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D. Enrique Varela Vázquez

Luis Sandoval Godoy[1]

 

El reciente deceso de un hijo del Seminario Conciliar de Guadalajara, el fiel laico don Enrique Varela (1927-2019), acaecido en esta ciudad el día 23 de enero del año en curso, impone recordar a quien, entre muchas gestiones de suma importancia para la Iglesia en México, apuntaló de forma decisiva la creación del Colegio Mexicano en Roma, donde cientos de compatriotas han podido cursar estudios superiores de medio siglo para acá.

 

Y de pronto una voz, una llamada de atención, la palabra que advierte, que recuerda…

Las señales del tiempo, los hechos que registra la historia y las luces que van saliendo en el camino, o las sombras y los desencantos que lastiman el paso.

Cuántas cosas se han dicho sobre Guadalajara: voces que iluminan y encienden su nombre y van engarzando bellamente genio y figuras de nuestra ciudad.

Y los acentos poéticos, el dibujo en palabras de aquellos calmos días, el barrio en su quietud, el trastabilleo de unas notas desde el piano de una casona elegante.

O el paso de las calandrias como un rítmico cascabel que va rodando, el lamento de un cilindro, los toques en gloria celestial de las campanas de nuestra clara ciudad.

Nadie lo dijo mejor, ni en más profundo amor, ni en más poética ternura que aquello que dijo, escribió y cantó Agustín Yáñez sobre Guadalajara.

No se cansa la emoción al releer aquellos párrafos de apasionada alabanza y por añadidura, las escenas rezumantes de melancolía por nuestra “niña niñez”, en un recuento melodioso, fragante flor de juegos antiguos que deshojaron los años.

Pero el tiempo que traza los signos que configuran el perfil de nuestra ciudad tiene numerosos rincones de imponderable contenido. Y hay que decirlos, hay que registrarlos, hay que traerlos a la memoria cuantas veces sea posible.

Cuantas veces recordamos aquellos nombres, exaltamos aquellos sucesos, invocamos el nombre y ponderamos la trayectoria que dejaron en nuestra ciudad.

Para ello hay que acudir a quien guarda esos nombres en los entrepaños del tiempo, en el escondrijo de los años, en el polvoriento dibujo del camino que registró la historia.

 

***

Aquí hay un hombre que las tiene y las dice, que las guardó y las muestra, este es el caso y el nombre de don Enrique Varela Vázquez, que lleva en los temblores de su sangre el temblor vivo de Guadalajara.

Ha sido su vida como la de un centinela puesto al paso de los días, como un guardián a las puertas del tiempo, como un vigilante que llevó nota de todos los sucesos.

El padre José Rosario Ramírez tiene otra visión, dice que don Enrique Varela ha sido en nuestra ciudad como el pontífice que contenta todas nuestras curiosidades.

Puede hablar de aquí y de allá, puede repetir lo que dijo éste y lo que dijo el otro, ha llevado su observación en la función de un lazo entre dos mundos, por eso el “pontifex”, puente tendido entre las señeras entidades que conforman la realidad jalisciense.

Quisimos acercarnos a don Enrique Varela y pedirle que abra las puertas de su memoria a lo menos en lo que se refiere a uno de los muchos aspectos en que ha sido ejecutor y protagonista.

Los valores económicos, sí. El desarrollo comercial de Jalisco, sí. La ciudad transformada en su imagen urbana, sí. Los hombres que han hecho posible su grandeza, sí, desde luego.

Pero hay aspectos de Guadalajara y de Jalisco más valederos: no los marchita el tiempo, no los destiñen los avatares que golpean las vidas; tienen trascendencia eterna.

Son los valores del espíritu; las voces que se arrancan desde lo hondo del alma vinieron de más allá del tiempo y de la historia; son valores que trascienden y dan identidad a los hombres y a los pueblos.

Por su injerencia, por la labor que en bien de Jalisco ha realizado, desde ahí le hemos solicitado a don Enrique Varela nos hable del Instituto Dávila Garibi.

La entrevista transcurrió en la sala mayor del Instituto: sus muros revestidos de libreros en ordenada clasificación, en secciones, en capítulos, en temas, que van recargándose en las paredes.

Y al centro una fila de mesas de pulido nogal, para que los investigadores que vienen de todos los rumbos puedan acomodar sus documentos, tender sus legajos amarillentos, releer aquella grafía de siglos y recomponer el tema histórico que están estudiando.

Educadas y dispuestas a servir y a orientar al investigador, la señorita Evelia Hernández, directora del Instituto, licenciada en historia, diligente en su sonrisa; y Sara Jiménez, licenciada en historia, su culta ayudante.

En algún momento se podrá hacer presente el licenciado Miguel Ángel Domínguez, actual Presidente del Dávila Garibi, quien cuida de la mejor marcha del Instituto.

Pero ya está aquí don Enrique Varela Vázquez, con su actitud bondadosa, el gesto amable de su rostro, en su sonrisa habitual y sus ojos como llevados a la lejanía.

Ya nos hemos instalado frente a una de las mesas y vamos a comenzar la charla. Un radiante sol, en amarillo esplendor, desde los ventanales nos recuerda que tenemos el gozo de vivir en una clara ciudad…

 

***

 

Hay que volver los ojos al pasado y recordar que el ferrocarril llegó a esta ciudad el l5 de mayo de 1888. Hay una foto histórica donde se ve que el tren se acerca resoplando, y unas vacas que cruzaban las vías huyen espantadas. Gentes a los lados admiran, aplauden, celebran con actitudes de alegría.

En la comitiva de los personajes que inauguraban el servicio venía nada menos que el suegro de Don Porfirio, el padre de Carmelita, señor Romero Rubio, y otros significados personajes. Hay una crónica de aquel acontecimiento con la lista de quienes componían la comitiva.

Consta, por ejemplo, que venía allí un canónigo de la catedral de México don Próspero María Alarcón Sánchez de la Barqueira y Dávalos, después Arzobispo de México y quien luego consagraría obispo a don Francisco Orozco y Jiménez.

Treinta y cinco días después de la llegada del ferrocarril, el 20 de julio de 1888, se fundó la Cámara de Comercio de Guadalajara. Así, en la historia de nuestra ciudad existe una relación con el importante avance de los servicios del tren, los cuales impulsaron la efervescencia comercial, el auge de muchos negocios y la creación de empresas en nuestra ciudad y en toda la zona del Pacífico. Guadalajara adquiría rango de importancia económica en esta parte del país.

Un tejido de agentes viajeros cubrían rutas de promoción comercial en las importantes ciudades del rumbo, los hoteles se multiplicaban, modernizaban y esmeraban sus servicios, las gentes viajaban por negocio o por placer, y en todo aquello, directa o indirectamente, la Cámara de Comercio estaba presente en sus servicios, en las líneas de atención a sus socios, en los planes con que afinaba de año en año sus esquemas de organización que caminaban a una con los servicios del ferrocarril, desde la ciudad de México y por Irapuato hasta Guadalajara.

Quiero decir que esta inquietud, en lo que concierne a las funciones de la Cámara, tuvo siempre manifestaciones de gran significado, con presencia y beneficio para los agremiados y para todos los habitantes de Guadalajara. Pero luego se le dio mayor impulso desde el Consejo de Colaboración Municipal que se fundó el año de 1943, a sugestión del asesor legal de la Cámara, Licenciado Don Efraín González Luna, que tuvo la idea, y ésta fue presentada al Consejo de la Cámara, con el beneplácito y la inmediata aprobación de la dirigencia y de todos los socios que vieron los servicios que desde ahí podían salir al paso de las demandas y requerimientos de la población, y harían que avanzara el progreso de la ciudad y el bienestar de sus habitantes.

Se presentó la idea al gobernador, Don Marcelino García Barragán, que la aceptó con entusiasmo. Se hizo del conocimiento del presidente municipal, Don Jesús Landeros, que se dijo complacido de los auxilios que el Consejo de Colaboración Municipal podría proporcionar en los trabajos y programas a cargo del Ayuntamiento.

Con los testimonios de adhesión y el visto bueno de las autoridades de Jalisco y de Guadalajara, se procedió a plantar como una proyección benéfica de la Cámara de Comercio aquel Consejo de Colaboración Municipal, que celebró su primera sesión el 24 de junio de 1943. Y de ahí arrancaron y quedaron consignadas históricamente la serie de obras de beneficio comunitario emprendidas en su campo de acción.

Hubo años y hubo periodos del gobierno municipal en que el Consejo de Colaboración manejó más dinero que la misma Tesorería Municipal. ¿Pudo pensarse acaso en una suplantación de funciones o en que el organismo creado por la Cámara de Comercio violentaba situaciones de hecho y se abrogaba una posición de preeminencia? Nadie lo pensó así. La cosa era simple: la gente se sentía con mayor cercanía y más al margen de los marasmos de la política; veía y disfrutaba de las obras emprendidas por el Consejo de Colaboración, y no tuvo empacho en darle apoyo económico.

Por una curiosidad histórica quiero recordar que el primer presidente del Consejo de Colaboración fue un expresidente de la Cámara de Comercio, Don Javier García de Quevedo; le siguió otro expresidente de nuestro organismo, Don Ramón Fregoso. Así fue esto: ir viendo adelante, en la elección del presidente de la Cámara y al mismo tiempo la designación del presidente del Consejo de Colaboración Municipal.

Quiero abundar en los datos de eficiencia y calidad humana de los primeros dirigentes con los cuales arrancó el Consejo de Colaboración: el secretario provenía de las Cámaras Industriales; el tesorero del Centro Bancario; el primer vocal de la CTM; el segundo de la CROC, que era Don Jesús Landeros, presidente municipal; secretario del Ayuntamiento, Jorge Arauz, muy joven, que murió el año pasado; y el tesorero Jaime Llamas, de Autlán, íntimo amigo del general García Barragán.

