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Una renovada misión: las organizaciones católicas de trabajadores entre 1906 y 1911[1] (1ª parte)

 

 

Felipe Arturo Ávila Espinosa[2]

 

A finales del porfiriato y durante los primeros años de la Revolución Mexicana hubo una renovación misional y doctrinaria en una parte de la jerarquía católica y de laicos afines, que realizaron considerables esfuerzos para vincularse a los trabajadores con la concepción explícita de promover un proyecto de organización laboral católica. Las organizaciones laborales católicas alcanzaron, en los años de estudio, un considerable éxito al lograr que su proyecto fuera uno de los más importantes, tanto por el número de obreros y artesanos afiliados, como por la integración y cohesión que consiguieron. 

Porque al obrero a quien Satanás le dice “ruge, levántate, incendia, asesina y tuyo será el reino de la tierra” es preciso oponer al obrero a quien Jesús dice: “trabaja, obedece, practica la virtud [...] y tuyo será el reino de los cielos”.[3] 

Hasta el presente nos hemos concretado a observar impasibles o a condenar con vanas declaraciones la lenta pero segura corrupción de nuestro obrero: de esa clase [...] que es el apoyo, el fundamento, la base de la sociedad.[4]

Los primeros años del siglo xx fueron años de efervescencia política, en los que distintos grupos de la sociedad mexicana se movilizaron como consecuencia de un complejo proceso en el que se combinaron el notable crecimiento y la modernización económica promovidos por el régimen porfiriano y las consiguientes tensiones que produjo. Debido a la rigidez y la cerrazón del sistema político encabezado por Díaz, el sistema fue perdiendo la capacidad de controlar los conflictos y mantener los equilibrios entre los diferentes actores e intereses, y fue inevitable la toma de conciencia y la creciente participación política de distintos grupos que, independientemente de su filiación ideológica, reclamaron la apertura de mayores espacios y se organizaron para tener un papel activo ante la preocupación de lo que ocurriría en el país ante la inminente desaparición física del viejo caudillo. El predominio del denominado grupo de “los científicos” en las esferas políticas y administrativas, nacionales y estatales, produjo la ruptura de muchos de los equilibrios regionales entre las elites, así como descontento y oposición entre las clases altas y medias excluidas, al igual que de grupos de obreros y campesinos que, durante la primera década de ese siglo, alimentaron la organización y desarrollo de diferentes oposiciones políticas al régimen de Díaz. Entre éstas destacaron los círculos liberales aglutinados alrededor del Partido Liberal Mexicano y los amplios movimientos interclasistas que conformaron al reyismo y al maderismo a finales de esa década.

La movilización, la toma de conciencia y la organización de amplios grupos de la sociedad mexicana alcanzaron también a los obreros y los artesanos, cuyas asociaciones, durante las últimas décadas del siglo xix habían continuado un lento proceso de formación y concientización, bajo formas predominantemente mutualistas. En cuanto al universo laboral mexicano, la primera década del siglo xx presenció la continuación de esas formas de organización y participación tradicionales, junto con la aparición de nuevas opciones organizativas que criticaron las limitaciones e ineficacia del mutualismo para resolver de fondo los problemas de los trabajadores. Las nuevas propuestas trataron de implantarse y ganar influencia en las agrupaciones laborales, promoviendo lo que consideraban que superaba las limitaciones del mutualismo: la participación política de los trabajadores y la formación de sindicatos -concebidos como organizaciones de defensa y de lucha-, los cuales, mediante instrumentos como la huelga, podían mejorar las condiciones de vida de los obreros dejando atrás la concepción mutualista de armonía, colaboración y equilibrio entre el capital y el trabajo. Fue un proceso difícil y lento. En esos años, diferentes propuestas políticas e ideologías se desarrollaron dentro del mundo del trabajo mexicano. Liberales, socialistas, anarquistas, católicos y, en menor medida, protestantes, lucharon por alcanzar el predominio de sus proyectos dentro de las organizaciones laborales de la época, etapa de una enorme riqueza en cuanto a la organización y la experiencia alcanzadas por los trabajadores.

