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Mujeres en el Nuevo Testamento

Fernando Carlos Vevia[1]

 

El autor de este artículo analiza de forma crítica la postura cargada de ideología

de algunas mujeres escritoras contemporáneas en torno al cristianismo.

 

No es mi propósito repetir la doctrina de la Iglesia referente al papel de la mujer en nuestros tiempos. Tuvimos la suerte de vivir el Concilio Vaticano ii y su “Mensaje a las mujeres” en la clausura del Concilio, ni los esfuerzos realizados por el inolvidable y santo Pontífice Pablo vi, creando una Comisión de estudio acerca de este tema, ni la Carta Apostólica de San Juan Pablo ii Mulieris dignitatis, cuyos treinta años se cumplirán este verano, como recordaba recientemente el presbítero don Carlos Javier Díez Vega.[2]

Mi campo de trabajo ha sido el de las Letras, Filosofía, Historia de las ideas… y cosas semejantes. Desde ahí me siento obligado a realizar unos breves comentarios, apartados de esos importantes documentos, pero que pueden resultar interesantes para el cristiano que lee.

            A partir del año 2000 (para no remontarnos más atrás ) han surgido bastantes novelistas, que, convencidas de los privilegios que les concede su sexo femenino, escriben sobre Jesucristo, los evangelios, los personajes del Nuevo Testamento, y sobre todo las mujeres maltratadas, según ellas, en la Biblia, con una carga enorme de acritud, rencor, y amargura. Dado que escriben con la libertad que conceden las novelas, aunque lo que escriben pueda estar cerca de lo que hayan hecho algunos hombres de Iglesia, está lejos de lo que hizo Jesús. Me voy a permitir trascribir unos párrafos de algunas de esas novelas:

 

-¿Es usted religiosa, doctora?, preguntó por todo saludo Monseñor Francois Turner.

- La hermana Ottavia, Eminencia… es miembro de la Orden de la Venturosa Virgen María.

-¿Y por qué viste de seglar? ¿Acaso su Orden no utiliza hábitos hermana?

El tono era profundamente ofensivo, pero no me iba a dejar intimidar…Le miré directamente a los ojos para responder:

-No, Monseñor. Mi Orden abandonó los hábitos tras el Concilio Vaticano ii.

-¡Ah, el Concilio….! susurró con evidente disgusto.[3]

 

            El segundo elemento que me voy a permitir destacar es que con frecuencia se remiten, como de memoria (memoria lejana), a los libros sagrados. En la misma novela citada afirma la autora:

 

…el lugar donde Yahvé, en forma de zarza ardiente, le entregó a Moisés las Tablas de la Ley.

 

Entendemos lo que quiere decir, pero lo que Moisés oyó fue una voz que salía de la zarza, y las Tablas tienen una historia más larga. Es importante hacer notar este punto, porque a veces  estos descuidos tienen consecuencias graves. Con esa carga de desaliento y amargura escribe la misma autora en otra novela:

 

Como es bien sabido, la historia la escriben los vencedores y éstos, con el tiempo, adquieren el poder de obligarnos a creer lo que escribieron, de hacernos olvidar lo que no se escribió y de inducirnos a tener miedo de lo que jamás ocurrió…

 

Estas palabras resumen todo el volumen que se escribe después de ellas, y se refieren a que Jesús no murió en la cruz. Lo cual afirma rotundamente una y otra vez la autora. Esto ya es más serio.

            El último aspecto que siento como especialmente necesitado de examen se halla expresado en una novela de 2006, primera parte de una trilogía, en la que la autora, Kathleen Mc Gowan, define así el trabajo de su protagonista:

 

Maureen no había ido a Jerusalén como peregrina, sino para investigar, pues necesitaba documentarse para plasmar un escenario histórico verosímil en su próxima obra.[4]

 

Estas palabras pueden ser perfectamente transparentes y aceptables, pero también pueden ser el anuncio de que la escritora va a hacer lo que quiera en su novela. Como ocurre en el caso que estoy comentando. He aquí una muestra; la que escribe es María Magdalena:

 

Contaré la historia de Judas y confío hacerlo con equidad. Era un hombre intransigente en sus principios y quienes nos siguen han de saber esto: no nos traicionó por una bolsa de monedas. La verdad es que Judas era el más leal de los doce… “El evangelio de Arques”, de María Magdalena. El Libro de los discípulos.

           

Para los cultivadores de la teología pastoral, hay una tarea aquí casi imposible de llevar a cabo: distinguir en cada renglón los posibles significados, las posibles desviaciones. Conceder los valores literarios, y por otra parte negar el peso enorme que tiene una novela bien escrita, pero falsa desde el punto de vista bíblico.

            Como decía antes, insisten casi todas las novelas, más o menos, en el tema de “la mujer” tomada en su sentido más general y abstracto, maltratada en la sociedad por la Iglesia.

            Es en este momento cuando debe comenzar mi modesto y desaliñado comentario. ¿Qué o quién hay detrás de esta ola cultural? ¿Quién tiene interés en que se difunda lo más posible? Desde luego hay innumerables mujeres maltratadas, aunque no todas ellas estarían dispuestas a odiar a los evangelios y buscarían otras causas bien definidas. De ellas no hablamos en este momento, porque hay muchas voces autorizadas que se dedican a ello.

Atrás, muy atrás, quedaron  en la historia aquellos que repetían con gritos destemplados la blasfemia “aplastar al infame”, refiriéndose a Jesucristo. Después apareció el modernismo, y después de las dos guerras mundiales de nuevo apareció una ola de ataque, con los mismos tres momentos: comienza con un ataque a los eclesiásticos en general y a la Iglesia también en general, después viene el ataque a Jesucristo: que no es una figura histórica, que fue una imagen elaborada por San Pablo, que fue un versión de Mitra, etc,etc. Como un ejemplo de esa demolición intentada de la figura de Jesús, tomaré unas líneas de Franco Paturzo en su novela La duodécima gruta, que se  desarrolla en torno a los manuscritos de Qumrán. Hablan una joven estudiante de arqueología, protagonista de la novela, y un estudioso dominico famoso.

 

-Señorita, ¿qué quiere que le diga? Sabemos bien que la fase de investigación arqueológica alrededor de Qumrán terminó hace tiempo… los textos que se han encontrado en Qumrán tienen que ver exclusivamente con el Antiguo Testamento… No hay nada en aquellos textos que tenga que ver con Jesús y los comienzos del Cristianismo…

-Pero usted sabe muy bien que al menos un fragmento del evangelio de Marcos se ha encontrado en Qumrán.

El padre Jean, con el rostro enrojecido, no la dejó terminar de hablar. -¿Alude al fragmento Q 5 descubierto en 1972 por el jesuita O’Callagan? Entonces debería saber que los datos que obtuvo aquel estudioso son insatisfactorios.

Recordando la protagonista la época en que iba a comenzar su tesis sobre Arqueología, el profesor le comenta:

-Se sostiene que esos documentos son  de la época de Jesús y enseñan verdades ocultas y polémicas que la Iglesia no puede o  no quiere admitir (por ejemplo, que Jesús fue un monje esenio).

 

            Lo verdaderamente irritante de estos casos, el que el lector no puede seguir la conversación desde otros puntos de vista.  Triunfa, con trampa, la libertad de expresión del escritor.

            El tercer momento de esas oleadas antirreligiosas va dirigida directamente contra Dios. Pero antes de que se me olvide, debo hacer un comentario desagradable: supuse durante mucho tiempo que las escritoras eran ángeles sentadas a una  computadora. Ese juicio lo sigo manteniendo en gran parte, pero también dudo de que todas y cada una de las numerosas escritoras que tratan estos temas los estudien un poco. En un campo alejado del nuestro, aún nos conmueve el  caso de aquellas dos casi adolescentes, Julliet Marion Hulme y Pauline Parker. El 24 de junio de 1954 salieron las dos jóvenes con la madre de Pauline, a la que mataron con golpes de ladrillo en la cabeza; hasta en 45 ocasiones, según aseguraron los forenses. Las dos escribían relatos, cuentos, poemas, en la prisión. No fueron condenadas a muerte por ser menores de edad (en Nueva Zelanda). Julliet cambió su nombre por el de Anne Perry. Escribió 47 novelas y vendió más de 25 millones de libros. El caso salió en la película Criaturas celestiales, de 1994. Se la llamó “la reina del crimen victoriano” y resultó que cargaba con el crimen dentro de ella.

            En ese mundo del rechazo a Dios y su modo de llevar las cosas, los reclamos justos de las  mujeres son retorcidos, sacados de contexto, malinterpretados, para atacar con fuerza a la Iglesia, a Jesucristo y a Dios. Pudo observarse por ejemplo en el caso de un país europeo de tradición católica, en los últimos cambios de gobierno, en que varias señoras se distinguen desde sus elevados puestos en mostrar sus tendencias, como fue el Desfile del Orgullo gay, en que alguna de ellas iba en la primera fila. Tema que no trata solamente del derecho a la diversidad social, sino que promociona al mismo tiempo todo lo que sea desorden, ausencia de moral, burla y risa de lo sagrado.

            Este tipo de comentario es muy personal, y cualquiera que lo leyera encontraría mil detalles distintos o mal explicados, o echaría en falta cosas verdaderamente importantes. Son las mujeres sobre todo las que deben hacer oír su voz. Mi propósito es llamar la atención de las personas, hombres y mujeres, que siguen a Dios, sobre las numerosos ataques a nuestra fe que se esconden detrás de temas nobilísimos, como el de las mujeres en los santos evangelios.

            ¿A qué llamo “Religión” cuando hago los comentarios presentes? Citaré a Hegel en sus Lecciones sobre Filosofía de la Religión.[5] Esta obra de Hegel viene detrás de sus grandes obras, La Fenomenología del Espíritu, La Ciencia de la Lógica, la Enciclopedia, y sólo antes de las Lecciones sobre Historia de la Filosofía. Es decir: su sistema ya estaba expuesto y su filosofía sobre la Religión está ya en la cumbre.

            Comienza así el tomo i:

 

He considerado necesario hacer a la Religión por sí misma objeto de consideración filosófica y añadir esa consideración, como una parte muy especial, al todo de la filosofía…

En primer lugar hay que hacer presente qué objeto tenemos delante de nosotros en la Filosofía de la Religión, y cuál es nuestra  idea o la representación que nos hacemos acerca de la Religión... Para nuestra conciencia  es aquella región de la temporalidad en que todos los enigmas del mundo se resuelven, todas las contra-dicciones del pensamiento se deshacen, todos los dolores de los sentimientos enmudecen; la región de la verdad eterna, de la paz eterna, de la paz eterna... La religión es el pensamiento, la conciencia, el sentimiento acerca de Dios. Tal es la visión, percepción, conciencia o como queramos llamarla de la Religión. Pero considerar su naturaleza, investigarla y reconocerla es la tarea de las presentes lecciones.

No se trata de introducir mediante la filosofía la religión en un individuo… Esto sería tan equivocado como si alguien quisiese introducir espíritu en un perro y para ello le diese a comer escritos impresos.

 

            Después de todo el tomo i, en que examina las principales religiones del mundo, en el segundo volumen analiza la Religión de la Elevación (el judaísmo), la Religión de la Belleza (griega)  y la Religión de la Adecuación a unos fines (romana). La tercera parte se dedica a la Religión Absoluta: la religión de la Verdad y la Libertad. Primero el Reino del Padre, después el Reino del Hijo y por fin el Reino del Espíritu.

            En ese contexto, dentro del Reino del Hijo, hace esta escalofriante declaración:

 

Esta Determinación, a saber: que Dios se hace hombre, …es el Momento más difícil y duro de la Religión… Si alguien sólo ve a Cristo nada más como Maestro de la Humanidad, Mártir de la Verdad, no está en el punto de vista cristiano, no está en la verdadera religión.

 

Y aquí es donde entran las mujeres y los evangelios. Hay una mujer que habla largamente con un ángel y éste dijo algo que jamás se le ha dicho a un hombre, a un varón: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el Altísimo te cubrirá con Su sombra”. (La sombra del Altísimo es la Sombra que descendía sobre el Santo de los Santos: María lo sabía perfectamente.) Algunos dicen y escriben que la idea de Cristo como verdadero Dios y hombre es muy tardía, de varios siglos después. ¿Qué evangelios leen esas personas?

            Notamos al ángel un poco turbado; nunca había llevado un mensaje semejante, en que se menciona la misma presencia del Altísimo; tampoco había hablado con una mujer: él siente que se trata de algo muy nuevo. ¿Qué es esta mujer, a la  que Dios le envía ese mensaje? ¿Qué ha hecho esa jovencita que tiene delante, para que el Señor le anuncie eso? Ella resuelve la tensión con toda sencillez: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mi según tu palabra”.  Jamás nadie, nunca, ningún hombre, ni de lejos oyó algo parecido.

Desde ese momento comienza lo que nos gustaría llamar “la Teología de los pañales”, porque esas dos mujeres, Isabel y María, con su ir y venir, sus conversaciones, su preparación de pañales, están tejiendo la teología más grande que nadie pudo imaginar: están preparando la entrada en el mundo del verdadero Dios-hombre. Los hebreos decían que  no se podía ver el rostro de Dios, porque uno moriría. María vió durante muchos año, los ojos de Dios; ojitos que le sonreían desde la infancia y ojos de hombre que le preguntaban: “¿Qué tenemos nosotros que ver con esta gente que se quedó sin vino?” Pero María tenía la fe que Jesús exigía a sus discípulos: “¿dónde está vuestra fe?”, les pregunta cuando creían que se hundía la barca en el lago. Pero aquí están los ojos de María mirando a Jesús con esa fe, y llegó el vino.

            En el otro extremo de María, hay una mujer pecadora, que llevó un frasco de perfume y poniéndose detrás de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y se los ungía con el perfume. ¿A qué hombre le permitió Jesús una acción semejante? Es más: regañó al fariseo porque no lo hizo. La hemorroísa, con una fe propia sólo de las mujeres, se dice a sí misma: bastará que toque su manto. Cada intervención de una mujer (la samaritana, María la hermana de Marta y de Lázaro…) es un descanso en la lectura de los evangelios y una visión de amor y eternidad,  entre la multitud de amenazas, trampas, insultos, desprecios y burlas que sembraron su vida pública.

            Fuera de los evangelios, podríamos traer la amistad de Jesús con numerosas mujeres en los dos mil años de cristianismo, a través de las cuales ha manifestado su amor sin límites. Oír a alguien decir que las mujeres no han sido tomadas en cuenta por el cristianismo es una afirmación confusa, porque puede ser que englobe a Jesucristo, los Apóstoles, los misioneros, los mártires, o que se refiera a la cachetada que le dieron a la escritora cuando en clase de catecismo se puso a silbar sus temas favoritos (y esto es un hecho real).



[1] Maestro  Emérito  de  la  Universidad  de  Guadalajara,  licenciado  en  Filosofía  por  la  Universidad  Comillas,  licenciado  en  Filosofía  y  Letras  por  la  Universidad  Complutense  de  Madrid,  doctor  en  Filosofía  por  la  Universidad  de  Comillas,  después  de  cuatro  años  de  posgrado  en  la  Universidad  de  Deusto  en  las  mismas  disciplinas.  Profesor,  investigador y  traductor.

[2] Semanario, Guadalajara, 08.07.2018

[3] Matilde Asensi, El último Catón, Plaza & Janes, 2001.

[4] La esperada, libro i de la trilogía del Linaje de la Magdalena.

[5] Theorie Werkausgabe. Suhrkamp Verlag, tomos i y ii



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