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Datos nada o poco conocidos relacionados con la Catedral de Guadalajara

José Trinidad Laris

El autor de esta miscelánea aprovechó el interés que en su tiempo –mediados del siglo pasado- tuvo el afán de sistematizar la historia de México desde una perspectiva interdisciplinaria. Su interés por eso que don Luis González denomina ‘microhistoria’, enfocado al ámbito de la Iglesia en Guadalajara, nos dejó este atado de minucias

 

Confieso sinceramente que pocas iglesias de México han sido tan poco estudiadas y dadas a conocer como la Iglesia Catedral de Guadalajara, dedicada el año de 1618, después de haber em­pleado un poco más de media centuria en su construcción. Con­fieso que, para interesar a los estudiosos en esta materia, es ne­cesario presentar algo nada o poco conocido de ella, y esto es lo que me propongo en la presente obra.

 

1.       El cuadro de la sacristía

 

En la [pared] testera del fondo [de la sacristía catedralicia] el pintor tapatío don Felipe Castro nos dejó un cuadro conocido con el nombre de la Santísima Tri­nidad, copia de uno de los de Rafael, con la diferencia que en lugar de las figuras de los santos fundadores de algunas órde­nes monásticas pintadas en el [mural] del pintor europeo, Castro, por indicación del venerable Cabildo de la época, pintó a cuatro de los más grandes doctores de la Iglesia, santo Tomás de Aquino, san Bernardo, etcétera, que sentados parece que profundizan el augus­to misterio de la Trinidad.

Como frente a ellos aparece la figura de Cristo descubier­to en la parte superior del busto, el pueblo tapatío, tan festivo, ha dado y tomado en que los Doctores de la Iglesia mencionados le preguntan: “¿Dónde está la camisa?”, y así mucha gente del pue­blo conoce el cuadro con el nombre “¿Dónde está la camisa?”.

Algo se ha escrito acerca de esta pintura; pero lo que no se ha publicado hasta aquí, por ninguno de los historiadores ni por el mismo Eduardo A. Gibbons en su hermoso libro Guada­lajara (la Florencia Mexicana) Vagancias y recuerdos, a pesar de la acucia con que va describiendo cada una de las reliquias históricas de la Basílica tapatía, es que don Felipe Castro ejecutó su cuadro valiéndose de modelos reales tales como el perrero de la Catedral, que sir­vió de modelo de san Agustín; don Pantaleón Pacheco, que pres­tó el modelo de san Ambrosio y dos jóvenes sacristanes que la hicieron de santo Tomás y de san Bernardo.

Don Pantaleón se empeñaba que su hijo, el célebre Huele de Noche -así llamado por los perfumes y bandolinas que usa­ba al pasear noche por noche por los portales de Guadalajara-, prestara su contingente y sirviera de modelo en una de sus ad­mirables “poses” que adaptaba en los paseos clásicos de la Pla­za de Armas, pero don Felipe que deseaba algo más serio y estético desechó el modelo.

Las figuras, o sea el conjunto pictórico del cuadro son de tal colorido y proyectan tal realidad, que un indio yaqui del es­cuadrón que ocupó la Catedral en 1914, y que observó la pintu­ra de Castro al caer la tarde, cuando la luz tamizada bañaba la figura del león que se destaca detrás de los Doctores de la Igle­sia, en un impulso de salvaje valentía creyendo que el rey de la selva se le echaba encima disparó el máuser que portaba y le dio un tiro en la cabeza. Aún se conserva la rasgadura hecha por el proyectil.

 

2.       De otras pinturas cuya historia es poco conocida

 

Ciertamente algo se ha escrito sobre las pinturas [vitrales] realiza­das en las ventanas de la cúpula del Coro [de los canónigos] y que representan los esponsales de la Virgen, copia del cuadro de Rafael; “La Anunciación”, “La Coronación de María”, y la “Presentación”, cu­yos coloridos envían una luz de celeste arcoíris que baña el recinto sagrado. También algo se ha dicho del cuadro colocado en la Capilla de la Purísima, construida a expensas del ilustrísimo señor doctor don Pedro Espinosa, cuadro que representa la Ulti­ma Cena y que fue adquirida en París por el señor canónigo Dr. don Francisco Arias y Cárdenas para donarlo a la iglesia Cate­dral; pero de las pinturas de los óvalos que coronan los altares, diseñados por el arquitecto don Martín Casillas, que trazó el pla­no de la Catedral en 1562 y del cuadro de Jesucristo arrojando del templo a los vendedores, así como de los cuatro Evangelis­tas que se ven en las pechinas de la cúpula, muy poco se cono­ce y es lo que me propongo dar a conocer.

El Presi­dente de la Real Audiencia “de la Nueva Galicia”, brigadier don José de la Cruz, allá por los años de 1817 a 1818 hizo venir de México a don José María Uriarte, artista no de grandes vuelos, pero lo sufi­cientemente capaz para pintar las escenas bíblicas del antiguo Testamento en los referidos óvalos, el conjunto evangélico de Jesucristo arrojando a los mercaderes y los cuatro Evangelistas, de los que se ha hecho mérito.

En la génesis de la Catedral tapatía, o sea allá por los años de 1618 a 1625 se pintaron algunos frescos en sus muros, por don Juan Ibáñez pintor que vivió en Guadalajara y murió en 1626, conforme a lo asegurado por el historiador don Alberto Santoscoy en Historia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. Estos frescos que representaban, según documentos antiguos, pasajes de la Sagrada Escritura, desaparecieron en las muchas reparaciones que ha tenido la Iglesia a través de los tiempos.

 

3.       Campanas de la Catedral

 

Las torres de la Catedral cautivan no sólo al viajero que por primera vez visita la ciudad de los jardines, sino también a sus habitantes que desde las bancas de la Plaza de Armas escuchan sus repiques con el pensamiento absorto. El arquitecto don Ma­nuel Gómez Ibarra proyectó y ejecutó las sobredichas pirámi­des de 70 metros de elevación, con arcos dóricos, entre colum­nas jónicas coronadas con una cruz griega de metal que evoca, según el decir de un escritor extranjero, el lema eterno de Cons­tantino: In hoc signo vinces.

En esas torres fueron colocadas algunas de las campanas que constan en un antiguo inventario hecho el 30 de septiem­bre de 1813 por don Juan Nepomuceno Martínez de los Ríos y Ramos. Muchas de ellas, al caer las primitivas torres el año de 1818, desaparecieron y las que existen en la actualidad, confor­me un curioso inventario hecho por el historiador y distinguido religioso de la Orden Franciscana, fray Luis del Refugio del Palacio, son las que siguen: María de la O, fundida en el año de 1758, pesa 590 arrobas y 14 libras. María del Carmen, fundida el 27 de agosto de 1790, pesa 392 arrobas y 6 libras; San José, fundida el año de 1758, pesa aproximada­mente 225 arrobas; San Pablo, fundida el 29 de octubre de 1789, pesa 212 arrobas y 22 libras; San Jacobo, fundida el 21 de marzo de 1808, pesa 172 arrobas 14 libras; Las Agonías, fundida en abril de 1661, pesa aproximadamente 90 arrobas; San Clemente, fundida el año de 1769, pesa aproxi­madamente 80 arrobas; San Pablo –o Santa Paula-, fundida en 1779, pesa aproximadamente 60 arrobas; San Raphael, fundida el 29 de abril de 1808, pesa aproximadamente 35 arrobas; San Fernando, fundida el año 1759, pesa aproxima­damente 20 arrobas; Santa María de Guadalupe, fundida el año de 1718, pesa aproximadamente 90 arrobas; Jesús María y José, fundida el 31 de octubre de 1818, pesa 71 arrobas y 2 libras; San Francisco, fundida el año de 1779, pesa aproximadamente 50 arrobas. Estas tres últimas están en el reloj y de las cuales la primera da las horas y las segundas los cuartos.

Las esquilas llevan el nombre de La Asunción, fundida el 20 de mayo de 1817, con un peso de 249 arrobas y 7 libras; San Pedro, fundida el 26 de octubre de 1826, pesa 121 arrobas; Santa Rosa, fundida el mes de junio de 1877, pesa aproximadamente 90 arrobas; La Purísima, fundida el 5 de noviembre de 1836, pesa 73 arrobas 7 libras; San Antonio, fundida el 17 de diciembre de 1836, pe­sa 52 arrobas y 3 libras; Nuestra Señora de los Dolores, fundida el 23 de diciembre de 1836, pesa 36 arrobas y 11 libras.

La esquila llamada La Purísima cuya sonoridad es bien conocida de los hijos de Guadalajara, recibió un cañonazo en el sitio, que el 26 de diciembre de 1852 puso a la ciudad el general don Vicente Miñón, enviado por el Presidente [Mariano] Arista a sofocar el “Cuartelazo” dado por [José María] Blancarte en favor de [Antonio López de] Santa Ana. [José Vicente] Mi­ñón desde el pórtico del Hospicio donde colocó su artillería, estu­vo disparando sobre las alturas de la Ciudad, haciendo el obje­tivo de sus miras estratégicas las torres de Catedral, y fue en­tonces cuando la esquila prenominada, sufrió la horadación que la hizo más argentina y cautivadora, al grado que cuando suena parece que sus notas se desgranan en un río de cristales aurisonantes...

 

4.       El nuevo reloj de Catedral

 

El ilustrísimo señor arzobispo [José de Jesús] Ortiz [y Rodríguez], deseando sustituir con un hermoso reloj, sistema carillón, el legendario que estaba en servicio desde el año de 1669, comisionó al ilustrado presbítero don Luis G. Romo para que estudiara los sistemas de relojes escogi­dos en América y en Europa. El mencionado señor presbítero Romo se puso desde luego en comunicación con las principales fábri­cas de Estados Unidos, de Inglaterra, Francia y Alemania, to­mando nota de cuanto se le contestaba sobre el particular, y de acuerdo con el señor arzobispo Ortiz se determinó comprarlo a la casa Morez de Juva, de Francia, para lo que se comisionó al apoderado de “La Esmeralda”, en esta ciudad, don Ernesto Woog, que en esos días partía para el viejo Mundo, para que lo adqui­riera en la referida casa.

El mecanismo de este finísimo reloj, que es una verdade­ra joya de arte, es sencillo a la par que ingenioso: con facilidad admirable moviliza tres martillos que pesan 120 kilos y que sir­ven para marcar la hora, cuartos y medias horas con un timbre de voz que se percibe con claridad a más de una milla de distancia; además, el reloj mueve automáticamente un aparato que se lla­ma “Carrillón” que consta de un cilindro que tiene 8658 aguje­ros, donde están incrustados finos piñones que al girar mueven a su vez el teclado de 21 martillos que produce sonidos armonio­sos que, combinados, según que salgan de esta o aquella de las 12 campanas destinadas a este fin, deleitan con dulces piezas de música.

El padre Romo quiso que las piezas que tocara el reloj de Catedral fueran seis, tres religiosas y tres profanas, siendo es­tas últimas el “Himno Nacional”, “Sobre las Olas” y “La Palo­ma”, recibidas con entusiasmo por el alegre pueblo tapatío que gusta, como muy bien dijo una revista de ese entonces, que las notas nacionales vivan siempre en el alma del pueblo vibrando intensamente, con armonía sentimental en el mundo de sus re­cuerdos...

Actualmente el mecanismo de “Carrillón”, ha enmudecido y por tanto nos hemos privado de su grata armonía.

 

5.       El traje de prelados domésticos en los Canónigos de Guadalajara

 

El 30 de noviembre de 1849 empezó a obligar a los señores canónigos tapatíos el uso del traje de Prelados Domésticos con­cedido al Cabildo Metropolitano de Guadalajara por un privilegio pontificio del señor Pío ix del 16 de junio de 1849.

Los primeros Capitulares que llevaron este traje fueron los señores: don Ignacio García, deán, don Pedro Espinosa, arcediano, don José María Nieto, chantre, don Pedro Barajas, don Juan N. Camacho, don Francisco Murillo, don Felipe Medrano y don José María Esparza, canónigos; don Juan José Casería, licenciado don Luis Verdía y don Luis Mena, racioneros; don Luis Padilla y don Ignacio de la Cueva, medios racioneros.

El traje que entonces estrenaron los canónigos era más o menos semejante al que en la actualidad usan conforme se desprende de este documento firmado en la sala capitular por el secretario de la sobredicha Corporación, presbítero don José Joa­quín Pisano.

 

Traje que los señores Capitulares de esta iglesia deberán usar perpetuamente, aunque sólo dentro de la diócesis conforme al privilegio pontificio de 16 de junio de 1849 y que empezará a obligar desde el día 30 del corriente mes de noviembre según lo dispuesto por el muy ilustre y venerado cabildo de acuerdo con nuestro ilustre prelado.

1º. El traje se divide de ordinario, en de Ceremonias y de Coro.

2º. En cualquiera de ellos serán de color morado y no de otro color, las medias, sotana (que debe ser cerrada y con botoncitos de arriba abajo) chaqueta, cuello, la sola mota del bonete y la del solideo quien lo use y el cordón con borlas (que siem­pre llevarán en el sombrero) y se pondrán hebillas en los zapatos.

3º. En el ordinario habrá manteo negro con vueltas y fiador morados.

4º. En el de ceremonia, en el lugar del manteo se usará la manteleta morada, larga hasta las rodillas, con cuello semicircular y con vueltas de color más claro que la misma manteleta; ésta se asegurará con una muletita o alamar también morado. En el vestido de ceremonia entran los puños o bolillos blancos que hasta el día se han acostumbrado.

5º. El traje de ceremonia, obliga por la mañana en todos los días festivos que sean de primera ciase, los jueves y vier­nes Santos, el día de san Nepomuceno, y los que celebran los aniversarios de la consagración de nuestra Iglesia y del ilustrísimo prelado, con la advertencia de que en los días de jueves y vier­nes Santos y el del Corpus obliga también por la tarde; así mismo es obligatorio, en el acto de desempeñar alguna comisión de las que exigen vestido de etiqueta, en el de cualquier función pública en que se acostumbra llevarlo, y los días en que por algún motivo extraordinario lo estime conveniente el señor deán o presidente del Coro.

6º. El traje de Coro será propiamente roquete y sobre él la capa coral o la manteleta según el tiempo, esto es, la prime­ra, desde que acaban las segundas vísperas de Todos Santos has­ta el repique de la gloria el Sábado Santo, y la segunda en días restantes.

7º. Lo prevenido en los artículos anteriores obliga irre­misiblemente, y bajo la pena de tres puntos.

 

Es copia que certifico.

Guadalajara noviembre 17 de 1849

José Joaquín Pisano

                        Secretario

 

En ese remoto entonces en virtud de la unión que había entre la Iglesia y el Estado el Presidente de la República oído al Senado, dio el pase al Rescripto Pontificio por medio del Mi­nistro de Justicia y Negocios Eclesiásticos el día 20 de octubre de 1849.

A continuación insertamos el Pase del Gobierno Eclesiás­tico de Guadalajara a dicho rescripto:

 

“En la ciudad de Guadalajara a los doce días del mes de noviembre de mil ochocientos cuarenta y nueve, el ilustrísimo señor don Diego Aranda por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apos­tólica obispo de esta diócesis. Habiendo visto el Breve de Nuestro Santísimo Padre el señor Pío ix expedido a diez y seis de junio del presente año de mil ochocientos cuarenta y nueve, en que conce­de perpetuamente a todos y cada uno de los miembros del M. I. y V. Cabildo de esta Santa Iglesia Catedral varios honores e in­signias para el mayor lustre de la misma, entre otras, que di­chos miembros puedan vestir dentro de la diócesis como parti­cular distintivo, ropa talar de color morado con capotillo o man­teleta, calzado, cuello y fleco en el bonete o sombrero del mismo color como lo llevan los Prelados domésticos de Su Santidad: vista la certificación que el ministro Plenipotenciario de esta República cerca de Su Santidad hace de la autenticidad de aquel documento, el pase que el Supremo Gobierno ha dado a dichas gracias sin restricción ninguna para el uso de ellas en esta diócesis el oficio del Ilustre y Venerable Cabildo de la misma en que co­rresponde por esta Sagrada Mitra, con lo demás que ver convi­no dijo su Señoría Ilustrísima, que concedía y concedió la ejecución del re­ferido rescripto pontificio para que se haga uso de las gracias en él contenidas y que fueron tan bondadosamente concedidas por Nuestro Santísimo Padre a favor de este Ilustre y Venerable Cuerpo, mandando que se remita al mismo con oficio el Breve original con testimonio de este expediente para que se guarde en aquel archivo y haya constancia en todo tiempo. Así S. S. ilustrísima, lo proveyó mandó y firmó.

+ Diego

Obispo de Guadalajara

Francisco de P[aula]. Verea

Secretario

 

6.       La lápida patriótica en la fachada de Catedral

 

Un tanto borrada por el tiempo se ve en uno de los muros del frente de Catedral una lápida que fue colocada allí el 12 de octubre de 1910, como una conmemoración del Centenario de la iniciación de la guerra por la Independencia.

A las 10 de la mañana de ese día el ilustrísimo y reverendísimo señor arzobispo de Guadalajara licenciado don José de Jesús Ortiz y Rodrí­guez y el Gobernador del Estado don Miguel Ahumada, a las bé­licas notas del Himno Nacional, ejecutado por la Banda de la Gendarmería, tiraron de unos listones descorriendo entre aplausos y vivas una elegante cortina de lienzos tricolores de seda que cubría la sobre dicha lápida de mármol, donde a letras doradas se leía la inscripción latina que en la actualidad por la acción del tiempo se va haciendo ilegible. Esta inscripción fue redactada por el esclarecido latinista doctor don Manuel Alvarado, entonces solamente canónigo de la Metropolitana tapatía.

Después de otra pieza de música por la supradicha banda, abordó la tribuna el señor licenciado don Manuel F. Chávez que pronun­ció con potente y clara voz un discurso alusivo a la patriótica festividad.

A este acto de trascendental significación asistieron los Capitulares del Cabildo Metropolitano, muchos sacerdotes y re­presentantes del Comercio y de las Autoridades tanto civiles co­mo militares.

Para mayor intelección de los que leen este artículo pone­mos la traducción de la significativa lápida marmórea colocada con el fin de glorificar la memoria de los héroes mexicanos:

 

¡Oh dulce Patria! Celebramos el primer Centena­rio de aquel memorable día en que brilló para tú la hermosísima aurora de la libertad y del progreso, cuando héroes mexicanos, después de once años de terrible lucha, quebrantaron para siem­pre en nuestro suelo el duro dominio de la madre España; por tal motivo, gobernando la Iglesia Católica el señor Pio x, presi­diendo los destinos de nuestra República Mexicana el señor General don Porfirio Díaz, y los de nuestro Estado de Jalisco el señor Coronel don Miguel Ahumada, nuestro ilustrísimo y reverendísimo arzobispo licenciado don. José de Jesús Ortiz, el venerable Cabildo Metropolitano, el clero y el pueblo de Guadalajara te desean pros­peridades a porfía.

Gozosos hemos dado gracias, ¡oh querida patria mexica­na! a la Augusta Trinidad, a la Virgen de Guadalupe nuestra Madre y al ángel custodio de nuestro suelo, por los copiosos bienes que el cielo nos ha concedido en cada uno de los años y aún de todos los días de nuestro Centenario. Como un homenaje a tan fausta solemnidad renovamos el 9 de octubre el juramento del Patronato Nacional de Santa María de Guadalupe, hemos celebrado actos expiatorios por los pecados públicos y privados, obsequiamos galantemente a los pobres y a los niños y finalmente hemos orado“...enviando fervientemente votos al cielo por el amor que irresistiblemente nos lleva hacia ti.

Hoy 12 de octubre de 1910, quedó grabada en esta lápida la perpetua memoria de tamaño suceso que, en la próspera o adversa fortuna será grata a la posteridad

Guadalajara, 12 octubre de 1910

 

Completando, diremos que la lápida tantas veces dicha fue grabada en los talleres de escultura del artista italiano Vicente Gusmeri Capra, que tantas obras de arte ha producido para el embellecimiento de los templos y necrópolis del Estado de Ja­lisco y de otras muchas partes de la República. En 1914 fue semidestruida por algunos ignorantes que aseguraban que decía cosas del otro mundo en contra del Gobierno.



Presbítero del clero de Guadalajara (1882-1963), de la Sociedad de Geografía y Estadística, maestro de historia, responsable del Archivo de la arquidiócesis tapatía y de la sección necrológica de este Boletín. Fecundo, aunque desaliñado polígrafo, entre las muchas obras que publicó sobresalen Guadalajara de Indias y De las cosas Neogallegas.

Publicaciones Pro-turismo, Guadalajara, 1933.

No era tapatío, sino oriundo de la Ciudad de México (1832-1908), hijo del pintor José Castro. Estudió en la Academia de San Carlos y a temprana edad se estableció en Guadalajara. Impartió cursos en el Liceo de Varones y el Liceo de Niñas.  Fue fundador y Presidente de la Sociedad Jalisciense de Bellas Artes [esta y las sucesivas notas al pie de página son del Editor de este Boletín.].

No es una copia, se inspira en uno de los frescos con los que Rafael Sanzio decoró la Sala de la Signatura, en los Palacios Apostólicos. La obra se denomina ‘La disputa del Sacramento’ y la terminó su autor en 1509.

Imprenta del Diario de Jalisco, Guadalajara 1893, 353 pp.

El nombre propio de este oficial del coro catedralicio era caniculario, y su quehacer, ciertamente, evitar que los perros sin dueño entorpecieran las procesiones y actos litúrgicos.

El cuadro de referencia, pende hoy en día de la Sala Capitular, habiéndose restituido a la Sacristía la estupenda pintura que hizo para ella Cristóbal de Villalpando a fines del siglo xvii.

Lo sposalizio della Vergine, en italiano, fue creada por Rafael en 1504, valiéndose de las técnicas de temple y óleo sobre tabla. Mide 174 cm. de alto por 121 cm. de ancho y se conserva en la Pinacoteca de Brera de Milán.

Este dato es inexacto. Martín Casillas nació en Almendralejo, Extremadura, en 1556. La primera piedra de la catedral definitiva de Guadalajara no se colocó antes de 1573. El alarife Casillas se hizo cargo de la obra hacia 1586 y la tuvo bajo su responsabilidad hasta el año de su muerte, 1618.

En realidad, es un enorme luneto.

De la Cruz recibió el nombramiento de presidente de la Real Audiencia de Guadalajara y quinto intendente de Nueva Galicia en 1811 y lo ocupó hasta 1821.

Tipografía de la Compañía Editorial Católica, Guadalajara 1903, 404 pp.

Alumno del Seminario de Guadalajara, vivió entre 1810 y 1896. Fue discípulo en la Academia de Bellas Artes de Jalisco del arquitecto José Gutiérrez y protegido del obispo Diego Aranda y Carpinteiro, quien le comisionó en 1849 para reconstruir las torres de la Catedral tapatía, colapsadas por el terremoto de 1818. De aire neogótico, fueron terminadas en 1854.

Las torres tienen una altura de 65.91 metros la del norte y 65.55 la del sur.

Se refiere a la arroba castellana, que equivale a 11,506 kilogramos. La libra de Castilla pesa 0,460 kilogramos.

No ha queda ya rastro de esta placa.

(Brescia 1866 – Guadalajara 1938), dejó obras en el Expiatorio, el Templo de la Merced, el de San Sebastian de Analco y en el Panteón de Mezquitán.

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