Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás


La autonomía de la historia. Tradiciones orales.

Acercamientos a la Guerra Cristera

Fernando Carlos Vevia Romero[1]

 

En el marco de la edición de un libro que compila algunos de los testimonios relacionados con la persecución religiosa en México en su fase de la Guerra Cristera, se publica aquí una reseña que enfatiza el papel que la tradición oral tiene como fuente de la historia.[2]

 

Como primera edición, fechada en julio de 2018, el escritor Luis Sandoval Godoy, nacido en Guadalajara en 1927, hace llegar al público su, libro A’i viene la bola: estampas de la guerra cristera. En la presentación del libro se narra brevemente cómo se llegó a la construcción de éste, evitando la repetición de textos que ya habían aparecido en otras antologías de las obras de don Luis Salvador Godoy. Se aceptó la sugerencia del padre Tomás de Híjar de solamente presentar artículos de asunto cristero que no hubieran sido ya editados en algún otro libro.

Todo lo referente a la Historia en general fue motivo de muchos estudios en el pasado siglo xx, empezando por la definición de los llamados “grupos de referencia”. Comenzaron a utilizar ese concepto los sociólogos, los psicólogos sociales y los antropólogos, pues todos ellos estaban de acuerdo en que la conducta de los individuos es modelada por el grupo al que pertenecen.

Si se puede determinar empíricamente por qué grupos se orientan los individuos, o dicho de otra manera: cuáles son sus grupos de referencia, aumentarán las posibilidades de predicción de su comportamiento, y qué principios les están motivando. Al comparar unos grupos con otros se podrán identificar mejor las estructuras más grandes de un complejo social determinado. Existen antecedentes de este concepto; el más antiguo es quizás el de William James en 1890, aunque hablaba de “nuestro yo social” potencial, que se desarrolla y refuerza interiormente pensando en grupos que funcionan como puntos normativos de referencia.

En el caso de la presente obra de Luis Sandoval, muchos lectores identificarán enseguida el grupo de referencia a que se adhiere el autor, tema este que merece un pequeño comentario más adelante. Al hablar de San Julián el Alto, escribe:

 

Parece que éste fue uno de los pueblos que tomaron más a pecho la de­fensa religiosa en aquella lucha sostenida valientemente por campesinos, gente ruda en disposición heroica de perderlo todo, dejar el hogar, los hijos, morir, con tal de cumplir lo que fue para ellos un deber impostergable de conciencia.[3]

 

El concepto de “grupo de referencia” debería significar e implicar que no se deben hacer suposi­ciones arbitrarias acerca de los grupos que eligen algunos individuos en concreto. ¿Es posible determinar qué clase grupos es probable que se usen como grupos de referencia? Siempre habrá una gran cantidad de empirismo y de preferencias personales del investigador. Cuanto más cerca se halle de los hechos que quiere recordar, más cargado de psicología empírica y personalista pue­de estar el estudioso. Aunque a veces ha ocurrido todo lo contrario, como sucedió con siglos de historia de la civilización helena clásica.

No sé si habría espacio en este breve comentario para hacer mención de una posible Filosofía de la Historia, concepto todavía más difícil de aclarar que el de “grupo de referencia”. Durante una generación, se preguntaban los filósofos: “¿cuál es el sentido o finalidad de la historia? ¿Cuáles son las leyes fundamentales que rigen los cambios históricos?” (Sería el momento de citar a Hegel, Comte, Herder, Vico...Toynbee más tarde). Todos ellos veían la Historia como un Todo, con una marcha unificada. Desde luego todavía hay historiadores que se sitúan en ese contexto.

Más de una persona leería con una sonrisa de conmiseración esta ligerísima alusión a una incor­poración de la guerra cristera a la Historia, con mayúscula, de México y por tanto de la Historia Mundial. Las tragedias humanas que certifican los testigos aducidos por Sandoval Godoy, trasmi­tidas con maestría por el autor del libro, exigen ese lugar. Gerardo Torres Moreno fue testigo y parte de esa guerra; el autor del libro se refiere a él de esta manera: “Pasma en la conversación, sostenida por más de tres horas, la minuciosidad de los incidentes, la precisión de fechas, nombres, de lugares, con que va apoyando su relato”.[4]

Para entender las reacciones, desconcertantes a veces, del hombre de los Altos, puede servir lo que le ocurrió a Victoriano Ramírez, llamado el Catorce, en voz de Gerardo Torres:

 

No, no, sí te hacen... a’i andan muchos integrantes y te pueden perjudicar

-Pos no, resulta que siempre se le pegó a Miguel... y cuando pasaron por San Miguel el Alto se encuentran a Cenobia Casillas que sabía cómo andaba todo el enredo: no vayas Victoriano... que te traen ganas...

 

El héroe tan querido de muchos como odiado de otros no hace caso, y aquella noche lo asesina­ron. Un verdadero héroe trágico, en boca de un testigo, que reconstruye algunos elementos de la guerra. ¿Es posible la objetividad en estos relatos?

Cuando maneja documentos orales, el historiador se enfrenta a hechos que son de carácter sub-histórico, o de historia local. Los acontecimientos más importantes y bien documentados de la política de un país o de una región sólo los menciona de pasada; lo que quiere conocer son los detalles pequeños del pasado, por ejemplo las relaciones de parentesco de figuras históricas os­curas en una sociedad indígena; el movimiento y la ubicación geográfica de determinados linajes en determinadas épocas... Los documentos que maneja son relatos de observadores a me­nudo ingenuos y parciales...[5]

Sandoval Godoy da una importancia enorme a la lengua usada por los cristeros. Ya en la presentación, Ulises Íñiguez Mendoza llama nuestra atención sobre este hecho:

 

Las numerosas entrevistas y conversaciones, grabadas pacientemente por don Luis, han sido objeto de una imprescindible labor de depuración, rescatando a la vez el habla popular —¡cuántas veces nos recuerda el propio autor su permanente asombro ante la riqueza lingüística de estos hombres y mujeres, casi carentes de instrucción formal pero dotados de una inigualable fuerza expresiva!— y otorgán­dole al relato mayor fluidez narrativa.[6]

 

A propósito del relato de Eugenio Hernández, vecino de Teocaltiche, escribe Sandoval Godoy, “la limpidez del lenguaje, ese lenguaje coloquial que habla el pueblo en su trato ordinario y que ahora está siendo reconsiderado en todo su valor, nos cautivó desde el principio”.[7]

Para nuestro autor, las cualidades que admira en ese lenguaje son: sinceridad, llaneza, limpidez, gracia y espontaneidad, conceptos que el autor piensa que son compartidos por todo lector. Son conceptos que desbordan el lenguaje y se extienden a toda la personalidad del sujeto, pero desde luego mantienen bien clara la importancia del lenguaje como mensajero de la verdad.

A finales del siglo xviii surgió un concepto en Alemania que se vincula con lo que acabamos de exponer. Se trata de la Kulturgeschichte, Historia-cultural, que originalmente se debe ocupar de la descripción y el análisis de formas culturales; es decir, que esas “formas” van tejiendo por sí mis­mas su propia historia. Uno de los postulados de esta manera de ocuparse de la cultura es la idea de que, a pesar de las diversas formas de vida y de pensamiento que puede tener una sociedad, posee una unidad esencial, un ethos.[8] Uno de los principales pensadores en esa línea fue Johan Gottfried von Herder. En Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menscheit (1784-1791)[9] atribuía a cada pueblo ciertas peculiaridades psicológicas fundamentales que, mediante la acción de un espíritu característico, producen un conjunto especial de formas culturales. Esta tendencia llegó a su punto culminante, según algunos autores, con la publicación de La época de Constantino el Grande en 1853, y llegó a su plenitud en su obra La cultura del Renacimiento en Italia (1860), que aún sigue siendo citada por lectores muy selectos.

Una versión de esta teoría la encontramos en el libro de Luis Sandoval Godoy. A “las peculiarida­des psicológicas” de una región une el paisaje y sobre todo el lenguaje, como ya hemos indicado. Consigue quizá sus momentos mejores, desde el punto de vista literario. En el capítulo titulado “San Miguel, irradiación del espíritu alteño”[10] escribe:

 

En el horizonte de aquellas lomas escuetas, donde a duras penas se mantienen algunos hierbajos espinosos, en el regazo donde anida San Miguel, se vivieron no hace muchos años episodios de admirable heroicidad...

En la gente de San Miguel se conjugan los valores del alteño: su honradez a toda prueba, su entrega rendida al trabajo, el culto a los valores que ennoblecen, su respeto y amor por la mujer y la familia.

Todo eso y una fe religiosa que se le hincó en la entraña y que nadie podrá quitarle   tan fácilmente.

Y por defenderla dejaron familia y bienes, dejaron la tranquilidad de su vida diaria, montaron su caballo, consiguieron un rifle viejo, y se vinieron por estas lomas de San Miguel el Alto...

 

Tiene este fragmento un acceso directo a la acción: aquellos hombres que montaron su caballo y se fueron por las tierras secas... Se advierte la fuerza literaria que hay en el autor del libro y que le hace crear verdaderos personajes de epopeya, aunque tengan su realidad comprobada, como en el caso de Victoriano Ramírez.

A partir de ese momento el lector puede advertir una inflexión en el texto, que se produce a través de una testigo, la señorita María Macías. Ella hace la presentación de Jovita Valdovinos, quien a su vez da paso a nuevos personajes y nuevos puntos de vista que por fin desembocarán en el presente, cuando la Historia comienza a vivir su autonomía. Veamos este proceso más despacio.

El autor del libro y su acompañante encontraron a la señorita María Macías, de unos 70 años enton­ces, para preguntarle concretamente acerca de sus recuerdos del personaje llamado el Catorce, y la popularidad extraordinaria de que gozó: “Él encarnaba al alteño y por eso llegó a ser tomado como el ideal, como el anhelo secreto de lo que aquellos hombres quisieron hacer y ser...”

Viene a ser el resumen de los recuerdos de la señorita Macías. Su hermana estuvo casada con Victo­riano; fue pues su cuñado. También explicó cómo se encontraron los restos de Victoriano.

Varios años después de terminado aparentemente el conflicto, sus cenizas volvieron a producir llamas. Se decía que el gobierno iba a matar a todos los cristeros, a los que se rindieron y a los que no se rindieron. Ésa fue la causa que movió a Jovita, hija de Teófilo Valdovinos. Casi dos años anduvo levantada en armas. Con una lentitud calculada, un ritmo que parece que quiere aco­modarse a la llegada de los recuerdos a su mente, el escritor trabaja amorosamente la figura de esta destacada cristera y los hombres que menciona en su plática.

El libro se completa al comienzo con lo que vio y no vio Jean Meyer. Es frecuente que muchas personas sientan resquemor y hasta enojo cuando un extranjero trata de explicarnos nuestra propia cultura. Si es necesario hacerlo, debe ser de puntillas. El libro que acabamos de leer del licenciado Luis Sandoval Godoy es un magnífico antídoto contra esa molestia; precisamente es el efecto de sus descripciones y sus reflexiones. Sus comentarios sobre el modo de ser de los alteños, que probablemente no serían tenidos en cuenta por gentes de fuera, tienen un valor histórico, explicativo. Mucho más al estudiar guerras civiles.

Los dos últimos capítulos del libro los sentimos palpitando todavía en nuestra vida, en las personas que conocimos y respetamos. Como decíamos antes, la Historia, con mayúscula, va buscando ya su autonomía cuando salimos casi todos del escenario de los vivos.



[1] Maestro Emérito de la Universidad de Guadalajara, licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas, licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, doctor en Filosofía por la Universidad de Comillas después de cuatro años de posgrado en la Universidad de Deusto en las mismas disciplinas. Profesor, investigador y traductor.

[2] El Boletín agradece al autor su inmediata disposición a redactar este artículo.

[3] Luis Sandoval Godoy, A’i viene la bola: estampas de la guerra cristera, Guadalajara, Procrea, 2018, p.35

[4] Ibid., p.39

[5] Sigo en este punto concreto las ideas de Bernard S. Cohn en la International Encyclopedia of the Social Sciences, Nueva York, The Macmillan Company, 1968. Esta fuente es quizá la más discutida; sin embargo, tuvo un fuerte desarrollo en los procedimientos judiciales en los Estados Unidos relativos a las reclamaciones de tierras por parte de los aborígenes. Siento que es necesario hacer estas anotaciones cuando tenemos en las manos un libro que pone en nuestro conocimiento este tipo de realidades vitales y decisivas por medio de la palabra.

[6] Luis Sandoval Godoy, op. cit., p.13.

[7] Ibid., p. 59.

[8] Palabra del griego clásico ἦθος= ethos: uso, hábito, costumbre...

[9] Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad.

[10] Op. cit., p. 93.



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco