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Sermón guadalupano pronunciado ante los obispos de América

reunidos en Roma por vez primera en la historia

 

Atenógenes Silva y Álverez Tostado1

 

Las expectativas del Episcopado de la América española, congregado en 1899 en la Ciudad Eterna a instancias del Papa León xiii para actualizar sus criterios pastorales al filo de un nuevo siglo, las condensa uno de los oradores más brillantes de su tiempo, tapatío, salido del clero de Guadalajara y a la sazón obispo de Colima, nada menos que en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.2

 

Surge, illuminare Jerusalem: quia venit

lumen tuum, et gloria Dominí super te orta

est.... et ambulabunt gentes in lumine tuo.

Isaías, 603

 

Aquí... lejos de la Patria muy amada, pero en la esclarecida capital del mundo católico, centro de unidad, foco indeficiente de verdad, fuente de vida; aquí, muy cerca de la obra indestructible de Dios, el Pontificado; junto al monumento de gloria que deposita, circuido de amor y de respeto, los cuerpos de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo; en esta ciudad de las siete colinas impregnadas de Religión, de Arte y de Historia; a unos pasos de la Cátedra infalible; en el mismo medio ambiente que envuelve a ese soberano de la inteligencia, del corazón y de la estética que se llama León xiii; aquí... vamos a contemplar algo grande de la Patria.

            Ese cuadro que tenemos a la vista es una copia de la realidad y del símbolo más sagrado, más querido y más respetable de los mexicanos. Esta pintura que representa a la Santísima Virgen de Guadalupe tiene la gran respetabilidad de que se haya realizado por medio de ella esplendente milagro, plenamente demostrado y sancionado con la aprobación de la autoridad eclesiástica. Permitidme que, aunque sea rápidamente, os recuerde que hace ciento tres años y en este mismo templo, en 1796, desde el 15 hasta el 31 de julio, se efectuó diariamente, a la vista de innumerables testigos, el prodigio de que esta Santa Imagen abría frecuentemente los ojos, dirigiendo miradas de misericordia maternal a la multitud que, entusiasta y respetuosa, exclamaba: ¡Madre!, ¡Madre!

Ahora los mexicanos que, obedeciendo al mandato del Sumo Pontífice, hemos venido a Roma con motivo del Concilio Plenario Latinoamericano, nos hemos congregado en este templo para ofrecer cultos de respeto y de amor filial a la Santa Imagen que nos recuerda la patria con sus grandezas y sus glorias; que nos recuerda el árbol bajo cuya sombra se deslizaron los felices días de nuestra infancia, y los monumentos en que duermen los restos de nuestros mayores... nos recuerda el dulcísimo amor de la Virgen Madre que, misericordiosa, con sus caricias ha llenado de consuelos a nuestros corazones; y nuestra historia, nuestros santos, nuestros héroes, nuestros sabios, nuestros artistas. ¡Oh Patria, qué hermosa eres! ¡Oh, Virgen Inmaculada aparecida en México como verdad, luz y belleza soberana, bendita seas!

Al tener que interpretar, señores, en esta solemnidad las ideas y los sentimientos de mis compatriotas y demás apreciables devotos de Santa María de Guadalupe, he elegido el enunciado texto bíblico por creerlo en armonía con el pensamiento que voy a desenvolver. Jerusalén significa en sentido literal la ciudad de Palestina regada con la Sangre preciosa de Jesucristo; en sentido figurado simboliza, entre otras ideas, la Iglesia triunfante y militante, según este pensamiento apocalíptico: “vidi civitatem sanctam Jerusalem, descendentem de coelo” (21, 2). En esta última significación se aplica el pensamiento bíblico a cada una de las porciones de la Cristiandad en los hechos culminantes de la vida religiosa. Así lo interpreto con relación a mi patria.

La luz por excelencia para México es la verdadera religión enseñada por Santa María de Guadalupe, apóstol principal de la civilización de México; esa luz simboliza también la acción del pontificado en lo relativo al supernaturalismo guadalupano. La gloria del Señor representa las grandezas religioso-nacionales que brotan de la hermosa colina del Tepeyácatl.

Al explicar el precitado texto bíblico, procuraré desarrollar el siguiente pensamiento: el supernaturalismo guadalupano sintetiza dos grandes ideales que constituyen la ley y la filosofía de la historia de México; estos dos grandes ideales son: que la Santísima Virgen María envía el pueblo mexicano a los pontífices, y el pontificado, a su vez, envía nuestra nación a Santa María de Guadalupe.

¡Oh, Madre dulcísima! Nuestros corazones cristianos y mexicanos gozan de verte venerada, bendecida y aclamada en la Ciudad Eterna, y grande satisfacción es para nosotros proclamar tus glorias a la faz del mundo. Reina y Madre nuestra, te suplicamos nos obtengas la luz del Divino Espíritu. Ave María.

 

Surge illuminare, Jerusalem…

 

La Providencia Divina ha dispuesto que la Virgen Santísima, como corredentora de la humanidad, como Reina de la gracia, Madre de misericordia y omnipotencia suplicante, intervenga en la evangelización de los pueblos y en la salvación de las almas. Esta ley del plan divino se impone con claridad meridiana en el cuadro grandioso del Calvario, en que se destaca la figura de María como Madre del género humano. La misma ley se descubre, avasalladora, el día de Pentecostés, entre las bellezas del cenáculo. La misma verdad esplende en el desarrollo histórico de los pueblos, ya sea que se contemple la hermosa columna de Zaragoza, ya el templo de Santa María la Mayor en Roma, ya las amorosas advocaciones de la Virgen del Monte Carmelo, de la Reina de las Mercedes, de Nuestra Señora de los Ángeles, y en los tiempos modernos, ese grandioso sobrenaturalismo que refleja las magnificencias y las misericordias divinas en Lourdes, piscina sublime del siglo xix.

La aparición de la Inmaculada y Purísima Virgen María en el Tepeyácatl es la vocación del pueblo mexicano a la creencia, a la civilización y a la gloria: todos los acontecimientos que emanan de aquella célebre colina y que convergen a ella constituyen el supernaturalismo guadalupano.

¿Cuál es, señores, la génesis de este sublime sobrenaturalismo? Contemplad el Tepeyácatl del 9 al 12 de diciembre del año de 1531 y veréis allí semejanzas notables con las grandezas del Sinaí y las bellezas del Tabor. Mirad la nube esplendente y hermosa, y las flores prodigiosas (por las circunstancias) y la imagen santísima de nuestra Madre. Escuchad los himnos angélicos y la armonía soberana de la voz de María. Esa voz dulcísima de la Reina del universo, con acentos de incomparable ternura y amor, dice en el idioma mexicano al afortunado neófito Juan Diego:

 

Sábete, hijo mío muy amado... que soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, y que es mi voluntad se me labre en este lugar un templo, donde como Madre piadosa escucharé y atenderé tus súplicas y las de todos los que me invocaren... irás con el Señor Obispo para decirle ésta mi voluntad…

 

El prelado de México pide, como era debido, la prueba del milagro, y entonces aparece la Santa Imagen pintada por acción sobrenatural, imagen hermosa que se conserva como el tesoro más valioso de la patria.

¿Está probada la verdad de este acontecimiento milagroso? Sí, señores; tiene la prueba de la autoridad (en el orden que corresponde a estos sucesos) la demostración del criterio filosófico, del criterio histórico tradicional, del criterio artístico, del sentimiento nacional, de los monumentos; tiene la confirmación de los favores y milagros que el cielo ha concedido por medio de la Virgen de Guadalupe como aparecida, y por último la de la desdicha que ha venido sobre los enemigos de la aparición. La prueba de la autoridad se impone de una manera irresistible: efectivamente, señores, tenemos la aprobación explícita del Señor Benedicto xiii, del Señor Benedicto xiv y de Su Santidad León xiii, felizmente reinante, pontífices acreedores a la gratitud y alabanza especial de los mexicanos; tenemos la aprobación implícita de doce Sumos Pontífices que después nombraré, y tenemos, por fin, la aprobación del Episcopado Mexicano durante tres siglos y medio.

