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Apuntes para la historia del beaterio tapatío de Santa Clara

Antonia Vallejo1

 

Una de las necesidades que ampliamente cubrió el episcopado de fray Antonio Alcalde fue la educación femenina. Aquí se cuenta, en el marco del aniversario luctuoso 225 de fray Antonio Alcalde,  el origen y desarrollo de una institución que acabó en 1860 el gobierno juarista cuando convirtió su sede en cuartel y dispuso de sus rentas para gastos de guerra, acabando de ese modo con una institución educativa que durante ocho décadas atendió a unas 300 educandas cada año.2

 

No hace muchos años aún que se conocía con el nombre de “e1 Beaterio viejo” la esquina nororiente de la manzana donde se cruzan las calles de Prisciliano Sánchez y San Cristóbal (hoy Sector Juárez 18 y 26).3 Allí fue, en efecto, el lugar en que a mediados del siglo xviii don Marcos Flores, originario de Michoacán y hermano descubierto de la Tercera Orden de San Francisco, muy conocido después en esta ciudad bajo el título de hermano Marcos de Jesús, intentó y llevó a cabo la fundación de una casa de recogimiento y vida común para niñas pobres con el nombre de beaterio de Santa Clara.     

Careciendo de recursos pecuniarios, logró su objeto en virtud de que el Ayuntamiento le cedió el respectivo solar gratuitamente, y de que el mismo Flores trabajaba en la obra material como albañil, ayudado de tres hermanas suyas que le servían de peones, y es natural suponer que contaría con el concurso de algunas otras piadosas personas, como también con limosnas que le proporcionarían medios de dar fin a su obra. Terminada ésta modestamente y con un pequeño y pobre oratorio en que se decía misa, acaso sin licencia, se recogieron allí trece hermanas, incluso las Flores, y vivían en comunidad distribuyendo su tiempo entre la oración y el trabajo manual con el que se proporcionaban la subsistencia y bajo el mando de una de las hermanas del fundador, a quien habían elegido como prelada y que no fue Ana de la Purificación, como se había creído, sino la madre Francisca de la Purificación. No se conoce el nombre que en el Beaterio llevaba la otra hermana.

Cuenta la tradición que a la venida del señor obispo Alcalde, informándose de todo lo que le concernía, tuvo noticia de la existencia de aquella casa, en la que sin permiso ni requisitos debidos vivían en comunidad y ayudadas por su trabajo cierto número de doncellas pobres, para quienes colectaba limosnas el hermano Marcos; que lo mandó llamar y que le ordenó en el acto disolviera aquella congregación que no se había fundado canónicamente; pero que éste le expuso al señor obispo con tal acopio de buenas y persuasivas razones la necesidad que había de un recogimiento que no fuera colegio ni convento como los que ya existían, sino un beaterio para las jóvenes que, queriendo vivir en clausura por huir los peligros del mundo, no se consideraban capaces de soportar las austeridades de la vida religiosa ni la perpetuidad de sus votos, que consintió en que todo quedara como antes, dejando al hermano Marcos en libertad de seguir sosteniendo la casa como pudiera.

Por el año de 1776, cuando ya había fallecido el fundador y dejado su obra recomendada al señor provisor don José Eusebio de Larragoitia, quien no ha de haber hecho mucho caso de ella puesto que habiendo suplicado a mediados de julio de ese año “al señor Nicolás Chávez que se dedicara a las beatas y recomendando a éstas que se valieran de él como lo hicieron, pues las confesaba en la capilla y les daba limosnas por el torno, sucedió, según se refiere en el Libro de Gobierno de esa congregación, que el 1º de septiembre, yendo el padre Chávez a confesar a la hermana Antonia de Nuestra Señora de Guadalupe, se encontró con el médico Rosillo, quien salía y le dijo: “Bendito sea Dios que veo a usted en esta casa para que se duela de ella”, afirmándole que de hambre más que de enfermedad se morían las beatas, y le rogó que no las desamparase, lo que cumplió eficazmente el padre Chávez organizando mejor la comunidad, que ya entonces contaba con dieciséis beatas y dos hermanas domésticas de velo blanco, de todas las que se conserva lista nominal; acaeciendo por entonces la muerte de la prelada hermana del fundador Marcos. Poco después les proporcionó que lavaran ropa de la Catedral, y era tan eficaz su injerencia ahí que, habiendo renunciado ante el Provisor su encargo para irse a su parroquia4 o curato, y sustituyéndole el padre Salmerón, a los catorce días de haberse separado estuvo a punto de disolverse la comunidad, porque no tenía régimen ni orden, ni elementos de conservación, ni más apoyo moral y material que el que daba el padre Chávez. Éste, compadecido del estado que guardaban las beatas, les propuso el 26 de septiembre de 77 que abrieran escuelas públicas de doctrina cristiana y de todas artes a las veinticinco, que era el número a que habían ascendido entonces, a fin de que pudieran conservarse, a cuya propuesta contestaron que estaban prontas a hacerlo, pero que “no sabían más que leer y escribir (y no todas), coser con un hilar en malacate, tejer en sosopaste y aquellas cosas ordinarias que comúnmente saben las más mujeres”, a lo que el padre les contestó que con voluntad todo se facilitaría, prometiéndoles ayudarles con toda diligencia. En efecto, al día siguiente empezó la obra fabricando el local para las escuelas y reconstruyendo la capilla y los ambulatorios que amenazaban ruina, y se trabajó con tal actividad que el 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís, cuyo hábito azul vestían las hermanas, se abrieron las escuelas gratuitas al público, siendo de suma utilidad puesto que fueron las primeras que hubo de esa clase.

El 22 del mismo mes ingresó al beaterio Gertrudis Macedo, dando a su entrada como doscientos pesos, siendo esta la primera hermana de quien se menciona que hubiera introducido algo, pues de las anteriores a que se hace referencia en el libro citado se dice: “entró fulana sin más ropa que la que traía puesta”, o bien, “hoy entró mengana sin más que lo encapillado”; y a partir de esa fecha se encuentra que algunas entraban sin llevar nada y otras introduciendo cien, doscientos y hasta quinientos pesos, mucha ropa y aun libros de que se tomaba razón; y tan iba prosperando el establecimiento, que ya el día 19 de enero de 78 se abrió un colegio de internas, que se llamó más tarde de Santa Teresa, siendo Atanasia Martínez la primera niña que entró en él; y ha de haber seguido progresando el beaterio de tal manera y sido de tanta utilidad pública, que ya el señor Alcalde no volvió a tratar de extinguirlo, sino que, por el contrario, empezó a impartirle una pequeña protección enviándole desde el día 19 de enero de 80 cada año cien pesos como obsequio a las beatas. La calidad de personas que ingresaban allí, tanto por sus recursos como por su ilustración, hacía que todo fuera tomando mayores creces, y esto determinó al padre Chávez a ir a México el 19 de octubre del mismo año a traer lo necesario para habilitar la sala de labor, sobre lo que refieren las crónicas que volvió en enero de 81 “con varios artes y una memoria bien surtida para la sala de labor, y que procurando siempre que sus protegidas fueran útiles en todos sentidos. Desde el 22 de ese mes comenzaron a lavar la ropa del Santuario. En ese año ya el Colegio había aumentado tanto que se refiere de alguna colegiala que tomó el hábito de aprobanda introduciendo 300 pesos, siendo también considerable el número de las beatas, lo que determinó al señor obispo Alcalde a proponer al padre Chávez que viera el local destinado para casa de cuna (y el cual objeto no había llegado a dársele), a fin de que si le gustaba trasladara allí a las beatas. Todo parecía serles favorable desde que el padre Chávez, tomándolas bajo su decidida protección, había procurado hacerlas de una utilidad notoria, conquistándoles simpatías y con ellas elementos bastantes para su sostenimiento, y tan fue así, que a 13 de febrero de ese año se hizo escritura de la hacienda de la Capacha a favor de la congregación y que el mismo año tomaron el velo otras hermanas introduciendo 200 o 300 pesos, sin que por eso les faltara el auxilio que periódicamente seguía enviándoles como regalo de Pascua el señor Alcalde.

El 24 de enero del año de 83 el señor obispo Reyes, que pasó para su diócesis de Sonora, quiso visitar el beaterio, lo que indica que era ya un establecimiento de cierta importancia, y del que se mostró complacido, como lo quedaron el padre Chávez y las beatas de su visita, puesto que les concedió indulgencias a algunas de las imágenes que tenían; pero no obstante el incremento que había tornado la congregación, de que ya el padre Chávez había aceptado la oferta de la casa de cuna y de que ya se había pedido permiso a España para hacer la traslación proyectada (cuya contestación favorable llegó el 24 de marzo del año siguiente), el régimen interior ha de haber sido muy irregular, pues según el decir de la crónica, no fue hasta el 25 de agosto de ese año de 83 que se empezaron a guardar las constituciones, lo que se hacía ya muy necesario, porque en el curso de los últimos meses habían tornado el velo, negro o blanco, veinticinco aprobandas, y del número total solo habían muerto dos y separándose otras dos. Desde esa fecha seguramente dató la cifra máxima a que llegó después la comunidad, que fue la de cuarenta beatas o hermanas maestras y de diez la de legas o domésticas; refiriéndose en el año de 84 que la hermana Micaela de Espino y Elizondo introdujo quinientos pesos y ofreció dar una cantidad anual para su manutención por tener cincuenta años de edad, pues la suma señalada como dote era de trescientos pesos, habiendo sólo diez lugares de merced según se practicó posteriormente.

Decretado ya el cambio de la comunidad a la casa de cuna, convenientemente preparada para recibirla, se escribió la escritura de donación y se le dio lectura en presencia de las beatas, las que, cuando volvió el escribano don Blas Silva para que la firmaran, se negaron a firmarla en atención a que había en ellas cláusulas que les eran onerosas y contrarias a su Constitución y a lo que mandaba el Rey, pues la casa, dice la crónica, “está fundada con los fines de crianza y enseñanza de toda clase de niñas, así pobres como ricas, nobles y plebeyas, como hasta hoy se han recibido más de 800 con toda caridad, enseñándoles en primer lugar la doctrina cristiana y todo lo que sabemos, y hemos experimentado que las más no saben ni persignarse… y esto sin estipendio ninguno, sólo por el bien público”. Y refieren las crónicas que el 24 de julio volvió el escribano Silva acompañado de otro y del padre Chávez, quien fue de parecer que no firmaran la escritura hasta hacer un ocurso al señor obispo suplicándole que la modificaran; que se retiraron Silva y su compañero, que tras ellos se fue el padre a ver al señor Alcalde, quien no quiso oír las razones que exponía y que dijo que ya no daba la casa ofrecida; pero que cediendo a otra nueva instancia del padre Chávez, convino por fin en darla, y añade la crónica:

 

el 27 de julio como a las 9 del día oímos ruido de coches y se nos fueron apareciendo, sin el menor aviso ni el más mínimo recado, el padre prebendado y el excelentísimo don Blas de Silva a llevar ocho hermanas a presencia de Su Ilustrísima, para que fuéramos a contestar allá, y quería hablarnos sin nuestro padre fundador, y de vernos tan asustadas y confusas nos dijeron que nos llevaban a ver la casa si nos gustaba. Todas estas cosas nos hacían estar más temerosas, pues estaba la calle llena de coches y gente (según nos decían los que estaban en la reja) y que decían afuera unos que nos llevaban a depositar, otros que íbamos presas por inobedientes, otros que nos querían dividir en tres o cuatro escuelas, en fin, nos llenaron de confusión y susto, todas sin saber qué hacer, que a no haberse hallado allí nuestro padre fundador, no sé qué hubiera sido de nosotras.

 

Ya había dicho el padre prebendado, confesor del señor Alcalde, “que a las niñas de honor las llevaran a Santa María de Gracia o San Diego, que ésa no era congregación ni lo podía ser; que las de aquí se enseñarían a lavar, guisar e hilar; después les dijo que no querían que rezaran en latín y que con sólo el rosario y un cuarto de hora de oración tendrían, y después al trabajo”; pero el padre fundador se arrojó a los pies del padre Alonso y lo conmovió, le enseñó las escuelas públicas, el colegio con las colegialas, los lavaderos, etcétera, un telar y dos tornos, uno de hilar plata y otro seda, porque cinco grandes y seis chicos estaban con los demás artes preparados para cambiarse; cerca de las 12 se retiraron los señores con el padre Chávez, quien no logró ver a Su Ilustrísima y le dejó recado.

Así las cosas, el 11 de agosto a las cuatro de la tarde se presentaron en la casa del padre Chávez los canónigos Flores, Gutiérrez y Fuentes, acompañados de un notario, a comunicarle auto de que se retirara de las beatas sin avisárselo; él alegó, entre otras razones en contrario, que había enfermas graves y tenía negocios importantes con ellas, y después de una larga conferencia convinieron en que se haría escritura modificando lo anterior, y que volverían otro día a llevarle a que le pidiera perdón al señor obispo, lo que tuvo lugar diez días después, en que encontrándole muy contento y habiendo este señor perdonádole, se acordó que al día siguiente fueran algunas de las madres a la casa de cuna a acomodar los trastos a donde habían de quedar, lo que se hizo durante tres días, yendo seis hermanas diariamente en forlones. La escritura, motivo de tantos y de tan serios disgustos para el padre Chávez, había sido firmada por éste y por las beatas desde el día 23 del mes en curso.

El día 25 de agosto de 84 se bendijo solemnemente el nuevo beaterio que tantas mortificaciones había costado al padre Chávez, siendo la mayor la de haber incurrido en el desagrado del señor obispo, hasta el extremo de haberle ordenado que se retirara al convento del Carmen, al de San Francisco o fuera de la ciudad, lo que no llego a suceder. Aquella comunidad que había estado a punto de extinguirse y que había logrado a fuerza de consagrarle una protección decidida no sólo conservarla, sino acrecentarla y mejorarla, así en el orden moral o intelectual como en el material, proporcionándole gracias a la munificencia y protección del señor Alcalde, quien se la acordó al palpar lo útil que era a la parte débil y menesterosa de la ciudad, habitación amplia, provista de todo lo necesario y de un pequeño templo abierto al público, con un departamento competente para el colegio, que ya contaba 44 alumnas, con salones espaciosos y ventilados, que dando a la calle facilitaban la entrada a las niñas que concurrían a las escuelas, y en fin, con todo lo que podía desearse para un establecimiento de esa naturaleza.

El 26 de agosto (y no el 16 como equivocadamente dijo la Gaceta de México) se hizo la traslación de las hermanas al beaterio nuevo con la mayor solemnidad. Fueron por ellas los tres canónigos mencionados antes y el provisor. Iban en coches, primero, las hermanas domésticas, luego las colegialas y en seguida las beatas por orden de antigüedad, yendo atrás las más antiguas y la prelada con la regenta doña Luisa Báez. Custodiaban los coches los dragones, espada en mano, y asistieron el regente Sánchez Pareja con todos los oidores, las comunidades religiosas, muchas personas de las más distinguidas de la ciudad y multitud del pueblo. La comitiva se puso en marcha a las cinco de la tarde, y empezando a repicar en el Carmen, siguieron en las demás iglesias hasta llegar frente al Santuario, en donde bajando de los coches todas las hermanas y colegialas, se formaron procesionalmente y, entrando a este templo, hicieron oración y se cantó la Salve por los cantores de la Catedral. A las seis y media tomaron posesión de su nueva casa.

Desde ese día dio el señor Alcalde a la comunidad el nombre de congregación de Maestras de la Caridad y Enseñanza de la Visitación de Nuestra Señora de Guadalupe, trocando en negro el color azul del hábito que vestía. Después revisó el señor obispo las constituciones de las beatas autorizándolas para que las siguieran, indicando en todo que estaba contento con la comunidad a quien ya había visitado y dándole amables consejos, lo mismo que su bendición al retirarse.

El 6 de septiembre tuvo lugar la apertura de las escuelas, a las que concurrieron de pronto trescientas niñas, pasando de cuatrocientas poco tiempo después. Esto se explica, a pesar de lo lejos que estaban situadas las escuelas, con ser las únicas de esa clase que existían en la ciudad; y por eso tal vez cuando aún estaban las beatas en su otra casa, mandó la Audiencia informarse qué número de piezas necesitaban, a fin de procurarles un lugar más céntrico. En efecto, con fecha 21 de noviembre el fiscal Maldonado propuso en un escrito al señor Alcalde el local de la Compañía para que las trasladara, al que contestó Su Ilustrísima el 1º de diciembre diciendo que no quería que se cambiaran de donde estaba (la casa de cuna) porque le tenía mucho amor a ese barrio, el que deseaba que se poblara por interés de las escuelas; pero que si las beatas consentían en mudarse podían hacerlo, mas sin contar con las rentas que les había señalado. Estos trabajos de la Audiencia volvieron a acarrear nuevos disgustos al padre Chávez, pues aunque le aseguró al señor obispo que no tomaba parte en tales pretensiones, no por eso dejó de experimentar nuevas muestras de su desagrado.

En ese mismo mes de diciembre murió una hermana de las fundadoras, del tiempo del hermano Marcos, siendo la primera que se enterró en el Santuario después de haber llevado el cadáver al coro de la capilla, en donde el padre presentado cantó la misa, y por eso, dice la crónica, “no se le mandaron sino hasta el 28 las Pascuas al obispo con unas calcetas de algodón y un pañito hechos en casa”.

El establecimiento seguía mejorando en todo, ya en lo material con obras de albañilería, ya en cuanto al culto poniendo a la veneración pública en la capilla una imagen del Sagrado Corazón de Jesús,5 a la que se le cantaba una misa los viernes primeros de mes; ya perfeccionándose las hermanas cada día más en las labores de mano en que siempre sobresalieron, como lo demuestra un ornamento6 que le hicieron al señor Alcalde, quien costeó su valor, y que consistía en casulla, dalmáticas y paño de atril, que se estrenó en el Corpus del Santuario del año de 80, y con la cual obra quedó tan complacido que mandó mil pesos para que le hicieran capa, paño de púlpito y almaizar a fin de completarlo; pero en lo que más se hicieron admirar las beatas fue en los servicios que empezaron a prestar desde la entrada del año de 85, en que habiéndose desarrollado una epidemia de sarampión, que invadió también la casa, no obstante las muchas enfermas que había en ella, no desatendieron las obligaciones que tenían contraídas con el público, pues seguían asistiendo a la escuela y atendiendo a las niñas con tal caridad que un día que llovió, detuvieron a comer a más de treinta que estaban convalecientes de sarampión. Así pasó ese año, y ya en febrero de 86, cuando la miseria, precursora del hambre, se hacía sentir con todo su rigor, empezaron a darles de desayunar y de comer a las niñas más pobres, que fueron en número de ochenta, noventa y a veces más de cien. Ya en marzo la fiebre empezó a hacer allí sus estragos, aunque dice la crónica que “las más sanaron con vomitorios y sangrías”, pues de la hermana Gertrudis Portillo de Señor San José, que murió el 15 de abril y que se enterró en uno de los sepulcros que en el Santuario había concedido el señor Alcalde para la congregación, no se expresa que fuera víctima de la epidemia, cuando la crónica hablando de ella sólo dice:

 

esta hermana es la del cangro en el pecho, a quien operaron don José Arellano, don Ruperto, don Juan González y don José Pamplona, que fue el que hizo la operación de cortarle el pecho: ella no se quejó, la hicieron en una silla y estaba con los pies colgando; después se le cambió el cáncer al pecho que le quedaba y se le abrieron fuentes. El médico que primero la curaba era don Fernando Bonilla, doctor. Se le estuvieron dando por más de quince días lagartijos crudos y ranas.

 

Compadecido el padre Chávez de la situación de los pobres, que se morían de la peste y del hambre, habló con el padre mayordomo José Antonio Moreno, con el señor provisor y con el señor cura del Santuario, Juan de los Ríos, y a éstos, lo mismo que a otros señores que encontró en la casa del último, les encareció la necesidad de poner una cocina en donde dar de comer a los pobres, para lo que él desde luego ofreció facilitar cien pesos aunque tuviera que vender sus libros. Esa idea fue acogida; mas luego surgió la dificultad de que no habría una sola persona segura y capaz que quisiera encargarse de su ejecución; pero el padre Chávez ofreció que las beatas tomarían por su cuenta ese trabajo, e inmediatamente se reunió entre las personas presentes y otras más la cantidad de mil trescientos cincuenta y cuatro pesos dos reales, de los que doscientos fueron dados por el iniciador, con lo que desde luego se abrió la proyectada cocina, y dice la crónica:

 

Cuando se les empezó a dar de comer especialmente a los chicos, se desmayaban; fue menester que los metiéramos adentro y estar dándoles poco a poco caldo y chocolate o vino de Parras todo líquido y cada ratito. Se llenaron dos salas de las escuelas de aquellos más imposibilitados (en especial los chicos) y se pusieron dos madres para que los asistieran hasta que se recuperaran, y a todos los demás se les daba por nuestra mano en los corredores de desayunar, de comer y a las cinco de la tarde su pan y su atole, y a los grandes se les repartía en las casas de enfrente, asistiendo nuestro padre.

 

Esto continuó por más de dos meses, hasta que agotados los recursos se dejó de dar de comer a los pobres el 29 de junio; pero viendo el padre Chávez que la epidemia continuaba como al principio y que el hambre seguía, se propuso hacer un esfuerzo supremo para seguir socorriendo a los pobres, y aunque entre el regente, los oidores, fiscal, etcétera, estaban sosteniendo un hospicio, habló con todos y logró convencer al regente de la necesidad que había de que se establecieran cuatro cocinas públicas, como en efecto sucedió, volviéndose a dar de comer a los pobres el día 29 de julio en la de la congregación, para la que daba el señor obispo quinientos pesos mensuales y quinientos se repartían en las otras tres.

Todas las personas que podían ayudaban a esta obra de caridad a medida de sus fuerzas, y así se refiere que “El señor Quintana dio una peña de plata para ayuda de la comida de los pobres”, y que “el señor Maldonado volvió a dar más de mil pesos”.

            Y continúa la crónica:

 

Porque ya no nos querían vender más de dos fanegas de maíz y no nos alcanzaba, pues sólo de atole era una fanega; afligido nuestro padre, discurrió ver cómo les haría mantenimiento del zacate y de la hoja del maíz, lo que pusimos por obra cogiendo del zacate y picándolo con un machete, lo echamos en una olla y le echamos tal como si fuera nixtamal y luego se enjuaga muy bien y se muele en un metate, y colado como atole se deja asentar y de lo más espeso se pone a cocer como atole, y así se quieren hacer tamales o tortillas, se deja espesar como punto de cajeta algo más, y se le revuelve otro tanto de nixtamal y se hacen muy bonitas tortillas y tamales, que para dárselos a los pobres primero los comimos nosotros, y se les daban a ellos, y atole, y se lo bebían muy bien; lo mismo se hace con la hoja del maíz. También se pusieron a cocer 6 libras de paja molida y colada, sale un atole muy espeso, y éste dejándolo pasar, se revuelve con otro tanto de nixtamal y se hacen tortillas no de muy mal gusto.

 

La fiebre, que seguía haciendo estragos, atacó en el mes de septiembre al padre Chávez (sustituyéndole en el beaterio el señor cura Ríos), lo mismo que atacó a muchas de las madres y colegialas, al extremo de que el día 22 de octubre, fue preciso que se cambiara la cocina, porque las pocas sanas que había ya no podían seguir al frente de ella, no obstante que entraban más de treinta mujeres a moler y hacer la comida, y todavía en enero de 87 no había maestras suficientes para las escuelas.

 

***

El 18 de agosto del año de 87, encontrándose gravemente enfermo el padre Chávez de una enfermedad crónica que padecía, y que hay datos para creer que haya sido una afección cardiaca, habiendo ya recibido los últimos sacramentos, las beatas tomaron empeño en que se sacara un retrato de aquel virtuoso sacerdote, a quien con razón llamaban su fundador, porque él era el continuador de la obra del hermano Marcos, y a quien debían no solamente la existencia de la congregación, sino también la altura a que en todas líneas había llegado. Aunque el padre no dio su consentimiento para que se le retratara, y que por el contrario trataba de ocultar el rostro, se logró por fin sacar un retrato que aún existe. Y se refiere que un religioso franciscano que lo auxiliaba espiritualmente le instaba a que hiciera testamento y que expresara a quién le dejaba recomendadas las beatas, a lo que contestó que “a Nuestro Señor Jesucristo”, y como le repitiera esta pregunta dos veces más, y contestara de la misma manera, le objetó que si no se las encargaba al señor obispo, a lo que el padre contestó al cabo afirmativamente. Después de esto, expiró el día 20 a las 11. Este señor había nacido en Teocaltiche el día 6 de septiembre del año de 40, “de padres nobles y de mucha caridad”, virtud que heredó en alto grado, como se ha visto en todo lo que hizo por las beatas durante once años y por los pobres en el de 86, puesto que a él se debió el establecimiento de las cocinas publicas que tanto aliviaron su necesidad, costando al padre toda suerte de sacrificios que tuvieron por galardón aquí el agradecimiento de sus contemporáneos, pero no el de la posteridad, puesto que su nombre ha permanecido olvidado o desconocido más de un siglo. Dios llamó a su seno al padre Chávez cuando su obra estaba ya consolidada, puesto que ya el señor Alcalde le había dado fondos suficientes para su sostenimiento (40 000 pesos) y le siguió dispensando su favor, siendo objeto también de estimación para todas las personas distinguidas de la ciudad y aun de los regentes, pues se refiere que en enero de 88 fue don Antonio Villa Urrutia a visitar el beaterio acompañado de varias señoras, entre las que se encontraban sus niñas Gertrudis y Regina, y de su hijo don Cirilo, sacerdote, quien dos veces estuvo a decir misa en la capilla.

Y así como se hizo notable la congregación en muchas cosas de utilidad pública, lo fue también en la práctica de su regla y de sus virtudes privadas, en que sobresalieron algunas de sus hermanas que en el asiento de su muerte tienen la nota de “fue observantísima de la regla, humildísima”, “obediente, caritativa, benigna con las enfermas y dulce con sus súbditas”; o bien: “virtuosa en grado heroico”, etcétera, y aun se asienta un suceso portentoso que merece la pena de ser referido casi textualmente:

 

E1 día 24 de julio de 86, dice la crónica, falleció la hermana María Rita de la Natividad Arellano, hija de don José y de doña Mariana Ochoa, vecinos de Durango. Entró el año de 79; tenía 28 años; fue ayudante de secretaria y vicaria de coro; maestra de escuelas públicas; prefecta de domésticas; fue ejemplar en todo, probablemente en la humillad; nunca habló mal de nadie y fue muy festiva. La enfermera, después de muerta esta hermana, notó que tenía una cruz, a modo de Jesús, pintada en el pecho, y en la cabeza tres clavos. Se le avisó al padre director y a su padre el médico Arellano, y éste hizo que le lavaran las impresiones por ver si se le borraban; pero antes se vio mas perfecta la cruz y los clavos que fingían como una flor de tres hojas; la comunidad y las niñas todas la vieron.

 

Como este colegio siguió sobresaliendo en algunas de sus artes, fue muy favorecido por familias distinguidas que ponían allí a sus hijas, y como inspiraba entera confianza en todas líneas, en el mes de noviembre del año de 10 un señor español apellidado García, temiendo la entrada de las tropas insurgentes a esta ciudad, quiso poner a salvo su persona, familia e intereses, y al efecto reunió sus fondos, puso a sus dos hijas jóvenes en el beaterio, pagando su colegiatura por dos años y huyó. Pasó este tiempo y otro mayor sin que se recibieran noticias de é1, y sus hijas, que no tenían más familia ni personas que se interesaran por ellas, se quedaron allí ocupando lugares de merced. Una murió algunos años después y otra, ya anciana, fue más tarde muy conocida en esta ciudad como “la niña García”, porque una señora caritativa,7 sabedora de su triste situación, la sacaba cada año a vacaciones, y la primera vez que salió era tan inocente que volvió a su colegio contando con horror que afuera había tal miseria que muchos pobres que no tenían casas dormían de día acostados en las banquetas de las calles, y eran los ebrios que estaban tirados a quienes aún no recogía la policía.8

El beaterio siguió prestando importantísimos servicios durante muchos años, hasta que leyes demasiado liberales vinieron a ponerle fin, coartando en nombre de la libertad la libertad individual, una libertad cuyo ejercicio en nada perjudicaba los derechos ajenos; y hoy en nuestro país, las jóvenes que tienen vocación para la vida religiosa o de comunidad en cualquiera de sus instituciones, necesitan salir de él9 e ir a buscar en extranjera tierra un abrigo que no se les niega, pero en donde generalmente son malqueridas, dedicándolas a los quehaceres más pesados de la comunidad, sufriendo allí no solamente la nostalgia de la patria, de la familia y del idioma, sino hasta la diferencia de clima, costumbres, alimentos, etcétera, pues según la elocuente o gráfica expresión de una señorita experimentada, “allí hasta la virtud es diferente y se ama y se sirve a Dios de distinta manera que aquí”.

Los conventos antiguamente eran un gran recurso para la mujer que no quería o no podía casarse, aun cuando hubiera elementos para vivir, porque la vida social tenía entonces grandes dificultades para una señora sola, y eran el puerto único de salvación para las jóvenes desheredadas de la fortuna, que en las mismas circunstancias de celibato carecían de un arbitrio intelectual o manual que les proporcionara medios para vivir honestamente; hoy las mujeres que están en este caso no tienen más camino que seguir… ¡desgraciadas!

Para concluir, conviene hacer saber que hace apenas unos cuatro años que las beatas, no obstante estar pobres, enfermas y ancianas en su mayor parte, todavía tenían una escuela en la que enseñaban lo mismo que antes y también “sin estipendio ninguno y sólo por el bien público”, pero ya las niñas no tomaban parte en aquella famosa fiesta anual de la coronación, que consistía en premiar a la niña más adelantada de otra niña que elegía por madrina, yendo muy bien ataviadas las dos. Allí las esperaba otra madrina elegida por las maestras de entre las colegialas, quien ponía a la premiada una corona de rosas de Castilla y la paseaba por la huerta10 y todo el edificio, haciéndole a la despedida algún pequeño obsequio consistente por lo general en jarritos olorosos compuestos con flores de seda peinada y algunos dulces y rosquetes.

Hoy no existen ya más que siete u ocho beatas separadas en algunos grupos y habiendo fallecido una hace pocos meses en la enfermería guadalupana, pues por una extraña coincidencia, en el fin de esta congregación puede casi decirse lo que en el principio de ella afirmaba su médico Rosillo, que “más que de enfermedad, se mueren de hambre”, ¡de hambre ellas a quienes el santo obispo Alcalde dio tantos millares de pesos!

El local que habitaron parece que está aún custodiado por su fundador, puesto que en él se encuentra un establecimiento de caridad o si se quiere, de filantropía: el Hospital Militar.11

 



1 La jalisciense Antonia Vallejo y Ruiz Pujadas (1842-1940) fue una de las primeras mujeres que se dedicaron al periodismo en México. Ya en 1860 publicaba en Guadajalara, Zacatecas, Tepic y Colima bajo los seudónimos Sylvia, Rosa del Campo, Aquiles, Alcibiades y anagrama Ana Jovita Noell. En 1933 se le otorgó el título de “decana del periodismo feminista nacional”. Tres años después, Ignacio Dávila Garibi escribió la monografía Ana Jovita Noell: estudio biográfico (México, imprenta de Emilio Pardo e hijos, 1936, 54 pp.).

2 La primera edición de este texto, bajo el título Apuntes para la historia del beaterio, se publicó en 1892. La segunda, anotada, es el que aquí se divulga, fue impreso en Guadalajara, con licencia eclesiástica, en 1922, por la Tipografía Renacimiento.

3 Hay razones para suponer que la entrada estaba por la primera de estas calles [la calle de San Cristóbal hoy se llama 8 de Julio. NdelE].

4 No se sabe de dónde era cura.

 

5 En un libro del Sagrado Corazón de Jesús, perteneciente a una niña, vieron las beatas que estaba profetizado hacía cuatro siglos que en su congregación debía permanecer y extenderse la devoción del Corazón de Jesús y por eso determinaron ponerlo en la capilla.

6 Este ornamento figuró en la exposición de objetos del uso del señor Alcalde que tuvo lugar en esta ciudad en agosto de 1892, con motivo del centenario de la muerte de dicho prelado, habiéndose acreditado ser obra de mano por examen y juicio pericial de las señoritas profesoras de costura doña Dolores de la Torre y Dolores Gutiérrez, calzado con su firma. Se hizo necesaria esta diligencia porque la perfección de la obra hacía que algunas personas pusieran en duda la procedencia de ella. La señorita de la Torre fue alumna de la escuela del beaterio y decía haber trabajado allí en varias labores similares a ésa.

7 Señorita doña Atanasia de la Rosa, hermana quo fue del señor canónigo del mismo apellido. Habitaba la casa P. S. de  las calles de Liceo e Independencia.

8 Siendo yo pequeña conocí a la niña García, ancianita y muy sorda, y al preguntarle si quería ser monja o casada, contestaba con la mayor sencillez: “si Dios quiere que sea yo monja, seré monja, y si quiere que sea casada, me casaré”, lo que causaba la hilaridad de quien la interrogaba.

9 Estos apuntes fueron escritos el año de 1892.

10 Ésta cerraba la calle del Seminario, que después se llamó del Liceo.

11 Oficio que conservó hasta que, demolido el edificio, el inmueble lo ocupó una construcción modernista identificada como Palacio Federal (N. del E.).



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