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El señor cura don Teodoro Ríos, a los cien años de su natalicio

Luis Sandoval Godoy1

El primer centenario del nacimiento del presbítero Teodoro Ríos Cárdenas (1915-2000) se da en el marco del inicio de una efeméride similar: la de la fundación del Seminario Auxiliar de Nuestra Señora de Guadalupe de Totatiche, a la que él estuvo esencialmente vinculado. Nadie mejor para hablar de su vida y de su obra que uno de sus pupilos, el que más ha destacado en el campo literario

Hay una serie de apuntes autobiográficos del señor Cura Teodoro Ríos en los cuales da cuenta de algunos pormenores de su vida: su infancia, sus tiempos de seminarista, su desempeño como prefecto del Seminario, su calidad de párroco en Totatiche y en otros lugares; con todos ellos va entretejiendo lo que vivió y refiere hechos, fechas, personalidades que intervinieron en la fundación del Seminario Auxiliar de Totatiche.

Junto a este acopio de datos personales de quien deberá ser visto con unción y respeto como uno de los dignos operarios del Silvestre, hay también anotaciones que el señor Canónigo J. Pilar Valdés, sobrino carnal del Padre Ríos, recogió en honra de su tío.

Tomando de acá y de allá se va componiendo el perfil sacerdotal de quien apenas ordenado tuvo a su cargo la dirección del Seminario en una de sus etapas más significadas y supo entregarse a su cometido con diligencia, con amor, con el ánimo de sostener y llevar adelante la obra nacida del espíritu sacerdotal del santo mártir Cristóbal Magallanes.

Da el Canónigo Valdés los datos generales del señor cura Ríos, de quien dice que nació en el Rancho de Charco Hondo, municipio de Totatiche, Jalisco, el 1º de abril de 1915. Sus padres fueron el señor Toribio Ríos y María Guadalupe Cárdenas Casas. Fue bautizado en Totatiche por el señor presbítero don Ignacio Íñiguez el 5 de abril del mismo año. Confesión y primera comunión de manos de San Cristóbal Magallanes, el 12 de abril de 1921.

Y luego, a la vista un manuscrito del padre Ríos, letra ancha, clara, en un texto de disposición armónica:

Fui acólito en la parroquia. Muy temprano me levantaba para ayudar la Misa que celebraba el el señor cura Magallanes a las 5 de la mañana (hora astronómica). Todo lo que veía en el templo y lo que hacían los sacerdotes llenaba mi alma de devoción. Comencé a hacer altarcitos en mi casa, con adornos, con objetos, con imágenes que compraba a los varilleros que venían a las fiestas. Éstas pudieron ser señales secundarias de mi vocación.

Y recuerdo que el día 3 de noviembre de 1921 le dije al señor cura Magallanes que yo quería entrar al seminario. Él me contestó: diles a tus papás. Llegué a la casa, le platiqué a mi mamá. Al poco rato llegó mi papá y les dije a los dos que quería entrar el Seminario. Me contestaron: “Si lo deseas de verdad, cuenta con nuestro permiso”. Volví a ver al señor cura y le platiqué que ya tenía permiso de mis papás para entrar al seminario. Me dijo: “Qué bueno; anda a ver al padre Caloca”. Fui luego a su casa, ubicada en la calle 5 de Mayo. Estaba en su despacho, en su escritorio. Lo saludé y le dije que quería entrar al seminario, que ya le había dicho al señor cura Magallanes y que contaba con el permiso de mis papás. Cogió una tarjetita de recados y escribió al profesor Maurilio Montañez para que me recibiera en el Curso Previo. Estaban en clase de Geografía. Leyó el recado y me dijo: siéntate en ese mesabanco.

Así comenzó mi carrera en el Seminario.

El año escolar 1925-26 transcurrió con normalidad. El 6 de enero de 1926 asistimos al cantamisa del padre Salvador Casas. El 1º de agosto de ese año se cerraron los templos para el culto. Asistimos a misa afuera del templo en el patio del Seminario. A fines de agosto tuvimos los exámenes y comenzaron las vacaciones que cubrieron los meses de septiembre y octubre.

El curso 1926-27 comenzó el primero de noviembre de modo más o menos normal, a pesar de los cultos suspendidos, pero a partir del 3 de diciembre de 1926 comenzó la dispersión de maestros y alumnos.

El padre Caloca, con los alumnos de quinto año, se fue a un rancho llamado Cocuasco, de la parroquia de Chimaltitán. El padre J. Pilar Quezada, con los alumnos de cuarto, se fue al rancho de Acaspoles. Los grupos de de 3º 2º y 1º se quedaron en Totatiche bajo el cuidado del padre Andrade. Así fueron las cosas hasta el trágico día del sacrificio del señor cura Magallanes y del padre Caloca.

Al recibir la noticia del fusilamiento de nuestro párroco, el 26 de mayo, se nos habló de la orden que escribió el señor cura Magallanes, con palabras sueltas, en las tablas de la cama de la celda en que estuvo recluido en Totatiche; juntando y acomodando las palabras se descifró su mensaje: “Silvestre, suspende el trabajo. Paga los albañiles. Da libres a los peones”.

El padre Andrade, después de celebrar la misa en el Seminario, el jueves de la Ascensión, 26 de mayo, nos dio el aviso: “Cumpliendo la orden del señor cura Magallanes, se suspenden las clases. Todos pasan el año escolar con la calificación que obtuvieron en el examen de medio año. Vuelvan a sus casas hasta que se les dé aviso”.

1.     Dos fechas

El 1º de abril de 1915, fecha del nacimiento del presbítero Teodoro Ríos. El 20 de noviembre de 1915, fecha convenida para la fundación del Seminario Auxiliar de Totatiche. Con diferencia de unos meses, dos fechas centenarias que en la Providencia enlazan el natalicio del padre Ríos con el inicio histórico de este Seminario. Dos fechas que funden la significación de una vida y de una institución que habrían de mantener relación de intenciones y de acciones, mientras el nombre del celoso y apostólico párroco titular de este lugar llevaba su avance apostólico rumbo al martirio, rumbo a la glorificación de su ejercicio sacerdotal, rumbo a las cumbres de la Iglesia donde Cristóbal Magallanes fue declarado santo; y mientras, el padre Teodoro Ríos, como prefecto del Seminario, como párroco de Totatiche y de otras parroquias, iba labrando los perfiles de su santificación identificando su nombre con la historia del pueblo y con el Seminario en los capítulos que marcan la consolidación y el inicial florecimiento de este plantel.

2.     El Silvestre

Al Seminario Auxiliar de Totatiche se dio un nombre familiar y bien querido para todos los que han pasado por aquí, pero extraño tal vez para quienes por primera vez lo oyen. Y no deja de ser significativo saber cómo fue, dónde y cuál fue la razón de ese nombre de “Silvestre”, cuando en las zozobras de la persecución religiosa, tiempo de catacumbas, angustioso afán por ocultar la actividad del Seminario vino a bautizarse así tan inesperado escondrijo.

Luego, hay que decir que en los últimos años del padre Ríos, cuando vino a vivir sus postreros días en la casita montada en las repisas del cerro del Petacal, ocupaba su tiempo en el cuidado del Silvestre, en el aseo de los salones que se construyeron a su lado y en el cultivo de florecidos rosales, legumbres y pródigos naranjos de qué él mismo se encargaba de podar y hacer frutecer.

Según el clima hostil a la Iglesia y cuando el padre José Garibi Rivera, en casi un año de atender al naciente Seminario, se separaba de Totatiche dejando los mejores cauces para su funcionamiento, esto parece que enardeció los actos persecutorios contra los católicos; se vio entonces la urgencia de despistar a los perseguidores. Y aunque el curso de 1917-18 transcurrió con relativa normalidad, se pudo saber que un individuo de nombre Crescencio Salazar se impuso la tarea de perseguir al Seminario dando aviso a la autoridad militar de Colotlán acerca de esta casa dedicada a la formación de sacerdotes; pensó por ello el señor Cura Magallanes en la manera de resolver el problema.

Discurrió el párroco la construcción de una casa en los arrabales del pueblo y como para describirla, como para imponer un nombre que tradujera su carácter rústico, su trazo informal, se pensó en llamarlo “Silvestre”, tomando en cuenta su construcción, piedra sobre piedra, sin pulimento alguno, codicia apenas de sabandijas que paseaban por el peñascal, y dándole forma redonda, que no ofreciera cara por ningún lado al quedar disimulada entre las peñas. Tan humilde choza albergó a los primeros seminaristas haciendo recordar tiempos de los primitivos cristianos de Roma en las catacumbas.

El nombre recuerda la génesis de ese plantel, y fue pasando del adjetivo que expresa su rusticidad primitiva al sustantivo que señala el lugar y que se usa como contraseña en informes oficiales (“Silvestre cumplió 21 o 22 años”) para indicar el número de alumnos matriculados en tal o cual ciclo, y acabar en la respetuosa alusión del mismo San Cristóbal Magallanes cuando, en la cárcel donde estuvo confinado, escribió como pudo en las tablas de la cama, con enrevesadas letras y cambiando el orden de las palabras, una frase referida a un supuesto maestro albañil, don Silvestre, a quien da indicaciones sobre sueldos que había que cubrir y que dejara libres a los peones.

