entre los indios de la Nueva España. Así que resulta obligado para poder pergeñar una visión de conjunto de las acciones misioneras de los clérigos rescatar sus figuras individuales para sumarlas al trabajo diverso y común de cristianizar a los hijos de la idolatría. Resulta así perentorio e inexcusable releer las acciones y los procesos históricos que formaron la mística de los clérigos diocesanos. 

 

¿Quiénes fueron los primeros

Que plantaron el plantel

En este hermoso vergel?

¿Quiénes? Los franciscanos[12] fueron,

Que en el riesgo se pusieron

De la bárbara inclemencia.

Dio a este mundo peregrina

Educación y doctrina

Un fray Martin de Valencia. [13]

 

            En el incipiente descubrimiento del Nuevo Mundo, entre la mayoría de los emprendedores de estas gestas históricas debe contarse a los clérigos diocesanos[14] como acompañantes de los conquistadores que extendían los terrenos para el rey, a la par que conseguían almas para Dios y riquezas para aliviar su miseria y pobreza. Ellos tenían conciencia de que dicha obra era querida y guiada por Dios para extender la fe.[15]

Las crónicas monásticas de las diferentes órdenes que se asentaron en estas tierras alabaron a sus grandes varones, quienes desplegaron gestas por las que se les debería adjudicar la paternidad de la obra misional.[16] En cambio, la presencia de los clérigos por lo general quedaba desdibujada en las crónicas de los conquistadores, sin señalar las hazañas que también ellos protagonizaron en dicha labor. Ahora bien, si sumamos a las constantes fricciones entre clérigos y frailes (los primeros estructurados en una jerarquía y grupo compacto) el empeño de cada grupo por sobrevivir en aquellos años de fundación, observamos que sucedió una batalla desigual, pues su convivencia, a menudo, no fue nada fácil. Hubo periodos álgidos y tensos, y tiempos de mansa calma. Al fin de cuentas, su trabajo común hizo realidad la construcción de la iglesia americana, autóctona y singular.

A los diocesanos suelen endilgárseles toda clase de miserias humanas y debilidades producto de pasiones que, sin control, supuestamente proliferaron entre los clérigos (por ejemplo, el caso de los sacerdotes solicitantes).[17] Los curas lascivos, que ante los apetitos carnales caían frecuentemente víctimas de los embates del mundo y la carne. Así como los amantes del dinero, que con ojos de codicia veían más las honras humanas que la gloria de Dios, y que sin rubor ni recato cometían pecados.[18] Retratados como verdaderos agibílibus en los menesteres del mundo y la carne y los deleites del paladar. Clérigos que, sin más mesura, estaban detrás de los doblones y tostones de oro y plata de las Indias, dominados por pecaminosos deseos de poseer antes que movidos por consideraciones piadosas.

Las querellas entre ambos cleros, que no dejan de tener cierta verdad, pretendían el desprestigio del adversario y su derrota en esta lucha desigual, aunque a medida que el clero secular crecía en número y calidad su antagonismo con los religiosos se hizo más visible. Si bien el sistema diocesano aún no terminaba de afianzarse, el mendicante ya no era tan autónomo, por lo que las principales crisis de autoridad en este periodo novohispano se derivaron del enfrentamiento entre ambos cleros.[19] Por otro lado, la información sobre ciertos clérigos se hizo patente por algunas acciones fuera de lo común donde eran los actores preponderantes los obispos que no fueron religiosos: un caso por excelencia es la acción pastoral de Tata Vasco, que por su bondad y fino olfato fue digno de escalar al más grande puesto de los clérigos, el de obispo. Ya luego con el Concilio de Trento se hizo del todo patente la aplicación de normas para sentar las bases de la vida clerical, pues perseguían la formación y el fomento de la presencia del sacerdote en el mundo.

En el Imperio español postrentino se buscó formar un clero amalgamado con su obispo a la cabeza. Y para ganar los espacios antes ocupados por los regulares,[20] ya que varios eran obispos, empezó una constante fricción en la aplicación de las medidas conciliares:

La confrontación entre el clero regular y el clero secular en torno a la secularización de las doctrinas alimentó, a través de los años, la imagen negativa del clero secular. Los frailes, únicos que escribían su historia, presentan en sus crónicas ejemplos poco edificantes de algunos clérigos, sin resaltar la labor de otros clérigos que estaban consagrados a su ministerio.[21]

 

 Bajo el pretexto de reformar a los regulares, se pidió, con algunos atisbos de manipulación del clero secular, que fueran más afines a las políticas reales del momento, a la par que se potenciaba a los seculares en detrimento de los frailes. Badomías de uno y otro bando en el control y poder de los súbditos del rey y fieles del romano pontífice.

Estas acciones encubiertas para la reforma de la vida de los clérigos regulares tenían como fin reducir la influencia de las órdenes religiosas en las labores eclesiales, para hacerlos más pasivos en sus tomas de decisiones para no afectar los lineamientos de la Corona española:

 

La Corona optó por minar las bases económicas y sociales de las órdenes religiosas y someterlas al control estatal. Varios ministros insistieron en que debía ponerse en marcha un programa de reforma que lograra reducir el número de religiosos, el confinamiento en los claustros y la recuperación de la observancia de sus reglas. Los frailes debían alejarse del mundo y cultivar el espíritu para servir como ejemplos al modelo de religiosidad interiorista defendido por las Luces, mientras que el clero secular, mucho más uniforme y manejable en teoría, debía ocuparse en exclusiva de la cura de almas. [22]

           

