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COLABORACIONES

A la caza de un enigma: el silencio de Ábside sobre la guerra de España, 1937-1941

Rodrigo Ruiz Velasco Barba1

Dolosamente excluida, en 1999, de ‘Un árbol hemerográfico de la literatura mexicana’, importante recuento de publicaciones literarias en México hecho por la publicación Letras libres, la publicación periódica Ábside (1937-1975), aunque fundada y dirigida por sacerdotes e intelectuales católicos, puede figurar como un paradigma de una cultura que, péseles a los adalides de la nacional-oficialista, que la ha desdeñado con todas sus fuerzas, forma parte del alma de México. ¿Por qué calló Abside el drama del catolicismo en España al tiempo de estos hechos y del surgimiento de la misma? Un perito en la materia da algunas explicaciones.

Desde hace un par de años estoy embarcado en un nuevo viaje de exploración histórica, esta vez tras las huellas de los intelectuales mexicanos y sus posturas frente a la guerra civil española. Como es sabido, entre julio de 1936 y abril de 1939 lucharon encarnizadamente en España dos coaliciones. Por un lado, las fuerzas del gobierno republicano del Frente Popular español, presidido por Manuel Azaña, que era sobre todo un conglomerado de izquierdas revolucionarias; y por el otro, la rebelión derechista encabezada por el general Francisco Franco. Un explicable prejuicio podría reproducir al instante la imagen de unos intelectuales mexicanos muy inclinados en sus simpatías hacia el bando frente-populista; sin embargo, un recuento cuidadoso revelaría una realidad más plural.

Los intelectuales y artistas vinculados al Estado mexicano, al gobierno cardenista y las organizaciones de izquierda favorecieron al gobierno de Azaña. Cabe evocar aquí nombres como Narciso Bassols, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, Isidro Fabela, David Alfaro Siqueiros, Carlos Pellicer, Vicente Lombardo Toledano, Octavio Paz, por sólo mencionar algunos de los más conspicuos; pero entre los pensadores que militaron en la oposición, dentro de las filas anticardenistas, no fueron irrelevantes ni pocos los que vieron con buenos ojos a los españoles alzados, empezando por José Vasconcelos y, con esta misma orientación, copartícipes del semanario capitalino La Reacción (?), fundado en 1938 por Aquiles Elorduy.2

Al afrontar la tarea de considerar las actitudes de los diversos sectores intelectuales, una ineludible fuente de interés reside en los escritores católicos, aunque al respecto se yerguen obstáculos insospechados. El historiador Jean Meyer ha advertido que “falta un estudio a fondo de la actitud de la Iglesia y de los católicos mexicanos frente a la guerra civil española, frente al fascismo y al nacionalsocialismo, luego frente a la Guerra Mundial”.3 Ahora me propongo ir rellenando paulatinamente partes de esa laguna.

  1. Ábside y su alineamiento

En febrero del año presente visité la biblioteca del Seminario Mayor de Guadalajara para consultar los números correspondientes al primer lustro de una publicación emblemática del catolicismo patrio: Ábside, revista de cultura mejicana, originalmente mensual, fundada en enero de 1937 y dirigida desde entonces por el sacerdote zamorano Gabriel Méndez Plancarte hasta su temprano fallecimiento en 1949. La idea de Ábside nació durante las “tertulias del mate” que acostumbraban celebrar algunos clérigos humanistas, varios antiguos alumnos del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano y maestros del Seminario Conciliar de México, fundamentalmente alrededor del cuarteto conformado por los hermanos Alfonso y Gabriel Méndez Plancarte, Octaviano Valdés y Ángel María Garibay. En concreto fue en la casa del último, en la parroquia de Otumba, municipio mexiquense, “a la sombra de un ábside franciscano —álveo materno de nuestra cultura”, donde se perfiló el proyecto de esta revista de altos vuelos.4 Aunque su circulación fue reducida (posiblemente de quinientos ejemplares el tiraje), la innegable importancia de esta publicación reside en la calidad de sus plumas.

Entre los colaboradores de Ábside durante su primer lustro estuvieron hombres de letras como Mariano Alcocer, Francisco Alday, Antonio Brambila, Alberto María Carreño, Antonio Caso, Manuel de la Cueva, Toribio Esquivel Obregón, Jesús García Gutiérrez, Nemesio García Naranjo, Antonio Gómez Robledo, Pedro Gringoire, Efraín González Luna, Enrique González Martínez, Alfonso Junco, Juan Lainé, Alfredo Maillefert, Sergio Méndez Arceo, Perfecto Méndez Padilla, Fernando Urdanivia y Agustín Yáñez, al lado de escritores extranjeros como el argentino Luis Actis, el venezolano Humberto Quintero, el chileno Martín Góngora del Campo, el portorriqueño Ricardo Pattee y el francés Robert Ricard. Estos nombres conforman un conjunto heterogéneo de laicos y eclesiásticos; poetas, filósofos, historiadores, internacionalistas y abogados. Había una diversidad de pensamiento, de enfoques, con la mirada puesta en lo universal, anunciada desde el prólogo por Gabriel Méndez Plancarte: “Ábside: solidez, altura. Fulgor solar transfigurado por la policromía de los vitrales. Variedad lineal y cromática que se funde y resuelve en superior armonía”.5

Por fortuna, en el caso de Ábside están disponibles trabajos previos que permiten adelantar los ejes fundamentales de la publicación. Como destaca Manuel Olimón Nolasco, la revista navegó desde sus primeros días izando el pendón del humanismo cristiano, abrevando en las fuentes clásicas de la literatura grecorromana, rescatando el pasado precolombino y colonial, reivindicando el hispanismo y los clásicos.6 Para Jesús Iván Mora Muro —cuya investigación aporta valiosos datos, ideas y pistas útiles para mi propósito—, Ábside debe ser considerada como “una manifestación cultural católica cuyo proyecto se fundamentó en una crítica de la modernidad”.7

Los autores de la revista no sucumbieron a las seductoras ideologías del siglo xx y fijaron sus posturas respecto de ellas, con frecuencia haciendo gala de un catolicismo social, moderno, en la senda de la doctrina de la Iglesia propugnada por el pontífice León xiii y sus sucesores. En un siglo marcado por la revolución comunista y el ascenso del fascismo y el nacionalsocialismo, de terribles luchas civiles y catastróficas conflagraciones trastocando el paisaje internacional, Ábside adoptó un alineamiento crítico al margen de los totalitarismos en boga, enarbolando de consuno el humanismo cristiano. Así lo expresaba su director, el padre Gabriel Méndez Plancarte:

Maestro, las ondas del éter sumisas transmiten  / hasta los confines del orbe / tu infalible enseñanza contra la Hoz y el Martillo, / contra el Haz prepotente, / contra la Cruz Gamada, contra los modernos ídolos / Clase, Raza, Estado / que embrutecen al hombre y esclavizan las almas. / Y sobre el mundo en fiebre, / poseído de locura suicida, / sediento de guerra y matanza, sobre la roja tempestad del odio / palpitó tu serena palabra: / ¡PAX! ¡PAX! ¡PAX!, / como una bandera luminosa y blanca, la bandera del Cristo, / luz, amor y vida, /  plenitud de justicia y de gracia8

Con la segunda Guerra Mundial en el horizonte próximo, ésta fue la tónica, la constante de la revista en materia política. No se escatimaron descalificaciones hacia el fascismo y su pariente el nacionalsocialismo. En Ábside proliferaron los artículos en este sentido. Un ejemplo es Jesús T. Moreno, para quien “el fascismo debe ser repudiado -en sí mismo, no en todas sus realizaciones, pues algunas merecen calurosos elogios- porque no admite que ninguna actividad se realice independientemente del poder público: desconoce el valor de la personalidad humana y deifica al Estado”. Respecto del nazismo la crítica se endurecía todavía más, pues añade a la estadolatría el racismo: “la creencia en la irremediable superioridad del hombre nórdico, inadmisible ante la serena observación de los hechos y opuesta a la existencia, aun potencial, de un orden jurídico que abarque todo el universo”. Se afirma que los ideólogos oficiales del nazi-fascismo, Rosenberg y Gentile,  son inaceptables para un católico, juicio avalado por la Iglesia cuando incluyó sus obras en el Índice de libros prohibidos.9

En ocasiones los artículos antinazis de Ábside se centraban no ya en los principios doctrinales, sino en casos concretos del expansionismo hitleriano, como fue el Anschluss o anexión de Austria por el Tercer Reich, que motivó la repulsa y el lamento del tapatío Antonio Gómez Robledo (1908-1994). Para este destacado internacionalista, egresado de Derecho de la Universidad de Guadalajara y doctor en filosofía por la UNAM, la absorción de Austria por el régimen alemán significó una pérdida universal, en razón del humanismo clásico y el cristianismo occidental que eran los valores que Austria irradiaba a la humanidad. Gómez Robledo no se amilanó ante las versiones que justificaban la incorporación por la aquiescencia popular austriaca; en caso de ser cierta, vendría a resultar valedera sólo “como índice de la miseria mental de nuestro tiempo”. El jalisciense reprobaba el nazismo radicalmente: “no tiene precedentes el telurismo sombrío y sin manumisión posible del racismo fascista… Es nada más… la exaltación de las fuerzas biológicas en toda su desnudez y desenfreno”. Censura además el antisemitismo, incompatible con el cristianismo y psicológicamente asociado con el anticristianismo de los nazis, esos impulsores del “odio del Tercer Reich contra Cristo”, “el retorno de Wotan” o el paganismo germano, sostenedores de “la negación de la fraternidad entre las razas”.10

Después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Antonio Gómez Robledo seguiría insistiendo en sus ataques al nazismo. En ese tenor, sostiene que el régimen de Hitler equivalía a “la negación de las esencias que han informado la civilización occidental desde los tiempos de Grecia”; es decir, según su pensar, los tres pilares de la filosofía y la política griegas, el derecho romano y el Evangelio de Jesucristo. Significativamente, el jurista tapatío enlazaba sus argumentos con el pensamiento del filósofo neotomista francés Jacques Maritain. Gómez Robledo veía en la exaltación nazi de la raza la negación de la razón como característica suprema del hombre y como lo contrario del mestizaje, que es  “raíz de España y de su obra en América” dentro del discurso hispanista. Del racismo se trazaba la ruta hacia las campañas de esterilización de los no aptos, la eugenesia, la tiranía, el totalitarismo, el antisemitismo, entre otras cosas que juzga deplorables.11

De ordinario, en Ábside se destinaba una sección final a las reseñas de obras recientemente publicadas. El comentario de Gabriel Méndez Plancarte sobre el libro Martin Niemoeller: esbozo de una biografía, de Pedro Gringoire, fue ocasión para que se refrendase el carácter anticristiano del “hitlerismo pagano” y para que el redactor declarase su esperanza en que el sacrificio del pastor Niemoller (confinado en prisión por los nazis) y el hostigamiento al que eran sometidos los cristianos en Alemania fuera la simiente para un futuro y estrecho acercamiento entre católicos y protestantes.12

En referencia al aparente opuesto del fascismo, esto es el comunismo, sobre todo en su versión marxista, la posición de los colaboradores fue también, desde el principio, de crítica severa, aunque Jorge Alonso dice, basado en una carta de Gabriel Méndez Plancarte, que se insistió más en la reprobación del nazismo por considerarlo “más peligroso y contagioso para los jóvenes católicos en ese momento”.13 El abogado y político Efraín González Luna (1898-1964), oriundo de Autlán, Jalisco, cofundador del Partido Acción Nacional, fue dentro del grupo de colaboradores probablemente el más tenaz, metódico y profundo contradictor del comunismo, por entonces parapetado en el Estado soviético y decidido a exportar la revolución con el signo de la hoz y el martillo.

El tema del comunismo conllevaba en la época algunas delicadas implicaciones. La opinión anticardenista radical a menudo empleaba como argumento contra el régimen el supuesto procomunismo gubernamental. Así, el anticomunismo llegó a cohesionar el discurso de una parte muy importante de los intelectuales y la prensa de oposición al presidente Cárdenas. En Ábside se llevó a cabo la crítica del comunismo pero, por lo general, no de una manera abiertamente anticardenista, sino recurriendo —cuando fue el caso— a formas menos llanas. En la revista, durante sus primeros años, quizá fue González Luna el escritor anticomunista más osado, el que holló la frontera entre la confrontación directa y la discreta con el Estado mexicano.

González Luna acusó un fenómeno que estimaba cada vez más presente en México y otros países, el de las conversiones al comunismo por parte de acomodaticios pequeñoburgueses. Para él, había dos maneras “de afrontar la marea montante de la revolución”. Una era la actitud crítica, previa a la resolución y el proceder, y otra el “dejarse llevar por la corriente”, dócilmente, bovinamente, tornándose en políticos, estudiantes y burócratas comunizantes. El de Autlán creyó ver desaparecer en el pasado ese “halo heroico del comunismo” y con esto la sustitución por “el gorro de dormir del burgués poltrón”. En esos momentos, el heroísmo había que esperarlo más bien en las filas de los anticomunistas, nadadores a contracorriente. Según sostenía, el pequeñoburgués que se convierte al marxismo por comodidad no puede justificarse hablando de liberación desde el momento en que en los regímenes marxistas el más leve disenso es aplastado sin miramientos. “Se objetará: ¿y qué pasaría en un país fascista? Pero nada hay tan parecido al comunismo como el fascismo en cuanto a la relación hombre-estado. Son hermanos enemigos, hijos de la misma madre totalitaria. La misma libertad de espíritu goza un marxista que un racista”.14 Ésta y otras aseveraciones dejan traslucir lo que afirma Jorge Alonso: que “especialmente preocupante le parecía a González Luna el avance del comunismo y el supuesto apoyo gubernamental a quienes lo propugnaban” en México.15

En otra ocasión, don Efraín echa por tierra principios doctrinales del marxismo, específicamente su noción de clase, de la que dentro de este sistema se desgajaba una comprensión total de la historia. Era, para González Luna, un concepto “intencionadamente deformado”. Arrancaba su análisis lamentando la destrucción de la organización gremial del antiguo régimen, sobre cuyos escombros se habría edificado un sistema social injusto bajo el signo del liberalismo, y de ahí el surgimiento del proletariado, que es ante todo desesperación. No obstante reconocer el estado de injusticia, González Luna considera al marxismo revolucionario lastrado por una “falsa doctrina de las clases sociales y de la lucha de clases”. Según él, la concepción marxista de clase encajaba a la manera de un mito, siguiendo a Georges Sorel; esto es, racionalmente nula y de naturaleza extralógica, pero útil en la práctica por su sentido bélico y revolucionario. González Luna sintetizaba el fallo del siguiente modo: las características reales de las clases es que éstas “son profesionales, nacionales, verticales y solidarias”, en tanto que para el marxismo son “esencialmente políticas, internacionales, horizontales y antagónicas”. Del texto, creo, se sigue que el discurso del jalisciense se inscribe dentro de una corriente de pensamiento partidaria del organicismo social, de los cuerpos sociales naturales, y lo ideal hubiese sido la reforma y adaptación del antiguo orden gremial, pero la ruptura con él había derivado en profunda injusticia y disolvente “lucha de clases”. Frente a la agitada situación, a su criterio la respuesta válida está representada por la noción cristiana de comunión.16

Estos escritos de González Luna constituyen sólo una pequeña pero significativa muestra de los artículos anticomunistas que fueron publicados en Ábside.17 Y, como puede deducirse del artículo del cofundador de Acción Nacional, no sólo el fascismo y el comunismo fueron puestos en la picota;18 tampoco el individualismo liberal resulta bien librado en las páginas de la revista. En 1941, en plena conflagración mundial, Ábside hizo suyo un escrito de Antonio Caso que, retomando la filosofía de la historia agustiniana e identificando a los totalitarismos con la malvada ciudad establecida sobre el egoísmo, la contraponía con la concepción cristiana de la sociedad y del Estado, para finalizar vitoreando a Inglaterra como defensora de la libertad y la democracia.19

En contra de las propuestas del fascismo, nazismo y comunismo, y a distancia también del liberalismo capitalista, una parte importante de los colaboradores de Ábside bascularon en torno a la proposición del filósofo católico francés Jacques Maritain, el “humanismo integral”, o de alternativas semejantes como el “humanismo político” de inspiración cristiana.  Carlos Gómez Lomelí glosaba en la revista la obra de Maritain, la “solución sólo puede darla una filosofía y una acción de inspiración cristiana, orientada hacia lo que se llama “humanismo integral” y hacia una justa idea de la Libertad”.20 Quienes se sentían atraídos hacia esta forma de pensar postulaban una acción política y social cristiana, al margen de la derecha y de la izquierda, como una tercera vía:

Se impone la necesidad inaplazable de crear un “TERCER PARTIDO”, el cual congregue a hombres que no quieren adherirse al “Frente Popular” ni a lo que se llama “Frente Nacional”, por las razones esenciales de que estos dos “frentes”, cargados por el dinamismo del odio, marchan inevitablemente a la guerra civil.21

En El Nacional, el periódico oficial del Partido Nacional Revolucionario, que a partir de 1938 cambió su denominación a Partido de la Revolución Mexicana, siempre vigilantes y prestos a acusar supuestas intromisiones de la Iglesia en la vida política del país, el anterior artículo que glosaba el pensamiento de Maritain ocasionó que se diera la “voz de alarma” cuando el ensayista yucateco Ermilo Abreu Gómez sugirió que la clerical Ábside patrocinaba la organización de un partido cristiano dispuesto a la violencia y a la acción subterránea. En resumen: “invitación a la rebeldía”.22

  1. El oscuro silencio y su probable causa

En teoría, dado el carácter vertebralmente católico de la revista -aunque no exclusivo-, la guerra civil española tuvo que ser un foco de nerviosa atención para los escritores de Ábside. Quienquiera que lea los periódicos de la época encontrará que el conflicto español atrajo de modo permanente el interés del público mexicano. En los grandes diarios nacionales es difícil encontrar un solo día sin que se tocase el tema de la lucha allende el océano. Para los católicos mexicanos, naturalmente que la contienda española tendería a evocar un agitado y doloroso pasado, con la Cristiada aun fresca, fundamentalmente en razón de ese componente común de ambas guerras que fue el factor religioso. En los dos países el catolicismo fue sacudido por fuerzas revolucionarias y la reacción ante la persecución cobró rasgos de cruzada, y en el ejemplo de España con la venia de una nutrida parte del episcopado, que denunció en una carta colectiva al bando que le pulverizaba.

En el estudio de Vicente Cárcel Ortí, La persecución religiosa en España durante la Segunda República, 1931-1939, aparecen los escalofriantes datos generales de la saña anticlerical de los frentepopulistas durante la guerra civil: el asesinato de 6 832 clérigos en total, entre ellos 4 184 seculares, ya incluida una docena de obispos; 2 365 religiosos y 283 monjas, a los que todavía faltaría sumar un número indeterminado de seglares, que se estima en varios millares, aniquilados por el único delito de ser católicos practicantes.23 Tales cifras hacen que el historiador jesuita Fernando García de Cortázar señale esas matanzas como “la persecución más sangrienta sufrida por la Iglesia universal en toda su existencia”.24 Para hacerse una idea sobre las dimensiones, baste anotar que diez años antes, durante la guerra cristera en México, fueron inmolados noventa sacerdotes, según Jean Meyer.25 Pese a la dureza de la persecución religiosa emprendida por el gobierno mexicano bajo la batuta de Plutarco Elías Calles, la desatada en la zona frentepopulista española fue incomparablemente más intensa y brutal.

Con sus debidas proporciones, la guerra de España debió evocar experiencias muy familiares para los católicos mexicanos, curtidos en la guerra cristera y en la ulterior reincidencia del anticlericalismo gubernamental. La tendencia natural, instintiva, mayoritaria, tuvo que ser la solidaridad con sus diezmados hermanos españoles y, en consecuencia, su simpatía con el bando nacional que planteaba su levantamiento como una cruzada en defensa de la Iglesia católica y de la civilización cristiana. No obstante, por increíble que parezca, dadas las abultadas dimensiones de la persecución religiosa, en Ábside no hubo mientras transcurrió la guerra civil española ninguna alusión al tema, y es evidente que para que esto ocurriera tuvo que haber una línea editorial que así lo determinase. Ahora bien, confirmado este hecho desconcertante se impone la interrogación, el por qué: ¿a qué se debió ese sepulcral silencio aparentemente incomprensible? ¿Cómo explicar una omisión sobre un conflicto que forzosamente sacudió a los católicos del mundo entero y sobre todo a quienes compartían un lenguaje, un pasado, un cordón genealógico?

Tal inhibición no pasa inadvertida para el estudioso Jesús Iván Mora Muro, quien observa que la guerra de España fue un “tema tabú” para los colaboradores de esta publicación, y que esto se explica por “el intento de no levantar controversias en torno a un conflicto en el que México estaba sentimentalmente y, en algunos casos, activamente involucrado”.26 Téngase en mente que durante los años de lucha, el gobierno de México apoyó directamente a su homólogo del Frente Popular español, con presión política y ayuda diplomática, vendiéndole armas y provisiones, y proporcionando asilo a sus militantes.27 Aunque en su artículo Mora Muro no prueba su aserto, resulta claro que si se atiende al contexto de las relaciones Iglesia-Estado por esos años, la conducta de Ábside cobra pleno sentido. Los arreglos de 1929 no habían significado el fin de la política anticlerical y anticatólica del gobierno mexicano, que a partir de 1931 experimentó un recrudecimiento. No obstante, la jerarquía eclesiástica fue partidaria de una resistencia pacífica, de conquistar espacios de libertad para la Iglesia mediante el entendimiento y la cooperación, y en este sentido el contagio de los acontecimientos españoles, su posible extrapolación a México, habría supuesto un riesgo para la política de apaciguamiento y reconciliación que, en términos generales, implementaba la Iglesia mexicana siguiendo las directrices de Roma, porque había un potencial riesgo de radicalización de los laicos, que se verían tentados a emular la respuesta española frente al furor anticatólico, hasta cierto punto todavía vigente en México por la prohibición del culto religioso en algunos estados como Tabasco y por la odiada educación socialista.28

Aunque durante el cardenismo los rotativos contaron con una libertad de expresión reconocida por sus adversarios más exaltados —por ejemplo Aquiles Elorduy y su periódico La Reacción (?)—, el carácter católico y la condición sacerdotal del núcleo fundador de Ábside pudo haber aconsejado una suerte de autocensura en relación con la guerra civil española.29

El 14 de diciembre de 1937 el periódico oficialista El Nacional, por esos días dirigido por Gilberto Bosques, publicó un editorial con el contundente título de “Una traición al pueblo mexicano”. Se decía que el episcopado mexicano había enviado el 27 de julio “un mensaje de adhesión, condolencia y augurio a la Iglesia de España”, ventilado allá en El Heraldo de Aragón. Advertía que el episcopado español era aliado de los franquistas y que, por tanto, “ninguna manifestación de solidaridad con el episcopado español puede, entonces, suponerse exenta de connotaciones políticas”. El texto de El Nacional consideraba que el mensaje era un acto de disidencia respecto de los poderes públicos y “la voluntad popular” mexicana, que había tomado partido por el gobierno republicano del Frente Popular, que era, según el editorial, el único ajustado a la legalidad y la democracia. En el periódico del hegemónico Partido Nacional Revolucionario se acusaba a la Iglesia de entrometerse indebidamente en política y arrogarse una representación que no le correspondía cuando hablaba, según se afirmaba, en nombre del episcopado, el clero, y el pueblo mexicanos. El tono de El Nacional era intimidatorio:

la Iglesia de México, EN NOMBRE DEL PUEBLO, rinde homenaje a los insurrectos, cuando se adhiere a la Iglesia española, instrumento político de la asonada. Pero el episcopado no sólo traiciona así al pueblo en cuya representación finge hablar; también traspasa la linde estricta de sus actividades toleradas por la ley, y al oponerse a la política internacional del Estado, suplanta funciones de soberanía que no le competen.30

El Nacional se detenía en una parte de la misiva del episcopado mexicano —donde los prelados aceptaban que, pese a los grandes sufrimientos padecidos por la Iglesia mexicana en los últimos tiempos, los soportados por la Iglesia española eran todavía mayores— para indicar que en el país la Iglesia católica no era perseguida ni vejada, sino bien tolerada por el gobierno cardenista. No obstante esa pretendida tolerancia, la Iglesia —que según el editorial equivalía a una empresa política camuflada de fines espirituales— se mostraba sistemáticamente como “un aliado de las fuerzas de retroceso —su policía espiritual— en la lucha pertinaz que éstas luchan contra los movimientos populares”. Finalmente, se culpaba a la Iglesia de obrar con deslealtad: “si no, ¿cómo explicar que un documento profusamente reproducido en la prensa militarista de España se haya preservado en México al margen de la publicidad, casi en sigilo?”31

Publicaciones como ésta, surgidas de los órganos oficiales de prensa, que acusaban a eclesiásticos mexicanos de mezclarse ilegalmente en política con motivo de lo que ocurría en España, seguramente preocupaban a la Iglesia.32 El Nacional actuaba con criterio sectario frente a la natural expresión de adhesión moral de la Iglesia mexicana a sus correligionarios, entonces blanco de un genocidio en toda regla,33 pero muy probablemente el editorial tenía razón al sugerir que el episcopado mexicano había levantado la voz de cara al exterior procurando no hacer demasiado ruido dentro del país, y seguramente esto se debía a que la Iglesia ponderó muy delicado pronunciarse así desde la prensa nacional  porque sus relaciones con el gobierno mexicano habrían podido empeorar ostensiblemente y representar otro escollo para el proceso que, poco a poco, habría de mejorar la situación fáctica y legal de la Iglesia católica en México. Todo este tinglado debió condicionar la línea editorial de Ábside, escorándola hacia una actitud muy cautelosa sobre este tema.

Aunque algunos de los colaboradores de Ábside simpatizaban abiertamente con los nacionales y publicaron al respecto sus opiniones en otros medios, como fue el caso paradigmático de Alfonso Junco, con toda probabilidad en Ábside también se sopesó que incluir esa clase de ideas podría complicar una labor del grupo directivo que consistía en tender puentes hacia estratos intelectuales oficialistas y moderados34 con la intención de fomentar la pacificación y la concordia. No era, pues, aconsejable poner a prueba la tolerancia del régimen cardenista publicando artículos desfavorables al gobierno del Frente Popular español y por tanto también opuestos a la política exterior del gobierno mexicano.

Este proceder moderador, que fue entonces la línea de la Iglesia en México, se manifestó de manera clara en Ábside, aunque algo tardíamente, en enero de 1941, por conducto de un escrito del arzobispo de México Luis María Martínez. La directriz era —en una época caracterizada por la fragilidad jurídica de la Iglesia— que el clero no interviniese en la política nacional. Martínez creía en la creciente moderación del gobierno mexicano, y reconocía el mejoramiento de las relaciones con el gobierno a partir de la presidencia del general Lázaro Cárdenas. En suma, la cabeza de la Iglesia mexicana consideraba que la distensión era la condición necesaria para el progreso y la reconquista de espacios para la Iglesia. Siendo así, veía razones para un futuro promisorio con el presidente entrante, Manuel Ávila Camacho.35 De este modo, la conducta de la jerarquía eclesiástica tuvo que haber influido en el talante de la revista dirigida por el padre Gabriel Méndez Plancarte.

En efecto, aunque González Luna llegó a calificar al régimen político mexicano como “dictadura y farsa”,36 al menos durante su primer lustro, en Ábside fueron más bien escasas este tipo de arremetidas, e inclusive podía uno toparse con puntuales deslindes frente a otras críticas al gobierno de Cárdenas.37 Es palpable, en la línea editorial de Ábside, la moderación que comenzaba por el mismo Gabriel Méndez Plancarte, ese ánimo de buscar puntos de acuerdo con elementos oficialistas sobrios y, cuando fuera menester, discrepar con cierta afabilidad. En la revista se ven rastros de estas conexiones y esta disposición atemperada respecto de políticos como el diputado oaxaqueño Alfonso Francisco Ramírez, con quien se resaltaban puntos de encuentro y se fincaban esperanzas de rectificación en los torcidos derroteros de la Revolución mexicana, aunque cortésmente se disputase, por ejemplo, su valoración demasiado benévola de la Unión Soviética, juicio a tono con los coqueteos de la izquierda mexicana.38

Esta actitud prudente, de búsqueda de coincidencia con sectores oficialistas igualmente moderados, llegó a insertarse también dentro del discurso hispanista cuando Gabriel Méndez Plancarte presentó elogiosamente en la revista una iniciativa impulsada por el diputado Alfonso Francisco Ramírez, “En pro de la Hispanidad”, donde se la tenía como “un valioso esfuerzo en pro de la Hispanidad cultural —no política— que nosotros profesamos, Hispanidad auténtica y libre de odios raciales, que de ninguna manera exige, para venerar a Cortés, destruir el monumento a Cuauhtémoc —como pedía neciamente, hace poco, un diario madrileño” de la España ya entonces dominada por los triunfantes nacionales.39

  1. El discurso hispanista

Historiadores como Ricardo Pérez Montfort han estudiado y puesto énfasis en el hispanismo como elemento ideológico fundamental del discurso conservador mexicano de la primera mitad del siglo xx.40 La hispanidad fue también un concepto clave y un discurso frecuentemente reproducido en Ábside. El padre Gabriel Méndez Plancarte consideraba el hispanismo entre “las razones de ser” de la revista que dirigía. No obstante, era un hispanismo sin hostilidad hacia las culturas indígenas, temperado e integrador. El discurso hispanista fue fomentado con el evidente cometido de reivindicar y afianzar una identidad propia, acorde con el genuino ser de México, fuertemente vinculada con el catolicismo.

Alfonso Junco, con ocasión del llamado Día de la Raza, enfatizaba que ésta “no significa, para nosotros, exclusión altanera, sino amorosa fusión: no implica la teoría materialista y pagana de un racismo aislante, sino al revés, la doctrina espiritualista y cristiana de un hispanismo integrador”. Según él, con hispanismo e indigenismo pasaba lo mismo que con espiritualismo y materialismo. Así como el espiritualismo no niega la materia, tampoco el hispanismo reniega del auténtico indigenismo, y tiene la amalgama acabada síntesis en la Virgen del Tepeyac.41 Otro de los hispanistas de Ábside fue Juan Lainé, quien considera a la lengua española y la religión católica denominadores comunes, identitarios, de “los veinte pueblos indoespañoles de América”. Lainé reafirmaba con poético entusiasmo esas raíces, la obra civilizadora de España en América, y descartaba la visión negativa de esa acción e influencia histórica contenida en la llamada “leyenda negra” antiespañola.42 Mientras el inglés había colonizado el norte del continente con el aforismo the best indian is the dead indian, el español había afirmado que “el mejor indio es el indio vivo” y “generosamente derramó su sangre, prodigó su cultura y otorgó su idioma a cuantos pueblos llegó la audacia de sus conquistadores y la piedad de sus misioneros. El milagro lo estamos viendo: los renuevos se han separado del tronco secular que les diera vida, y son ya vigorosos arbustos. Los pueblos de América, separados de la Madre Patria, deben honrarla”.43

Efraín González Luna fue otro fogoso hispanista, como lo muestra su conferencia pronunciada en el Centro Español de Guadalajara el 3 de noviembre de 1939, luego transcrita en Ábside. La disertación gira alrededor de la pasión de España como “sacrificio y dolor que produce salvación”. Se trata básicamente de una breve filosofía de la historia de España, un recorrido a través de las épicas empresas, siempre reveladoras de un quehacer trascendente entre las naciones. Llama la atención que la decadencia del imperio español fuera interpretada por González Luna no como una evidencia del agotamiento del heroísmo hispano y sus valores, sino como producto de “un designio providencial que permitió esa larga inmovilidad de la vocación hispánica de imperio para que pudiera quedar limpia del pecado del imperialismo” materialista-económico que caracteriza a las grandes potencias modernas. Se oponían así varias nociones de imperio y quedaba a salvo el significado que le confería la hispanidad, que entonces resurgía como posibilidad, “sin peligros de opresión injusta ni de inhumana explotación, como mera comunidad espiritual, lúcida de conciencia y encendida de fervoroso entusiasmo por los propios valores”.44 El concepto de hispanidad empleado por González Luna tenía como referencias a dos pensadores españoles: Ramiro de Maeztu, autor de Defensa de la Hispanidad, de 1932, y Manuel García Morente, de Idea de la Hispanidad, de 1938, dos filósofos de fuste conversos al hispanismo conservador de fuerte inspiración religiosa.45

  1. Tras la guerra se rompe el silencio

El silencio celosamente conservado en Ábside sobre la guerra civil española fue roto en varias ocasiones después de la victoria de los nacionales comandados por Franco en abril de 1939. En general, debe distinguirse entre los posicionamientos frente a la guerra de España y las posturas ante el posterior régimen franquista surgido del triunfo nacional. Los intelectuales que habían favorecido a los sublevados no necesariamente simpatizaron con la larga dictadura que resultó del conflicto. Sin embargo, durante la segunda mitad de 1939 y los años de 1940 y 1941, que corresponden a la primera etapa de la Segunda Guerra Mundial, la actitud de los escritores frente al régimen franquista, junto con sus interpretaciones de la contienda civil apenas concluida, conforman un medio legítimo para conocer las opiniones que, mientras duró el conflicto armado español, habían quedado en la penumbra o por lo menos al margen de la revista.

Algunas opiniones sobre la ya pasada guerra civil española fueron expresadas por colaboradores de Ábside como elementos enclavados dentro de exposiciones más amplias y reproductoras del discurso hispanista. Efraín González Luna, por ejemplo, hace comentarios de los que se puede desprender su perspectiva sobre los recientes acontecimientos españoles cuando exclama: “¡España crisol, España yunque, —de los “yunques que gastan todos los martillos”—, antemural y víctima! ¡España, obrero de salvación!”.46 El significado de este lenguaje metafórico aludía diáfanamente a la derrota del comunismo en España durante la guerra civil. La victoria del yunque español, que prevalece contra el martillo, símbolo del comunismo soviético. Esta significación se confirma luego dentro del mismo discurso:

en esta hora nuestra en que otra vez se preparan rumbos históricos inéditos, España cumple triunfalmente la primera etapa de una lucha sobrehumana contra lo que es culminación y síntesis de todas las agresiones acontecidas y posibles contra los valores espirituales que especifican el Occidente Cristiano: la barbarie marxista. Lo que esa victoria ha salvado, lo presentimos confusamente; pero no lo sabremos bien sino dentro de mucho tiempo, cuando la distancia haga posible la perspectiva. Entonces comprenderemos el sentido de esta tragedia de oceánica grandeza que ha bañado a la tierra y cuyo estruendo ha aturdido a todos los hombres. Las voces de España en sus momentos cruciales siempre han tenido resonancia universal.47

Como se puede ver, Efraín González Luna comprendió la guerra civil española a la manera de una lucha a muerte entre el “Occidente cristiano”, representado por los nacionales, y la agresión de la “barbarie marxista”, encarnada por el Frente Popular español o por la potencia que creyó hegemónica dentro de ese conglomerado de fuerzas revolucionarias auxiliadas por la Unión Soviética. Corroborado esto, es pertinente preguntarse si, dado el contundente antifascismo de González Luna y de Ábside, no se estaba cayendo en una flagrante contradicción. Máxime cuando, mientras transcurrió la guerra, Alemania e Italia habían apoyado al bando nacional. Frente a la posibilidad de dicha tesis, don Efraín negaba la premisa de la ecuación: no podía equipararse a los nacionales con el fascismo sin más. Para él, era una errada equivalencia que atribuyó a la distorsión de la propaganda:

interesada propaganda que se ha difundido por todos los rincones del mundo pretendiendo reducir determinadas manifestaciones del más puro carácter español a pobres imitaciones serviles de modelos extranjeros, incompatibles con las exigencias primarias del ser hispánico. Concretamente: el movimiento nacionalista español no es fascismo ni nazismo, ni lo ha sido nunca. Es simplemente nacionalismo español. No podrían prosperar en España ciertas formas inhumanas del Estado.48

Aun cuando estos pasajes reflejan la simpatía de González Luna con los nacionales durante la guerra civil española, y también con el recién establecido régimen de los triunfadores, parece que el cofundador de Acción Nacional fue con el tiempo variando su pensamiento y volviéndose crítico de la dictadura franquista, como asegura Jorge Alonso Sánchez49, biógrafo del autlense, quien me refirió en dos ocasiones una divertida anécdota que a su vez le contó Manuel González Morfín, hijo menor de don Efraín. Tras la muerte del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, en 1961, González Luna habría dicho en broma a su esposa: “Ya sólo quedan Franco y tú”.

En el grupo de Ábside, quizá ninguno tuvo un grado de entusiasmo y compromiso con la causa nacional como quien sería, después de los hermanos Méndez Plancarte, el tercer director de la revista: el poeta e historiador regiomontano Alfonso Junco Voigt (1896-1974).  Fiel muestra de ello es su libro El difícil paraíso, una recopilación de artículos publicados por el autor en El Universal entre mayo y diciembre de 1939, presentados como la voz del México auténtico, en contraste con el oficial que secundó al gobierno republicano del Frente Popular español.

Voz de Méjico es ésta. No del Méjico oficial, que adoptó una absurda actitud de beligerancia y que aún ostenta la actitud absurda de cerrarse a las relaciones con España. Voz del Méjico entrañable, que ya han gustado, con azoro dulce, miles de refugiados españoles: pobres refugiados que llegaron a Veracruz cerrando el puño bajo la férula “internacional” de Negrín y Lombardo, y ahora han ido entrando, la mano abierta, al gran hogar de nuestra “suave patria”.50

El desenlace de la guerra de España tenía por aquellos días un efecto directo en la política interna de México. El gobierno de Cárdenas acogía a millares de españoles que, temiendo las represalias de los vencedores, marchaban al éxodo. Esa inmigración española ocasionó una enorme controversia, porque entre los anticardenistas se creyó que ese contingente humano, guiado por los socialistas Juan Negrín e Indalecio Prieto, reforzaría a los revolucionarios locales capitaneados por Vicente Lombardo Toledano, el líder de la Confederación de Trabajadores de México.

El libro de Junco puede ser calificado como una apología —en el sentido técnico de la palabra— de la rebelión española y del régimen resultante. De modo similar a González Luna, Junco consideró que la guerra civil había sido provocada por “la invasión del bolchevismo en España …; el desenfreno de incendiarios y asesinos bajo la complicidad o impotencia del gobierno; … el caos social que despedazaba todo derecho, toda garantía, toda dignidad, toda eficaz defensa por las vías legales”. Ante ese panorama sombrío así descrito, “brotó la insurrección desesperada de un pueblo resuelto a vivir. Y a vivir con honor”.51 Un punto de vista muy parecido al célebre “media nación no se resigna a morir” que espetó a los diputados de la izquierda, en las Cortes republicanas españolas, José María Gil Robles, el histórico dirigente de la católica Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), en las vísperas del alzamiento nacional.

Don Alfonso no ocultaba su cercanía afectiva e ideológica con personajes vinculados con el bando nacional. En su libro, son nítidos su entusiasmo y admiración por José Antonio Primo de Rivera, el peculiar intelectual-político fundador de la Falange Española, ejecutado en la prisión de Alicante en noviembre de 1936, y lo mismo puede afirmarse con respecto a José María Pemán, el genial poeta gaditano que abrazó apasionadamente la causa de los insurgentes; adhesión —para acabar pronto— al cirujano de hierro, al mismo general Franco, a quien ensalzó enumerando sus múltiples dotes: “a mí me parece lo natural en todo hombre recto —no digamos en todo cristiano—, una actitud de admiración y simpatía para quien ha limpiado de la carroña bolchevista su patria … ¡España Una, Grande y Libre! ¡Arriba España!”.52

Meta de Junco era, entre otras, refutar lo que a sus ojos eran falsas valoraciones con respecto a los nacionales, como la que insistía en su parangón con el fascismo. “No hay —como se ha sugerido— nazificación del Estado español”. Coyuntural era, según esto, la alianza militar entre los sublevados y las potencias nazi-fascistas, mas las doctrinas muy diversas y antagónicas. Aseguraba que “Franco y los suyos son católicos sinceros, y como tales repudian todo lo que en el nazismo es repudiable. No hay quien condene el fanatismo racial y la idolatría del Estado tan radicalmente como la doctrina católica”.53 Los escritos de Junco rebatían, uno por uno, los tópicos más comunes contrarios al alzamiento nacional. La empresa de Junco era, pues, de naturaleza polémica, en una discusión que involucraba a sectores y personalidades próximas en otros sentidos, súbitamente fracturados por la guerra civil española. Así ocurrió con Junco, que destinó varios escritos a desbaratar las, según su convicción, tergiversaciones de otro colaborador de Ábside: Pedro Gringoire.54

El metodista Pedro Gringoire consideraba, como el resto de los colaboradores de la revista, que el cristianismo y el fascismo eran radicalmente opuestos, y si se atiende a lo que escribió en otros medios, se sigue que su condena del fascismo abarcaba también a los franquistas, y esto fue expresado muy entrelíneas en Ábside.55 Gringoire había publicado durante 1939 varios artículos en la revista Luminar donde censuraba una supuesta actitud en extremo beligerante y nada evangélica de algunos altos jerarcas de la Iglesia española partidarios de Franco; específicamente reprobó la conducta del cardenal primado de España Isidro Gomá. Alfonso Junco respondió a Gringoire que distorsionaba e inventaba esas declaraciones, y reforzaba su postura presentándose nada menos que como testigo presencial de los hechos, pues había asistido con Gomá al Congreso Eucarístico de Budapest de mayo de 1938. En otra ocasión Junco salió a la palestra para corregir a Gringoire sobre la interpretación tendenciosa de algunos versos de Pemán, que supuestamente ratificaban el carácter fascista del poeta y de los nacionales.56

La publicación de El difícil paraíso de Alfonso Junco presentó la oportunidad para que unos pocos escritores revelasen en Ábside, a posteriori, sus posturas ante la guerra civil española. En el habitual espacio destinado a las notas críticas de obras recientemente aparecidas, dos personalidades fueron las encargadas de comentar el combativo libro de Junco. El sacerdote Sergio Méndez Arceo (1907-1992) fue uno de ellos. Reconoce la buena prosa de Junco, pero advierte que su obra adolecía de la escasa información impuesta por la turbulenta situación internacional de aquellos días. Méndez Arceo se mostraba de acuerdo con Junco a la hora de “experimentar afectuosa simpatía para el hombre Franco y el gobierno que salvaron a la Madre Patria del caos —por transitorio que se imagine— y se esfuerzan sinceramente por reconstruirla” pese a sus defectos. Afirmación sorprendente dado su contraste con la pose ideológica del luego obispo de Cuernavaca, figura arquetípica del progresismo religioso en México.

Sin embargo, Méndez Arceo formula algunas reservas, porque juzga que Junco da “una visión unilateral de la España nueva”, esforzándose en negar el “peligro” fascista dentro del régimen español. Según Méndez Arceo era innegable, al menos entre algunos sectores de los triunfadores, como Falange, “cierta comunidad acusada de expresiones, de procedimientos y de intereses” con grupos y gobiernos fascistas, además de que estaba por verse si España mantendría su independencia frente a sus aliados nazi-fascistas de Italia y Alemania. El comentarista considera que Junco debió analizar y rebatir con mayor profundidad estos puntos. A su criterio, nadie mejor que Junco para esta tarea de clarificación, pues “son irónicas o sin valor moral las críticas de quienes de alguna manera fueron cómplices de la furia sacrílega, o no la condenaron enérgicamente, o se mueven ante todo por la antipatía hacia la forma de gobierno” de la España nacional.57

Para el abogado, político e historiador leonés Toribio Esquivel Obregón (1864-1946), ministro de Hacienda en el gobierno de Victoriano Huerta, la obra entera de Alfonso Junco estaba consagrada a “la defensa del catolicismo” lo cual, dada su identificación, elemental dentro de cierto discurso hispanista, necesariamente acarreaba también la defensa de España y México, que conformaban una misma unidad cabalmente comprendida en la obra literaria de Junco. Esquivel Obregón resalta que, en una Europa decadente, inmersa en una marejada destructora de su cultura cristiana a golpe de revoluciones “en bien de un plan trazado por ocultas manos”, España, indómita, se había sublevado frente a ese proceso, “y al salir de nuevo a flote sobre la inmensa marejada, apenas pudo hablar y pronunció, en medio de un mundo escéptico y ateo, su profesión de fe católica, apostólica y romana. Era la unidad española que aparecía nuevamente para guiar al mundo cristiano fuera de las tinieblas”.

Sugiere Esquivel varios paralelismos entre los momentos de España y México, como la profesión de fe católica de la victoriosa España de Franco y la del flamante presidente de México, Manuel Ávila Camacho, cuando éste declaró a la prensa ser creyente. Así, la resurrección de España preludiaba la de México. Junco se habría distinguido, aun cuando en derredor imperó la confusión y la incertidumbre,  por su “fe en el triunfo” español, porque “sentía en sí mismo palpitar el alma española y sabía que era el alma española lo que triunfaría”, y con aquellas mismas premisas se justificaba creer que México seguiría los mismos pasos. Del comentario de Esquivel Obregón se sigue que interpretaba la guerra civil española como un choque entre católicos y revolucionarios, entre quienes defendían la civilización cristiana y quienes pretendían demolerla.58

A través de los ejemplos expuestos, pareciera que los escritores católicos de Ábside tuvieron simpatías por el bando nacional. Si los rebeldes se presentaron como los defensores del orden cristiano mientras sus enemigos perpetraban en la zona española bajo su poder una atroz persecución religiosa, esto no resulta para nada extraño. Empero, no debe llevar a la falsa impresión de que los intelectuales católicos, sin excepciones, simpatizaron con los alzados. En países como Francia, la guerra civil española enfrentó a los intelectuales católicos. Pensadores de la talla de Jacques Maritain, Georges Bernanos o François Mauriac llegaron a pronunciarse en contra de los rebeldes liderados por Franco, aunque otros, no rezagados en calidad, como Paul Claudel, Henri Massis y el dominico Réginald Garrigou-Lagrange actuaron de modo contrario, respaldándolos.

Por el enorme prestigio que gozaba, fue la posición de Maritain la que cimbró el panorama católico internacional, desatando encendidas polémicas. Maritain escribe bajo los efectos de su presencia testimonial en el País Vasco durante el periodo inicial de la guerra civil española, un escenario donde parecía desdibujarse el esquema mental sobre quiénes eran los contendientes en la lucha que se desarrollaba.59 Con vehemencia sostuvo Maritain que la lucha de los nacionales no podía ser una “guerra santa”, como aseveraban algunos de sus partidarios, seglares y eclesiásticos, como el dominico Ignacio Menéndez Reigada.60 Tanto se leyó sobre la postura de Maritain, que motivó reacciones hasta al otro lado del Atlántico: desde regiones australes, el filósofo y sacerdote Julio Meinvielle escribió un opúsculo replicándole.61

Los colaboradores de Ábside estaban familiarizados con el pensamiento de Maritain, e incluso algunos, como Efraín González Luna, mantuvieron correspondencia directa con el filósofo francés. A decir de Jorge Alonso, “el humanismo de González Luna era un humanismo cristiano muy cercano al concepto del humanismo integral que desde 1934 difundió J. Maritain”, aunque también hubiese discrepancias entre ellos.62 La propuesta político-social del humanismo integral despertaba gran interés y parecía marcar un camino a seguir. Maritain era fuente de inspiración y esto daba pie a semejanzas entre los razonamientos del francés y de quienes le leían bien dispuestos. Por lo tanto, no fue raro que algunos escritores de Ábside, más o menos en la línea de Maritain, con todo y su catolicismo militante, compartiesen la postura del francés frente a la guerra de España. Un ejemplo de esto fue el jurista y filósofo Antonio Gómez Robledo, que en su libro Política de Vitoria expresa juicios muy negativos sobre los nacionales y el gobierno que ejercieron a continuación.

Si bien el propósito de Gómez Robledo era exponer y analizar, a manera de homenaje, el pensamiento político y social de Francisco de Vitoria, el escritor tapatío hacía comparaciones de donde supuestamente emergía un gran contraste entre los loables razonamientos del dominico y la teoría y praxis de los triunfadores de la guerra civil española. “La circunstancia de que la España actual, patria de Vitoria, esté hoy muy lejos de corresponder al esquema ideal de la sociedad política que trazó el maestro de Salamanca es pábulo para nuestra angustia, pero no ha de ser consigna para nuestro silencio”. Lejos de haber una continuidad con la España gloriosa, la del dieciséis, para Gómez Robledo los nacionales y su caudillo representaban a “la España fascista”, un Estado particularmente represivo, donde “las ejecuciones de reos políticos se prosiguen fríamente, sin necesidad militar, por la sola libido de la venganza”, en consorcio con Mussolini, la Gestapo de Berlín y “el infame gobierno colaboracionista francés de Vichy”.

Desestimaba Gómez Robledo que sus condenas al franquismo significasen “hacer el juego al gobierno del Frente Popular”. Decía que “el crimen es el crimen en sí mismo y sin atención a los crímenes cometidos por otros”. El autor del libro reivindicaba un concepto de hispanidad diametralmente opuesto a la “hispanidad falangista”. Al hispanismo de Franco le endosaba una serie de características indeseables, entre ellas la pretensión de autosuficiencia, el no reconocerse dentro del ámbito más amplio de la latinidad, y le imputaba anhelos imperialistas sobre los antiguos territorios sometidos a su influencia, aunque estuvieran disfrazados en una “nebulosidad intencionada”. Tuvo durísimos epítetos para los intelectuales españoles que apoyaron a Franco, como sucedió con Eugenio d’Ors.63

En la acostumbrada sección de notas y comentarios de libros recientes, en Ábside se hizo referencia a la postura de Gómez Robledo. Fue el director de la revista, el padre Gabriel Méndez Plancarte, quien publicó la carta que él mismo había enviado por esos días al autor comentándole sus observaciones críticas. Aunque Méndez Plancarte aprecia en general la obra de Gómez Robledo, se permite expresar cordialmente algunas importantes puntualizaciones. Una de ellas es precisamente la relativa a las opiniones de Gómez Robledo sobre Franco y los nacionales. El zamorano admite que hay aspectos censurables en el nuevo régimen español, pero difiere grandemente respecto de los juicios más totalizantes del autor de Política de Vitoria. Concorde con el parecer de González Luna y Junco, para Méndez Plancarte los nacionales y el régimen nacido de su triunfo no podían ser sumariamente identificados con el fascismo, porque eran harina de otro costal, y los extravíos reales —no los vociferados por la propaganda de sus enemigos— no alteraban su visión general sobre los victoriosos rebeldes, pese a la falta de una mejor perspectiva que vendría con la marcha natural del tiempo:

pienso que todavía es prematuro —y probablemente injusto— el juicio condenatorio de conjunto contra el régimen y el movimiento franquista, en el cual indudablemente no todo es signo de reprobación. Yo pienso que ésas que Ud. cita —y muchas otras que podrían mencionarse— más bien son lamentables desviaciones dentro de un movimiento substancialmente bueno y laudable, que tiende a restaurar espiritualmente los genuinos valores de la Hispanidad. Es lástima —y gran lástima— que esas contaminaciones y esas intemperancias ridículas de lenguaje manchen y hagan repugnante a muchos esa causa nobilísima; pero juzgo que debemos esforzarnos por limpiar a la Hispanidad de esas adherencias espurias y no condenar sin distingos un movimiento y una causa en la que hay mucho de bueno, de noble y de salvador para nuestras patrias hispanoamericanas.

Usted me conoce y sabe mi profunda aversión —intelectual y sentimental— al nacismo y el fascismo; pero sinceramente estimo que no se le pueden aplicar sin más al movimiento español las condenaciones pontificias contra aquellos funestísimos errores. Por el contrario, creo que la actitud de la Santa Sede para con el régimen de Franco —actitud más bien de elogio y de benevolencia, y no por simple formulismo diplomático— debe pesar mucho en nuestra consideración y hacer que —a lo menos— suspendamos nuestro juicio definitivo en tan grave y complicada cuestión, y esperemos a que se despeje el horizonte y se aclaren las cosas.64

Con toda la moderación que distinguía al padre Gabriel Méndez Plancarte, su condición de director de Ábside da a los párrafos anteriores un peso particularmente relevante a la hora de evaluar la posición adoptada por el grupo de escritores de la revista frente a la guerra civil española y el régimen resultante, que en sus primeros años habría de capear el temporal que conocemos como Segunda Guerra Mundial.

  1. El frustrado viaje a España

A fines de 1941, la delicada situación internacional afectó a varios de los colaboradores de Ábside. El 29 de julio el Consejo de Hispanidad —institución creada por el gobierno franquista y presidida por el ministro de asuntos exteriores, Ramón Serrano Súñer, cuñado del Caudillo— invitó, por conducto de su canciller Manuel Halcón, a varios intelectuales hispanoamericanos para que en una fecha próxima se trasladasen a España con el objeto de “estudiar los puntos fundamentales sobre los que ha de basarse la forma de presentar al mundo la doctrina de la Hispanidad”. Entre los hispanoamericanos convocados figuraban el nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, los argentinos Ignacio Anzoátegui, Leopoldo Marechal y Juan Goyeneche, junto a otros pensadores de Uruguay, Perú, Chile, Colombia, y México. Los mexicanos a quienes se hizo extensiva la invitación fueron Jesús Guisa y Azevedo,65 Toribio Esquivel Obregón, Alfonso Junco y el padre Gabriel Méndez Plancarte. Los cuatro se habían distinguido por su entusiasmo hispanista y su buena opinión acerca de la España gobernada por el general Franco, si bien presentaban una variedad de matices.

Dicha carta fue publicada en Ábside, junto con otras aclaraciones, en su número de noviembre de 1941, para explicar lo que impidió la participación de los mexicanos en la  reunión.66 Méndez Plancarte escribe que recibió con beneplácito la invitación, porque representaba la oportunidad de observar de cerca la vigente situación española y porque interpretaba que el proyecto, por la misma lista donde aparecían intelectuales ajenos a la política de partidos, no obedecía a un móvil sectario, pues ofrecía “fecunda variedad; no se buscaban aplausos de incondicionales, sino fértil y viril intercambio de ideas entre hombres conscientes, identificados en la médula fundamental de la hispanidad pero con muy variados matices de pensamiento y con libérrimo dominio de su propio juicio”. Don Gabriel también comenta que lo que esperaba de la programada reunión era un “intercambio de ideas entre quienes amamos sinceramente a España”, de lo que se seguiría un fortalecimiento de los lazos espirituales y culturales entre las naciones hispanas, además de “contribuir a que la Hispanidad se limpie de las adherencias espurias —filonazismo, antidemocracia, desprecio a lo autóctono, megalomanía verbal— que ahora la manchan en algunos de sus representantes inferiores”.

El relato de Méndez Plancarte proseguía con lo sucedido: habían sido imposibles el viaje y la asistencia de los mexicanos pues, tras una campaña de tergiversación urdida por órganos de la prensa nacional e internacional —especialmente el New York Times—, empeñados en presentar a los intelectuales viajeros como filonazis financiados por Berlín, los gobiernos de Estados Unidos, Inglaterra y Portugal rehusaron o dieron largas a los indispensables pasaportes. Los cuatro frustrados viajeros publicaron en Ábside la carta que enviaron al canciller del Consejo de Hispanidad explicando las causas de su forzada inasistencia: misteriosamente no habían recibido la invitación hasta dos meses después de expedida, de modo que había sido necesario planear el viaje por avión, con toda premura, haciendo escalas en Nueva York, las Bermudas y Lisboa; entonces, debido a la prensa de marras, los gobiernos citados decidieron impedir el paso de los hispanistas.

Para nosotros en lo personal esto ha sido una gran contrariedad; se nos impide ese contacto con España y esa confortante relación personal con los hombres que han salvado allí la civilización cristiana para España y tal vez para el mundo; se nos impide el contacto personal con intelectuales beneméritos de la América Hispánica; tal negativa conducirá a aclarar situaciones indefinidas y de ello resultará el bien consiguiente. Y en cuanto a nuestra labor, que ha nacido y se ha sostenido por años por nuestra convicción y nuestro sentimiento, puede estar seguro el Consejo de que nuestra ausencia material no mermará en nada nuestra colaboración con los nobles fines de una institución creada para el bien de todas las naciones hispánicas; esperamos que de alguna manera se nos comuniquen las resoluciones que se tomen, y que en algún día tal vez no lejano tendremos la satisfacción que hoy se nos niega de ver a España en su obra de reconstrucción, material y moral.67

Naturalmente el Consejo de Hispanidad había elegido a cuatro hispanistas de arranque muy bien dispuestos hacia el gobierno franquista, pero (¿casualmente?) también muy refractarios al nazismo. En ese momento las trabas no vinieron del gobierno mexicano, sino de la caldeada situación internacional que estaba por sufrir otra escalada en intensidad con la invasión de la Unión Soviética por la Alemania nazi en septiembre de 1941, y luego con la entrada de Estados Unidos en la guerra mundial después del bombardeo japonés de Pearl Harbor, en diciembre del mismo año. Entonces la España de Franco no era precisamente neutral, sino “no beligerante”, expresión que indicaba su solidaridad con el Eje68, lo cual levantaba las suspicacias de estadounidenses y británicos. En ese contexto, como en los años del cardenismo, hacer un guiño a la España nacional seguía siendo algo políticamente incorrecto.

Consideraciones finales

En la búsqueda de posturas mexicanas frente a la guerra de España el investigador tropieza con el silencio de Ábside, revista de alta cultura y catalogable como medio de expresión del humanismo cristiano en México. A primera vista, podría parecer decepcionante topar con tal ausencia; sin embargo, a menudo se ignora que la abundancia de opiniones y datos publicados sobre un determinado tema puede llegar a ser tan significativa y estruendosa como el más absoluto mutismo. En el caso de Ábside es una afonía inquietante, de las que turban. Dada la manifiesta preocupación ante las pujantes ideologías del siglo XX, manifiesta en su radical e inequívoco antifascismo y anticomunismo, así como el interés que se constata por la política internacional, es inaceptable suponer que la guerra de España fuese indiferente, sobre todo si se tiene en cuenta lo que dicha guerra representó para el catolicismo español, y por extensión el hispanoamericano. Tuvo necesariamente que existir una causa de fondo, poderosa, para ese silencio vuelto incógnita.

Estudios anteriores han mencionado que la inhibición respondió al ánimo de no generar polémica en una nación que, como la nuestra, estaba muy involucrada en el conflicto español. A mi juicio, sin contrariar necesariamente esta versión, es posible conjeturar que las simpatías de los colaboradores de Ábside, o por lo menos buena parte de ellos, lógicamente debieron estar de lado de los sublevados españoles, de aquellos que presentaban su lucha como una reacción frente a la despiadada persecución religiosa por el Frente Popular español. No obstante, dado el compromiso del gobierno cardenista con el gobierno frentepopulista de Manuel Azaña, colmar la revista de referencias contrarias a los amigos de Cárdenas y favorables a sus enemigos habría podido estorbar la gradual mejoría de las relaciones entre la Iglesia y el Estado mexicano, que entonces era una de las metas de la jerarquía eclesiástica para superar definitivamente un pasado reciente de abundantes enfrentamientos, lo cual traería aparejada una merma importante en las libertades de la Iglesia en México. Tratándose de una revista como Ábside, dirigida por eclesiásticos, su línea editorial era más sensible a este trasfondo. Se pensará que esto no pasa de ser una mera hipótesis, y es cierto, pero mientras la pieza probatoria aguarde a su arqueólogo es pertinente remitirse al marco general como vía legítima de explicación. No anuncio aquí la rotunda solución de un enigma, únicamente formulo las preguntas y avanzo una muy probable respuesta. Un indicio importante a favor es la misiva de adhesión enviada por el episcopado mexicano al episcopado español a causa de la persecución religiosa, discretamente destinada sólo a la difusión en el extranjero.

A partir de su fundación y entre enero de 1937 y mediados de 1939, de modo coincidente con la guerra civil española que comenzó en julio de 1936, Ábside estuvo muda. Luego, ante los hechos consumados, ocurridos el triunfo de los alzados y la derrota de los aliados españoles de Cárdenas, en Ábside sonaron voces alusivas a la situación. En  la revista fueron más bien parcos, pero las escasas menciones revelan las posiciones de algunos miembros del grupo en relación con el drama español. Aunque el hispanismo representaba un valor trascendental para sus escritores, las opiniones sobre la actualidad de la Madre Patria brotaron a cuentagotas. Fue Efraín González Luna el autor de las alusiones más directas al tema, si bien subordinadas a reflexiones más amplias, y de ellas se desprende que el cofundador del PAN simpatizaba con los rebeldes liderados por Franco.

Otros colaboradores expresaron sus opiniones al margen de Ábside, entre ellos los más notorios fueron Alfonso Junco, Pedro Gringoire y Antonio Gómez Robledo. Aquí hubo variedad: el conservador Junco fue autor de una apología de los nacionales, mientras que el protestante Gringoire y el católico progresista Gómez Robledo dejaron constancia de su aversión por la rebelión y el gobierno de Franco. Estas opiniones incluso generaron públicas polémicas entre los mismos autores de Ábside allende la revista. Fueron estas versiones encontradas, publicadas en libros aparte, las que motivaron alineamientos ya en las páginas de Ábside.

En la sección de notas y comentarios de obras recién puestas en circulación se publicaron las observaciones de Toribio Esquivel Obregón y Sergio Méndez Arceo acerca de El difícil paraíso, de Alfonso Junco, y de Gabriel Méndez Plancarte sobre la Política de Vitoria, de Gómez Robledo. En ellas, tanto Esquivel Obregón como Méndez Arceo dejaron ver, en sintonía con Junco, su inclinación por el bando rebelde —aunque en el caso del segundo con algunas reservas—, mientras que el padre Méndez Plancarte —director de la revista, recuérdese— discrepó en varios puntos de importancia respecto de la condena antifranquista de Gómez Robledo y, con todos los matices que se quiera, también evidenció su preferencia por los nacionales.

Para estos pensadores favorables a la rebelión española, el aprecio por los sublevados y su régimen se fincaba especialmente en la creencia de que representaban la supervivencia de la civilización cristiana frente a la agresión comunista. Al mismo tiempo, enlazando con su discurso hispanista, creyeron que el triunfo de Franco significaba el resurgir de la hispanidad que luego repercutiría positivamente en Hispanoamérica. A diferencia de ellos, quienes optaron por condenar a los insurgentes y su gobierno esgrimieron que los nacionales eran represivos y fascistas, y deslizaron la convicción de que pretendían restaurar el imperio español y sojuzgar nuevamente sus otrora extensos dominios. Frente a esas acusaciones, los intelectuales favorables a los insurgentes hispanos rechazaron que, en esencia, el movimiento franquista fuese clasificable en bloque como fascista, y afirmaron que los temores al expansionismo imperialista de Franco eran totalmente infundados. Estos escritores reivindicaron, por lo general, un hispanismo cultural antes que un retorno a la unidad política.

Para finalizar, es conveniente resumir que las opiniones favorables al alzamiento nacional fueron incluidas en Ábside, mientras que los colaboradores de la revista contrarios a los sublevados expresaron sus posturas en otros medios y no en la publicación dirigida por Gabriel Méndez Plancarte, que cuando se hizo eco de ellas fue para discrepar. Por lo tanto, resulta claro que el núcleo de Ábside, al menos desde que se rompió el silencio, reflejó en su línea editorial la simpatía por la causa nacional.69  Esta inapelable tendencia, hecha pública después de la guerra civil española, sugiere al menos un por qué del anterior sigilo, que se vislumbra a la distancia.

FUENTES

Revistas:

Ábside, revista de cultura mejicana. 60 números; de enero de 1937 a diciembre de 1941.

 

Diarios:

El Nacional, 11 de septiembre y 14 de diciembre de 1937.

Bibliografía:

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  • Mora Muro, Jesús Iván. “El catolicismo frente a la modernidad: Gabriel Méndez Plancarte y la revista Ábside”. Relaciones 126, primavera 2011, volumen XXXII.
  • Ojeda Revah, Mario. México y la guerra civil española. Madrid: Turner, 2004.
  • Payne, Stanley G. Franco y Hitler. Madrid: La Esfera de los Libros, 2008.
  • Pérez Montfort, Ricardo. Hispanismo y Falange: los sueños imperiales de la derecha española. México: FCE, 1992.
  • Redondo, Gonzalo. Historia de la Iglesia en España, 1931-1939, t. II. Madrid: Rialp, 1993.
  • Ruiz Velasco Barba, Rodrigo. “Un periódico mexicano a favor de la rebelión española: La Reacción (?) (1938-1939)”. 2014. De próxima publicación.
  • Skinfill Nogal, Bárbara, y Alberto Carrillo Cázares (coord.), Estudios Michoacanos VIII. Zamora: El Colegio de Michoacán, 1999.

Entrevistas:

  • Stanley Payne en Periodista Digital, 8 de febrero de 2011: http://www.periodistadigital.com/politica/gobierno/2011/02/09/stanley-payne-guerra-civil-memoria-historica-iglesia-europa-revolucionaria.shtml

Consultado el 5/03/2014.



1 Maestro de Historia de México en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara y miembro del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara; ha incursionado en la historia de las ideas, en particular las de los pensadores de la contrarrevolución mexicana; en este sentido, cabe mencionar su tesis de posgrado intitulada “Salvador Abascal o la milicia del espíritu” (2010).

2 Donde escribieron en el mismo sentido, con sus grados y matices, personajes como Manuel Herrera y Lasso, Jesús Guisa y Azevedo, Gustavo Molina Font, Bernardo Ponce, Eduardo Pallares, Carlos Roel, Gerardo Murillo (el famoso Doctor Atl), Rubén Salazar Mallén, Pedro Zuloaga y Nemesio García Naranjo. Es un tema al que he dedicado un estudio aparte: Rodrigo Ruiz Velasco Barba, “Un periódico mexicano a favor de la rebelión española: La Reacción (?) (1938-1939)”, de próxima publicación.

3 Jean Meyer, “La Iglesia católica en México, 1929-1965”, Documento de Trabajo, núm. 50, CIDE, 2005, 23.

4 Herón Pérez Martínez, “Alfonso Méndez Plancarte: artífice del humanismo mexicano”, en Bárbara Skinfill Nogal y Alberto Carrillo Cázares (coord.), Estudios Michoacanos VIII (Zamora, El Colegio de Michoacán, 1999) 299-300. Tarsicio Herrera Zapién, “El grupo de Ábside y los humanistas levíticos de México”, en Nova Tellus: Anuario del Centro de Estudios Clásicos, núm. 17, 1, 1999, 159.

5 Gabriel Méndez Plancarte, “Ábside”, en Ábside, enero de 1937, 5.

6 Manuel Olimón Nolasco, “Los dos primeros años de la revista Ábside (1937-1938)”, en Luis Ferroggiaro, ed., Los últimos cien años de la evangelización en América Latina (Ciudad del Vaticano, Editrice Vaticana, 2000) 1086.

7 Jesús Iván Mora Muro, “El catolicismo frente a la modernidad: Gabriel Méndez Plancarte y la revista Ábside”, Relaciones 126, primavera 2011, volumen xxxii, 142.

8 Gabriel Méndez Plancarte, “Un hijo se despide del Padre”, en Ábside, marzo de 1939, 5. De modo casi idéntico se expresa también, desde la misma revista, Mariano Alcocer, “Bajo el signo de la lucha”, en Ábside, julio de 1939, 54.

9 Jesús T. Moreno, “Razón y sinrazón de la democracia”, en Ábside, septiembre de 1938, 71 y 72.

10 Antonio Gómez Robledo, “El drama de Austria”, en Ábside, junio de 1938, 18-24.

11 Antonio Gómez Robledo, “La responsabilidad del espíritu en la Guerra”, en Ábside, octubre de 1939, 3-23.

12 Gabriel Méndez Plancarte en su comentario sobre Martin Niemoeller: esbozo de una biografía, de Pedro Gringoire, en Ábside, junio de 1939, 64.

13 Jorge Alonso Sánchez, Miradas sobre la personalidad política de Efraín González Luna, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2003, 98.

14 Efraín González Luna, “Acotaciones”, en Ábside, enero de 1937, 7-13.

15 Jorge Alonso, “El sexenio de Manuel Ávila Camacho: una mirada desde la oposición conservadora e izquierdista”, en Agustín Sánchez Andrés (ed.), Historia del Presente, 22/2013, 12.

16 Efraín González Luna, “Clases sociales y lucha de clases”, en Ábside, septiembre de 1939, 3-17.

17 Otro ejemplo en E. San Martín, “El seudonacionalismo maxista”, en Ábside, marzo de 1938.

18 Guilebaldo Murillo, “Ni individualismo, ni comunismo”, en Ábside, febrero de 1939.

19 Antonio Caso, “Cristianismo y totalitarismo”, en Ábside, diciembre de 1941, 724-730.

20 Carlos Gómez Lomelí, “En torno a los problemas espirituales y temporales de una nueva Cristiandad”, en Ábside, septiembre de 1939.

21 Idem.

22 Ermilo Abreu Gómez, “Invitación a la rebeldía”, en El Nacional del 11 de septiembre de 1937.

23 Vicente Cárcel Ortí, La persecución religiosa en España durante la Segunda República, 1931-1939 (Madrid: Rialp, 1990) 234.

24 Fernando García de Cortázar, “La Iglesia y la Guerra”, en Edward Malefakis (ed.), La guerra de España, 1936-1939 (Madrid: Taurus, 1996) 520.

25 Jean Meyer, La Cristiada, t. I., 19ª ed. (México: Siglo xxi, 2001) 49. 

26 Jesús Iván Mora Muro, op. cit., 161.

27 José Antonio Matesanz, Las raíces del exilio: México ante la guerra civil española, 1936-1939 (México: El Colegio de México-UNAM, 1999); Mario Ojeda Revah, México y la guerra civil española (Madrid: Turner, 2004).

28 Desde antes de la llegada de Cárdenas al poder se reformó el artículo 3º constitucional para establecer que “la educación que imparta el Estado será socialista, y, además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los prejuicios”. Citado en Luis González y González, Historia de la revolución mexicana: los artífices del cardenismo, 2ª reimp. (México, El Colegio de México: 2005) 176. 

29 Respecto de la actitud de la iglesia mexicana ante la guerra civil, Jean Meyer señala la prudencia del episcopado mexicano y su renuencia a pronunciarse públicamente sobre lo que ocurría en España: “Se puede decir que si los obispos fueron cautelosos, en su fuero interno debieron sentir, como los laicos, que el bando nacionalista era el suyo, que compartían la identificación de la jerarquía española con la “cruzada” de Franco; si los amigos de mis enemigos son mis enemigos, los republicanos españoles, apoyados por el gobierno cardenista, tenían que ser los enemigos de la Iglesia mexicana, como lo eran de la Iglesia española”. Jean Meyer, “La Iglesia católica en México, 1929-1965”, 23.

30 “Una traición al pueblo mexicano”, en El Nacional del 14 de diciembre de 1937.

31 Idem.

32 Recuérdese las limitaciones impuestas entonces al clero por el artículo 130 de la Constitución.

33 Durante una entrevista hecha en febrero de 2011 por Periodista Digital, el prestigiado historiador estadounidense Stanley Payne, uno de los mayores expertos en el tema de la guerra civil española, asegura que “el único grupo marcado para el exterminio durante la guerra civil fue el clero”. Véase http://www.periodistadigital.com/politica/gobierno/2011/02/09/stanley-payne-guerra-civil-memoria-historica-iglesia-europa-revolucionaria.shtml. Consultado el 15/03/2014.

34 Los hermanos Méndez Plancarte cultivaron, por ejemplo, una amistad con Alfonso Reyes, intelectual y diplomático, partidario a ultranza del gobierno republicano del Frente Popular.

35 Luis María Martínez, “Nuestra posición”, en Ábside, enero de 1941, 3-5.

36 Efraín González Luna, “Clases sociales y lucha de clases”, en Ábside, septiembre de 1939, 7.

37 Puede verse cómo Gabriel Méndez Plancarte comenta el número de noviembre de 1939 de la revista mensual Proa, dirigida por Diego Tinoco Ariza y Carlos Septién García, en cuyo editorial “se contienen apreciaciones que no podemos compartir en contra de la obra social de Cárdenas”. En Ábside, enero de 1940.

38 “No es este libro —como algunos, con ligereza, han creído— uno de tantos folletos de propaganda comunista, declamatoria y huera. El abogado Ramírez, desde las primeras páginas, define valientemente su posición anticomunista … Sólo debemos hacer una salvedad: después de los libros de Gide y de tantos otros, después de las atroces y sangrientas “purgas” stalinianas, es imposible hablar en serio de la democracia rusa y elogiar a la URSS por la concesión del derecho al voto aun a los extranjeros, con tal que acrediten su carácter de trabajadores (p. 29). Pero —ya lo insinuamos—, a pesar de éste y de otros lunares de menor importancia, casi todas sus tesis nos parecen justas y sólidamente fundadas, y creemos que el libro, en conjunto, es un valioso esfuerzo para encauzar nuestro movimiento social, apartándolo del comunismo sovietizante y enderezándolo hacia los genuinos ideales de la Revolución mexicana”. Gabriel Méndez Plancarte, “Notas críticas a Cuestiones actuales, de Alfonso Francisco Ramírez”, en Ábside, febrero de 1939, 62 y 63.

39 Gabriel Méndez Plancarte, en la presentación de “En pro de la Hispanidad”, de Alfonso Francisco Ramírez, en Ábside, octubre de 1940, 12.

40 Ricardo Pérez Montfort, Hispanismo y Falange: los sueños imperiales de la derecha española (México: FCE, 1992).

41 Alfonso Junco, “Entraña y símbolo de la Hispanidad”, en Ábside, diciembre de 1940, 10-18.

42 En la revista este impetuoso hispanismo fue defendido en polémica con opiniones que achacaban a España el retraso de Hispanoamérica, como lo hizo Toribio Esquivel Obregón al criticar un folleto divulgado por la Dotación Carnegie para la Paz Internacional. Toribio Esquivel Obregón, “En defensa de la cultura hispánica”, en Ábside, mayo de 1940, 3-14.

43 Juan Lainé, “Nuestra herencia hispánica”, en Ábside, marzo de 1938, 21-26.

44 Efraín González Luna, “Pasión y destino de España” en Ábside, enero de 1940, 3-16.

45 Maeztu fue asesinado por los frentepopulistas al principio de la guerra civil; García Morente, durante los años de lucha, refugiado en París, entre musicales notas de Maurice Ravel y Héctor Berlioz, recibió la fe católica y llegó a ordenarse sacerdote hacia el final de su vida. Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad (Buenos Aires: Thau/Cruzamante, 1986); Manuel García Morente, Idea de la Hispanidad (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1938).

46 Efraín González Luna, “Pasión y destino de España” en Ábside, enero de 1940, 3.

47 Ibid., 6.

48 Efraín González Luna, “Pasión y destino de España”, en Ábside, enero de 1940, 8.

49 “González Luna alabó el alzamiento de 1936 en España, aduciendo que la había salvado del inminente dominio comunista. Cuando surgieron, vio con benevolencia a los gobiernos de Franco en España y de Oliveira Salazar en Portugal. Su hispanismo, el que ambos gobiernos fueran católicos, lo inclinó a defenderlos. No obstante, conforme pasó el tiempo, fue tomando distancia de dichos regímenes”. Jorge Alonso, op. cit., 454.

50 Alfonso Junco, El difícil paraíso (México: Helios, 1940), 8.

51 Ibid., 14.

52 Ibid., 22-23.

53 Ibid., 19.

54 Seudónimo del escritor oaxaqueño Gonzalo Báez Camargo (1899-1983).

55 “El concepto mismo del estatismo totalitario, que en mayor o menor proporción constituye la médula de los regímenes fascistas y fascistoides, se halla en violenta e irreconciliable oposición con las demandas de la religión cristiana, en las que la obediencia suprema e incontestable se debe a Dios y a Su Palabra”. Pedro Gringoire, “Nuestro ideario: Cristianismo y totalitarismo”, en Ábside, febrero de 1941, 148-149.

56 Alfonso Junco, op. cit., 61 y ss.

57 Sergio Méndez Arceo, “Libros: notas críticas y bibliográficas a El difícil paraíso, de Alfonso Junco” en Ábside, agosto de 1940, 51-52.

58 Toribio Esquivel Obregón, “Notas críticas a El difícil paraíso, de Alfonso Junco”, en Ábside, diciembre de 1940, 66-68.

59 Los nacionalistas vascos, católicos, incluyendo su clero afín, fueron en buena parte aliados del gobierno republicano del Frente Popular, es decir de los perseguidores de la Iglesia española. Esta toma de partido se debió a que privilegiaron sus anhelos políticos secesionistas antes que el factor religioso. En el País Vasco fueron fusilados catorce sacerdotes por los alzados. Evidentemente, digo yo, no por razones religiosas, sino políticas. Gonzalo Redondo, Historia de la Iglesia en España, 1931-1939, t. II (Madrid: Rialp, 1993), 135 y ss.

60 Gonzalo Redondo, Historia de la Iglesia en España, 1931-1939, t. II (Madrid: Rialp, 1993), 356 y ss.

61 Julio Meinvielle, Qué saldrá de la España que sangra (Buenos Aires: Talleres Gráficos San Pablo, 1937).

62 “No compartía éste González Luna la tesis de Maritain de que el hombre, en tanto persona, era libre de regulaciones y de los vínculos de lo social y de lo político”. Jorge Alonso, Miradas sobre la personalidad política de Efraín González Luna (Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 2003), 65.

63 Antonio Gómez Robledo, Política de Vitoria (México: Universidad Nacional, 1940), XI-XV.

64 Gabriel Méndez Plancarte, “Política de Vitoria. Carta al Lic. Antonio Gómez Robledo”, en Ábside, febrero de 1941, 216-217.

65 Autor que también mostró honda y abierta simpatía por Franco y los suyos. Véase Jesús Guisa y Azevedo, Doctrina política de la reacción (México: Polis, 1941).

66 Gabriel Méndez Plancarte, “Nuestro frustrado viaje a España”, en Ábside, noviembre de 1941, 655-660.

67 Carta de Alfonso Junco, Jesús Guisa y Azevedo, Toribio Esquivel Obregón y Gabriel Méndez Plancarte a Manuel Halcón Villalón-Daoiz, del 16 de octubre de 1941, en Gabriel Méndez Plancarte, “Nuestro frustrado viaje a España”, Ábside, noviembre de 1941, 660.

68 Stanley G. Payne, Franco y Hitler (Madrid: La Esfera de los Libros, 2008).

69 Este aspecto ya fue bien señalado por Jesús Iván Mora Muro: “los miembros de Ábside tomaron una postura crítica ante el fascismo italiano y el nazismo alemán, pero no así contra el franquismo instaurado en España después de la Guerra Civil Española”. Jesús Iván Mora Muro, op. cit., 145.



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