El criterio filosófico demuestra que el hecho guadalupano no se quiso inventar, y que aunque se hubiera querido, no se habría podido. El criterio filosófico nos dice que si alguna imagen de la Virgen hubiera alcanzado por ley ordinaria influencia universal, no sería la imagen de Guadalupe, sino alguna de las que acompañaban a los misioneros. El criterio filosófico nos dice que la nación española se habría opuesto al no ver el sello de lo sobrenatural en estos acontecimientos, en lugar de fomentar el culto Guadalupano. El criterio filosófico nos dice que la Compañía de Jesús, que tiene tantos sabios como hijos, propagó la devoción guadalupana en Europa. El criterio histórico-tradicional nos habla de la información jurídica de 1666 de innúmeros testigos contemporáneos a los videntes, y de otras muchas pruebas. El criterio artístico nos dice que en esa época no había en México ni la ciencia, ni el arte, ni el pintor para producir esa obra magnífica. El sentimiento nacional nos dice que las grandezas y las glorias de México están allí. El desprestigio y la desdicha que ha venido sobre los enemigos del supernaturalismo es una nueva confirmación de tal verdad. Y todos los criterios juntos proclaman con ineludible lógica y avasalladora certidumbre este argumento: Dios nunca permite que el error, el vicio y la superstición sean órganos o medios del milagro; es así que la Santísima Virgen de Guadalupe, como aparecida, ha hecho milagros plenamente probados y legalizados por la autoridad de la Iglesia: luego el supernaturalismo guadalupano no es error, ni vicio, ni superstición: luego es verdad. Basta, señores; para mí, este argumento es concluyente.

Pues bien, señores: la historia es el desarrollo del plan divino en el espacio, en el tiempo y en sus relaciones con la libertad humana. Los principios fundamentales de la filosofía de la historia son la existencia de la Providencia, del orden sobrenatural y del de la gracia. La existencia de las causas finales, la existencia de la libertad creada y el triste poder de abusar de ella. El desenvolvimiento de las naciones se sujeta a esta ley y a estos principios. México debe buscar su ley histórica y sus principios, y es evidente que los encuentra en el supernaturalismo guadalupano. Contemplad cómo la Virgen Santísima da al pueblo la misión de ir al Pontificado. En primer lugar envía a la creencia en la verdadera religión: “Soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios”; nos lleva a Jesucristo, cabeza principal de la Iglesia, fundador del pontificado con sus magnas prerrogativas, su primado y la infalibilidad; envía al pueblo al verdadero culto: “es mi voluntad que se me fabrique un templo en el que escucharé vuestras súplicas”, mas los Pontífices son los reguladores del culto divino. Envía a la autoridad eclesiástica: “irás con el Señor Obispo”. Envía asimismo, cuando por medio del Episcopado Mexicano inspira la idea de pedir el patronato, de obtener el oficio eclesiástico, de pedir la solemne coronación pontificia. Ha enviado el pueblo a los Pontífices conservando en tres y medio siglos, a pesar de terribles tempestades, las santas creencias incólumes y la unión con la Santa Sede: “Venit lumen tuum”.

Los Sumos Pontífices envían el pueblo mexicano a Santa María de Guadalupe aprobando el supernaturalismo guadalupano implícitamente los Sumos Pontífices Señores Inocencio x, Alejandro vii, Clemente ix, Clemente x, Inocencio xi, Inocencio xii y León xii; los dos últimos aprobaron en forma solemne y bendijeron la Congregación Guadalupana de la ciudad de Querétaro. Clemente xii, Inocencio xiii, Clemente xiii, Pío vi, Pío vii y Gregorio xvi.

Explícitamente, el señor Benedicto xiii, y el inmortal Benedicto xiv, que, además de haber compuesto personalmente la oración del Oficio Guadalupano, aplicó lleno de entusiasmo al supernaturalismo guadalupano este grafico pensamiento del libro de los Salmos: “Non fecit taliter omni nationi (Ps.141); pensamiento grandioso, fórmula magnífica de las glorias de México, himno de mi patria, inspiración sagrada de nuestros sabios y artistas, cántico de gloria de nuestros héroes, idilio hermoso que dulcemente inspira a todo mexicano, desde el sonriente niño en quien empieza a alborear la razón, hasta el anciano que siente sobre su cabeza los vientos de la tumba… El inmortal Pío ix, que con entusiasmo elogió la devoción guadalupana en letras de 19 de diciembre de 1851 y concedió notables gracias.

El Señor León xiii, Pontífice egregio, envía el pueblo a la Virgen Santísima por medio de la solemne aprobación del nuevo Oficio por las letras apostólicas que escribió directamente al Episcopado mexicano el 2 de agosto de 1894, letras que deben escribirse con caracteres de gratitud y de amor en la historia patria. Escuchad cómo, por manera muy solemne, el pueblo mexicano es enviado por el gran Pontífice a Santa María de Guadalupe:

 

Con suma complacencia determinamos acceder a vuestra unánime súplica... para que enriqueciéramos con algunas adiciones propias el Oficio que en honor de la Santísima Virgen de Guadalupe, patrona principal de vuestra nación, había concedido ya Benedicto xiv, nuestro ilustre predecesor. Conocemos en efecto cuán estrechos son los vínculos con que aparecen siempre unidos los principios y progresos de la fe cristiana entre los mexicanos con el culto de esa divina Madre, cuya imagen una admirable Providencia, como refieren vuestras historias, hizo célebre en su mismo origen.... Exhortamos por medio de vosotros a la Nación Mexicana a que mire siempre y conserve ese respeto y amor a la divina Madre, como la gloria más insigne y fuente de los bienes más apreciables. Y sobre todo, respecto a la fe católica, que es el tesoro más precioso, pero al mismo tiempo el que corre más riesgo de perderse en estos tiempos, persuádanse todos y estén íntimamente convencidos que durará entre vosotros en toda su integridad y estabilidad mientras se mantenga esta piedad, digna en todo de la de vuestros antepasados.

 

La Coronación no sólo fue permitida, sino mandada por Su Santidad... ¡Qué día tan grande y tan solemne! Allí, en la amada colina rebosante de gloria, ante cuarenta obispos de las Américas, ante más de mil sacerdotes, ante millones de fieles, en el palacio espléndido del amor preparado bajo la dirección de aquel insigne y benemérito sacerdote, don Antonio Plancarte y Labastida, esclarecido devoto de la Virgen Santísima, con la Corona Regia costeada por todos los católicos del país, bajo la dirección del mismo ilustre guadalupano: allí fue ofrecida la Corona y colocada por el Ilustre dignísimo Señor Arzobispo Alarcón, ahora aquí presente, a quien cupo esa gloria y satisfacción dulcísima, acompañado del actual Reverendísimo Metropolitano de Michoacán, ¡y fue colocada por mandato del Sumo Pontífice...! ¡Qué solemne modo de enviar el pueblo mexicano a Santa María de Guadalupe al Tepeyac...! Surge illuminare, Jerusalem.

De la acción de María Santísima de Guadalupe y de la acción del Pontificado sobre México ha nacido la civilización de la patria, la fusión de la siempre noble y heroica raza española con la muy digna y también heroica raza azteca. Mirad, señores: la patria tiene aproximadamente 14 millones de habitantes, regidos en el orden religioso por 28 prelados en 6 provincias eclesiásticas, con más de 4 000 sacerdotes. No hay en el país pueblo que no honre a la Virgen Santísima dedicándole al menos un altar. Las peregrinaciones se suceden casi sin interrupción. ¡La luz hermosa del supernaturalismo guadalupano, embellecida por la luz sublime del pontificado, ilumina a las generaciones mexicanas que ascienden a la célebre colina, entonando himnos de alabanza y de gloria y con la mirada fija en el cielo! Venit lumen tuum Jerusalem… Mirad el culto católico en evolución magnífica en toda la patria. Mirad en torno de la Coronación los Concilios Provinciales de la patria, hermosas asambleas de civilización, y el Concilio Plenario en el cual es México uno de los importantes factores; solemne manifestación del poderío grande que tiene la raza latina en América, Concilio que ha hecho más firmes nuestras ya correctas y estrechas relaciones y unión con la Santa Sede, y fomentado las relaciones de santa y cristiana hermandad entre todos los dignísimos prelados y pueblos de raza latinoamericana. ¡Qué hermosa síntesis! ¡Cómo baña de luz y hace aparecer grande a la patria! ¡Oh qué magnifico es el acontecimiento guadalupano! Gloria Domini super te...

La síntesis majestuosa que constituye la vocación de México es la principal garantía y germen de las grandezas de la patria. Pero para esto es necesario que siempre la luz de la verdadera religión, la luz del pontificado y la luz del supernaturalismo guadalupano iluminen en su camino a las generaciones y que los mexicanos nunca seamos ingratos; porque, ¡ay!, el día que pongamos obstáculo a las bellezas de esa triple luz, el día que seamos hijos ingratos de la Virgen Santísima, ¡seremos inmensamente desdichados, y lloraremos sobre las ruinas de la patria, como lamentaba Jeremías la destrucción de Jerusalén! ¡Oh! ¡Pero no acontecerá tal desventura; el pueblo mexicano, pueblo noble, de levantados sentimientos y de gigantescas aspiraciones, seguirá siempre el camino iluminado por la verdad y el amor guadalupano! A los prelados nos corresponde conservar y aplicar a nuestra nación esos grandes ideales, esos magníficos amores. Por esto, he aquí que además de la acción guadalupana en nuestra patria, venimos, siguiendo las huellas de los Ilustrísimos Obispos y de los Señores Sacerdotes que han visitado esta ciudad insigne, a dar testimonio de nuestra adhesión, de nuestro amor, respeto y filial entusiasmo a la Virgen Santísima de Guadalupe, aparecida en el Tepeyácatl; venimos, repito, a este templo donde se venera la Santa Imagen y donde se prosternaron en 1862 los venerables prelados que asistieron a la canonización de los mártires del Japón; donde se prosternaron los Obispos mexicanos que concurrieron al Concilio Vaticano y nuestros compatriotas que han visitado a Roma en las dos peregrinaciones ya efectuadas; en este templo en que debido al dignísimo Metropolitano de Antequera se han promovido en distintas épocas notables cultos, y en que a iniciativa del actual dignísimo Señor Obispo de Querétaro, guadalupano benemérito, se celebró hace tres años el centenario del milagro. En este templo donde ahora, Ilustrísimos Prelados mexicanos, habéis venido a cumplir el hermoso deber de hijos de María Santísima y de padres de la actual sociedad cristiana de México, ¡benditos séais! Después de terminado el gran Concilio Plenario, podéis ir tranquilos a la patria a continuar vuestra misión apostólica, de ciencia y virtud, como lo habéis hecho: la Madre Santísima os conducirá felizmente a vuestros hogares. Séame permitido también dar un voto de gracias a los dignísimos e ilustrados pastores de las demás Repúblicas latinoamericanas que nos han honrado asistiendo a esta solemnidad: ¡que el Cielo los bendiga y conduzca a sus patrias muy amadas! Gracias también al venerable clero de esta Insigne Colegiata.

Aquí, en esta ocasión solemne, los mexicanos nos despedimos de Roma llenos de gratitud al Padre Santo, al respetable Colegio de Eminentísimos Cardenales, a los muy apreciables Señor Rector, profesores y alumnos del Colegio Pío Latino Americano, a quienes damos un voto especial de simpatía, y a las familias que nos han dado tantas muestras de consideración, y al noble pueblo romano que siempre debe circundar de respeto, de gratitud y de amor al Pontificado.

¡Oh, Madre Santísima de Guadalupe, soberana de México! Desde la Ciudad Eterna, con el acento de la convicción más profunda, del cariño filial y de la gratitud, Te aclamamos a la faz del mundo!, ¡bendita seas! Te rogamos que nuestra patria sea siempre grande y feliz; que la religión verdadera ilumine y santifique siempre a las naciones, y que al terminar nuestra peregrinación terrestre nos alcances la apoteosis celestial en el palacio de la inmortalidad.

Fiat

 



1 Atenógenes Silva y Álvarez Tostado (1848-1911), obispo de Colima y arzobispo de Michoacán, nació en Guadalajara; alumno del Seminario Conciliar Mayor de su tierra natal; catedrático y vicerrector; doctor en Sagrada Teología por la Academia Pontificia de la misma ciudad; ungido sacerdote en 1871. Presidió la Sociedad Católica de Señoras, fue prebendado y canónigo lectoral de la Metropolitana de Guadalajara, preconizado obispo de Colima el 11 de julio de 1892, consagrado en la catedral tapatía por el arzobispo don Pedro Loza. Gobernó su diócesis del 21 de diciembre de ese año hasta el 31 de agosto de 1900, fecha en que fue nombrado arzobispo de Michoacán, donde tomó posesión el 27 de noviembre inmediato y que gobernó hasta su muerte.

2 Se publicó bajo el título Sermón predicado por el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Obispo de Colima, Dr. don Atenógenes Silva, en la solemne función que, en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, se celebró en la iglesia de San Nicolás in Carcere Tulliano el día 12 de julio de 1899 por los Ilustrísimos y Reverendísimos Señores Arzobispos y Obispos, Sacerdotes y demás mexicanos reunidos en Roma con motivo del Concilio Plenario Latino Americano, Roma, Tipografía Políglota de Propaganda Fide, mdcccxcix.

3 “Jerusalén, levántate para ser iluminada, porque ha venido tu luz, la gloria del Señor ha nacido sobre ti.... y a tu luz caminarán las naciones.”



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