3.     Avances

Después de los nubarrones de la Cristiada que ensombrecieron al país vienen periodos de cierta tranquilidad en que bajan los alumnos de los riscos del Silvestre, y toca al señor cura don Pilar Quezada, luego del sacrificio de San Cristóbal, consolidar la obra de su predecesor. Para el caso se acondicionó la escuela parroquial anexa al Santuario de Guadalupe, y ahí fue plantado a partir de 1938 el internado formal del Seminario, aunque con las carencias que los tiempos imponían.

En lucha contra las limitaciones y cono intrépido arrojo, don Pilar Quezada se echa el compromiso de la manutención y el albergue de tres docenas de alumnos, en salones apenas acondicionados, pero sin luz eléctrica, sin agua corriente ni drenaje, y atenido al recio desplante de las personas que se hicieron cargo de la cocina con la preparación de frugales alimentos en fogones de leña. Para el aseo más indispensable de los alumnos se dispusieron grandes tambos que todas las madrugadas rellenaba con agua acarreada del manantial de Las Canales un alumno musculoso, risueño y fogoso, en cinco o más viajes con “paradas” de botes de yugo soportados a hombros: era Saturnino Covarrubias, que a su tiempo sería ejemplar sacerdote, también párroco de Totatiche.

Para entonces, Teodoro Ríos, cumplido el periodo de su formación sacerdotal entre los tropiezos, las amenazas y las persecuciones que le tocó sortear en sus años de seminarista en Guadalajara, primero como subdiácono y luego para su ordenación sacerdotal tuvo que pedir dispensa, pues no cumplía la edad canónica para recibir el sacerdocio; y así, a la edad de 23 años se hizo cargo del naciente internado, que representó un importante avance en la historia del Seminario.

La historia de este plantel registra de este modo el nombre del padre Teodoro Ríos, ordenado el 10 de octubre de 1938 en la catedral de Guadalajara por el señor Arzobispo don José Garibi Rivera, al recibir en noviembre de ese año el nombramiento de prefecto de disciplina y maestro del Seminario. A los años de su edad el nuevo sacerdote, con su juventud radiante, el corazón lleno de amor y animado del espíritu de Dios, emprende la tarea que sus superiores le encomendaron.

Habrá que hacer un recuento de la acción de este padre, del impulso que venció limitaciones, dificultades de diversos órdenes, carencia de los servicios elementales, para dar al Seminario un ambiente de orden, de disciplina, de piedad, de estudio y de una convivencia animada de jovialidad en que ejerció su misión, dejando una huella que los alumnos supieron valorar con profunda devoción.

4.     Testimonio

El naciente internado no sólo enfrentaba carencias materiales, sino que también carecía de las condiciones para implantar un plan de estudios acorde a los lineamientos del Seminario Mayor en Guadalajara. No sólo faltaban instalaciones sanitarias elementales, no sólo dormitorios y salones de clases, no sólo mobiliario, sino que tampoco había una planta de maestros; para las materias secundarias se echó mano de seglares del lugar con preparación, mientras que las materias de peso eran atendidas por el señor cura Quezada, el padre Ríos y algún sacerdote que ejercía funciones de padre espiritual.

Alumnos de entonces que sobreviven hoy hacen recuerdos emocionados y hablan con calor, con admiración, con gratitud de la entrega con que el padre Teodoro Ríos cumplió su encomienda al frente del Seminario. Es el caso del señor Maurilio Valdés y Jara, que ostenta el título de reconocido y ameritado contador público y cuyo nombre aparece en la matrícula de Totatiche el año 1941-42.

¿Qué fue para Totatiche don Teodoro Ríos? Fue el décimo prefecto del Seminario en los primeros años de su sacerdocio, y luego, cuando el señor Cura Quezada fue llevado al Seminario Mayor, recibió el cargo de párroco de Totatiche. Esas dos etapas de su empeño y su dedicación tan cumplida a favor de los totatichenses dejaron sensación muy fuerte de gratitud y cariño para este sacerdote. El vacío que nos dejó su partida se sigue sintiendo hondamente.

Cinco o seis generaciones de seminaristas lo recuerdan como prefecto, y no porque fuera un prefecto consentidor; antes bien, se hacía sentir enérgico, estricto en la disciplina del plantel, pero nunca con gritos o regaños. Las observaciones a quienes se indisciplinaban siempre fueron en privado, pero como se referían a faltas reales, no infundadas, el acusado sentía que aquellas palabras le calaban hasta los huesos. Lo que imponía respeto al superior de quien hablo era el insustituible uso de la sotana negra con que se presentaba en todo momento. El prefecto Ríos Cárdenas destinaba buena parte del tiempo que le imponía el rezo de las horas canónicas en vigilar a sus seminaristas, principalmente en las horas de estudio, deambulando por los patios del plantel. Sostenía el breviario en la mano izquierda y llevaba los dedos de la derecha metidos entre los botones de la sotana.

Se calificaba con mucho mérito al alumno que guardaba orden en las aulas, en la capilla, en el refectorio, en los dormitorios, en las horas de estudio, etc., pero el mayor mérito se lo llevaba quien menos hablara en los actos de comunidad. El silencio era la nota distintiva de la verdadera disciplina.

Los escapes a este rigor los tenían aquellos jóvenes en los recreos dentro del plantel y además, en las tardes de jueves y domingos caminando y en el campo de futbol. Aparte, el padre Ríos programaba excursiones mensuales a las rancherías: El Petacal, La Boquilla, San Francisco, Cartagena, etc.; todas estas caminatas eran no sólo parlantes, sino también cantantes. El padre Ríos entonaba cantos que todos coreábamos.

La personalidad de este sacerdote fue el producto de lo que vivió en su ambiente familiar, en el ambiente de sus años de seminario a la sombra de don Cristóbal Magallanes, y de los primeros años de sacerdocio bajo la mirada del señor Pilar Quezada.

Como párroco de Totatiche no realizó obras de relumbrón, pero cubrió con celo apostólico todos los ángulos de la vida espiritual y educativa de la Parroquia. Tocó a él promover y organizar la ceremonia de la coronación de la imagen patronal de Totatiche, Nuestra Señora del Rosario, con una solemne misa pontifical al centro de la celebración, y la asistencia de dos señores obispos, don José Garibi Rivera y don Lino Aguirre García, que tuvo relación personal con la vida del seminario.

También emprendió con la mayor solemnidad la celebración del Segundo Centenario de la parroquia de Totatiche, entre cuyos actos figuró al comenzar la ordenación sacerdotal del padre Ramiro Valdés Sánchez, alumno del Seminario, el 7 de octubre de 1955, un día después de que fueran consagrados con todo el esplendor litúrgico del caso el templo y el altar de Nuestra Señora del Rosario.

De aquí siguió la celebración de un Congreso Eucarístico-Mariano con un intenso programa de actos de culto y la participación de un alto número de sacerdotes, prominentes figuras de la curia diocesana y del seminario central, en celebraciones, prédicas, impartición de temas doctrinales, procesiones eucarísticas y alabanzas piadosas a María en un programa que se extendió hasta el domingo nueve de octubre, del cual, por cierto, escribió puntual crónica el neosacerdote Ramiro Guadalupe Valdés.

5.     La meta

Luego de su desempeño al frente de la parroquia de Totatiche, de Ayo el Chico, de El Teúl y de Temastián, vino el señor cura Ríos a resentir en su organismo “el cansancio del fin” y presentó su renuncia, según él mismo lo dejó escrito en apuntes personales:

El 1º de abril de 1938, el eminentísimo señor Cardenal don José Salazar aceptó mi renuncia a la parroquia (...) y me concedió estar en Totatiche en plan de vacaciones, mientras me proponía un lugar en donde estaría prestando mis servicios ministeriales.

Poco después, el siguiente mes de enero, en visita que hizo el emintentísimo señor Posadas Ocampo a las fiestas de Temastián, pasó de regreso por Totatiche; lo saludé y me dijo: “Le voy a cambiar el nombramiento que tiene de adscrito a la parroquia y le voy a mandar nombramiento de Capellán del Refugio y Confesor del Seminario...”  

            Le faltó decir a don Teodoro Ríos en sus apuntes que puso su casa habitación a los bordes de una peña, como repisa asomada a la ciénega, donde crecen palmeras, sauces y aguacates en un paraíso de verdura. Le faltó decir que en aquellos mismos peñascos está asentado El Silvestre en funciones de capilla y con un huerto florido a su alrededor, con árboles que el mismo padre Ríos cultivó y cuidó con anhelo. Le faltó decir que en la parte de arriba de esta capilla construyó dos salones que dieron servicio como centro pastoral de reuniones parroquiales.

            Diciéndolo así, se ha de llegar al inevitable trance donde termina el camino de la vida. Hablar de la muerte, aun cuando se hable de la muerte del justo, mortifica y duele. La muerte nos lleva a un trance que humilla, que hace sentir la limitación, la miseria de los seres, cuando en ella misma se aplica la sentencia que alcanza a todos los humanos. En lo que fue la muerte del señor cura Teodoro Ríos, en acto de delicadeza, como un trance que pertenece a la familia en intimidad de duelo, se espigan algunos párrafos del texto en que el Canónigo don J. Pilar Valdés Ríos da la relación de la enfermedad y muerte de su tío:

En sus últimos años, luego de su jubilación, viviendo a un lado del Silvestre, lo recuerdo en el gran cariño que manifestaba por aquella casona-símbolo, por aquella construcción-historia, por aquellos muros-reliquia venerable para el Seminario Auxiliar de Totatiche.

Temprano se levantaba a hacer su oración y en seguida se ponía a barrer el patio anexo a la capillita y luego a regar sus plantas y árboles frutales.

Por su cuenta construyó dos saloncitos que mucho han servido para reuniones de catequesis, retiros. Ahí hicieron ejercicios espirituales para su preparación al episcopado los padres J. Luis Chávez y Trinidad González.

En su testamento dejó para el Seminario la casa y todos los enseres de su propiedad.

Su dolorosa y larga enfermedad le sirvió, pienso, para purificar más su alma y merecer mayor premio delante de Dios.

Permitió Dios que mi tío, desde mediados del mes de julio de 1999, padeciera una larga y dolorosa enfermedad. Después de varias consultas con los doctores, todavía en su casa y con permiso del señor Obispo, celebró la eucaristía varias semanas, y luego tuvo que ser internado en el Sanatorio de San Francisco y posteriormente en el Albergue Trinitario.

Sobrellevó su enfermedad con grande paciencia y fortaleza, siempre optimista. En algunos momentos, cuando más arreciaba el dolor, exhalaba amargas quejas.

En el curso del año 2000 organizó una peregrinación al Teúl, Totatiche y Temastián. Contrató un autobús y, acompañado de varios sacerdotes internados en el Albergue Trinitario, fuimos a venerar los restos de los mártires Agustín Caloca, José Isabel Flores, en el Teúl, y Cristóbal Magallanes en Totatiche. En abril de ese mismo año el médico le permitió ir de nuevo a Totatiche para celebrar su onomástico y cumpleaños el 1º de abril.

A fines de abril su estado de salud fue más delicado y el médico ordenó que se le internara de nuevo en el Sanatorio de San Francisco, donde estuvo en terapia intensiva, hasta su fallecimiento el 1º de mayo del año 2000.

El señor cura Teodoro Ríos tuvo gran deseo de participar en la canonización de los santos mártires mexicanos, que estaba a unos cuantos días de su verificación en la ciudad de Roma. Dios Nuestro Señor quiso, como lo esperamos, que la disfrutara en el cielo.

Luego de una misa por su eterno descanso el 2 de mayo por la mañana, en en el sanatorio de San Francisco, acompañados de de varios familiares llevamos sus restos mortales a Totatiche. Los niños del Colegio Magallanes y mucha gente del pueblo hicimos valla para recibir su ataúd en la parroquia, donde se veló toda la noche.

El día 3 de mayo, desde las seis de la mañana hasta las doce horas, se estuvo celebrando la misa cada media hora. Al mediodía presidí la Eucaristía acompañado de varios hermanos sacerdotes. La homilía estuvo a cargo del señor canónigo don Gabriel Velázquez. Terminada la misa, a hombros fue llevado el ataúd, recorriendo la plaza al son de tambores, mientras en la torre tocaban a duelo las campanas.

Un buen número de la gente del pueblo lo acompañó hasta llegar a la puerta lateral del templo, donde hay un pequeño atrio. Ahí estaba la tumba que se preparó; la bendije, y en seguida fueron depositados los restos del décimo prefecto del Seminario y párroco emérito de Totatiche, don Teodoro Ríos Cárdenas.

En octubre se colocó una lápida de mármol. La gente le pone flores, le enciende veladoras y va a rezar. Sobre la lápida está grabado su nombre, las fechas de su nacimiento y su muerte, y la inscripción Resucitó. Jesucristo mi esperanza.



1 Periodista y cronista (El Teúl, Zac., 1927), fue alumno del Seminario Auxiliar de Totatiche y del de Guadalajara, receptor del premio Jalisco en letras y de numerosos reconocimientos por su copiosa producción literaria.



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