Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

Los Pueblos de Indios de la Parroquia de Zapopán

Tomás de Híjar Ornelas[1]

 

A partir del análisis de fuentes primarias, este ensayo aborda la situación

del racimo de pueblos o repúblicas de indios de la parroquia de Zapopan

entre 1650 y 1780, lapso que va del ocaso de la casa de Austria,

que los creó y tuteló, a la implementación de las reformas borbónicas

en el Nuevo Mundo, con las que comenzó su extinción jurídica.[2]

 

Exordio

 

Si la historiografía decimonónica en México negó relevancia a las parcialidades o pueblos de indios como cuna de casi todas las cabeceras y delegaciones municipales del país, ello se debe a los prejuicios clasistas que persisten desde la descalificación que de ellos hizo el liberalismo político, de corte burgués y por eso incapaz de aceptar una forma de subsistencia esencialmente vinculada a la posesión comunitaria de la tierra.

Nadie ignora, por ejemplo, que el más duro de los argumentos esgrimidos por tal ideología fue el de considerar esas corporaciones como una rémora del antiguo régimen digna de ser aniquiladas, en razón de lo cual durante el siglo xix los gobiernos liberales del continente procuraron arrasar en todo él las culturas y las forma de manutención que seguían vivas entre los habitantes originarios de este suelo.[3]

Que eso sucediera entonces podemos asumirlo, pero no que tal postura siga siendo un salto o vacío de los estudios sociales a propósito de la necesidad de analizar hasta donde se pueda de forma crítica el ejercicio operativo que sí tuvieron entre 1549 y 1812, durante casi toda la dominación española, las “repúblicas de indios” en esa soberanía. Esto no tiene ya razón de ser si alguna vez la tuvo.

A eso aspira este apunte: a recrear lo que es hoy el municipio de Zapopan desde lo que fueron los pueblos de indios de su parroquia cuando persistían de ese modo, como el hábitat legítimo y particular de quienes después del drama de la Guerra del Mixtón (1542), se avinieron al sedentarismo bajo la tutela de las Leyes de Indias.[4]

Hacer un tema de Zapopan como pueblo de indios abre filones ricos que luego será necesario desglosar desde los demás ángulos que el topónimo implica: como alcaldía mayor, como corregimiento, como antiquísima parroquia, como municipio y cabecera municipal y hoy como porción muy significativa del área metropolitana de Guadalajara.

En 1549 la legislación real condenó a muerte la encomienda al reconocer como categorías fundamentales de la tenencia de la tierra en su jurisdicción de las Indias Occidentales la comunal para las repúblicas de indios y la mixta (privada y corporativa) para los que no tuvieran esa categoría.[5]

El mejor ejemplo de ello lo tenemos en la cuarta y definitiva fundación de Guadalajara, la del valle de Atemajac, que nace en 1542 como república de españoles, y que hasta el siglo xviii fue una isla flotando en sus cuatro vientos entre pueblos de indios, uno de ellos el de Zapopan.

A fines de dicha centuria se fueron enjutando esos ámbitos, invadiéndolo cada día más el interés de los estancieros, invasores sistemáticos de las tierras de comunidad bajo procesos judiciales eufemísticamente denominados “composiciones de tierras”, que las más de las veces avalaban la ocupación de tierras feraces o de labranza, como en el siglo xix lo harán los hacendados.[6]

Del cadalso ilustrado los pueblos de indios pasaron a la picota del “orden y el progreso” de la ideología liberal, que al privatizar sus tierras de comunidad, dijimos, dio la última vuelta de tuerca para su extinción jurídica usando especiosos argumentos, que van de los propuestos por la fisiocracia esbozada en las reformas borbónicas, que en 1786 privó a los gobernadores y alcaldes de los pueblos de indios del derecho de aplicar, como lo habían hecho siempre, las ganancias de sus bienes de comunidad, a la creación de los ayuntamientos dispuesto por la Constitución de Cádiz de 1812, que convirtió en cabeceras y delegaciones municipales dichos pueblos, de modo que “los antes denominados indios” en lo sucesivo serían “ciudadanos” propietarios de las tierras que antes usufructuaban en común.[7]

Pero como a dos siglos de esta cumbre del enfrentamiento entre el individualismo del Estado liberal y el sistema corporativo de los pueblos de indios la desindianización sigue siendo una llaga purulenta y los problemas sociales siguen allí y hasta se han agudizado, nada debería ya impedir, desde la investigación académica, el estudio de los corolarios provocados hace tanto tiempo por los ajustes sociales impuestos por el liberalismo entre nosotros.

 

No todo tiempo pasado fue mejor…

 

Ser indio y vivir en un pueblo bajo esa categoría implicaba los siguientes derechos: autonomía administrativa para sus gobernadores y alcaldes, concesiones tributarias, como la exención del pago del diezmo a la Iglesia y de tributo al Rey, y prerrogativas como la de no estar sometidos a la jurisdicción del Tribunal del Santo Oficio, sólo a la del juez eclesiástico ordinario (el cura doctrinero), pero también obligaciones, como pagar por igual un real y medio de tributo al año y, en el caso de los indios laboríos, participar en el repartimiento anual, una y media semana de faenas comunitarias retribuidas sólo con medio salario, a beneficio, el resto, para la Caja Real.

Sea como fuere, durante casi tres siglos esas jurisdicciones ampararon la vida comunitaria de los indios que deseaban mantenerse como tales. El investigador que mejor ha desarrollado el tema, Juan Ricardo Jiménez Gómez, en su titánica obra La república de indios en Querétaro, 1550-1820, resume lo que nosotros retomamos de él en estos términos que no tienen desperdicio:

 

La república de indios fue un órgano concebido para la defensa de los intereses de los naturales individual o colectivamente considerados […] Cuando ya no embonó en el nicho ideológico de la Corona, simplemente languideció. Primero el reformismo borbónico y la fisiocracia, y luego, en 1812 y 1820, el liberalismo y el individualismo hicieron incompatible el concepto de cuerpo y la idea del patrimonio colectivo que animaba aquélla.[8]

 

En honor a la verdad, no puede uno negar la decadencia que con el paso de los siglos y la endogamia sobrevino para propios y extraños en estos pueblos en su condición de huerto cerrado, pero tampoco ignorar que su exterminio jurídico arruinó el más sólido producto social de la evangelización del siglo xvi, el indocristianismo, tal y como lo reconocieron y tutelaron las cédulas reales que luego se agruparán hasta formar el Libro De los Indios, el vi de la compilación del derecho indiano,[9] el cual condensa los derechos, privilegios y deberes de quienes petenecían a dicha categoría no por el color de la piel sino por el lugar de la residencia y el status adquirido por ello.

Mientras el debate académico siga abordando, como sí lo hace, la inmensa, dolorosa y sangrante herida que en Iberoamérica sigue siendo el racismo en contra de los descendientes de aquellos indios, la estrategia usada hace dos siglos para endilgarles el marbete de “ciudadanos” desde la igualdad jurídica[10] seguirá produciendo una inmensa desigualdad para quienes persistan en mantener su cultura, lengua, usos y costumbres, la de verse reducidos a ser carne de cañón del perverso ciclo social de la explotación y del racismo.[11]

Por lo dicho, a quiénes mejor que a los que hoy habitan el municipio y la cabecera de Zapopan les conviene recordar y conocer que hasta hace 200 años la superficie donde hoy viven, trabajan, se educan y socializan la componía un racimo de pueblos o repúblicas de indios de los que aún hay evidencias humanas y materiales a las que aludirán los párrafos siguientes.

 

La desindianización neogallega y las rebeliones descoyuntadas

 

Para trazar un esbozo de lo que las Leyes de Indias definieron como pueblos de indios hemos hecho nuestro un concepto recién acuñado, el de desindianización, que para Guillermo Bonfil Batalla es “el proceso histórico a través del cual poblaciones que originalmente poseían identidad particular y distintiva, basada en  una cultura propia”, fueron, por “la acción de fuerzas etnocidas”, obligadas a truncar su “continuidad histórica” como “unidad social y culturalmente diferenciada” y “forzadas a renunciar a esa identidad, con todos los cambios consecuentes en su organización social y cultural”.[12] Es duro lo que allí se dice, pero no podemos negar que así fue

Dicho lo anterior recordemos ahora cómo la desindianización de lo que luego será el Reino de la Nueva Galicia comenzó en 1530, al tiempo que el expedicionario Nuño Beltrán de Guzmán, al frente de un grupo nimio de europeos y un contingente muy copioso de indios aliados, ensanchó la jurisdicción de España hacia el occidente y el cauro de la Nueva España, pero de forma tan sañuda que dará lugar, a la vuelta de muy pocos años, a una reacción airada, violenta y nutrida entre los indios que no deseaban sedentarizarse.

De lo que algunos estudiosos del tema de forma tardía y ambigua denominaron “rebelión chimalhuacana[13] vino la decisión de refundar o comenzar desde la raíz núcleos urbanos que arrasaron los chichimecas insumisos, tal y como se presume ocurrió con Zapopan.

De la pacificación queda a modo de reliquia una tradición inmemorial que une el culto a una pequeña escultura mariana con este capítulo, y como ella luego fue declarada Patrona de la capital del reino contra las descargas eléctricas, desde 1734 recorre los templos de la zona metropolitana en el tiempo de aguas y una multitud grandísimo le acompaña al tiempo de ser devuelta a su basílica, romería que recién ha sido reconocida como patrimonio intangible de la humanidad.

 

El reconocimiento jurídico de los pueblos de indios

 

En 1549, hemos dicho, la legislación indiana amparó el establecimiento de repúblicas o pueblos de indios, esto es, de asociaciones étnico-territoriales y administrativas capaces de elegir anualmente a sus gobernadores, alcaldes y principales, para que ejercieran el oficio de intermediarios entre los habitantes del pueblo y las autoridades civiles y eclesiásticas del reino, no menos que para cobrar y administrar el tributo anual de un real y medio para cada indio adulto varón y de un real para las mujeres, “como se hizo y acostumbra hacer en la provincia de Tlaxcala”.[14]

En cambio, para elegir a las autoridades, administrar los bienes de comunidad, ejercer los oficios y aplicar la justicia se confió más en los usos y costumbres de cada lugar que en una norma común, lo que el ya citado Ricardo Jiménez Gómez subraya en su obra: que los funcionarios de las repúblicas de naturales ejercieron además del control político y fiscal tareas de aculturación, interlocución corporativa, producción económica, cohesión social, gestión comunitaria, defensa jurídica, servicios sociales, conservación de tradiciones ancestrales y personal de orden y vigilancia para cada poblado.[15]

La urbanización de los pueblos de indios era radial en torno al templo y sus anexos, entre ellos el atrio-cementerio; debían erigir un hospital y su capilla, una casa consistorial y en ella la cárcel, y una oficina para depósito del arca de tres llaves que por separado custodiaban el gobernador, el alcalde y el mayordomo, en la que se depositaban los fondos del erario, los libros de cuentas y los documentos fundacionales del pueblo, tales como las mercedes y cédulas reales y los contratos de arriendo de las tierras comunales cedidas a “vecinos” o gente no india que se avenía a domiciliarse en esos pueblos para explotar sus recursos naturales y comerciar con sus moradores.[16]

Se dispuso igualmente que cada pueblo tuviera una o varias asociaciones de fieles laicos denominadas cofradías, con personalidad jurídica y capacidad para administrar dinero, tierras y ganado, con las ganancias de los cuales se pudiera sostener el culto público y las obras asistenciales. Encabezadas por mayordomos y priostes elegidos cada año por los mismos cofrades, se regían, al igual que el hospital, por constituciones propias.[17] En ellas se preveía, por ejemplo, que “por la noche, después de las oraciones, y también a la madrugada… [se leyera] en voz alta a los pobres la doctrina cristiana”. Se prohibía recibir “a los vagos, ebrios, salteadores, pendencieros y semejantes malvados” y se ordenaba que “cuando fuera necesario corrijan a los revoltosos y delincuentes aun reduciéndolos a prisión, y despidan del hospital a los incorregibles”.[18] Por lo que toca a las cofradías de la parroquia de Zapopan, la constitución de la de San Juan de Ocotán, redactada por el Obispo don Juan Ruiz Colmenero (1646-1663), fue el modelo para las restantes.

Los conjuntos hospitalarios de los pueblos de indios tenían un esquema similar: una capilla dedicada a la Inmaculada Concepción, emplazada frente al templo del pueblo, atrio-cementerio de por medio; el hospital se apoyaba en los muros perimetrales de la capilla, siendo la más de las veces un portalillo de tres claros al que se ingresaba por un zaguán-portería, a cuyo costado se abría un vano para que los enfermos ingresaran a la tribuna del templo al tiempo de los oficios religiosos. La sala de la enfermería consistía en un aposento vasto con el menaje mínimo de colchones y frazadas, y como instrumental jeringas, lancetas y ventosas, pues en ese momento extraer del cuerpo los malos humores era un remedio común. Se abría en alguno de los muros un nicho para una imagen de la Inmaculada Concepción y al fondo del edificio se situaban la cocina y la despensa.[19]

Hemos dicho que en los pueblos de indios no existía el derecho de propiedad particular sino el de posesión comunitaria, por lo que no les estaba permitido “empeñar, vender o de cualquier modo enajenar las tierras que tenían señaladas”; tampoco comparecer por sí solos a un juicio, sino bajo la dirección y auxilio de un defensor o solicitador y protector.[20]

La administración de los bienes de la comunidad tenía dos momentos vitales: asignar cada año los barbechos, potreros y tierras de labranza disponibles a los agricultores, y cobrar, la más de las veces en especie, el real y medio del tributo a los varones y el real a las mujeres.[21]

El rango de pueblo para las comunidades de indios no variaba, de modo que igual se aplicaba a asentamientos tan grandes como el de Santiago de Querétaro o tan pequeños como nuestro Zapopan. Mientras el número de habitantes no rebasara el millar tenían un solo alcalde, a menos que el pueblo estuviera dividido en barrios.[22] Los cargos públicos eran honorarios y los gastos ordinarios de la administración se sostenían aplicando a ellos la cosecha de una sementera de maíz o trigo cultivada en diez varas cuadradas de tierra.