Después llegó el Licenciado Jesús González Gallo y entonces se formó una Junta General de Planeación, a sugerencia de la misma Cámara y con la aprobación del señor gobernador. Por medio de este nuevo organismo se intervendría en el desarrollo de todos los municipios, con sugerencias, con apoyos económicos, según cada caso en particular.

Hubo casos, por ejemplo, de un municipio, el más apartado y en condiciones de penuria espantosa. Hasta el presidente de este municipio llegaba el personal de la Junta de Planeación. A ver, ¿de cuánto es tu presupuesto para este año? ¿Y cuáles son las obras que tienes proyectadas? Ya hablaba aquel señor: de acuerdo con las limitaciones municipales quiero colocar otras bancas en el jardín municipal; ya se está pidiendo a los vecinos con posibilidad y voluntad para hacerlo que aporten aunque sea una parte de su costo; aquellos que cubran su importe total tendrán derecho a que se inscriba en la banca el nombre del donante.

Pues no; los enviados de la Junta hacían ver al señor alcalde los planos que llevaban, los estudios que se habían hecho de la región y de aquel municipio en particular, con sus carencias más urgentes, con sus posibilidades de crecimiento en este o en aquel aspecto, con la importancia de dar preferencia a tal obra, que ofrecería ocupación y beneficio al vecindario. Y se pedía al presidente que analizara con sus regidores los estudios que se le estaban presentando para que eligieran cuál o cuáles de las obras que se proponían debían ser acometidas. Esta Junta de Planeación, en sus orígenes, fue presidida por el Ingeniero Don Elías González Chávez.

De aquel tiempo y de aquellas acciones, tal vez deba decirse que no se ha hecho justicia al Licenciado González Gallo en su dinámica administración, en la capacidad de trabajo, en el tino para elegir a sus colaboradores y en la gran obra de la transformación urbana de Guadalajara. En nuestra relación con él pudimos darnos cuenta cómo, antes de dar nombramiento a un funcionario, hacía notar y le decía a él mismo: usted viene aquí porque sabe hacer las cosas, porque conoce y puede responder al trabajo que se le va a encomendar. Con esto quería decir, y fue un sello de su administración, el pasar por alto recomendaciones, amistades y aun el signo político de la persona que participaría en su gobierno… porque sabía hacer lo que se le encomendaba.

Algunos de aquellos funcionarios en el gobierno de González Gallo fueron, por ejemplo, el Ingeniero José Luis Arregui en Agricultura; él murió después en el avionazo de Tlajomulco. De proveedor, Don Antonio Gómez Palomar, que fuera padre del Doctor Antonio y de los padres Ignacio y Javier Gómez Robledo. Con ellos y viendo que éstas y otras personas emanadas de la Cámara de Comercio respondían satisfactoriamente en su desempeño, pidió a nuestra institución que le diera nombres, le propusiera personas para un determinado cargo; así fue el caso del tesorero del gobierno, que entonces se llamaba Jefe de Economía y Hacienda; para este cargo fue nombrado el subgerente jurídico de la Cámara, Licenciado Gilberto Moreno Castañeda.

Con lo anterior ya se está diciendo cómo era la Cámara de Comercio, cómo estaba dispuesto su alto personal y quiénes tenían a su cargo las acciones y servicios que la institución prestaba a la comunidad…

 

***

 

Con lo que don Enrique Varela lleva dicho, ya nos presentó un panorama de lo que fue en parte la Cámara de Comercio desde que el ferrocarril asomó a Guadalajara, a cuya sombra nació, por decirlo de algún modo.

Que don Enrique ama a Guadalajara, no necesita siquiera declararlo. Su presencia y su diligencia en las acciones del organismo desde el año de 1958 dan cuenta de ello.

Un día y otro día, este año y el que viene, y don Enrique ahí, en vigilante ejercicio de su labor, impulsando, señalando, animando al cuerpo de sus colaboradores.

Así el centinela que dio cuenta de lo que se hacía en Guadalajara, desde la Cámara, de lo que se emprendía, en acuerdo con autoridades del estado y del municipio.

Y siempre por delante el afán de servir a los socios, siempre la atención a problemas, tropiezos que podían salir al camino del comerciante organizado.

Una dificultad en cuestión de impuestos, o un escollo por algún inspector municipal, o la orientación para obtener un crédito bancario; ahí está la asesoría necesaria.

Y los grandes sucesos que se registran en el tiempo, las celebraciones y fastos que ponen relumbres de luz en la ciudad y en sus habitantes.

El nombre de personajes, las señales de avance en la cultura, esplendores del arte, los avances y relumbres en el cultivo de las letras; todo viene aquí.

Así la ciudad, así su gente; así también su imagen en flores de primavera, en aires de febrero, en las tormentas del temporal que convierten en ríos las calles.

También así los raudales luminosos que derrama el sol en la ciudad, o los cielos a veces de limpio azul, a veces en el errar de nubes que se desenvuelven en blanco oleaje.

Y desde luego, la vibrante luz que el día deja pasar por los ventanales del Instituto Dávila Garibi, tema central de nuestra entrevista con Don Enrique Varela Vázquez, en la cual nos seguimos ajustando a la reticencia y discreción que nos pidió.

 

***

 

Pues sí, se ha dicho, aunque en forma sumaria, cómo estaban dispuestos los servicios de la Cámara y cómo era su participación en el avance de la economía de Jalisco. Podíamos decir que se cumplían los propósitos de la institución, que el comercio organizado disfrutaba de servicios, asesorías, orientaciones para hacer crecer los niveles de enconomía de Jalisco. Pero se pensó que se debería ir a otros niveles, buscar satisfactores de mayor altura; era preciso atender a aquella señal evangélica que dijo que no sólo de pan vive el hombre…

Y ¿qué podemos hacer en beneficio de nuestros socios? Pues, hombre, crear una institución que estudie el contenido de nuestras tradiciones, que dé cuenta de los valores culturales de la región, que abra rumbos en la historia de Guadalajara, de Jalisco y más allá, hasta llegar a la frontera del norte, hasta alcanzar la cuenca del Pacífico, bordear el occidente geográfico de aquí y de allá, según fue la amplitud que en sus orígenes alcanzó la Nueva Galicia.

Se formuló el proyecto en todas sus partes, con todos los intríngulis para hacer efectivo el funcionamiento de una institución que sería consagrada a la memoria de Don Ignacio Dávila Garibi, aquel hombre que realizó la más fructífera labor histórica, con un caudal sorprendente de investigaciones en el campo de la historia de esta región; en el acopio de documentos raros o desconocidos de la Arquidiócesis, con los que quiso rendir homenaje al señor arzobispo Don Francisco Orozco y Jiménez y agradecerle el apoyo económico que le brindó para realizar sus trabajos. Bien merece Dávila Garibi, en su labor silenciosa, en su modestia, en su arduo trabajo, este reconocimiento público que no le ha dado Jalisco.

Las manos de don Enrique Varela y la expresión de su rostro están definiendo su vida en decenios de servicio al comercio organizado y en valores de contenido cultural y social que dieran a Guadalajara perfil de dignidad, armonía y honor de una clara ciudad.

Vio el presidente, Licenciado Javier Arroyo Chávez, los términos de nuestro proyecto, y dijo como en el día de la creación: hágase. Y sin más ni más se dieron los pasos para echar a andar el Instituto Dávila Garibi. Esto fue el 4 de agosto de 1983. Se nombró un comité y un presidente al frente, que fue Don Rubén González Orozco, quien murió hace dos años. Tuvimos como tesorero a Don Jesús Soto González, que acaba de morir; otras distinguidas personas dispusieron generosas aportaciones económicas, como los señores Arroyo Chávez o como Don Francisco Javier Sauza. Y no faltó la colaboración intelectual de otros como Don José Rogelio Álvarez o como el Licenciado Guillermo Reyes Robles, quien obsequió copia del Archivo del Congreso de Jalisco hasta la fecha en que formó parte de él. Así se empezaron a hacer las cosas.

Pero pensamos desde los inicios que no debíamos quedarnos sólo en Guadalajara; esto es, que deberíamos extender nuestra proyección, nuestros servicios, disponer puertas abiertas a todos los estudiosos de la región, y para ello y por ello consideramos conveniente ir a los orígenes, traer desde la lejanía del tiempo y de la geografía la investigación, el estímulo y la opción para que los investigadores pudieran encontrar eco en sus trabajos de historia.

La inquietud por abarcar los horizontes de la historia se había dado a raíz del primer viaje de la Cámara de Comercio a Europa en 1964. Con una delegación de 81 personas, fuimos en primer término a París, la primera cámara de comercio que hubo; en realidad fue la de Marsella, pero París se adjudicó el título de la cámara matriz. Encabezaban la delegación el Ingeniero Jorge Garibay Romanillos, Don Abelardo García Arce, vicepresidente, Don Trinidad Martínez Rivas y Don Félix Díaz Garza, expresidentes.

Luego pasamos a Roma, a la Cámara de Comercio de Roma. Ahí estaba entonces el señor cardenal Don José Garibi Rivera, participando en el Concilio Ecuménico, a quien fuimos en primer término a presentarle nuestro saludo. Nos recibió con mucho gusto, sorprendido del número de integrantes de nuestra delegación. Y quiso, en gentileza, corresponder a nuestro saludo invitándonos a una merienda que se llevaría a efecto en el terreno donde iba a ser construido el Colegio Mexicano de Roma, terreno que, a buen precio según dijeron, fue tratado por Monseñor Don Francisco de Aguinaga, que conocía de estos menesteres. Lo compró al Colegio Lombardo, que cumplía funciones como Seminario de Milán, cuyo arzobispo, Angelo Bautista Montini, sería después Paulo VI.

La convivencia tuvo un acento de cordialidad: nuestro respeto y agradecimiento al señor Garibi Rivera; nuestra devoción a la Iglesia y al Papa; nuestra emoción por encontrarnos en el núcleo vital, corazón de la Iglesia, fuente universal de la fe cristiana; y nuestro recuerdo entrañable a México y a nuestras familias. Todo eso se dio ahí en un acto en el cual estábamos inaugurando prácticamente el terreno donde quedó establecido el Colegio Mexicano de Roma.

De ahí nos invitó el señor Garibi a una misa al día siguiente en la iglesia de San Onofre, de la que quedó como titular en su nombramiento de cardenal. Luego se nos admitió en la audiencia general del Papa, a donde fuimos llevados en dos autobuses. Fue reservado para nuestra delegación un espacio al lado derecho de la sala.

Como en todos los casos y para todos los directivos de las cámaras que íbamos visitando, llevábamos regalos con expresa dedicatoria: una charola de plata con el nombre del personaje a quien iba dirigida, una pieza artesanal de especial valor, una vasija de plata o de otro metal conveniente. Para el Papa se pensó en un ánfora de plata diseñada especialmente con el escudo pontificio y el nombre de Su Santidad. Esta ánfora contenía una clase de tequila de exquisita y cuidada elaboración y un juego de copas de plata y también con diseño artístico. Todo iba dispuesto en una maleta pequeña en color blanco, con una placa de oro en la cual iban anotados el nombre del Pontífice, Basílica de San Pedro y Cámara de Comercio de Guadalajara, México.

El señor Cardenal Don José Garibi Rivera nos acompañó hasta la Plaza de San Pedro y ahí se disponía a dejarnos: yo aquí me quedo, no puedo pasar a la audiencia, aparte de que debo asistir a la sesión del Concilio. Nos pasaron, y el Señór Manzani, que era el jefe de protocolo, supo que el Cardenal Garibi estaba ahí y dijo: “ah, no, la excepción confirma la regla”, y mandó poner una tarima y una silla frente a todos nosotros e invitó a nuestro prelado a pasar a ahí.

Después del discurso del Santo Padre, los señores Abelardo García, Don Félix Díaz y Don Jorge Garibay pasaron a presentar a nombre de la Cámara de Comercio nuestro saludo y a entregar el presente que se le llevaba. Al coger el Santo Padre la maleta, como que se le soltó de las manos pues tenía algún peso. Se aprestaron nuestros dirigentes a sostenerla, explicando al Papa su contenido; él como que sonrió, por lo inesperado del obsequio, y dio las gracias con cariñosas palabras.

No pararon aquí las gentilezas de nuestro Pastor, quien obtuvo para nuestro grupo concesión para que fuera admitido a una misa inicial del Concilio. Esto fue el 7 de octubre. Nos entregaron un boleto para el ingreso del grupo, haciendo la aclaración que este boleto autorizaba el ingreso solamente de treinta personas; nosotros éramos ochenta y uno. ¿Qué cabía hacer en aquel trance? ¿Quién era capaz de ampliar el permiso para que todos pudiéramos entrar? Muy sencillo. ¿Alguien trae una pluma con tinta negra? La buscó, la pidió el señor Obispo Don Miguel González Ibarra que se dio cuenta de nuestra angustia. Y apoyándose en una cornisa, hizo que el número 3 señalado en el boleto, fuera convertido en un 8, y asunto arreglado. Así el ingreso no sería para 30 sino para 80 personas.

Después de la misa nos fuimos a la Capilla Sixtina y a hacer otros recorridos por el Vaticano mientras transcurría la sesión del Concilio, para unirnos otra vez con el señor Garibi.

Ahí pudimos ver y gozarnos en la salida de los cardenales al concluir la sesión conciliar del primer día. Fue un espectáculo que pocas veces se puede ver. Contemplamos lo que pudimos llamar “la Iglesia en Tecnicolor”, por la variedad racial de los cardenales, sus expresiones, su manera de gesticular o de comunicarse, el toque de aristocracia europea con que unos abandonaba la Plaza de San Pedro en carruajes de gala, con el escudo vaticano grabado en oro sobre la portezuela, otros en pequeños y modestos cochecitos y otros más a pie.

Terminó nuestra inolvidable experiencia en Roma y nos vinimos a Madrid, de donde pasamos a Sevilla, porque hay que decir que nuestras relaciones con España no eran en aquel punto cordiales, sino llevadas en términos de lastimoso despego y mal disimulada tensión. Se viene al recuerdo aquella pregunta que a este propósito hizo alguien a Cantinflas en sus andanzas por países europeos: ¿Qué pasa entre México y España? Si en sus raíces hay una estrecha convivencia y amistad, ¿por qué ahora tal distancia? ¿Por qué no hay relaciones entre México y España? Y el dicho Cantinflas con su sorna de siempre: “no, la verdad es que no tenemos problema entre nosotros, pero desde el gobierno, nuestros pueblos son como dos novios que se quieren mucho, pero sus papás no los dejan platicar”. Y no tuvo que decir siquiera los nombres de Cárdenas y Franco.

En las condiciones de aquella distancia oficialmente marcada entre nuestro país y España, se pensó que la Cámara de Comercio podía contribuir de alguna manera a ir calmando las cosas, pensando en un futuro, y se dijo: ¿por qué las Cámaras no hacen algo para acercar a las ciudades? Que México vaya a Madrid, Monterrey vaya a Barcelona, Chihuahua a Murcia, Guadalajara a Sevilla…

Llegamos a Sevilla y los miembros de su Cámara de Comercio nos recibieron con singulares muestras de cordialidad, y a partir de ahí establecimos una relación amistosa y cálida. Ahí quedó nuestra Cámara como hermana de la de Sevilla, llamada allá Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Sevilla; y más todavía, se nos hizo miembros de la Sección Iberoamericana de Cámaras de Comercio. Nos agasajaron con gran beneplácito de parte de ellos y nuestro.

En una serie de visitas fuimos invitados a recorrer edificios históricos, administrativos, servicios públicos, plazas y jardines; fuimos llevados al Archivo de Indias y su director nos hizo el favor de poner en las mesas varios documentos relacionados con la ciudad de Guadalajara, planos de la ciudad, proyectos de construcción de la catedral y otras iglesias, censos de población, actas de cabildo, reseña de algunos sucesos del pasado, con nuestra sorpresa y admiración, pues no teníamos noticia de la existencia de estos documentos.

Entonces platicamos con el Director de la Cámara de Sevilla, Don Miguel Sánchez de Oca, que después fue Ministro de Autonomía con Suárez, y se hizo gran amigo nuestro. Le dijimos que estábamos encantados de ahondar relaciones con esa noble ciudad, y que queríamos pedirle nos dieran copia de los documentos que hagan referencia a Guadalajara y a todo su territorio cuando su comprensión territorial se extendía hasta la frontera. Aceptó nuestra petición y empezaron los trabajos de revisión y selección entre aquel enorme acervo de documentos que ocupan varias salas. Fue un trabajo arduo que se alargó por más de un año, sirviéndonos de una persona capacitada en este desempeño que fue contratada por nosotros.

En las siguientes visitas tomábamos cuenta de los avances que se iban logrando en la selección aquel mundo de papeles amarillentos, expedientes desteñidos, hojas empolvadas, todo lo cual iba siendo fotocopiado con certificación del propio Archivo de Indias, número de expediente, sección, página, etc., y con los debidos cuidados trasladado a nuestro Instituto en Guadalajara.

Aquí disponemos ya de ese mundo de información histórica que abarca los siglos xvi, xvii y xviii. Ahí nos quedamos, porque los sistemas de reproducción en nuestro aparato ya resultan obsoletos, y estamos esperando a dar paso a un proceso digital con el cual cinco o seis discos bastarán para tener en la mano todo el Archivo de Indias.

Por supuesto, y esto lo saben bien los historiadores, los aspectos más importantes del pasado y donde es más difícil obtener una información de base están en aquellos siglos; así lo confirma el número constante de amantes de la historia, maestros, investigadores, estudiantes que acuden constantemente a nuestra sede y se pasan mañanas, días y meses consultando y copiando la información que para un estudio determinado vienen a tomar de estos documentos. Tenemos historiadores que vienen de Puebla, Chihuahua, San Luis Potosí, Zacatecas, de Michoacán no se diga, para mencionar solamente los lugares de donde procedieron los investigadores de este mes, según el puntual registro que se lleva de las visitas y en el que figuran, desde luego, estudiosos de Guadalajara y Jalisco.

Así ha crecido año con año la labor del Instituto Dávila Garibi, así se amplía el número de personas que demandan nuestros servicios, así ha aumentado el interés por lo que tiene y ofrece esta institución.

También es oportuno hacer referencia al apoyo económico que hace posible el mantenimiento de nuestros servicios. Está desde luego la aportación que hacen la Cámara de Comercio y otros distinguidos empresarios, como los señores Arroyo Chávez, que nos dispensan una generosa suma mensual para nuestros gastos. Pero está también el otro tipo de ayuda, como en el caso de Don Francisco Javier Sauza, que nos prestó en comodato, por término de 99 años, el Archivo Militar de esta Zona, con interesantes biografías de personajes, con reseña de hechos históricos, testimonios candentes de los tiempos difíciles vividos en el país; todo esto es parte de los fondos históricos de su propiedad; y el apoyo del Licenciado Guillermo Reyes Robles, a quien ya mencioné, que nos regaló copia del Archivo del Congreso de Jalisco desde su fundación hasta el año en que formó parte de él.

Como proyección de las inquietudes emanadas del Instituto Dávila Garibi y en uso de su caudal de libros y documentos del pasado, ha venido un libro anual de la Cámara que se entrega en obsequio, como todo lo que aquí se hace, a nuestros socios y amigos.

También surgió de aquí la idea de dar una conferencia periódica sobre algún tema de cultura, sobre algún personaje destacado que promovió las ciencias y el arte, sobre alguna publicación de mérito que entre sus propósitos buscó destacar los valores de Jalisco, los elementos que lo identifican, las señales de su historia que hacen notar un suceso, un personaje o una fecha de especial significación. Estas conferencias se vienen impartiendo desde hace nueve años.

Cuando se pensó en este medio de aportación cultural de Jalisco, se escogió como día para la presentación del tema propuesto todos los miércoles, que anteriormente eran un día en el cual no tenía nuestra ciudad de modo establecido ningún otro acto que pudiera hacernos competencia. Hoy ya todos los miércoles tienen algún evento en la ciudad, pero aun así, podemos decir que el número de asistentes ocupa casi en toda su amplitud el aula de la Cámara.

Para el asunto o el nombre del conferencista no hay limitación ninguna por concepto ideológico, sello político o religioso. Ha sido ésta una tribuna libre donde hemos tenido expositores de gran realce, personajes calificados en alguna determinada materia, que han venido a hablarnos de lo que ha sido asunto en su especialidad, aun en cuestiones de las que se podía suponer que no estaban suficientemente informados. Quiero poner el ejemplo del Doctor Don José María Muriá, quien en ocasión del Tercer Centenario de la fundación del Seminario de Guadalajara presentó una interesante conferencia sobre el tema, en la capilla del Museo. Participó también en este acto el Licenciado Don Alberto Orozco Romero. Por cierto, ahí dijo el Doctor Muriá que la cultura tapatía se debe primordialmente al Seminario de Guadalajara.

No quiero dejar de mencionar la interesante conferencia que nos presentó el Padre José Rosario Ramírez, en un recorrido histórico por los años de vida de la revista Ábside, Revista de cultura Mexicana según su epígrafe. Una visión deleitosa de los personajes más significados en el campo de la cultura nacional, sin distingos de ideología; un recorrido de fiesta en textos luminosos de los más grandes escritores del país, convocados bajo el aliento humanista de los hermanaos Méndez Plancarte, del espíritu grecolatino plantado en nuestro suelo.

Pienso que me dejó profunda huella esa revista fue nuestra revista de estudiantes, por la cual vislumbrámos horizontes infinitos en el campo del espíritu. Recuerdo aquella edición de 1941 en que Ábside publicó, completo, el texto de lo que vendría luego como libro rutilante que los tapatíos no volverán a tener: Genio y figuras de Guadalajara, en ocasión del Cuarto Centenario de nuestra ciudad. Yo alcancé a valorar la publicación de tan hermoso texto, y considerando que la revista nos daba su edición príncipe, mandé empastar a todo lujo aquel número.

Tenemos otra serie de charlas que han recibido de nuestra parte la denominación de “Tertulias”, por significar así su carácter familiar, amistoso, en el que se quiere destacar un asunto de interés común, como quien toma parte en una charla. Todas nuestras conferencias y charlas tienen una particularidad que no se sigue en otros lugares. Al terminar el acto se hace entrega a cada uno de los asistentes de una impresión con el texto completo que acaba de ser escuchado. Si una persona dijo que no se dio opción a preguntas, o de pedir al conferencista que ampliara un determinado punto en su tema, hemos de decir que lo hicimos así porque pensamos que las preguntas a público abierto suelen disgregarse por rumbos ajenos y que, en todo caso, a quien le haya quedado alguna inquietud, la presente a la salida del acto al propio autor de la conferencia, pidiéndole que amplíe o precise algún punto determinado que el interesado podrá hacer constar en el propio ejemplar del texto que lleva en sus manos, y hasta con firma del conferencista.

 

***

 

En atinado acierto, supo dar Doon Rodolfo Caloca al dibujo del rostro de Don Enrique Varela las líneas de reciedumbre en la tarea, en el carácter, en la firmeza de voluntad, y una mirada directa para conjugar en su persona y en su acción los títulos de la grandeza tapatía.

El Instituto es presidido ahora por el Vicepresidente de Cultura en la Cámara, Licenciado Don Miguel Ángel Domínguez, quien se desempeñó como director de la Cervecería Corona y preside ahora el Comité Regulador del Tequila; un profesionista sólido, de madura experiencia a pesar de su juventud, quien está diseñando algunas novedades en otras formas de hacer que el Instituto Dávila Garibi afirme su presencia en la sociedad jalisciense y en el entorno de nuestra geografía.

Se trata de una afirmación al modo igual a otras instituciones, como la Secretaría de Cultura de Jalisco, con la cual llevamos una relación de fecunda amistad, y tanta que el Arquitecto Alejandro Cravioto nos ha solicitado en préstamo el caudaloso acervo de fotografías de Guadalajara, que registra más de un siglo de historia gráfica. Harán ellos una selección de las fotografías que les parezcan más elocuentes y valiosas para montar una gran exposición bajo auspicios de la propia Secretaría.

Hablamos de una afirmación porque ya hemos tenido presencia y la seguimos teniendo en otras instituciones de promoción cultural que acuden a nosotros, pidiéndonos nombres de profesionales o personajes destacados en el campo del arte, las letras, el periodismo o la cultura en general, cuando se trata de otorgar algún reconocimiento establecido en sus esquemas de premiación. Siempre respondemos a ese llamado; muchas veces es atendida nuestra sugerencia, otras veces no, pero nosotros cumplimos.

Tenemos en proyecto la edición de los índices de nuestro material de servicio a los investigadores, con las señales que corresponden a la época, el origen, y la fecha de cada documento, así como las luces que puedan orientar sobre su contenido. Haremos llegar estos índices a instituciones afines de todo el país, bibliotecas, archivos, universidades, centros de estudios de la historia, para que los investigadores tengan una pista segura de lo que pueden hallar en el Instituto Dávila Garibi.

Queremos afirmar igualmente nuestra proyección en la Cámara Iberoamericana, con nuestras Cámaras amigas en España, Portugal, Argentina, Chile, Venezuela, etc., las que ciertamente podrán tener interés en saber que tenemos la reproducción fiel del Archivo General de Indias de Sevilla, por lo menos en los siglos en que resulta más difícil y es más acucioso el trabajo de los investigadores. Y nos podrán dar la satisfacción de brindarles nuestros servicios, sabiendo que en ninguna de las Cámaras de Comercio de México tiene un archivo ni cuenta con una Instituto como el nuestro.

En las preparaciones de tesis de historia de estudiantes de la materia, seguiremos proporcionándoles el apoyo que desde siempre han encontrado en el Dávila Garibi, donde además de poder estudiar los documentos que se avienen al tema de su tesis, tenemos y seguiremos sosteniendo una especie de concurso de tesis estudiantiles, en ánimo de estimularlos a realizar sus investigaciones con el mayor profesionalismo. Esta valoración tiene un premio cada año a la mejor tesis, en denominaciones referidas al tema que tratan: la historia, la economía, la cultura, la sociología, en fin. El Padre Chayo Ramírez dictamina las tesis de cultura; en la rama de psicología la designación del premio lleva el nombre de Salvador Rodríguez Camberos. Cada estudiante obsequia al Dávila Garibi un ejemplar de su tesis impresa, y éstas, coleccionadas a lo largo de los años, representan ya un interesante y valioso acopio de tesis universitarias.

 

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La vida de un ser humano puede ajustarse a determinadas fechas que señalan el nacimiento y la muerte.

Pero en el lapso estrujante que da cuenta de una vida están los signos luminosos que marcan las acciones, los logros, los servicios, los beneficios dimanados de aquella existencia.

Hemos recorrido una serie de datos que dan cuenta de esa vida fecunda, de esa gama de servicios, de esos valiosos alientos dados al comercio organizado.

También hemos recorrido, aunque sea de modo rápido, el sendero de luz que ha dejado en la vida de Guadalajara el Instituto Dávila Garibi.

¿Y por qué no mencionar, a contrapulso de lo anterior, y pese a su reticencia, su moderación, su discreción, el nombre de don Enrique Varela Vázquez?

Aunque lo calláramos, lo diría la historia, lo señalarían los anales que van registrando, como en la vida de los hombres, la vida de las instituciones.

Tendría que abrirse el libro que consigna el pasado y mencionar el primero de enero de 1958 y el último de enero de 1990. Dos fechas para abarcar aquí el lapso gerencial de don Enrique Varela Vázquez.

La claridad tapatía, como la luz que traspasa estos ventanales, resplandece en los recuerdos, alumbra en las vivencias – una parte apenas en estas páginas — de lo que guarda don Enrique Varela en su memoria.

Por el amor a Guadalajara, en su raigambre tapatía, fue recogiendo hechos, fechas, nombres.

Por el amor a Guadalajara hace don Enrique recuerdo de personajes ilustres, y al traerlos, al señalar sus acciones, hace que este memorial sea como un repicar de las campanas del tiempo.

Así entonces, al modo de Agustín Yáñez, han sonado aquí “las campanas caudales y las otras, medianas y más chicas; las graves y las agudas, en concierto ecuménico, expiatorio y triunfal”.



[1] Escritor y periodista (San Juan Bautista del Teúl, Zacatecas, 1927). Este Boletín le agradece su permiso para publicar en sus páginas la semblanza que sigue.



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