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Dionisio Rodríguez y la educación en Guadalajara desde su labor en la Sociedad Católica.

1860-1890

Armando Martínez Moya1

Con la licencia de su autor, se publica el fruto de una investigación que da luces acerca de la trascendente labor que promovió durante su gestión episcopal el segundo Arzobispo de Guadalajara, don Pedro Loza y Pardavé, para remediar la prohibición estatal para que la Iglesia dirigiera a través de sus ministros centros de educación superior.2

Facetas del conservadurismo tapatío

Después de la reinstalación del sistema liberal y del fin de la intervención francesa y el segundo Imperio, parecía que las provincias mexicanas se aprestaban a consolidar los lineamientos que el régimen federal republicano prescribía. En Jalisco, la fuerza de los personeros opositores y de la ideología encaminada a salvaguardarse del régimen federalista seguía muy presente. Desde la gestación de la Primera República, y antes de ser promulgada la Constitución de 1857, ya era fuerte la presencia no sólo de la clerecía militante –por decirlo con palabras de José María Vigil–, sino también de un influyente sector intelectual y de juristas seglares que tomaron partido por las posiciones conservadoras y religiosas.

            Esta circunstancia extrañaría partiendo de lo que se observaba en el país, donde si bien prevalecían núcleos y posiciones centralistas irreductibles (opuestos a aceptar las reformas constitucionales, principalmente en la afectación a los privilegios de la Iglesia, la libertad de conciencia y las reformas en torno a la propiedad y los fueros, y que actuaron con una vehemencia fanática y agresiva), también había grupos y corrientes que promovían desde sus particulares posiciones políticas proyectos y propuestas diferentes o complementarios, sobre todo en el campo de la educación.

            La historiografía ha mantenido una idea maniquea y esquemática de los grupos opositores al proyecto liberal triunfador, considerándolos a rajatabla proclives a la cerrazón más enjundiosa, al fanatismo, al retroceso y al oscurantismo. En consecuencia, las posiciones opuestas a la apertura reformadora de la educación son consideradas también retrógradas e intrascendentes.

            Aquí nos ocuparemos de las actuaciones en el campo de la instrucción que impulsó la Sociedad Católica en Jalisco. Lo hacemos porque ese claroscuro que pinta como positiva cualquier manifestación del paradigma liberal clásico y como prototipos de la sinrazón a los grupos llamados conservadores no es nada objetivo, pues al menos en Jalisco estas expresiones tuvieron diferente signo, y sobresalen entre ellos distintos núcleos, personajes y posiciones que representando, además, el consenso de importantes sectores tapatíos –como consignaremos más adelante–, promovieron una oposición ilustrada, constructiva, que si bien se apoyaba en la defensa de un catolicismo doctrinal, se sustentaba en una fundamentada erudición propia de intelectuales de su talla. Esa postura no se circunscribió a la réplica puntual de las propuestas reformadoras liberales, sino que se expresó en una estrategia político-filantrópica en el campo educativo a través de una serie de acciones que dieron pie, entre otras cosas, a la existencia de instituciones educativas que dejaron huella en la infancia y la sociedad de Guadalajara en la segunda mitad del siglo xix.

            Otro elemento singular consiste en que dichas instituciones educativas se enmarcan en una promoción particular de la educación, es decir, en la existencia de escuelas para niños, jóvenes y profesionales sostenidas íntegramente por la sociedad. Eran fundaciones eminentemente privadas, sostenidas por mecenas preocupados por la instrucción de los sectores populares. Se trata, entonces, de un episodio del fomento educativo cuya característica no partió de una política estatal federalista –que, dicho sea de paso, iniciaba su importante expansión como educación pública–, sino que nació y fructificó desde los núcleos civiles, en este caso las sociedades católicas, pero cuyos programas de estudio no se caracterizaron como oscurantistas ni retrógrados, sino dentro de una visión ilustrada, abierta y propositiva; eso sí, enmarcada en un contexto religioso.

Dionisio Rodríguez y la Sociedad Católica

Continuando una tradición intelectual de Jalisco, algunos personajes locales habían figurado en el concierto nacional y local enarbolando diversas banderas, y las más visibles y recurrentes eran las que agitaban el signo de un liberalismo federal reformador. Formaban ya parte del panteón provincial y republicano Francisco Severo Maldonado, Prisciliano Sánchez, Valentín Gómez Farías, por citar a tres de los más connotados. Por el contrario, representativo de una visión católica ilustrada, la cual se fue larvando al fragor de las disputas y sustentada en una tradición doctrinaria muy acendrada cuyos orígenes se remontan al periodo virreinal fue por ejemplo fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera, carmelita, que propuso una reforma integral para la refundación de la Universidad de Guadalajara. Otras mentes lúcidas pertenecientes a esta corriente de erudición sustentada en una matriz católica fueron los clérigos Agustín de la Rosa y Agustín Rivera, cuya célebre polémica sobre la ciencia retrata su sabiduría. En la tradición intelectual está quien habría de ser el animador del proyecto educativo particular más importante del siglo xix en Jalisco: don Dionisio Rodríguez.

            Dionisio Rodríguez nació en Guadalajara en 1810 (año sintomático, que inauguraba la disputa por la nación). Abogado, formó parte de las primeras generaciones egresadas del Instituto del Estado fundado por el gobernador Prisciliano Sánchez en 1826-1827.3 Acaso este antecedente escolar lo hizo asumir, dentro de su visión religiosa que conservó siempre, una actitud abierta en torno al conocimiento. Fue filántropo meritísimo, principal organizador y sostén de la Escuela Oficial de Artes y Oficios, y murió en la misma ciudad el 1º de mayo de 1877. Se le declaró Benemérito del Estado.4

            Al igual que don Manuel López Cotilla, Dionisio Rodríguez dedicó sus esfuerzos al fomento de la instrucción sin escatimar incluso recursos propios. Aquél lo hizo consiguiendo el concurso gubernamental, así fuese de bandos políticos opuestos; éste fue capaz de desplegarse en dos frentes: tanto a cargo de la promoción del erario estatal en lo que concierne a la Escuela Capacitadora de Artes, como en la perseverante labor educativa popular de fomento particular, aspecto poco reconocido, o casi oscuro, de su trayectoria intelectual.5

            Aun con la responsabilidad que desempeñó con creces en torno a la Escuela de Artes y Oficios, don Dionisio intentaba enderezar las tendencias reformistas de la Constitución de 1857, que parecían tener mayor vigencia con la restauración de la República. Tuvo, entonces, la idea de nuclear a un grupo significativo e influyente de personajes que dieron lugar a la fundación de la Sociedad Católica.6

            La agrupación fue conformada en abril de 1869, y en el discurso justificatorio Dionisio Rodríguez retrata su corpus ideológico:

Preocupado yo por la trascendencia de los males que están causando a todas las clases sociales de la población católica de Guadalajara las perniciosas doctrinas, dimanadas de los principios de la indiferencia religiosa que han establecido como ley fundamental de la nación (...) y dominado por el temor de esos males, cuyas perniciosas consecuencias, hoy por hoy, no es posible comprender, me he tomado la libertad de invitar a ustedes, a quienes juzgo animados de mis propios sentimientos católicos, para que en mutua y amigable comunicación busquemos los medios convenientes, si no para curar radicalmente, al menos para atenuar esos males que serán de funestas consecuencias para todo el pueblo, poco instruido en sus deberes religiosos.7

Entre las finalidades principales que se planteó la Sociedad estaban

el que se tomaran las medidas más eficaces para establecer escuelas de primera y segunda enseñanza, con arreglo a los fondos de que inmediatamente se pudieran disponer. Y siendo una de las primeras necesidades la creación de escuelas de instrucción primaria, se nombró a (el maestro) Teófilo Loreto comisionado especial de (dichas) escuelas.8

            La prioridad de la educación elemental no era sólo filantrópica, sino también y fundamentalmente política, puesto que lo que se requería era salvaguardar las conciencias de la perniciosa influencia del radicalismo liberal, empezando por las mentes infantiles, sustrato social de quienes en el futuro dirigirían el país. Nótese que la propuesta de Dionisio Rodríguez se inscribe en una crítica constructiva y no en una visión simplemente contestataria, ya que apuesta a edificar, a ofrecer alternativas concretas. Reflejo de esta voluntad ilustrada es la decisión de abarcar un ámbito mayor, apoyando a otras áreas educativas; así, aunque no se toman medidas inmediatas, se acuerda nombrar responsables para el fomento de la educación secundaria (Liceo Católico), responsabilidad que se delega a Jesús López Portillo y Manuel Mancilla.