El fundo legal se contaba midiendo por los cuatro vientos, de la última casa del pueblo, una legua en cuadro.[23] Ésas eran las tierras de comunidad, debiendo ser más labrantías que de monte y caza. Los pueblos de indios podían incrementar sus tierras de tres formas: solicitando al Rey una merced real, recibiéndolas como donativo o adquiriéndolas en compraventa. En todos los casos eran inalienables aunque las poseyeran de manera individual o colectiva. En la recta final de su existencia nada se oponía a que las arrendaran o dieran en enfiteusis a vecinos no indios.

De la precariedad de las viviendas de estos pueblos sabemos por un testimonio del siglo xvi que

 

Las casas que habitan todos los indios de estos Reinos son en tres maneras: unas son de gente muy pobre y agreste, que son fabricadas de sólo paja a manera de tugurios; otras son fabricadas de palizada y embarradas de barro. Otras son las mejores, que son de adobe cubiertas de vigas. Los aposentos son pocos y estrechos, que la mayor no excede de cuatro a seis piezas. Todas tienen sus cercados grandes y pequeños en que siembran como en jardines maíz y algunas flores y frutales, comúnmente tienen todos en sus patios algunos árboles que sirven de sólo sombra en que se salen a sentar, tejer las mujeres, y en que están sus caballos que generalmente no hay indio en estos reinos que no lo tenga por lo menos uno el más pobre y los demás, algo riquillos, tienen a dos y a cuatro caballos que le sirven de caballería y carga y los mercaderes más ricos tienen  recuas de a diez y veinte mulas de carga. Éstos son muy pocos.[24]

 

Desde mediados del siglo XVII la invasión por el ganado o por la expansión de las estancias de las tierras comunales de los indios dio pie, hemos dicho, a procedimientos nebulosos llamados composiciones de tierras, que no pocas veces legitimaban adquisiciones fraudulentas o subrepticias.[25]

 

Los pueblos de indios en el Reino de la Nueva Galicia

           

El hoy territorio del estado de Jalisco abarcó una parte del Reino de la Nueva Galicia, enclavado al occidente de la porción geográfica que los antropólogos han denominado Mesoamérica,[26] matizada, a diferencia de las otras, por una demografía escasa, sedentarismo incipiente, conflictos ancestrales entre los grupos humanos preexistentes a la dominación española y buena disposición de una parte de ellos a las instituciones de la nueva hegemonía o, en el caso de los no sedentarizados, indisposición y hasta repudio total de ésta, como pasó con los apodados, genéricamente, chichimecas.

Al concluir la corta década que va de 1531 al 41, muchos asentamientos neogallegos fueron repoblados con indios procedentes del altiplano novohispano, a modo de epílogo de la también llamada Guerra del Mixtón, que fue tanto contra los indios que aceptaban vivir congregados como de los expedicionarios que se conformaron bajo la modalidad castellana del ayuntamiento.[27]

Disueltas buena parte de las reducciones de indios por los rebeldes o por los habitantes que optaron por abandonarlas al tiempo del alzamiento, al sofocarlo, el virrey Antonio de Mendoza y su crecidísimo ejército de indios aliados, que le acompañaron a cambio de encabezar muchas de las refundaciones, las repúblicas de indios novogalaicas quedarán compuestas o dirigidas por nahuatlatos, como el hoy barrio tapatío de Mexicaltzingo, y aun divididas en barrios si los ocupaban grupos cultural o lingüísticamente diversos confinados en el mismo fundo legal, como fue el hoy también barrio tapatío de Analco, dividido en los barrios de San José y de San Sebastián.[28]

Esbozó la vida jurídica de las repúblicas la instrucción a la Segunda Audiencia novohispana, suscrita por la reina Juana a mediados de 1530, donde se recomienda como muy provechoso “que hubiese personas de ellos [de los indios] que juntamente con los regidores españoles que están proveídos entrasen en el regimiento y tuviesen voto en él, y asimismo que hubiese en cada pueblo un alguacil de ellos”.[29]

 

Estancamiento y decadencia de los pueblos de indios novogalaicos

 

Como quedó dicho, a diferencia de otras regiones de la Nueva España densamente pobladas por indios, en el reino de la Nueva Galicia la demografía no fue tan abundante y sí muy brusco su descenso en la segunda mitad del siglo xvi, cuando las enfermedades endémicas redujeron a un tercio su población original. Vino ya entrado el siglo xix la embriaguez, que así denuncia en 1816 el intendente Antonio Gutiérrez y Ulloa en su Ensayo histórico-político del Reino de la Nueva Galicia, con notas políticas y estadísticas de la provincia de Guadalaxara:

 

Lo mismo es tratarse a los indios con blandura, que darles aliento para ensoberbecerse […] porque siembren maíz y críen gallinas, manda su Majestad le paguen de tributo en especie, media fanega y una polla, y con tener cada pueblo una legua de tierra de pan llevar, no siembran. Mientras les dura el fruto, se mantienen ociosos, y lo venden para embriagarse, y así, quedan siempre en la misma necesidad; y es Providencia Divina, porque si los indios no gastaran su trabajo de un mes en un día en embriagueces, no volverían a trabajar, porque no aspiran a más que el preciso sustento, sin cuidar de adquirir para su vejez, o para su hijos. Si alguno aprende a leer y a escribir, sólo se mantiene de andar en los pueblos moviendo pleitos por el interés que logra de la parte que patrocina, y revuelve a los naturales, de suerte que no se entienden, sin medrar otra cosa que embragarse y estar ociosos.[30]

           

Tres lustros antes que él, otro ilustrado, un miembro del cabildo eclesiástico de Michoacán, don Manuel Abad y Queipo, había escrito en 1799, a propósito de los pueblos de indios de ese obispado, que

 

circunscritos en el círculo que forma un radio de seiscientas varas, que señala la ley a sus pueblos, no tienen propiedad individual. La de sus comunidades, que cultivan apremiados y sin interés inmediato, debe ser para ellos una carga tanto más odiosa cuanto más ha ido creciendo de día en día la dificultad de aprovecharse de sus productos en las necesidades urgentes que vienen a ser insuperables por la nueva forma de manejo que estableció el código de intendencias, como que nada se puede disponer en la materia sin recurso a la Junta Superior de Real Hacienda de México.[31]

 

El marasmo sólo podrá quebrantarse, opina Abad y Queipo, anticipándose a la tesis de los políticos liberales de las cortes gaditanas, si se da a los naturales el derecho pleno de propiedad mediante “la división gratuita de todas las tierras realengas”, no menos que “la división gratuita de las tierras de comunidad de indios entre los de cada pueblo”.[32]

 

El ocaso de los pueblos de indios en Hispanoamérica

 

El principio del fin de estas comunidades fue un recurso implementado por la Corona española para aumentar el tesoro público que consistió en privar a sus gobernadores y alcaldes de la facultad de administrar sus tributos o cajas de comunidad como lo habían hecho siempre, capacidad que la Real Ordenanza de Intendentes confirió en 1786 a una Junta Superior de Hacienda, la cual redujo los gastos de cada comunidad al pago del salario de un maestro de primeras letras, el abono de intereses de los adeudos corporativos y el sufragio hasta por veinte pesos de las fiestas religiosas.

