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Estudio sobre la evolución religiosa de Amado Nervo (3ª parte)


María de los Ángeles Ramos Arce

 

Se rescata un trabajo que arroja luces en torno a la vida y a la obra de un preclaro jalisciense (nació en Tepic cuando el territorio de Nayarit formaba parte del Estado de Jalisco), que contempló en su tiempo la posibilidad de aspirar al estado eclesiástico, pero al que las vueltas de la vida llevaron por las más diversas sendas, sin olvidar totalmente las raíces. Lo más notable de esta investigación es su temporalidad, pues se compuso apenas 25 años después de la muerte del poeta

 

           

6. Sed de Infinito

Amado Nervo, por su índole, era llevado a lo extravagante, a lo exótico, y al mismo tiempo su alma propendía a la belleza, a la sencillez; de ello resulta la complejidad del camino para llegar a la simplicidad infinita de Dios, anhelo continuo de su alma.

Tres propensiones espiritualistas distintas se notan en su obra, las tres no son sino la vestidura externa de su pensamiento, el escenario, las bambalinas, la decoración ante la cual su alma entabla el eterno diálogo con el Infinito: los astros, la filosofía, la teosofía.

 

a.       ¡Los astros!

 

Nervo, muy niño aún, cuando jugaba con sus compañeros “al claro de los plenilunios” de Tepic, “sorprendíanos a todos -dice-, que el astro estuviera / siempre sobre nuestras cabezas, fuese cual fuese nuestro sitio. Uno de mis amigos íbase lejos, yo quedaba en mi puesto, y mi amigo me gritaba: “Tengo la luna sobre mi cabeza”: y yo le respondía a voz en cuello: “La tengo sobre la mía…”.

            ¡Juegos de niños! Pero en Nervo se manifiesta desde entonces la curiosidad de los mundos circundantes. Esta inquietud astral naciente es encauzada, bajo el hermoso cielo de Jacona, -donde las estrellas, en las noches claras, parecen estar más cerca de nosotros-, por el padre Mora y el padre Plancarte, quienes le “enseñaban a deletrear en el cielo encendido de estrellas el alfabeto de oro de las constelaciones”.

Nervo creció y, junto con él, su amor al firmamento. Amaba los astros como poeta, claro está, pero además se interesaba científicamente en ellos; recibía por suscripción varias revistas de Astronomía de diferentes países. Durante su estancia en México (1903-1905), dio algunas conferencias sobre los astros en la Sociedad Astronómica de esta capital, y escribió el poema “Astros” para su boletín: “Mira el cielo, amiga mía; / la lejana pedrería / de los astros luce ya”.

 

Yo supe entonces -dice don Alejandro Quijano-, cómo pasaba noches enteras en el observatorio de Tacubaya, atisbando por un ecuatorial el nacer de un mundo, o ansiando lanzarse en la cauda de un cometa.           

           

Compró un telescopio, en cuanto pudo hacerlo, para observar a su gusto las maravillas estelares.

            “Luis (Amado) posee un anteojo astronómico -escribe en 1915- que le acompaña desde hace mucho tiempo, y por cuyo cristal límpido- de solo 68 milímetros de diámetro- se ha asomado noches y noches, hace casi tres lustros, al Infinito…”.

            ¿Qué busca el ojo de Nervo en el firmamento, acaso la respuesta a su eterna duda? ¡Ah! ¡Si en los astros pudiese leer la solución de lo que agita su alma! ¡Si fueran capaces de enseñarle cuál es la “vacuna inmunizadora de todo género de dolencias” y “en el orden filosófico, la comprobación científica de la supervivencia del alma!”.

            Pero no. Nervo bien lo sabe, él ama los astros porque es infatigable buscador del misterio, y los pequeños ojos luminosos en la noche oscura, inundan el espíritu atento con una impresión profunda de grandeza ignota. La soledad de su balcón a la media noche parécele “oasis de serenidad”: “El firmamento tiene el don de apaciguar nuestras almas con ritmo luminosos y eterno”.

            El firmamento lo acerca a Dios, más por una sentida contemplación que por el conocimiento teórico de sus verdades evidentes. Puede cantar como fray Luis de León:

 

“Cuando contemplo el cielo / de innumerables luces adornado /, y miro hacia el suelo /de noche rodeado, / en sueño y en olvido sepultado; / el amor y la pena despierta en mi pecho un ansia ardiente…”.

 

La noche en que la tierra debía pasar entre la cola del gran cometa de Halley, el poeta esperaba en su balcón con intensa conmoción del ánimo, el hecho que sería, según se pensaba, maravilloso:

 

“Era la una. La noche casi fría; el cielo estaba encapotado y torvo. Ni una estrella. Parecería como si la naturaleza aguardase la catástrofe. Muchos trasnochadores pasaban bajo los balcones. Algunos bromeaban -con voces algo inseguras- sobre el cometa, haciendo chistes de actualidad, más o menos burdos. Otros cantaban. Un ciego se había arreglado unas coplas ad hoc con acompañamiento de guitarra.

           

A Luis (Amado) le hacían daño aquellas cosas: hubiera deseado intensamente estar solo en su balcón. Solo en frente del prodigio, mirándolo cara a cara, todo estremecido y tembloroso… Solo ante el abismo, solo ante Dios”. He aquí el secreto de la búsqueda de Nervo, acercarse al Infinito, ¡acercarse a Dios!: “Al vértice omnirradiante / de donde todo dimana / tal vez llegué, tal vez ante / Aquél en cuyo semblante / hay más luz que en la mañana. (Tú lo sabes, / expectante / noche, misteriosa hermana…)”

Más tarde solamente, el “buen amigo” dolor, “buen maestro de escuela”, hará descender a Nervo de sus elevados ideales, a los pormenores de la vida práctica:

 

“¡Ay de mí! Cuántas veces, arrobado / en la contemplación de una quimera, / me olvidé de la noble compañera / que Dios puso a mi lado. /    -¡Siempre estás distraído!- me decía; / y yo, tras mis fantasmas estelares, / por escuchar lejanos luminares / el íntimo lucero no veía. / Qué insensatos antojos / los de mirar, como en tus versos, Hugo, / las estrellas en vez de ver tus ojos…”

 

            Después, cuando el dolor hubo agudizado y purificado los ojos del alma, comprendió que para encontrar a Dios no es necesario ir a buscarlo a las estrellas:

 

“Desde que se las cosas bellas, / los mil incógnitos veneros / de luz, las fuerzas misteriosas / que el hombre lleva en su interior, / ¡ya no me importan las estrellas / ni los cometas agoreros, / ni las arcanas nebulosas, / con su fosfóreo resplandor! /… ¡Qué vale en suma todo eso! / (materias cósmicas, exceso de vano / gas en combustión…) /¡Qué vale en suma, ante el abismo / vertiginoso de uno mismo / que nos espanta la razón! / ¡A qué mirar constelaciones / en el profundo azul turquí! / ¡A qué escrutar las extensiones! ¿Qué nos diréis, astros distantes, / inmensos orbes rutilantes? / ¡El gran misterio no está allí! / …En el silencio de mi pieza, / en tantas noches de tristeza, / en que la copa del vivir / hay que apurar hasta las heces, / ¡oh, cuántas veces, cuántas veces / cerré los ojos sin dormir! / Y vi, sin ver, luces tan puras, / tanto fulgor, arquitecturas / de una tan vasta concepción, / enigma tal, / tales honduras, / que ya no miro las alturas, / y está cerrado mi balcón. / ¡Descansa en paz, anteojo mío, / en tu gran caja de nogal: / ya no te asomes al vacío / con tu pupila de cristal!...”

 

b.      La Filosofía

 

“El ansia del misterio me agita y desespera” declara Nervo en “El Éxodo”. Esta ansia lo llevó a inquirir con su telescopio en los mundos lejanos, y lo lleva también a tratar de investigar por medio de la filosofía. Así, a lo menos, lo cree el propio Nervo, a quien esta disciplina atrae por ser el patrimonio de la inteligencia escudriñadora de la sombra que rodea la vida humana.

      En realidad, poco preparado para una verdadera investigación filosófica, -superficiales estudios de filosofía en el Seminario, en la época de su enamoramiento,- sin tener ningún rigor intelectual, lee desordenadamente a Leibniz, Nietzsche, Schopenhauer, Tardieu, Bergson, William James, Novalis, Maeterlink, Oliver Lodge, Miers, Eucken, Boutroux, Emerson, etcétera, filósofos de diferentes épocas, países e ideas.

      Los admira por haber brotado del tropel humano para indagar la verdad; los lee porque son “brujos de las máximas perlas espirituales que hay en los abismos del ánima”. Mas todas estas lecturas de diletante producen en Nervo, como dice el Dr. Alfonso Méndez Plancarte, “una absoluta y pavorosa indigestión de ideas” más que filosofía sus libros contienen, en general, “un diletantismo renaniano de la peor especie y calidad”.

Nervo es influido por las diferentes corrientes filosóficas de principios del siglo xx: por un lado la escuela positivista, explicable, hasta cierto punto, por los adelantamientos logrados en las ciencias físicas, naturales e históricas y en sus aplicaciones técnicas; Nervo aparenta ser “positivista”: “la razón ocupa el solio de las cátedras tranquilas; / nuestras madres ya no rezan… /… triunfa Spencer, muere Aquino; cae un mundo, un mundo brota… / ¡Todo es vida, esperanza!”. Por momentos llega, con la filosofía negativa, al “ficcionismo” absoluto:

 

“Solo una mentira es bella. Sólo ella es creadora, solo por ella la vida vale la pena de ser vivida… ¡Oh Mentira, yo te amo! Tú eres mi madre, tú eres mi dios. Quitad del mundo la Mentira, y el mundo perecerá de fastidio y de vetustez… La gente cristiana enterrará la divina leyenda de Jesús, y llorará sobre ese cadáver inmenso”.

 

Por otro lado, la proposición idealista trata de remediar el desequilibrio causado por el “positivismo”, y el “materialismo”, y naturalmente halla eco en Nervo:

 

“Soy un poquito bergsoniano. Encuentro que la vida desborda del conocimiento y lo supera. No puede por tanto ser objeto de conocimiento. La inteligencia no es más que una fase actual del movimiento evolutivo; no es más que una función de la Vida. La Vida, en un período de su transformación, período por el que venimos atravesando hace cientos de miles de años, ha necesitado de la inteligencia y la va desarrollando lentamente, en órganos especiales. Pero se reserva para la inmensa mayoría de las especies el instinto, que también es factor suyo. El instinto, anterior a la inteligencia, acompaña a la Vida desde el pre tiempo. ¿De dónde viene con ella? No lo sabemos; pero conserva algunos secretos primordiales; trae polvo de las estrellas en sus sandalias silenciosas, y acaso, tratándose merced a una educación enérgica, eficaz, paciente, diría a la inteligencia lo que las ciencias no han podido decirle nunca: el secreto de la Vida misma le mot de l´enigme… Mientras esto sucede, es absurdo, es idiota decir: ¡No comprendo, luego no creo!             ¡Como si una fe cualquiera pudiese ser resultado de la comprensión! El racionalismo es más estulto de los sistemas. ¿Pues, y el positivismo spencero? ¡El tomasismo elevado casi a religión! Por lo demás, Bergson ha matado a los mecanistas y a los finalistas. Ya eso no resucitará. Jamfoetet…”

 

A principios del siglo, en realidad, se busca una nueva filosofía. No falta quien acuda al viejo “panteísmo”: Nervo, en ocasiones, será panteísta:

 

“Imaginaos a Dios como una fuente: una inmensa, una cristalina, una apacible fuente…

                        De esa fuente surgen innumerables hilos de agua; salen puros, cantarines, alegres, límpidos; pero poco a poco, al ir rodando por la pendiente, se enturbian algunos; otros continúan cristalinos: depende del terreno. Estos hilos de agua, después de describir una vasta curva, vuelven a la fuente: Nuestras vida son los ríos / que van a dar a la mar, / que es el morir… Sólo que este mar no es el morir precisamente; este mar es Dios, de donde hemos venido y a donde volvemos. El retorno se llama muerte para los hombres. Cada hilo de agua es una vida… -Pero la Fuente no es el hilo de agua… -La fuente es ese hilo de Agua y es los otros hilos de Agua. Como que de ella emanan todos… -Este hilo de agua para mí está individualizado; no es como el agua de la Fuente. -Ilusión: es en absoluto la misma agua. Cuando torne a la Fuente, no podrás diferenciarla, ni siquiera por el barro que lo haya enturbiado en el camino; porque al volver a su origen instantáneamente se aclarará, se diafanizará, se divinizará…    “Quien bebe de su agua jamás vuelve a tener sed…”           El que se asoma a esa Fuente, ve en ella todas las posibilidades de los hilos de agua que saldrán, todo el encanto de los hilos de agua que ya volvieron”

 

            No falta tampoco quien resucite el “budismo”, Nervo está en simpatía con esta doctrina:

 

“¡Oh! Siddharta Gautama, tú tenías razón: / las angustias nos vienen del deseo; el edén / consiste en no anhelar, en la renunciación / completa, irrevocable de toda posesión; / quien no desea nada, donde quiera está bien”.

 

            Algunas veces, cansado del vaivén de todas estas teorías, Nervo se pierde en el absoluto agnosticismo:

 

“¿Preguntas en qué creo de fijo? No recato / mi confesión de fe, muy simple y cristalina: / Creo en Dios, y en el noble sulfato de quinina, / y a veces creo en Dios…, ¡pero no en el sulfato! / Lo demás, es acaso, puede ser y quizá; / lo demás, son dos mil años de discusiones; es mucha teología, muchas definiciones, / sobre algo indefinible que vuelto en sombra está. /…Pero si me preguntas qué es lo que amo, verás: / ¡Amo a Cristo Jesús! / ¿Haya o no venido? / -¿No amamos tantos seres que no veremos más?”

 

            Y llega, en una prosa de “Plenitud” -nube oscura sobre el cielo azul de tan hermoso libro- a una completa abjuración de la razón:

 

“¿Es Dios personal? / ¿Es impersonal? / ¿Tiene forma? / ¿Es esencia? ¿Es sustancia? / ¿Es uno? ¿Es múltiple? ¿Es la conciencia del universo? / ¿Es la voluntad sin conciencia y sin fin? / ¿Es todo lo que existe? / ¿Es como el alma de la naturaleza? / ¿Es una ley? / ¿Es simplemente la armonía de las fuerzas? ¿Está en nosotros mismos? / ¿Está fuera de nosotros? / Alma mía, hace tiempo que tú ya no te preguntas estas cosas. Tiempo ha que ya no te interesan. Lo único que tú sabes es que le amas”.

 

            Esta conclusión inesperada, pero tan de acuerdo con el temperamento de Nervo, lo une a los “místico-sentimentales” del siglo xviii, en particular al sueco Swedenborg, quienes juegan a la razón incapaz de alcanzar las esencias suprasensibles y a Dios. Para ellos, la creencia en la realidad del mundo, del alma y de Dios es universal e irresistible, por tanto, tiene que haber en el hombre otra dificultad de conocimiento: el sentimiento, el corazón, como el mundo sensible se manifiesta al hombre por los sentidos. Nervo escribe: “Dios, el Bien, la Verdad, son ininteligibles, / ni definirse pueden, ni se pueden pensar”. Y añade: “¡El amor, es la flecha que los sabe encontrar!”.

Swedenborg es el precursor lejano de los “intuicionistas” modernos. Por esto Nervo acoge con fruición las teorías del instinto: “Metafísicos, pura teoría! / Nadie sabe nada de nada; mejor / que esa pobre ciencia confusa y vacía, nos alumbra el alma como la luz del día, el secreto instinto del eterno amor!”.

La curiosidad filosófica de Nervo más que el misterio del hombre trata de hallar el misterio de Dios. Él es su preocupación constante, en verdad le busca, con el corazón, más su razón flota de continuo entre ideas contrarias y a las veces, por el Modernismo teológico, esto es, su sentido técnico, la filosofía religiosa condenada por el Papa Pío x, escribe en El Estanque de los lotos: Jesús vino al mundo de “los cielos”. / Vino del propio fondo de las almas; / de donde anida el yo; de las regiones / internas del Espíritu”.Y el Nervo tradicional y sencillamente cristiano, en el mismo libro añade:

 

“Su voz más dulce que una orquesta / sin duda fue… más que un cristal / su alma fue pura y manifiesta. / ¡Estar con Él era una fiesta. /! / Morir por Él, un ideal. / Ha dos mil años que pasó / sembrando paz, vertiendo miel, / y de la tierra se adueñó  . / ¡Ha dos mil años que murió, y mundo aún vive por Él”.           

 

            En Serenidad se lee: “Cristo, la ciencia moderna / se arroja sin compasión / de todas partes; ¡no tienes /donde residir, Señor! / Las teorías positivas / y la experimentación / materialista, no dejan sitio en los orbes a Dios. / Yono valgo dos cuartos, Cristo: / mi corazón (tú mejor / que nadie lo sabe) tiene poco espacio y poco sol; / pero, qué le hemos de hacer / si en esta comarca no / hay otro… ¡Ven, y permite / que confuso, con temblor / de vergüenza, yo te hospede, en mi propio corazón”     

            ¿Puede ser este mismo poeta, quien en El estanque de los lotos habla de…los hombres que a su imagen y semejanza “crean” a Dios? En 1916 Nervo escribe uno de sus más hermosos poemas católicos:

 

“En la armonía eterna, pecar es disonancia; / pecar proyecta sombras en la blancura astral. / El justo es una música y un verso, una fragancia y un cristal. / En la madeja santa de luz de los destinos, / pecar es negro nudo, tosco nudo aislador. /. / Pecar es una piedra tirada en los caminos / del amor… / Pecar es red de acero para el plumaje ingrávido; / membrana en la pupila que quiere contemplar / el ideal; parálisis en el ensueño, ávido / de volar. / ¡Oh mi alma!, ya no empañes tu pura esencia ignota; / no te rezagues de la bandada, que veloz / traza una gran/ trémula en la extensión remota. / ¡Oh mi alma!, une al gran coro de los mudos la nota de tu voz…”.

 

Un año después el poeta “ficcionista” añade: “…comprendiendo al fin que es ilusorio / todo pecado (como toda vida), / y que nada de Él puede separarte, / uno con Dios te sentirás por siempre: / uno solo con Dios, porque le amas”.

“Colmo de incoherencias” llama el Dr. Alfonso Méndez Plancarte, y con verdad, a las ideas filosóficas de Nervo. Este es el poeta del corazón, del sentimiento, pero no de la filosofía: “Tú, filosofa, mientras yo sueño, / cerebro mío… filosofa mientras / yo, con mi adoración, donde no entras, / entraré; más que el tuyo, es fiel mi empeño. / Con el farol de tu filosofía / no hallarás nunca a Dios, ¡oh mente esclava! / sino con el amor: ¡quién más le amaba- san Francisco de Asís- más le veía

Nervo habla de los santos de la Iglesia Católica, pero no quiere comprender la doctrina de ésta, que no desprecia a la razón, sino la defiende en su propio terreno, y recomienda la sana filosofía. Claro está que un razonamiento frío no basta para constituir un religión completa, porque el razonamiento puro no es el hombre completo, y la religión exige los dos actos, de la inteligencia por la idea y de la voluntad, por el amor.

L´amour d´un objet, quelquilsoit, est fils de saconnaissance”, dice el sentido común con Paul Valéry.

            Ahora bien, se conoce a Dios por dos caminos, o por el de la fe, don divino y gratuito, o por el de la razón, resultado del esfuerzo humano. Para aquellos que no tienen fe, la Iglesia posee la demostración racional de los preámbulos de aquella, filosóficamente irreprochable.

            Aunque Nervo se halla a menudo lamentablemente fuera del camino de la verdad, no deja de atraer y conmover por ser el poeta sincero que busca con ahínco la realidad eterna:

“De ti podrá decirse: / “tuvo un incandescente / anhelo, una gran ansia / de santidad. Quería / llegar a la excelencia / cristiana; ser perfecto / como el Padre Celeste / es perfecto;…

 

Amaba a Dios, acaso / como pocos le aman / (Dios que lo ve, lo sabe). / Mas fue tal su miseria, / su endeblez para el vuelo / divino, que las pobres alas lo traicionaron… / y se quedó en el fondo de su charca…Miraba pasar aves y nubes, / con blando volar quedo, / y le decían: “¿Subes?” / y él gemía: “¡No puedo!”

 

            No obstante sus vagas o confusas ideas  filosóficas, Nervo alcanzó una semiserenidad de espíritu, apoyada en la imitación de la bondad y de la sencillez evangélica; así pudo escribir:

 

“Si eres bueno sabrás todas las cosas / sin libros; no habrá para tu espíritu nada ilógico, nada injusto, nada / negro, en la vastedad del universo. / El problema insoluble de los fines / y las causas primeras, / que ha fatigado a la filosofía, / será para ti diáfano y sencillo. / El mundo adquirirá para tu mente / una divina transparencia, un claro / sentido, y todo tú serás envuelto / en una inmensa paz…”

 

c.      La filosofía de los libros orientales

 

En cuanto a la filosofía de los libros orientales, Nervo la hace suya, porque se siente atraído por la elegancia, la fantasía por todo aquello, misterioso y exótico, que emana de la mente china o hindú y que se halla tan de acuerdo con la de nuestro poeta. Estos libros contienen, expresado con símbolo atractivo, el propio pensamiento de Nervo.

            Cuando éste lee en Krishna: “Llevas en tì mismo a un amigo sublime a quien no conoces”, Nervo se ve invitado a recogerse en su interior para buscar dentro de sí a su Dios. Buda y Vivekanda expresan metafóricamente el sentir de Nervo cuando, el primero dice: “El agua que rodea a la flor de loto no moja sus pétalos”. Y el segundo continúa: “Estad en el mundo, pero no seáis del mundo como la flor del loto, cuyas raíces están se hunden en el cieno, pero que permanece siempre pura”.

“Empapado Nervo de lecturas indostánicas, dice Alfonso Junco,tomó el prurito de alusiones budistas, como muchos el mitológico, no por creencia, sino por retórica, a modo de realce poético y metafórico para decirnos los estados y aspiraciones de su alma”.

Es más probable que haya adoptado en ciertas ocasiones, las teoríasfilosóficas del viejo Indostán, como adoptó cuanta idea espigó a lo largo de sus lecturas tan abundantes como desordenadas.

En numerosos poemas de Nervo se hallan, pues, reminiscencias de los libros orientales, siempre de acuerdo con la mente del poeta; es curioso observar cómo,   en alguno de ellos, se enlazan en una asombrosa promiscuidad, las más puras y sublimes creencias cristianas, con las más extravagantes alusiones indostánicas.

He aquí una extraña oposición:

 

“¡Oh! Febril, ¡Oh! Brioso corcel de mi deseo, / a cuyo lomo, atado cual Mazeppa, me veo; / cadena despiadada, que con tus eslabones / me ligas a los ciclos de las reencarnaciones, fundiendo cuna y cuna, soldado muerte, muerte,                                                                                                                                

¡Blasfemia! Otros pudieron… ¡Querer es lo que importa / ¡Querer! ¡Todo lo puedes en Dios que te conforta! /Alíate a los ángeles; reclama del abismo / la suprema victoria de vencerte a ti mismo. /Acógete al espíritu, que vela lo invisible. ¡“Y ruega por nosotros con gemido indecible!                                                                                                                                     

Otro poema contrastado:

 

“Llévete yo, Dios mío, como perla divina / en el trémulo estuche del corazón que te ama; / llévete yo en la mente como luz matutina; / llévete yo en el pecho como invisible llama. / Llévete yo en la música de todo cuanto rime; / y sé para mi espíritu el Amigo Sublime / en lo más puro y noble de mi canción palpita, / que anuncian tus palabras en el Baghavadgita”.

 

Y en otro poema, no menos hermoso:

 

“Encógete, callado, y estoicamente espera / que el Karma (inexorable, por justo) te hiera / hasta el fin. Ve, resuelto, de tu castigo en pos. /… ¡Más, abre bien, poeta, los ojos avisores: / acaso, cuando menos lo piensen tus dolores, te encuentre, en tu noche, con la piedad de Dios!

 

Este enlace extraño de creencias tan opuestas la una o la otra, proviene, tal vez, de su antigua fe católica que no puede el poeta arrancar del todo de su espíritu. Confiesa en uno de sus libros:

 

“Sí, pues, alternan fe y duda / como la noche y el día / en mi alma yerma y desnuda, ¡No es culpa mía! /…Sin embargo, allá, en el fondo / del oscuro laberinto; muy hondo, mucho muy hondo, / habla un instinto. / Es como un sí que confirma mi raro sí de creyente / y que, cuando niego, afirma / tímidamente. / Es… yo no sé qué simpática / insinuación oportuna / y discreta; es, como una / voz enigmática… / Como vago cuchicheo / que surge apenas de los / abismos de mi deseo / y que murmuran: ¡“Yo creo en Dios!...”

 

            Esta filosofía de los libros orientales, así como las otras teorías filosóficas, todas influyeron en Nervo, le sirvieron para consolarse aparentemente de su desvío de la senda cristiana y para colmar engañosamente el vacío y desamparo espiritual que lejos de ella sentía, y también lo impulsaron a encerrarse aún más en su vida interior. 

 

d.      La teosofía y el espiritismo

 

En su ansia de lograr una respuesta precisa a su duda roedora, Nervo se da a leer a los teósofos y a los espiritistas. Lo que hay de extravagante en estas doctrinas convenía con la extravagancia de la índole del poeta: “Eso de existencias anteriores, gusta / a muchos. A mí me gusta… ¡y me asusta! / por la inenarrable, por la atroz fatiga / de ir viviendo vidas sin cesar, amiga!”

Nos lo muestra en dos cuentos en los que juega humorísticamente con la hipótesis metapsíquicas: “El donador de almas”, “El diamante de la inquietud”.¿Qué respuesta podía esperar de los que han puesto una sombra sobre el mundo con sus extrañas teorías?

“¿No sentís vosotros el atrayente el misterio de las cavernas? -pregunta Nervo-. A mí, de niño, una cueva me producía siempre emociones de hondura no superada. Parecíame que el enigma del mundo iba a hablar por la boca de aquel antro”.

Parecióle que por la boca de la misteriosa teosofía o del misterioso espiritismo el enigma del mundo” le hablaría: “Nervo busca la emoción religiosa a través del espiritismo y la magia. Asiste a las sesiones en que se hace hablar a los muertos por boca de un médium, y medita largamente en ello -como Maeterlinck-. Este vivir en continuo trato con espíritus y reencarnaciones, con el más allá, con lo invisible, con el infra-rojo y el ultravioleta, comunica a los hombres un aire de misterio. Nervo andaba por esas calles de Madrid como un testimonio vívido de lo inefable, de lo no conocido”.

Siempre había sido un “espiritualista ansioso”, mas “nunca se había encontrado con lo sobrenatural. En vano había abierto los ojos en la sombra”.

 

“Hay entre sus recuerdos dispersos una página reveladora […] Un día, en un ocio de Semana Santa, Amado Nervo fue de excursión al Desierto de los Leones…Esta excursión es todo un momento de literatura mexicana. Iban con él Justo Sierra, maestro de tres generaciones; el escultor Contreras; Jesús Urueta, nuestro incomparable prosista, a quien, con cierta sal de humanismo, los mexicanos acostumbran llamar El divino Urueta; Luis Urbina, poeta de romanticismo sereno; Valenzuela, gran corazón, y poeta, más que en los versos, en la vida. En cuanto al héroe de esta historia, Nervo ha preferido no nombrarlo, y lo alude así: “el más culto quizá, el de percepción más aristocrática y fina entre los poetas nuevos de México”. Cayó la tarde y hacía frío. Mientras los peones preparaban la cena, todos se agruparon en torno al fuego. Con la complicidad del silencio y de la luna, se contaron, naturalmente, historias de aparecidos. Saltaba la llama; había como un deleitoso vaho de miedo… Y alguien, de pronto, dirigiéndose a Justo Sierra:

-¡Señor: allá abajo, entre los árboles, hay una sombra!

A la luna, en una explanada, entre pinos, paseaba, casi flotaba, un fraile resucitado, la capucha calada, y hundidas las manos en las mangas.

Entonces, aquel poeta aristocrático y fino a quien Nervo no ha querido nombrar, echó a correr en persecución del fantasma; lo acosó, le cortó el paso, lo cogió por los hábitos. El espectro resultó ser Urueta, que, de acuerdo con Contreras -esta vez escultor de espectros-, había querido dar una broma a sus amigos.

-¡Suéltame ya, me haces daño! Gritaba Urueta. Pero el otro lo tenía cogido por el brazo, le hundía las uñas en la carne rabiosamente, lo sacudía con furia. Al fin, cuando fue posible desasirlo, exclamó:

-¡Haber corrido locamente, toda mi vida, en pos de los sobrenatural, y ahora que ¡por fin! Creía tocarlo con mis propias manos, encontrarme con este “¡divino embaucador!”.

El héroe de esta aventura, es realmente, nuestro poeta Balbino Dávalos. Pero, ¿no pudo ser el mismo Nervo?”

 

Nervo, en efecto, narra en uno de sus poemas, de manera desgarradora, la duda que lo llevó a escudriñar en las ciencias ocultas:

 

“¡Oh pulpo! Y lo peor es que te amaba, / que aunque la voz de mi razón austera: / “Apártala de ti, me repetí, / ¿no ves que te estrangula y te envenena? / No la quise entender. Estaba solo / y tú me acompañaste; mi alma era / ignorante y sencilla, le dijiste: / Analiza, investiga, canta, crea!” / Una tarde llegaste a mi retiro; / yo miraba los montes y las selvas / y con voz que era un eco me dijiste: / “¿Qué miras, qué meditas, en qué piensas?” / “Pienso, te dije, en la bondad del cielo / que la vida creó; la vida buena”. / -La vida, respondiste, es un engaño: / la muerte es un ensueño y una tregua; / para morir se nace, y en la tumba se duerme un solo instante y se despierta”. / -“¡Se despierta! ¿Y por qué?” / -Porque nos llaman / otra vez las angustias, la contienda, / es preciso acudir a su llamado”. / -“¿Y después?” -Otra muerte nos espera”. / “¿Y después?”- “otra vida”-. - ¿“Y cuándo acaba, / respóndeme, por Dios, esa cadena?” / -“¡Su poster eslabón está muy lejos!” / -“¡Pero dónde remata!” - ¡Es tan inmensa / la escala evolutiva, aquella escala / que el beduino Jacob en sueños viera!”… sentí al oírte. / La fatiga del bólido que brega / en medio del espacio, y busca límite / que detenga su giro y no lo encuentra; / la fatiga que sienten de seguro / en su ronda inmortal Paolo y Francesca, / la fatiga de tantos eslabones, / la fatiga de tantas existencias / y se hizo en mi espíritu la noche, / una noche estigia sempiterna”…

 

La oscuridad perdurará en su espíritu hasta el día en que, anhelante como nunca, toque encarnizadamente “a la puerta de acero del misterio, que endereza imponente en la montaña de la noche” buscando lleno de dolor a su muerta adorada.

 

“Centenares de miles de hombres pretenden conversar con los muertos, penetrar en el plano astral donde viven, verlos y seguirlos en sus evoluciones…pretenden haber franqueado ese mar en una nave mágica que se llama clarividencia, visión astral, y con timoneles enigmáticos que se llaman médiums o adeptos…Ahora bien; a mí me ha sido hasta hoy negada toda videncia”. Sólo escuchará cómo “el aldabón resuena en las tinieblas, con sonoridades pavorosas: ¡pero nadie me responde!”.

 

            El dolor irá, lentamente descorriendo la venda oscura que cubre sus ojos hasta que, en plena posesión de sí mismo, dé por fin con la luz.

            En este período de purificación se notan varios puntos de contacto entre la creencia de Nervo y la teosofía, los mismos que lo unen a la moral budista o brahmánica de la cual proviene la doctrina teosófica; puntos de contacto, originados en su mayoría, en las analogías de preceptos morales que son expresión o derivación próxima de la ley natural; y de prácticas de culto y ascetismo, comunes a todas las almas deseosas de sacudir la tiranía de las pasiones y llegarse a Dios con la práctica más esmerada del recogimiento y de la caridad.

            Los astros, la filosofía, las religiones de Oriente, la teosofía, el espiritismo, no lograron responder a la interrogación dudosa de Nervo, pero sí le hicieron comprender, después de agotar los sistemas, que, según esperaba, le abrirían las puertas del misterio, que se hallaba tan lejos de ellas como al empezar, porque dichos sistemas no tenían la solución para su duda:

           

“A veces, cuando los senos / del Enigma hurgando vas, /hallas que, por saber más, / cada día entiendes menos. / Y cuando, ya de vencido, / todo lo reputas vano, / un burlón acento arcano / decir parece a tu oído: / “Tus tanteos, infeliz, / semejan por los inocentes, / los de quien buscan sus lentes / con ellos en la nariz”.

 

            Todo cuanto trabajó Nervo para llegar a lo desconocido influyó profundamente en su alma, la hizo dueña de sí misma y la estableció señora de sus movimientos, con lo cual cree el poeta haber llegado a la anhelada serenidad:

 

Comprendo al fin el vasto sentido de las cosas; / sé escuchar en silencio lo que en rededor de mí / murmuran piedras, árboles, ondas auras y rosas… / Y advierto que me cercan mil formas misteriosas / que nunca presentí. / Finé mi humilde siembra; las mieses en las eras / empiezan a dar fruto de amor y caridad; / se cierne un gran sosiego sobre mis sementeras; / mi andar es firme… /Y siento que estoy en las laderas / de la montaña augusta de la ¡Serenidad!”

 

 



Religiosa mexicana, doctora en letras españolas por la Universidad Nacional Autónoma de México, defendió este trabajo de tesis de doctorado el 2 de junio de 1945. En 1951 obtuvo su cédula profesional por la misma universidad. El aparato crítico ha sido actualizado por la redacción de este Boletín.

Obras completas, España (1955), tomo I, Ed. Aguilar, p. 1437.

Óp. cit. p. 1326.

Cf. Boletín de la Sociedad Astronómica de México, México (1905), s. e., p. 464.

Cf. Juan Rogelio López Ordaz, Amado Nervo, mosaico biográfico, México (1992), Consejo Editorial del Estado de Nayarit, p. 106.

Obras completas, tomo II, p. 1068.

Op. cit. p. 876.

Op. cit. p. 1101.

Op. cit. p. 1068.

Tesoros del Parnaso español, París (1835), Librería Europea de Baudry, p. 55.

Obras completas, tomo II, p. 1104.

Ídem.

Obras completas, tomo II, p. 1634.

Poesías completas, Argentina (1951), ediciones Anaconda, p. 216.

Obras completas, tomo II, p. 1731.

Concha Meléndez, Amado Nervo, San Juan de Puerto Rico (1971), p. ii.

Obras completas, tomo II, p. 997.

Cf. Obras completas de Amado Nervo, tomo xxx, Madrid (1928), Biblioteca Nueva, p. 312.

Id.

Poesías completas, México (1957), editora Latino Americana, p. 124.

Obras completas, La Plata (1946), vol. iv, editorial Calomino, p. 30.

Íd. Vol. 19, p. 32.

Íd. p. 132.

Obras completas de Amado Nervo, tomo xi, p. 44.

Poesías completas (1957), p. 460.

Obras completas de Amado Nervo, tomo xvii, p. 70.

El estanque de los lotos, “Diálogo interior”

Id.

La amada inmóvil, “Metafisqueos”

El estanque de los lotos, Jesús

Id. “El”.

Serenidad, “Hospitalidad”

El estanque de los Lotos. “El Cristo futuro”

Elevación, “Pecar”

El Estanque de los lotos, “Uno con Él”.

Elevación. “Tú, filosofa”

Cf. Mercure de France, vol. 196, París (1922), p. 539.

Id. “De ti podrá decirse”

Id. “Si eres bueno”.

”Sobre el misticismo de Nervo en, Alfonso Junco. Fisonomías.

El Estanque de los lotos, “Lamentación del voluptuoso”.

Id. “Llévete yo”.

Id. “Lo imprevisto”

Serenidad, “No es culpa mía”

Id. “¡Quién sabe!”

Prehistoria, “Miscelánea”

Alfonso Reyes: prólogo al “Diamante de la inquietud”

Poemas, “Implacable”

Alfonso Reyes: prólogo al “Diamante de la Inquietud”

Poemas, “Implacable”

Prólogo a “La amada inmóvil”

Id.

El estanque de los lotos, “Los lentes”

Serenidad, “La Montaña”

 

 

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