            El proyecto educativo de la Sociedad Católica partía del rescate de las mentes infantiles y juveniles, pero también atendía la orientación y ejercicio jurídico de las instituciones y de la convivencia fraterna y justa de los individuos. La abogacía como fuente de acuerdo cristiano era imprescindible en una sociedad donde el derecho es la punta de lanza de los cambios sociales. Esto motivó que la Sociedad fundase pronto, en 1869, por intermedio de Jesús López Portillo, la Escuela Libre de Jurisprudencia, bajo la presidencia de una Junta Directiva, la cual éste encabezaba, con las asignaturas del Derecho impartidas gratuitamente por los más distinguidos jurisconsultos.9

La ilustración católica como paradigma educativo

En los discursos programados por la Sociedad para que personajes de sapiencia disertaran sobre religión y sociedad, y de esa manera dar sustento doctrinario a la corporación, es posible advertir la conformación de este paradigma de ilustración católica que Dionisio Rodríguez, en su calidad de presidente del organismo, orientó. Ese paradigma intentó evitar el fanatismo y la intolerancia, y en un rasgo incluyente buscó desde un catolicismo social promover un avance material e integrista, conciliador. La alocución de Manuel Mancilla, miembro emblemático de la organización, sobre el papel de la instrucción en la sociedad es ilustrativa. Mancilla no reniega del progreso; por el contrario, es partidario del fomento de la industria y el fortalecimiento de las instituciones civiles. Para él la escuela debe crear corazones curiosos, que con inteligencia engrandezcan la nación y su ciudad. Cree en la libre conciencia siempre y cuando no se aparte de la moral cristiana, porque ésta es el antídoto contra el desenfreno y el materialismo. Ciencia y conciencia cristiana es la rúbrica de su doctrina social.10

Las escuelas de niños

En 1870 se fundan dos escuelas elementales, una de niños y otra de adultos; la enseñanza en ellas era similar a la de las escuelas oficiales, con la salvedad de que abiertamente difundían la doctrina cristiana, aspecto que desde entonces traería a la sociedad diversos problemas. Había sido tan necesaria la escuela infantil que pronto hubo necesidad de abrir “una segunda escuela de niños, la cual se había instalado con las formalidades convenientes... bajo la dirección del profesor Luis Muñoz, obteniendo una asistencia muy numerosa de alumnos, con lo cual se comprobó su necesidad”.11

            Las escuelas primarias de la Sociedad Católica no fueron instituciones marginales ni minoritarias. Tampoco escuelas de elite para hijos de familias privilegiadas. Fueron escuelas en esencia populares, a las que asistían a cambio de una remuneración simbólica voluntaria (que, por cierto, raramente se pagaba) alumnos de familias pobres o de núcleos medios. Se financiaban de colectas que hacían los socios, y aunque funcionaban como una obra de beneficencia, la primera de ellas era

una casa bien situada y con toda la amplitud que era conveniente para el fin a que se destinaba, la cual fue provista de todos los muebles, utensilios y demás objetos que debían necesitarse para la enseñanza, como correspondía a la cultura de la sociedad.12

Esta primera escuela comenzó sus funciones el 20 de junio de 1870 y las concluyó definitivamente en diciembre de 1898; matriculó 34 mil alumnos,

los cuales fueron examinados con distintas calificaciones: 23 mil 667, importando los gastos de casa (escuela), de profesores y muebles, así como las funciones de premios (actos de examen y recepción), la cantidad de 14 mil 551 pesos.13

En un balance que se hizo de ella años después, se reconoce que esta escuela

fue la primera que proveyó a la ingente necesidad en que la niñez quedaba, cuando la autoridad pública dispuso que se suprimiese en los establecimientos de instrucción el estudio de la Religión; y así fue que en pocos días recibió más alumnos que los que cómodamente podía contener.14

            La segunda escuela de niños, a pesar de que había iniciado con muy buenos augurios, tuvo que cerrar sus puertas para aplicar el importe de sus recursos al Liceo Católico. Mientras estuvo en funciones, de diciembre de 1873 a noviembre de 1879, se matricularon 17 mil 520 alumnos, de los cuales se examinaron 11 mil 680, acumulándose un gasto de 3 mil 456 pesos.15 Esta escuela estuvo también ubicada

en un local ventajosamente situado al cual (se) proveyó de todo lo necesario para el uso a que se destinaba, y obtuvo para que sirviera la escuela al muy aventajado joven D. Luis Muñoz, que acababa de recibir con elogio el título de preceptor.

Siguiendo el espíritu de la Sociedad, se buscó que fuese también una escuela popular, por lo que

considerando que dicha escuela debía estar en el centro de aquella humilde barriada (de San Andrés) para que pudiera servir de provecho al mayor número posible de alumnos... fue trasladada a otro local... suficientemente amplio, habilitado en su totalidad para el objeto, formándose de toda la casa dos salones grandes y uno de menor tamaño, que amueblados desde luego, según las exigencias de aquella época, fueron muy pronto ocupados por doscientos alumnos.16

            Junto con las escuelas elementales promovidas por Las Clases Productoras, organismo del empresariado jalisciense de la segunda mitad del siglo xix, las que estableció la Sociedad Católica tuvieron una presencia decisiva en la formación cultural de la sociedad tapatía de fines de ese siglo. La hostilidad promovida por los gobiernos contra ellas fue al principio persistente, pero con el tiempo y bajo la influencia de una mentalidad positivista cada vez más influyente por parte del Estado, se fue gestando un ambiente de cierta tolerancia, o cuando menos de disimulo respecto de la influencia religiosa en las escuelas. La doctrina positivista era antirreligiosa, pero también promovía la neutralidad. Además, está el hecho de que el positivismo no fue doctrina oficial, sino oficiosa: sus presupuestos teóricos, juicios y apreciaciones fueron llegando sin que se publicitara una ruptura con el liberalismo. Por ello existió cierta intermitencia, donde a veces se dejaba sentir la influencia drástica del doctrinarismo liberal radical y en otras ocasiones ciertas tendencias menos politizadas y más encaminadas al orden y el progreso.

            Esto repercutía en las escuelas, tanto en su reconocimiento como en su supervisión. También dependía muchas veces de los gobernadores en funciones. El marco legal, tanto constitucional como educativo, en lo nacional como en lo local, seguía sustentado en el modelo liberal de la Segunda República, las autoridades oscilaban entonces entre obviar la norma o aplicarla, para evitar conflictos. A partir de la década de los ochenta, para la Sociedad Católica “siguió constante e insuperable la animadversión y hostilidad oficial del gobierno del Estado a todos los establecimientos católicos”.17 Se quejaba recurrentemente de la cada vez mayor impugnación del gobierno hacia las escuelas. En 1896 por los problemas que acarreaba la Sociedad, y a través de un acuerdo, se hizo cargo de la primera escuela primaria la Benemérita Junta de Escuelas Parroquiales.18

            No se sabe si los profesores de las escuelas primarias entregaban algún informe de sus labores en el aula, pero lo cierto es que no se ha podido encontrar información detallada de sus métodos de enseñanza ni de los inspectores oficiales que tenían a cargo su revisión. Comentarios contenidos en discursos o informes conmemorativos ilustran sobre algunos aspectos del trabajo docente:

Un profesor recientemente recibido y con grande ánimo para trabajar por la causa católica, infundiendo en la niñez, a la vez que todos los principios indispensables de los conocimientos humanos, las doctrinas del cristianismo, fue el encargado de regentear el plantel... y haciendo uso del sistema lancasteriano únicamente en lo relativo a la organización de las clases, logró con muy buen éxito difundir las enseñanzas de todas las materias primarias y algunas de las secundarias. Al comenzar el último tercio, de los años de 1871 a 1878, se dieron siempre con regularidad buenos exámenes públicos y privados, ante una numerosa concurrencia y presididos por la Comisión que nombrara al efecto la benemérita Sociedad Católica que entonces presidía el insigne benemérito Lic. D. Dionisio Rodríguez.19

La escuela elemental de adultos

En el caso de la alfabetización de adultos, ésta no fue en el siglo xix una estrategia muy reconocida, a pesar de que las consignas clásicas de la doctrina liberal exhortaban a combatir la ignorancia del pueblo, flagelo que consideraban arrastraba hacia el fanatismo y el despotismo. Pero en ese tiempo, sin embargo, no se tenía un corpus pedagógico que legitimara la educación de adultos. Resulta por ello digna de encomio la labor que en este sentido desarrolló en Guadalajara Dionisio Rodríguez, cuya visión educadora partía de una filosofía regenerativa, orientada, por tanto, no sólo a instruir a la niñez para prever el futuro, a encarar los rezagos históricos, como era el hecho de trabajar no sólo con adultos comunes y corrientes, sino con todos los que lo necesitaran; por ejemplo: quienes habían transgredido las leyes, los presos.

