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Clavigero

María Palomar Verea[1]

 

Dentro del programa general de eventos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se presentó, la tarde del domingo 25 de noviembre del 2018, el libro Francisco Xavier Clavigero, el aliento del espíritu, de Arturo Reynoso, s.i., presente en el acto, coeditado por el Fondo de Cultura Económica y Artes de México, en el que también tomaron parte el doctor Alfonso Alfaro Barreto y la autora del texto que sigue.[2]

 

 

En la fil se presentó el libro de Arturo Reynoso, s.i, coeditado por Artes de México y el Fondo de Cultura, Francisco Xavier Clavigero, el aliento del Espíritu, un volumen donde la importancia del contenido se ve bien servida por un espléndido trabajo de edición. A través de él se pueden seguir las indagaciones del autor y también las del protagonista: dos jesuitas historiadores.

            Como hace notar Alfonso Alfaro en su prólogo, “en el modelo espiritual plasmado por San Ignacio de Loyola en su libro de los Ejercicios espirituales el trabajo sobre la memoria ocupa un lugar central”, y yo añadiría que también el trabajo sobre la imaginación, sin la cual la composición de lugar para reconstruir los hechos del pasado habría resultado imposible.

            También en el prólogo leemos que el proyecto educativo jesuita “otorga parte fundamental al lugar que la conciencia del tiempo debe tener en la formación integral de los sujetos”. Es éste un elemento esencial del “deber de inteligencia” de la Compañía, y sobre todo en la época en que vivimos, donde la hondura cultural de la historia tiende a desaparecer al imponerse un presente alienado en el instante, en lo efímero y lo superficial. 

            Otro jesuita, el Papa Francisco, escribe en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium:

 

Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.[3]

             

            En esa “tensa dinámica entre pasado y futuro”, que también evoca Alfonso Alfaro, se van forjando la vocación y el ejercicio del historiador.

 

*

 

El viaje es el tema literario más antiguo de Occidente desde que Homero contó la partida de los héroes a la guerra de Troya y la larga y azarosa travesía de Ulises en su regreso a Ítaca. Dante viajó por los ámbitos del más allá. Cervantes hizo deambular por la geografía española al caballero de la triste figura. El acicate de la memoria y el motor de la creación literaria suele ser la nostalgia: el dolor por la patria lejana, por el país de la infancia, por los tiempos idos, por sabores y olores evocados, por lo imaginado y lo conocido, por lo deseado y lo soñado. “Nostos” es una palabra griega tan antigua como la obra de Homero y significa el regreso a casa.

            Ya desde muy joven, al poco de haber entrado como novicio a la Compañía, Francisco Xavier Clavigero sintió quizá por vez primera el aguijón de la nostalgia. Nos cuenta Arturo Reynoso que “parece que el joven novicio atraviesa su primera crisis vocacional y seguramente se está planteando la posibilidad de abandonar el noviciado”. El Provincial, el Padre García, le recrimina entonces en una carta

 

el haberse dejado “apoderar de la melancolía, y de las astucias del Demonio”... el hecho de que Clavigero conservara la carta de García desde 1748 hasta el día de la expulsión en 1767 nos revela quizás el gran aprecio y ayuda que dicha carta representó no sólo desde su noviciado, sino durante toda su vida como jesuita en México.

 

Pero, añado, todavía más en el exilio, porque fue una campanada bien oída llamando al adolescente de diecisiete años al discernimiento y a la disciplina.

            Varias veces más tuvo Clavigero que ejercitar esas virtudes y vencer, por ejemplo, sus resistencias a pasar de Valladolid a Guadalajara a cubrir de emergencia una vacante. Pero ya había decidido hacer de la Compañía su casa, y la obediencia primaba sobre sus gustos y disgustos, sus preferencias o sus nostalgias.

            Mas lo peor no había llegado aún. Fue en el aciago verano de 1767 cuando se abatió sobre los jesuitas en los territorios de la Corona española la orden fulminante de extrañamiento con la que comenzó el largo viaje que no tendría ya regreso. Ahora, al verse arrancado de su patria, la nostalgia no sería la peor desdicha para quien vivió un largo tormento de abatimiento y desolación, de bajas por muerte y deserciones, de rechazo y desprecio, enfermedades, tormentas y hasta naufragios. Y pocos años después, de manera igualmente brutal aunque no por completo inesperada, se le despoja de su familia entera, de su morada y de sus señas de identidad con la disolución de la Compañía en 1773.

            ¿Cómo hallar sentido a tales acontecimientos? En términos humanos es casi imposible. La desesperanza y la franca desesperación habrían vencido hasta al más estoico de los filósofos. Y, sin embargo, apunta Arturo Reynoso que “fue en este cambio radical de referencias geográficas, sociales, políticas, religiosas e intelectuales que comienza a gestarse y consolidarse su vocación de historiador”.

            Clavigero, atrapado en su coyuntura, en aquel momento que no le ofrecía ningún horizonte más allá de las cuatro paredes de su habitación en Bolonia, presa también sin duda de la nostalgia de la patria, comienza a buscar sentido para reconstruirla y reconstruirse. Escribe también el Papa Francisco:

 

El «tiempo», ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en un espacio acotado.[4]

 

Y en otro lugar de Evangelii gaudium cita a Pedro Fabro: “el tiempo es el mensajero de Dios”, el Señor de la Historia          .

            Clavigero, impulsado por el aliento del Espíritu, se adueña de su tiempo presente para formular y ordenar los tiempos antiguos de las culturas americanas y también los motivos del arraigo y de los anhelos de sus compatriotas. Construye en su destierro los cimientos del pasado de México, reivindica su dignidad y dibuja las razones de su esperanza.

            Así pues, concluye Arturo Reynoso, a fin de cuentas el terrible camino del exilio y la supresión de la Compañía “hacen surgir en él la vocación y la pasión por transmitir a sus contemporáneos y a las próximas generaciones las acciones con las que Dios y los hombres marcan y determinan la historia”.

            Citemos aquí, para terminar, a un historiador eminente y excelente amigo que el pasado junio participó en la presentación de este mismo libro en la Casa Clavigero del iteso, dos meses antes de su muerte. El Padre Miguel Olimón Nolasco, en su elogiosa intervención, apuntó cómo el criollo exiliado no se sometió al abatimiento, sino que

 

elevó su mirada y descubrió en esos acontecimientos dolorosos el “funesto ejemplo de la Justicia Divina y de la inestabilidad de los reinos de la tierra”. Al seguir a San Ignacio, el gran conocedor de los males que acarrea la desolación del espíritu, la transformó en energía creativa.

 

            El viaje amargo del destierro y la vida toda cobraron sentido en la escritura de la historia, un sentido que siempre tienen para quien confía en que hay un Alfa y una Omega, donde todo habrá de recapitularse.

 

 

 



[1] Tapatía (1955). Licenciada en Letras inglesas por la Universidad de París; Maestría de Estudios Diplomáticos del Instituto Matías Romero de la SRE. Traductora y editora.

[2] Este Boletín agradece a la autora de este texto su inmediata disposición para su divulgación en sus páginas.

[3] N .222.

[4] N. 222.



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