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Diplomacia vaticana en auxilio del México perseguido
Juan González Morfín
Introducción
La hostilidad creciente del gobierno de Calles hacia la Iglesia católica ya en 1925 preocupaba de una manera tal al Papa Pío xi que, al convocar un Año Santo especialmente consagrado a las misiones, según lo haría constar en diversas oportunidades, el pontífice añadió una intención especial y la recordaría en distintos momentos de ese acontecimiento: “rezar para que la religión católica sea tratada en México como merece la fe de ese pueblo”.[1] De nueva cuenta y casi para terminar ese año, durante el Consistorio con el Sacro Colegio Cardenalicio, Pío xi retomaría la necesidad de orar por México a causa de las penosas circunstancias en que se encontraba: “La situación del catolicismo en la República Mexicana es más triste que nunca (…), de forma que no podemos alimentar en nuestra alma la esperanza de tiempos mejores, sino confiando en el socorro inmediato de Dios misericordioso, a quien cada día rogamos y suplicamos…”.[2] A lo largo de los seis primeros meses de 1926, esas circunstancias se tornaron más lamentables con la supresión de la enseñanza religiosa en los colegios, la expulsión de los sacerdotes extranjeros, la legislación a nivel estatal que en 18 entidades federativas limitaba el número de sacerdotes, la exigencia en esos estados para que los sacerdotes que quisieran ejercer su ministerio se registraran ante la autoridad pública, el desconocimiento de la jerarquía y, finalmente, la llamada “Ley Calles”, que convertía en un delito de tipo penal cualquier desobediencia a las disposiciones antirreligiosas. Fue así como el 2 de julio de 1926, mismo día en que se publicaba en el Diario Oficial la “Ley Calles”, Pío xi a través de su Secretario de Estado, el cardenal Pietro Gasparri, ordenaría a todo el cuerpo diplomático del Vaticano acreditado en los diversos países que se aumentara la oración para que cesara en México lo que “bajo la hipócrita forma de una pretendida legalidad”, constituye “una verdadera y formal persecución contra la religión Católica”.[3] Este comunicado planteaba que, especialmente el 1 de agosto, el mundo católico hiciera oración por México. Justo ese día en todo el país los templos serían cerrados a cualquier acto de culto público. Esta indicación al cuerpo diplomático no se repetirá en documentos oficiales, pero sí se reconocerá a través de sus efectos. En este breve artículo se analizarán los apoyos en el extranjero que tuvo el pueblo mexicano durante los años de persecución, detrás de muchos de los cuales se puede entrever el trabajo del servicio exterior vaticano.
1. Denuncias hechas por periódicos no ligados al Vaticano
Si bien durante muchos meses los principales periódicos y agencias informativas extranjeras permanecieron más bien el margen de las noticias sobre el estado de persecución que se vivía en México, en varias ocasiones alzaron su voz en protesta por los crímenes de lesa humanidad que se estaban perpetrando. En total, fueron alrededor de 70 los periódicos o agencias que se vieron obligados a no seguir ocultando lo que pasaba en México. Es el caso, por ejemplo, del Koelnische Volkszeitung que el 3 de abril de 1928 informaba lo siguiente: “El reverendo Pablo García, descubierto en una quinta de San Juan de los Lagos, fue llevado en rastras por los guardias hasta la estación del tren de Santa María. Habiendo ahí los soldados herido de muerte a un campesino que subía ganado a un vagón del tren, el padre García se apresuró y le dio la extrema absolución. Como venganza, los soldados le amputaron la mano derecha, luego, le cortaron la nariz y las orejas, le arrancaron los ojos y la lengua y lo arrojaron a un vagón del tren. Llegados a la estación de Encarnación de Díaz, constataron que su víctima había muerto. Acto seguido, la arrojaron sobre los rieles. El pueblo recogió el cadáver y le dio solemne sepultura. El gobierno ordenó la captura de los promotores del funeral”. Ese día, el diario de Colonia se veía en la obligación de poner la siguiente nota de la redacción: “Por el honor de la humanidad quisiéramos que todo esto no fuera verdadero. Por desgracia, otros hechos documentados en el pasado hacen verosímil esta horrenda noticia”. Fue también ampliamente difundida por la prensa internacional una lista interminable de pensadores de le época, católicos y no, encabezados por Bernard Shaw, que se unían para protestar por los crímenes que se cometían en México. Esta denuncia aparecería primeramente en la revista parisina Les Lettres y después se repetiría en varias fuentes más. Además del propio Shaw, firmaban el desplegado de protesta, entre otros muchos: Maurice Blondel, Robert D’Arcourt, Hillaire Belloc, G. K. Chesterton, Giovanni Pappini, Hélène Vacaresco, Louis Bertrand… El origen de esta reacción había sido un artículo escrito el 2 de octubre de 1927, en el New York Times por Michael Willians,[4] en el que juzgaba la persecución sufrida por los católicos mexicanos como la peor que la Iglesia hubiera tenido que soportar desde sus orígenes. Y explicaba que
…en la época de los emperadores romanos, el culto privado y secreto se podía llevar a cabo en las casas, en los cementerios, en las catacumbas, y era tolerado, mientras que en ese momento, en México, los sacerdotes –y esto sin que señalemos otras medidas legislativas que los convierten en verdaderos outlaw, es decir, fuera de la ley– son masacrados sumariamente, por el hecho de ser sacerdotes, y frecuentemente después de haber sido torturados. Además, los laicos son fusilados, encarcelados o exiliados por haber participado, e incluso por ser sospechosos de haber participado, en ceremonias religiosas clandestinas”.[5]
Como decíamos anteriormente, muchas de las manifestaciones de apoyo a los mexicanos perseguidos no se podrían explicar sin la intervención, sea para informar que para impulsar, de los episcopados, de la prensa y de las organizaciones católicas y, desde luego, del servicio exterior vaticano.
2. Manifestaciones de protesta en muy diversas partes del mundo
Si ya en 1926 se habían levantado algunas voces, a partir de 1927 comenzaron a multiplicarse las manifestaciones de solidaridad con México a través de mítines de protesta por los atropellos que en este país se realizaban, peregrinaciones a santuarios e iglesias emblemáticas, peticiones a los gobiernos de los respectivos países para que presionaran al de México a cambiar su política genocida e, incluso, peticiones a la naciente Sociedad de las Naciones para que interviniera de alguna manera. El doctor José Antonio López Ortega documenta más de doscientas protestas de este tipo, alrededor de 80 tan sólo en Alemania[6] y, en L’Osservatore Romano, se hace mención de un sinnúmero de ellas.[7] Resumir cada una de éstas sería una tarea demasiado extensa, baste decir que entre las protestas hubo países tan insospechados como Armenia y que, entre las peticiones de injerencia humanitaria a la comunidad internacional, hubo algunas bastante fundamentadas, como la elevada por la Cámara de Diputados de Uruguay:
“Artículo único. –La Cámara de los Representantes de la República de Uruguay decide dirigirse al Consejo de la Liga de las Naciones para que el mismo, ante los sucesos de México –donde se viola el derecho legítimo de la conciencia, el derecho a la vida y el derecho a no ser condenado sin defensa y sin previo juicio– adopte las medidas que el celo por la causa de la humanidad y de la civilización imperiosamente aconseja”.[8]
Parecida fue también la intervención de la Unión Argentina del Trabajo, que presentó ante el parlamento argentino una petición para que se pidiera a la Liga de las Naciones que interpusieran sus buenos oficios para poner fin a la persecución religiosa en México. De la petición, que es muy larga, ofrecemos un párrafo:
“Como ciudadanos de una nación que en la historia ha dado los más altos ejemplos de respeto al derecho, no nos planteamos que nuestro gobierno dé cualquier paso que pudiera parecer una intromisión en la política interna de otra nación, así como nosotros mismos rechazaríamos enérgicamente toda injerencia extranjera en la política interna de Argentina. Sin embargo, siendo ciudadanos de una República que en su constitución y en sus leyes respeta hasta el extremo los derechos individuales de sus habitantes (…), consideramos tener derecho a pedir que los representantes del pueblo, a nombre de intereses que son superiores a los de cualquier soberanía política, eleven su voz en defensa de la herencia inalienable de los derechos individuales de las personas, cuya negación es un crimen contra la humanidad”.[9]
3. Repudio a la política genocida de Calles incluso de no católicos
No se puede saber hasta qué punto haya o no intervenido el servicio exterior vaticano para que también los no católicos manifestaran públicamente su reprobación a la política genocida del presidente Calles; sin embargo, al menos se puede constatar que L’Osservatore Romano en distintos momentos reprodujo este tipo de protestas. A continuación se ofrecen algunas que consideramos interesantes, partiendo de quiénes las realizaron.
3.1 Rechazo a los métodos de Calles incluso por parte de algunos protestantes
El 26 de junio de 1928, el diario vaticano dedicaba un amplio espacio de la primera plana para comentar un folleto titulado “La cuestión sobre México”, en el que la Internacional Civic Organization, de inspiración protestante, criticaba la forma en que Calles estaba acabando con el catolicismo. Citaba dos artículos, uno de Robert A. Greenfield, al parecer un reconocido pastor protestante, el cual afirmaba sin ambages: “Desde algún punto de vista nosotros, protestantes norteamericanos, no podemos menos que ver con simpatía el movimiento anticatólico del presidente Calles, y no esperamos otra cosa de él, puesto que nació en Arizona, territorio de nuestro país, y enseñó y predicó el Evangelio como pastor en nuestras iglesias.
Sin embargo, debo nuevamente declarar que la mayoría de nosotros no podemos aprobar los métodos violentos empleados por las autoridades en el país vecino, y por esto me he adherido a la “Internacional Civic Organization. Además, sé que el general Calles, una vez destruido el catolicismo, bajo la influencia de los radicales pretenderá hacer lo mismo con todas las demás religiones. Por todas estas razones sugiero a la International Civic Organization que se limite a solicitar que se recomiende al gobierno del general Plutarco Elías Calles que no prive de la vida a los católicos obstinados, que no ultraje a las mujeres, ni permita a sus subalternos, bajo el pretexto de destruir el catolicismo, que roben, asalten y violen los derechos de los ciudadanos, como, según me consta, lo están haciendo actualmente.[10]
El otro artículo escrito por un protestante que aparecía en el citado folleto, llevaba como título “Salvajes en el poder” y ofrecía un diagnóstico bastante adecuado de lo que ocurría en México:
Analizando la cuestión religiosa de México, se puede resumir así: poderes surgidos de una revuelta emanaron leyes a su antojo; el gobierno, con el pretexto de exigir el cumplimiento de esas leyes, ha cometido todo tipo de bárbaros excesos; para reprimir rebeliones legítimas, ha cometido actos ilegales y, al mismo tiempo, ha andado parloteando por todas partes que busca solamente el respeto de la ley: es el gobierno mexicano el que ha transgredido todas las leyes. Las violaciones de domicilios, los fusilamientos de distinguidas personas sin juicio previo, el embargo de bienes privados, las ejecuciones en masa, la aplicación de penas físicas salvajes, como, por ejemplo, la inoculación de microbios de enfermedades terrible, el encarcelamiento y ultraje de mujeres de todas las clases sociales, jóvenes y viejas; he aquí los procedimientos, plenamente probados, de los que se ha valido el gobierno mexicano para ‘hacer respetar las leyes’.[11]
Como se puede observar, incluso algunos núcleos protestantes que eventualmente saldrían favorecidos por la política de represión a los católicos, no dejaron de protestar por los crímenes que a la vista de todo el mundo se estaban perpetrando en México.
3.2 Solidaridad el Partido Laborista inglés con el México perseguido
De particular interés, para el asunto que estamos tratando, resulta también esta breve nota que revela la preocupación mundial por los acontecimientos de México:
The Universe, de Londres, del 18 del corriente, informa de una resolución votada el 14 del corriente por unanimidad en la sesión de Tottenham (Londres) de la Independent Labour Party, en la que se expresó una severa protesta contra ‘las acciones inhumanas del régimen de Calles’. El señor Albert. E. Albery, presidente de la sesión, ha declarado que, por cuanto les consta, ninguno de los miembros de su asociación profesa la fe católica. Y no obstante esto, dijo: ‘nosotros como socialistas estamos en contra, por principio, a todo género de estos métodos de opresión que son empleados en México en perjuicio, la mayoría de las veces, de modestos trabajadores cuyo solo crimen consisten en negarse a abandonar, incluso frente a la muerte, la fe de sus padres.’[12]
3.3 Un hecho anecdótico: los hebreos alemanes se deslindan de Calles
En un momento en que se venía gestando una oleada irracional de antisemitismo en vastos territorios alemanes, no faltó quien señalara que el presidente de México, Elías Calles, era de raza judía. Esto llevó a que inmediatamente reaccionaran haciendo ver que se trataba de una calumnia. Así narra el hecho L’Osservatore Romano:
Los israelitas no quieren asumir la vergüenza de ser consanguíneos del presidente Calles. Es muy comprensible su repugnancia. Veamos ahora lo que escribe uno de sus órganos informativos, la revista Centralvereins Zeitung, del 23 de marzo pasado: “De varias partes se ha afirmado que Calles, el presidente de México, era hebreo. Hemos desmentido ya esta afirmación (…). Es deplorable que incluso revistas católicas saquen del nombre de Elías consecuencias calumniosas contra los israelitas, dando como alimento al antisemitismo un goloso bocado. Vae calumniatoribus! De nuestra parte –continúa el órgano israelita–, repetimos a propósito de los deplorables hechos en México, cuanto ya habíamos escrito el 22 de julio de 1927, esto es, que ‘no significa una ilícita injerencia en los asuntos internos de un Estado extranjero si, incluso nosotros, en estas páginas, expresemos nuestro desagrado de que, en un país grande y floreciente como México, enteras clases de hombres son hechas objeto de violentísimas persecuciones a causa de su fe’. Más que otros periódicos el nuestro tiene derecho de hacer esta declaración, puesto que, desde su nacimiento, nosotros combatimos contra todas las persecuciones que son impuestas a los hombres a causa de su religión.[13]
Conclusión
En noviembre de 1926, a través de la encíclica Iniquis affllictisque,[14] el Papa Pío xi había levantado su voz en relación con los crímenes que se estaban cometiendo contra el pueblo mexicano a causa de su fe; sin embargo, las reacciones de protesta que de ella se derivaron fueron algo puntual y circunscrito a las semanas que siguieron a su publicación. No obstante, las manifestaciones de apoyo hacia el pueblo mexicano, así como las denuncias y protestas ante decenas de gobiernos en el mundo, las marchas multitudinarias, las peticiones de intervención presentadas ante la Sociedad de las Naciones, la reprobación de los actos de calles por la prensa internacional, y un largo etcétera de apoyo moral y oración por el México perseguido, no se pueden explicar sino a por la eficaz acción del servicio exterior vaticano de aquella época.
[1] Así lo mencionaría en octubre de 1925 a un grupo de 150 peregrinos mexicanos que había recibido en audiencia (cfr. Domenico Bertetto [ed.], Discorsi di Pio xi, vol. I, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 19852, pp. 464-465; L’Osservatore Romano, 12-13-X-1925, p. 3). [2] Pío xi, Alocución Consistorial, 14- xii -1925, en AAS 17 (1925), p. 642. [3] Cfr. Pietro Gasparri, Litteræ circulares de rei catholicæ iniqua condicione in Mexico, en AAS 18 (1926), pp. 326-327. [4] En ese momento director de Commonweal, una importante revista católica de los Estados Unidos. [5] Cit. por L’Osservatore Romano, 10-v-1928, p. 1. [6] Cfr. José Antonio López Ortega, Las naciones extranjeras y la persecución religiosa, editado por el autor, México 1944, pp. 139-278. [7] Cfr., entre otros, L’Osservatore Romano de 6-i-1927; 16-i-1927; 29-iii-1927; 4-vi-1927; 20-viii-1927; 9-ix-1927; 28-i-1928; 1-iii-1928; 13-iii-1928; 14-iii-1928; 17-iii-1928; 1-iv-1928; 3-iv-1928; 4-iv-1928; 5-iv-1928; 11-iv-1928; 20-iv-1928; 24-iv-1928; 28-iv-1928; 4-v-1928; 6-v-1928; 8-v-1928; 9-v-1928; 10-v-1928; 13-v-1928; 20-v-1928; 22-v-1928; 30-v-1928; 8/9-vi-1928; 12-vi-1928; 15-vi-1928; 16-vi-1928; 26-vi-1928; 27-vi-1928; 1-vii-1928; 4-vii-1928; 8-vii-1928; 10-vii-1928; 12-vii-1928; 13-vii-1928; 14-vii-1928; 15-vii-1928; 21-vii-1928; 23-vii-1928; 25-vii-1928; 28-vii-1928; 30/31-vii-1928; 1-viii-1928; 2-ix-1928; 13-ix-1928; 20-ix-1928; 25-ix-1928; 26-ix-1928; 27-ix-1928; 9-x-1928; 14-x-1928; 19-x-1928; 30-x-1928; 12/13-xi-1928; 1-i-1929; 4-i-1929; 5-ii-1929; 16-ii-1929. En algunos de estos números se documentan varias protestas a la vez. [8] José Antonio López Ortega, Op. cit., p. 199; L’Osservatore Romano, 24- vi -1928. [9] L’Osservatore Romano, 23- ix-1928. [10] L’Osservatore Romano, 26- vi -1928, p. 1. [11] Ib. [12] L’Osservatore Romano, 22- v-1928, p. 1. [13] L’Osservatore Romano, 11- v-1928, p. 1. [14] Para mayor conocimiento de esta encíclica, véase: Juan González Morfín, El conflicto religioso en México y Pío xi, Minos iii Milenio, México 2009, 33-40 y 99-114. |