En ese amplio proceso, uno de los actores más importantes fueron los católicos; una parte de ellos trató de superar las consecuencias negativas de la derrota histórica que tuvieron ante los liberales durante las guerras de Reforma y la Intervención Francesa, derrota que los había excluido de la participación política como una opción abierta. En los comienzos del nuevo siglo, los católicos buscaron afanosamente recuperar derechos muy importantes para ellos, como la enseñanza religiosa. Así, una parte de la jerarquía eclesiástica y líderes católicos laicos emprendieron una ardua tarea de reorganización y reivindicación de sus derechos y tuvieron una activa participación para lograr esos objetivos, en el proceso que ha sido descrito como de ascenso del catolicismo social. Una parte medular de ese proyecto la constituyó la notable atención y actividad que desarrollaron la jerarquía eclesiástica y laicos afines a ella para promover el establecimiento de organizaciones católicas de trabajadores, bajo una peculiar visión en la que confluyeron tendencias tradicionales y modernas. Ese esfuerzo consiguió aglutinar a una parte considerable de los sectores obreros y artesanales mexicanos de la época, que aceptaron y practicaron los preceptos y objetivos definidos por los promotores de tales organizaciones. La importancia que tuvieron las agrupaciones católicas laborales debe evaluarse no solamente en función de su notable número de afiliados al finalizar el porfiriato y en los comienzos de la Revolución -sin duda una de las influencias de mayor magnitud en el mundo laboral de la época-, sino también por la eficacia que tuvieron sus preceptos y prácticas predominantes para determinar el comportamiento y la postura de los obreros y los artesanos, hombres y mujeres, que estuvieron bajo su influencia. Así, uno de los factores centrales que tiene que considerarse para explicar la actitud y la posición de las clases trabajadoras mexicanas en la Revolución es precisamente el de las organizaciones obreras católicas.

Este trabajo analiza la especificidad del proyecto que animó a las organizaciones laborales católicas mexicanas y se adentra en la práctica que tuvieron en sus motivaciones y resultados. En tal sentido, trata de establecer la relación entre el proyecto concebido y organizado por la elite católica más activa -jerarquía eclesiástica y laicos católicos militantes, la dirección ideológica y política de ese proceso-, y lo que fue la práctica efectiva que desarrollaron las organizaciones creadas por ellos. El periodo escogido obedece a que el año de 1906 significó un parteaguas en el universo laboral mexicano con la brutal represión a las huelgas de Cananea y Río Blanco que hizo el régimen porfiriano, evento crucial y extremo que llevó a Díaz y a algunos de los gobernadores, como Teodoro Dehesa en Veracruz y Guillermo de Landa y Escandón en el Distrito Federal, a promover una política de mayor acercamiento con las agrupaciones laborales, a establecer reformas legislativas limitadas y a impulsar el intervencionismo estatal de manera más decidida como mecanismos mediadores en los conflictos obrero-patronales. Asimismo los llevó a un mayor tutelaje y patrocinio gubernamental con nuevas organizaciones de trabajadores que fueron, de hecho, organismos oficiales controlados y apoyados por el gobierno para prevenir nuevos conflictos.[5]

Desde el punto de vista de las asociaciones laborales católicas,ese año también significa un punto de inflexión, pues luego de los tres primeros congresos católicos nacionales celebrados entre 1903y 1906 -en los que se concluyó que era necesario que la Iglesia tuviera una mayor participación en la organización de asociacionesobreras católicas-, la nueva generación de prelados y canónigos más comprometidos con el catolicismo social y los laicos católicos cercanos a ellos comenzaron a llevar a la práctica, con más empeño, las conclusiones de los congresos sobre el tema obrero. Así pues, 1906 marca el inicio de un auge organizativo dentro de las sociedades católicas de obreros, proceso dirigido y coordinado por la Iglesia. A partir de entonces se ve con mayor claridad que la maduración de años de discusión sobre la cuestión social en general y sobre el problema obrero en particular, junto con la percepción de que la sociedad mexicana de la época mostraba signos de crisis y deterioro de los valores cristianos ante el avance de sus enemigos liberales y socialistas, convenció a una parte de la jerarquía a tomar en sus manos resueltamente la organización de los trabajadores bajo los preceptos católicos del mutualismo cristiano. El año de 1911 significa en ambos casos el fin de ese periodo: en la esfera política nacional, ante el triunfo de la revolución maderista y la ascensión de Madero a la primera magistratura del país, se crearon otras condiciones para una mayor participación política de todos los sectores. En el movimiento católico, fue el año en que su parte más activa se lanzó a la palestra política con la organización del Partido Católico Nacional, queobtuvo triunfos electorales en Jalisco y otras regiones del país quelo colocaron como uno de los protagonistas centrales en la arena nacional. Algunas de las organizaciones laborales católicas fueron parte medular de ese proceso.

 

Naturaleza y objetivos de las asociaciones laborales católicas

 

El mutualismo representaba el horizonte ideológico y cultural dominante en los trabajadores mexicanos, desde la segunda mitad del siglo xix. Las sociedades mutualistas, o de auxilios mutuos, habían sido la forma organizativa del artesanado mexicano durante el siglo xix, sustituyendo paulatinamente a los gremios y a las cofradías de oficio que habían prevalecido durante el régimen colonial. A diferencia de ellos, las agrupaciones mutualistas eran asociaciones voluntarias, de individuos libres e iguales en términos jurídicos y, como reflejo del triunfo del liberalismo sobre el Antiguo Régimen, tenían entre sus principios más acentuados el ser independientes de los poderes públicos y religiosos.[6] La prohibición de participar en política y religión como organizaciones de trabajadores fue algo que consideró pernicioso la mayoría de quienes inspiraron y constituyeron tales agrupaciones, aunque en el ámbito privado sus socios podían profesar y practicar sus creencias y convicciones sin mezclarlas con la organización y los asuntos del trabajo.

La mayoría de las organizaciones artesanales del siglo xix mexicano compartía, al menos en principio, esta definición. Empero, entre la teoría y la práctica hubo a menudo mucha diferencia y, de hecho, se dio una estrecha colaboración entre el poder público central y los líderes de algunas de las mayores organizaciones laborales de la República Restaurada y del porfiriato, por lo que la no participación política de las agrupaciones mutualistas laicas fue interpretada de manera pragmática y laxa y significó, en esos casos, más bien el no apoyar a movimientos de oposición al régimen y colaborar con las autoridades en turno, a cambio de apoyos y prebendas. En el caso de las agrupaciones laborales vinculadas al mundo católico, las cofradías de oficio que se habían constituido durante el periodo colonial, organizadas alrededor de una iglesia, con un santo patrono y que combinaron la cooperación y el auxilio entre sus agremiados con prácticas religiosas, aunque habían sido prohibidas desde la Constitución de Cádiz de 1812, siguieron existiendo, a pesar de los duros embates de los gobiernos liberales mexicanos que, durante la Reforma, con las leyes de desamortización y de nacionalización de los bienes eclesiásticos, les habían expropiado sus propiedades.[7]

A finales del siglo xix existían y mantenían una vida activa varias organizaciones laborales católicas. Algunas de ellas eran muy antiguas y se habían adaptado a los cambios, como los sastres de la ciudad de México, que habían fundado en 1793 la Cofradía de San Homobono, en la iglesia de la Santísima Trinidad, y que la habían transformado durante la época independiente en sociedad de auxilios mutuos, con el mismo nombre y adscripción. En Puebla, en 1873, se formó la Sociedad Católica Mutualista de Dependientes, que anualmente celebraba su aniversario el 18 de agosto. En 1887 se había constituido en la ciudad de México el Círculo Patriótico Religioso de Artesanos para promover el culto guadalupano. Esta asociación incluía a 25 gremios y oficios con fines piadosos. A pesar dela legislación liberal, la conciliación de la jerarquía eclesiástica conel régimen de Díaz permitió que se constituyeran o revitalizaran agrupaciones laborales católicas que reivindicaban expresamente su fe y su práctica, y continuaban desempeñando actividades que combinaban la religión y el mutualismo. Así, continuaron en la Ciudad de México la Sociedad León xiii -que funcionaba bajo la protección del Sagrado Corazón- y la Sociedad Católica de Auxilios Mutuos, que habían sido fundadas en 1878. En León, los reboceros crearon la Congregación de San José, en la iglesia de Lourdes.

En Guadalajara, en 1883, se había creado el Círculo Católico de Obreros “Sociedad Alcalde”, en reconocimiento al obispo filántropo de ese nombre. Otras organizaciones eran más recientes. En Guadalajara se creó en 1894 la Sociedad de Artistas, Artesanos y Obreros del Espíritu Santo y en Ciudad Guzmán, uno de los más activos canónigos sociales, Silviano Carrillo, había fundado la Unión Católica Obrera en 1897 y la Sociedad Mutualista Femenina de la Sagrada Familia, después. En Colima, el obispo Atenógenes Silva estableció en 1898 la Sociedad de Obreros Católicos de la Sagrada Familia y ese año también, en Michoacán, el párroco había organizado la asociación mutualista de San Francisco Javier. En Chihuahua se creó en ese mismo año la Sociedad Católica de Artesanos.[8]

Como ha demostrado Manuel Ceballos, el diagnóstico y el llamado a los católicos hechos por el papa León xiii en 1891 mediante la encíclica Rerum novarum, que ponía en el centro la necesidad del catolicismo de actuar resueltamente para resolver la cuestión social como una opción con una identidad católica, diferente de las alternativas liberal y socialista, tardó en México más de diez años en permear y vencer la resistencia y el tradicionalismo de la mayoría de los prelados y canónigos mexicanos. Éstos se habían habituado a convivir pacíficamente con el régimen porfiriano y preferían mantener el statu quo sin provocar el disgusto de Díaz por un mayor activismo católico y por la intromisión que eso significaba en un campo que les había sido vedado. Poco a poco, con el nuevo siglo, el empuje de una nueva generación de clérigos comprometidos con la cuestión social y el activismo de una nueva generación de laicos, identificados con los planteamientos y reivindicaciones intransigentes de la Iglesia católica mexicana fueron estableciendo, no sin conflictos, una nueva condición de mayor protagonismo en los asuntos sociales en general y en la cuestión laboral en particular.[9]

 



[1]Publicado en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, n. 27, enero-junio 2004, 61-94.

[2]Doctor en Historia por El Colegio de México.Investigador en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Entre sus publicaciones se encuentran: El pensamiento económico, político y social de la Convención de Aguascalientesy Los orígenes del zapatismo.

[3]Trinidad Sánchez S.,“La revolución social y el Trabajo cristiano”, 1902

[4]“Discurso de clausura del Primer Congreso Católico Mexicano”,1903

 

[5]Felipe Ávila Espinosa, “La Sociedad Mutualista y Modernizadora de Obreros del Distrito Federal”, Historia Mexicana, xliii-1, 1993, 117-154.

 

 

[6]Carlos Illades, Hacia la república del trabajo. La organización artesanal de la ciudad de México 1853-1876, México, El Colegio de México/Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, 1996, 86-87.

[7]Ibídem, 75-76.

 

 

[8]Manuel Ceballos, El catolicismo social, un tercero en discordia. Rerum novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos, México, El Colegio de México, 1991, 106-132. El Tiempo, 11 de enero de 1908. Estas organizaciones mantuvieron su actividad durante el porfiriato y fueron muestra de longevidad: la poblana de empleados católicos celebró con una misa su 33 aniversario en 1906; el Círculo Patriótico Religioso de Artesanoshizo lo mismo con motivo de su 19o. aniversario; la Sociedad Católica para Auxilios Mutuos conmemoró su 23o. aniversario en 1909 en el Sagrario de la Catedral de México. El Tiempo, 27 de mayo y 18 de agosto de 1906; El País, 3 de mayo de 1909.

[9]Manuel Ceballos, óp. cit.133.

 

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