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Fray Francisco García Diego, primer obispo de las Californias (1839-1846)

Sergio Rosas Salas[1]

 

Desde su cuna, la evangelización de las Californias mantuvo un íntimo vínculo con la Iglesia particular de Guadalajara. El artículo que sigue expone el proceso que se echó a cuestas su primer Obispo en tiempos nada cómodos para eso.[2]

 

Introducción

 

El objetivo de este artículo es ofrecer un primer acercamiento a la vida y obra de fray Francisco García Diego Moreno, un personaje que nació en Santa María de los Lagos en 1785, se formó en el Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe, Zacatecas, entre 1800 y 1808, profesó como franciscano en 1801 y dedicó la mayor parte de su vida a ser misionero, primero entre los huicholes de Nayarit, luego con los tarahumaras de Chihuahua y finalmente entre los indígenas kumeyaay (entonces identificados genéricamente como indios pames) de las Californias, destino del que fue finalmente Obispo entre 1839 y 1846.[3] Su trayectoria nos permite reconstruir el fomento a las misiones hacia el extremo noroeste del país en el primer federalismo y en particular la creación de un obispado en la década de 1830, como mecanismo para fortalecer la presencia mexicana en California garantizando el cumplimiento de dos objetivos compartidos por la primera jerarquía eclesiástica mexicana y el gobierno nacional: la expansión del catolicismo entre los no conversos y, a través de él, el afianzamiento del dominio territorial mexicano en California, aspecto que preocupaba por la llegada de adelantados texanos –estadounidenses calificados como “herejes heterodoxos”– e incluso por la expansión rusa en el continente.

            En ese sentido interesa destacar que Fray Francisco García Diego perteneció a la primera generación de obispos mexicanos, la cual se caracterizó por su convicción republicana y por su defensa de los que consideraron los derechos de la Iglesia. Concibiéndose a sí mismos como pastores y como ciudadanos, los ordinarios compartieron el consenso republicano de las elites políticas y sostuvieron la independencia y soberanía de la Iglesia frente al poder civil como derechos inalienables.[4] Pero además considero una hipótesis muy preliminar: que la fundación del obispado de California en 1839 y la labor de su primer Obispo, el franciscano Francisco García Diego –quien gobernó la diócesis hasta su muerte en 1845- muestra la importancia que el gobierno nacional y la jerarquía eclesiástica mexicana daban al papel de la Iglesia como herramienta fundamental para la penetración mexicana en en la Alta California. La erección de la diócesis, por lo tanto, siguió la vieja tradición borbónica de fundar obispados en tierras de misión para evangelizar, poblar y civilizar, pero esta vez con un objetivo compartido de ambas potestades: poblar un territorio escaso de gente, aprovechar las misiones (ahora parroquias) como puntos de partida para una mexicanización del territorio frente a la presencia de las avanzadas estadounidenses. Así, la erección del obispado de California es un proceso ligado a un fin secular de fortalecimiento y expansión –finalmente fallido– de lo que llamaríamos la “frontera real” mexicana en el norte del país. Pretendo mostrar que ambos elementos estuvieron presentes en el proyecto pastoral de fray Francisco para las Californias.

            En este primer acercamiento, el corpus documental son cartas y documentos inéditos enviados por fray Francisco García Diego al Obispo de Puebla, Francisco Pablo Vázquez, entre 1833 y 1845. Estas cartas son resguardadas en el Archivo del Venerable Cabildo Metropolitano de Puebla.

 

1.    Afanes y trayectoria de un fraile

Fray Francisco García Diego nació el 17 de septiembre de 1785 en Santa María de los Lagos, entonces en la diócesis de Guadalajara. Fue bautizado en aquella parroquia el 23 de septiembre de 1785. Era su padre Francisco García Diego y su madre Mariana Moreno, quienes fueron identificados como “hacendados y comerciantes honestos”, naturales y vecinos de la villa de Lagos. Era sobrino nieto del obispo Francisco Verdín y Molina, quien fue obispo de Michoacán y Guadalajara en los últimos años del siglo xvii, y según Agustín Rivera era primo hermano de Pedro Moreno. Como se ve a través de estas relaciones familiares, fray Francisco tenía hondas raíces alteñas. También aquí recibió su confirmación en diciembre de 1788, de manos de fray Joaquín Granados, quien pasó por Lagos en su camino al Obispado de Sonora.[5]

            En 1802, a los 17 años, se trasladó al Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe, Zacatecas, donde profesó al año siguiente como religioso de la Orden de San Francisco. Esta vocación implicaba la decisión de seguir un proyecto misionero que surgió a fines del siglo xvii, como el último eslabón de una larga cadena de proyectos misioneros franciscanos cuyo último objetivo era expandir el cristianismo en la Monarquía Católica y renovar las costumbres entre los pueblos de frontera ya cristianizados.[6] De este modo, la trayectoria de fray Francisco García Diego quedó ligada al proyecto de misión, aspecto que debemos tener en cuenta para comprender no sólo su función como obispo, sino la concepción misma de la diócesis californiana años después.

            El Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe, Zacatecas, fue fundado en 1707 por religiosos llegados del Colegio de Propaganda Fide de la Santa Cruz de Querétaro, el cual existía desde 1683. A partir de 1756, los misioneros de Guadalupe se dedicaron a fundar misiones en Texas, cuyo doble objetivo era detener la llegada de colonos desde Luisiana y al mismo tiempo convertir al catolicismo a los nativos, como medio para fortalecer la presencia novohispana en aquella región de frontera. La más famosa misión fue la de San José, en el actual San Antonio, que permaneció en manos de los misioneros de Guadalupe hasta 1808, después de que la Luisiana había sido vendida a los Estados Unidos en 1803.[7]

            Estas experiencias previas hicieron que tras la expulsión de los jesuitas –ocurrida en 1767– se considerara a los frailes de Propaganda Fide los más aptos para ocupar los espacios misioneros. Entre 1768 y 1790 los franciscanos se comprometieron a atender casi la totalidad de las antiguas misiones de la Compañía de Jesús, con lo que contaban a finales del siglo xviii con unas 179 misiones en el norte de la Nueva España, en el contexto de una Iglesia secular tradicionalmente débil, si no inexistente.[8] En la Alta California, entre 1769 y 1821, los franciscanos del convento de Guadalupe fundaron 21 misiones que se extendían de San Diego en el sur a San Francisco en el norte, fundado éste en 1776.

            Era así natural que la formación de fray Francisco García Diego tuviera como eje la predicación, con el objetivo de convertir al cristianismo fuera a los gentiles –aquellos indígenas que nunca habían tenido noticias de la fe cristiana– o bien de reformar las costumbres de los cristianos. Según el “Método para hacer misiones que usa el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas” que conservaba fray Francisco en 1840, “los asuntos de los Religiosos son: Amor de Dios, Pobreza, Obediencia, Excelencia de la Castidad, Silencio, Oración y otros a este modo”, aspectos no sólo útiles para convertir, sino para que los religiosos mantuvieran la fe en un medio difícil como sin duda lo era California a principios del siglo xix.[9] En esta tónica, fray Francisco realizó su noviciado en Zacatecas en 1800 y profesó como religioso franciscano el 26 de noviembre de 1801, a los 16 años. El 21 de diciembre del año siguiente, 1802, profesó “a son de campana”. Después se trasladó al Seminario Conciliar de Señor San José de Guadalajara, donde estudió filosofía y teología por tres años hasta obtener el bachillerato en ambas disciplinas. Al concluir, en 1805, fue nombrado predicador de la orden, esto es, maestro de los franciscanos. En 1808, finalmente, fue ordenado por el Obispo Primo Feliciano Marín en la catedral de Monterrey el 14 de noviembre de 1808.

            Así pues, los años siguientes fray Francisco permaneció en el Colegio de Guadalupe enseñando teología y llegando incluso a ser maestro de novicios, esto es, encargado de acompañar a los jóvenes que aspiraban a tomar el hábito durante el año de noviciado. Entre otros puestos en el Colegio de Guadalupe, fray Francisco fue también lector de filosofía, vicario, lector de Sagrada Teología, secretario de visita y comisario prefecto de misiones. Tras esta intensa formación, fray Francisco García Diego fue remitido en la década de 1820, ya tras la independencia mexicana, a las misiones que los franciscanos solían hacer entre los huicholes.

            Las misiones en tierras huicholas partían del propio Colegio de Guadalupe y recorrían las diversas poblaciones tras permanecer algunos días en Bolaños.[10] En ellas los frailes utilizaban lo que el doctor David Carbajal ha llamado, al estudiar a los frailes del Colegio Apostólico de San José de Gracia de Orizaba, una “pastoral espectacular”, que hacía énfasis en figuras del infierno para impactar y atemorizar a los escuchas e impulsar así su conversión. Después de la Guerra del Mixtón, a mediados del siglo xvi, el territorio donde hoy están los límites entre Jalisco, Nayarit y Zacatecas permaneció como territorio inhóspito para la colonización española que bien podía considerarse una frontera apenas salvada por el puerto de San Blas al occidente y el Camino Real de Tierra Adentro al oriente. Ignoro los frutos prácticos de esta labor. Lo que sí me interesa destacar es que estas primeras entradas en tierras de misión formaron el trabajo práctico de fray Francisco García Diego, quien a través de estas incursiones conoció de cerca la labor misionera y se formó durante los años del federalismo mexicano como un eclesiástico que, además de preocuparse por la propagación de la fe, veía en la labor de los frailes de los Colegios Apostólicos de Propaganda Fide un método para extender la paz y el buen gobierno, esto es, para garantizar el control de los territorios difícilmente abarcados por las autoridades ya entonces mexicanas. La labor de García Diego en estos años revela, entonces, que la misión religiosa, particularmente la franciscana, asumió en México los mismos objetivos que había tenido la misión en la Nueva España; en una sociedad donde la separación entre las esferas civiles y religiosas aún no se había concretado, la misión era fundamental para establecer el control y dominio de ciertas poblaciones o territorios tradicionalmente poco propicios a la presencia española –sea por abierta hostilidad o por escaso contacto–, que podían y debían allegarse ante todo a través de la propagación de la fe. La labor de los misioneros franciscanos, en ese sentido, no era sólo una labor religiosa: traía consigo también un importante objetivo civil.

 

2.    Fraile y Obispo en California

Las premisas anteriores guiaron la llegada de fray Francisco García Diego a California. Fue enviado como Prefecto de Misiones de las Californias, cargo otorgado por el propio Colegio de Propaganda Fide. A fines de 1832 llegó a la misión de San Diego de Alcalá, la cual era de hecho la base de las misiones franciscanas en la Alta o Nueva California. Desde este lugar envió una carta el 1º de abril de 1833 al Obispo de Puebla, Francisco Pablo Vázquez, informándole del estado de las Californias y la necesidad de gestionar ante la Santa Sede y el gobierno de México diversas concesiones para la mejora de las misiones en la región.[11] A partir de entonces, fray Francisco García Diego estableció una relación epistolar con Vázquez, a quien conoció en 1839, poco antes de partir a California ya como primer obispo de esa nueva diócesis.

            ¿Por qué dirigir una carta al obispo de Puebla? Desde 1825, Francisco Pablo Vázquez había viajado a Europa como enviado extraordinario del gobierno de México ante la Santa Sede, con el objetivo de obtener del Papa el reconocimiento de la independencia y la concesión del patronato al gobierno mexicano, como heredero del Real Patronato del que habían gozado los Reyes en la Nueva España. Si bien no consiguió ninguno de los dos objetivos, sí obtuvo un triunfo mayúsculo: logró el nombramiento de los primeros obispos mexicanos en febrero de 1831 por el recién elegido pontífice Gregorio xvi, quien además respetó el derecho de presentación –una de las atribuciones del patronato– al Estado mexicano, prerrogativa de la que gozó hasta 1855. El problema era fundamental para una nación católica, pues el último obispo mexicano, el también poblano Antonio Joaquín Pérez Martínez, había muerto en 1829; la falta de ministros complicaba el gobierno de la Iglesia y afectaba la administración sacramental, pues entre otras cosas faltarían los santos óleos en el país.

            El retorno de Francisco Pablo Vázquez como Obispo de Puebla, consagrado en San Juan de Letrán de Roma, hizo de él el líder del episcopado mexicano, lo que le dio un lugar preeminente entre los diversos actores de la República mexicana.[12] Debido a su estancia en Europa como enviado del gobierno mexicano, parecía el eclesiástico más capacitado para presentar peticiones a Roma y a la ciudad de México. Desde esta perspectiva, no es casual que fray Francisco García Diego se dirigiera a él en 1833.

            La misiva es especialmente interesante, pues revela el difícil estado de las misiones californianas y un proyecto de acción muy claro; de hecho, desde el episcopado impulsó las mismas iniciativas que planteaba ya cuando llegó a California en 1832. Instalado en la misión de Santa Clara de Asís, García Diego decía que su viaje desde el puerto de San Blas y la necesidad de desembarcar en La Paz le permitieron conocer las problemáticas de ambas Californias. Respecto a la Baja California, apuntó que no había más que seis religiosos dominicos para toda la península, por lo que era inevitable que si no actuaba pronto “el culto, devoción y fervor es preciso venga a desaparecer del todo, no habiendo quien aliente y anime a aquellos cristianos”. En lo que toca a la Alta California, “la región más remota”, el problema era el establecimiento ruso, que se expandía cada vez más hacia el sur, y el hecho de que los indios de la región fueran gentiles, “lo que reclama imperiosamente la compasión de todo cristiano”. La ausencia de vocaciones misioneras hacía que los pocos nativos convertidos abandonaran pronto la misión, pues no querían apartarse de sus lugares de origen. En cuanto a los españoles, el problema era apremiante, pues siendo una provincia de presidios (puestos militares), los blancos “están más llenos de vicios que los neófitos”.[13] Como se ve, para fray Francisco el problema era diferenciado según la población a que se refería, pero las consecuencias de la pérdida de la fe –el peligro último si no se apoyaban las misiones– tenían denominadores comunes. Más allá del aspecto religioso, ya de suyo importante, la pérdida de la fe redundaría en el peligro de que México perdiera el dominio de aquellos territorios, pues era evidente que los rusos pretendían entrar a California por el norte y los estadounidenses –a quienes llama “extranjeros heterodoxos”– por el oeste. Enfocado el problema así, las misiones buscaban propagar la fe y al mismo tiempo ampliar la presencia mexicana en la región, garantizando así la integración de estos territorios a la nación católica que era el México republicano.

            Ante estas necesidades, fray Francisco García Diego pidió al Obispo Vázquez su apoyo para obtener la fundación de un colegio de misioneros en California, otro en la Baja California, y el permiso para que cualquier eclesiástico, regular o secular, pudiera trasladarse a las Californias sin impedimento de su respectivo superior. La petición más importante, sin embargo, no era sólo aumentar la cantidad de misioneros. Desde 1833, García Diego solicitó la fundación de un obispado, pues recurrir a Sonora –a quien pertenecía el territorio desde 1771, pero cuyo mitrado nunca había realizado una visita pastoral– era incluso más difícil que recurrir a México, ya que no había más caminos que el mar para llegar a Culiacán. En tal virtud, García Diego apunta:

 

Me parece... que con esto nos remediaremos algo, aunque yo creo que sería lo más acertado que influyera Vuestra Excelencia Ilustrísima en que se nos dé un Obispo pues verdaderamente sólo así no se acabarán de perder las dos Californias; es mucha la falta que hace un Pastor, y nosotros no tenemos ni el prestigio ni la representación ni la autoridad que tiene un Obispo para alentar con su ejemplo y voz a las ovejas y para contener a los malos que desgraciadamente van formando prosélitos.[14]

 

            El proyecto de García Diego fue bien recibido por el obispo Vázquez. Parece ser que de inmediato comenzó las gestiones ante el gobierno de México y la Santa Sede para conseguir la erección del obispado de las Californias. El asunto fue todavía más urgente dado que el 17 de agosto de 1833 el gobierno de Valentín Gómez Farías decretó que las misiones de California se transformaran en parroquias.[15] El tránsito no sólo refleja el interés de fortalecer al clero secular, sino que dentro de la lógica de la primera reforma, también tenía el objetivo de fortalecer la presencia del poder civil. Según el decreto, las temporalidades –esto es, los bienes materiales de las misiones no dedicados directamente al culto divino– debían ser administradas por el gobernador de la provincia, quien tenía su asiento en Loreto. De inmediato García Diego protestó la medida, la cual desde su perspectiva le impediría llevar a cabo con éxito su labor misionera. La medida, además, fue radicalizada al aplicarse en California. Según fray Francisco, “se asignó congruas a los Padres para su subsistencia y para el culto que debía correr todo de cuenta de los Comisionados o Mayordomos que se pusieron en las Misiones”, lo que significaba de hecho poner a los frailes bajo la subordinación del poder civil. Según el misionero, “sin los recursos de las temporalidades, perderemos lo poco que hemos ganado. Los indios volverán a la gentilidad”.[16] El ejemplo más claro, no por ello excepcional, era el de la misión de San Luis Rey, donde hasta 1835 había 2 000 neófitos, y en 1835 no quedaban sino 200.[17] El dominio del poder civil fomentó en García Diego, como en el resto de los prelados mexicanos de entonces, el deseo de independencia de la jerarquía eclesiástica frente al poder civil.

            El tono pesimista redundó en un par de peticiones que demuestran que si bien el Obispo estaba especialmente preocupado por mantener y mejorar la presencia mexicana en California, ponía especial énfasis en garantizar la independencia de la Iglesia frente al poder civil, la cual sólo se podría conseguir a través del dominio pleno de los bienes eclesiásticos. Pidió, de nueva cuenta a través de Vázquez, que se garantizaran “los gastos del culto de modo fijo y que siempre dependan de los eclesiásticos”, y una vez más, que las Californias fueran elevadas a obispado; con ello los misioneros podrían hacerse de recursos, podría erigirse un seminario para fomentar las vocaciones y tener un interlocutor de peso frente al gobierno mexicano y ante la Santa Sede, el cual “sería más atendido que un pobre frailes como yo”. Por último, un obispo contendría mejor “a los extranjeros  heterodoxos que abundan aquí, para que no hablen en contra de nuestra adorable religión, y ellos lo respetarán si no por su dignidad, por lo menos por su representación en la Nación a que pertenece”.[18]

La petición tomó fuerza tras la caída del federalismo, que también en California había llevado a la radicalización de la primera reforma cuyo objetivo era fortalecer al gobierno nacional sobre las corporaciones del país, lo que afectaba en primera instancia a la jerarquía eclesiástica. Frente a ella, se afianzó en aquel clero la idea de la independencia de la Iglesia respecto del poder civil, sin que ello significara abdicar de su convicción republicana, comprometida con la independencia de México.

            El proyecto del obispado se concretó, pues, bajo el centralismo, a pesar de que en noviembre de 1835 los frailes recibieron de vuelta el dominio de las temporalidades. El 19 de septiembre de 1836, el Congreso de la Nación pidió oficialmente a la Santa Sede la erección de un nuevo obispado en California. La petición llegó a Roma, y en 1839 la diócesis fue erigida. Dado que el nuevo obispado no contaba con cabildo, se pidió al Cabildo del Arzobispado de México que propusiera un mitrado; tras recibir el consejo del obispo de Puebla, el Cabildo propuso a fray Francisco García Diego, quien desde 1833 se desempeñaba como prefecto de misiones de la California, es decir, era la máxima autoridad de los frailes en aquella remota región. El Congreso general secundó esta elección, y García Diego fue presentado a la Santa Sede por el presidente Anastasio Bustamante como primer Obispo de las Californias. Según la elección del Cabildo, era el fraile que más conocía la nueva diócesis.

            Es importante echar un vistazo al estado de la diócesis en aquel entonces. Se trataba de “un país vastísimo”, que iba de Cabo San Lucas hasta el puerto de San Francisco, y que estaba divido en la zona Vieja o Baja California y la zona Nueva o Alta California. La más próspera era ésta, que tenía unos 26 000 habitantes y donde había 21 misiones servidas por los frailes del Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe. Acaso la mayor dificultad era que no había Iglesia Catedral ni parroquia secular, dado que todas eran misiones regulares.[19] Por ello mismo, el nuevo Obispo debía concentrarse en desarrollar una rápida secularización que le garantizara el control sobre su clero. Como tierra de misión, no cobraba diezmos, y era necesario por tanto establecer recursos de forma urgente, además de proseguir con la labor de misión según el modelo de los Colegios de Propaganda Fide. La Baja California estaba todavía más despoblada: tenía apenas 1 000 habitantes en 1829, y una guarnición de 200 militares con sus familias. Aquí las misiones eran dominicas, pero no había espacios cultivables por ser del toda una zona desértica. No había indios, y como en la California alta, “todas las poblaciones son marítimas, pues se hallan ubicadas a lo largo de las playas”.[20] No se equivocaban los canónigos y los diputados cuando establecieron que fray Francisco García Diego era el hombre que más conocía la diócesis. Desde su preconización como Obispo de las Californias, el 29 de junio de 1839, el nuevo mitrado se preocupó por atender las cuestiones más difíciles para iniciar su gobierno pastoral.

            De entrada, García Diego se preocupó por el sustento parroquial. El gobierno nacional había otorgado 6 000 pesos anuales de renta al Obispo para su subsistencia y la edificación de una Catedral. Sin embargo, Fray Francisco solicitó a la Santa Sede la asignación del Fondo Piadoso de las Californias, “para no tener ninguna dependencia con el Gobierno, y obrar siempre con una Santa Libertad cuando el caso lo pida”, pues si bien los eclesiásticos debían cooperar con la República, no era “empleados o asalariados de la Potestad Secular”. Asimismo, pidió que los misioneros establecidos en ambas Californias –franciscanos y dominicos– quedaran bajo la jurisdicción única del Obispo: “porque el Obispo manda a los Religiosos o no manda, y es así Obispo de los Montes, de las Selvas y Valles solamente”.[21] Por último, solicitó dos elementos ligados a la administración pastoral: la fundación de un seminario –un proyecto que había considerado desde 1833 en términos de un Colegio de Propaganda Fide– y la concesión de facultades sólitas –es decir, las facultades que tenían los obispos americanos para tomar decisiones que en principio sólo pertenecían al Papa. Desde que llegó a su diócesis, el l1 de diciembre de 1841, se instaló en la misión de Santa Bárbara, donde pretendía se erigiera la Catedral, y desde donde consagró a la diócesis a Nuestra Señora del Refugio, una devoción muy querida en la parroquia de Lagos y en la diócesis de Guadalajara. En los años siguientes y hasta su muerte el 30 de abirl de 1846, cuando ya había estallado la guerra entre México y Estados Unidos, vivió en Santa Bárbara.  

 

Conclusiones

En conjunto, el proyecto pastoral de fray Francisco García Diego en las Californias se preocupó por la libertad de la jerarquía eclesiástica frente al poder civil, así como por el fortalecimiento del Obispo como cabeza del nuevo obispado, incluso en uno formado exclusivamente por clero regular. A partir de la libertad de la Iglesia y el gobierno único del mitrado, fray Francisco García Diego proyectaba una Iglesia misionera, preocupada por la conversión de los infieles y la reforma de costumbres de los blancos, cuando no su conversión también al catolicismo. Esta reforma de la Iglesia tenía tras de sí no sólo la evidente preocupación por la fe y el cuidado pastoral de una sociedad exclusivamente católica, sino el afianzamiento del dominio territorial mexicano en California. En ese sentido, como sostuve al principio, fray Francisco García Diego compartió con el resto de los mitrados mexicanos de la primera generación su preocupación por la libertad de la Iglesia y el interés por consolidar políticamente la República mexicana. Sin duda la muerte de García Diego, en medio de la guerra entre México y Estados Unidos, ensombreció la historia y la memoria de un mitrado que diseñó un proyecto de Iglesia misionera en los límites del territorio mexicano en la primera mitad del siglo xix.



[1] Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

[2] Ponencia presentada por su autor en el marco de la xv Reunión Internacional de Historiadores de México, que tuvo lugar del 17 al 20 de octubre del 2018 en Guadalajara. Este Boletín agradece a su autor su inmediata disposición para facilitar la publicación de su texto.

[3] Hay pocos trabajos dedicados específicamente a fray Francisco García Diego. Cf. Francis J. Weber, A biographical sketch of Right Reverend Francisco García Diego y Moreno, first bishop of the Californias, 1786-1846, Los Angeles, Borromeo Guild, 1961; Francis J. Weber, Francisco Garcia Diego, California’s transition bishop, Los Angeles, Dawson’s Book Shop, 1972. Recientemente en la historiografía mexicana, Lourdes Celina Vázquez Parada, “La conquista espiritual de la Alta California a través de la correspondencia de Fray Francisco García Diego”, en Sincronía, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, número 70, julio-diciembre de 2016, pp. 225-243.

[4] Cfr. Sergio Rosas Salas, La Iglesia mexicana en tiempos de la impiedad: Francisco Pablo Vázquez, 1769-1847, Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / El Colegio de Michoacán / Ediciones de Educación y Cultura, 2015.

[5] Información sobre el obispo, en J. Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la Historia de la Iglesia en Guadalajara, t. iv, siglo xix, vol. 1, México, Cvltvra, 1966, pp. 659-660.

[6] Entre los trabajos recientes sobre los Colegios de Propaganda Fide, cfr. José Francisco Román Gutiérrez, Leticia Ivonne del Río Hernández y Alberto Carrillo Cázares (coord. y comp.), Los colegios apostólicos de Propaganda Fide. Su historia y legado, Zacatecas, Gobierno del Estado de Zacatecas / Universidad Autónoma de Zacatecas / El Colegio de Michoacán / Ayuntamiento de Guadalupe, 2004, y Jorge René González Marmolejo, Los novicios del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro (1691-1819), Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, 2018.

[7] Andrew J. Torget, Seed of Empire. Cotton, Slavery and the Transformation of the Texas Borderlands, 1800-1850, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2015.

[8] Cfr. Francisco Morales, “Mexican Society and the Franciscan Orden in a Period of Transition, 1749-1859”, en The Americas, vol. 54, núm. 3, enero de 1998, pp. 323-356, y David J. Weber, “Failure of a Frontier Institution: The Secular Church in the Borderlands under Independent Mexico, 1821-1846”, en Western Historical Quaterly, vol. 12, núm. 2, abril de 1981, pp. 125-143.

[9] Archivo del Cabildo Catedral de Puebla (en adelante, accp), Correspondencia de fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Guadalupe, 20 de enero de 1840. “Methodo para hacer Missiones, que usa el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas”.

[10] Si bien concentrado en el periodo jesuita, cf. el trabajo de Thomas Calvo y Jesús Jáuregui, “Prólogo”, en Francisco Javier Fluviá, S.J. (ed.), Apostólicos afanes de la Compañía de Jesús en su Provincia de México (edición facsimilar), México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos / Instituto Nacional Indigenista, 1996, pp. vii-li.

[11] accp, Correspondencia, caja 10. “Correspondencia del Ilmo. Sr. Dr. D. Francisco Pablo Vázquez”. De Fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Santa Bárbara, 8 de junio de 1835.

[12] Cfr. Sergio Rosas Salas, La Iglesia mexicana…, op. cit.

[13] accp, Correspondencia, caja 10. “Correspondencia del Ilmo. Sr. Dr. D. Francisco Pablo Vázquez”... de Fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Santa Bárbara, 8 de junio de 1835.

[14] Ibidem.

[15] La importancia de la primera reforma para la Iglesia puede verse en Marta Eugenia García Ugarte, Poder político y religioso. México, siglo xix, México, Cámara de Diputados – lxi Legislatura / UNAM - Instituto de Investigaciones Sociales / Miguel Ángel Porrúa, 2010, t. i, pp. 99-185.

[16] accp, Correspondencia, caja 10. “Correspondencia del Ilmo. Sr. Dr. D. Francisco Pablo Vázquez”.. De Fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Santa Bárbara, 8 de junio de 1835.

[17] Cf. David J. Weber, La frontera norte de México, 1821-1846: el sudoeste norteamericano en su época mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1988.

[18] accp, Correspondencia, caja 10. “Correspondencia del Ilmo. Sr. Dr. D. Francisco Pablo Vázquez”. De Fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Santa Bárbara, 8 de junio de 1835.

[19] accp, Correspondencia. Caja 1. “Correspondencia del Ilustrísimo Señor Don Francisco Pablo Vázquez”. De fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Zacatecas, 26 de noviembre de 1839.

[20] accp, Correspondencia, caja 10. “Correspondencia del Ilustrísimo Señor Doctor Don Francisco Pablo Vázquez”. De fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Santa Bárbara, 20 de junio de 1845.

[21] accp, Correspondencia. Caja 1. “Correspondencia del Ilustrísimo Señor Don Francisco Pablo Vázquez”. De fray Francisco García Diego a Francisco Pablo Vázquez, Zacatecas, 26 de noviembre de 1839.



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