            Cada obispado de la Nueva España respondía a estos problemas de acuerdo con sus propias cuestiones económicas, territorialidades, influencia de los religiosos y sus condiciones poblacionales. Por eso la realidad de cada lugar no fue homogénea, ya que presentó sus particularidades específicas. Así lo observamos entre los regulares y seculares en Chiapas en la acuciante investigación que existe sobre el tema. La vida religiosa chiapaneca se vio marcada por una constante de pleitos, rencillas, acusaciones y hasta levantamientos armados entre dominicos y diocesanos, sin más fuentes para la investigación que lo dejado por los clérigos en sus cartas y memoriales a sus obispos de los conflictos entre ambos cleros y los indios y sus curas. “El problema surgió cuando la Corona decidió introducir en Indias a la jerarquía secular, con obispos y párrocos. Al llegar los prelados a sus sedes, se encontraron con que la tierra estaba tomada por los frailes, de modo que los clérigos no tenían espacios para su actividad”.[23]

Los regulares se sentían herederos de la paternidad espiritual de los indios, mientras los curas diocesanos soportaban el peso de la evangelización en condiciones muy desventajosas en cuanto al poder económico de las poblaciones que encabezaban para la congrua sustentación de los doctrineros. Hoy día subyacen soterrados esos antiguos disgustos y animadversiones entre los protagonistas de tales conflictos. Por ejemplo, en el arzobispado de México, donde, de igual manera, tras tres siglos de constantes pleitos nunca se halló más solución que llegar hasta las manos para defender cada uno sus legítimas aspiraciones, sin que las lograran cuajar en una armónica transición. Y qué decir de las particularidades de las diócesis de Puebla, Michoacán y Yucatán entre clérigos y agustinos, dominicos y franciscanos:[24] unos defendiendo el derecho de antigüedad avalado por bulas y patentes y los otros arguyendo la obra y vida dejada en la labor eclesial. Cada bando defendía su espacio sin ceder lo conquistado.

 

Ausencias y presencias de historias

 

De no pega fue el sermón,

Si sermón puede decirse

Hablar hasta prostituirse

Por la vil adulación. [25]

 

Es muy reciente la investigación histórica que evoca la presencia de los clérigos seculares en las corrientes historiográficas de conformación de identidades sociales. La ausencia de una visión general se debe, como se ha señalado, a la apabullante presencia de los religiosos y sus crónicas, que no dieron paso a sus contrapartes de la clerecía novohispana. Y sin recelo debe decirse que la inmensa mayoría de los seculares pasó en silencio ante los ojos de los historiadores, porque su vida monótona no despertaba interés alguno para su estudio, amén de las corrientes de pensamiento de principios del siglo xix y los afanes de los historiadores de no otorgarles relevancia en este proceso religioso y social de la Nueva España.

Así que lo que nos ha llegado hasta la actualidad son aproximaciones a personajes que a menudo adquirieron un protagonismo que hizo detenerse a los historiadores del momento en su reflexión, si bien para la mayoría de curas y doctrineros el paso por sus parroquias fue anónimo, sin más referencia que su contribución a una institución de formación eclesiástica, algún hecho fuera de lo común o cierta prenda intelectual que destacara del común denominador. Estos relatos fragmentados se han recogido en obras de algunos historiadores que los han situado en su tiempo y acción. Pues por parte de la Iglesia, también han olvidado a sus hermanos en ministerio.[26]

El primero que se detuvo a dar a los clérigos diocesanos un espacio dentro de sus investigaciones es sin duda don Joaquín García Icazbalceta con su historia del primer obispo de México Juan de Zumárraga.[27] La referencia obligada de la inclusión de este sacerdote en su mandado eclesiástico hizo detenerse al autor para comenzar a comprender su labor. Este mitrado —relegado o enfrentado con sus hermanos franciscanos, vapuleado por los agustinos y sostenido por los clérigos seculares— dio los primeros pasos para la conformación del obispado de México, y otorgó a algunos individuos su lugar y radio de acción en tan incipiente proceso.

 

Lo primero que se ofrecía era organizar el Cabildo Eclesiástico y el servicio de la iglesia, con arreglo a lo previsto en la erección. Escasos elementos había para ello, porque los clérigos de la diócesis eran pocos, y no todos adornados de ciencia y virtud. Consecuencia era eso de que casi ninguno había venido por elección y mandato de un superior, sino por propia voluntad, en busca de fortuna o de adelantos en su carrera, que no lograban en España. Aun los había prófugos de las órdenes religiosas, y secularizados de hecho por su antojo. La falta de obispo había tenido largo tiempo sin superior al clero secular, y sus individuos vivían muy expuestos al contagio de la codicia y relajación general, de que no siempre se libraron. El Señor Zumárraga no era hombre para tolerar tales cosas, y cargaba la mano a los clérigos disolutos, lo que a veces le ocasionó disgustos graves. Es de creerse que el Cabildo se formó con las personas provistas en España, pero no se completaron las plazas señaladas en la erección porque las rentas no daban para más. La primera acta del Cabildo Eclesiástico tiene la fecha de 1º de marzo de 1536, y en ella consta que poco antes había quedado instituido. Asistieron a esta primera junta, el señor obispo, el deán D. Manuel Flores, el maestreescuela D. Álvaro Temiño, el tesorero D. Rafael de Cervantes, y los cuatro canónigos Juan Bravo, Juan Juárez, Miguel de Palomares y Cristóbal Campaya. [28]

 

Con esta narración, aunque muy somera, García Icazbalceta enseñó a los historiadores a detenerse ante la presencia del clero diocesano. Este mismo autor acentuó lo que se argumentaba de que el clero diocesano era muy proclive a las debilidades humanas (codicia, bajamaneros del metal y seducciones mundanas), pues a falta de ciencia y virtud había habilidad para los negocios y ganancias, que sustentaban apetitos y colmaban aspiraciones que movían a bregar en estas tierras conquistadas:

 

aquí, mejorando el servicio eclesiástico muy deficiente antes y asegurando el porvenir de los clérigos y de sus parientes pobres, que estaban pereciendo y se veían obligados a mendigar, hay que advertir que siendo los curatos riquísimos, uno por ejemplo producía veinte mil pesos, existían en Puebla más de setecientos clérigos y muchos mendicantes en la pobreza.[29]

 

Asimismo, en el mismo siglo xix,[30] fuera de estas referencias, había algunos impresos donde se tocaba de paso la vida u obra de algún eclesiástico diocesano que había sido fundador de congregaciones religiosas o acción misional,[31] pero que no se enfocaban como tal a poder entender la vida de los clérigos.[32] Así que la dispersa información sobre ellos ha conformado sólo paulatinamente una fuente importante para la comprensión del tema; y en especial se debe a las publicaciones que aparecieron al finalizar aquel siglo.

El tema de nuestro interés en sus líneas generales nació gracias a la investigación del obispo Fortino Hipólito Vera, quien con las aportaciones documentales de su Itinerario parroquial del arzobispado de México asentó una comprensión muy rica, ya que la documentación que le sirvió para ello salvó del olvido narraciones indispensables para el entendimiento de la vida de los clérigos,[33] que devienen en herramientas indispensables para poderse adentrar en las acciones de los sacerdotes y su papel en estas historias. En su investigación sobre los curatos del arzobispado de México, don Hipólito dio los primeros pasos para entregarnos una visión general de todos los eclesiásticos, doctrinas y poblados[34] que se beneficiaron con la presencia de los clérigos.

            No fue hasta mediados del siglo xx cuando se retomó la historia de la Iglesia como parte de la totalidad de la realidad mexicana. Surgieron así historias sustentadas en investigaciones que respondían a circunstancias y motivos relacionadas con un país que se hallaba al término de una guerra civil, donde los conflictos con la institución eclesial ameritaban defender y dar a conocer el papel de la Iglesia en la conformación de la nación.[35]

Una premisa que es pertinente matizar es que cuando se habla del clero diocesano no nos referimos a arzobispos y obispos, pues tales personajes han sido tema de estudios laudatorios —en su mayoría— por sus acciones en el ejercicio del ministerio episcopal[36] (y algunos de ellos, en sus enfrentamientos con las autoridades reales, o en cuestiones de tipo administrativo). El enfoque de estas páginas se centra en los clérigos que cotidianamente conformaron la vida social y religiosa de los curatos, ya que poco a poco fueron adquiriendo espacios y anteponiéndose a los primeros protagonistas, que eran los regulares. Las primeras investigaciones sobre los curas diocesanos que abordaron la temática desde el periodo novohispano se deben al padre Mariano Cuevas, que sintetizó la labor de este grupo. La obra de otro jesuita, el padre José Gutiérrez Casillas, se suma a estos esfuerzos pioneros en la materia, pues sus estudios históricos son más positivos, motivado por la época en que escribió (influyendo en el ánimo del historiador y del lector).

Por su parte, para entender el papel de los sacerdotes en la ardua tarea de la vida religiosa de las parroquias resulta de suma importancia la reflexión e investigación del historiador jesuita Constantino Bayle, que en su libro El clero secular y la evangelización de América,[37] estudio centrado en los sacerdotes de todo el continente, presta amplia atención a los clérigos novohispanos.[38] Su análisis destaca la titánica labor misional en los principios, algunos casos no muy cristianos de clérigos, y por otro lado la tarea tan encomiada de muchos que llevaron su celo religioso, catequético, lingüístico[39] y musical a formar instituciones de piedad con el fin de extirpar la idolatría y otorgar industria y progreso a las comunidades que se les encomendaban: “Aunque la idolatría que tanto tiempo fue tirana de estas provincias está ya por la mayor parte expugnada y desterrada de ellas, con todo eso, como víboras y sierpes fugitivas, se halla tal vez enroscada y escondida en algunas concavidades y montes y necesitan los curas de grande cuidado en esto”.[40]

 

2.    Multitud de ojos, una realidad

 

Las investigaciones posteriores se enfocaron a temas específicos, que se dirigen más a acciones locales como los solicitantes, vicios y baldragas en el santo ministerio, así como a los pleitos y conflictos entre indios y curas, que mueven más al morbo que a las causas de los orígenes de esos conflictos (entre los que se contaban las querellas y pleitos, memoriales y enfrentamientos entre seculares y prelados). Algunos son de valía por estar entrelazados con personajes como la venerable madre Juana Inés de la Cruz[41] y el sacerdote diocesano Carlos de Sigüenza,[42] o con ciertos capellanes y autoridades de los cabildos catedralicios (cuyas acciones produjeron historias que aclaran el panorama de un tercero). O curas que entraron en conflicto con la autoridad real, y que al analizar su vida obtenemos patrones comunes en situaciones diversas, como en el caso de los sacerdotes diocesanos José María Morelos, Miguel Hidalgo[43] y Mariano Matamoros, entre otros.[44] Por otro lado, algunos clérigos novohispanos, que gozaron de fama de grandes oradores por sus sermones,[45] continúan a la espera de la investigación que dibuje el nivel cultural que poco a poco fueron adquiriendo.

Cabe destacar la acuciosa reflexión de John Frederick Schwaller sobre el clero secular, sus asensos y carreras. Él es pionero de una amplia investigación en las fuentes documentales del siglo xvi, pues estudió el clero secular desde sus jerarquías y ascensos, además de sus trabajos y méritos, por lo que su lectura resulta fundamental para poder comprender la importancia del clero en la conformación de la iglesia novohispana:

 

In the second volume of a projected trilogy on that country, like his first book, The Origins of Church Wealth in Mexico, which as the subtitle states is a study of ecclesiastical revenues and church finances, his second limits itself to the sixteenth century. But the second volume, unlike the first, is a much more determined effort to put a human façade on the dominant religious institution in the colonial New World. In fact, this characteristically highly-structured and detailed analysis is based on prosopographical study of some 900 members of the secular clergy of Mexico and Nueva Galicia.[46]

 

            Asimismo, el investigador estadounidense William Taylor publicó su trabajo sobre los sacerdotes de los arzobispados de México y Guadalajara,[47] y es indispensable tenerlo como base para poder entender una tipología de clérigos, pues sus investigaciones nos dibujan una realidad que posee en sí puntos en común ante la diferencia de las diversas regiones de la misma Nueva España: la carrera para ser cura, los trabajos y preparaciones para el oficio, los alcances de su labor, amén de los obstáculos que enfrentaban. La religiosidad que los clérigos implantaron en sus comunidades fue la base de una vida eclesial donde se conjugó divinidad, festividad, comida, gozo, abusos y desenfrenos, y en la que cada párroco —en la medida de lo posible— se adaptaba en su forma de vivir su fe, apegado a los cánones religiosos pero también a los vaivenes sociales que aglutinaban y daban cohesión a la comunidad parroquial.

Cabe señalar que “en 1794, 74 cofradías se establecieron en las parroquias e iglesias; 78 en los conventos de religiosos y 41 en los conventos de monjas”,[48] por lo que se comprende que los grupos religiosos de cofradías, fraternidades y asociaciones fueron el trabajo que alentó y capitalizó en las parroquias, tanto en lo espiritual como en lo material: “Las cofradías eran promotoras principales de la devoción a los santos, las diversas advocaciones de la Virgen María y Cristo”.[49] Cada región era muy diferente en cuanto a la problemática geográfica del obispado en cuestión, por lo que deben considerarse las diferentes participaciones de los clérigos en las luchas de la Independencia, tanto en el bando realista como en la insurgencia.

            Dicho enfoque ha sido retomado por historiadores cuando, ya calmados los ásperos enfrentamientos ideológicos, se ven menos prejuiciados para dar una ponderada interpretación a los acontecimientos que respondieron a las situaciones bélicas del momento. Por ejemplo, la obra de Oscar Mazín El cabildo catedral de Valladolid de Michoacán[50] resulta indispensable para entender la labor de un cabildo y su poder en una diócesis cuyos vaivenes y coyunturas políticas marcaron una realidad que involucró el ejercicio del ministerio de los clérigos. Las crisis, las tensiones humanas que se daban en la conformación de los bloques de poder del rico obispado de Michoacán, sumadas a las tensas relaciones entre curas y prelados, son un panorama de la realidad humana donde quien tiene el poder posee el control, y el que no se ajusta o apega a los lineamientos del prelado se ve excluido de todo ascenso. En suma, Mazín esboza en su libro la incidencia de los clérigos en los fenómenos sociales y culturales de finales del siglo xviii. Y nos aproxima a poder entender las reacciones de los clérigos a un rechazo de las políticas que marchaban en detrimento del fuero eclesiástico y el ejercicio del poder eclesiástico y civil, así como las crisis de conciencia que esos levantamientos generaron entre muchos curas.

 

3.    Aportaciones recientes

Las narraciones sobre la conformación clerical y sus participaciones en los procesos sociales son temas de estudio de Ricardo León Alanís, con su trabajo sobre el clero de Michoacán, basado en la obra de Óscar Mazín.[51] Sus reflexiones son base para entender la presencia de la Iglesia en los conflictos bélicos en una región concreta de México. La aportación de Rodolfo Aguirre sobre los clérigos en el arzobispado de México va en esa misma dirección. Recientemente la obra del padre Antonio Cano Castillo sobre el clero secular en la diócesis de México[52] es una importante aportación para entender cómo la presencia clerical se fue fraguando en dicho arzobispado, pues con abundantes fuentes documentales nos entrega una certera reflexión sobre ellos y su presencia en la construcción del clero nativo, al cual hay que sumar que es conocedor de las entrañas del tema por ser parte de ellos, in sacris presbítero.

            Con su analítica conformación del texto, nos dan[53] una realidad sin aplausos ni condenas a la vida y misión del clérigo novohispano. Entre sus aportaciones se encuentra su acuciosa reflexión sobre el tema del sacerdocio indígena, sus dificultades y derivados que siguen siendo puntos de reflexión actuales que hunden sus raíces en los albores de la evangelización.[54] Dicha investigación del clero indígena es fundamental para entender el principio, cuando en las tierras conquistadas fueron almáciga de doctrina los mismos que habían nacido aquí, los indios de la Nueva España:[55] “Los conflictos que esto derivó, las oposiciones, y desaciertos, con la idea del siglo xvi de que los indios sólo debían aspirar a ser buenos cristianos y cumplidos tributarios del rey.”[56] Los caciques, integrados a la vida social, lucharon para la incorporación de sus hermanos de sangre y cultura a los estados clericales “como es el caso del cacique de Tlaxcala Juan Cirilo del Castillo, para fundar el Colegio de San Carlos Borromeo que, al igual que los seminarios tridentinos, se dedicaría a la formación de sacerdotes, pero en este caso indígenas”.[57] Este proceso lentamente se fue fraguando en la medida de que el clero secular se hacía presente ya como un cuerpo cohesionado, y la merma de los regulares ante la realidad religiosa.

 

A pesar de que las expectativas reales de ascenso social para los indígenas eran más limitadas que para los españoles, no por ello fueron inexistentes. La mayoría de los indígenas sólo alcanzó el grado de bachiller y se integró a las filas del bajo clero como cura auxiliar o teniente de curato rural, y sólo de forma excepcional pudo incorporarse al alto clero o abrirse camino como jurista, como nos muestra la trayectoria de Luciano Páez de Mendoza, segundón de un cacique, quien, gracias a la capellanía que fundó su padre, de la que era capellán propietario, pudo ordenarse de sacerdote y culminó su carrera eclesiástica como canónigo de la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe. O de José Antonio Ximénez Frías, quien llegaría a ocupar algunas cátedras, la rectoría del seminario conciliar de Chiapas y altos cargos en ese obispado, o la del sobrino de este último, quien ejercería como abogado y se matricularía en el Real Colegio de Abogados.[58]

 

Siempre demandante y con matices, que ha hecho su propia identidad en esta realidad llamada México, la inclusión del clero diocesano y la incorporación a este estado de los hombres de los pueblos originarios es un proceso inacabado, latente aún hoy día, con nuevas formas de interpretación y conflictos de adecuación que reflejan los escollos y dificultades que se habían planteado desde los principios de la evangelización: la continencia y la capacidad de entender los santos misterios de Dios.

 

Consideración final

 

El tema sobre los ministros ordenados para el clero diocesano durante el periodo novohispano es un campo de investigación no acabado, agible por aportaciones venideras que nos pueden dar más pistas para entender el alma religiosa de los ministros ordenados de aquellos tiempos. Ya que la historia la hacen los seres humanos que pasamos por el tiempo, todos legamos vestigios y acciones que, para bien o mal, dejan huella, marcan procesos y truncan opciones, pero también abren caminos. El tema de la vida de los sacerdotes diocesanos fascina e incentiva a la búsqueda de una historia perdida y no escrita.

Un asunto apenas sí abordado, por ejemplo, es el de las capellanías, fundaciones piadosas a las que aspiraban muchos a cambio de obtener, ordenándose presbíteros, una porción de sustento[59] apoyados por el tejido social, que involucraba a muchos y a las sensibilidades del entorno,[60] las devociones que de éstas surgieron, los santuarios que calaron en el alma novohispana y aún hoy día sobreviven.

Vacío grande sigue siendo la ausencia de datos relativos a los ministros que ejercieron su servicio en la etapa novohispana con espíritu de fe y abnegación unos,[61] con tino pastoral y celo otros, contribuyendo cada cual a la alacridad religiosa de los habitantes de estas tierras aun tangible y viva en la cultura popular. Y hasta podríamos pedir perdón si el tema tan escasamente abordado se haya hasta hoy reducido a una sola de las regiones de esta parte del mundo, falta de apreciación objetiva, pues no responde a la realidad compleja de las restantes nueve diócesis novohispanas.

En términos generales, hace falta enfocarse más en ciertos puntos de la historiografía sobre la vida y el trabajo humano y pastoral de estos ministros, de su formación humanística, filosófica y teológica,[62] de las instituciones creadas por ellos, de los escritos que dieron a la luz pública su ingenio y de sus aportaciones a la identidad de sus comunidades parroquiales. No menos podríamos decir de la espiritualidad característica de la vivencia del clérigo que no tuvo ante su realidad humana más abrigo que el de la circunscripción donde ejerció la cura de almas. ¿Algún día nos empeñaremos en reconocer la labor abnegada de tantos clérigos novohispanos que cultivaron con esmero la veta de la vida espiritual en sus destinos? Esperemos que sí y pronto.

No menos relevante a lo dicho es el estudio de otros impresos de carácter devocional y catequéticos, como las novenas[63] y los sermones;[64] el culto a las imágenes sagradas,[65] la edificación de santuarios, la veneración de ciertas reliquias y el establecimiento de cofradías[66] para sostener obras de beneficio social o cultual en las que orbitaba la vida de los pueblos, capítulo de lo cual pueden ser la administración de los diezmatorios y del reparto de cereal en lo que muchas veces terminó siendo granero o alhóndiga para el tiempo de secas.[67] No debería quedar en el tintero la promoción de la mujer incluso en artes y oficios, la dirección espiritual ejercida por confesores tanto de fieles laicos como de monjas,[68] que muchas veces fueron mayordomos, capellanes y asistentes de los conventos femeninos.[69]

Asimismo, debemos atender el trabajo misional que los clérigos ejercieron. La lengua indígena, las gramáticas que ellos elaboraron, pues varios se hicieron peritos en ese arte de comunicarse con sus feligreses y entender y hablar su lengua, a lo que iba unido adentrarse en la cosmología del parlante. Los autores de cartillas y catecismos de lenguas nativas para la feligresía indígena novohispana son todo un tema en sí mismo.

También debemos prestar atención a los sacerdotes historiadores,[70] narradores y cronistas de diferentes materias. Autores de investigaciones y trabajos en el área del conocimiento ya de artes, lenguas o de historia, antropólogos de las culturas antiguas de estas latitudes.,[71] y a los clérigos que promovieron el arte como autores intelectuales de obras,[72] pues dibujaron la realidad espiritual del momento. Todo lo anterior además de las herencias de santidad que dejaron tantos sacerdotes diocesanos en sus comunidades.

Debemos a la par completar las investigaciones sobre los cabildos catedralicios de Oaxaca, Chiapas, Guadalajara, Yucatán y Nueva Vizcaya a través de los intríngulis políticos, sociales y tensionales de los clérigos, así como de las relaciones intraeclesiales de los obispos y su propio clero. Los párrocos que destacaron en promover el desarrollo de sus parroquias y feligreses,[73] a la par de prestar atención a la industrialización humana de las comunidades parroquiales para promover su crecimiento económico y social, en especial las más marginadas y vulnerables en el periodo virreinal. Las formas de subsistencia de los clérigos diocesanos, las capellanías y el entorno social y financiero que esto articuló en la sociedad novohispana.[74] Lo que las capellanías representaron en la congrua sustentación de los clérigos y los réditos y economías que trajeron en algunos casos un medio decente de vivir. Los sacerdotes que se ordenaban por estos medios para dar culto a los ideales católicos de la espiritualidad criolla.

Finalmente, debemos profundizar más en los trabajos prosopográficos de los presbíteros en su entono vital: los estudios que hicieron y la carrera eclesiástica que siguieron; pues a veces se encontraban con muchos obstáculos, ya que los regulares querían monopolizar todo: las cátedras de la universidad, las grandes parroquias (que ellos llamaban doctrinas, y en las que construían sus feudos que difícilmente soltaban). Todo un material que descansa en archivos y necesitamos desempolvar.

 

 



[1] Presbítero del clero de San Cristóbal de las Casas, es párroco de San Francisco de Asís, en Petalcingo, Chiapas, y miembro de la Sociedad Mexicana de Historia Eclesiástica, que ha presidido; su contribución a los estudios culturales relacionados con este rubro han sido copiosos. Este Boletín agradece al autor que haya querido publicar en sus páginas este trabajo suyo.

[2] Ponencia presentada en la ciudad de Tlaxcala, en el mes agosto del 2018, en el marco del aniversario xxv del Congreso Internacional de la Vida Religiosa Novohispana.

[3] Fray Baltazar de Medina, Chronica de la Santa Provincia de San Diego de México, México, Juan de Ribera, 1662.

[4] Francisco Pareja, Crónica de la Provincia de Nuestra Señora de la Merced, redención de cautivos, en la Nueva España, México, imprenta de J. R. Barbedillo, 1688, ed. facsimilar, presentación de Alfonso Martínez Rosales, San Luis Potosí, Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, 1989.

[5] Robert Ricard, La conquista espiritual de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1999.

[6] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en la Nueva España, México, imprenta de J. M. Lara, 1844.

[7] Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme.

[8] Fray Diego Basalenque, Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán del Orden de N.P.S. Agustín [1624], México, Jus, 1963. Juan de Grijalva, Crónica de la Orden de N.P.S. Agustín en las provincias de la Nueva España, México, Porrúa, 1985. Heriberto Moreno, Los agustinos: aquellos misioneros hacendados, México, sep, 1985. Nicolás Navarrete, Historia de la Provincia Agustiniana de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, México, Porrúa,  1978.

[9] Fray Toribio de Benavente “Motolinía”, Historia de los indios de la Nueva España (ms. México. El Escorial ms. de la Hispanic Society de Nueva York). Bernardino de Sahagún, Códice florentino. Historia de las cosas de la nueva España.

[10] Fray Agustín de la Madre de Dios, ocd, Los Carmelitas Descalzos en la Nueva España del siglo XVII, paleografía, notas, selección y estudio introductorio de Manuel Ramos Medina, México, Probursa, 1984.

[11] Códice franciscano, México, Salvador Chávez Hayhoe, 1941, p. 5.

[12] Antonio Rubial García, La hermana pobreza, el franciscanismo. De la Edad Media a la evangelización novohispana, México, unam, 1996. Los religiosos fueron, en su propia opinión, los grandes operadores del trabajo misional; los demás participaron mínima y pobremente, según la creencia discursiva de los religiosos. Tales ínfulas y jactancias fueron los detonantes de la escasa presencia historiográfica de los curas. Así se hizo a un lado la labor de los clérigos seculares, que ante los ojos de los religiosos eran más proclives a toda clase de exceso y vicios, por estar más aparejados al mundo que a las cosas santas.

[13] María Teresa Álvarez Icaza Longoria, La secularización de doctrinas y misiones en el arzobispado de México. 1749-1789, México, unam, 2016, p. 109.

[14] El 1º de mayo de 1518, en la armada que salió de Cuba [Isla Fernandina], acompañaba el padre Juan Díaz al capitán Juan de Grijalva. 500 años donde la presencia de clérigos se hace evidente y si se quiere decir, serían los primeros que ejercieron el oficio clerical en el mundo descubierto. Véase la breve reseña histórica del sacramento de la Eucaristía en México, desde la primera misa en 1518, “Historia desconocida, una aportación a la historia de la iglesia en México”, en iv Congreso Eucarístico Nacional 2008, México, Minos, 2009, pp. 221-235.

[15] Óscar Mazín, “Clero secular y orden social en la Nueva España de los siglos xvi y xvii: la secularización de las doctrinas de indios en la Nueva España”, en Margarita Menegus, Francisco Morales y Óscar Mazín, La secularización de las doctrinas de indios en la Nueva España: la pugna entre las dos iglesias, México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, unam, 2010, pp. 139-206.

[16] Las órdenes monásticas cruzaron el Atlántico para trabajar en el Nuevo Mundo en la predicación del Evangelio, con sus intereses espirituales y materiales también. Estas miras y esos proyectos no los exentaron de querellas y disputas, ya que los implicados entraron en el pantanoso conflicto de la preeminencia por defender la primogenitura de esta labor y su acción misional, que les otorgaba reconocimientos y privilegios, todos conceptos religiosos que respondían a una visión de cristiandad del siglo xvi. Francisco Morales, o.f.m., “La iglesia de los frailes”, en Margarita Menegus et al., La secularización… op. cit. p. 16.

[17] José Toribio Medina, Historia del Santo Oficio de la Inquisición en México, México, Conaculta, 1991 (Cien de México ), pp. 299-300.

[18] Ibidem, p. 207.

[19] Álvarez Icaza, op. cit., p. 55 La secularización trajo como resultado una ausencia de protagonistas entre estos sacerdotes, ya que los dictámenes de la autoridad real no siempre eran acatados y eran constantes los roces y conflictos. Lo más escandaloso era el resultado de una hegemonía que pretendía ser única en la visión de los religiosos.

[20] Ibidem, pp. 30-35. El periodo de la secularización de las doctrinas y misiones trajo un sinfín de enfrentamientos, querellas, pleitos y rencillas, donde siempre el vencido era el culpable de su tragedia y donde los religiosos eran los que defendían a los neófitos indios de la rapaz codicia clerical. Este arcoíris de acrimonia de conceptos lo arrastran los clérigos.

[21] Antonio Cano Castillo, El clero secular en la diócesis de México, Zamora, El Colegio de Michoacán/ Universidad Pontifica de México, 2017, p. 18. Por eso las gestas de los frailes deben cribarse ante todo por una relectura ponderada de los hechos, y sin panegíricos buscar las pautas de acciones que en el tiempo darían mucho que comprender y mucho que no se podría explicar si no se tienen los antecedentes.

[22] Álvarez Icaza, op. cit., p. 31.

[23] Antonio Rubial (coord.), La Iglesia en el México colonial. Seminario de historia política y económica en México, México, unam / buap, 2013.

[24] Georges Baudot, La pugna franciscana por México, México, Conaculta, 1990.

[25] Luis González Obregón, México viejo, México, Patria, 1945, p. 658.

[26] Antonio Cano Castillo, El clero secular en la diócesis de México, México, El Colegio de Michoacán / Universidad Pontificia de México, 2017, p. 15.

[27] Véase J. García Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga. Primer obispo y arzobispo de México, 4 vol., México, Porrúa, 1947.

[28] Ibidem, pp. 108-109.

[29] Genaro García, Don Juan de Palafox y Mendoza: obispo de Puebla y Osma, Visitador y Virrey de la Nueva España, México, Librería de Bouret, 1918, p.  95.

[30] V. de P. Andrade, Serie de los señores curas del Sagrario Metropolitano de México, en J. Galindo y Villa, Apuntes de epigrafía mexicana, t. 1, México, 1892.

[31] Véase Luis García Pimentel, Descripción del arzobispado de México hecha en 1570 y otros documentos, México, José Joaquín Terrazas e hijas, impresores, 1897.

[32] Fortino Hipólito Vera, Colección de documentos eclesiásticos de México o sea antigua y moderna legislación de la Iglesia mexicana, 3 vol., Amecameca, Imprenta del Colegio Católico, 1887.

[33] José Trinidad Basurto, El Arzobispado de México. Obra biográfica, geográfica y estadística escrita con presencia de los últimos datos referentes a esta Arquidiócesis, ilustrada con profusión de grabados y dos cartas geográficas del Arzobispado, México, El Tiempo, 1901.

[34] Fortino Hipólito Vera, Itinerario parroquial del Arzobispado de México y reseña histórica geográfica y estadístico de las parroquias del mismo Arzobispado, Amecameca, Imprenta del Colegio Católico, 1882. Otro de sus escritos pertinentes para el tema de nuestro interés es su Catecismo geográfico histórico estadístico de la iglesia mexicana, Amecameca, Imprenta del colegio católico, 1881, una lectura obligada para la investigación de la presencia de los diocesanos y la evolución y conformación de la estructura eclesial que subsiste actualmente. Su estructuración y síntesis nos aporta luz para la conformación de una historia que falta por escribir.

[35] Las historias que saldrán del clero diocesano nacen de diversos documentos: desde querellas, limpiezas de sangre, estudios de formación académica en los seminarios, y en las tradiciones orales y manuales de este grupo humano que enriqueció la conformación de la Iglesia autóctona mexicana.

[36] Genaro García, Don Juan de Palafox… op. cit., pp. 80, 95. También: Cayetana Álvarez de Toledo, Juan de Palafox, obispo y virrey, Madrid, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2011. Anónimo, Vie du Vénérable  don Juan de Palafox y Mendoza, Colonia, 1767.

[37] C. Bayle, El clero secular y la evangelización de América, Madrid, Biblioteca Missionale Hispánica, 1950, pp, 146-147.

[38] C. Bayle, Los cabildos seculares en la América española, Madrid, Sapientia Ediciones, 1952, pp. 422- 432.

[39] Juan de Palafox y Mendoza, “Epístola exhortatoria, a los curas y beneficiados”, en Obras del Ilustrísimo, Excelentísimo y Venerable Siervo de Dios don Juan de Palafox y Mendoza…, lll-l, Francisco Sánchez Castañer, Madrid, bae, 1968, p. 73.

[40] Juan de Palafox y Mendoza, Epístola exhortatoria, a los curas y beneficiados, Obras, lll-l,  Francisco Sánchez Castañer, bae, 217-218, p. 96.

[41] Alejandro Soriano Vallés, Aquella fénix más rara. Vida de sor Juana Inés de la Cruz, México, Nueva Imagen, 2000; La hora más bella de sor Juana, México, Conaculta / Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, 2008, pp. 239-243; “Estudio introductorio” a la Protesta de la fe de sor Juana Inés de la cruz, México, Centro de Estudios de Historia de México Carso, 2010; Sor Juana Inés de la cruz doncella del Verbo, Hermosillo, Editorial Garabatos, 2010, y “Sor Juana Inés de la cruz y el arte de bien morir”, en Destiempos, 60, 2018.

[42] Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, México, Conaculta 1995.

[43] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo, razones de la insurgencia y biografía documental, México, Secretaría de Educación Pública, 1987.

[44] Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo, maestro párroco, insurgente, México, Clío / Fomento Cultural Banamex / El Colegio de Michoacán, 2011.

[45] Carlos Herrejón Peredo, “Del sermón al discurso cívico. 1760-1834. Sermones novohispanos” en Historia de la literatura mexicana desde sus orígenes hasta nuestros días, México, El Colegio de México, 2003.

[46] John Frederick Schuwaller, The Church and Clergy in Sixteenth-Century Mexico, Abuquerque, University of New Mexico Press, 1987.

[47] W. B. Taylor, Magistrate of the Sacred Priests and Parishioners in Eighteenth-Century Mexico, Stanford, Stanford University Press, 1996.

[48] Clara García Ayluardo, Desencuentros con la tradición. Los fieles y la desaparición de las cofradías de la ciudad de México en el siglo xviii, México, Conaculta, 2015, p. 39.

[49] Ibidem, p. 72.

[50] Óscar Mazín, El cabildo catedral de Valladolid de Michoacán, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1996.

[51] Ricardo León Alanís, Evangelización y consolidación de la Iglesia en Michoacán, 1525-1640, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1993.

[52] Antonio Cano Castillo, El clero secular en la diócesis de México (1519-1650): estudio histórico-prosopográfico a luz de la legislación regia y tridentina, México, El Colegio de Michoacán, 2017.

[53] Los aludidos Óscar Mazín y Antonio Cano Castillo.

[54] Cf. Rodolfo Aguirre, “El ingreso de los indios al clero secular en el arzobispado de México. 1691-1822”, en Takwá, Revista del Centro de Estudios sobre la Universidad, núm. 9 (primavera 2006), p. 77, ya que estos temas de tipo organizativo y jerárquico religioso siguen siendo puntos de una reflexión historiográfica de las causas y posibles soluciones históricas para los pueblos autóctonos.

[55] Margarita Menegus Borneman y Rodolfo Aguirre, Los indios, el sacerdocio y la Universidad en Nueva España, siglos xvi-xviii, México, cesu-unam, Plaza y Valdez, 2006 pp. 20-38.

[56] Rodolfo Aguirre, art. cit., p. 79.

[57] Si antes eran los religiosos, entre ellos los dominicos, que fueron los grandes oponentes, carmelitas, agustinos, jesuitas, y franciscanos se opusieron a la incorporación de  los indios al sacerdocio. En el caso del proyecto del seminario de indígenas serían ya los sacerdotes diocesanos quienes dieron la batalla para su apertura.

[58] María del Pilar Martínez López-Cano, en Estudios de historia novohispana, vol. 36-37, México, unam, 2007, p. 225.

[59] Juana Inés Fernández López et al., Vocabulario eclesiástico novohispano, México, inah, 2015 (Historia, serie Génesis), p. 208.

[60] Gabriel Torres Puga, “Los pasquines de Huichapan, el cura Toral y espacio público (1794-1821)”, en Espacio, tiempo y forma, 26, Revista de la Facultad de Filosofía e Historia, uned 2013.

[61] Antes que nosotros, lo digo por ser clérigo y como desconocemos parte de nuestro ayer, en esta pena ajena van en carro completo curas y obispos.

[62] José Mariano Beristain y Souza, Biblioteca hispano-americana septentrional, México Imprenta de Valdés, 1816-1821.

[63] Juan de Dios del Valle y Zarazúa, Triduo de las tiernas necesidades que padeció María Santísima viendo pendiente de la cruz y muerto a su Hijo Inocentísimo. Compuesto por un sacerdote de este arzobispado. Triduo muy útil y provechoso para ofrecer a la augusta e inefable Trinidad, México, Oficina de Alejandro Valdez, 1807.

[64] Ignacio Gerónimo Hurtado y Torres, Operas concierto músico y armonía celestial, México, Biblioteca Mexicana, 1759.  Antonio de Saldaña y Ortega, Oración fúnebre en las exequias de el señor doctor d Pedro de Oáalora, Puebla, Diego Fernández de León, 1691.  José Ignacio Heredia, Sermón panegírico de Nuestra Señora de Covadonga, Mexico, Mariano de Zúñiga y Ontiveros, 1807.

[65] Rafael Castañeda García y Rosa Alicia Pérez, Entre la solemnidad y el regocijo, México, El Colegio de Michoacán, 2015, p. 119 y ss.

[66] David Carbajal López, Cuerpos profanos o fondos sagrados. La reforma de cofradías en Nueva España, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2015, pp. 206, 282 y ss.

[67] Tadashi Obara-Saeki y Juan Pedro Viqueira Albán, El arte de contar tributos. Provincia de Chiapas, México, El Colegio de México, 2017.

[68] Asunción Lavrin, Las esposas de Cristo. La vida conventual en la Nueva España, México, fce, 2016, pp. 139-279.

[69] Castañeda y Pérez, op. cit., p. 29.

[70] Juan de Viera, Breve y compendiosa narración de la Ciudad de México. Corte y cabeza de toda la América Septentrional…, edición facsimilar de la de 1777, México, Instituto Mora, 1992.

[71] El sacerdote chiapaneco Ramón de Ordóñez y Aguilar escribió la Historia de la creación del cielo y de la tierra conforme al sistema de la gentilidad americana, y fue el descubridor de las ruinas de Palenque en 1773. 

[72] Pintado en México. Pinxit Mexici (1700-1790), México, Los Angeles Country Museum of Art / Fomento Cultural Banamex, 2017.

[73] En la zona norte del estado de Chiapas (en Yajalón, Sabanilla, Tila y San Francisco Petalcingo) los párrocos introdujeron otros cultivos para mitigar el estado deplorable de miseria que vivían los indígenas de esta región en los finales del virreinato.

[74] Vocabulario eclesiástico novohispano… op. cit., p. 62.



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