Historia, Arte Sacro y Devoción

Historia de la Arquidiócesis


El proceso integrador

ERA VIRREINAL

1. La fundación de la diócesis de Guadalajara

La comunidad cristiana de la Iglesia de Guadalajara nació como tal, en 1548. Su proyecto, acorde a la época, era edificar la Iglesia encarnándola en el tiempo y en el espacio. “Plantar los estandartes de Cristo”, “extender su reino”, “dar gloria a Dios y a su Iglesia”, “salvar las almas”, expresiones de aquellos años que solamente se comprenden bien, a la luz de las obras que generaron y las soluciones que aportaron a los retos que enfrentaban.

El territorio diocesano coincidió inicialmente con el territorio político de la Real Audiencia de Guadalajara. Al sur hacía frontera con el obispado de Michoacán; al oriente, con el Golfo de México; al poniente, con el Océano Pacífico, y hacia el norte, carecía de límites definidos. Era la diócesis territorialmente más grande del mundo.

2. Los primeros miembros de la diócesis y sus pastores

Originalmente estuvo constituida por tres grupos humanos, distintos en múltiples aspectos: la comunidad cristiana europea trasplantada a América; la comunidad indígena, formada por aquellos que habían aceptado el Evangelio y fueron bautizados; y la comunidad africana, formada por aquellas personas que eran traídas a este nuevo mundo en condición de esclavos.

La mayor parte de las comunidades indígenas eran atendidas por la Orden Agustina. La mayor parte de las comunidades españolas y negras eran atendidas por el clero diocesano; para 1578, el clero diocesano atiende 43 cabeceras parroquiales, en tanto el clero religioso atiende 11.

La vida diocesana se desarrolla en un ambiente de estrecha unión con el Estado, lo cual no impide el ejercicio de una acción profética, por más que ésta genere diversos conflictos; por ejemplo, en la defensa del derecho de asilo que la Iglesia tenía para los prófugos y que en algunas ocasiones violaba el Estado.

3. La acción pastoral de la Iglesia

El ejercicio pastoral de la Iglesia estuvo orientado en direcciones que hoy se llaman cultual, profética, social, y de gobierno.

El culto

La acción cultual halló sus cauces por medios creativos, originales, aptos para celebrar y anunciar la fe de forma espléndida, pública y constante. Pretendía así, conservar el fervor de la comunidad y el ambiente religioso de la sociedad; de este esfuerzo nacieron tradiciones religiosas que aún se conservan y una generosa obra artística expresada no sólo en los edificios culturales, sino en todos los útiles adecuados al mismo.

El profetismo

El profetismo halló cauce en la predicación ordinaria y extraordinaria (misiones populares), pero de manera muy especial, en la obra educadora de la sociedad, desde las primeras letras hasta los grados más elevados de la formación intelectual, atendiendo tanto a hombres como a mujeres, propiciando locales y personal.

Esta obra educativa, cuyo centro promotor era la ciudad episcopal, logra generar un ambiente intelectual en el cual florecen artes, letras y oficios; sus mejores frutos los cosecha el siglo XVIII, producto de un largo proceso en el cual, la Diócesis tuvo siempre la primera palabra.

Es importante señalar la obra que las órdenes religiosas, masculinas y femeninas, desarrollaron en este campo. Por medio de diversos tipos de instituciones sostuvieron un esfuerzo continuo y progresivo a favor de la superación intelectual de la sociedad virreinal, particularmente el Colegio de Santo Tomás, luego Universidad Real y Literaria de Guadalajara, a cargo de la Compañía de Jesús, así como los “estudios” que sostenían franciscanos, agustinos, etc. La educación femenina tuvo sus orígenes en el colegio de Santa Catalina, posteriormente llamado de San Juan Bautista, pero siempre atendido por las  monjas de Santa María de Gracia.

Dentro de este contexto se destaca la preocupación por la formación de los sacerdotes, primero en el colegio del Señor San Pedro, fundado ya en 1570 y de breve duración; de forma definitiva el Seminario del Señor San José, establecido en 1696 y en el cual se formaron no sólo quienes aspiraban al sacerdocio, sino cuantos aspiraban a realizar posteriormente una carrera civil.

Seminario que, desde su fundación, estuvo abierto a alumnos de todo el virreinato de la Nueva España, y no sólo de esta diócesis; sus frutos a lo largo de los siglos han sido abundantes y de alta calidad, tanto para la Iglesia, como para la sociedad civil.

La acción social

La obra social tuvo como estructura básica la institución católica europea de las cofradías: organizaciones que incluían laicos y eclesiásticos, unidos en la consecución de dos fines: el culto al patrono y un servicio social específico, predominando las destinadas a la atención y cuidado de los enfermos, cuyos gastos son cubiertos por parte de la cofradía, que también se encarga de los mismos servicios al enfermo.

En Guadalajara, esta función la realiza la Cofradía de la Soledad de María y Santo Entierro; en las comunidades rurales, la realizan las Cofradías de la Inmaculada Concepción, o de la Purísima, cuyo hospital tenía siempre una capilla anexa, dedicada a esta advocación mariana.

Otras cofradías se dedican al socorro de los presos, de la gente pobre, de la educación de huérfanos; o reúnen fondos para dotar mujeres sin recursos económicos, para que pudieran casarse o ingresar al monasterio, como lo hacía la cofradía de Nuestra Señora de Zapopan.

En esta misma acción pastoral, se incluyen otras instituciones de servicio social como: las casas de cuna o de niños abandonados, las casas para la recuperación de la mujer caída, los asilos para personas pobres o ancianas, el cuidado de los presos y de sus familias, los hospitales de incurables, etc.

El gobierno pastoral

Se entiende que esta serie de acciones pastorales contaron con la guía constante y generosa de numerosos obispos de perdurable memoria, que realizaron su gobierno en una perspectiva de trabajo integral, aunque se destacaran en algún campo específico: educadores como el señor Mendiola en el siglo XVI; fundadores de la identidad diocesana como los señores Ruiz Colmenero y Santiago de León Garabito en el siglo XVII; en este mismo siglo, la obra del señor Galindo, fundador del Seminario Conciliar; insignes promotores de la caridad como los señores Alcalde en el siglo XVIII y Cabañas en el XIX.

Al término de la era virreinal, la Diócesis de Guadalajara ha definido una identidad propia y un estilo pastoral y de vida cristiana, en el cual se unen el fervor religioso y el compromiso cristiano de la caridad; con ello, se hacía eco de las formas de vida que caracterizaban a la catolicidad de la época en todas partes, pero aportaban también elementos originales y creativos identificables en sus diversas manifestaciones.

Expresión simbólica de este general movimiento será la afirmación del culto al Santísimo Sacramento, a la imagen de Cristo Crucificado, así como la consolidación y difusión del culto de Nuestra Señora de Zapopan, declarada milagrosa en 1653 y patrona de la ciudad episcopal en 1734, contra epidemias y calamidades.

La espléndida iglesia llamada de San Felipe Neri da testimonio de la importancia de este culto mariano en el virreinato; y, de manera particular, la tradición de la visita anual establecida formalmente a partir de 1735.

Esta advocación tendrá altares e iglesias dedicados en diversos sitios del todavía enorme obispado; y, desde luego, su Santuario, bajo el cuidado del clero diocesano desde 1600 y hasta 1819, en que pasó a la orden franciscana. Por esos años y hasta las Leyes de Reforma, el día en que la imagen de la Virgen iniciaba su visita anual era fiesta de guardar con suspensión de labores.

Unida a esta devoción mariana, se van integrando muchas más. Así: el culto a la Virgen del Rosario, de San Juan, de la Soledad, del Refugio, a la Virgen de Guadalupe de México, -que empieza a ser conocida ya a fines del siglo XVII-; a la Virgen de los Dolores, etc.

Un historiador del siglo XVIII, Matías de la Mota Padilla, dirá que la iglesia de Guadalajara tiene cuatro defensas: Nuestra Señora de Zapopan, Nuestra Señora de Atistac (Santa Anita), Nuestra señora del Rosario de Poncitlán, y Nuestra Señora de San Juan.

En este mismo ambiente de fervor se destaca el culto a numerosos santos: patrones de la ciudad, de la diócesis, del reino, de los gremios, de las cofradías, de pueblos, parroquias y barrios.


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