Precipitó el inexorable fin de la pervivencia de estos pueblos la convicción de las clases sociales rectoras de que el proteccionismo de las Leyes de Indias era responsable de la minoría jurídica de los naturales, de modo que los diputados de las Cortes de Cádiz, ninguno de ellos indio, dispusieron la creación de los municipios y la erección de los Ayuntamientos Constitucionales el 23 de mayo de 1812.

El 9 de noviembre de ese año, las Cortes decretaron que las tierras de comunidad de los pueblos de indios se distribuyeran, aunque no totalmente, así:

 

Se repartirán tierras a los indios que sean casados o mayores de 25 años, fuera de la patria potestad, de las inmediatas a los pueblos que no sean de dominio particular o de comunidades; mas si las tierras de comunidades fuesen muy cuantiosas con respecto a la población del pueblo a que pertenecen, se repartirá cuando más hasta la mitad de dichas tierras, debiendo entender en todos estos repartimientos las Diputaciones provinciales, las que designarán la porción de terreno que corresponda a cada individuo, según las circunstancias particulares de éste y de cada pueblo.[33]

 

Pocos años después, glosando esta decisión, el Senado de Jalisco describe lo que a su juicio era ajeno al orden comunitario antiguo e intentó por eso abolir el legislador gaditano:

 

cuando por las leyes de las Cortes españolas se trató de que los terrenos comunes se redujesen a dominio particular y por las del Estado fueron declarados propietarios los indios de la parte que cada uno tenía, disponiéndose asimismo, por repetidas órdenes, que no se les inquietase en la posesión de lo que hubiesen adquirido en lo particular por cualquiera título, sea que cultivase cada uno su parte, la tuviese ociosa o dada en arrendamiento, fue con el objeto de mejorar la suerte de los indígenas y extinguir sus antiguas repúblicas [… que] unas veces repartían terrenos, otras se los quitaban; ya les dejaban su derecho a salvo y sólo disponían de los frutos para invertirlos en sus funciones, pleitos, etcétera o les compensaban, según sus servicios, con el repartimiento de otros.[34]

 

Luego de haber expuesto de forma amplia el marco en el que se gestaron y fenecieron los pueblos de indios, ocupémonos ahora del que nos interesa, el de Zapopan.

 

Los pueblos de indios de Zapopan y su comarca

 

Dijimos ya que después de sofocar la Guerra del Mixtón, los lugartenientes de la Corona procuraron, a partir de 1541, refundar o fundar comunidades de indios, pero nos faltó señalar que tal estrategia tomó muy en cuenta que el repoblamiento se hiciera avecindando lugareños nacidos lo más lejos posible del lugar de su nueva residencia, como sucedió en buena parte de la comarca zapopana. Por ejemplo, a diferencia de Atemajac y Mezquitán, que conservaron su vecindario nativo, San Francisco de Zoquipan fue ocupado por indígenas de Tlaltenango y Zapopan por lugareños de Tepechitlan,[35] en lo que se echa de ver la raíz del encapsulamiento cultural en que nacieron estas corporaciones.

La parroquia de Zapopan, originalmente llamada beneficio curado de Atemajac, se erigió según algunas voces autorizadas en 1600[36] y tuvo bajo su circunscripción catorce pueblos de indios: Mezquitán, Atemajac, Zoquipan, Zapopan, Santa Ana Xonacatlán, Jocotán, Ocotán, Nextipac, Tesistán, Epatán, San Cristóbal, Ixcatlán y San Esteban. De esa fecha disiente Peter Gerhard, autor de La frontera norte de la Nueva España, donde afirma que en 1575 San Francisco de Tesistán ya era parroquia, rango que tendrá en 1605 San Francisco de Tala, de modo que para él la sede parroquial zapopana estuvo originalmente en San Juan Ocotán, pasando a Atemajace en 1648 y no mucho después a Zapopan, toda vez que en 1650 se erigió la parroquia de San Cristóbal de la Barranca, que no retendrá mucho tiempo ese rango.[37]

Tomando en cuenta lo impreciso de estos datos y ateniéndonos a las fuentes documentales que sí han llegado hasta nosotros, consideramos que Zapopan y su comarca formaron parte de una doctrina o parroquia de indios a cargo de los franciscanos hasta su secularización el 14 de junio de 1637,[38] pues en tal fecha inicia el asiento de partidas de sus libros, en tiempos del obispo Juan Sánchez Duque de Estrada, siendo su primer párroco el bachiller Diego de Herrera, que ocupará ese beneficio hasta el 14 de septiembre de 1656 y a quien corresponde haber gestionado el título de taumaturga para la imagen de la Virgen de Zapopan.

Apuntalan lo anterior los informes que da el obispo de Guadalajara en 1600, don Alonso de la Mota y Escobar, en su Descripción geográfica de los Reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, compuesta con los datos obtenidos en la visita pastoral que hizo a su diócesis entre 1602 y 1605 y en la que dice que San Juan de Ocotán es cabecera de los pueblos de indios de Jocotán, Iztlán, Tesistán, Zapopan, Zoquipan, Mezquitán, Atemajac, San Cristóbal y Copala, y que en ellos viven 400 indios en

 

tierra donde se coge mucha y muy buena fruta de Castilla y de la tierra, y mucho algodón de que tejen sus vestidos. Tiene muy lindas montañas, donde se provee esta ciudad de maderas para los edificios, como es trabazón, vigas, leña y lo demás necesario. Lo cual por granjería los indios y también el maíz que cogen y aves que crían, y juntamente alcanzan los pueblos de Ixcatlán y Copala la pesquería y aprovechamiento del río Grande, por estar visitados en la cercanía y ribera de él, que como hace aquí una barranca honda hace en ella gran calor y se dan muchas frutas de la tierra de todos género, en particular ciruelas de diferentes géneros y muchas cañas de que se hace la azúcar.[39]

 

Por su parte, el presbítero Domingo Lázaro de Arregui, en su Descripción de la Nueva Galicia, escrita cinco lustros después, al referirse al corregimiento de San Cristóbal de la Barranca dice que le pertenecen los pueblos de indios de Tesistán, Copala, San Esteban, Ixcatán y San Juan de Ocotán, pueblos

 

de poca gente, y los más están contados en la jurisdicción de Guadalajara por estarle muy vecinos y de esta banda del río y de la otra están junto a San Cristóbal, Coyotlán, Huentitlán, San Agustín, y El Mezquital, que cae junto a Juchipila, en la propia barranca, junto a San Cristóbal. Y hay un trapiche, donde se saca miel de cañas, que aún no se saca azúcar por ser cosa corta… y son todos muy pocos los pueblos de esta banda; son doctrina de clérigos del partido de Ocotán. A los demás los administran frailes de San Francisco del convento de Juchipila.[40]

 

Al pueblo de Zapopan pasará no mucho después la sede del corregimiento y por ende, creemos, la de la parroquia.[41]

En los hechos portentosos que entre 1670 y 76 se atribuyen a la imagen de María que ahí se venera, se alude a un vecindario todo él compuesto por indios, a decir del testimonio de don Pedro del Rivero y Angustina, párroco de Zapopan entre 1669 y 1693, que narra cinco episodios protagonizados todos por indios de Zapopan, de algunos de los cuales nos da los nombres: Gaspar y Francisco Pérez y Antón de Sandoval, que ya usan apellidos españoles.[42]

Del hospital del pueblo de indios de Zapopan sabemos que lo sostenía la cofradía de la Limpia Concepción y que su obra material no pasaba de ser una sala para los enfermos “decente pero sin camas ni instrumentos para la curación” y que su ajuar se reducía a “cuatro frazadillas y unos cueros, una jeringa, lanceta, dos ventosas”; que no tenía camas altas por falta de caudal y sus bienes ascendían a veinte pesos y ciento cinco reses de hierro para arriba.

Cuando el obispo Juan Ruiz Colmenero[43] visitó en 1649 la enfermería del hospital, ordenó que se quitaran unos tabiques que dividían la sala, que se abriera una ventana a mano izquierda de la puerta y la sala se dividiera mediante un tabiquillo, a modo de cancel, en dos, para que así se apartaran dos camas. También dispuso “que habrían de tener la ropa necesaria y un jacalillo que estaba afuera se utilizara para hacer en él la cocina y la despensa”.

El mismo prelado, en otra visita, dispuso que a costa de los bienes de la cofradía se hiciera “una sala de enfermería con todas sus oficinas, [y] según y como ésta, la de la hospedería, desde cuya esquina se puede correr dicha sala, dejándole también su arco de adobe en medio; y sus dos aposentos a los lados”.

 

Visitas Pastorales de los Obispo Garabito (1678[44]) y Gómez de Parada (1744) a la parroquia de Zapopan

 

El 8 de octubre de 1678, el antes citado párroco recibió la visita pastoral del obispo don Juan Santiago de León Garabito,[45] al que presentó el censo actualizado de su feligresía, que constaba en ese momento de 1 698 almas, 1 094 mayores de ocho años y 604 de menor edad, total en el que notamos la cuadruplicación del vecindario en medio siglo. Se refiere que los naturales subsisten de “meter leña en la ciudad y carbón para su abasto”, pues sus barbechos son cortos y “no es muy abundante de semillas de maíz y trigo por no ser las tierras acomodadas para ello”. De ese número todos son indios, salvo poquísimos casos que se señalan.[46] Complementa esas actividades el trasiego de arrieros que llevaban a la capital los frutos de las huertas de la barranca, azúcar y piloncillo de los trapiches y piedra amarilla de las canteras de Mezquitán y Atemajac, de donde saldrán también operarios y sillares para los edificios que hasta hoy signan la fisonomía urbana monumental de la Guadalajara antigua.

El pueblo de Zapopan ya cuenta con el “santuario de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Zapopan”, frente al cual edificará su residencia el obispo Garabito. En él viven apenas 70 indios, 22 de ellos casados.

En Atemajac, en cambio, 80, en San Miguel de Mezquitán 130, en San Francisco de Zoquipan 47, en San Gaspar de Jonacatán 28, incluyendo dos mestizos; en Santa Ana Tepetitlán 112, entre ellos un negro libre casado con mulata, un mulato casado y algunas mulatas casadas con indios; en San Gaspar de Jocotán 40 indios y una mulata libre, soltera; en San Juan de Ocotán 105 indios; en Santiago de Nextipac 70, en San Francisco de Tesistán 140, en Epatán 16, incluyendo dos mulatas libres; en San Cristóbal de la Barranca 50,[47] en San Esteban 56 y en San Francisco Ixcatán 102.

También se mencionan algunos ranchos y molinos además de los trapiches de Cuixtla, de Francisco Pérez, mestizo, y de Nicolás Tiznado y Nicolás López, españoles; la labor y estancia de San Nicolás, de Domingo de Ocampo, cuenta 20 mestizos y mulatos a su servicio. Se mencionan también la estancia de Reynaga, la hacienda de Copala, propiedad en ese momento del convento de la Merced, el rancho de Miguel Tomás y la estancia de Matías Flores, españoles.

El obispo Garabito influyó de forma total en el desarrollo del pueblo de Zapopan cuando dispuso, en 1690, construir una iglesia nueva aun a costa de la demolición del curato.[48]

Con los datos recolectados para este trabajo algo sabemos de la presencia de los jerarcas indios del pueblo de Zapopan. Por ejemplo, que el 6 de abril de 1698  “los naturales principales” del pueblo, junto con el párroco Luis Calvillo, recibieron a fray Felipe Galindo y Chávez, obispo de Guadalajara, de visita pastoral.[49]

Otro tanto se nos dice del 23 de diciembre de 1744, cuando llegó allí el obispo Juan Gómez de Parada, sólo que ahora, junto con el párroco, doctor Basilio Ramos Jiménez, los alcaldes indios y demás principales del pueblo comparecieron junto con el corregidor.[50] El padrón de feligreses de confesión y comunión de ese año era de 1 837 fieles y el clero de la parroquia, además del titular, constaba de otros dos eclesiásticos, don José Sánchez Sanabria, ordenado a título de administración, propietario y vecino de la hacienda de la Soledad, en la barranca de San Cristóbal, y un presbítero de apellido Delgadillo, que tenía tres capellanías a su cargo: la fundada por Francisco Delgadillo, con 20 pesos impuestos a censo sobre medio sitio de ganado mayor y medio de menor en jurisdicción de Nochistlanejo, luego hacienda de Santa Lucía; la que fundó Sebastián Delgadillo, con 20 pesos impuestos sobre la hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe y Agua Blanca, y otra más, fundada por el obispo Garabito, con 30 pesos de principal, para una misa rezada cada sábado en el Santuario de Nuestra Señora de Zapopan.

Que las rentas de la parroquia no eran pingües lo sabemos por lo que nos revela la visita del obispo Gómez de Parada a los libros de la fábrica material, pues advierte que entre 1733 y 37, durante la administración del párroco doctor Pedro Camarena Hernández, se recibieron 342 pesos pero se gastaron 382, lo que orilló a Camarena a poner de su patrimonio los 40 pesos faltantes, y que el actual párroco, don Basilio Ramos, recibió 431 pesos, de los que ya lleva gastados en su administración 448, teniendo un déficit de poco más de 16 pesos.[51]

Además de la cabecera parroquial, en esa circunscripción canónica hay diez capillas con licencia para que en ellas se administren los sacramentos. Están en los pueblos de indios de San Francisco de Ixcatán, San Juan de Ocotán, Jocotán, San Miguel de Mezquitán, San Esteban, San Francisco de Tesistán, Santa Ana Tepetitlán, Nextipac, San Francisco de Zoquipan y Atemajac.

 

Descripción de los territorios del curato de Zapopan en 1765

 

Gracias a los pormenores que ofrece la descripción del párroco bachiller José Antonio Bravo de Gamboa, fechada el 19 de octubre de 1765, sabemos con precisión el incremento de no indios en el pueblo y la comarca de Zapopan, del surgimiento de haciendas, trapiches y ranchos, lo que agudizará en las décadas siguientes cuando la presencia de haciendas y factorías crezca en el pueblo y la comarca la disolución total de las repúblicas de indios.

 

En el pueblo de Zapopan, cabecera de este curato, están avecindadas gentes de todas castas que componen ciento ochenta y tres personas que son treinta y siete familias: de éstos serán como diez personas laboríos, los restantes son indios tributarios que viven de trabajar en leña y carbón. El temperamento es templado. Por parte del oriente a orillas del río de Guadalajara comienza su jurisdicción, a saber, los dos molinos de San Diego, que se componen ambos de treinta personas de calidad de indios y mulatos, que componen siete familias, se mantienen de su trabajo personal, y los que hacen cabeza de arrendatarios viven en Guadalajara, dista de la cabecera como dos leguas, y el propio temperamento.[52]

 

De los restantes pueblos y caseríos de la parroquia se nos informa que Mezquitán tiene 96 familias y 296 moradores, “todos indios tributarios” que “se mantienen de su trabajo personal y algunos sembrados de maíz”; en el Paso de la Canoa de Ibarra viven el balsero y su mujer; en Atemajac 35 familias y 106 habitantes, “todos indios tributarios” que “se mantienen de trabajar en el carbón y en la piedra”; en Zoquipan 46 familias y 125 almas que “se mantienen de trabajar en carbón, cortar zacate y algunos sembrados de maíz”; en el trapiche de Lazo y el de los Camachos,  doce familias y 127 personas “de todas calidades, que se mantienen de trabajar en las cañas”; en Ixcatán 45 familias y 110 moradores que “viven de frutas y cañas”; en el trapiche de la Soledad tres familias y 7 personas “que se mantienen de servir allí y su dueño vive y mora en Guadalajara”; en el trapiche de Huastla, cinco familias y 16 personas, “todos indios y mulatos, que viven de trabajar en dicha hacienda”, propiedad de Francisco, vecino de Guadalajara.

San Esteban cuenta con 20 familias, esto es, 50 indios que “viven de algunas frutas y trabajar en carbón”; la hacienda de Copala tiene 7 familias y consta de 22 indios y mulatos, “excepto el mayordomo y su mujer que son españoles”; todos subsisten “de trabajar en dicha hacienda así en las sementeras de trigo como de maíz”. La hacienda de la Magdalena se compone de 17 personas “de todas calidades”, que “viven de trabajar en dicha hacienda así en el trigo como en el maíz” y el ganado. Su dueño es Domingo Gil, vecino de Guadalajara. Tesistán tiene 120 familias y 433 personas que “viven de trabajar en la leña y carbón y algunos sembrados de maíz, indios tributarios todos”. La hacienda de Santa Lucía tiene 27 familias y 131 personas, las cuales subsisten “de trabajar así en el trigo como en el maíz” y en el cuidado del ganado. Su propietario es Juan Alfonso Leñero, vecino de Guadalajara. En el trapiche de San Antonio, también de Juan Alfonso Leñero, moran tres familias y 16 personas “que viven de trabajar en dicha hacienda”. El rancho de Apanco lo habitan en tiempo de aguas tres personas y en el de secas como 50, que “luego se vuelven a vivir, pasada la zafra de la fruta, al curato de Tequila”. Nestipac tiene 32 familias y 97 personas, “todos indios tributarios” que “viven de leña y carbón”. Hay en el rancho Tamaro una familia y 10 personas “que viven de leñar”.

El que fuera antaño el más grande de los pueblos de indios, San Juan de Ocotán, tiene en este momento 70 familias y 195 personas, “indios tributarios todos que viven en leñar y hacer carbón y algunas maderas”. Se cuentan en el rancho del Astillero cinco familias y 21 personas, mientras que en el rancho de Ocampo hay una familia y 10 personas que “viven de leñar y algunas vacas”. Jocotán tiene 20 familias y 49 personas, “todos indios tributarios” que “viven de leñar y hacer carbón”; Santa Ana Tepetitlán tiene 90 familias y 312 personas, “todos indios tributarios, los que viven de trabajar en la leña y carbón y algunas maderas”.

Como de paso, señalemos que gracias al padrón de feligreses de 1770 sabemos, que excluyendo al párroco, a los tres eclesiásticos que viven en el pueblo y al teniente de justicia Manuel Camarena junto con las personas de su familia que viven con ellos, de los 39 cabezas de familia que aquí se reportan una tercera parte lleva ya un apellido a la usanza hispana: Antonio Rivera, José de Sandoval Rivera, José Lara, Juan Manuel Ramos, Juan Trinidad Pérez, Martín de Ávila y Nicolás Hernández. Los demás usan, como fue común en España cuando se dieron conversiones masivas de moros,[53] apellidos de santos o el nombre de su padre: Gaspar y Sebastián de los Santos, Juan de la Cruz, Alejo Martín, Andrés José, Cipriano Agustín, Felipe Santiago, Fernando Bernabel, Francisco Candelario, Francisco Clemente, Francisco Teodoro, José Antonio, José Laureno, José Valentín, Juan Andrés, Juan Francisco, Juan Gordián, Juan Laureano, otro Juan Laureano, Juan María Lorenzo, Juan María, Juan Martín, Juan Pascual, Juan Paulín, Lorenzo Marcelino, María Francisca, María Ignacia, Pedro Trinidad, Salvador María, Santiago Tomás y Sebastián Alonso.[54]

 

 

Conclusión

 

Cotejando los datos que hemos analizado, concluimos señalando que entre los años de 1679 y 1765 el pueblo de indios de Zapopan ha duplicado su vecindario, al pasar de 22 a 37 familias y de 70 a 183 moradores, incluyendo ya “un crecido vecindario de españoles y mestizos”.

En lo tocante a la demografía de los demás pueblos y lugares estables de residencia, advertimos que en 1765 la feligresía de Atemajac aumentó en 22 personas respecto del padrón de 1679; que ya no se dice nada del pueblo de Epatán ni de las estancias de Matías Flores o la de Reynaga; que se mantienen a flote las haciendas de Copala y de la Magdalena, pero la más boyante de todas es una de reciente creación, la de Santa Lucía; Ixcatán conserva idéntico número de habitantes, en tanto que Jocotán apenas reporta un aumento de 9 personas respecto del padrón anterior; Mezquitán, en cambio, ha duplicado su población.

Se da cuenta de nuevos centros fabriles: los molinos de San Diego; Nextipac ha tenido un aumento de 27 personas. Han surgido el Paso de la Canoa de Ibarra y los ranchos de Apanco, Ocampo, del Astillero y de Tamano, en tanto que nada se dice ya del de Miguel Tomás, o su nomenclatura ha cambiado.

Nótese que San Cristóbal de la Barranca ya no pertenece a esta demarcación y que San Esteban ha disminuido un poco su vecindario. Nada se menciona de San Gaspar de Jonacatán; en cambio, San Juan de Ocotán casi ha duplicado su población. No se menciona más de la labor y estancia de San Nicolás, pero de Santa Ana Tepetitlán se nos dice que su población se ha triplicado, al igual que la de Zoquipan. El mayor ascenso demográfico es para Tesistán, que sí triplicó su vecindario. Finalmente, los trapiches, que en 1679 eran tres, son ahora cuatro y están mucho mejor dotados.

Como epílogo curioso, a propósito de la diversidad de la composición racial del vecindario del pueblo de Zapopan, asentemos los datos que consigna en 1789 el Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América…, de Antonio de Alcedo, para el cual Zapopan es una “jurisdicción y Alcaldía Mayor de Nueva España en el Reyno de Nueva Galicia y Obispado de Guadalajara”

 

muy reducida, pues sólo consta de otros quatro pueblos, que son San Esteban, [Jocotán de los] Cedazos, [San Juan de] Ocotlán, Thesistlan. La capital tiene el mismo nombre y un crecido vecindario de españoles y mestizos, además de las personas que concurren con freqüencia en romerías a visitar el Santuario de una milagrosa imagen de Nuestra Señora, que se venera en su distrito; produce abundantes cosechas de maíz, trigo y otras semillas, conque hace mucho comercio.[55]

 

            Pero ¿qué fue de los indios de los pueblos de Zapopan y su comarca? Que aun cuando como tales hayan perdido en buena parte su identidad, en casi todos (Tesistán, San Juan de Ocotán, Nextipac, Santa Ana Tepetitlán, Zoquipan, Atemajac, Mezquitán incluso) hay rasgos vivos de tradiciones y signos de cultura popular, especialmente en torno a fiestas religiosas tan entrañables como la de los tastoanes de Nextipac, danza que recuerda el antiquísimo culto al apóstol Santiago.

También, que muchos descendientes directos de ellos se reconozcan a raíz de que la reforma agraria del siglo pasado impusiera el término “comunidad indígena” a los que se adhirieron, como beneficiarios de la distribución corporativa de muchos latifundios. Sin embargo, nada de eso se compara a la parafernalia singularísima que el 12 de octubre de cada año organiza, de forma espontánea, la romería que acompaña, de regreso a su basílica, a la venerada imagen de Nuestra Señora de Zapopan, celestial patrona de la Arquidiócesis de Guadalajara, que durante el tiempo de aguas recorrió buena parte de los templos parroquiales de la capital de Jalisco y uno de cuyos títulos es, en recuerdo del armisticio de la rebelión chimalhuacana, el de Pacificadora.

 

Fuentes documentales consultadas

Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara

·       Relatos de los milagros de la Virgen de Zapopan a los indios. 1680. Sección: Gobierno, Serie: Parroquias, Zapopan, Caja 1.

·       Visita pastoral a Zapopan del Obispo Juan Santiago de León Garabito en 1679. Sección: Gobierno, Serie: Visitas Pastorales, Caja 1, 1679.

·       Padrón de la feligresía de Zapopan de 1680. Sección: Gobierno, Serie: Padrones, Caja: 79, Zapopan, 1680.

·       Visita Pastoral del Obispo Fray Felipe Galindo y Chávez, O.P., a Zapopan en 1698. Sección: Gobierno, Serie: Visitas Pastorales, Caja 1, 1698.

·       Visita del Obispo Juan Gómez de Parada a Zapopan en 1744. Sección: Gobierno, Serie: Visitas Pastorales, Caja 3.

·       Descripción de los territorios del curato de Zapopan. Sección: Gobierno, Serie: Parroquias, Zapopan, Caja 1, 1765.

·       Padrón de feligreses de Zapopan, 1770. Sección: Gobierno, Serie: Padrones, Caja 79, Zapopan, 1770.



[1] Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara.

[2] La versión original de este texto es un capítulo que forma parte del libro Zapopan, una historia entre siglos, Gobierno de Zapopan / Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2018, pp. 83-108, el cual pudo componerse, en el campo archivístico, gracias a la participación de Laura Cristina Jiménez Estrada. Dicho material ha sido reelaborado al tiempo de ofrecerse en estas páginas.

[3] Antonio Díaz Soto y Gama, Historia del agrarismo en México, México, Era, 2002, p. 333.

[4] Yvette Nelen, “El gobierno local y la formación del Estado en México, siglo xxi: el caso de San Pablo Apetatitlán, Tlaxcala”, en Willem Assies, Gemma van der Haar, André Hoekema, editores, El reto de la diversidad. Pueblos indígenas y reforma del Estado en América Latina, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999, p. 272.

[5] María Luisa Soux, “El mito de la igualdad ciudadana y la dominación psotcolonial. Los derechos indígenas en la Bolivia del siglo xxi”, en Germán Carrera Damas, Carole Leal Curiel, Georges Lomné y Frédérica Martínez, Mitos políticos en las sociedades andinas. Orígenes, invenciones y ficciones, Valle de Sartanejas, Editorial Equinoccio, p. 346.

[6] Roberto Vélez Pliego, “Las composiciones de tierras y aguas de la ciudad de Tehuacán y su provincia en 1643”, en María Teresa Jarquín Ortega et al, Origen y evolución de la hacienda en México: siglos XVI al xx, Toluca, El Colegio Mexiquense, 1990, p. 73.

[7] Antonio Escobar Ohmstede, “Los ayuntamientos y los pueblos de indios en la Sierra Huasteca: conflictos entre nuevos y viejos actores, 1812-1840”, en Leticia Reina (coordinadora), La reindianización de América Latina, siglo xix, México, Siglo xxi, 1997, p. 311.

[8] La república de indios en Querétaro, 1550-1820: gobierno, elecciones y bienes de comunidad, publicado por la Universidad Autónoma de Querétaro el 30 de julio del 2008, en 477 páginas, se considera obra pionera en el análisis meticuloso de una república de indios ejemplar. Pág. cit.: 358.

[9] Recopiladas a finales del siglo xvii, se publicaron en 1680.

[10] Ejemplo de ello es la obra de Pablo Stefanoni, “Qué hacer con los indios…” y otros traumas irresueltos de la colonialidad, La Paz, Plural Editores, 2010, p. 100.

[11] Un sonado incidente se produjo el 24 de abril del 2015 al hacerse pública una conversación privada en la que Lorenzo Cordova Vianello, Presidente del Instituto Nacional Electoral, se mofaba del acento del dirigente chichimeca Mauricio Mata Soria.

[12] Guillermo Bonfil Batalla, México profundo: una civilización negada, México, Grijalbo, 1994, p. 42.

[13] Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara: desde los primeros tiempos de que se tiene noticia hasta las postrimerías del siglo xvi, vol. I, México, Cultura, 1957, p. 311.

[14] Francisco de Solano, Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana, 1492-1600, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Centro de Estudios Históricos, 1996, p. 150.

[15] Ibid., p. 137.

[16] Marco Tulio  Peraza Guzmán, Arquitectura y urbanismo virreinal, Mérida, 2000, p. 112.

[17] Jacques Poloni-Simard, El mosaico indígena, Quito, Ediciones Abya-Yala, 2006, p. 334.

[18] Para todas las citas entrecomilladas, cfr. Rafael Espinoza Bonilla, Historia de la Facultad de Medicina de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1990, p. 63.

[19] Clarence Henry Haring, El Imperio español en América, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990, p. 258.

[20] Antonio Díaz, op. cit., p. 149.

[21] Leyes de Indias, Lib. vi, Ley xxvii.

[22] Claudia Guarisco, La reconstitución del espacio político indígena, Castellón de la Plana, Universitat Jaume, 2011, p. 111.

[23] Así lo dispuso la real cédula del 4 de junio de 1687.

[24] Cf. José Antonio Gutiérrez Gutiérrez, Jalostotitlán a través de los siglos: de la época prehispánica a la independencia, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2001, p. 137.

[25] Israel Sandre Osorio, Documentos sobre posesión de aguas de los pueblos indígenas del estado de México, siglos xvi al xviii, México, ciesas, 2005, p. 24.

[26] Lo hizo en 1943 Paul Kirchhoff, a través de su artículo “Mesoamérica”.

[27] Ethelia Ruiz Medrano, “Versiones sobre un fenómeno rebelde: la guerra del Mixtón en la Nueva Galicia”, en Eduardo Williams (editor), Contribuciones a la arqueología y etnohistoria del Occidente de México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994, p. 355 ss.

[28] Carmen Valles Septién, Catedrales de México, México, cvs, 1993, p. 126.

[29] Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, vol. I, México, Porrúa, 1991, p. 57.

[30] Cf. Antonio Gutiérrez y Ulloa, Ensayo histórico-político del Reino de la Nueva Galicia, con notas políticas y estadísticas de la provincia de Guadalaxara, Guadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara, 1983, p. 117. También, Tomás de Híjar Ornelas en “Efectos y consecuencias de las desindianización de los pueblos de indios de la Intendencia de Guadalajara y del estado de Jalisco”, en Ahuehuete, septiembre-octubre 2015, p. 10.

[31] Cf. José Bravo Ugarte, História de México, vol. 2, México, Jus, 1957, p. 192.

[32] Doralicia Carmona, Memoria política de México, t. i, biografías, México, Instituto Nacional de Estudios Políticos, 2018, p. 4

[33] Cf. Antonio Díaz, op. cit. p 329.

[34] Cf. Colección de acuerdos, órdenes y decretos sobre tierras y solares, Guadalajara, Imprenta del Gobierno del Estado, 1849, p. 44.

[35] Raúl Aceves Ortega, Hospitales de indios y otras fundaciones civiles y religiosas en Nueva Galicia, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2004, p. 223.

[36] Ramón Mata Torres, Zapopan ayer y hoy, Zapopan, Ayuntamiento de Zapopan, 1982, p. 17.

[37] Peter Gerhard, Bruce Campbell, La frontera norte de la Nueva España, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, p. 170.

[38] Luis Enrique Orozco, Iconografía mariana de la Arquidiócesis de Guadalajara, Guadalajara, Imprenta Vera, 1954, p. 140.

[39] Cf. Arturo Chávez Hayhoe, Guadalajara de antaño, Guadalajara, Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, 1960, p. 87.

[40] Domingo Lázaro de Arregui, Descripción de la Nueva Galicia, Guadalajara, Gobierno de Jalisco, 1980, p. 156.

[41] Pobre en sus ingresos si consideramos lo bajo de los aranceles aprobados. Eran de su propiedad unos molinos emplazados a la vera del río de San Juan de Dios (en lo que hoy es la colonia de Santa Elena de la Cruz, a la altura de las avenidas de la Patria y de los Normalistas). Cabe señalar que tres comunidades religiosas tenían en el territorio fincas rústicas, los frailes agustinos y mercedarios y las monjas dominicas de Santa María de Gracia. Cf. Tomás de Híjar Ornelas y Verónica Bertha Cortés Alba, La parroquia y la comarca zapopana en el siglo xvii, Guadalajara, Instituto Dávila Garibi, 2007, p. 12.

[42] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Sección Gobierno, Serie Parroquias, Zapopan, Caja 1, 1680. Relatos de los milagros de la Virgen de Zapopan a los indios.

[43] Este prelado, a instancias del párroco Diego de Herrera, dio el título de taumaturga a la esculturita de la Inmaculada Concepción que se veneraba en la primitiva iglesia, de muros de adobe y techo de terrado, que se colapsó en 1609 al desplomarse la viga madre. Se emprendió la construcción de una nueva y en 1669 aún seguía la obra. En la segunda mitad del siglo xvii esta iglesia, con el título de santuario y parroquia, quedó dedicada a la Expectación de Nuestra Señora, y su diseño sirvió de inspiración al modelo de otros templos que se rehicieron por ese tiempo en la parroquia.

[44] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Sección Gobierno, Serie Visitas Pastorales, Caja 1, 1679, ff. 168-169v.

[45] Idem.

[46] Conviene señalar aquí los límites de la parroquia: al poniente, el corregimiento de Tala; al norte, la Mesa de San Juan y San Cristóbal de la Barranca hasta Epatlán. Le pertenecen en lo canónico San Juan de Ocotán, Santa Ana Tepetitlán, Nextipac y Jocotán. Al noroeste, San Francisco de Tesistán (en cuyo territorio se han formado las haciendas de La Magdalena y de Santa Lucía), Cuautla, San Esteban e Ixcatán, todos bajo la categoría de pueblos de indios. En cambio, el pueblo de Copala lo ha absorbido la hacienda agrícola y ganadera de ese nombre; Quilitlán se menciona por última vez en 1608. Al oriente están los pueblos de Atemajac, Zoquipan, Jonacatlán, Acatlán, Cuautla, Mezquitán y Zapopan.

[47] Aunque se advierte que “no se crían muchachos porque mueren de picadas de alacranes”.

[48] Jorge Durand, Douglas S. Massey, Milagros en la Frontera: retablos de migrantes mexicanos a Estados Unidos, San Luis Potosí, El Colegio de San Luis Potosí, 2001, p. 67.

[49] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Sección Gobierno, Serie Visitas Pastorales, Caja 1, 1698. Visita del Obispo Fray Felipe Galindo y Chávez, O.P., a Zapopan en 1698.

[50] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Sección Gobierno, Serie Visitas Pastorales, Caja 1, 1744. Visita del Obispo Juan Gómez de Parada a Zapopan en 1744.

[51] Respecto a los fondos del Santuario, se reconocieron 460 pesos de dotaciones de misas a cargo de los legados testamentarios de José Lambarén y Juan García, del arcediano Gabriel de Nava, del propio párroco don Basilio Ramos, de Cristóbal Gutiérrez, de Sebastián Patiño y de Catarina López.

[52] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Sección Gobierno, Serie Padrones, Caja 79, Exp. 9, Zapopan, 1770. Padrón de feligreses de Zapopan.

[53] “…al bautizarse, el tornadizo cambiaba de nombre y se ponía habitualmente el de lugares, árboles o santos…”. Cf. Melchor de Santa Cruz, “Floresta española”, en Jesús Maire Bobes (editor), Judíos, moros y cristianos, Madrid, Akal Literaturas, 2008, p. 139.

[54] Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Sección Gobierno, Serie Padrones, Caja 79, Zapopan, 1770. Padrón de feligreses de Zapopan.

[55] Tomo v, Madrid, Imprenta de Manuel González, pp. 435-436



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco