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Semblanza biográfica de Domingo Lobato Bañales

 

Domingo Lobato Camargo

 

La noche del 11 de julio del 2013, el Coro de Infantes de la Catedral, que dirige el Mtro. Aurelio Martínez Corona, acompañado al órgano por el Mtro. Héctor Manuel Salcedo Becerra, ofreció en aquel recinto un concierto conmemorativo por el aniversario 465 de la creación de la diócesis de Guadalajara, durante el cual se interpretó la ‘Misa con cánticos’ del Mtro. Domingo Lobato Bañales (1920-2012), a la que asistieron algunos de sus descendientes y su cónyuge supérstite. Su primogénito dio lectura a la siguiente semblanza de un artista que honró a la Iglesia particular tapatía hasta el final de su fecunda existencia

 

Hablar sobre el Mtro. Domingo Lobato Bañales es evocar a la persona que más he admirado en mi vida y con la cual estuve vinculado por espacio de 65 años: 25 sometido a su autoridad y los restantes 40 como cabeza de mi propia familia pero sin mengua de la cercanía y la intimidad con él en todas las vicisitudes de la existencia.

Compuse estas líneas para dar en ellas un contenido al nombre de mi padre, Domingo Lobato Bañales, cuya obra musical está siendo sometida en estos momentos a una revisión exhaustiva basada en sus manuscritos, ediciones impresas y grabaciones, con el propósito de clasificarla y difundirla, una actividad en la que estamos involucrados sus familiares, algunos amigos personales y otros que lo van siendo por el interés común de poner al alcance del público su valioso legado musical, datos de su vida e informes documentados acerca de su paso temporal que habrán de servir a los investigadores del futuro. De lo mucho que pudiera decirles, elegí centrarme sobre su perfil humano.

No tuvo mi padre una presencia física imponente. Su talla se midió de otra forma, en un talento musical y una formación ininterrumpida gracias a la cual alcanzó el más respetable rango al que puede llegar un compositor de música formal.

Sus orígenes familiares fueron humildes. Sus ascendientes eran oriundos de San Agustín del Pulque, en la ribera del lago de Cuitzeo, en cuyo templo parroquial he visto unas diez placas marmóreas dedicadas a personas de apellido Lobato, entre ellos dos ascendientes de mi padre homónimos suyos y hasta charlé una vez en ese lugar con un Domingo Lobato, quien me dio algunos pormenores de la parentela.

Mi padre apenas si tuvo trato con estas gentes, pues nació en Morelia un 4 de agosto de 1920, del matrimonio formado por Herculano Lobato y María Concepción Bañales, que ya habían engendrado a Juan, luego vino Domingo, Ana María y Jesús, este último una figura pintoresca, que fue novillero, pintor y bohemio. Mi abuela dejó en la orfandad a su hijo de apenas 6 años y de su atención se hizo cargo su tía materna Librada Bañales.

A tan tierna edad comenzó su instrucción musical en coro de infantes del templo de San Juan Bautista, en el barrio indígena de San Juan de los Mexicanos de Morelia, donde el señor canónigo don José María Villaseñor, fundador de la Escuela Superior de Música Sagrada y del afamado Coro de Niños de Morelia, descubrió su aptitud por la música, convirtiéndose en su principal protector y patrocinador. En el Conservatorio de Las Rosas terminó su educación primaria y secundaria e inició su educación en la música formal.

Durante los años de la persecución religiosa en México promovida por el presidente Plutarco Elías Calles, el ejercito cerró la escuela, debiendo mi padre y sus maestros y condiscípulos mantener sus actividades de forma clandestina para las clases en domicilios particulares. Me contaba mi padre que en tales andanzas, siendo un chamaco, le tocó en más de una ocasión trasladar oculto entre sus ropas al Santísimo Sacramento de un lugar u otro, experiencia que sin duda marcó profundamente su inspiración musical cuya vertiente sacra consta de más de veinticinco Misas, la ópera El cantar de los Cantares, piezas para órgano, motetes y villancicos.

Conoció personalmente a Silvestre Revueltas, el cual gustaba mucho de visitar Morelia y pasar temporadas en la ciudad, donde cultivaba la amistad con el Mtro. Miguel Bernal Jiménez, quien le llegó a confiar a Domingo la atención personal del Mtro. Revueltas, constándole a mi padre las formas de hacer música, temas y orquestaciones y demás de este genial compositor.

En el año de 1943, bajo la dirección del Mtro. Miguel Bernal Jiménez, presentó su examen de magisterio en composición al lado de Alfonso Vega Núñez y Guillermo Pinto. Los sinodales fueron el Mtro. José Rolón, el Pbro. Marcelino Guiza y los canónigos Juan B. Buitrón, Juan de Dios Rodríguez y José María Villaseñor. Como invitados de honor participaron en el acto el señor obispo Miguel Darío Miranda, los canónigos Justino de la Mora y Sebastián Uribe, los presbíteros Juan Gómez, Manuel de Jesús Arechiga Fernández, Jesús Lira, Ricardo Corpus, Tomas Llerenas, el licenciado Cirilo Cornejo Roldan y el maestro Manuel M. Ponce. En 1946 presentó su examen de magisterio en Canto Gregoriano obteniendo por unanimidad y con grado de excelencia la nota aprobatoria.

Luego de tal suceso, el presbítero Manuel de Jesús Arechiga, deseoso de consolidar en Guadalajara una Escuela de Música Sacra, solicitó a su compañero de estudios en el Pontificio Instituto de Música Sacra en Roma, Miguel Bernal Jiménez, referencias del Mtro. Lobato, recibiéndolas tan amplias que decidió invitarlo a impartir clases de armonía, composición y canto gregoriano en la capital de Jalisco.

Ante la perspectiva de esa propuesta, cortejando ya a la señorita Adela Camargo, Domingo le propuso matrimonio, contrayéndolo el 8 de noviembre del 1946 en el templo de Nuestra Señora de Lourdes de Morelia, a las 7 de la mañana. Desayunaron a las 8 y a las 9 salieron de la estación de ferrocarril de Morelia rumbo a Uruapan iniciando así una larga vida matrimonial de 66 años.

A su arribo a Guadalajara le valió su relación de amistad con el presbítero Daniel Carrillo Hernández, director del Colegio de Infantes de la Catedral tapatía, quien le brindó una calurosa acogida en su casa de Zapopan y sostuvo con él una excelente relación que nunca se perdió.

Una vez integrado al cuerpo docente de la Escuela de Música Sacra de Guadalajara, el Mtro. Lobato se fue incorporando a las restantes Academias Musicales existentes: las de Áurea Corona, Mercedes Berján y Lolita Jiménez entre otras.

A comienzos del año lectivo 1948-1949 el Mtro. Lobato se insertó a la Escuela de Bellas Artes, dirigida por Arturo Rivas Sáinz, consistente en talleres de danza, pintura, teatro y música, que se impartían en las instalaciones del antiguo Seminario Conciliar, a la sazón Museo Regional, de donde pasaron a otros domicilios provisionales, uno frontero a la Plaza de Toros o Mercado Alcalde, otro en la calle de Liceo 139, donde a comienzos de los años 50 del siglo pasado, con el espaldarazo de José Guadalupe Zuno Hernández, la enseñanza musical fue incluida como carrera universitaria en los planes de estudios de la Universidad de Guadalajara, siendo su primer Director el estadounidense Abel Eisenberg, quién apenas concluyó el primer curso retornó a su patria, confiando la Dirección al Mtro. Lobato, quién diseñó, estructuró y realizó los programas de estudios para las diferentes carreras que ahí se impartieron durante los siguientes 18 años.

Como dato anecdótico comento que en 1946 arribó a la capital de Jalisco procedente de Sonora una jovencita, Leonor Montijo, deseosa de cursar estudios en esta Escuela de Música; de alumna pasó a ser titular de la Secretaría de la Dirección, luego, maestra y concertista, sosteniendo con mi padre una relación profesional y de amistad entrañable, pues ella hasta hoy ha interpretado mejor que nadie la obra pianística compuesta por él.

Al Mtro. Lobato no le infatuaron los reconocimientos que gradualmente fueron llegando. Recuerdo, por ejemplo, que luego de una década intensa, en el año de 1958 el Gobierno del Estado le otorgó el Premio Jalisco, que entonces consistía en una fuerte suma de dinero que algo alivió las necesidades de la ya numerosa familia. Esa noche, cuando regresaron nuestros padres del acto, en señal de alegría llevaron a su prole a cenar a un expendio casero de antojitos nada distante de nuestra vivienda y  al día siguiente la vida siguió su curso de siempre.

Le tocó participar en la fase de madurez del nacionalismo musical mexicano, iniciado por Manuel M. Ponce y Carlos Chávez. Siendo él Director de la Escuela de Música, muchos años con sede en la tan llorada manzana -luego de su demolición- que cae al norte del actual paraninfo universitario, donde recibió a figuras de la talla del apenas citado Carlos Chávez, Bernad Flavigny, Eduardo Mata o Blas Galindo, entre los que recuerdo, a quienes invitó a impartir los importantes Cursos de Verano.

Una forma puntual de su contribución en el ámbito del nacionalismo fue su nexo con el Ballet Folclórico de la Universidad de Guadalajara, cuyo antecedente fue el Ballet In xochitl in cuicatl (flor y canto), danza autóctona acompañada con instrumentos tales como el huehuetl, teponaxtli y sonajas, así como cantos y baile, en la que participaban los alumnos de la Escuela de Música, entre ellos algunos que hoy son personalidades en la materia, como J. Guadalupe Flores, Francisco Orozco y Teresa Zambrano. Alentado por este movimiento, se creó el referido Ballet Folclórico con mi padre al frente, siendo los alumnos de la Escuela los que interpretaban, actuaban y cantaban un día cada semana diversos programas bajo su conducción, y para los cuáles compuso diversos arreglos a música popular mexicana.

En el año de 1968, en el marco de las Olimpiadas de México, estando bloqueada la comunicación entre el Gobierno federal y los grupos estudiantiles, aquel solicitó a la Universidad de Guadalajara la participación de su Ballet Folclórico, recibiendo mi padre la comisión fulminante de hacer un programa para las festividades inaugurales de este magno suceso, y acompañando él mismo al grupo como director del coro pero también como responsable de la disciplina entre los varones, en tanto que mi madre le apoyó haciendo otro tanto con las muchachas, comisión que desempeñaron ambos muy bien. Esto le granjeó al Mtro. Lobato una medalla y un reconocimiento, así como un cablegrama de felicitación de la Presidencia de la República.

Recuerdo que en ese tiempo, cursando yo los estudios secundarios, algunos de mis vecinos llegaron a preguntarme a qué se debía la presencia frecuente de policías y soldados en nuestra casa. Yo a su vez se lo comenté a mi padre: “No te preocupes. Son enviados del Gobierno estatal o federal, que nos traen invitaciones”.

En la vida íntima gustaba de jugar fútbol. Tenían mucha fuerza sus disparos con la pierna derecha y cada ocho días jugaba al menos un partido de fútbol. Toda su vida tuvo como equipo favorito al Morelia, aun que perdiera.

Respecto a su legado musical, sus composiciones siguen a la espera de que los gestores de la cultura formal en México la presenten y divulguen. Mi padre llegó a comentar que mientras más tiempo transcurriera, su obra sería valorada y apreciada porque transmitía sensaciones y emociones mediante técnicas avanzadas de composición. Ciertamente, en el desempeño de esta actividad se esmeró por ser un innovador, evolucionando su lenguaje musical del romanticismo a vanguardias tales como el impresionismo, el dodecafonismo y el serialismo.

En prueba de lo dicho comento que en su época productiva en el campo creador presentó en 1969, a modo de fruto de mejor un viaje a Europa, un Trio de Alientos para fagot, oboe y clarinete, que se estrenó en el Instituto Goethe de Guadalajara. Esa obra actualmente está perdida. También dio a conocer la Cantata Épica México, creo en tí, para gran coro y orquesta sinfónica, una de sus más importantes composiciones, la cual pudo presentar en Guadalajara, Morelia, Puebla y Guanajuato con gran éxito; en cambio, la obra Desde el Mirador del Chicoasén, ensamble de cuerdas, que terminó en 1980, no pudo escucharlo nunca pues apenas lo estrenó el Conservatorio de las Rosas en un homenaje póstumo realizado en marzo de este año 2013.

Culto conversador, lector compulsivo, coleccionista de artesanías, era capaz de desarrollar de forma brillante cualquier tema, fuera de filosofía o pintura, literatura o didáctica de la enseñanza. Hasta el último momento de su vida sintió la satisfacción del deber cumplido y gustó personalmente sus obras. Descansa en paz desde el 5 de noviembre del 2012.

 



Quiero añadir que un día estuve en la casa particular del licenciado Zuno, para entregarle una Oda a Juárez, con letra suya, que musicalizó mi padre. Entiendo que nunca se estrenó.

 

 

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