Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

San Cristóbal Magallanes y el padre Julián

 

Luis Sandoval Godoy

 

Conocedor del tema como el que más, el literato autor de este artículo, describe la mancuerna prodigiosa que formaron, hace 89 años, dos ministros sagrados del clero de Guadalajara, que prestaban sus servicios en la región más distante y por eso, marginada, de la capital de Jalisco. Uno de ellos, canonizado, fue padre de un pueblo; el otro, recordado de forma insistente en la líneas que siguen, creador de un pueblo.

 

 

Los vieron al encumbrar por los Cerritos Cuates: dos hombres en sendas cabalgaduras, dibujan su perfil en el horizonte limpio de mayo. Lo áspero del camino, el pedrerío reseco, un ardiente sol a plomo y, a lo lejos, aquellas dos figuras empolvadas en la distancia, envaguecidas en el deslumbrante brillo blanco de los tepetates.

            Dijeron los vecinos: ‘Van, sin duda con rumbo a Temastián. Pero ¿Quién viene a este caserío olvidado? ¿Qué pueden buscar en esta sequedad, en la asoleada soledad de estos días de mayo?...’

Ya se define su perfil. Se advierte su noble señorío. Uno, hombre casi de edad madura, que protege su traje clerical con un largo chaquetón de tela blanca. El otro, con garbo de juventud, la mirada bondadosa y un gesto de ansiedad que enciende la blancura de su tez.

Se acercaron a la capilla y bajo la sombra de un mezquite grande al lado, dejaron los caballos esperando a la puerta de la pequeña iglesia.

Junto a los muros del templecito jugaban unos chiquillos. A ellos se dirigió el hombre mayor: ‘Anda a la casa de doña Ticha. Dile que traiga la llave, que hay que sonar la campana para que venga la gente a recibir al padre destinado a este lugar’.

Este lugar… este lugar entonces: una aldehuela desparramada por el lecho del arroyo. Humildes viviendas de piedra o de adobe, con techo de terrado; no muchas más de unas doce o quince. Era mayo y en todas o de casi todas, salía por arriba de las cercas o de los muros, el grito rojo de unos laureles -allá les dicen narsos-, o de unos plúmbagos de desleída pureza azul.

Penumbra del recinto apenas iluminado por una ventanita alta. Olor de muerciélagos y de flores que se marchitaron sobre la mesa que sirve de altar: un tablón nomás, de gruesa madera de mezquite. Al muro del fondo, un Cristo imponente: el rostro caído sobre el pecho, la tez pálida, el pelo y la barba peinados en rizada dureza, una sangrienta lastimadura en el pómulo izquierdo, los ojos cerrados con la expresión de la muerte y aún así, prestan al semblante un hálito misterioso de dulzura amorosa.

Ya están los dos personajes de rodillas en las baldosas rectangulares. Uno, el joven, se adelantó y descansando el rostro en el tablón que hace de altar, se ha dejado llevar de una profunda devoción, entrega, rendimiento, promesa, temblor de una vida que iniciaba allí la ofrenda de su ser.

Afuera se han reunido los lugareños en bullicio de fiesta. Tienen gusto, se ríen, palmean las manos. ‘Orita va a salir de la capilla el padrecito que se quedará con nosotros’. El catequista cumple su oficio: ‘A ver, las niñas y los niños primero’.

Esta es la historia del encuentro del padre Julián Hernández Cueva, que apenas tenía un mes de ordenado sacerdote y se hacía presente ante aquel puñadito de gentes, indígenas en su mayoría; y ya iniciaba su declaración de amor y alabanza a la imagen de aquel Cristo cuya procedencia explican los entendidos de diversas maneras, y todos se maravillan de la misteriosa distinción que esta imagen representa para el insignificante pueblecillo de Temastián.

Hizo la presentación del sacerdote en este pueblo, el párroco de la comprensión, señor cura don Cristóbal Magallanes, cuyo nombre encabeza hoy la designación que hizo el Papa Juan Pablo II en la canonización de los veinticinco mártires mexicanos. Aquel primer encuentro en este pueblo tuvo lugar el día 2 de mayo de 1922; en esta fecha san Cristóbal tenía 53 años; el padre Julián, 25.

Aquí comenzó la historia que fue dibujándose en el trazo de un pueblo, en el caserío que se fue hilando tanto cuanto lo permitió el arroyo, hasta que fue embovedada una parte de él, para sentar el espléndido santuario, rosa de piedra en el desierto, desde donde esplende como un sol, como la manecilla de un reloj donde se inscribe el paso fugaz de los hombres, frente a la imperturbable eternidad, la imagen, aquella misma imagen del Crucificado, en el primer encuentro del padre Julián con este pueblo. Comenzó ahí la historia de muchas vidas, de muchas familias que tuvieron a partir de aquí, un sacerdote, un padre, un amigo, un guía, un corazón generoso que supo dar pan a los cuerpos y a las almas.

-          o   -

Cuando se cumplieron 50 años del sacerdocio del padre Julián, que correspondieron también a los 50 años de su arribo a Temastián, aunque ya entonces formaba parte del cabildo eclesiástico de San Juan de los Lagos, los habitantes de este lugar quisieron festejar ese aniversario en un acto que tuvo la sencillez y el candor que nacen del corazón.

De alguna manera fue posible encontrar el texto de uno de los trabajos presentados en la velada literario musical que hubo en aquella ocasión, un discurso emotivo que, según parece, fue escrito por un señor de nombre Rodolfo Quezada Loera y pronunciado por don J. Inés Carrillo.

Lo que se dijo en aquella ocasión tiene la fuerza de un testimonio formidable en el cual se configura lo que fue en Temastián la persona y la obra del padre Julián y cómo y por qué, se le considera el forjador de este pueblo.

-          o   -

Hoy, 2 de mayo, hace cincuenta años que a las 11 de la mañana arribaste a este tu Temastián, todavía muy joven, y te diste a la tarea de formarnos a nosotros y formar nuestro pueblo, con tal ímpetu que ni aquellos azarosos días de la persecución fueron capaces de mermar tu apostólico afán.

¿Te acuerdas, Padre, de aquellas primeras faenas, cuando empezaste a abrir los cimientos de este bello santuario, en las que mujeres y niños entre los que andaba yo, con canastas y quimiles, baldes y cajones, hicimos tan grande montón de arena, que tú pensaste que ya se ajustaba?

¿Recuerdas el chirriar de las carretas tiradas por los bueyes acarreando canteras? ¿No escuchas el golpe del martillo, algunas veces manejado por ti, al modelar la cantera? ¿Y más tarde, cuando huyendo de la persecución callista, en tu caballo colorado que le compraste a don Tomás Zúñiga, surcabas cerros y valles, barrancas y laderas? ¿Y por qué no recordar, cuando disfrazado de labriego sembraste tus cuamiles en el cerro de La Leona? ¿Qué tal te fue, cuando en El Paso de la Iglesia, protegido por don Nazario Mora, don Cristóbal Gamboa te hacía cigarrillos de hoja para ahuyentar los mosquitos?

Y tus acompañantes, Pancho Medina, Benjamín Orozco y otros, ¿qué tal te trataban? ¿Qué sentiste cuando los esbirros de Calles hicieron trizas a Juan Sánchez y a Cuco Medina, y trataron de borrar el letrero de "Viva Cristo Rey"? Y cuando las aceradas balas truncaron las vidas del gran Cristóbal y su fiel seguidor Agustín... ¿no sentiste algo que te quería ahogar?

Pero dejemos los recuerdos y vayamos al presente:

Temastián, este pueblo al que viste nacer, alimentaste, educaste y que tanto amas, hace acto de presencia y se regocija al tenerte entre si, en tus 50 años de fecundo ministerio.

Aquí estamos algunos de los que te vimos bajar por el camino de Acaspulco. Están también muchos de los que tú casaste. Están muchos de los que recibieron de tus manos el agua del bautismo. Estamos aquí todos, apretados en un solo haz de corazones, para vivir del recuerdo junto contigo.

Todavía escuchamos tu voz dándonos un saludable consejo. Añoramos aquellos felices días de nuestra infancia, en que escuchábamos historias y cuentos de tus labios. Pasea tu vista en derredor y descubrirás caras alegres, caras muy conocidas para tí, hombres, mujeres, jóvenes y niños que haciendo suya mi voz te dicen: estamos contigo. Recibe, Padre, este humilde festival que, si resulta sencillo o eficiente, grandioso o espléndido, Temastián, tus amigos, te lo ofrecemos como prenda de eterna gratitud".

-          o   -

Un hombre ante su pueblo, así quiso contemplar el padre David Orozco Loera, hoy con el honroso título de monseñor, la figura, la vida y la obra del Forjador de Temastián, en su trabajo de ingreso a la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística de Jalisco.

En esta devota y amorosa visión del Padre Julián Hernández, dibujó el recipiendario las tres proyecciones esenciales en la cuales dispuso su actividad.

La primera, dar fisonomía propia a esta comunidad, comenzando de cero, pues el caserío desparramado en las laderas no correspondía al diseño urbanístico de un pueblo, y él lo hizo: trazó sus calles, dispuso los espacios para su plaza, sus escuelas, su jardín, su santuario, su delegación, su teatro, sus canchas deportivas; todo en un perfil, en un aire de dignidad y de armonía, dentro de la misma modestia de su nivel.

Lo segundo, dar entre los pueblos de la comarca un nombre a Temastián, esto sobre todo en fuerza de la atracción espiritual de la taumaturga imagen de Cristo, dada a la primitiva comunidad desde una incierta lejanía de siglos, y en tal fuerza, con tal sentido de organización, con un impulso convocador tan dinámico que a partir del padre Julián Hernández tuvo este pueblo el carácter de capital espiritual de la comarca y centro de atracción religiosa en los pueblos de Jalisco, Nayarit y Zacatecas, en pueblos de la frontera norte y en muchos más de Centro y Sud América.

Lo tercero, establecer un esquema cultural de manera que sin apresurar, sin violentar lo que corresponde a sus niveles de desarrollo, tuvieran los habitantes de este lugar, un grado de cultura, una formación escolar, una inquietud por diversas expresiones del sentimiento y de la sensibilidad artística, en tal manera que el vecindario, en su conformación física, en su condición social, en su nivel económico, también tuviera un aliento cultural.

El padre David Orozco se declaró él mismo, aquel domingo, en la sesión solemne de la Sociedad de Geografía y Estadística, aunque a distancia de su edad, testigo de los trabajos y de la obra del padre Julián.

Y recordó de una vez… tarde helada de un día de febrero. El aire soplaba con tanta fuerza que hacía temblar el ramaje seco de los árboles.

Protegiéndose contra una cerca de piedra, un chiquillo veía con tristeza cómo se iba apagando el día y cómo se iba recrudeciendo el rigor del frío.

El niño estaba allí porque no tenía a dónde ir. En su humilde vivienda ya no había lumbre en la cocina, no había calor en la sala, no se oía la voz del padre o de la madre, que habían fallecido una y luego el otro. Por añadidura, el niño sufría de fuertes calenturas y de escalofrío al mismo tiempo. Desmedrado, pálido, con una tristeza honda en los ojos, un rictus amargo en los labios.

Allá viene el padre Julián, viene por el camino de Acaspulco, en su caballo colorado. Fue a confesar a un moribundo y regresa con premura a atender otras exigencias de su ministerio. Vio al niño abandonado en su orfandad. Lo reconoció. Recordó la súplica que el papá de éste antes de morir le había hecho para que cuidara de su hijo…

Detuvo el padre su cabalgadura. ‘Súbete, David; pisa dentro del estribo y monta en ancas. Desde ahora te quedarás a vivir en el curato…

El padre David Orozco tuvo la sinceridad de hacer recuerdo de aquella segunda paternidad que dio a su vida la paternidad ministerial que ahora tiene.

Como el caso anterior, hay otras personas que fueron objeto de especial delicadeza del padre Julián, a quien el pueblo recordó en el cincuenta aniversario de su arribo y como Forjador de Temastián.

Así también recordó el hecho tan significativo para los vecinos del misérrimo poblado de aquellos años, cuando pudieron ver entre ellos a quien encabezaría el elenco glorioso de los mártires mexicanos, san Cristóbal Magallanes.

Fue un día 2 de mayo de 1922. ¿Quién podía haber participado entonces la fecha gloriosa: 31 de mayo del año 2000 en que aquel modesto párroco, sacrificado por el testimonio sacerdotal de su vida, iba a ser ascendido a los altares, en la nomina universal de los santos…?

¿Y quién pudo anticipar entonces que aquel jovial sacerdote, de amable sonrisa, iba a ocupar en el centro de este mismo pueblo el honor de una escultura en bronce que diera cuenta de su enorme acción sacerdotal, social, educativa y urbanística, en el trazo que tiene hoy este pueblo?

Las gentes de entonces sólo vieron dos figuras cabalgando desde el filo de los Cerritos Cuates que marca el punto divisorio en el camino a pie, de Totatiche a Temastián. Vieron a la distancia a aquellos caminantes en un perfil empañado por la luz cegadora del mediodía de mayo.

Hoy no se cansan de recordarlos y abrazarse en encendida expresión de su amor, a la bendita imagen del Señor de los Rayos, en cuyo nombre han recibido del cielo tan señaladas bendiciones…

Volver Atrás



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco