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Memoria de la visita pastoral al pueblo de Tepic

O semblanza del obispado de Guadalajara en 1678 (12ª parte)

 

 

A cargo de la sección de la crónica diocesana

 

 

El confín noroeste de la Nueva Galicia, lindando con el océano Pacífico, que hoy forma el estado de Nayarit, era hace trescientos años una comarca de grandes contrastes, pues su clima le hacía apta para ciertos cultivos, como la caña de azúcar, pero su temperamento tórrido era insalubre y estimulaba a la indolencia.

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Hacienda de Liñán

Cuán minuciosa y exhaustiva podía ser la visita pastoral en un obispado tan extenso como era el de Guadalajara en el último tercio del siglo XVII puede colegirse del libro de visita del obispo Garabito, que incluyó en su ruta caseríos tan modestos como era el ‘ingenio de hacer azúcar de Phelipe de Liñán, de la jurisdicción de la parroquia de Jalisco, a donde llegaron el prelado y sus acompañantes a la mitad del día del 23 de diciembre de 1678.

Después de comer, visitó la capilla de la hacienda, por ese tiempo propiedad de Lorenzo de Mora. Su titular era san Miguel Arcángel y tenía licencia de pila bautismal y crismeras, y una población no pequeña, pues cuarenta y ocho almas recibieron de manos del pastor el sacramento de la confirmación, hecho lo cual, sin más dilación, se dirigió al siguiente punto.

 

Tepic[1]

Caía la tarde cuando el señor Garabito y quienes iban con él llegaron a la ciudad, habitada por españoles e indios, y atendida por un cura doctrinero, que entonces lo era fray Antonio Fernández, OFM., y no bien despachados los actos protocolarios, los viajeros se dispusieron a pernoctar en los aposentos preparados para ellos.

Muy de mañana, después de haber dicho Misa, el obispo visitó el templo parroquial, dedicado a la Asunción de María; se juzgó la construcción ‘muy buena y decente’; era de tres naves y arquería cubierta de terrado. En el sagrario se encontró un vaso grande de plata, para la reserva eucarística y un rural[2] muy bueno, de oro. La pila bautismal era de piedra, pero carecía de enrejado y se dispuso se le circundara con él.

Los altares del templo eran siete. El mayor tenía un retablo muy bueno, dedicado a la Asunción de María y tres cuadros de pincel de distintas advocaciones, así como un sagrario de madera.

Los altares todos tenían esculturas de sus titulares; los tres del lado del evangelio estaban dedicados a estas vocaciones: a Nuestra Señora, a san Antonio de Padua y a san Francisco de Asís. Los del lado de la epístola a Cristo crucificado, a san Diego de Alcalá y a san Nicolás, todos adornados con frontales y manteles, aras, palias y candeleros, menaje este casi todo propiedad de las cofradías allí establecidas.

Después de inspeccionar el templo, procedió a encabezar la ceremonia donde confirmó en la fe a sesenta y seis fieles, acto con el que concluyó esa jornada, para disponerse todos a pasar la Noche buena.

Al día siguiente, 25 de diciembre, por la tarde, confirmó el obispo a setenta y cinco personas más.

El día 28 de diciembre fue para revisar las cuentas de las cofradías, compareciendo primeramente el presbítero y licenciado Diego González Estupiñán, ordenado a título del patrimonio de sus haciendas, mayordomo que fue de dos: la de nuestra Señora de la Concepción y la de las Benditas Ánimas del Purgatorio. En la primera reportó un crecido adeudo de 3085 pesos, de los cuáles exhibió 1103 pesos producto de la venta de ganado, comprometiéndose a presentar 1982 pesos en la Ciudad de México, como producto de la venta de 300 novillos, fondo que debían emplearse para los gastos de la cofradía y para misas de sufragio por las ánimas, administración de la cuál se comprometió pasar una relación exacta al  nuevo mayordomo, Juan López Portillo. Por lo que a la cofradía de las Ánimas respecta, González fue alcanzado en 2270 pesos, desfalco que quedó obligado a cubrir a la brevedad.

El incidente de la mala administración del licenciado González llevó al obispo a determinar la elección anual del mayordomo –González lo fue por espacio de ocho años- y la asistencia del juez eclesiástico a la elección del mayordomo y a la rendición de cuentas del haber administrado.

Por otra parte, daba sus primeros pasos la Cofradía del Santísimo Sacramento, recién fundada, cuyo patrimonio ascendía a 4090 pesos en efectivo, que el obispo determinó se invirtieran en ‘fincas seguras’, y 1100 asegurado en vales, que se dispuso fueran cobrados cuanto antes. El ganado de esta hermandad ascendía a 246 becerras y doce potros. La Cofradía del Santísimo tenía impuesto el estipendio de tres misas cantadas, de dos rezadas aplicables a Catalina de Villegas; otra por Antonio de Pasos y otra más por Josefa de Guevara. El cofrade fundador, Juan López Portillo expuso su interés por que se respetara su deseo de verse favorecido con la intención de las tres misas cantadas que se decían los jueves, una para él mismo, otra a favor de Nicolás López Portillo y otra más por Francisco de Roxas. El obispo determinó la forma como se debía celebrar las rogativas con el Santísimo expuesto, los días domingo, lunes y martes de carnestolendas, diciendo en cada día una misa solemne, con tercia y vísperas, todo por cuenta de la Cofradía; el obispo concedió a los cofrades y fieles que participaran en estos actos, la indulgencia plenaria del jubileo de las cuarenta horas.

El pastor pidió que se redujera el gasto de la cera empleada en los oficios religiosos por encontrarla superflua; que el arancel del estipendio de la misa del domingo y el lunes, por cuenta de la cofradía de las ánimas, fuera de doce reales y la ofrecida por los cofrades difuntos, de dos pesos. Dispuso, además, que sin dilación se emplearan los fondos de las misas a las ánimas con esa intensión, y no siendo posible que todas se celebrasen en Tepic, se recurriera a Guadalajara, para que en el altar privilegiado de la Catedral se cumpliera con este propósito, destinando para ello un peso de estipendio por cada misa.

Para evitar en lo sucesivo la confusión de dos administraciones a cargo del mismo mayordomo, el prelado determinó que a partir de la siguiente elección, gradualmente fueran separados el patrimonio y las cuentas de cada una, y que se evitara la acumulación del capital, de cuyos réditos, recordó, debían pagarse tres dotes para otras tantas jovencitas huérfanas.

También dispuso que la plata de un cáliz viejo sirviera para hacer una concha para bautizar y un vaso para tomar agua después de la comunión. En la misma fecha, el obispo dio por bueno el cumplimiento del legado testamentario de Francisco Carrera del Valle y declaró satisfecha la responsabilidad del albacea Gaspar de Solís.

La tarde de este día confirmó el señor Garabito a otros dieciséis fieles.

Concluida la visita, al cabo de una semana, no quiso el obispo esperar el año nuevo en Tepic, de modo que el día 31 salió con su cortejo, en dirección al ingenio de los Padres de la Compañía, distante de Tepic poco más de veinte kilómetros.

 

 



[1] El original dice Tepiquec.

[2] Recipiente para llevar el viático a los impedidos.

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