            Desde que fue nombrado, en 1864, comisionado especial de la Penitenciaría del Estado, con el objeto de que su espíritu de trabajo y sus buenos oficios con los sectores más influyentes de la sociedad posibilitaran que la nueva penitenciaría se concluyera –después de veinte años construyéndose–, su labor se orientó siempre a la instrucción de los adultos presos. Una vez que se fundó,

 

el ordinario desempeño de su encargo oficial y su bondadoso carácter le daban motivos para tratar casi diariamente a los presos; y de un modo invariable lo verificaba todas las tardes de los domingos, acompañado siempre de un amigo, joven entonces, que le ayudaba dar a los presos lecciones de escritura y de lectura, hasta la puesta sol.20

 

            El trabajo con adultos presos es un antecedente sintomático: bajo su mandato se concibió y fundó la Escuela de Adultos de la Sociedad Católica, establecida en junio de 1873; permaneció abierta hasta marzo de 1878 y asistieron a ella 4 800 alumnos, lo cual la convirtió en la institución de su tipo más importante del occidente del país, y seguramente de las de mayor trascendencia educativa en México. Su organización escolar era similar a la de niños, distinguiéndola acaso alguna disposición diferente debido a la edad de los discípulos. Las clases se impartían grupalmente, había premios y castigos –suspensión de clases para los faltistas, multas, trabajo extra para la escuela–, ceremonias de recepción de cursos y premios. Al no conocerse de la existencia de un método especial para la instrucción de los adultos, lo más seguro es que se usara el de los niños, con adaptaciones libres del maestro.21

            El programa de enseñanza abarcaba

lectura, escritura, aritmética hasta la división con enteros y la enseñanza de la doctrina cristiana hasta la confesión general. En los casos extraordinarios se arreglaba la enseñanza a la aplicación especial e inteligencia de los alumnos. Los exámenes que se verificaban anualmente se arreglaban con toda solemnidad y duraban los días que eran necesarios, conforme a los adelantos obtenidos, siendo presenciados esos actos por las comisiones de socios de la Sociedad Católica.22

El Liceo Católico

La educación llamada secundaria que impulsó la Sociedad correspondió al Liceo Católico. Esta escuela era el siguiente nivel de quienes concluían su instrucción primaria. El referente oficial era el Liceo de Varones, el cual tuvo una existencia importante pero muy irregular toda la segunda mitad del siglo xix. Esta institución

 

por su espíritu legal estaba dedicado a la enseñanza puramente civil y fuera de toda confesión religiosa; se hacía preciso para los católicos un plantel literario, un instituto científico (...) Esa necesidad actual de un establecimiento católico se hacía tanto más necesaria cuanto que el actual Congreso, siguiendo el espíritu de la Constitución de 1857, declaró como adiciones a la misma Constitución la independencia de la Iglesia y del Estado, por lo cual se prohibía toda religión oficial.23

Los buenos oficios de Dionisio Rodríguez y la imagen filantrópica que irradiaba permitieron que se involucrara decisivamente en apoyo del Liceo el acaudalado católico don Ignacio Cañedo Valdivieso, quien no sólo aportó recursos, sino también consiguió que diez socios más aportaran a esa causa, entre ellos el arzobispo de Guadalajara. Una vez erigido, se buscó entre los más destacados e ilustres católicos profesores instruidos y de toda honradez que se integraran al proyecto sin retribución alguna.24

            En el discurso inaugural se advierte la visión científico-filosófica con que se define el Liceo, evidencia de la concepción educativa con ilustración católica:

Hoy ponemos a disposición del público el Liceo Católico, donde además de los conocimientos preparatorios para las carreras literarias se pueden adquirir algunos de los que requiere el ejercicio de la industria y el comercio. Al lado del Latín, del Griego, de la Gramática General y de la Literatura Española, de la Historia, de la Filosofía y de las Matemáticas, figuran dos de las lenguas vivas más comunes en el mundo civilizado, el francés y el inglés, y el Dibujo, la Teneduría de libros, la Química aplicada a las Artes y el Derecho Mercantil.25

Siguiendo la herencia científica del Instituto del Estado que fundara en 1826 Prisciliano Sánchez, el que establecía la Sociedad Católica tiene una clara vertiente académica orientada a las ciencias naturales, exactas y administrativas. No es posible considerarle una institución confesional:

el aspirante a las profesiones de abogado, médico e ingeniero encontrará en nuestro establecimiento la enseñanza que le abra las puertas de sus ulteriores estudios; así como el que quiera dedicarse a las artes contará en la Química aplicada con un auxiliar poderoso para el buen éxito de sus obras; y el comerciante con un manantial de beneficios...26

            Pero el Liceo Católico había aparecido tarde, en la penúltima década de la centuria, cuando emergían las escuelas preparatorias que contenían una amplia carga de disciplinas científico-técnicas, por influencia del positivismo. Tal vez por ello el Liceo Católico incluía toda esa cauda de instrucción enciclopédica orientada a la ciencia. El sentido moral se sustentaba en la doctrina cristiana, que intentaba irradiar con sus imperativos morales todos los modelos explicativos de la vida social y natural.27

            Matriculó el Liceo, durante los nueve años que perduró (1879-1888), 687 alumnos “que adoptaron diversas profesiones y colocaciones en las distintas clases de la sociedad, importando los gastos de casa, muebles, premios y rentas... la cantidad de 20 mil 658 pesos”.28

            A fines de la década de los ochenta se dejó sentir una fuerte presión del gobierno local contra las escuelas de la Sociedad, pues

siguió constante e insuperable la hostilidad oficial del gobierno del Estado a todos los establecimientos católicos, y como las mesadas con que contribuimos los fundadores del expresado Liceo se fueron disminuyendo gradualmente por la muerte de los donantes y como además el subsidio de los 200 suscriptores de pequeñas cuotas fueron insuficientes para cubrir todos los gastos necesarios... fue preciso y de triste necesidad suprimir su enseñanza...29

La formación de abogados católicos

En el ámbito profesional, la Sociedad Católica fundó la Escuela Libre de Derecho, pues, como se dijo antes, consideraba que la profesión de abogado debía ser rescatada de la influencia oficialista que había venido formando cuadros que regularmente militaban en el Partido Liberal. Hacía falta una escuela de abogados que respondiera a la civilización y cultura de esta sociedad.

            Como se trataba de una institución gratuita, se buscó contar con abogados católicos prominentes que impartieran las cátedras sin cobrar. Era necesario moralizar la actuación de quienes se dedicaban al foro, a los litigios personales y corporativos. Moralizar significaba, por supuesto, ceñirse a la moral cristiana que tiene primacía sobre toda ley civil. Aunque se pidió la anuencia de la Iglesia para fundarla, la Escuela Libre de Derecho no fue una institución dogmática, encerrada solamente en sus concepciones cristianas. En ella se procuraba que los abogados se compenetraran de los conceptos, las normas y los preceptos más actuales de las leyes y la jurisprudencia, ya fuese para utilizarlos a favor o encararlos. Al fundarse, en 1869, “se instaló en el departamento norte del palacio arquiespiscopal, con todas sus asignaturas de enseñanza teórica y práctica que daban gratuitamente los más eminentes abogados”.30 Algunos de ellos fueron Jesús López Portillo, Manuel Mancilla, Esteban Alatorre, Hilarión Romero Gil.

            De esta escuela egresaron muchos licenciados en Derecho que se distinguieron en el ejercicio profesional y la vida pública, la cátedra y los negocios. Ahí se formaron cinco gobernadores, varios diputados, magistrados y más de doscientos abogados.31 López Portillo, en su alocución inaugural, fue elocuente en cuanto a la visión de la oficial Escuela de Derecho del Estado y la función de la institución propia:

Cuando se concibió el pensamiento de fundar la escuela (...) no fue porque nadie creyera que faltase en Jalisco la enseñanza del Derecho; nuestro propósito fue otro muy diferente. Supuesta la libertad de enseñanza natural, era de esperar que cada escuela propendiese a extender sus doctrinas. En lo relativo a la filosofía del Derecho hay una escuela que, bajo el pretexto de establecer una completa separación entre la Iglesia y el Estado, pretende borrar el nombre de Dios (...) cual si fuera posible concebir siquiera a la criatura sin relación con el creador.32

 

La rivalidad académica e ideológica con el Estado en el campo de estudio del derecho estuvo siempre presente, principalmente porque la propia escuela de abogados oficial, como la de Medicina, gozaron de reconocimiento y prestigio. Para la Sociedad Católica la superación de las instituciones educativas del gobierno se debía en todo caso a ella, pues el afán de ser mejores que las católicas las hacían superarse.33 La abogacía es una profesión emblemática de las transformaciones que se fueron dando en el siglo xix, que fue el siglo de los abogados. De ahí la necesidad de influir ideológicamente en los espíritus de la profesión. Fue esta institución educativa la que más perduró de todas las que fundó la Sociedad. En 1893 se consigna aún su presencia a través de la organización de actos académicos.

            Considerada una competencia intromisoria, promotora de cuadros que habían venido criticando al gobierno, la Escuela Libre de Derecho fue objeto de una hostilidad incesante y consideradas sus doctrinas retrógradas y sus sistemas anticuados. Para concretar su desaparición, el gobierno puso además en práctica “las más extremadas exigencias para admitir alumnos que solicitaban examen (profesional), a fin de legalizar sus respectivos estudios”.34

            La dificultad para obtener reconocimiento profesional fue la puntilla que determinó que la institución cerrara sus puertas, y con ello se cerrara también un extraordinario capítulo de la educación católica e ilustrada que había concebido y animado tesoneramente don Dionisio Rodríguez.

Colofón

La impronta dejada por este ilustre abogado en el campo de la filantropía se ha hecho cada vez más significativa, distinguiéndose también su visionaria e ilustrada labor en el campo educativo del catolicismo que recién ahora se va reconociendo. Dionisio Rodríguez estuvo pocos años al frente de la Sociedad.

            En 1869 la había fundado, y en

la víspera del primero de mayo de 1877 se anunció la suma gravedad del ilustre fundador (...) al día siguiente, primero de Mayo, convertida en realidad la muerte del señor Rodríguez (...) Se celebraron sus honras (fúnebres) en la Catedral el día 2 de Mayo, con la mayor pompa, asistiendo a ellas una comisión del mismo cabildo, los más principales miembros de la Sociedad Católica y un numeroso concurso de todas las clases sociales más distinguidas de la sociedad. 35

            En un corto lapso este ilustre intelectual y filántropo delineó el paradigma que hoy retribuye a quienes lo acompañaron en su aventura por la Sociedad Católica, una visión amplia de lo que entendían por sociedad, educación, cultura, religión, progreso y civilización. En el campo que más nos ocupa, el de la educación, las obras impulsadas por esta generación de brillantes abogados y ciudadanos tapatíos son la concreción de un genuino interés por las ciencias, por el vínculo entre el saber y el saber hacer, de ahí que sus instituciones estuvieron siempre ligadas a las necesidades materiales de sus comunidades. Imbuidas siempre de un espíritu religioso que buscaba irradiar toda la acción humana de un cristianismo tanto pragmático como trascendentalista, sus propuestas curriculares y sus regímenes escolares se distinguieron siempre por su cuidadosa y ordenada organización y aplicación. Al asomarnos a la labor realizada en sus escuelas, vemos que este catolicismo ilustrado contradice la prejuiciada y falsa versión que aún se mantiene de que los grupos llamados conservadores son sinónimo de fanatismo e incapacidad para ofrecer proyectos inteligentes e innovadores.

 



1 Investigador del Instituto Superior de Investigación y Docencia para el Magisterio de la Secretaría de Educación Jalisco, del Departamento de Estudios de la Cultura Regional y profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Es autor de los estudios Los jesuitas en la colonia: ¿Avanzada ideológica o defensores de la tradición? (1981) y De la universidad colonial a la universidad napoleónica: la educación ilustrada del Instituto de Ciencias promovida por Prisciliano Sánchez en Guadalajara. 1824 -1827 (2005).

2 Artículo publicado en la revista Clío de la Universidad Autónoma de Sinaloa, núm. 34, julio-diciembre de 2005.

3Agustín Rivera, Los hijos de Jalisco,  reeditada por el Ayuntamiento de Guadalajara, 1970, p. 28.

4 Ramón García Ruiz, “Historia de la Educación en Jalisco”, en Historia Mexicana, El  Colegio de México, vol. VI, núm. 24, México, 1957, pp. 565-566.

5 El otorgamiento del título de Benemérito de Jalisco se le concedió principalmente por sus méritos a favor de la Escuela de Artes y Oficios, obviando sus aportaciones en otros menesteres. Esta disposición denota por parte de las autoridades una tendencia política que privilegiaba su visión ilustrada e intentaba ocultar su filiación católica. Sus seguidores reivindicaron después sus acciones en torno a la fundación de la Sociedad Católica y lo que en ella se hizo. Cfr. Obras Católico-Sociales en Guadalajara iniciadas por el Sr. Lic. Don Dionisio Rodríguez, Tip. de Ancira, Guadalajara, 1924.

6 Entre los miembros más connotados de esta agrupación, estaban: Francisco Martínez  Negrete, Jesús López Portillo, Manuel Mancilla, Hilarión Romero Gil, Luis Gutiérrez Otero, entre otros.

7 Discurso pronunciado por el Sr. Lic. Don Dionisio Rodríguez el 17 de abril de 1869 con motivo de la apertura de la Sociedad Católica de Guadalajara,  Guadalajara, 1869, Archivo de la Línea de Historia del Departamento de Estudios de la Cultura Regional  de la Universidad de Guadalajara, Departamento ya desaparecido.

8 Obras Católicas-Sociales..., p. 7

9 Ibíd.

10 Disertación pronunciada por el Sr. Lic. Don Manuel Mancilla la noche del 6 de Agosto de 1872 en la Sociedad Católica de Jalisco, Guadalajara, noviembre de 1872, ALHDECR.

11 Informe proporcionado por Dn. Teófilo Loreto, Comisionado especial de las escuelas de Instrucción Primaria de la Sociedad Católica de Guadalajara el 14 de diciembre de 1873,  Guadalajara, 1874.

12 Disposiciones del Preceptor Don Francisco Navarro para la apertura de la escuela de la Sociedad Católica. 1870, Guadalajara, 1870, Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, en adelante BPE-FE.

13 Obras Católico-Sociales..., p. 11, ALHDECR.

14 Profesor Carlos Moya, Sociedad Católica de Guadalajara. Aniversario 25 de la fundación de la Escuela de Niños, 12 de Junio de 1895, Guadalajara, 1895.

15 Informe rendido por el Sr. D. Teófilo Loreto. Noviembre de 1879, Archivo de la Sociedad Católica, ALHDECR.

16 Obras Católico-Sociales..., p. 17.

17 Ibid., p. 11.

18 Profesor Carlos Moya, op. cit.

19 Segunda Escuela de Niños, Obras Católico-Sociales..., p. 16.

20 Ibid., p. 5.

21 Resumen histórico de la Escuela de Adultos de la Sociedad Católica, Guadalajara, 1879.

22 Escuela de Adultos, Obras Católico-Sociales..., p. 19.

23 Obras Católico-Sociales..., p. 20.

24 Alocución del Señor Manuel Mancilla donde informa de la erección del Liceo Católico de la Sociedad Católica de Guadalajara en la sesión del 2 de Noviembre de 1879, Guadalajara, 1880.

25 Discurso del Sr. Lic. D. Jesús López Portillo en la sesión inaugural del Liceo Católico, pronunciado el 2 de Diciembre de 1879, Guadalajara, 1890.

26 Ventura Reyes Zavala, Informe sobre el Liceo Católico. 13 de Noviembre de 1880, en Obras Católico-Sociales..., p. 26.

27 El Liceo Católico. Informe de su vida escolar en 1879-1880,  Guadalajara, 1880

28 Ibíd.

29 Obras Católico-Sociales, p. 12.

30 Escuela de Jurisprudencia. Resumen histórico. Sociedad Católica de Guadalajara.1869-880,

Guadalajara, 1883.

31 Ibid.

32 Discurso del Sr. Lic. Jesús López Portillo en la solemne apertura de la Escuela Libre de Derecho de la Sociedad Católica, pronunciado el 4 de Noviembre de 1870, Guadalajara, 1871

33 “El éxito popularmente favorable de la escuela (...) llamó fuertemente la atención al gobierno del Estado, por el notable crédito social que había obtenido; y procurando evitar que se confirmara un juicio desfavorable para los establecimientos oficiales, puso todos los medios necesarios de que podía disponer para implantar en sus establecimientos de enseñanza todas las medidas que fueran de adoptarse conforme a las exigencias de la época”, Obras Católico-Sociales..., p. 39.

34 Pablo Reyes, Escuela de Jurisprudencia, Guadalajara, s/f

35 Obras Católico-Sociales, p. 9.



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